En 1521 la isla de Rodas era un bastión cristiano aislado, que por su situación amenazaba las rutas marítimas del Imperio Otomano. Estaba gobernada, en nombre del papa, por la última de las grandes órdenes militares de la época de las cruzadas, los Caballeros de la Orden de San Juan, o caballeros hospitalarios.
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4. En 1521 la isla de Rodas era un bastión cristiano aislado, que por su
situación amenazaba las rutas marítimas del Imperio Otomano. Estaba
gobernada, en nombre del papa, por la última de las grandes órdenes
militares de la época de las cruzadas, los Caballeros de la Orden de San
Juan, o caballeros hospitalarios.
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Tras ser casi masacrados en la batalla de Acre, la orden de San Juan
tomó Rodas en 1307, convirtiendo la isla en un bastión feudal en forma
de fortaleza. La orden tenía una amplia experiencia en la construcción
de fortificaciones, como la del Crac de los Caballeros en Tierra Santa,
por lo que las fortificaciones de la isla fueron imponentes.
El sitio de Rodas
5. Apostados en Rodas, los hospitalarios crearon un escuadrón de galeras
de combate, con las que hostigaron las costas otomanas durante 200
años y eso a pesar de que nunca hubo más de 500 hospitalarios en
activo.
El sitio de Rodas
Tras conquistar Belgrado, Solimán el Magnífico puso sus ojos en Rodas,
mandando una amenazadora carta al recién nombrado nuevo Gran
Maestre, Philip L´Isle Adam, el cual se apresuró a pedir ayuda al papa y a
toda la Cristiandad para prepararse ante la amenaza otomana. No
recibió ninguna ayuda.
Lejos de amilanarse, envió a sus barcos a comprar trigo y vino por
todos los puertos del mediterráneo, mientras reforzaba sus
fortificaciones defensivas, que habían sido remodeladas desde el último
asedio turco por los mejores ingenieros militares italianos y colocaba
dos enormes cadenas de hierro en el puerto, reuniendo a unos
quinientos caballeros y otros mil quinientos soldados que debían hacer
frente a unos 200.000 otomanos que desembarcaron el 24 de junio de
1522, fecha nada casual pues era el día de la fiesta más sagrada de los
Caballeros de San Juan.
Más de un mes después comenzó el asedio propiamente dicho. Los
6. otomanos habían traído toda su panoplia artillera y más de 60.000
zapadores, que poco a poco fueron acercándose a la fortaleza a pesar
de las salidas de los Caballeros. Los otomanos bombardearon la ciudad
durante un mes, mientras se daban los típicas zapas y contrazapas
entre sitiadores y sitiados, llegando los hospitalarios a neutralizar hasta
50 túneles otomanos que intentaban volar las murallas desde sus
cimientos.
A pesar de ello el 4 de septiembre, en la zona más antigua de las
fortificaciones hospitalarios, una mina consiguió abrir brecha y los
otomanos se lanzaron sobre ella. Sin embargo los hospitalarios
resistieron, hasta el punto que 5 días después, las bajas otomanas eran
tan grandes que los soldados debían ser empujados a golpes al ataque,
de las pocas ganas que tenían de volver al infierno “hospitalario”.
Nuevas minas explotaron y las brechas en las defensas se fueron
agrandando, mientras que cada pérdida hospitalaria no era
reemplazable, los otomanos seguías mandando más tropas frescas,
pero ni aún así los otomanos pudieron entrar en la ciudad a pesar de un
ataque general encabezado por los jenízaros el 24 de septiembre.
Con el invierno a las puertas Solimán vio peligrar su empresa, e inició
contactos diplomáticos para ofrecer una rendición honrosa a los
defensores, que culminaron con un acuerdo el 20 de diciembre. Para
Solimán, cualquier fracaso militar podía interpretarse como debilidad y
costarle el trono, por lo que los términos fueron muy generosos para
los sitiados. Así el 1 de enero de 1523 los hospitalarios supervivientes
embarcaron en su gran carraca “Santa María” y en las galeras San
Jaime y Santa Buenaventura, llevándose sus posesiones y reliquias,
abandonando con honor la isla que habían defendido durante más de
200 años.
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