El día uno de mayo, la tensión es ya palpable; por la mañana aparecen unos impresos titulados Carta de un oficial retirado en Toledo donde se propone el cambio de dinastía. Horas más tarde, Murat pasa revista a sus tropas en el madrileño paseo del Prado, desde la puerta de Atocha hasta la de Recoletos, y al volver a su palacio del Almirantazgo – expropiado a Godoy y situado en la madrileña plaza de la Marina, esquina a Bailén – es alcanzado por varias piedras que le lanza la gente reunida en la Puerta del Sol. Rápidamente intervienen las autoridades y el suceso no va a más.
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4. El día uno de mayo, la tensión es ya palpable; por la mañana aparecen
unos impresos titulados Carta de un oficial retirado en Toledodonde se
propone el cambio de dinastía. Horas más tarde, Murat pasa revista a
sus tropas en el madrileño paseo del Prado, desde la puerta de Atocha
hasta la de Recoletos, y al volver a su palacio del Almirantazgo -
expropiado a Godoy y situado en la madrileña plaza de la Marina,
esquina a Bailén - es alcanzado por varias piedras que le lanza la gente
reunida en la Puerta del Sol. Rápidamente intervienen las autoridades y
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El levantamiento del 2 de mayo
El levantamiento del 2 de mayo
5. El lunes, 2 de mayo, amanece despejado, tras una noche lluviosa. A las
siete de la mañana salen de las caballerizas reales dos carruajes hacia
la puerta del Príncipe del palacio Real. Murat ha dispuesto la salida para
Francia de la Reina de Etruria[1], con sus hijos y del infante Francisco de
Paula. La de éste, pretende retrasarla a la noche para ocultarla a la
población y evitar posibles alteraciones. La Reina de Etruria no es muy
querida por el pueblo a causa de las maniobras que ha hecho ante
Murat para derogar la abdicación de su padre, y la intermediación por la
liberación de Godoy. El infante es el hijo pequeño de Carlos IV y junto a
su tío Antonio, presidente de la Junta de Gobierno, formada tras la
marcha de Fernando VII son los últimos miembros de la familia real que
quedan en Madrid. A las ocho y media de la mañana la Reina de Etruria
sale por la puerta del Príncipe y se monta en uno de los dos carruajes,
junto a sus hijos, una aya y un mayordomo. Una vez todo dispuesto,
parte hacia Francia ante la mirada de un pequeño grupo de gente que
se ha reunido frente al palacio Real. El otro carruaje queda junto a la
puerta a la espera de que monte el resto de la servidumbre que
acompañará a la Reina de Etruria o el pequeño infante, tal como teme la
gente, que sigue acercándose a palacio y que ya forma un número
significativo de personas. Entre éstas se encuentra Blas Molina,
cerrajero de profesión, que al observar detenidamente el carruaje
sospecha de la salida de los infantes exclamando en voz alta:
- ¡Traición! ¡Traición! ¡Nos han llevado al Rey y se nos quieren
llevar a todas las personas reales! ¡Mueran, mueran los
franceses!
Un grupo de los reunidos en la puerta, con Blas a la cabeza, se
introduce en palacio y suben a las plantas nobles, donde se encuentran
los infantes. Ante su presencia se calman los ánimos, y con la promesa
de la salida del infante Francisco a un balcón de palacio para
tranquilizar al pueblo, se les convence para que se retiren.
Por el balcón a la derecha de la puerta del Príncipe, aparece el Príncipe
causando el delirio de la ya gran multitud que se ha congregado frente
a la residencia real. El Mariscal Joaquín Murat, desde su palacio,
observa el tumulto y manda a uno de sus ayudantes a que se informe
de lo que pasa. Al llegar, el francés sufre la ira del pueblo y si no es por
la protección de un oficial de las Guardias Walonas[2] hubiera peligrado
su vida. Un correo que lleva órdenes para el General francés Grouchy[3]
6. es acorralado, consiguiendo escapar en el último momento. Un soldado
francés procedente del cercano cuartel de San Nicolás[4], es asesinado.
Estos acontecimientos alarman a Murat que toca generala poniéndose
en movimiento las tropas situadas en los diversos campamentos y
acantonamientos franceses de Madrid, y en las afueras.
El primer acto de la rebelión y que quedó como simbolismo del
nacionalismo revolucionario - el levantamiento del 2 de mayo - fue obra
del bajo pueblo y alarmó al Consejo de Castilla[5] tanto como al
Mariscal Murat. Éste, presionó ostensiblemente sobre la Junta de
Gobierno, para que autorizase la salida del infante Francisco de Paula
(decimocuarto hijo de Carlos IV), hacia Francia, lo que llevó a aquélla a
convocar una reunión para hablar sobre el tema. Fueron llamados
representantes del Consejo de Castilla, de Hacienda[6], de las Indias[7] y
Órdenes[8], además de otras altas personalidades del Reino. En la tensa
reunión se planteó la posibilidad una guerra para defender y hacer
frente a la ocupación francesa. En esa reunión se decidió crear otra
Junta suplente por si Murat cumplía sus amenazas de acabar con la que
había nombrado Fernando VII. En la mañana del día siguiente de esa
segunda reunión - ya era el dos de mayo - comenzó una agitación en
Madrid entre los que asistieron a la salida de palacio de los últimos
7. miembros de la familia real. El intento de evitar que abandonasen la
ciudad provocó un choque entre la población madrileña y una unidad
militar francesa. El levantamiento popular se generalizó al ser público el
número de muertos y heridos producidos por la reacción francesa, al
sofocar la revuelta. El pueblo ignoró las recomendaciones reiteradas de
calma por parte de las ya desprestigiadas autoridades españolas,
produciéndose asesinatos, fusilamientos en masa a causa de la
durísima represión que siguió, ordenada por Murat. Se generó una
sangrienta y desordenada lucha entre los madrileños y las tropas
francesas.
Hubo actos heroicos como los protagonizados por los capitanes de
Artillería Luis Daoíz y Pedro Velarde, aunque a costa de sus vidas.
Francisco de Goya, plasmó esas situaciones en cuadros como “La
carga de los mamelucos” y “Los fusilamientos del dos de mayo”.
Los madrileños comenzaron así un levantamiento popular espontáneo,
pero largamente larvado desde la entrada en el país de las tropas
francesas, improvisando soluciones a las necesidades de la lucha
callejera. Se constituyeron partidas de barrio comandadas por caudillos
espontáneos; se buscó el aprovisionamiento de armas, ya que en un
principio las únicas de que dispusieron fueron navajas; se comprendió
la necesidad de impedir la entrada en la ciudad de nuevas tropas
francesas. Todo esto no fue suficiente y Murat pudo poner en práctica
una táctica tan sencilla como eficaz; cuando los madrileños quisieron
hacerse con las puertas que estaban cerca de la ciudad para impedir la
llegada de las fuerzas francesas, acantonadas en sus afueras, el grueso
de las tropas (unos 30.000 hombres) ya había penetrado, haciendo un
movimiento concéntrico para dirigirse hacia el centro. No obstante, la
gente siguió luchando durante toda la jornada utilizando cualquier
objeto que fuera susceptible de servir de arma, como piedras, ramas de
árboles, tirachinas, todo tipo de barras, cubos de agua, macetas
arrojadas desde los balcones, etc. Así, los acuchillamientos,
degollamientos y detenciones se sucedieron en una jornada sangrienta.
Mamelucos y lanceros napoleónicos extremaron su crueldad con la
población y varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, así como
soldados franceses, murieron en la refriega.
Si bien la resistencia al avance francés fue mucho más eficaz de lo que
Murat había previsto, especialmente en la puerta de Toledo, la Puerta
del Sol y en el Parque de Artillería de Monteleón (actualmente existe un
8. arco de entrada a dicho Parque de Artillería integrado en el monumento
a Daoíz y Velarde, en la Plaza del dos de Mayo de Madrid), su operación
de cerco le permitió someter a Madrid bajo la jurisdicción militar y poner
bajo sus órdenes a la Junta de Gobierno. Poco a poco, los focos de
resistencia popular fueron cayendo. Como un reguero de pólvora
corrieron las noticias de lo que estaba aconteciendo en Madrid. La
gente estaba cansada de soportar a los franceses.
El mismo día que estalló la revuelta en Madrid, en el pueblo de
Móstoles, cercano a la capital, su alcalde ordinario por el Estado,
Andrés Torrejón García, junto a Simón Hernández, alcalde ordinario por
el Estado General, firmó el conocido como Bando de Independencia,
redactado por Juan Pérez Villaamil[9], que alertaba sobre la masacre
cometida en Madrid por las tropas napoleónicas y que llamaba al auxilio
de la capital por parte de otras autoridades, incitando a la nación a
armarse contra los invasores franceses. Dicho bando decía:
Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este
oficio, de mí, el alcalde ordinario de la villa de Móstoles. Es
notorio que los franceses apostados en las cercanías de
Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este
9. pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en
Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos
españoles y es necesario que muramos por el Rey y por la
Patria, armándonos contra unos pérfidos que, con su color de
amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo,
después de haberse apoderado de la augusta persona del
Rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más
activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo
al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues
no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente,
como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Móstoles, dos de mayo de mil ochocientos y ocho.
Andrés Torrejón
Simón Hernández
El Bando tuvo una enorme repercusión, ya que en las siguientes
semanas se fueron produciendo revueltas en bastantes Provincias.
Aparte, las tensiones producidas en España por el centralismo
borbónico y la marginación de sectores de la población en ciudades
pobladas, ayudaron bastante en el desarrollo del estallido anti francés.
El andaluz Pedro Serrano, quizá Oficial del Ejército, acompañante de
Fernández de León[10], se ofreció a llevar el parte por la carrera real de
Extremadura hasta Andalucía, llegando a Badajoz dos días más tarde.
La situación de los defensores del Antiguo Régimen fue indecisa. Se
vieron obligados a decidir: apoyar el levantamiento, en contra de su
filosofía, o bien, aceptar los planes de Napoleón.
Abdicaciones de Bayona
A pesar de todo lo sucedido, la realidad era que el Ejército francés tenía
desplegados en la Península más de 95.000 hombres. Napoleón
aprovechó los cambios producidos en el Reino de España, para seguir
implementando sus posibilidades, opciones y poderío. Su idea secreta
era apoderarse del débil Reinado de Fernando VII, - y de España con sus
colonias - como lo había hecho en otras naciones europeas. El
emperador nombró al Mariscal Joachim Murat, gran duque de Berg,
cuñado suyo (su esposa era Carolina Bonaparte), jefe de las tropas
10. francesas en la Península, que llegó a Madrid el 23 de marzo, un día
antes que el Rey Fernando. El Mariscal francés empezó sus maniobras
diplomáticas en su propio beneficio: consiguió del ex Rey Carlos un
documento en que éste declaraba nulo su decreto del 19 de marzo
abdicando en favor de su hijo, con lo que ambos, padre e hijo, vieron
debilitadas sus posiciones y consiguiendo una nueva discusión sobre la
legitimidad del titular como Rey de España. El General francés Jean
René Savary, llegó a Madrid, como enviado especial de Napoleón, para
convencer a Fernando en que se reuniera con éste para asegurar el
apoyo francés a la causa fernandina. El joven Fernando acudió a la cita,
engañado, acompañado por Savary y “tropas” del Mariscal Murat,
ignorando que el final del viaje acabaría en Francia. En Madrid, quedó
una Junta Suprema de Gobierno, presidida por el infante Antonio
Pascual (hermano menor de Carlos IV) y algunos de los Ministros de
Fernando, con instrucciones poco precisas (fundamentalmente tener
buenas relaciones con el Ejército ocupante) para cubrir el vacío de
poder, que de poco valió.
A finales de abril, Napoleón tenía en su poder a casi todos los miembros
de la familia real, a Godoy y al canónigo Juan Escóiquiz Morata
(ambicioso e intrigante preceptor de Fernando, partidario abierto de
Napoleón, que llegó incluso a convencerlo para que escribiera una
sumisa carta al Emperador en la que solicitaba humildemente una mujer
de su familia con la que casarse), empezando su presión sobre ellos,
para de esta manera, dividirlos y ahondándolos aún más, de acuerdo
con sus intereses. Pocos días después, Carlos IV, se reafirmó en la
nulidad de su abdicación, resultado de la fuerza y de la violencia –
según él - cediendo sus derechos al Emperador a cambio de asilo en
Francia y unas rentas, argumentando que Napoleón era el único que
podía poner paz en España. Al día siguiente, el 6 de mayo, Fernando,
que aún no conocía la decisión paterna, también se sometió a la
voluntad napoleónica. El resultado fue que Napoleón se convirtió, en un
santiamén, en dueño y señor de España. Pero en la Península, las
fuerzas invasoras, comenzaron a tener las primeras escaramuzas, no
con la Junta de Gobierno nombrado por el Rey Fernando, sino con el
pueblo llano, que ya se estaba dando cuenta de las verdaderas
intenciones de los franceses.
11. Las abdicaciones de Bayona, por desgracia, habían abierto aún más el
camino del Emperador que continuaba presionando a la Junta y al
Consejo de Castilla para legalizar sus decisiones. Pero el diez de mayo,
éste organismo, desafortunadamente para el Reino, aceptó a Murat
como Teniente General de la Monarquía, lo que implicaba que el
Mariscal francés ejercería el mando supremo en el Ejército español.
Mientras tanto, Napoleón continuaba con su inmisericorde labor de
zapa ofreciendo a su hermano, José, el Reino de España, dejando su
trono italiano, que ostentaba en esos momentos. Murat recibió
instrucciones concretas para preparar la llegada del nuevo Rey, cosa
que no le costó mucho trabajo debido al beneplácito de las
instituciones españolas, a las que les quedaban pocas horas de
libertad, así como a todo el pueblo español.
Conclusión
En el fondo, Napoleón y los franceses no comprendieron en absoluto el
significado de este levantamiento popular. Los funcionarios franceses
sabían que el patriotismo de las clases oficiales era dudoso y vacilante;
pensaban que, si los capitanes generales se sometían, el pueblo les
seguiría. Creían que el pueblo español estaba plagado de cobardes,
como los árabes – según decían ellos. En cuanto a la tropa, José I,
12. aseguró a su hermano que seguiría al mejor postor. La nobleza, el clero
y los militares se unieron al pueblo a tiempo y apaciguaron los
desórdenes, que iban en aumento día tras día. A medida que los
ejércitos franceses avanzaban, en la zona cada vez más reducida
controlada por los anti franceses, en el que hubo diversos Gobiernos
españoles (Junta, Regencia, Cortes), el Gobierno efectivo y el esfuerzo
bélico de los años 1808-1814 estuvo en manos de las Juntas que
concedían pasaportes, hacían levas locales, expedían licencias a los
boticarios, etc. Por encima de las Juntas ciudadanas se hallaban las
Juntas provinciales, organismos controlados por propietarios locales,
clérigos, oficiales y funcionarios que se habían unido a la causa
patriótica.
El Consejo de Castilla, pese a sus repetidos llamamientos a que era la
única autoridad legalmente constituida, estaba desacreditado por su
sumisión a Murat por lo que las Juntas provinciales trataban sus
órdenes despreciativamente. En septiembre de 1808, los delegados de
las Juntas provinciales se reunieron en Aranjuez – ya se había librado la
decisiva batalla de Bailén a favor de las tropas españolas –
constituyendo la Junta Central. Pero esta Junta tenía mala fama. La
formaban 35 personas presididas por Floridablanca[11] que entre otras
cosas pretendía que, al anciano Presidente, se le llamara “majestad”.
El levantamiento del 2 de mayo fue un fracaso ya que Madrid no
consiguió expulsar al invasor francés y la revuelta fue sofocada, pero si
triunfó plantando la semilla y sembrando la combatividad en todo
España, comenzando de esta forma la Guerra de la Independencia, en la
que ya sí participó activamente el Ejército español que conseguiría
alguna importante victoria como la de la Batalla de Bailén (primera
derrota de un ejército Napoleónico). A su vez, el grado de heroicidad
que consiguió la revuelta, inspiró a decenas de miles de españoles que
se encuadraron en las llamadas guerrillas, fundamentales para hostigar
a las fuerzas francesas y a la postre vital para acabar con toda
presencia gala en España.
Había empezado la Guerra de la Independencia y el Antiguo Régimen
había pasado a mejor vida… aparentemente.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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Bibliografía
RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
DE LOZOYA, Marqués. Historia de España.
PÉREZ GALDÓS, Benito. El 19 de marzo y el dos de mayo.
Batallas de guerra. com.
[1] María Luisa de Borbón o María Luisa de España (1782- 1824), era hija
de Carlos IV, y por tanto hermana de Fernando VII. En el año 1801,
Napoleón Bonaparte ocupa el territorio del ducado de Parma (que fue
un antiguo estado italiano existente entre 1545 y 1860, a excepción de
un corto periodo en el que pasó a formar parte de Francia) e
inmediatamente asigna a los duques de Parma el territorio del reino de
Etruria, creado sobre el antiguo Gran Ducado de Toscana. La
compensación territorial se hace ya que la familia Borbón de España, de
la cual era miembro la duquesa, era aliada de la causa bonapartista en
aquel momento. El Reino de Etruria tiene una efímera vida y en 1807
desaparece.
[2] Las Guardias Walonas (1713-1815), fue un Cuerpo de Infantería
reclutado originalmente en los Países Bajos, fundamentalmente en la
Valonia católica. La Guardia valona o walona era un cuerpo escogido en
el ejército del Rey, cuya creación se remonta a la época en la que los
Países Bajos formaban parte de la Monarquía de los Habsburgo. Se
reclutaban entre los hombres más aguerridos y de mayor estatura para
ser empleados en misiones de especial riesgo, como encabezar un
asalto o cubrir una retirada. Realizaban también labores de seguridad
ciudadana. Estaba formada por flamencos o valones en número de
unos 4.000 hombres. Después de la emancipación de aquellos
territorios, continuó subsistiendo en España la Infantería valona que,
junto con la española, la irlandesa, la italiana y la suiza, constituían los
distintos Regimientos de soldados profesionales en la Guardia Real y
como unidades de refuerzo en tiempo de campaña a la Caballería e
Infantería del Ejército español.
[3] Enmanuel, marqués de Grouchy fue un militar francés, Mariscal y Par
de Francia.
14. [4] Este cuartel que toma el nombre de la calle donde está ubicado, fue
durante los siglos XVI y XVII casa palacio de los Fernández de Cabrera y
Bobadilla, más conocidos como Condes de Chinchón, y ya en el
setecientos del Marqués de Tolosa. Con posterioridad, fue adquirido
por el Estado y al ser un caserón de notables proporciones, el gobierno
lo destinó a acuartelamiento del Real Cuerpo de Alabarderos,
llevándose a cabo algunas reformas necesarias para su nuevo uso. Este
cuerpo militar, junto a otros cuerpos como la Real Guardia de Corps,
tenían como misión primordial custodiar al rey, a los personajes reales,
sus residencias y palacios, de ahí que este acuartelamiento este
próximo al Palacio Real.
[5] Consejo de Castilla (o Consejo Real): es heredero de la institución
creada en las Cortes de Valladolid de 1385, y una de las piezas
fundamentales de la España moderna durante el reinado de los Reyes
Católicos. Como el resto de los Consejos de los Reinos, el de Castilla
tenía jurisdicción en todo cuanto tocaba a justicia en los diferentes
territorios castellanos.
[6] Consejo de Hacienda: Fue el centro de la administración de la
Corona de Castilla bajo los Austrias, y en torno a él se conformaban sus
dos Contadurías Mayores: la de Cuentas y la de Hacienda, así como el
Tribunal de Oidores. Heredero de instituciones medievales, fue creado
en 1523 por Carlos V.
[7] Consejo (y Cámara) de Indias: Como es normal, la primera
administración de las Indias estuvo bajo el amparo del Consejo de
Castilla y de una persona de confianza nombrada por los Reyes
Católicos, que fue el arcediano Juan Rodríguez de Fonseca, que se
completó en 1503 con la creación en Sevilla de la Real Casa de
Contratación. Pero la complejidad de la administración americana
(unida a la asiática) hizo necesario crear un órgano específico, que ya
funcionaba de manera independiente desde 1523. Dado el gran número
de cargos que había que proveer en las Indias, el 25 de agosto de 1600
se creó la Cámara de Indias, que fue la encargada de consultar al Rey
todas “las provisiones eclesiásticas y seglares que hubieren de hacer
para el buen Gobierno, espiritual y temporal, de las Indias”, siguiendo
de cerca el modelo de Cámara de Castilla.
[8] Consejo de las Órdenes: estaba constituido por Caballeros de las
Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara, y tenía como misión
15. comprobar la pureza de todos aquellos nobles que quisieran
introducirse en las Órdenes; era común anhelo de muchos aquéllos que
querían ganar prestigio social en su propio estamento lucir en su pecho
la cruz de algunas de estas órdenes.
[9] Juan Gregorio Felipe Ramón Pérez de Villaamil y Paredes (1754-1824)
Político absolutista del Reinado de Carlos IV y Fernando VII. Destaca por
haber sido el instigador y autor intelectual del célebre Bando de
Independencia o Bando de los Alcaldes de Móstoles, que ha
trascendido históricamente como el documento que inició la Guerra de
la Independencia.
[10] Esteban Fernández de León e Ibarra fue un político español y
aristócrata del Reinado de Carlos IV y Fernando VII. Destaca por haber
sido promotor, junto a Juan Pérez Villaamil, del Bando de
Independencia o Bando de los alcaldes de Móstoles.
[11] José Moñino y Redondo (1728-1808), I conde de Floridablanca, fue
un político español que ejerció el cargo de Secretario de Estado entre
1777 y 1792 y presidió la Junta Suprema Central creada en 1808.
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