1. El Duelo ante el fallecimiento de
un hijo...
Ps. Yaneth Rubio Pinilla
Ante el nacimiento de un hijo con alguna discapacidad funcional, el asumir que
siempre será dependiente cuesta mucho a padres y familiares, la noticia les lleva a la
incertidumbre; la confrontación con la noticia trae avances y retrocesos frente a la
aceptación de la nueva realidad. Resulta normal sentir vergüenza, frustración, ira,
culpa hacia sí mismos, angustia, ansiedad, tristeza, etc. Ambivalencia por decidir
que hacer frente a cómo proteger al niño y a su vez sentir rechazo por su limitación,
siendo esta ambivalencia fuente de sentimientos de culpa y de tristeza. Es
fundamental darse tiempo para ajustarse a la nueva vida, reasignar roles y volver a
distribuir funciones.
El nacimiento de un hijo enfermo trae también la pérdida de ilusiones e ideas pre
establecidas antes del nacimiento por parte de los padres, se pierden los sueños y la
fantasía, supone una nueva regulación de las emociones y requiere madurez para
movilizar defensas psicológicas. Se presenta fuerte oscilación entre el aceptar la
situación y la incapacidad para soportarlo.
El duelo es asunto de familia, desarrollar estrategias que faciliten la construcción de
vida con calidad.
Jamás se podrá aceptar que los hijos mueran, es algo que va contra lo natural, no
pertenece a los esquemas evolutivos. Aquí la culpa es un sentimiento intenso,
personal e intransferible. Los padres tienen necesidad de hablar, no se vale
cambiarles el tema.
Ante el duelo por la muerte de un hijo viene bien revisar cuáles son los objetivos que
se tienen con la pareja, escribirlos, buscar nuevos significados. No olvidarse del
cuidado de la salud, normalizar los hábitos, el sueño, las comidas, los ratos de ocio,
la higiene. etc.
2. El duelo no se cura, se asimila la pérdida. Nunca se podrá olvidar a ese hijo muerto,
pero si aprender a convivir con la tristeza.
El duelo por la muerte de un hijo trae consigo irritabilidad, enfado, culpa, problemas
en las relaciones de pareja, en el trabajo, la adopción de conductas de riesgo, incluso
síntomas depresivos, de ansiedad... etc. Lo mejor es pedir ayuda a profesionales que
orienten y acompañen.
La pareja se apoya en tres pilares fundamentales: la intimidad, el compromiso y la
pasión. Si están bien construidos antes del fallecimiento de un hijo ayudarán en el
proceso de duelo.
A los hijos no hay que negarles el dolor, hay que permitirles estar tristes y que lo
expresen. Ayuda hablar con la mayor sinceridad y naturalidad posible del hijo
fallecido, incluso de la tristeza que todos sienten.
La muerte de un hijo jamás no se olvida, se puede integrar en la vida de forma que
resulte una experiencia transformadora. El duelo también deja espacio para
momentos de recuperar la alegría, la sonrisa o el disfrute ante las nuevas
experiencias de la vida y hay que permitírselos sin culpabilidad.
Es imprescindible cuidar la comunicación entre los padres que han perdido un hijo,
darse permiso para vivir los sentimientos y emociones.
A un niño cercano a la muerte se le debe brindar información sobre lo que va a
ocurrir, es su derecho; adaptar las respuestas de acuerdo con su edad, preguntarle:
¿qué te preocupa? Siempre desde la honestidad, el amor y la compasión.
Cuando los padres están en la traumática y complicada situación de despedirse de su
hijo que va a fallecer, la autenticidad puede ser la forma más respetuosa de decir
adiós. Aceptar todo lo que salga del corazón, como las lágrimas y la tristeza, puede
ser una opción.
3. El sueño alterado, sentir fatiga, falta de energía, hipersensibilidad al ruido, sensación
de opresión en la garganta y el pecho… son parte normal del proceso de duelo,
respira profundo, ya pasará…
La herida del dolor es una ventana para que entre la luz. La muerte de un hijo trae
consigo mucho dolor, también puede traer transformación.
La enfermedad y la muerte pueden aportar una conexión mayor con nuestra
espiritualidad, más allá del cuerpo físico. La muerte de un hijo trae un cambio
inesperado donde todo alrededor se ve afectado.