1. EN LA CASA DEL SOL NACIENTE, GERMAN ALONSO CERÓN
El Sol no tiene historia,
el Sol vive en la eternidad del momento,
dijo el pintor.
Homero Aridjis
Ante el inclemente sol y algunos nubarrones de las tres de la tarde, un ave
extiende sus alas bajo lo que hoy es una lápida con cuatro girasoles marchitos,
allí descansa German Alonso Cerón Ojeda, nacido el 27 de febrero de 1950 en
Málaga, Santander, soñador, honesto y excelente pintor, quien a sus 65 años
liberó su alma hacia la casa del sol naciente, inspiración de sus últimas obras,
como si presintiera la partida a un nuevo amanecer eterno.
Hablar de la vida de German Alonso, es adentrarse al universo creador de sus
obras, es sentir la pasión del primer trazo y el orgullo de la pintura culminada,
2. al compás de alguna canción colombiana o algún soneto de Beethoven, que
bien le gustaba; el German pintor y escultor es el que vivía en una especie de
submundo construido por él, llamado casa. Desde 1969, año en que contrajo
matrimonio, habitó en tres residencias; la primera, según su hijo Rolando
Cerón, la más emblemática de todas, la construyó con esfuerzo y dedicación,
haciendo de ella una digna obra de arte. Ante la difícil situación de vivir de la
pintura, decidió ceder su espacio de inspiración para establecer una discoteca
llamada Constelación, donde la salsa brava hacía de las suyas, poco después
cerró a causa de no ser un ambiente óptimo para el crecimiento de sus hijos.
La segunda residencia, situada en el barrio La Playa y reformada por el
maestro, fue el lugar donde estableció su taller de pintura y decidió lucharlo
todo por sacar a su familia a adelante y su sueño de vivir del arte.
Tiempo después, decidió alejarse del bullicio de los carros y se ubicó en el
barrio Puente Barco, el ambiente ideal para un artista que desea encontrarse
con la dimensión del color, la línea, la composición e inspiración, este
constituyó su última parada, donde el extraño se pierde entre las escaleras y
pasadizos que conducen al pensamiento de Cerón, al submundo del pintor ,
compuesto de pinceles, paletas, obras y caballetes que hablan por sí solos de
alguna historia, de algún pedazo de realidad tomada y hecha arte.
Pintó hasta que su armadura lo permitió, aun con el dolor que causaba el cáncer
de estómago en su cuerpo, madrugaba para soltar el niño campesino de ocho
años, que soñó con ir más allá del coqueteo con el dibujo a inmortalizar
instantes cotidianos o imaginarios, ese era el artista, el que no buscaba matar el
tiempo, si no congelarlo, el del dedo en la cien, buscando crear o recrear lo
imperceptible para el ojo humano.
Ese era el German Alonso solitario, pero también estaba el social, el que en sus
años de juventud gustaba de un buen trago, música bailable y su círculo de
amigos, para compartir experiencias que terminaban en risas, era el
observador del boxeo y el futbol, gusto que más adelante compartió con su hijo
mayor Rolando, viendo a leyendas como Kid Pambelé o Maradona; en los
últimos meses de vida despertó su interés por la lucha libre, donde hombres
enmascarados representan combates sin más objetivo que inmovilizar el
adversario sin golpe alguno.
3. La política no era lo suyo, poco se refería al tema y si lo deseaba hacer, reflejaba
su postura en cuadros que hablaban de la corrupción y la violencia, que no
resultaban gustosos al público y terminaban en algún rincón de su casa, a la
espera de algún curioso que quisiera adquirirlos.
También existía el German amante de la naturaleza, el cómplice de la mayoría
de sus cuadros, el que los domingos salía en busca de algún ambiente que
palpar y plasmar, el del tradicional paseo de olla en familia, como cualquier
cucuteño que busca espacios de diversión al aire libre, momentos de
interacción con sus semejantes.
Esa era su cara social que mezclaba con su postura familiar, de padre ejemplar,
que inculcaba la honestidad, el buen vestir, la educación y la familia como pilar
de todo ser humano, quien corregía con amor y respetaba los gustos de sus
hijos a pesar de no comprenderlos, era el esposo detallista, que conquistó a su
amada con cuadros, carteras y correas que él fabricaba, se puede decir que fue
el alfarero que construyó su hogar con dedicación, amor y fe en DIOS, porque
creía en él.
Tenía plena conciencia de la existencia de un ser supremo y la necesidad de
buscarle, así fue como encontró en un grupo catecumenado, la conexión con el
sol naciente, el que pintaría su alma de infinitos y eternos colores en el lienzo
llamado eternidad; esa eternidad que inmortalizaba en sus obras, pero poco
hablaba, porque la muerte en la mente del maestro no era tema de discusión, el
prefería vivir, respirar y sentir como si solo se encontrara el ahora.
Al final resulta mejor que pensar en la muerte, si bien es segura e inexplicable,
juega todo el tiempo, como hace unos meses atrás en una ceremonia de
reconocimiento a la vida y obra del maestro Cerón como pintor, él se
encontraba radiante y entusiasta, mientras un viejo amigo escritor apenas
lograba llegar al recinto con serios problemas de salud, pensando vivir horas
extras en el mundo, y al final partió el pintor radiante y el escritor vive sin
explicar el porqué de lo sucedido, concluyendo “para morir solo se necesita
estar vivo y al final siempre terminan adelantándose los buenos seres
humanos”
Angélica Pereira Llanes
Diana Peñaranda Botello