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Rafael Heliodoro Valle
La rosa intemporal
Antología poética
1908-1957
En conmemoración al cincuentenario
de la muerte de Rafael Heliodoro Valle
1959-2009
Primera Edición, 2009
© Secretaría de Cultura, Artes y Deportes
Tegucigalpa, Honduras
Autoridades Secretaría de Cultura, Artes y Deportes
Myrna Aída Castro R., Secretaria de Estado
Héctor Roberto Luna, Director General del Libro y el Documento
Consejo Editorial
Óscar Acosta
Eduardo Bähr
Mario Argueta
Diagramación y Diseño
Doris Estrella Laínez Aguilar
ISBN
978-99926-53-04-3
Editorial Cultura
Printed in Honduras
Impreso en Honduras
Presentación
Mientras sea posible dar a la imprenta la poesía completa de Rafael
Heliodoro Valle, reúno en estas páginas algunos de sus mejores poemas. El
título no ha sido puesto al azar. Fue elegido por él mismo, que siempre pensó
publicar una antología de su obra poética. En su ―Diario‖ del 31 de agosto de
1953 escribió: ―La rosa intemporal, éste debe ser el nombre del volumen en
que deseo recoger lo mejor de mi obra poética. Así viene en la página de
poemas que me ha publicado “Espiral de Bogotá‖.
En el archivo magnetofónico de la Biblioteca del Congreso, en
Washington, se conservan 30 poemas grabados por él mismo en 1952. Todos
ellos están aquí incluidos. Su producción poética total consta de algo más de
400 composiciones. Aparecen aquí 101. Las he escogido de todas las épocas,
aún entre los primeros poemas que posiblemente él mismo había ya olvidado,
como sucede con el titulado “Amanecer de mar” que apareció en una revista
dominicana y que me fue enviado desde Santo Domingo; o bien, la “Oda a
Juárez” que estaba inédita y olvidada desde 1911. El lector podrá así apreciar la
evolución de su poesía, iniciada en la etapa del post-modernismo.
De haber cumplido su propósito de reunir esta antología, la selección
que él hubiese hecho habría sido diferente y, posiblemente, más severa. Se
trata, de un gusto enteramente personal.
He puesto aquí las últimas versiones, cuando un poema fue modificado
y corregido posteriormente a su forma original. La única excepción ocurre con
el titulado “Ave María en el mar”, del que reproduzco la primera versión de
1923, publicada en la revista “La escuela costarricense”, por considerar que
aparece allí en su forma más perfecta y completa.
José Santos Chocano escribió al conocer los originales de Ánfora
sedienta: “El poeta del Ánfora está loco de prismas. En sus ojos retiembla la
embriaguez de las piedras preciosas. En sus manos se sonríe el delirio
tornasolado de las sedas… Mezcla él, con manos pródigas, los camafeos
sacramentales en que trasudó el benedictismo de Gautier, los ópalos malignos
en que cristalizó el calosfrío de Baudelaire, las perlas tremulantes en cuyo
oriente palpitó la sonrisa maliciosa de Banville, los rubíes de la sangre cálida
en que se coagularon los diabolismos de D’Aurevilly, las esmeraldas
obsesionantes en cuyas angustiosas aguas se zambulleron las perversidades de
Lorrain, los diamantes translúcidos en que se cuajaron las lágrimas alcohólicas
de Pauvre Lelian… Dijérase, al leer estos poemas —que así merecen ser
impresos en páginas de seda como precedidos por iniciales de misal— que se
asiste a una orquestación de los siete colores, apurados en la combinación
febril de todos sus matices y revestidos por la pompa exuberante de una gran
lujuria verbal. El Cuervo sabio me dice, así, al oído: ―Bebe de esta Ánfora; que
en el fondo de ella, y sin mezclarse al buen vino francés, está asentada una
gota de la sangre indígena y hierve una lágrima de León!‖.
Así se expresó el poeta peruano en 1917. Muchos años después, en
1943, el poeta mexicano Enrique González Martínez, dijo a su vez al conocer
los originales de Contigo: ―La personalidad de este hombre de las cien caras y
de los mil y un seudónimos, es difícil de aislar y definir. En el trato humano,
tiene un solo rostro amable e inconfundible, un solo ingenio sutil, un solo
noble corazón; pero en su actividad literaria, es otra cosa; cuando piensa uno
haberlo encontrado en el cronista ágil y fino, se nos escabulle y aparece en el
investigador histórico que ha ido acumulando documentos y acopiando datos
sin que logre saberse cuándo ni cómo; si se cree que su centro de acción es el
periodismo, lo descubrimos en la cátedra, atento a su deber y dedicando
pacientemente a la enseñanza; cuando estamos seguros de haber atrapado al
bibliógrafo, nos tropezamos con el humorista, y éste se esconde para dejar su
sitio al poeta…
…Poeta conocí a Valle y lo vuelvo a encontrar en este libro de sus más
recientes emociones. Con estos poemas de hoy, muestra que no es el viajero
inadvertido que recorre su senda sin parar mientes en las amorosas
solicitaciones del paisaje, sino el peregrino que atiende a toda voz y a toda
forma para guardarlas celosamente, en espera de transmutarlas en canción.
Este libro de madurez, hora de las creaciones definitivas, momento en que lo
retórico y lo puramente literario ceden el paso a la emoción humana y sin
afeites, nos da lo más noble del espíritu de Valle: forma pura, sensibilidad
honda, visiones convertidas en estados de alma, música en que el dolor y la
alegría ponen su nota de arte sincero y de vida profunda. La forma gallarda,
plenamente dominada por el poeta, y el verso limpio, hacen lo demás…‖
Y estas frases constituyen la mejor semblanza de Rafael Heliodoro Valle, y el
mejor juicio de su poesía.
Emilia Romero de Valle
México, D. F., abril de 1964
CREDO
Creo en la Poesía pura, la Poesía en sí, la que nos libera de las cadenas del dolor y la
muerte. Creo que en el principio fue la Poesía y que las palabras sólo son la escala de Jacob que
ella nos tiende para evadirnos hacia la pureza.
Clásicos, románticos, modernistas, ultramodernistas: son solamente nombres para
ubicar, en la cronología de las esencias y los valores, las formas de la expresión poética que
cambia con el clima de la sensibilidad.
La rosa es intemporal. La Primavera no muere, porque sólo se esconde a los sentidos
impuros. En ella nos verificamos, y por ella somos habitantes provisionales de su mundo de
encantamiento, sombras que fugazmente se iluminan. Desde Homero hasta San Juan, hasta
Góngora y Verlaine, en Darío y en González Martínez, la Poesía es la misma, innumerable,
indivisible. Los sabios han pretendido clasificarla, como las flores y las estrellas; pero ella está
más allá del tiempo, más allá de nuestros más hermosos sueños, haciéndonos confidentes de sus
sagrados misterios, dándonos nuestra ilusión de cada día.
Creo en que la Poesía tiene el secreto de la rendición del hombre y que ella es la tierra
prometida en que el acto puro es igual a la música azul de la estrella que hace muchos siglos
murió pero sigue iluminando la Tierra.
Rafael Heliodoro Valle
Nueva York, abril de 1953.
PRIMEROS POEMAS, NO
RECOGIDOS EN VOLUMEN
1908-1911
Amanecer de mar
Al lápiz rosa
Llueve la aurora miel sobre el aliño
de las cimas en flor, —dulces de bruma—,
y con seda de luz limpia el armiño
de los cándidos lirios de la espuma.
Vuelca el amanecer en la lejana
blancura su florón de resplandores,
y de ópalos y lises. ¡La mañana
es un rosal azul que rompe en flores!
Prende a las aguas mágica guirnalda
de oro y nieve solar la dulce bruma.
¡Sobre la primavera de esmeralda
canta la primavera de la espuma!
Rubia de amanecer es la gloriosa
deshojación del mar, que en sus temblores
hace que todo, —al sol—, se anegue en rosa:
¡armiño, azul, espuma, aguas y flores!
Mar Pacífico, 1908
Tropical
Tiende su palio rosa Primavera
sobre el campo de abril, verde y joyante;
el cielo es como un trozo de diamante
y es un búcaro de oro la pradera.
Luce un verde festón la enredadera
en su limpio follaje deslumbrante,
y en el árbol añoso y susurrante
labra la abeja su panal de cera.
Cantan en la cañada los zorzales
florecen los sonoros cafetales
bajo el dombo de un cielo de violeta.
Y mientras en la selva de capayas
vuela un coro de verdes guacamayas
va rodando en el campo una carreta.
México, D. F., 2 de septiembre de 1909.
Surtidor de luna
Surtidor de leche, surtidor de nieve,
surtidor de plata, milagroso y leve
como el cáliz fino de una inmensa flor;
cúpula de espuma, misteriosa y suave,
claro como lirio, gorjeador como ave,
floreciente copo, vaso de frescor!
Es de azur tu encaje limpio y rutilante,
pájaro de nácar, lúcido y brillante
que se esponja alado como pavo-real;
tienes los tesoros del aurifabrista,
eres milagroso como el joyerista
que hace de las aguas plumas de cristal!
Surtidor sonoro, límpida colmena
más maravilloso que la luna llena
cuando va regando cálido fulgor;
llevas por riqueza tu caudal de gotas,
trinos y matices, que derraman notas
en tu pentagrama, claro surtidor!
Surtidor de leche, surtidor de plata,
en tus muselinas lento desbarata
este plenilunio nieve sideral;
hermano sonoro, que en tu pedrería
llevas empapada mi melancolía
con las transparencias de tu azul cristal!
México, otoño de 1909.
Plenilunio
Una benevolencia de frescura
pasa por el silencio, amada mía,
cual si pasarán por la perla pura
de la noche, los ópalos del día.
El plenilunio en su joyel abierto
acicala los tumbos de sus gemas:
es paréntesis de oro en su desierto,
oasis de milagrosas crisantemas.
Sobre el estanque azul, el cisne es una
camelia que se aloja en un zafiro:
dispone de lo blanco de la luna
y de las inconstancias del suspiro…
Y tornasol de buche de paloma
sucede a la esmeralda vespertina:
nos da el viento su música y su aroma,
y el agua su paciencia cristalina…
Junto a la soledad de los senderos
brilla lo que se esmalta y que perfuma:
toda blancura hostial de jazmineros
y victorioso escándalo de espuma…
Todo lo que se embriaga y se deshoja,
hace evocar los júbilos del nido.
Cuando veo al estanque se me antoja
que un pedazo de cielo se ha caído…
Y se prestigia en luna cada trino,
cada fulguración y cada broche;
y el silencio es magnánimo y divino
en la benevolencia de la noche…
Dices que te hallas sola en tu tristeza,
pero en una verdad respuesta fundo:
¡cuando tu boca pálida me besa
pasa la eternidad en un segundo!
Y que te gusta más la noche bruma
porque sus tules cándidos enflora…
¡Cambias por una dádiva la luna
todos los rosedales de la aurora!
Entre la luna y tú, secreto existe.
Ignoro en mi inquietud piadosa y franca,
si por ella al pasar te haces más triste,
o ella al pasar por ti se hace más blanca.
Octubre, 1910
Música fúnebre
Como chorro de luna que se vuelca en un trino,
como seda de trino que diluye la luna,
va temblando el nocturno tristemente divino
en el suave silencio de la noche oportuna…
Y tus fúnebres manos se prestigian en una
soledad de mortaja, cuando exhuman del fino
marfil prócer, las notas. Finge ser tapa bruma
de ataúd la del piano, tristemente divino…
Es Chopin el que pasa con su mal… y adivino
que se acoge al silencio de su azul torre bruna,
como pájaro negro en la sombra de un pino…
Mi tristeza presiente que en la noche oportuna,
se diluye su pena, cual perfume en un trino,
como chorro de trino que se vuelca en la luna!
México, octubre de 1910.
Elogio del maestro
(Versos leídos por su autor en
la inauguración de la Escuela Normal
de Profesores de México el 12 de
septiembre de 1910.)
¡Y bien! Me llego a la radiosa pira,
ebrio de azur y libre la sandalia
acaso de ilusión o de mentira.
¡Traigo en las manos trémulas la lira,
Hércules joven a los pies de Onfalia!
Echo la zarza en el brasero exhausto
mientras del horizonte aurora sube,
y del leño triunfal del holocausto,
la llama parabólica, hasta el fausto
empíreo, asciende en forma de una nube!
Vuelca la luz espumas y joyeles
sobre el amanecer —¡liras y rosas!—
con todas sus fragancias y sus mieles,
como una epifanía de claveles
tras una incubación de mariposas…
Blanca de mármol y oro resplandece
la zarca lejanía encristalada:
¡ilusorio jardín que desvanece
un rosal de fulgor, donde florece
el cándido botón de la alborada!
Pálidos lises de enjoyado armiño
luce el azur en su crespón celeste…
¡Oh Juventud, como el Poeta ciño
roble a tu sien, y por urgir tu aliño
beso las blancas fimbrias de tu veste!
¿Y ese de barba nívea y resonante
báculo de ilusión, a quien admiras?
¡Peregrino de lengua fulgurante
que merece viajar entre vibrante
mágico són de alondras y de liras!
¡Ese pastor de júbilos, que aduna
sacro laurel y diamantina palma,
copia en su frente palidez de luna,
en su conciencia sol; y tiene una
santa resignación dentro del alma!
¡Oh fogueado viandante nazareno
que sale del Dolor, como va al limbo
pródigo brote de dulzores lleno!...
¡Lleva el cielo en el alma porque es bueno
y en la pálida sien le tiembla un nimbo!
* * *
¡Eres tú, ¡oh Señor! el de tranquila
unción y transparencia de lucero:
guardas amanecer en la pupila,
helicones de miel en la mochila
y en tu faz la tristeza del sendero!
Y pues derramas mieses milagrosas
en los ávidos surcos florecidos,
tienes para tus ansias armoniosas,
un temblor matinal, como las rosas,
y un corazón de miel, como los nidos!
¡Amor! Fresco panal, de matutino
y selecto dulzor. ¡La vida es eso!
Todo lo que perfuma y es divino…
¡Se unen los buches y se enjoya el trino,
se unen los labios y se enflora el beso!
¡Alma! Tú eres de amor; tú das la gloria
al que sube al Azul o va al abismo.
Es igual para ti gema o escoria…
Para el que lucha y sueña en la victoria,
nido y tumba, ¡oh Amor! ¡todo es lo mismo!
No te canses, Señor, cuando tu mano
riegue mucha semilla melodiosa,
que la gracia del lirio fue gusano.
¡Haz que reviente sobre el surco el grano,
y en el botón de luz rompa la rosa!
Tu mano herida arroje la simiente,
que es más hermosa al verse mutilada
en su mármol la Venus transparente,
y el agua jubilosa del torrente
da más espumas cuanto más golpeada!
* * *
¡Oh cándida ilusión, místico anhelo
que subes al Azul por lo divino!
¡Das a las ondas, claridad de cielo,
a los boscajes, el temblor del vuelo,
y a las auroras, la piedad del trino!
¡Oh sembrador! Que buscas en la rama
la flor de fuego que la savia atiza,
haz de tu ensueño, lírico oriflama:
¡como secreta floración de llama
bajo el albo crespón de la ceniza!
¡Jardinero que ves en la florida
pascua del polen, al plumaje leve
de Florëal! Tú pasas por la vida
como beso de amor sobre una herida,
como lucero blanco por la nieve!
Tú corazón con su perfume sella
todo lo que refulge como el astro
que en el plumón de luz rompe y destella,
y en mediodía es sol y en noche estrella…
¡Tu corazón es dalia de alabastro!
¡Canta al Amor! Ya están los marfileños
copos de escarcha desplegando galas
y pájaros los nidos abrileños…
¡Tu labor es idea: cuidar ensueños,
abrir los lirios y dorar las alas!...
* * *
¡Y bien! Quisiera darte en mis anhelos
todas mis esperanzas y mis rimas.
En el Azur, los dos somos gemelos:
¡Tú naciste, Señor, para los vuelos,
Yo como tú, nací para las cimas!
México, septiembre de 1910.
Sangrienta el alma en el laurel fragante
Para Leopoldo de La Rosa
De dónde vine yo? Tal vez de un monte
que se cansó de amar todo lo ignoto
de las calladas lámparas del cielo;
de un camino remoto
que se quedó temblando en un pañuelo…
Vine quizás de la azulada huella
de algún convalesciente peregrino;
tal vez de la penumbra de un ramaje;
de las enfermedades de una estrella
que se quedó muriendo en el camino
para anegar de lirios el paisaje…
De dónde vine yo? De la fragancia
que en el enamorado firmamento
la columbran las almas, sin que el broche
llene con su embeleso la distancia,
y va peregrinando como el viento,
sin saber en qué flor, pasar la noche…
Y a dónde voy? Acaso hacia la seda
de esta divina tarde que devana
todo el lino otoñal de la alameda
sobre la rueca azul de la ventana…
Y me pongo a mirar todo lo oscuro
del camino remoto, del camino
de nácar, y apresuro
mi viaje… Si he de ser en la garganta
de un ignorado ruiseñor divino
tal vez un verso vaporoso y puro…
Mayo 1911.
Oda a Juárez
(En la fiesta con que los estudiantes
del Estado de México recordaron
el fallecimiento del Benemérito,
el 18 de Julio de 1911).
I
¡Salve, abuelo de bronce y de oro! Aquí me tienes:
así trepan al monte por besarle, los llanos…
Señor, ¿qué quieres que haga? Señor, ¡aquí me tienes!
¡En este santo instante siento que están tus sienes
coronadas de laurel, temblando entre mis manos!
Tú me has visto en las tardes subir al horizonte,
sin sandalia, vestido con un velo de flores:
tú estás entre la nube; por verte subo al monte
y bajo con la cara llena de resplandores…
¡Oh en el exilio en que ibas repasando las huellas
de huesos diamantinos! ¡Te quisiera cantar
con los alejandrinos que labran las estrellas
o con versos azules como los que hace el mar!
¿Con qué carne más pura amasaron tu rostro?
¿Qué tallador de vidas trasladó tus quimeras
a los nobles basaltos? Padre, ante ti me postro
y clavo aquí mis versos como un haz de banderas!
Médulas de leones y columbinas mieles
en páteras te ofrendan las manos en tus giras:
¡para dormir en mármol, sábanas de laureles!
y en vez de hombros amados, un cabezal de liras!
¡Oh Capitán civil! Tu levita cruzada
sobre el sendero amargo se va haciendo girones:
¡se empolva con los nácares de la noche estrellada
y tiene los remiendos que hay en tus pabellones!
II
Cultivaste en la agraria paz del huerto canoro
naranjas, de las cuales eras el vendedor:
¡Vendedor de naranjas de una hespérides de oro,
que en las ingenuidades de tu huerto canoro
aún nos das infinitos almácigos de amor!
Se ha sentado a tu choza la América Latina,
tu india blanca, que busca tu pomar de zafir:
¡le has dado mientras trina su alondra adamantina,
una enternecedora toronja matutina
con mieles de esperanzas y oros de porvenir!
Al tejer la amorosa tela de su Destino,
con rumor de hilandera penelopiana, son
como un torzal, las blancas canas de Hidalgo el lino,
es tu Simón Bolívar el girar diamantino
y Morazán entero rueca de corazón!
III
La tarde en el barranco siempre te halló de hinojos,
dormido en la blancura de tus ovejas… ¿Algo
te habló su vellocino de las canas de Hidalgo,
el sideral viejito de los azules ojos?
Cuauhtémoc en un árbol, con la lengua de fuera,
te perseguía en sueños, chorreando amargura…
¡La cabeza de un Cura colgaba lastimera
y luz daban sus ojos entre la noche pura!
¿Qué diálogos tendrías allá con tus ideas?
¡Con espinas tu mente! ¡Padre, te reverencio!
La luna de tu alma derramaba mareas
para bañar tus íntimas riberas de silencio…
Pensarías: ―Los cuellos sólo serán cautivos
de las guirnaldas que hago con los brazos abiertos.
¡La Patria no se halla sólo en sus hijos vivos
sino que ha sido hecha también con hijos muertos!‖
IV
Cuando la vespertina dulzura de los cielos
corre por los torrentes es que Dios se derroca:
entonces, con relámpagos, ¿qué te dijo Morelos?
¿te dio a beber la linfa de su cristal de roca?
¡Oh abuelo de oro y bronce! Tú todavía sueñas:
pasan parejas de águilas arrastrando tus carros…
¡Forraron tu inmutable máscara con cureñas
ya que estaban comidas tus plantas por guijarros!
Todos dudan. Se enfloran los caminos que sellas
con pedregales ásperos, y hasta el Dolor se cansa!
Mas dijiste: ―¡Aún me queda, picado por estrellas,
un rincón azulado y ahí está mi Esperanza!‖
En tus playas de espíritu qué ir y venir de olas
sonando entre las cuencas de acero de tu cráneo:
¡cada suave suspiro que oprimías a solas
era una espuma apenas de tu mediterráneo!
Pero pasó el secreto barco de alborozo
rasgando las neblinas de tu íntimo horizonte,
¡y al llegar a la playa viste un maravilloso
valle de bayonetas que ascendía hasta el monte!
Las llamaradas de oro rayaban las techumbres
del firmamento puro de los cielos de mayo:
¡era porque pasaba alineando montes
y atropellando al viento, Zaragoza a caballo!
¡Mágico Maestro lírico! El jazmín de la aurora
sobre tus huesos vierte rocío y rosicler…
¡Oh Padre, aún no estás muerto! No ha llegado la hora
de que te vayas! ¡Tienes todavía qué hacer!
¡Hosanna! ¡Los volcanes lucen sus charreteras!
¡Pasa el gran Oriflama! ¡Son los libertadores!
¡Delante de tu coche van todas las banderas!
¡Detrás de tu levita llueven todas las flores!
V
¡Salud a tus laureles y a tu manto arrogante!
¡Saben a gratitud los ramos de tu historia!
¡Préstanos tus penachos, Capitán de diamantes!
¡Geómetra de la América, que eres equidistante
de la circunferencia de astros de la gloria!
El mármol? No podría simbolizar tu pena.
La plata? No se presta para la eternidad.
El bronce? Esa es la copia de tu carne morena.
¡Y al viento tu arrogante manto de tempestad!
¡Morazán te saluda sobre la cordillera.
Su corcel bebe alturas antes de cabalgar!
¡Te abraza mentalmente porque hay en su bandera
lo blanco de tus montes y el azul de tu mar!
Avanza a tus espumas mi río de guirnaldas:
miedo le dan tus aguas siempre llenas de bruma,
pero como el Amazonas de esmeraldas
penetra muchas leguas sin revolver su espuma!
VI
¡Gran abuelo de bronce y de oro! De repente
voces de arriba… ¡Lumbre! ¡Lo Azul! ¡El arrebol!
Tu águila, que pasea por el gran Continente
su rosa, se detiene melancólicamente
para mecer sus alas sobre el nido del Sol.
México, D. F., 14 de julio de 1911.
Inédita.
DE “EL ROSAL DEL ERMITAÑO”
1911
Prócer origen
Artifix monachus fui,
para lo plural rehacio
…Un jarro de flores, y
un puñal… Fue para mí
la vida como un topacio…
Para calmar mi deseo
logró mi ansia fervorosa
hacer versos con Berceo
o pulir un camafeo
sobre una piedra preciosa…
Amé la joya, y el copo
hostial, por lo fino y terso;
la plata del bello hisopo,
el oro dócil del tropo
y la música del verso…
Al guijarro sucio y fuerte
domó mi mano, que odia
la piedra no repujada,
y pudo hallarme la muerte
cincelando una custodia
demasquinando una espada…
La abuela Petronila
¡Oh las blancas abuelitas
que con sus manos benditas
deshojaban margaritas!
Y las que en el manso hueco
de la ventana, en el rueco
hilaban el lino seco…
Las que desde el aclarar
del sol, cantando un cantar,
se ponían a bordar;
o hacían sin darse prisa,
entre añoranza y sonrisa,
las hostias para la misa.
Hubo en mi casona una
blanca: sin mentira alguna
se perdía entre la luna…
En su familiar candor
tenía nostalgias por
su baúl de alcanfor.
Y porque la recordara
una vez me dijo: ―Para
diamantes la noche clara!‖
Tras la vetusta cancela
rezaba mucho la abuela,
a la luz de una candela.
¡Oh manos para el rosario!
¡Trenzas para un relicario!
¡Mirra para el incensario!
Píntenla en místicos rasos
guiando mis primeros pasos
o llevándome en sus brazos!
Mi amor es junto a la losa
de la abuela dolorosa
un príncipe que solloza!
Artifix monachus
Sobre un endecasílabo sonoro,
con mi fina herramienta diamantina,
he logrado pulir guijarros de oro
y con resignación benvenutina.
¡Nunca desesperé! Y rememoro
viejos marfiles de corteza fina…
Dejo de mi cincel, como tesoro,
un puñal, un candil y una vitrina…
Y si artífice fui, llegóse un día
que por las sombras de mi noche cruza
con su celeste plata de harmonía:
¡bajo la nieve fui por el sendero,
entre la media luz, con una alcuza,
pidiendo aceites al azul de enero!
DE “COMO LA LUZ DEL DÍA”
1913
Las mariposas
Dios era, en aquel tiempo, un silencio infinito.
En gestación estaban las entrañas del mito;
un perfume de siglos fluía de la fronda
y era como un espejo encantado, la onda.
Dios sintió que una piedra preciosa tras la frente
le brillaba, y tenía el corazón temblando…
(Cuando las mariposas asoman de repente,
todas las cosas dicen: ―¡Es Dios que está pensando!‖)
Digamos, como el místico: ―¡Dios y todas las cosas!‖
pues de sus manos surgen todas las cosas bellas:
Él dice en la mañana: ―¡Voy a crear las rosas!‖
y entre la noche dice: ―¡Que se hagan las estrellas!‖
Las mariposas blancas
Dios al hacernos blancas como su pensamiento
nos puso a rodar sobre todas las cosas malas;
y somos sus plegarias santificando el viento
y sus inmaculados pensamientos con alas!
Vamos hacia el oriente donde se abren los ramos
de un jardín ilusorio. ¡Volamos y volamos!
¿Por qué ha de preocuparnos el turbión del Futuro
si en labios del Poeta somos el verso puro?
¿Si nuestras alas tiemblan bajo la luz del día,
si vamos a la Vida que perfuma y existe,
al aire de los campos que da su eucaristía
y hacia el país en donde nadie puede ser triste?
El sol es bueno porque nuestras alas expande:
el sol es lo más justo, sólo Dios es más grande!
De todos los tesoros es la joya más buena
y a veces es más suave que la noche serena…
Sólo se nos parecen los pájaros sedeños
cuyos hombros ya nacen para cargar ensueños!
Todo lo despreciamos por lo blanco, hasta el vuelo,
pues cuando Dios sonríe se pone claro el cielo!
Somos la Madre cuando se inclina hacia la cuna.
Rondamos en la cándida corola de la luna…
El aire es nuestra copa de miel de sensaciones;
nuestra madrina el hada de lo que se matiza;
y el jardín con guirnaldas cubiertas de botones
nos ofrece la dádiva risueña de la brisa!
Nuestra vida es el soplo que sin rumor se alarga
y el hueco de la fronda nuestra casa hogareña;
porque peregrinando la vida se hace larga,
pero sobre el regazo de una flor es pequeña!
Mariposas azules
Lo azul es exquisito cuando más se distancia:
hay poeta que dice que es azul la fragancia
y que es azul la música de las tardes divinas,
porque un tuberculoso que fue superhumano
en la cruz del Ensueño fue un Cristo del piano
que vivió con el alma coronada de espinas…
Hemos sido los huéspedes —durante muchos días—,
del jardín de olvidanza que está en las lejanías…
Dios revela en nosotros algo de su riqueza
encendida. Y nos dijo: ―Nunca tengais tristeza‖.
Lo azul es la Alegría: Por eso os di los vuelos;
sed como desprendidas miosotis de mis cielos,
—miosotis sitibundas del pensamiento mío:
por brindaros pan fresco, me convierto en rocío!‖
La Betularia errátil dice en los abedules
el salmo de las alas: ―¡Qué dicha ser azules!‖
En abril brotan ramas para nuestro deseo;
las palomas labriegas se arrullan y se quejan:
¡si juntamos las alas hay un solo aleteo!
¡si volamos parece que los cielos se alejan!
Volar es embriagarse! ¡Qué tremendo sería
si se tronchara el cáliz azulado del día!
¿Hasta cuándo tendremos un reposo? ¿Hasta cuándo
las voluptuosidades nos verán descansando
y nos dará un paréntesis la vagabundería?
Las mariposas irisadas
Nacimos en la noche de los Mil y Un Aromas!
Scherezada era profesora de idiomas
en verso; y el sultán dormía ante el tesoro,
la toronja hechicera y el pájaro de oro…
La princesa nos dijo: ―¡La romería es larga;
pero será muy corta, si el iris es la carga!‖
¡Oh la Thais Hipsipila, nuestra ancianita gualda,
león de los lepidópteros con garras de colores,
y la Emplea Imperator, la que lleva a la espalda
el manto empurpurado de los Emperadores!
Ninfálida tan tenue que el silencio despierta
y coruscante oruga de amarillo limón,
tiemblan de amor debajo de una ventana abierta:
¡no en vano hay en sus alas forma de corazón!
(La mariposa entiende la música: era una
que se quedaba en éxtasis ante un balcón lejano,
sobre el cual extendía sus alas a la luna
aleteando apenas tocaban el piano…)
Unas somos, en nácar, exquisitos misales
donde un fraile aburrido minió sus marginales.
Por dentro somos de iris y de cristal por fuera:
¡Se nos hizo en el molde frágil de la Quimera!
Entramos, al sereno, a un botón de azucena,
y nos acurrucamos para no sentir frío:
¡y nos embriaga el vino de la noche serena
que se aclara en las copas alegres del rocío!
Cuanto más viejas somos más bella es la bandada:
el agua de la fuente es más dulce y dorada,
y si el sol languidece dorando el naranjal
es porque el patio es íntimo y antiguo y otoñal…
Las mariposas tornasoles
Llevamos las fatigas de las piedras preciosas,
soportamos el hambre de lo cerulescente
y sufrimos la sed que padecen las rosas,
si Venus solitaria trémula de repente,
la estrella de amatista que en las tardes hermosas
se engarza en la sortija de oro del Poniente…
Siempre llevamos luto de nemorosos tules:
¡Tenemos la nostalgia por las alas azules!
Nuestra piel atigrada nació en el terciopelo;
nos nutrió la penumbra, y al caer de sus brazos
nos hicimos fragmentos, así como un anhelo
que entre la niebla oscura se convierte en pedazos!
En la hora en que el cielo revela el gran tesoro
—que se esconde en el día como detrás de un velo—
hubo una de nosotros que en un instante de oro
se enamoró perdidamente de un violoncelo!
(Por eso muchas veces se pone triste el cielo
cuando la tarde reza como beato en el oro…)
Ésta es nuestra plegaria, cuando huimos de un broche:
―¡Si seremos, Dios mío, violetas de tu noche!
Si tan sólo seremos con piedad nazarena,
peregrinos a tientas en tu noche serena,
en tu noche serena…‖
¿Esa brisa que pasa, es alguien que nos nombra?
En nuestros finos dedos se ha enredado la sombra,
se ha enredado la sombra que sin rumor deshila
sus madejas que sirven a Dios de leve alfombra
como si fuese el alma —de un místico— tranquila…
El Poeta
Quisiera ser bandada de mariposas blancas
para ir a Dios volando sobre inasibles ancas;
a esa circunferencia de centro de diamantes
del que todas las cosas están equidistantes…
¿Le bordarán los muertos esa ribera mansa?
¿Ahí estará el sereno nido de la Esperanza?
Vuestro hermano es mi Ensueño que está meditabundo;
mi ensueño sitibundo por la miel de la rosa…
¡Cristo en la cruz que extiende, para cubrir el Mundo,
sus alas blancas como divina mariposa!
Con vuestras manos suaves llevadme de la mano,
soy el ruiseñor ciego que en el jardín se agobia
y en la noche se queja sobre un balcón lejano
donde quedó el aroma dormido de una novia…
DE “EL PERFUME DE LA TIERRA NATAL”
1917
Jazmines del cabo
Por qué causas misteriosas
la música de un violín
o el perfume de un jazmín
nos recuerdan muchas cosas?
Sortijas de aguas preciosas,
pañuelos de raso y tul,
cartas dentro de un baúl,
valses del tiempo pasado
y lo del cuento azulado:
¡éste era un príncipe azul!
Esa flor nítida es una
cosa de la primavera:
un jazmín que Ella nos diera
en una noche de luna.
¡Quién sabe por qué fortuna
esa romántica flor
puede expresar el temblor
sutil que en el alma vive,
eso que nunca se escribe
en una carta de amor!
Suave la hacen los cariños,
triste las penas secretas;
y la arrancan los poetas
y la deshojan los niños.
Si está sobre los corpiños
su perfume nos evoca
el beso, cuya miel loca
deja sobre el corazón
la inefable sensación
de una hostia en la boca…
Cuando en los días primeros
se conjuga el verbo amar,
sus flores en el solar
se abren a los aguaceros.
Días tibios y ligeros,
días de balcón y esquela,
de rondar la callejuela
y de escribir madrigales,
páginas sentimentales
de nuestra mejor novela.
Días de embriaguez divina
—todo por unas pestañas—
cuando se ve a las montañas
coronarse de neblina;
cuando hay una bandolina
temblando ante rejas raras;
cuando se cunden las varas
de jazmines y de rosas,
y parecen más hermosas
las noches frescas y claras…
Y, cuando el alma en su brío,
lo que tiene el jazmín toma:
si al abrirse, riega aroma,
si al sacudirse, rocío.
Y alguien nos dice: ―¡Eres mío!‖
todas las cosas son bellas,
y nuestras movibles huellas
de pálidos soñadores
van sobre puentes de flores
y bajo palios de estrellas.
Entonces —en giro blando—
son, envueltas en aromas,
hacia el viento, las palomas
jazmines que van volando.
En esos días es cuando
tenemos palacios reales
con terrazas de cristales
y bruñidos pavimentos
y son de verdad los cuentos
de los reyes orientales.
Jazmines de sedas finas
y de carnes aromosas,
y más buenos que las rosas
porque no tienen espinas.
Platas de fragantes minas,
incensarios de placer,
novios para la mujer
sin novio que haga canciones,
quieren como corazones
cuando se dan a querer.
Y aquellos de la sumisa
edad, cuando nos ensalma
la novia, el jazmín del alma,
la hostia, el jazmín de la misa.
Y los que peina la brisa
cuando moja los barrancos,
los que están junto a los bancos
y los parques y los muros:
jazmines bellos y puros
como algunos dientes blancos.
Los de silvestre hermosura
que eran —con piedad contrita—
regados por la abuelita
en la madrugada pura…
(La abuela por su blancura
en el recuerdo me sabe
a un jazmín de lo más suave
que se coge en los sembrados:
un jazmín de los lavados
en el agua de la llave…)
Es jazmín con viejos oros
el marfil de los pianos:
¡yo he visto volar dos manos
sobre jazmines sonoros!
Con sus egregios decoros,
como nacido entre brumas,
dio el champaña sus espumas
en las copas champañeras
entre un blancor de pecheras
y de abanicos de plumas…
Niña de mi devoción,
déjame que ahora duerma
viendo el brillo de la esperma
esparcida en el salón.
Me acuerdo, con la emoción
casta del primer anhelo,
de tus mejillas de cielo,
de tu blancura adorable
y hasta del inolvidable
perfume de tu pañuelo…
¡Oh Julieta! ¡Oh Margarita!
tu evocación es al fin,
a manera de un jazmín
de primavera bendita.
¡Oh balcón de aquella cita,
por lo romántica, loca,
pues cualquier palabra es poca
para decir lo que yo
sentí cuando Ella me dio
de comulgar en su boca!
Jazmines de noble cuna
los de mis cánticos, puestos
a serenarse en los tiestos
que trasplanté de la luna.
¡Buenas noches! En la bruna
tiniebla un surtidor mana.
¡Jazmines, hasta mañana!
De aroma haciendo derroche,
entrad, porque en esta noche
quedó abierta mi ventana…
Tegucigalpa, octubre de 1913.
Mañana solariega
Por la ráfaga de tu adolescencia
que enciende la penumbra de mi vida:
por el don estelar de tu presencia
toda lilial y toda conmovida.
Por tu simplicidad de transparencia,
por tu blancura de Pascua Florida,
y por esa tu incólume apariencia
de paloma montés, adormecida…
Porque bajo tu sombra florecida
es altar la mañana de mi vida,
mi amor es vino y ánfora mi ensueño,
seamos como Dios cuando se entrega
todos los días en el pan trigueño
que se parte en la casa solariega.
1917.
El alcaraván del patio
Para Azarías H. Pallais
Cuando sibilinos
cuentan los abuelos
cuentos de caminos
y para otros cielos
las nubes se van,
el patio se asombra
y se pone serio
si cruza la sombra
llena de misterio
de alcaraván.
Si en el vecindario
se acercan las sillas
—pues es necesario
que hablen a hurtadillas
por el qué dirán—
pone temblorosas
hasta las estrellas
con sus rumorosas
onomatopeyas
el alcaraván.
Cuando algún viajero
de hora legendaria
implora un alero,
una luminaria
o un poco de pan,
y la sombra es mucha
en la noche fría
de pronto se escucha
la vocinglería
del alcaraván.
Si acaso atenúa
con sus finos chales
alguna garúa
los cañaverales
que cubren el plan,
y moja la brisa
el patio, y lo orea,
cuál se inmoviliza
como ante una idea
el alcaraván.
Por sus esbelteces,
aunque sienta frío,
me parece a veces
el dios del hastío
con ojos que están
áureos de belleza
que pasma y contrista…
¡Qué altivez la de esa
tristeza de artista
del alcaraván!
Cuando ante una tea
hay sombras extrañas
y relampaguea
sobre las montañas
que en fuga se van,
y el viento de afuera
mueve las cortinas,
como en primavera
duerme entre neblinas
el alcaraván.
―¡Dios fuerte!‖ ―¡Dios santo!‖
y se hacen de cruces
mirando el espanto;
se apagan las luces
y todos están
temblorosamente…
La gente azorada
oye de repente
la voz prolongada
del alcaraván.
Otras ocasiones
—lo más peregrinas—
llegan los ladrones
a buscar gallinas
con siniestro afán,
y en la sombra parda
los espanta a gritos
y los acobarda
con sus gorgoritos
el alcaraván.
Yo lo reverencio
en estas hermosas
noches; su silencio
es el de las cosas
que quietas están…
Muerte: si agonizo
de noche, yo quiero
que me de tu aviso
el canto agorero
del alcaraván!
Letrilla floral
Desmorona tierra santa en sus macetas
y bendice el agua y el aire y la luz
y riega sus tímidas matas de violetas
muy de madrugada, la niña Jesús.
Sus rosas florecen aun en el verano,
porque ella las cuida con tanto primor
que, cuando las corta, le queda en la mano
una milagrosa fragancia de flor.
Ama los claveles por su aristocracia,
siembra los jazmines porque hacen el bien;
y a su paso dicen: llena eres de gracia
unas madreselvas de Jerusalén.
Porque las violetas son sus amatistas
y sus perlas pálidas los nardos de miel
se cubren las alhajas sus manos artistas
cuando hace guirnaldas de rosa y laurel.
Ella enflora el bardo de la cabellera
y teje la ofrenda para el paladín,
y aprende los versos de la Primavera
con ver las orquídeas que hay en su jardín…
Y como en aquella Leyenda Dorada
que escribiera en sueños un beato pintor,
yo me la figuro vestida de hada
en la madrugada cortando una flor.
Las limonarias
En estos días dorados
el sol sobre los tejados
lanza gritos de color,
la mañana es multiflora,
todo el cielo está en aurora
y todo el patio está en flor.
Mientras un candor interno
de blancuras espumarias
me ponen el corazón tierno
y en los solares de invierno
se mueven las limonarias…
Con sus azahares ciño
mis reminiscencias hondas,
y hacia ellas van con cariño
aquellas manos de niño
con que sacudí sus frondas.
Cuando rozando mi frente
en el aire transparente
de la mañanita clara,
si mis manos las mecían
entonces ellas hacían
llover flores en mi cara.
Copadas y florecidas,
después de las sacudidas
cuántas ganas tuve a solas,
en ocasiones tan castas,
de traer muchas canastas
para recoger corolas…
Y cuando los aguaceros
empapaban los senderos,
las tapias y los barrancos,
creía mi mente inquieta
que arriba estaba un poeta
deshojando versos blancos.
Pues ya que de ellas me acuerdo,
tras las tapias del recuerdo
brotan sobre mis solares,
y adentro —en un claro en calma—
las limonarias del alma
se me cunden de azahares…
También me deshojaré,
pero me anima una fe:
que, en una mañana pura,
este barro que me encierra
ha de volver a la tierra
deshojándose en blancura…
1917.
La ciudad natalicia
Se ve desde lejos la ciudad fantasma
en cuyos tejados de isla tropical
hay una belleza colonial que pasma
digna de pintarse sobre una postal.
Flotan en la sombra perfumes suaves,
la estatua del Héroe cuida la ciudad;
y las peregrinas neblinas son naves
que buscan las costas de la inmensidad.
Las noches son frías como las mañanas,
y el Amor se pone más sentimental
si entre ese misterio duermen las campanas,
las negras campanas de la catedral.
Hay en ciertas calles discretos recodos
que tienen el vaho del amanecer,
cuando pasan todos
con las manos dentro de los sobretodos
pensando en un dulce calor de mujer.
Antes que el sol salga sobre los tejados
en el alma hay una iluminación!
(Llega una fragancia de montes mojados
y calles lavadas por el chaparrón…)
La noche con astros su cabeza nimba
y es acariciada por un surtidor;
noche no de pianos, sino de marimba,
de rejas, de novia, de luna y de amor…
Tegucigalpa, 22 de noviembre de 1913.
DE “EL ROSAL DEL ERMITAÑO”
1920
Navidad de mi país
Para Rafael López
Esto pasó hace años. Fue una de las veces
más puras, en mi amada casona familiar,
cuando me parecían las palomas monteses
en lo blanco, a la santa blancura de un altar.
Aquella media noche con horizontes vagos
vio la escena —de aquellas que en la Biblia se ven
y las piedras preciosas de los tres Reyes Magos
brillaban en el cielo dormido de Belén.
El misterio aromaba la sombra en los caminos,
en el aire se abría una invisible flor;
y de lejos traían los santos peregrinos
los cinamomos nuevos y la miel del alcor.
Si las cosas más simples la mirada veía
y eran los personajes los de una pastoral,
hasta un ciego veía que el alba amanecía
en la túnica rota del patriarca rural…
Salía de los leños el perfume que ondula
y tenía inquietudes la rusticana grey;
y el oro matizaba los ojos de la mula
y el incienso salía de la nariz del buey.
Y algo santificaba a la humilde cocina
y hablaba en las alturas la estrella matinal;
mientras gemía entre la paz de la neblina
un corazón, la ingenua campana parroquial.
Y para que cumpliese lo de las Profecías,
para que se exaltara su blancura sin par,
a modo de un desnudo jazmín era el Mesías
temblando en la presencia de la dicha solar.
En la casa de antaño se veía la cena
tradicional. ¡Oh cosas que el recuerdo acudís!
Esto pasó en la infancia y en una Noche Buena,
en la tierra de leche y miel de mi país.
Nueva Orleans, 1914.
DE “ÁNFORA SEDIENTA”
1922
Lo que yo tengo es rosas
En el jardín corazonal yo siento
una insaciable sed de mariposas,
de las que estruja con su mano el viento.
¡Ah, de mis mariposas azulinas!
¿Mi corazón? Lo que yo tengo es rosas!
¿Versos? Yo tengo rosas sin espinas!
Yo fui a un país y su distancia ignoro.
Era una noche y su recuerdo adoro!
Un velo azul flotaba en los senderos.
¡Yo fui una vez… era un jardín de oro
y volví coronado de luceros!
Mármol de las blancuras más tranquilas,
pon en mis ojos luz si me perfilas…
(El mármol es de los que han sido buenos!)
Pon tu gran resplandor en mis pupilas…
(El mármol es de los que sido puros!)
Amé lo tibio de unos hombros plenos,
la flor de unos cabellos muy obscuros
y la miel y el rocío de unos senos!
Quiero un jardín para olvidar mi pena!
¿Otra pena? Le ofrezco mi desaire!
¿Un nuevo amor? De lágrimas se moja!
Pongo mi corazón sobre la arena…
¿Recuerdos? Todos se los lleva el aire,
y, entre tanto, la Vida se deshoja…
Camafeo final
Señora que eres, como la Poesía,
mi justo complemento de vida humana,
quiero decirte toda la letanía:
―casa de oro, estrella de la mañana…‖
En tus tristes pupilas, donde se hermana
a la luz de la noche la luz del día
hay —a modo de una selva lejana—,
dos violetas que sufren melancolía.
De mi niñez la santa triste y católica,
la que tiene la frente más melancólica,
la que en mi altar excelso nadie profana,
y más buena que aquella Virgen María
a quien yo le rezaba la letanía:
―casa de oro, estrella de la mañana…‖
La presentida
La tarde es como el cantar
de la flauta del confín;
y en la luz crepuscular
ha comenzado a sangrar
el corazón del jardín.
Dora el banco de la citas
el sol de aquellos retiros
que deshojaba exquisitas
nostalgias de margaritas
sobre adioses y suspiros…
Al descorrer la cortina
del recuerdo se insinúa
ágil y frágil y fina
como endrina golondrina
volando entre una garúa…
Amor que apenas asoma
en el aire del Amor,
se diría una paloma
que nace sobre un aroma
y muere sobre un color.
¡Y en la tarde del jazmín
cuando se duerme aquel banco
que se borra en el confín,
yo soy como un gran jardín
donde Ella es un lirio blanco!
Sólo veo su silueta
que entre sueños me importuna,
y que se parece a una
azulidad de violeta
en un topacio de luna.
¿Su nombre será sonoro?
¿Será mala? ¿Será buena?
La adoro porque la ignoro!
Para un pintor será oro,
ala, hostia y azucena…
La vi cruzar por un cuento
contado en un camarín;
pero a veces la presiento
que viene a mí sobre el viento
misterioso del jardín.
Mi amor es como un doliente
que de pronto se despierta
si la evoca de repente,
un amor convaleciente
bajo una ventana abierta...
Casona de mi infancia
Para Bernardo Ortiz de Montellano
En esta noche pienso en los días pasados
allá en mi casa, mientras la lluvia en los tejados
diluía el aroma de los montes mojados.
(En el solar temblaban los jazmines sembrados…)
Mi madre preparando la cena en la cocina,
al calor de la lumbre dorada y montesina,
de este modo empezaba la historia peregrina:
―Una noche como esta se murió la vecina…‖
Y luego nos contaba un cuento de ―Las Mil y
Una Noches: ―el pájaro que hablaba, el toronjil,
la princesa del peine de oro y de marfil…
(Estaba titilando la luz en un candil…)
Y después del ingenuo momento de rezar
para alegrar las horas nos contaba un cantar
la señora. ¡Era un canto del ayer familiar!
(El plenilunio estaba cundido de azahar…)
¡Oh las veladas llenas de aquel sencillo canto!
¡las rodillas maternas que prefería tanto
y que lo conducían a otras tierras de encanto
eran para aquel niño las rodillas de un santo!
Mientras me adormecía, cruzaban azorados
los gatos, cual fantasmas de ojos alucinados,
y hacían las piruetas de los enamorados
mientras la luna llena dormía en los tejados.
¡Oh casa que en invierno eres más suspirada!
¡Casa que en la penumbra te veo iluminada!
¡Cuándo nos levantábamos a ver de madrugada
los retoños floridos en la tierra mojada!
Casona de mi infancia, no te puedo olvidar!
Es de noche. Ya cae tu sombra tutelar.
¡Al apagarse el último fulgor crepuscular…
mis recuerdos cual niños se ponen a llorar!
Elegía juvenil
En memoria de Ramón López Velarde….
―Está amaneciendo‖, decía
el poeta desesperado:
¡ya el sol había besado
la frente azulada del día!
Sangrar de pétalo estrujado,
horror de ardiente pedrería,
y el sol prolongaba su alarde
en los embriagados vergeles:
¡Góngora traía claveles
para Ramón López Velarde!
La tarde es como un pintor
embelesado y altanero:
¡el aire parece lucero,
la tierra tiembla como flor!
Luego una voz en el sendero:
sollozo, niebla, surtidor…
¡Y se pone dulce la tarde
y está opalesciendo el nublado,
porque purpúreo y enlutado
pasa Ramón López Velarde!
Y la luna apenas asoma
tan melancólica y perlina:
¡y el aire que se hace neblina
y la tierra que se hace aroma!
Un niño… un monte… una paloma…
Y, provinciana y campesina,
la luna refulge cobarde
en la penumbra de la fronda,
como una lágrima muy honda,
como Ramón López Velarde!
Cisnes negros sobre las olas
de una laguna de amaranto;
y la brisa que suelta el llanto
y suspira entre las corolas…
Pálidos sistros, claras violas
sufriendo mucho en el quebranto
y en la querella y el reproche,
porque el poeta halló a la Amada
y es una alondra desmayada
sobre los brazos de la Noche…
Canción de Cuna
A Pepito Morales Nieto
Dice el hada blanca: ―¡Ya va a amanecer!‖
―¡Duérmete niñito, que tengo que hacer!‖
El hada azul dice, meciendo la cuna:
―Repica su clara campana de luna…‖
Y el hada más negra que se puede ver:
―Allá está la luna comiendo aceituna.
Duérmete que mucho tenemos que hacer!‖
La luna, creyendo que ya amanecía
llegó muy apenas rozando el cristal:
―A decirte manda la Virgen María
que la Vida tiene su poco de sal‖.
―Despierta mañana, pero poco a poco;
con todos la Vida tiene algo qué hacer…
¡Duérmete niñito que ya viene el coco!
¡Duérmete, que un día ya vas a saber!‖
―Un día oloroso como una azucena
tendrás sueños de oro bajo de un laurel.
Si la tarde es pálida la noche es serena;
la luna es de queso y el sol es de miel‖.
Otro día un hada muy negra y muy triste
llegará en puntillas al atardecer,
cantando en voz baja: ―Ya ves, ya lo viste,
la Vida es muy dulce, muy blanca y muy triste…‖
―¡Duérmete, niñito, que tengo que hacer!‖
Sonará su clara campana la luna
y el hada más buena, comiendo aceituna,
―¡Duérmete, niñito, que va a amanecer!‖
La Garza
La garza difunde blancura espumaria
así que el crepúsculo reza su plegaria…
Viene de los vagos jardines de Ormuz
donde se entreabren las corolas raras,
el aire atraviesa pedrerías claras
y el Amor escancia su copa de luz.
El céfiro apenas le roza el aliño;
tiene suavidades de bucles de niño
y busca la sombra grata del laurel.
¡Oh, el alado lirio que sufre martirio
de ámbito azulado y engendra otro lirio
que al nacer ya sorbe del aire la miel!
Sobre un gran silencio de espuma sedeña
es algo divino que siento y que sueña;
es piedra de ara cerca de un misal;
es nave que lleva lo blanco y lo bello
de la espuma, en donde se alarga su cuello
como triunfadora prora de cristal.
Por ella la nieve desciñe sus galas;
carece de trinos, pero tiene alas
que se abren cual pétalos de una ebúrnea flor.
¡Salve con el címbalo y con el salterio
por el ave egregia que encarna el misterio
de la ―Sinfonía en Blanco Mayor!‖
Alcázar durmiente que cuida del lago,
es el mejor verso del poema vago
donde un mago cuida la flor del lirial;
templo solitario junto a la ribera,
la mayor blancura de la primavera,
blancura entre todo lo primaveral.
Salve a sus esteros con claros de frondas,
a la gallardía con que va en las ondas
llevando sin peso las alas en cruz,
y a su sed de enigma que nunca se sacia
y al país sedeño de su aristocracia
con interminables ponientes de luz!
México, 1909
La predilecta
Eres la excelsitud, la que perduras
a través del Dolor, inmune y bella,
porque mis llagas de Belleza curas
con tu inefable bálsamo de estrella.
Y me tiendes tus brazos, las más puras
guirnaldas mías en la hora aquella
en que bebí en tus labios de doncella
la miel de las Sagradas Escrituras.
Y pues compendias oro, estirpe y gloria
y tu semblante cándido palpita
núbil y evanescente en mi memoria,
refulge en el poema lapidario,
como en la luz solar la margarita
y como en la penumbra el incensario!
La escuela de la niña Lola
(Poema leído en la ceremonia de
la Secretaría de Educación Pública
―El Día del Maestro‖, 15 de mayo
de 1922).
Para José Vasconcelos.
Este es el día, la canción de ésta.
La casa familiar
está de fiesta,
el aire se deslíe en miel solar
y al corazón locuelo le dan ganas
de entreabrir las ventanas
y cantar.
Este es el día claro del Maestro,
en que todas las cosas
luminosas
están;
el día claro, el día cristalino,
––se alzan las manos y las gracias dan––
el día de la flor en el camino,
grato en el vino
y trémulo en el pan.
Las gracias dan
la estrella diamantina
y la palabra obscura en la neblina,
y también la palabra luminosa,
y se aparta la espina
y se enciende la rosa…
Y se asoma al balcón de este momento
el día ––el niño de la crencha rubia––
risa en el viento
y lágrima en la lluvia…
y su contento
es pompa que se irisa
y el llanto se matiza
de ilusión
y el día es en los ojos la sonrisa
y en los labios azules la canción.
(Un día claro es la mejor lección).
Ya me acuerdo; era un patio con fragancia
de azaharecidos pétalos: mi infancia
y el naranjo floreaban a la vez.
Y el cielo era un azul lo más suave...
El alma mía
se sentía
un ave
entre la incertidumbre del ―quién sabe‖
y la ciega dulzura de ―tal vez‖.
Aquel recuerdo aún me tornasola.
El alma mía
azul amanecía
desesperadamente en su corola…
La niña Lola
en mis jardines era
a la manera
de la Primavera.
Su recuerdo se asoma
de repente
más floreciente
cuanto más lejana,
y se espanta a manera de paloma
––ala de armiño,
seda de cariño––
enfrente
a la ventana
en que se asoma
el niño.
Es mariposa
bulliciosa
y vuela
y huye y regresa y en mi amor reposa,
mi amor, que por el patio de la escuela,
corre infantil, tras esa mariposa…
Amanecía
azul el alma mía.
Todo en el aire estaba floreciente.
Dos cosas claras en la escuela había:
mi corazón y el agua de la fuente.
El agua sonriente
era un altar
lleno de luz solar
que aún me deslumbra:
los pájaros llegaban del oriente
a beber y a cantar
como en un nido
lleno de azul, de risa y de penumbra.
¡Y el sol era un muchacho consentido!
Y su recuerdo aún me tornasola.
La niña Lola
estaba sonrosada y sonreída
como la vida
y como la ilusión.
Yo aprendí esta lección
para mi vida:
¡la música del agua va escondida
y tiene un ritmo como el corazón!
¡Qué cosas!
Mis recuerdos como rosas
se me van deshojando en el sendero.
Tarde de escuela bajo el aguacero:
¡rosal
de rosas de cristal
yo quiero
ver tus rosas, punzarme en tus espinas,
y caídas y pálidas las alzo!
¡Yo soy aquel que bajo el aguacero
cantando su canción, iba descalzo!
¡Ah, mis ciudades vagas en la arena
del patio en que el naranjo se efundía
áureo de miel
y loco de alegría!
¡Ah, mi puerto distante!
Yo fui el
―as‖ de ―ases‖ entre los aviadores,
y almirante entre los descubridores,
pues seguían mis barcos de papel
la huella de mis globos de colores…
Y la tarde en mi frente se adormía
(no se sabía
cuál de las dos era la más serena)
Y yo estudiaba así mi Geografía
en mis ciudades vagas de la arena.
Yo tenía
una sed de transparencia,
de monte azul y trémolo de río.
(No distinguía
bien la diferencia
entre el tuyo y el mío).
Yo vivía
temblando en una gota de rocío.
La gota de rocío fue mi horario,
su libro abierto fue mi abecedario
y en su cristal un símbolo ondulaba:
––cristal de roca en que la frente mía
como en un relicario
se encerraba––
¡mi sonrisa fugaz lo estremecía
y mi lágrima dulce lo enturbiaba!
Sopla mi boca
ese cristal de roca…
La brisa
está en la pompa que se irisa
y que azulina cambia de figura
y es en el huracán dorada y pura,
efímera canción que me depara
desesperadamente mi ternura
y en mi recuerdo límpido se aclara.
Mi lágrima es lucero diamantino,
fino diamante en la pupila hermosa,
luz deliciosa
en el oriente fino.
¡Anakreón me regaló una rosa
y me enseñó Pitágoras un trino!
(Y hallé una flor enmedio del camino).
¡Y el trino vuela,
en mi temblor se posa
como un perfume en medio de la rosa
que es de la niña Lola y de su escuela!
Y soy un niño en la canción que sueña
con un lampo de sol entre la greña:
un niño azul, un niño cristalino,
y a la vez una lágrima en un trino…
Y la luz de esa lágrima me alumbra
la obscuridad de la primer congoja:
¡mi canción se desmaya en la penumbra
y mi rosa en el viento se deshoja!
Toison nupcial
La amiga se nos casa!
Se nos va de la casa!
El blanco umbral traspasa!
Blanca va en el cortejo,
y al irse la cortejo…
Quisiera ser su espejo
nupcial, para que nieve
candor su faz de nieve
junto al tocador leve
que aparenta un altar!
(La Esposa va a cantar
tal como en el ―Cantar
de los Cantares‖) Velo
mis versos con su velo
que se cayó del cielo…
Y los suelto al azar
cual ramo de azahar
que se ha de deshojar.
En sus sienes de Esposa!
Ya sus mejillas roza!
¡Sus mejillas de rosa!
Que vivan los Amados
perennemente amados
y harán días dorados;
y, si no hacen derroches,
realizarán las noches
de ―Las Mil y Una Noches‖…
Los tejados de Córdoba
Para Gregorio López y Fuentes
El aire se pone lila
en la distancia, y parece
que la tiniebla titila
entre el temblor de la esquila
y el día que se adormece.
Aire claro y montañero,
huele a jazmines cortados
y da brillos de lucero…
¡Ya no tarda el aguacero!
¡Ya obscureció en los tejados!
Claror de la lunareda,
jardines azaharecientes;
mientras el musgo se enreda
con su blandicia de seda
en patios, muros y fuentes.
Ciudad que apenas asomas
con tu arbolado sombrío:
¡tus casas entre las lomas,
son desbandadas palomas
saliendo a beber rocío!
Ciudad antañona y bruna,
de albahaca y de neblina;
novia de carne de luna,
tu seno está lleno de una
dulcedumbre montesina…
El tejado se sonrosa…
Tu brisa en la miel solar
sabe a fruta deleitosa.
¡Melancolía morosa
del tejado y el palmar!
Mirador de Lindaraja,
terraza tradicional,
tejado de tierra baja:
¡yo te pido mi mortaja
del color de tu sayal!
Yo soy lo que se alboroza
y sufro en ti lo inefable:
mi frente tus sienes roza…
¡Yo soy agua que solloza
en tu noche inconsolable!
Para rezar mis maitines,
yo me enfloro en tus jardines,
me deshojo en tus tejados…
¡Qué aroma el de tus jazmines
cuando están más estrujados!
Y un día de lontananza,
si tu nostalgia me alumbra
y me oprime tu esperanza,
seré orquídea de penumbra
en tus musgos de olvidanza!
Un día ya sin nublados
querrá ser mi corazón,
y que, limpio de pecados,
se parezca a tus tejados
cuando pasa el chaparrón…
El ánfora sedienta
Para Ricardo Arenales.
Creo en la idea todopoderosa
que da el laurel a la melena endrina
y que en la Tierra Santa de la Espina
eleva su Jerusalén la Rosa.
Y en la diadema crisoelefantina
que en la cabeza lúgubre reposa,
y en el viento, que es de la golondrina
y en el jardín, que es de la mariposa.
Creo que la neblina en la tormenta
arde en el ritmo puro y lo ilumina.
La noche es como un ánfora sedienta
en que fulguran gemas silenciosas…
Creo en la noche y creo en la neblina
¿Mi corazón? Lo que yo tengo es rosas.
DE “EL ESPEJO HISTORIAL”
1937
El ángel de la nueva España
Para Miguel N. Lira.
Un hombre que va de prisa
a Veracruz ha llegado.
La mirada muy azul
y como pájaro esbelto
su figura que parece
por aérea la de un pájaro,
de los que andan apenas
sobre el códice, descalzos…
El hombre trae un mensaje
y lo va a decir cantando;
y si todo lo hace aprisa
es porque viene despacio
a enseñar al que no sabe,
a dar al pobre un trabajo
y al rico a pedirle piedras
para seguir levantando
edificios que tendrán
esplendor alegre y claro.
Es sencillo su equipaje:
listas a servir dos manos,
y los pies que, para andar,
no conocen el cansancio,
y un gran anhelo de paz
en una tierra con pánico…
Los pobre indios le ven
como si tuviese algo
que nadie antes tuviera:
le oyen y sienten el paso
de músicas por el alma,
y se les irisa un llanto
que no pueden reprimir,
porque con sólo mirarlo,
olvidan lo que han sufrido
todos los que van pasando…
México-Tenoxtitlán,
muy buenos días te ha dado
Pedro de Gante, que llega
a visitar tu mercado
en que tantas cosas hay
que parecen de milagro,
por el precio y el color,
desde el ingenuo cacao,
hasta las finas preseas
de orfebres de Atzcapotzalco,
Pedro de Gante ha aprendido
una lección, y ya es sabio.
Ahora quiere enseñar
un poco de lo que él trajo.
Reúne a todos los niños
que se le quedan mirando;
pone talleres y enseña
a cantar el canto llano,
y a éste lo hace arquitecto,
y al otro lo hace mecánico,
y trae la nueva técnica
y enseña que son hermanos
todos lo que en el maíz
mitológico encontraron
una explicación, el negro
y el amarillo y el blanco…
Pedro de Gante, maestro,
hace cuatrocientos años,
que con mísero equipaje
llegaste a los mexicanos.
Tu ciencia era tan sencilla;
una sonrisa en los labios;
tus acciones tan azules
y tus discursos tan diáfanos.
Maestro, amigo y señor,
en este día de mayo,
te traemos esta fiesta,
hermano mayor, hermano,
que prometiste volver,
y te estamos esperando!
1924.
Figuras de Landívar en el agua
(En el homenaje que ante la
cascada ―La Tzaráracua‖ se tributó a
su poeta en el segundo centenario).
Para Jesús Romero Flores.
Aquí Landívar construyó un alcázar
de hervoroso cristal para las náyades
del bosque virgiliano donde un día
vio a Pan sonar la melódica flauta
del agua que, al ceñirse en los vergeles,
canta como en la nave canta el órgano
el canto llano con que saludaron
a Dios, allá en las playas del Tirreno,
ante el mar espejeante del espíritu,
Ambrosio y Agustín. Aquí Landívar
vio en el rostro del aire la sonrisa
diáfana del poema y pudo ver
con el paso de la clásica danza
las Nueve Musas que, en la niebla antigua,
hacen surgir sus torsos y los yerguen
en el célebre exámetro. Aún resuenan
sus risas y aún se escuchan sus palabras
efímeras y eternas como todo
lo que se escribe sobre el agua. Un día
el poeta tembló de sumo gozo
al ver que sus palabras tatuaban
la epidermis de lirio del paisaje
y que el aire se hacía más profundo
que el otro ardiendo por la idea pura.
Canta en el alba San Francisco y canta
Platón, mientras se incendian los zafiros
del crepúsculo, y es un relicario
el mediodía abierto en la Tzaráracua…
Se oye una clara música de estrellas…
La pupila del iris curiosea
esmaltando de lágrimas la espuma…
Canta el Poeta y en el bosque hay ecos
de la pagana voz… Y se ha dormido
el céfiro en los árboles que sangran
y los restaura el bálsamo del tiempo…
Ya Landívar no tiene más palabras
porque es la voz de la Naturaleza
convertida en pasión y en melodía.
La tarde con la aurora en el poema
celebran fastuosos deposorios.
¡Gloria al paisaje en que el Poeta puso
un velo a sus imágenes fugaces,
en la espuma, en el aire y en el agua!
¡La sombra de Landívar se ha quedado
eterna en el efímero cristal!
Septiembre 5 de 1931.
Plata de Guanajuato
Para Ángel M. Garibay.
Campana
lejana
de la Valenciana,
desgrana
en el día
su vana
alegría
que viene
y que va.
(Tiene
la campana
la risa en la boca
y está
ebria y loca
en el más allá…)
¿En dónde
está el conde
que se halló la mina?
Entre la mañana
llena de neblina
la campana
fina
responde:
¡No está!
Plata
de la cata
que encontró el minero
en aquel sendero
bajo la fogata…
Plata del arete
siglo XVII,
cuando en la barranca
de la luna llena
que se hizo más blanca
por una morena
de muy buena
ley,
se dobló en doblones
como en los arcones
del rey.
Arcones
de las abuelonas
y las peluconas
y el amontillado
y el agua de olor.
Arcones de un tiempo mejor.
Plata que reía,
plata rutilante
del tiempo pasado
que cabe en un guante
dorado
y fragante
de amor.
Tu blancura
pura
de estrella
rebrilla
en aquella
bella
vajilla
de la maravilla…
¡Oh el día que vino
Iturrigaray!
Entre armiños presa
dijo la condesa
––Plata como esa
ya no hay!
¿En dónde
se esconde
mi señor el conde de
Rul?
La campana
triste
se viste
de pena.
Sabe a yerbabuena
la mañana
azul!
1923.
DE “UNÍSONO AMOR”
1940
Mar del Callao
Este es el mar que entreveía
desde no sé qué mirador,
¡La alegría del mediodía
en la barca del pescador!
Aquí toda luz se desmaya
y toda vela va hacia Ofir.
¡En este recodo de playa
arde la fiesta del vivir!
Buenos días, mar del Callao;
te veo una vez y otra vez,
mientras está surta la nao
en un aire de esplendidez.
Aquella nao de la China
tan empavesada y gentil,
con su carga de laca fina
y de cristal y de marfil.
Esta vez no viene el corsario,
los mástiles están contentos.
¡Y se deshoja en el balneario
feliz la Rosa de los Vientos!
La vida aquí se nos depara
en brisa, en risa y en cantar;
y hasta la luz parece clara
y recién nacida en el mar.
1924.
La ciudad de los claros miradores
Ciudad de luz, de luna, de rocío,
hallada tras un sueño y en un viaje
––una leyenda ahogándose en el río––;
ciudad arcaica, pero siempre moza:
deja que por ti sea mi homenaje
canción que se columpia en tu ramaje
o en tu regazo niño que solloza…
Y que con perlas mínimas recame
sus oros inconsútiles mi ofrenda,
y junto a tus balcones de leyenda
deja que te enamore y que te ame,
y por ti mi mejor mirra se encienda
y mi vino más puro se derrame.
Ciudad en que arde todo y se ilumina
lo que se acendra en el matiz y el canto,
nácar de risa y ópalo de llanto,
es decir, nacarada y opalina.
Mirador de la luz y la fragancia,
todo flordelisado de elegancia;
hada que se aparece en un recodo,
novia que suspiré desde la infancia,
y una mirada que lo dice todo.
En un libro de estampas te veía
desde la medianoche al mediodía,
gentil y prócer, clara y pajarera,
como el primer amor que se insinúa
madrigalino entre la enredadera
y trémulo de llanto en la garúa…
Eres aquella novia presentida,
pues me quisiste aún sin conocerte:
en ti es amable invitación la vida
y un caminito muy azul la muerte.
Me llego a ti temblando de locura
éxtasis puro entre la niebla pura,
como la ciega alondra que en la vaga
luz sacude las alas intranquilas
y en la gloria solar bebe y se embriaga
y abre por un momento las pupilas.
En ti derrite aromas cuando quema
la lágrima translúcida en la gema,
y son, por la virtud del claroscuro,
surtidor emperlándose, el poema,
la traición, campánula en el muro.
¡Déjame, Lima, que la sien oprima
como un niño en sus trémulos asombros,
y extasiado de amor, déjame, Lima,
suspirar, infantil, sobre tus hombros!
Dame en la flor nebúlea de tu clima
el nuevo aroma y el fino deleite,
Yo soy una mirada de tu esposo…
Dame tu mano y únjame tu aceite,
y dame tu pañuelo y tu sollozo,
tu ingenuidad y tu ternura absorta,
tu risa perla, tus caireles de ángel
y tu cándido amor de falda corta…
Lima, 1924.
Maestros olvidados
En el Día del Maestro
¡A vosotros que ya nadie nombra,
cuyos labios secó la amargura;
a vosotros que estando en la sombra
disteis luz a las caras rehacias
con la risa más clara y más pura,
venimos a daros las gracias.
Aquí estamos, ¡oh muertos
que al vernos quedais pensativos,
con los ojos más dulces y abiertos,
que los de los vivos!
Supisteis de ayunos y tantos quebrantos,
cayó en todo surco vuestra luz solar.
Pálidos de ensueños y ojerosos de llantos,
vosotros sí fuisteis los santos:
¡por eso las almas vienen a adorar!
No para vosotros será la elegía;
sino la alegría
de ardiente esplendor!
Ya fue el cumplimiento de la profecía:
¡es más fuerte
que la muerte el Amor!
Han vuestras palabras desaparecido;
pero no todas ellas fueron al olvido,
aquellas palabras que no pasarán.
Blancores de flores,
semillas de amores ruedan en los vientos.
¡Fuisteis los hambrientos
que iban por el mundo repartiendo el pan!
¡A vosotros ––más grandes cuanto más pequeños––
de ojeras de llantos y mirar de ensueños,
maestros de brazos abiertos como el de la cruz!
Arded este día de diamantes puros,
maestros oscuros
que estáis dando luz!
México, 1927.
Balada del inútil azul
Para Augusto C. Coello, en la noche
de recuerdos de Juan Ramón Molina,
del 15 de febrero de 1923.
Un aroma que va por las rosas
y el día corriendo tras las mariposas
y un niño asustado que se asoma a ver,
y el cerro azulado y dorado en el día,
y como granada de roja alegría
desgajándose, el amanecer.
Y éste era un paisaje de casitas blancas
y un río cantando entre las barrancas
y diciendo que era redonda la O,
cuando el hada alada de los ojos claros
cantando detrás de los aros
pasó.
¡Y alborozo de líneas y formas y ruidos!
Clarineros azules, azahares floridos,
y el pecho del niño que se abría en flor.
¡Y la vida encendida en la fruta madura!
¡La montaña y el sol, qué dulzura!
¡Y aquel cielo henchido de amor, qué dulzor!
Y el día fluía y el niño miraba
la rosa olorosa y la espina brava
prendiendo guirnalda en la sien;
y desde la ufana ventana del día
la criatura pura temblando veía
las cosas que en una lágrima se ven.
¡Amor, qué dolor! ¡La vida, qué herida!
Y la espina punzando en la rosa dormida
y tanta amargura cruel en la miel;
y el primer ensueño que de oro se viste
y de inconsolable la frente ¡qué triste!
¡y en una penumbra, el laurel!
Veía la nube que sube y se dora
de sol, y veía la multicolora
maravilla de una pompa de ilusión,
cuando en la ventana ya era de día
como en la alegría de su corazón!
Aquel tiempo era de la Primavera;
juntaba en el río la espuma parlera
la blancura que llega con la que se va.
Hora de la aurora… Y el beso ¿qué es eso?
Es una corola de penumbra el beso
que en otra penumbra se deshojará…
Y él veía un fantasma en el viento…
Y el pájaro de oro contándole un cuento
lo aturdió y se sintió tornasol,
y en sus verdes pupilas hurañas
se veían pasar las montañas
y el río azulino y divino de sol.
¡Oh, qué frente doliente en la espina y la rosa!
¡Y aquella pupila punzante por lo dolorosa!
y clavado en el pecho el ensueño atormentador,
y en los pies sangrando las alas el canto
y la boca florida de beso y de llanto
y de amor.
¡La vida encendida en la fruta madura!
Y la pobre criatura mirando en la altura
clarineros azules, blancor de azahar.
¡Qué ansia loca de trino y fragancia!
¡Tener alas y ver la distancia
sin poder volar!
Y un anhelo de cielo y de vuelo
y el azul desmayado en el cielo,
y una espina en el ala de flor.
Ir a pie por la tierra encendida…
¡Y el pecho, qué horrible fragor en la herida!
¡Y el amor, qué dolor!
Vivir en un pozo y estar sitibundo
y encendida en la carne la llama del mundo,
ser fulgor y en el lodo vivir,
y volver a ser lodo mañana…
¡El poeta desde una ventana
oye voces que nunca podrá decir!
Ave María en el mar
―Dios te salve en la noche y el día‖
le dice el crepúsculo desde la bahía
aquel faro que empieza a brillar;
y la espuma que va en las estelas:
―Dios te salve en las jarcias y velas
que van caminando en el mar‖.
Llena eres de gracia en las ondas,
y en las costas grises y en las aguas hondas
y en el vuelo de aquel alcatraz.
Tú vas en el rizo de la espuma rota,
y en la nota blanca de aquella gaviota
en la sinfonía de la noche en paz.
Tu planta se posa en el lodo
y en la espuma; y en el viento de yodo
se siente tu aliento de amor;
y en tu pecho yo he visto cómo arde
la estrella más dulce en la tarde,
aquella como un prendedor.
Ya la noche en las ondas se irisa,
y me riza tu mano de brisa
la melena de mi tempestad,
y me rozan tus labios sedeños
y me arrullan los mismos ensueños
que enviaste a Colón y a Simbad.
¡Qué luceros remotos y claros
tus pupilas detrás de los faros!
Dios te salve si miras así
a aquellos que viajan y no los conoces
y en los vendavales oyeron las voces
misteriosas que una vez oí…
Todos somos barcos que hacemos escalas,
todos somos alas
que quieren volar
y nos encontramos con monstruos marinos
en estos caminos
tan largos y oscuros del mar.
Tus manos conducen los barcos
junto a las penínsulas y los golfos zarcos
y tu faro no se apagará,
y mi ensueño en tu puerto, se esconde,
muy triste de andar no sé dónde
y desmantelado en el más allá.
Golfo de Fonseca, 1923.
Abanico de filigrana
El verso
más terso
triunfante
se erija:
diamante
de luna
en una
sortija.
Lo doma
el deseo
como al camafeo
y toma
como la paloma
aroma
y zureo.
La frase
se hace
más blanda
y más blonda
(¡Holanda!
¡Golconda!
¡Stambul!).
Y es para
temblar en la onda
más honda,
más clara
y azul.
Se irisa
en la risa,
resbala
en el ala
de luz tornasol,
y engarza
su breve
diseño
en la garza
de nieve,
de sueño
y de sol.
Se ofrenda
como una leyenda
en este abanico
de rico
palor
y se transfigura
sobre tu blancura
coqueta
de flor.
Lima, 1924.
Azul de Huejotzingo
¡Qué feliz el azul y qué contento
se sonríe en el agua el sol hermano!
La campana es campánula en el viento
y todo está al alcance de la mano.
Y la clásica voz y el nuevo acento
y la palabra que se dice en vano,
y el lobo que, como un remordimiento,
se apacigua en el pecho franciscano.
Todo como la limpia vestidura,
Señor, que le darás a la criatura
del ojo hermoso y la mirada inerte;
Y todo ardiendo en la plegaria mía,
para pedirte que me des un día
así de azul, a la hora de la muerte.
1938.
DE “CONTIGO”
1943
Ultramarina
Una nube blanca
y una nube azul
y en la nube un sueño
y en el sueño tú.
Gaviotas al norte,
luceros al sur;
sobre el mar el cielo
y en el cielo tú.
Música de errantes
cítaras de luz,
y luz en el alma
y en el alma tú.
Las ondas me traen
cartas del Perú
y en las cartas besos
y en los besos tú.
Tú en la noche blanca,
tú en la noche azul
y en lo misterioso
dulcemente tú.
Atlántico, febrero de 1941.
Sueño
Te reconozco, Mar, porque me invade
tu alegría, tu sal, tu sol, tu grito;
beso tu espuma en flor, como en un rito,
y amo tu mitológica saudade.
Tu pasarela de cristal evade
mi antigua angustia y mi dolor fortuito,
y va mi sueño sobre tu infinito
de oro y coral y tornasol y jade.
Déjame transparentemente verla
en las nubes del Sur, y que en el canto
prendida en oro esté feliz la perla;
y que esta carta azul le diga tanto
que ya olvidaron, sólo con leerla,
su horror la sal y la sirena el llanto.
New York-Callao, febrero de 1941.
Amor
Un día puro, un milagroso día
de diálogo del ángel con el bruto,
labró en diamantes y oros Benvenuto
dolor y amor y sueño y poesía.
Puso esmaltes azules, en tributo
al mar, náyades blondas y alegría
de Nápoles, en flor y espiga y fruto
de risa y cielo y luz en la bahía…
Así, entre pedrerías siderales,
más allá de los puntos cardinales,
brillan en el poema tus preclaros
cielos y luces y aires opulentos
y hay fiesta en la bahía de tus faros
y me embriaga la rosa de tus vientos.
New York-Callao, febrero de 1941.
Madrigal
Esos tisúes y esos terciopelos
y estas suaves auroras sorprendidas
por faros y vigilias y desvelos
y por gaviotas con paracaídas.
Y las velas blancas muy allá dormidas,
y alas celestes y azulados vuelos;
y las aguas, las flores y los cielos
más allá de las muertes y las vidas.
Y un no sé qué muy hondo en las suspensas
esmeraldas, por tanto que me piensas,
viajando entre las rocas y las brumas,
¡oh dulce y mía, dulcemente mía!
Y el corazón, herido en las espumas
que va desesperado de alegría.
Febrero 23 de 1941.
Bienvenida
Abre sus puertas mágicas el día
hacia las sierras y los litorales,
y hay hélices de sol en la bahía.
El Callao sosiega sus fanales
y su mar es el mar donde el corsario
se extravió en laberinto de cristales.
Emporio, rosa náutica, balneario,
en él se desanudan los caminos
y está la llave de oro del Incario.
Agua feraz de fértiles destinos,
aire del más azul del hemisferio,
y en la proa los ángeles marinos.
Balcón al que, en la dulce amanecida,
la novia de infinito y de misterio
se asoma para dar la bienvenida.
27 de febrero de 1941.
Contigo
Alegría de verte y de tenerte
ya junto a mí, cerca de mí, conmigo,
fina en la miel y trémula en el trigo
y ácida, amarga, dulce, suave y fuerte.
Todos los días son para quererte,
todas las noches para estar contigo,
decirte siempre lo que ya te digo
y tu amor me rescata de la muerte.
Tu amor que, con palabras amorosas,
es fiesta en el crepúsculo limeño,
más allá de las nubes y las rosas,
cuando en el aire de mortal olvido,
oigo tu voz, ya náufraga en el sueño,
y todas las abejas se han dormido.
Lima, 18 de febrero de 1941.
Máscara azul
Frente a los palacios de Mitla,
sobre las piedras incólumes,
te he mirado perfecta,
eterna,
iluminada
por el Dios del Cielo Diurno
en el silencio antiguo
del vasto mediodía en que renacen
las palabras perdidas de los códices,
cuando en los labios de los sacerdotes
se estremecen los signos,
y te he visto volver
desde más allá de los días,
pura en la luz,
invicta flor entre la tierna
primavera del jade.
Los siglos han borrado los colores
de las grecas de Mitla,
y sobre los altares
se han caído los dioses,
y los sepulcros de los príncipes
embalsamados con sus tesoros
están vacíos para siempre.
Pero tú estás junto a mí,
más allá del tiempo
y de la primavera
y de la Muerte con su máscara azul,
eterna,
renacida,
iluminada,
nuevo y antiguo amor.
Mitla, 20 de febrero de 1943.1
1
En “Contigo” lleva el título de “Jade” pero R. H. V. decidió cambiar el título posteriormente.
POEMAS DE VARIAS ÉPOCAS,
NO RECOGIDOS
1916-1951
San Rubén Darío
Como la estrella en la frente del
centauro la nueva gema nació en el
pecho del Cisne, y fue anunciada
por el terremoto.
Para mi muy querido Amado Nervo
Traed las griegas ramas del acanto
para mezclarlas con laurel sombrío,
donde desgrane su cristal el llanto;
y venid a adorar a nuestro santo
que está en el cielo: San Rubén Darío!
La cítara, el salterio y el oboe
digan sus himnos suaves y supremos;
su copa taumaturga vierta Cloe;
ardan en mirra, el nardo y el áloe,
y venid en silencio, y adoremos.
Tuvo una gema de fulgor profundo
en las manos marquesas de su hastío;
y su mirada no era de este mundo…
¡Vino del alba y fue meditabundo
y misterioso, San Rubén Darío!
Tembló su nombre entre las piedras raras;
su nombre, lo más puro que tenemos,
pues no lo tienen ni las noches claras!
Hay muchos incensarios en las aras:
¡venid, pues, en silencio, y adoremos!...
Scheherezada de enlutado viste,
en el Trianón el cisne tiene frío,
y la Princesa pálida aún existe…
¡Y el Señor Jesucristo estaba triste
de no mirar a San Rubén Darío!
Mas lo llevó el Señor a sus jardines
y exclamó en la penumbra: ―Descansemos‖.
Y esto decía un astro en los confines:
―Y venid coronados de jazmines
y de piedras preciosas, y adoremos!‖
Una rosa entre todas las criaturas
la más rosada y llena de rocío,
elevó su trisagio de blancuras:
―¡Abran sus labios mis corolas puras
para alabar a San Rubén Darío!‖
Con su candor la gema nemorosa
clamó: ―¡Qué raro ese fulgor que vemos!
Somos lo que refulge y que reposa;
pero por ese verso y esa prosa
temblemos de rodillas, y adoremos!‖
―Porque Psiquis te tuvo entre los presos
de su torre mortal, y fuiste mío
a pesar de la arcilla de tus huesos,
pues sabías de lágrimas y besos‖,
dijo una niña: ―¡San Rubén Darío!‖
―En tanto viva mi celeste mito,
y estén al sol mis alas y mis remos,
tendrás el cráneo lleno de Infinito‖,
cantó un cisne, y al eco de su grito
contestaron los cisnes: ―Y adoremos‖.
La miel: ―Soy lo que admira y que comprende‖.
El llanto: ―Supo del misterio mío‖.
El agua: ―Mi clareza no se vende‖
Y el champán: ―Soy el alba que se enciende
en las brumas de San Rubén Darío!‖
Y la palabra en su prisión de encanto
sollozó: ―Sus cariños no tenemos.
Porque en Mí luchan el dragón y el santo,
y Él los vencía…‖ ––Y agregó en su llanto:
―Ardamos en lo obscuro, y adoremos!‖
―Para quien no lo ensalce, el anatema‖
la seda fulminó contra el impío.
El oro: ―En sus blasones fui el emblema‖.
Y la lira, la urna y la diadema:
―¡Alabemos a San Rubén Darío!‖
Y el Señor Jesucristo que entendía
los himnos laudatorios y supremos,
al coro de las voces respondía:
―Venid los que lo amabais, Soy el Día,
la Mirra y el Ara, y adoremos‖.
Guatemala, 1916.
Canción de la rosa entreabierta
Ya el rosal está de fiesta,
pues la rosa se entreabrió.
Tendrá rosas la floresta,
pero como ésta
no.
Rosa de blancuras finas,
como entre todas culminas
los colibríes te ven…
¡Pero qué bien los espinas
qué bien!
Dame tus espinas buenas,
pues quiero punzarme apenas
yo también.
Tu blancor estelar
se levanta
––como en un altar––
en el día luciente.
Tú eres simplemente
la Rosa:
yo la mariposa
que canta.
Las rosas
gloriosas
en que antes
brillaban diamantes
triunfantes
duraron un mes;
pero las postreras
serán las hermosas
en las primaveras
y en las mariposas
de antes y después!
Tu frescura
¡oh Rosa!
qué cosa tan pura
y tan deliciosa!
pues con sólo verla
sufren de pavura
la piedra preciosa,
la rosa
y la perla!
Tu blancura rara
entre la neblina
apenas se inclina
para
que amanezca
más fresca
y más clara…
Tu fragancia de hoy
al rosal lo vuelve loco de alegría.
¿Y yo que te doy?
Pues yo te daría
lo que soy
al viento:
una mariposa
llena de contento.
Y así empezaría
mi cuento
de milagrería,
como quien no quiere una cosa:
―Un día,
en el viento
me dijo una rosa…‖
El rosal está en fiesta
y el rocío y el polen nos dicen que ya amaneció…
¡Otra rosa tendrá la floresta,
pero como ésta
no!
México, D. F., 10 de mayo de 1925.
Los tres cazadores
(Poema leído el 3 de febrero de
1926 en la fiesta de aniversario de la
Sociedad Revolucionaria del Colegio
Militar, de México, D. F.).
Una vez en el bosque sonreído y florido
por la cristalería del día hecho canciones
sobre una concha nácar de claro colorido
vi pasar a Cupido
flechando corazones.
Y en la hora en que apenas la claridad se atreve
en las profundidades azules y lejanas
vi pasar por el bosque, dejando un rastro leve
al legendario, errante príncipe de la nieve
Guillermo Tell, certero flechador de manzanas.
Pero solo en la tarde marina y montesina
––¡buscando sus sandalias puedo encontrar sus huellas!––
como un niño curioso mi corazón se empina,
por ver a Ilhuicamina
cazando a las estrellas.
México, D. F., 3 de febrero de 1926.
Hoja de álbum
Un aroma de jazmín
y la luna que reposa
en ópalo de confín.
El colibrí colibrín
de la pluma
esplendorosa,
brilla, vibra,
corre, vuela
de flor en flor
y una rama
para esta
niña preciosa
Alrededor de 1940.
Fiesta de Reyes
Para Enrique Peña Barrenechea
Poeta que en los rústicos vergeles,
a la sombra ideal de tus montañas,
percibías las músicas extrañas
del aire que agoniza entre claveles.
Cítaras, tamboriles y rabeles
perpetúan tu voz en las cabañas,
y en la frágil médula de las cañas
hay un fluir de silenciosas mieles.
Aparece tu cándida figura
en la majada, y suenan con premura
raveles de oro y cítaras de plata,
y las pastoras traen requesones,
y en el baile, al calor de la fogata,
los pinares se llenan de canciones.
México, agosto de 1942.
Bandera de Honduras
A las blancas y azules, bandera,
alto ensueño clavado en su cruz,
solio insigne de la primavera,
milagrosa magnolia de luz.
En el alba ––con manos seguras––
te ilumina radiante ilusión,
y en tus pliegues el aire de Honduras
se estremece como un corazón.
Claro espejo en que tiemblan montañas
y trasuntos de gloria en que están
el gemelo jazmín de Cabañas
y el azul que adoró Morazán.
Tus colores enseñan caminos,
tus estrellas erigen altar,
y compendias aromas de pinos
y mañanas sublimes del mar.
Que jamás te mancillen las manos
de los viles, y nunca, jamás,
se refugien en ti los tiranos
ni a tu sombra respiren en paz.
Alegría tan sólo por verte
donde el Numen de Honduras está
más allá de la gloria y la muerte,
más allá del amor, más allá…
México, D. F., 26 de febrero de 1944.
Canción
Emilia tan dulce,
tan suave, tan mía;
celeste en la noche,
perfecta en el día.
Hace mucho tiempo
que te quiero mucho;
de día te sueño
de noche te escucho.
Suavemente suave,
dulcemente mía,
y sobre las nubes
más alta que el día.
Eres amor mío
la dicha inmortal,
de un mundo en rocío
y un sueño en cristal.
En el aire de México, 14 de agosto de 1944.
Flor del Perú
Para Emilia.
Ama el misterio y las penumbras ama
esta flor del Amor y los amores;
altar que, entre fragancias y blancores,
se quema en una silenciosa llama.
A su ambrosía, cuando se derrama,
acuden a beber los ruiseñores,
y en el país celeste de las flores
camina hacia la noche y la embalsama.
Tú también si la noche se avecina,
como esta flor de gracia peregrina
eres en el altar la excelsa urna
en que acendra su néctar el estío,
y la feliz intimidad nocturna
es diadema en tus sienes de rocío.
Lima, abril de 1945.
Mi prima Carmen
Mi prima Carmen tiene en su ternura el cielo
de Honduras y el aroma de los pinos en flor;
y en sus palabras tiembla la suavidad del vuelo
de las nubes que viajan en busca del amor.
¡Oh niña misteriosa: que el cielo te bendiga,
porque tras las sonrisas el alma se te ve;
y tienes la hermosura dorada de la espiga
y llevas en los ojos un suave no sé qué!...
Dulce niña de Honduras, morena y florecida,
que pasas por la vida como por un jardín;
el amor es la exacta presencia de la vida
y la vida es un breve perfume de jazmín.
Tegucigalpa, 4 de mayo de 1945.
La casa de las amatistas
Para Juan Valladares R.
Madre Tegucigalpa: a ti regreso
diariamente en nostalgia que me quema
mi corazón engarzo en tu diadema,
beso tus ojos y tus sienes beso.
¡Qué azul el de tus ojos! ¡qué embeleso
ver el airoso arcángel de tu emblema!
Tu campana de amor es una gema
y en su ámbito de nácar estoy preso…
¡Tu catedral es una equilibrista
paloma que se fuga hacia el morado
cíngulo de tus cerros de amatista!
Ciudad de amor azul y de alma mía:
soy el novio más fiel que te ha besado
y te besa en el pan de cada día.
30 de junio de 1945.
Himno universitario
Coro
Cumpliré la promesa sonora
que hizo a México el águila real,
y en mis manos renace la aurora
y arde el sol en mi frente inmortal.
Estrofas
Me ilumina divina vehemencia
y en mi mente conjuga el Amor
la excelencia del Arte y la Ciencia
en la dicha de un mundo mejor.
Alto ensueño mi afán encadena
si en las brumas se ven al trasluz
alborozo de gracia serena
y temblor de banderas de luz.
En mis ímpetus diarios alterno
pensamientos de bronce y cristal
y el orgullo del México eterno
que alza al día su frente inmortal.
El futuro en mis ojos se irisa
y en el alba de mi corazón
riega lirios azules la brisa
encendiendo mi nueva canción.
18 de julio de 1945.
Alba de Amatitlán
Brillan recuerdos de esmeralda y oro
en el aire feliz, bajo el halago,
de las nubes en flor, mientras el mago
de la luz dilapida su tesoro.
Volcanes y canoas en el vago
rosicler matinal en que te adoro
y se asoman tus ojos en el lago
de dicha y azul y pájaro canoro.
Instantánea visión entre agua y cielo
con mis manos aéreas te cincelo
y en estrofas de espuma te decoro;
y llega de las nubes tu sonrisa
y sobre suaves alas de la brisa
beso tus ojos de esmeralda y oro.
Amatitlán, septiembre de 1945.
El Lago de Yojoa
En el inverosímil mediodía
que nácares y flores desbarata,
surge tu imagen de cristal y plata,
montaña azul y suave lejanía.
Antiguo amor y eterna poesía,
agua llena de sol ––fuga y cantata––
Venus en tu hermosura se retrata
inefable como una melodía.
Yo soy la voz que llega del lejano
confín para aprender el canto llano
en tu silencio puro de infinito;
Voy al futuro y vengo del pasado,
y sólo con mirarte me he embriagado
de luz, como si fuera un pajarito.
Diciembre, 1948.
Evocación de Reyes
El pastor y la pastora
y la flor y la floresta
cantaban himnos de fiesta
en ―La Casa de la Aurora‖.
Tegucigalpa canora
se marchaba a La Laguna,
alborozada como una
novia, y daba su tesoro
entre los pinos verde y oro
y el ópalo de la luna.
Bajo el encanto lunar,
con resinas milenarias
se encendían luminarias
de alegre chisporrotear.
Y los ángeles del mar
al abandonar sus tiendas
llegaban con las ofrendas
de oro y de pedrería,
y Reyes les refería
las más azules leyendas.
Y era una piedra preciosa
el cantar en su donaire,
y dormida iba en el aire
una violeta olorosa.
Aldebarán y la Osa
Mayor lucían su fino
fulgor en el diamantino
silencio de llano y monte,
y era más suave el zinzonte
en la voz del Padre Trino.
Septiembre, 1950.
Inédito y al parecer inconcluso.
Morena de Bogotá
Esa nube me enajena
en sueño y en más allá…
Mírame, niña morena,
morena de Bogotá.
Tu pureza milagrosa
tiene doble poderío:
la eternidad de la rosa
y el instante del rocío.
Bajo tu cielo deploro
que esa nube esté de prisa;
pero el sueño es manos de oro
sobre el arpa de la brisa.
Si del cristal cae un trino
y el aire es una guirnalda,
en tu voz arde el divino
aroma de la esmeralda.
Y en tu mirada serena
un ángel tranquilo está.
Mírame, niña morena,
morena de Bogotá.
19 de junio de 1951.
DE “LA SANDALIA DE FUEGO”
1952
Madrigal
Blanco sobre lo blanco,
lejanía sobre la lejanía
del espacio en el tiempo.
Cae la luna, cae
––magnolia suave–– sobre las ruinas
del Foro,
el más sonoro
recinto en que la voz del hombre resonó
hacia el norte y el sur, hacia los mares
que sabían latín y ahora son
sepulcro de las náyades dormidas…
El tiempo es un sedante
bálsamo sobre los mármoles heridos.
––¿En dónde está la voz
que puso en movimiento a las legiones?
¿en donde el ceño
de César coronado de violetas?
Ella me preguntó, mirando el cielo
de esta noche serena del estío
romano, frente al Foro,
al ver una caída
columna que fue esbelta,
y acaso estuvo cerca de la toga
viril de Cicerón, junto al exordio
de perfección marmórea.
Roma, octubre de 1950.
Un rostro
¿Dónde te he visto? ¿en qué
sueño, a qué hora?
Eres la flor de la belleza humana,
la perfección sin nombre, sin fecha, sin angustia;
eres el acto puro, eres la luz del cielo
detenido tan sólo
un momento, tan sólo, sobre la amarga tierra;
eres lo eterno de la sonrisa, eres
un día, sólo un día,
para siempre.
Nimes, septiembre de 1950.
Isla solar
En Capri,
la isla del sol.
Cerca, lejos, en todo
el amor.
El mar más azul
y en la voz
un fino
temblor
En estos belvederes
Virgilio soñó.
Capri de los sueños
de ayer y de hoy.
Capri, 28 de septiembre de 1950.
Sorrento
Esta es Sorrento, este el mar lejano
de la ilusión y la mitología;
mar de esmeraldas y oro en alegría,
de azul azul y de cristal Murano.
Todo el azul y el oro tramontano,
nácar en flor y jade en lejanía;
todo el azul, todo el azul del día,
todo el oro al alcance de la mano.
Remos azules en las barcas de oro...
Éste es Sorrento y éste el mar canoro.
¡Dame todo este día en tu mirada!
Estos trasmundos y estos ultramares…
Vivir aquí, rodeado de azahares,
amor, amar, y no pensar en nada.
Sorrento, 28 de septiembre de 1950.
Campana Mayor
Esta mañana, en el albor del día
me despertó con voz desgarradora,
la campana mayor hecha de aurora,
de bronce azul y eterna melodía.
Acaso la ascendente flor sonora
era la que en el sol Dante veía
al alzarse, como en la letanía
sobre su Catedral, Nuestra Señora.
Sentí de nuevo el agua del bautismo,
gocé la sal y regresé a mí mismo
quemándome en el cántico ascendente,
sobre barro infeliz y lirio pulcro,
y la voz me ordenaba suavemente:
―despierta y abandona tu sepulcro‖.
Florencia, octubre de 1950.
El loor de la ciudad excelsa
Florencia, inverosímil ciudad, numen y emblema:
en ti el Creador recrea gozoso a su criatura,
y el alma es un incendio de excelsitud suprema,
porque con sólo verte tu luz la transfigura.
De las ciudades eres la más insigne gema,
en ti se ha eternizado la flor y la pintura,
y hasta los santos ángeles se ciñen la diadema
para mirarte siempre con la misma mirada pura.
Tus mármoles, tus flores, tu cielo, tu pasado,
tus monstruos y tus sueños! Florencia: estoy saciado.
En ti la Poesía encontró su destino.
Regresaré una tarde por ver tus maravillas,
una tarde de aquellas que amaba el Gibelino,
con labios rutilantes y el alma de rodillas.
Florencia, 3 de octubre de 1950.
Al nacer el otoño
A Enrique Peña Barrenechea.
Al nacer el otoño y en el París que sueña
se oye el primer temblor de la palabra hermosa,
eso que va dejando la luz en cada cosa
para poder probarnos que existe Enrique Peña.
En nácar gris y en oro de ultramar se diseña
el final del crepúsculo como una mariposa
que recibe la gota de rocío hondureña
en la tarde del Sena, que equivale a una rosa.
Así transparentada por la ―amorosa idea‖
como el aire a la forma nos ciñe y nos rodea
la poesía pura, presencia del Amor.
Y con los ojos vivos y la débil plegaria
somos esa indefensa paloma milenaria
que en Notre Dame amparan los ángeles en flor.
París, 12 de septiembre de 1950.
Venus dormida
A Luis Andrés Zúñiga
En París, esta noche, y en lo mejor del mes,
bajo el cristal del sueño el aire es ambrosía
Si todo pasa y todo es nada, la alegría
de París es la misma que viste, Luis Andrés.
Estos jardines y esta luz de amor, ya lo ves
te envía su saludo! ¡París aún es de día!
Los ángeles existen y está la Poesía
en su lugar, no importa que el mundo esté al revés.
Lutecia antigua y joven eterna por sus rosas,
por su sonrisa sobre las almas y las cosas
y lo que nos anuncia para un mundo mejor.
Venus está dormida en espuma y fragancia,
y este año han sido hermosas las cosechas de Francia:
dividendos, estatuas sonrientes, vino, amor.
París, 5 de septiembre de 1950.
Palomas venecianas
Palomas venecianas, sois hermanas
del sol, y entre arreboles encendidos,
os fugáis al vibrar los alaridos
bíblicos de las cándidas campanas.
Veronese os construye las mañanas
y Ticiano los sueños y los nidos;
sois como poemas escindidos
por el amor, palomas venecianas.
Cuando la luz del alba se prosterna
para adorar a Dios, gozáis la tierna
dicha de enamoraros sobre armiños;
y al despertar tenéis el pan seguro,
el vuelo y lo que el próximo futuro
dará, palomas-niñas, a los niños.
Venecia, octubre de 1950.
DE “POEMAS”
1954
Campana de Cholula
Bajo la luz cuaresmal
tiembla en la tarde infinita,
la campana, campanita,
campánula de cristal.
Y su dulzura esencial
nos da la más pura esencia,
y en tono de confidencia
afina mieles sonoras
al abrir el libro de horas
de Fray Martín de Valencia.
La voz de Motolinía
se quiebra en el aire en flor,
y nos dice su mejor
discurso de pedrería.
Franciscana melodía
que ningún pájaro iguala,
pues reverbera en la escala
de las melodías puras
y en las airosas figuras
del Códice de Tlaxcala.
Campana; en tus voces arde,
se cristaliza y se acendra
como si fuera una almendra
el corazón de la tarde.
Y en la lágrima cobarde
finges rosa enamorada,
y eres dulcísima espada
en hondo temblor sucinto,
muriéndose en el recinto
de la cuaresma morada.
Cholula, 20 de marzo de 1944.
Nocturno 100
Mi corazón se enciende en la intranquila
claridad de esta noche enamorada;
en una luz insomne, y en la rada
de tu silencio es barco, y la vigila.
Alza su grito azul, Emilia, Mila,
y su infinito es cóncavo en mi nada.
En la vigilia de la madrugada
mi corazón orfebre te burila.
Estatua aérea en el eterno día
de la profunda flor, la Poesía,
mi corazón en nardos te cincela
eternidad más firme que el basalto
y más sensible, con el sobresalto
de los pájaros en la duerme-vela.
Para siempre
Amo las piedras preciosas
y también amo el rocío;
pero te amo más, bien mío,
que al corazón de las rosas.
En tus miradas hermosas,
cuando más hermosa estás,
veo que te quiero más
que al más divino tesoro.
¡Te amo, te quiero, te adoro,
y para siempre jamás!
Washington, 24 de marzo de 1950.
Parábola
Era en su más rosada adolescencia
Jesús, y nunca se le vio tan bello;
sonreía en el último destello
de una dorada tarde de Florencia.
Leonardo, que sabía toda ciencia,
se le quedó mirando, por el sello
de distinción, el nuevo lirio al cuello
y el nimbo en la inefable transparencia.
Años después para pintar a Judas
tuvo el mismo modelo: las sañudas
miradas, feo, inmundo, sin decoro,
compurgando en la cárcel un delito.
(Y esto dice miniado manuscrito
que tiene las mayúsculas en oro).
Milán, octubre 10 de 1950.
A Lorenzo el Magnífico
Eres perfecto, porque no reposas,
y a pesar de las ánforas vacías
tienes el mismo afán con que construías
tu ciudad sobre mármoles y rosas.
Tu nombre eximio en páginas fastuosas,
relievo en el azul que preferías
si, asediado por obras y por días,
burlabas la codicia de las diosas.
Impar Lorenzo, arcángel desterrado,
fulgura en el presente tu pasado,
vives en tu Florencia Medicea;
tu león con la lis está despierto
––síntesis de la acción y de la idea––;
fuiste carne mortal, pero no has muerto!
Florencia, octubre 6 de 1950.
Nunca es tarde
Para Eduardo Avilés Ramírez
Cuanto más luminosa, la estrella es más lejana.
Eduardo: nunca es tarde para estar en París,
con mi canción de otoño, mi tristeza liviana
y mis ganas inmensas de ver la flor de lis.
Aún tiembla en el divino jardín de la mañana
el azul más azul en que lanza su bis
sobre el granado en flor la alondra shakespearana,
la que escuchó en sus éxtasis melódicos San Luis.
Nuestra amistad se acendra en el vino dorado,
más que el tiempo en sus odres. Atrás queda el pasado;
hoy sólo es hoy, mañana será el silencio gris.
Rubén está en la rosa, Balzac en la sonrisa,
y el Amor nos reitera que bien vale una misa,
una sola, una misa de amores en París.
Septiembre 8 de 1950.
A San Francisco
Señor: Tú que restañas al herido
y con mirar al débil le haces fuerte,
sabes muy bien que siempre te he querido
y que nunca he dejado de quererte.
Príncipe de poetas, he venido
del dolor y el amor sólo por verte,
y en mi felicidad te doy, inerte,
las gracias, por haberme sonreído.
A los que alguna vez me han ofendido
los sepulté en sarcófagos de olvido,
Señor, tan sólo para merecerte.
Yo sufrí mordedura y alarido
y al llegar hasta aquí sólo te pido
me sonrías a la hora de la muerte.
Asís, 30 de septiembre de 1950.
La palabra humilde
Para Antonio Gómez Robledo.
Ya me embriagué de amor en tu alegría,
diácono de la luz, Francisco hermano,
al mirar tu ciudad desde la Umbría.
Mísero pecador, verbo profano,
pido tu comunión, tu poesía,
y que también me tomes de la mano.
Con sólo ver tu rostro en la neblina
la humanidad que viste así la veo,
y toda tu leyenda me ilumina.
Perdonas el verdugo y al ateo
y eres brisa de aromas en la tierra…
¡Te he vuelto a ver y en tu hermosura creo!
Pues la turbia mentira nos destierra
de tu ideal, y triunfan entretanto
sangre cruel y oprobio de la guerra.
Tú que echaste cenizas en el vino
y que sufriste en el horror del llanto,
déjame amar tu gótico divino;
en tu ciudad hallada en el camino
como una flor que se cayó del Cielo
y me pudo mostrar al Uno y Trino.
Tú eres el infeliz, el ―Poverello‖,
el que acude en las horas más aciagas,
con hélices de lino para el vuelo.
Déjame ver cómo tus manos magas
sufrieron su momento milagroso
y úngeme con la sangre de tus llagas.
Vi tus olivos y encontré reposo;
entre tus piedras descubrí el inmundo
aliento del mendigo y del leproso.
Ya conocí a Don Juan, a Segismundo,
a Hamlet, el del cráneo dolorido,
y al sucio lenguaraz inverecundo.
Afuera alza palacios el bandido
gentil, y el demagogo que habla en prosa
se enmascara de lobo enfurecido.
Y pon tu mano misericordiosa
sobre la frente que en dolor se quema
como en lumbre la hermana mariposa.
No me puedes librar del anatema
de morir, pero sí pido una cosa:
ser la palabra humilde en tu poema.
Asís, octubre 1° de 1950.
Muerte en Río
A la memoria de Jorge Federico Travieso.
En el país azul de los diamantes,
bajo las áureas lámparas del día,
se han quebrado sus voces suplicantes
y se ha dormido, tal como quería…
Alzó su frágil copa de ambrosía,
tembloroso, tan sólo unos instantes,
y su rosal de sangre le decía
que las rosas no son equidistantes.
El fantasma interior le perseguía
sus diálogos horrendos con la Nada
y el Todo… y más allá la Poesía…
Y se fugó, porque iba de pasada.
¡Un trino en la tormenta despiadada,
bajo las áureas lámparas del día!
Washington, D. C., 24 de junio de 1953.
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Heliodoro Valle - La rosa intemporal -Antologia Poetica-1908-1957

  • 1. Rafael Heliodoro Valle La rosa intemporal Antología poética 1908-1957 En conmemoración al cincuentenario de la muerte de Rafael Heliodoro Valle 1959-2009
  • 2. Primera Edición, 2009 © Secretaría de Cultura, Artes y Deportes Tegucigalpa, Honduras Autoridades Secretaría de Cultura, Artes y Deportes Myrna Aída Castro R., Secretaria de Estado Héctor Roberto Luna, Director General del Libro y el Documento Consejo Editorial Óscar Acosta Eduardo Bähr Mario Argueta Diagramación y Diseño Doris Estrella Laínez Aguilar ISBN 978-99926-53-04-3 Editorial Cultura Printed in Honduras Impreso en Honduras
  • 3. Presentación Mientras sea posible dar a la imprenta la poesía completa de Rafael Heliodoro Valle, reúno en estas páginas algunos de sus mejores poemas. El título no ha sido puesto al azar. Fue elegido por él mismo, que siempre pensó publicar una antología de su obra poética. En su ―Diario‖ del 31 de agosto de 1953 escribió: ―La rosa intemporal, éste debe ser el nombre del volumen en que deseo recoger lo mejor de mi obra poética. Así viene en la página de poemas que me ha publicado “Espiral de Bogotá‖. En el archivo magnetofónico de la Biblioteca del Congreso, en Washington, se conservan 30 poemas grabados por él mismo en 1952. Todos ellos están aquí incluidos. Su producción poética total consta de algo más de 400 composiciones. Aparecen aquí 101. Las he escogido de todas las épocas, aún entre los primeros poemas que posiblemente él mismo había ya olvidado, como sucede con el titulado “Amanecer de mar” que apareció en una revista dominicana y que me fue enviado desde Santo Domingo; o bien, la “Oda a Juárez” que estaba inédita y olvidada desde 1911. El lector podrá así apreciar la evolución de su poesía, iniciada en la etapa del post-modernismo. De haber cumplido su propósito de reunir esta antología, la selección que él hubiese hecho habría sido diferente y, posiblemente, más severa. Se trata, de un gusto enteramente personal. He puesto aquí las últimas versiones, cuando un poema fue modificado y corregido posteriormente a su forma original. La única excepción ocurre con el titulado “Ave María en el mar”, del que reproduzco la primera versión de 1923, publicada en la revista “La escuela costarricense”, por considerar que aparece allí en su forma más perfecta y completa. José Santos Chocano escribió al conocer los originales de Ánfora sedienta: “El poeta del Ánfora está loco de prismas. En sus ojos retiembla la embriaguez de las piedras preciosas. En sus manos se sonríe el delirio tornasolado de las sedas… Mezcla él, con manos pródigas, los camafeos sacramentales en que trasudó el benedictismo de Gautier, los ópalos malignos en que cristalizó el calosfrío de Baudelaire, las perlas tremulantes en cuyo oriente palpitó la sonrisa maliciosa de Banville, los rubíes de la sangre cálida en que se coagularon los diabolismos de D’Aurevilly, las esmeraldas obsesionantes en cuyas angustiosas aguas se zambulleron las perversidades de Lorrain, los diamantes translúcidos en que se cuajaron las lágrimas alcohólicas de Pauvre Lelian… Dijérase, al leer estos poemas —que así merecen ser impresos en páginas de seda como precedidos por iniciales de misal— que se asiste a una orquestación de los siete colores, apurados en la combinación
  • 4. febril de todos sus matices y revestidos por la pompa exuberante de una gran lujuria verbal. El Cuervo sabio me dice, así, al oído: ―Bebe de esta Ánfora; que en el fondo de ella, y sin mezclarse al buen vino francés, está asentada una gota de la sangre indígena y hierve una lágrima de León!‖. Así se expresó el poeta peruano en 1917. Muchos años después, en 1943, el poeta mexicano Enrique González Martínez, dijo a su vez al conocer los originales de Contigo: ―La personalidad de este hombre de las cien caras y de los mil y un seudónimos, es difícil de aislar y definir. En el trato humano, tiene un solo rostro amable e inconfundible, un solo ingenio sutil, un solo noble corazón; pero en su actividad literaria, es otra cosa; cuando piensa uno haberlo encontrado en el cronista ágil y fino, se nos escabulle y aparece en el investigador histórico que ha ido acumulando documentos y acopiando datos sin que logre saberse cuándo ni cómo; si se cree que su centro de acción es el periodismo, lo descubrimos en la cátedra, atento a su deber y dedicando pacientemente a la enseñanza; cuando estamos seguros de haber atrapado al bibliógrafo, nos tropezamos con el humorista, y éste se esconde para dejar su sitio al poeta… …Poeta conocí a Valle y lo vuelvo a encontrar en este libro de sus más recientes emociones. Con estos poemas de hoy, muestra que no es el viajero inadvertido que recorre su senda sin parar mientes en las amorosas solicitaciones del paisaje, sino el peregrino que atiende a toda voz y a toda forma para guardarlas celosamente, en espera de transmutarlas en canción. Este libro de madurez, hora de las creaciones definitivas, momento en que lo retórico y lo puramente literario ceden el paso a la emoción humana y sin afeites, nos da lo más noble del espíritu de Valle: forma pura, sensibilidad honda, visiones convertidas en estados de alma, música en que el dolor y la alegría ponen su nota de arte sincero y de vida profunda. La forma gallarda, plenamente dominada por el poeta, y el verso limpio, hacen lo demás…‖ Y estas frases constituyen la mejor semblanza de Rafael Heliodoro Valle, y el mejor juicio de su poesía. Emilia Romero de Valle México, D. F., abril de 1964
  • 5. CREDO Creo en la Poesía pura, la Poesía en sí, la que nos libera de las cadenas del dolor y la muerte. Creo que en el principio fue la Poesía y que las palabras sólo son la escala de Jacob que ella nos tiende para evadirnos hacia la pureza. Clásicos, románticos, modernistas, ultramodernistas: son solamente nombres para ubicar, en la cronología de las esencias y los valores, las formas de la expresión poética que cambia con el clima de la sensibilidad. La rosa es intemporal. La Primavera no muere, porque sólo se esconde a los sentidos impuros. En ella nos verificamos, y por ella somos habitantes provisionales de su mundo de encantamiento, sombras que fugazmente se iluminan. Desde Homero hasta San Juan, hasta Góngora y Verlaine, en Darío y en González Martínez, la Poesía es la misma, innumerable, indivisible. Los sabios han pretendido clasificarla, como las flores y las estrellas; pero ella está más allá del tiempo, más allá de nuestros más hermosos sueños, haciéndonos confidentes de sus sagrados misterios, dándonos nuestra ilusión de cada día. Creo en que la Poesía tiene el secreto de la rendición del hombre y que ella es la tierra prometida en que el acto puro es igual a la música azul de la estrella que hace muchos siglos murió pero sigue iluminando la Tierra. Rafael Heliodoro Valle Nueva York, abril de 1953.
  • 6. PRIMEROS POEMAS, NO RECOGIDOS EN VOLUMEN 1908-1911
  • 7. Amanecer de mar Al lápiz rosa Llueve la aurora miel sobre el aliño de las cimas en flor, —dulces de bruma—, y con seda de luz limpia el armiño de los cándidos lirios de la espuma. Vuelca el amanecer en la lejana blancura su florón de resplandores, y de ópalos y lises. ¡La mañana es un rosal azul que rompe en flores! Prende a las aguas mágica guirnalda de oro y nieve solar la dulce bruma. ¡Sobre la primavera de esmeralda canta la primavera de la espuma! Rubia de amanecer es la gloriosa deshojación del mar, que en sus temblores hace que todo, —al sol—, se anegue en rosa: ¡armiño, azul, espuma, aguas y flores! Mar Pacífico, 1908
  • 8. Tropical Tiende su palio rosa Primavera sobre el campo de abril, verde y joyante; el cielo es como un trozo de diamante y es un búcaro de oro la pradera. Luce un verde festón la enredadera en su limpio follaje deslumbrante, y en el árbol añoso y susurrante labra la abeja su panal de cera. Cantan en la cañada los zorzales florecen los sonoros cafetales bajo el dombo de un cielo de violeta. Y mientras en la selva de capayas vuela un coro de verdes guacamayas va rodando en el campo una carreta. México, D. F., 2 de septiembre de 1909.
  • 9. Surtidor de luna Surtidor de leche, surtidor de nieve, surtidor de plata, milagroso y leve como el cáliz fino de una inmensa flor; cúpula de espuma, misteriosa y suave, claro como lirio, gorjeador como ave, floreciente copo, vaso de frescor! Es de azur tu encaje limpio y rutilante, pájaro de nácar, lúcido y brillante que se esponja alado como pavo-real; tienes los tesoros del aurifabrista, eres milagroso como el joyerista que hace de las aguas plumas de cristal! Surtidor sonoro, límpida colmena más maravilloso que la luna llena cuando va regando cálido fulgor; llevas por riqueza tu caudal de gotas, trinos y matices, que derraman notas en tu pentagrama, claro surtidor! Surtidor de leche, surtidor de plata, en tus muselinas lento desbarata este plenilunio nieve sideral; hermano sonoro, que en tu pedrería llevas empapada mi melancolía con las transparencias de tu azul cristal! México, otoño de 1909.
  • 10. Plenilunio Una benevolencia de frescura pasa por el silencio, amada mía, cual si pasarán por la perla pura de la noche, los ópalos del día. El plenilunio en su joyel abierto acicala los tumbos de sus gemas: es paréntesis de oro en su desierto, oasis de milagrosas crisantemas. Sobre el estanque azul, el cisne es una camelia que se aloja en un zafiro: dispone de lo blanco de la luna y de las inconstancias del suspiro… Y tornasol de buche de paloma sucede a la esmeralda vespertina: nos da el viento su música y su aroma, y el agua su paciencia cristalina… Junto a la soledad de los senderos brilla lo que se esmalta y que perfuma: toda blancura hostial de jazmineros y victorioso escándalo de espuma… Todo lo que se embriaga y se deshoja, hace evocar los júbilos del nido. Cuando veo al estanque se me antoja que un pedazo de cielo se ha caído… Y se prestigia en luna cada trino, cada fulguración y cada broche; y el silencio es magnánimo y divino en la benevolencia de la noche… Dices que te hallas sola en tu tristeza, pero en una verdad respuesta fundo: ¡cuando tu boca pálida me besa pasa la eternidad en un segundo!
  • 11. Y que te gusta más la noche bruma porque sus tules cándidos enflora… ¡Cambias por una dádiva la luna todos los rosedales de la aurora! Entre la luna y tú, secreto existe. Ignoro en mi inquietud piadosa y franca, si por ella al pasar te haces más triste, o ella al pasar por ti se hace más blanca. Octubre, 1910
  • 12. Música fúnebre Como chorro de luna que se vuelca en un trino, como seda de trino que diluye la luna, va temblando el nocturno tristemente divino en el suave silencio de la noche oportuna… Y tus fúnebres manos se prestigian en una soledad de mortaja, cuando exhuman del fino marfil prócer, las notas. Finge ser tapa bruma de ataúd la del piano, tristemente divino… Es Chopin el que pasa con su mal… y adivino que se acoge al silencio de su azul torre bruna, como pájaro negro en la sombra de un pino… Mi tristeza presiente que en la noche oportuna, se diluye su pena, cual perfume en un trino, como chorro de trino que se vuelca en la luna! México, octubre de 1910.
  • 13. Elogio del maestro (Versos leídos por su autor en la inauguración de la Escuela Normal de Profesores de México el 12 de septiembre de 1910.) ¡Y bien! Me llego a la radiosa pira, ebrio de azur y libre la sandalia acaso de ilusión o de mentira. ¡Traigo en las manos trémulas la lira, Hércules joven a los pies de Onfalia! Echo la zarza en el brasero exhausto mientras del horizonte aurora sube, y del leño triunfal del holocausto, la llama parabólica, hasta el fausto empíreo, asciende en forma de una nube! Vuelca la luz espumas y joyeles sobre el amanecer —¡liras y rosas!— con todas sus fragancias y sus mieles, como una epifanía de claveles tras una incubación de mariposas… Blanca de mármol y oro resplandece la zarca lejanía encristalada: ¡ilusorio jardín que desvanece un rosal de fulgor, donde florece el cándido botón de la alborada! Pálidos lises de enjoyado armiño luce el azur en su crespón celeste… ¡Oh Juventud, como el Poeta ciño roble a tu sien, y por urgir tu aliño beso las blancas fimbrias de tu veste! ¿Y ese de barba nívea y resonante báculo de ilusión, a quien admiras? ¡Peregrino de lengua fulgurante que merece viajar entre vibrante mágico són de alondras y de liras!
  • 14. ¡Ese pastor de júbilos, que aduna sacro laurel y diamantina palma, copia en su frente palidez de luna, en su conciencia sol; y tiene una santa resignación dentro del alma! ¡Oh fogueado viandante nazareno que sale del Dolor, como va al limbo pródigo brote de dulzores lleno!... ¡Lleva el cielo en el alma porque es bueno y en la pálida sien le tiembla un nimbo! * * * ¡Eres tú, ¡oh Señor! el de tranquila unción y transparencia de lucero: guardas amanecer en la pupila, helicones de miel en la mochila y en tu faz la tristeza del sendero! Y pues derramas mieses milagrosas en los ávidos surcos florecidos, tienes para tus ansias armoniosas, un temblor matinal, como las rosas, y un corazón de miel, como los nidos! ¡Amor! Fresco panal, de matutino y selecto dulzor. ¡La vida es eso! Todo lo que perfuma y es divino… ¡Se unen los buches y se enjoya el trino, se unen los labios y se enflora el beso! ¡Alma! Tú eres de amor; tú das la gloria al que sube al Azul o va al abismo. Es igual para ti gema o escoria… Para el que lucha y sueña en la victoria, nido y tumba, ¡oh Amor! ¡todo es lo mismo! No te canses, Señor, cuando tu mano riegue mucha semilla melodiosa, que la gracia del lirio fue gusano. ¡Haz que reviente sobre el surco el grano, y en el botón de luz rompa la rosa!
  • 15. Tu mano herida arroje la simiente, que es más hermosa al verse mutilada en su mármol la Venus transparente, y el agua jubilosa del torrente da más espumas cuanto más golpeada! * * * ¡Oh cándida ilusión, místico anhelo que subes al Azul por lo divino! ¡Das a las ondas, claridad de cielo, a los boscajes, el temblor del vuelo, y a las auroras, la piedad del trino! ¡Oh sembrador! Que buscas en la rama la flor de fuego que la savia atiza, haz de tu ensueño, lírico oriflama: ¡como secreta floración de llama bajo el albo crespón de la ceniza! ¡Jardinero que ves en la florida pascua del polen, al plumaje leve de Florëal! Tú pasas por la vida como beso de amor sobre una herida, como lucero blanco por la nieve! Tú corazón con su perfume sella todo lo que refulge como el astro que en el plumón de luz rompe y destella, y en mediodía es sol y en noche estrella… ¡Tu corazón es dalia de alabastro! ¡Canta al Amor! Ya están los marfileños copos de escarcha desplegando galas y pájaros los nidos abrileños… ¡Tu labor es idea: cuidar ensueños, abrir los lirios y dorar las alas!... * * * ¡Y bien! Quisiera darte en mis anhelos todas mis esperanzas y mis rimas. En el Azur, los dos somos gemelos:
  • 16. ¡Tú naciste, Señor, para los vuelos, Yo como tú, nací para las cimas! México, septiembre de 1910.
  • 17. Sangrienta el alma en el laurel fragante Para Leopoldo de La Rosa De dónde vine yo? Tal vez de un monte que se cansó de amar todo lo ignoto de las calladas lámparas del cielo; de un camino remoto que se quedó temblando en un pañuelo… Vine quizás de la azulada huella de algún convalesciente peregrino; tal vez de la penumbra de un ramaje; de las enfermedades de una estrella que se quedó muriendo en el camino para anegar de lirios el paisaje… De dónde vine yo? De la fragancia que en el enamorado firmamento la columbran las almas, sin que el broche llene con su embeleso la distancia, y va peregrinando como el viento, sin saber en qué flor, pasar la noche… Y a dónde voy? Acaso hacia la seda de esta divina tarde que devana todo el lino otoñal de la alameda sobre la rueca azul de la ventana… Y me pongo a mirar todo lo oscuro del camino remoto, del camino de nácar, y apresuro mi viaje… Si he de ser en la garganta de un ignorado ruiseñor divino tal vez un verso vaporoso y puro… Mayo 1911.
  • 18. Oda a Juárez (En la fiesta con que los estudiantes del Estado de México recordaron el fallecimiento del Benemérito, el 18 de Julio de 1911). I ¡Salve, abuelo de bronce y de oro! Aquí me tienes: así trepan al monte por besarle, los llanos… Señor, ¿qué quieres que haga? Señor, ¡aquí me tienes! ¡En este santo instante siento que están tus sienes coronadas de laurel, temblando entre mis manos! Tú me has visto en las tardes subir al horizonte, sin sandalia, vestido con un velo de flores: tú estás entre la nube; por verte subo al monte y bajo con la cara llena de resplandores… ¡Oh en el exilio en que ibas repasando las huellas de huesos diamantinos! ¡Te quisiera cantar con los alejandrinos que labran las estrellas o con versos azules como los que hace el mar! ¿Con qué carne más pura amasaron tu rostro? ¿Qué tallador de vidas trasladó tus quimeras a los nobles basaltos? Padre, ante ti me postro y clavo aquí mis versos como un haz de banderas! Médulas de leones y columbinas mieles en páteras te ofrendan las manos en tus giras: ¡para dormir en mármol, sábanas de laureles! y en vez de hombros amados, un cabezal de liras! ¡Oh Capitán civil! Tu levita cruzada sobre el sendero amargo se va haciendo girones: ¡se empolva con los nácares de la noche estrellada y tiene los remiendos que hay en tus pabellones! II Cultivaste en la agraria paz del huerto canoro naranjas, de las cuales eras el vendedor: ¡Vendedor de naranjas de una hespérides de oro,
  • 19. que en las ingenuidades de tu huerto canoro aún nos das infinitos almácigos de amor! Se ha sentado a tu choza la América Latina, tu india blanca, que busca tu pomar de zafir: ¡le has dado mientras trina su alondra adamantina, una enternecedora toronja matutina con mieles de esperanzas y oros de porvenir! Al tejer la amorosa tela de su Destino, con rumor de hilandera penelopiana, son como un torzal, las blancas canas de Hidalgo el lino, es tu Simón Bolívar el girar diamantino y Morazán entero rueca de corazón! III La tarde en el barranco siempre te halló de hinojos, dormido en la blancura de tus ovejas… ¿Algo te habló su vellocino de las canas de Hidalgo, el sideral viejito de los azules ojos? Cuauhtémoc en un árbol, con la lengua de fuera, te perseguía en sueños, chorreando amargura… ¡La cabeza de un Cura colgaba lastimera y luz daban sus ojos entre la noche pura! ¿Qué diálogos tendrías allá con tus ideas? ¡Con espinas tu mente! ¡Padre, te reverencio! La luna de tu alma derramaba mareas para bañar tus íntimas riberas de silencio… Pensarías: ―Los cuellos sólo serán cautivos de las guirnaldas que hago con los brazos abiertos. ¡La Patria no se halla sólo en sus hijos vivos sino que ha sido hecha también con hijos muertos!‖ IV Cuando la vespertina dulzura de los cielos corre por los torrentes es que Dios se derroca: entonces, con relámpagos, ¿qué te dijo Morelos? ¿te dio a beber la linfa de su cristal de roca?
  • 20. ¡Oh abuelo de oro y bronce! Tú todavía sueñas: pasan parejas de águilas arrastrando tus carros… ¡Forraron tu inmutable máscara con cureñas ya que estaban comidas tus plantas por guijarros! Todos dudan. Se enfloran los caminos que sellas con pedregales ásperos, y hasta el Dolor se cansa! Mas dijiste: ―¡Aún me queda, picado por estrellas, un rincón azulado y ahí está mi Esperanza!‖ En tus playas de espíritu qué ir y venir de olas sonando entre las cuencas de acero de tu cráneo: ¡cada suave suspiro que oprimías a solas era una espuma apenas de tu mediterráneo! Pero pasó el secreto barco de alborozo rasgando las neblinas de tu íntimo horizonte, ¡y al llegar a la playa viste un maravilloso valle de bayonetas que ascendía hasta el monte! Las llamaradas de oro rayaban las techumbres del firmamento puro de los cielos de mayo: ¡era porque pasaba alineando montes y atropellando al viento, Zaragoza a caballo! ¡Mágico Maestro lírico! El jazmín de la aurora sobre tus huesos vierte rocío y rosicler… ¡Oh Padre, aún no estás muerto! No ha llegado la hora de que te vayas! ¡Tienes todavía qué hacer! ¡Hosanna! ¡Los volcanes lucen sus charreteras! ¡Pasa el gran Oriflama! ¡Son los libertadores! ¡Delante de tu coche van todas las banderas! ¡Detrás de tu levita llueven todas las flores! V ¡Salud a tus laureles y a tu manto arrogante! ¡Saben a gratitud los ramos de tu historia! ¡Préstanos tus penachos, Capitán de diamantes! ¡Geómetra de la América, que eres equidistante de la circunferencia de astros de la gloria! El mármol? No podría simbolizar tu pena. La plata? No se presta para la eternidad.
  • 21. El bronce? Esa es la copia de tu carne morena. ¡Y al viento tu arrogante manto de tempestad! ¡Morazán te saluda sobre la cordillera. Su corcel bebe alturas antes de cabalgar! ¡Te abraza mentalmente porque hay en su bandera lo blanco de tus montes y el azul de tu mar! Avanza a tus espumas mi río de guirnaldas: miedo le dan tus aguas siempre llenas de bruma, pero como el Amazonas de esmeraldas penetra muchas leguas sin revolver su espuma! VI ¡Gran abuelo de bronce y de oro! De repente voces de arriba… ¡Lumbre! ¡Lo Azul! ¡El arrebol! Tu águila, que pasea por el gran Continente su rosa, se detiene melancólicamente para mecer sus alas sobre el nido del Sol. México, D. F., 14 de julio de 1911. Inédita.
  • 22. DE “EL ROSAL DEL ERMITAÑO” 1911
  • 23. Prócer origen Artifix monachus fui, para lo plural rehacio …Un jarro de flores, y un puñal… Fue para mí la vida como un topacio… Para calmar mi deseo logró mi ansia fervorosa hacer versos con Berceo o pulir un camafeo sobre una piedra preciosa… Amé la joya, y el copo hostial, por lo fino y terso; la plata del bello hisopo, el oro dócil del tropo y la música del verso… Al guijarro sucio y fuerte domó mi mano, que odia la piedra no repujada, y pudo hallarme la muerte cincelando una custodia demasquinando una espada…
  • 24. La abuela Petronila ¡Oh las blancas abuelitas que con sus manos benditas deshojaban margaritas! Y las que en el manso hueco de la ventana, en el rueco hilaban el lino seco… Las que desde el aclarar del sol, cantando un cantar, se ponían a bordar; o hacían sin darse prisa, entre añoranza y sonrisa, las hostias para la misa. Hubo en mi casona una blanca: sin mentira alguna se perdía entre la luna… En su familiar candor tenía nostalgias por su baúl de alcanfor. Y porque la recordara una vez me dijo: ―Para diamantes la noche clara!‖ Tras la vetusta cancela rezaba mucho la abuela, a la luz de una candela. ¡Oh manos para el rosario! ¡Trenzas para un relicario! ¡Mirra para el incensario! Píntenla en místicos rasos guiando mis primeros pasos o llevándome en sus brazos! Mi amor es junto a la losa
  • 25. de la abuela dolorosa un príncipe que solloza!
  • 26. Artifix monachus Sobre un endecasílabo sonoro, con mi fina herramienta diamantina, he logrado pulir guijarros de oro y con resignación benvenutina. ¡Nunca desesperé! Y rememoro viejos marfiles de corteza fina… Dejo de mi cincel, como tesoro, un puñal, un candil y una vitrina… Y si artífice fui, llegóse un día que por las sombras de mi noche cruza con su celeste plata de harmonía: ¡bajo la nieve fui por el sendero, entre la media luz, con una alcuza, pidiendo aceites al azul de enero!
  • 27. DE “COMO LA LUZ DEL DÍA” 1913
  • 28. Las mariposas Dios era, en aquel tiempo, un silencio infinito. En gestación estaban las entrañas del mito; un perfume de siglos fluía de la fronda y era como un espejo encantado, la onda. Dios sintió que una piedra preciosa tras la frente le brillaba, y tenía el corazón temblando… (Cuando las mariposas asoman de repente, todas las cosas dicen: ―¡Es Dios que está pensando!‖) Digamos, como el místico: ―¡Dios y todas las cosas!‖ pues de sus manos surgen todas las cosas bellas: Él dice en la mañana: ―¡Voy a crear las rosas!‖ y entre la noche dice: ―¡Que se hagan las estrellas!‖ Las mariposas blancas Dios al hacernos blancas como su pensamiento nos puso a rodar sobre todas las cosas malas; y somos sus plegarias santificando el viento y sus inmaculados pensamientos con alas! Vamos hacia el oriente donde se abren los ramos de un jardín ilusorio. ¡Volamos y volamos! ¿Por qué ha de preocuparnos el turbión del Futuro si en labios del Poeta somos el verso puro? ¿Si nuestras alas tiemblan bajo la luz del día, si vamos a la Vida que perfuma y existe, al aire de los campos que da su eucaristía y hacia el país en donde nadie puede ser triste? El sol es bueno porque nuestras alas expande: el sol es lo más justo, sólo Dios es más grande! De todos los tesoros es la joya más buena y a veces es más suave que la noche serena… Sólo se nos parecen los pájaros sedeños cuyos hombros ya nacen para cargar ensueños! Todo lo despreciamos por lo blanco, hasta el vuelo, pues cuando Dios sonríe se pone claro el cielo! Somos la Madre cuando se inclina hacia la cuna. Rondamos en la cándida corola de la luna… El aire es nuestra copa de miel de sensaciones; nuestra madrina el hada de lo que se matiza;
  • 29. y el jardín con guirnaldas cubiertas de botones nos ofrece la dádiva risueña de la brisa! Nuestra vida es el soplo que sin rumor se alarga y el hueco de la fronda nuestra casa hogareña; porque peregrinando la vida se hace larga, pero sobre el regazo de una flor es pequeña! Mariposas azules Lo azul es exquisito cuando más se distancia: hay poeta que dice que es azul la fragancia y que es azul la música de las tardes divinas, porque un tuberculoso que fue superhumano en la cruz del Ensueño fue un Cristo del piano que vivió con el alma coronada de espinas… Hemos sido los huéspedes —durante muchos días—, del jardín de olvidanza que está en las lejanías… Dios revela en nosotros algo de su riqueza encendida. Y nos dijo: ―Nunca tengais tristeza‖. Lo azul es la Alegría: Por eso os di los vuelos; sed como desprendidas miosotis de mis cielos, —miosotis sitibundas del pensamiento mío: por brindaros pan fresco, me convierto en rocío!‖ La Betularia errátil dice en los abedules el salmo de las alas: ―¡Qué dicha ser azules!‖ En abril brotan ramas para nuestro deseo; las palomas labriegas se arrullan y se quejan: ¡si juntamos las alas hay un solo aleteo! ¡si volamos parece que los cielos se alejan! Volar es embriagarse! ¡Qué tremendo sería si se tronchara el cáliz azulado del día! ¿Hasta cuándo tendremos un reposo? ¿Hasta cuándo las voluptuosidades nos verán descansando y nos dará un paréntesis la vagabundería? Las mariposas irisadas Nacimos en la noche de los Mil y Un Aromas! Scherezada era profesora de idiomas en verso; y el sultán dormía ante el tesoro, la toronja hechicera y el pájaro de oro… La princesa nos dijo: ―¡La romería es larga;
  • 30. pero será muy corta, si el iris es la carga!‖ ¡Oh la Thais Hipsipila, nuestra ancianita gualda, león de los lepidópteros con garras de colores, y la Emplea Imperator, la que lleva a la espalda el manto empurpurado de los Emperadores! Ninfálida tan tenue que el silencio despierta y coruscante oruga de amarillo limón, tiemblan de amor debajo de una ventana abierta: ¡no en vano hay en sus alas forma de corazón! (La mariposa entiende la música: era una que se quedaba en éxtasis ante un balcón lejano, sobre el cual extendía sus alas a la luna aleteando apenas tocaban el piano…) Unas somos, en nácar, exquisitos misales donde un fraile aburrido minió sus marginales. Por dentro somos de iris y de cristal por fuera: ¡Se nos hizo en el molde frágil de la Quimera! Entramos, al sereno, a un botón de azucena, y nos acurrucamos para no sentir frío: ¡y nos embriaga el vino de la noche serena que se aclara en las copas alegres del rocío! Cuanto más viejas somos más bella es la bandada: el agua de la fuente es más dulce y dorada, y si el sol languidece dorando el naranjal es porque el patio es íntimo y antiguo y otoñal… Las mariposas tornasoles Llevamos las fatigas de las piedras preciosas, soportamos el hambre de lo cerulescente y sufrimos la sed que padecen las rosas, si Venus solitaria trémula de repente, la estrella de amatista que en las tardes hermosas se engarza en la sortija de oro del Poniente… Siempre llevamos luto de nemorosos tules: ¡Tenemos la nostalgia por las alas azules! Nuestra piel atigrada nació en el terciopelo; nos nutrió la penumbra, y al caer de sus brazos nos hicimos fragmentos, así como un anhelo que entre la niebla oscura se convierte en pedazos! En la hora en que el cielo revela el gran tesoro —que se esconde en el día como detrás de un velo—
  • 31. hubo una de nosotros que en un instante de oro se enamoró perdidamente de un violoncelo! (Por eso muchas veces se pone triste el cielo cuando la tarde reza como beato en el oro…) Ésta es nuestra plegaria, cuando huimos de un broche: ―¡Si seremos, Dios mío, violetas de tu noche! Si tan sólo seremos con piedad nazarena, peregrinos a tientas en tu noche serena, en tu noche serena…‖ ¿Esa brisa que pasa, es alguien que nos nombra? En nuestros finos dedos se ha enredado la sombra, se ha enredado la sombra que sin rumor deshila sus madejas que sirven a Dios de leve alfombra como si fuese el alma —de un místico— tranquila… El Poeta Quisiera ser bandada de mariposas blancas para ir a Dios volando sobre inasibles ancas; a esa circunferencia de centro de diamantes del que todas las cosas están equidistantes… ¿Le bordarán los muertos esa ribera mansa? ¿Ahí estará el sereno nido de la Esperanza? Vuestro hermano es mi Ensueño que está meditabundo; mi ensueño sitibundo por la miel de la rosa… ¡Cristo en la cruz que extiende, para cubrir el Mundo, sus alas blancas como divina mariposa! Con vuestras manos suaves llevadme de la mano, soy el ruiseñor ciego que en el jardín se agobia y en la noche se queja sobre un balcón lejano donde quedó el aroma dormido de una novia…
  • 32. DE “EL PERFUME DE LA TIERRA NATAL” 1917
  • 33. Jazmines del cabo Por qué causas misteriosas la música de un violín o el perfume de un jazmín nos recuerdan muchas cosas? Sortijas de aguas preciosas, pañuelos de raso y tul, cartas dentro de un baúl, valses del tiempo pasado y lo del cuento azulado: ¡éste era un príncipe azul! Esa flor nítida es una cosa de la primavera: un jazmín que Ella nos diera en una noche de luna. ¡Quién sabe por qué fortuna esa romántica flor puede expresar el temblor sutil que en el alma vive, eso que nunca se escribe en una carta de amor! Suave la hacen los cariños, triste las penas secretas; y la arrancan los poetas y la deshojan los niños. Si está sobre los corpiños su perfume nos evoca el beso, cuya miel loca deja sobre el corazón la inefable sensación de una hostia en la boca… Cuando en los días primeros se conjuga el verbo amar, sus flores en el solar se abren a los aguaceros. Días tibios y ligeros, días de balcón y esquela, de rondar la callejuela y de escribir madrigales, páginas sentimentales
  • 34. de nuestra mejor novela. Días de embriaguez divina —todo por unas pestañas— cuando se ve a las montañas coronarse de neblina; cuando hay una bandolina temblando ante rejas raras; cuando se cunden las varas de jazmines y de rosas, y parecen más hermosas las noches frescas y claras… Y, cuando el alma en su brío, lo que tiene el jazmín toma: si al abrirse, riega aroma, si al sacudirse, rocío. Y alguien nos dice: ―¡Eres mío!‖ todas las cosas son bellas, y nuestras movibles huellas de pálidos soñadores van sobre puentes de flores y bajo palios de estrellas. Entonces —en giro blando— son, envueltas en aromas, hacia el viento, las palomas jazmines que van volando. En esos días es cuando tenemos palacios reales con terrazas de cristales y bruñidos pavimentos y son de verdad los cuentos de los reyes orientales. Jazmines de sedas finas y de carnes aromosas, y más buenos que las rosas porque no tienen espinas. Platas de fragantes minas, incensarios de placer, novios para la mujer sin novio que haga canciones, quieren como corazones cuando se dan a querer.
  • 35. Y aquellos de la sumisa edad, cuando nos ensalma la novia, el jazmín del alma, la hostia, el jazmín de la misa. Y los que peina la brisa cuando moja los barrancos, los que están junto a los bancos y los parques y los muros: jazmines bellos y puros como algunos dientes blancos. Los de silvestre hermosura que eran —con piedad contrita— regados por la abuelita en la madrugada pura… (La abuela por su blancura en el recuerdo me sabe a un jazmín de lo más suave que se coge en los sembrados: un jazmín de los lavados en el agua de la llave…) Es jazmín con viejos oros el marfil de los pianos: ¡yo he visto volar dos manos sobre jazmines sonoros! Con sus egregios decoros, como nacido entre brumas, dio el champaña sus espumas en las copas champañeras entre un blancor de pecheras y de abanicos de plumas… Niña de mi devoción, déjame que ahora duerma viendo el brillo de la esperma esparcida en el salón. Me acuerdo, con la emoción casta del primer anhelo, de tus mejillas de cielo, de tu blancura adorable y hasta del inolvidable perfume de tu pañuelo…
  • 36. ¡Oh Julieta! ¡Oh Margarita! tu evocación es al fin, a manera de un jazmín de primavera bendita. ¡Oh balcón de aquella cita, por lo romántica, loca, pues cualquier palabra es poca para decir lo que yo sentí cuando Ella me dio de comulgar en su boca! Jazmines de noble cuna los de mis cánticos, puestos a serenarse en los tiestos que trasplanté de la luna. ¡Buenas noches! En la bruna tiniebla un surtidor mana. ¡Jazmines, hasta mañana! De aroma haciendo derroche, entrad, porque en esta noche quedó abierta mi ventana… Tegucigalpa, octubre de 1913.
  • 37. Mañana solariega Por la ráfaga de tu adolescencia que enciende la penumbra de mi vida: por el don estelar de tu presencia toda lilial y toda conmovida. Por tu simplicidad de transparencia, por tu blancura de Pascua Florida, y por esa tu incólume apariencia de paloma montés, adormecida… Porque bajo tu sombra florecida es altar la mañana de mi vida, mi amor es vino y ánfora mi ensueño, seamos como Dios cuando se entrega todos los días en el pan trigueño que se parte en la casa solariega. 1917.
  • 38. El alcaraván del patio Para Azarías H. Pallais Cuando sibilinos cuentan los abuelos cuentos de caminos y para otros cielos las nubes se van, el patio se asombra y se pone serio si cruza la sombra llena de misterio de alcaraván. Si en el vecindario se acercan las sillas —pues es necesario que hablen a hurtadillas por el qué dirán— pone temblorosas hasta las estrellas con sus rumorosas onomatopeyas el alcaraván. Cuando algún viajero de hora legendaria implora un alero, una luminaria o un poco de pan, y la sombra es mucha en la noche fría de pronto se escucha la vocinglería del alcaraván. Si acaso atenúa con sus finos chales alguna garúa los cañaverales que cubren el plan, y moja la brisa el patio, y lo orea,
  • 39. cuál se inmoviliza como ante una idea el alcaraván. Por sus esbelteces, aunque sienta frío, me parece a veces el dios del hastío con ojos que están áureos de belleza que pasma y contrista… ¡Qué altivez la de esa tristeza de artista del alcaraván! Cuando ante una tea hay sombras extrañas y relampaguea sobre las montañas que en fuga se van, y el viento de afuera mueve las cortinas, como en primavera duerme entre neblinas el alcaraván. ―¡Dios fuerte!‖ ―¡Dios santo!‖ y se hacen de cruces mirando el espanto; se apagan las luces y todos están temblorosamente… La gente azorada oye de repente la voz prolongada del alcaraván. Otras ocasiones —lo más peregrinas— llegan los ladrones a buscar gallinas con siniestro afán, y en la sombra parda
  • 40. los espanta a gritos y los acobarda con sus gorgoritos el alcaraván. Yo lo reverencio en estas hermosas noches; su silencio es el de las cosas que quietas están… Muerte: si agonizo de noche, yo quiero que me de tu aviso el canto agorero del alcaraván!
  • 41. Letrilla floral Desmorona tierra santa en sus macetas y bendice el agua y el aire y la luz y riega sus tímidas matas de violetas muy de madrugada, la niña Jesús. Sus rosas florecen aun en el verano, porque ella las cuida con tanto primor que, cuando las corta, le queda en la mano una milagrosa fragancia de flor. Ama los claveles por su aristocracia, siembra los jazmines porque hacen el bien; y a su paso dicen: llena eres de gracia unas madreselvas de Jerusalén. Porque las violetas son sus amatistas y sus perlas pálidas los nardos de miel se cubren las alhajas sus manos artistas cuando hace guirnaldas de rosa y laurel. Ella enflora el bardo de la cabellera y teje la ofrenda para el paladín, y aprende los versos de la Primavera con ver las orquídeas que hay en su jardín… Y como en aquella Leyenda Dorada que escribiera en sueños un beato pintor, yo me la figuro vestida de hada en la madrugada cortando una flor.
  • 42. Las limonarias En estos días dorados el sol sobre los tejados lanza gritos de color, la mañana es multiflora, todo el cielo está en aurora y todo el patio está en flor. Mientras un candor interno de blancuras espumarias me ponen el corazón tierno y en los solares de invierno se mueven las limonarias… Con sus azahares ciño mis reminiscencias hondas, y hacia ellas van con cariño aquellas manos de niño con que sacudí sus frondas. Cuando rozando mi frente en el aire transparente de la mañanita clara, si mis manos las mecían entonces ellas hacían llover flores en mi cara. Copadas y florecidas, después de las sacudidas cuántas ganas tuve a solas, en ocasiones tan castas, de traer muchas canastas para recoger corolas… Y cuando los aguaceros empapaban los senderos, las tapias y los barrancos, creía mi mente inquieta que arriba estaba un poeta deshojando versos blancos. Pues ya que de ellas me acuerdo, tras las tapias del recuerdo brotan sobre mis solares,
  • 43. y adentro —en un claro en calma— las limonarias del alma se me cunden de azahares… También me deshojaré, pero me anima una fe: que, en una mañana pura, este barro que me encierra ha de volver a la tierra deshojándose en blancura… 1917.
  • 44. La ciudad natalicia Se ve desde lejos la ciudad fantasma en cuyos tejados de isla tropical hay una belleza colonial que pasma digna de pintarse sobre una postal. Flotan en la sombra perfumes suaves, la estatua del Héroe cuida la ciudad; y las peregrinas neblinas son naves que buscan las costas de la inmensidad. Las noches son frías como las mañanas, y el Amor se pone más sentimental si entre ese misterio duermen las campanas, las negras campanas de la catedral. Hay en ciertas calles discretos recodos que tienen el vaho del amanecer, cuando pasan todos con las manos dentro de los sobretodos pensando en un dulce calor de mujer. Antes que el sol salga sobre los tejados en el alma hay una iluminación! (Llega una fragancia de montes mojados y calles lavadas por el chaparrón…) La noche con astros su cabeza nimba y es acariciada por un surtidor; noche no de pianos, sino de marimba, de rejas, de novia, de luna y de amor… Tegucigalpa, 22 de noviembre de 1913.
  • 45. DE “EL ROSAL DEL ERMITAÑO” 1920
  • 46. Navidad de mi país Para Rafael López Esto pasó hace años. Fue una de las veces más puras, en mi amada casona familiar, cuando me parecían las palomas monteses en lo blanco, a la santa blancura de un altar. Aquella media noche con horizontes vagos vio la escena —de aquellas que en la Biblia se ven y las piedras preciosas de los tres Reyes Magos brillaban en el cielo dormido de Belén. El misterio aromaba la sombra en los caminos, en el aire se abría una invisible flor; y de lejos traían los santos peregrinos los cinamomos nuevos y la miel del alcor. Si las cosas más simples la mirada veía y eran los personajes los de una pastoral, hasta un ciego veía que el alba amanecía en la túnica rota del patriarca rural… Salía de los leños el perfume que ondula y tenía inquietudes la rusticana grey; y el oro matizaba los ojos de la mula y el incienso salía de la nariz del buey. Y algo santificaba a la humilde cocina y hablaba en las alturas la estrella matinal; mientras gemía entre la paz de la neblina un corazón, la ingenua campana parroquial. Y para que cumpliese lo de las Profecías, para que se exaltara su blancura sin par, a modo de un desnudo jazmín era el Mesías temblando en la presencia de la dicha solar. En la casa de antaño se veía la cena tradicional. ¡Oh cosas que el recuerdo acudís! Esto pasó en la infancia y en una Noche Buena, en la tierra de leche y miel de mi país. Nueva Orleans, 1914.
  • 48. Lo que yo tengo es rosas En el jardín corazonal yo siento una insaciable sed de mariposas, de las que estruja con su mano el viento. ¡Ah, de mis mariposas azulinas! ¿Mi corazón? Lo que yo tengo es rosas! ¿Versos? Yo tengo rosas sin espinas! Yo fui a un país y su distancia ignoro. Era una noche y su recuerdo adoro! Un velo azul flotaba en los senderos. ¡Yo fui una vez… era un jardín de oro y volví coronado de luceros! Mármol de las blancuras más tranquilas, pon en mis ojos luz si me perfilas… (El mármol es de los que han sido buenos!) Pon tu gran resplandor en mis pupilas… (El mármol es de los que sido puros!) Amé lo tibio de unos hombros plenos, la flor de unos cabellos muy obscuros y la miel y el rocío de unos senos! Quiero un jardín para olvidar mi pena! ¿Otra pena? Le ofrezco mi desaire! ¿Un nuevo amor? De lágrimas se moja! Pongo mi corazón sobre la arena… ¿Recuerdos? Todos se los lleva el aire, y, entre tanto, la Vida se deshoja…
  • 49. Camafeo final Señora que eres, como la Poesía, mi justo complemento de vida humana, quiero decirte toda la letanía: ―casa de oro, estrella de la mañana…‖ En tus tristes pupilas, donde se hermana a la luz de la noche la luz del día hay —a modo de una selva lejana—, dos violetas que sufren melancolía. De mi niñez la santa triste y católica, la que tiene la frente más melancólica, la que en mi altar excelso nadie profana, y más buena que aquella Virgen María a quien yo le rezaba la letanía: ―casa de oro, estrella de la mañana…‖
  • 50. La presentida La tarde es como el cantar de la flauta del confín; y en la luz crepuscular ha comenzado a sangrar el corazón del jardín. Dora el banco de la citas el sol de aquellos retiros que deshojaba exquisitas nostalgias de margaritas sobre adioses y suspiros… Al descorrer la cortina del recuerdo se insinúa ágil y frágil y fina como endrina golondrina volando entre una garúa… Amor que apenas asoma en el aire del Amor, se diría una paloma que nace sobre un aroma y muere sobre un color. ¡Y en la tarde del jazmín cuando se duerme aquel banco que se borra en el confín, yo soy como un gran jardín donde Ella es un lirio blanco! Sólo veo su silueta que entre sueños me importuna, y que se parece a una azulidad de violeta en un topacio de luna. ¿Su nombre será sonoro? ¿Será mala? ¿Será buena? La adoro porque la ignoro! Para un pintor será oro, ala, hostia y azucena…
  • 51. La vi cruzar por un cuento contado en un camarín; pero a veces la presiento que viene a mí sobre el viento misterioso del jardín. Mi amor es como un doliente que de pronto se despierta si la evoca de repente, un amor convaleciente bajo una ventana abierta...
  • 52. Casona de mi infancia Para Bernardo Ortiz de Montellano En esta noche pienso en los días pasados allá en mi casa, mientras la lluvia en los tejados diluía el aroma de los montes mojados. (En el solar temblaban los jazmines sembrados…) Mi madre preparando la cena en la cocina, al calor de la lumbre dorada y montesina, de este modo empezaba la historia peregrina: ―Una noche como esta se murió la vecina…‖ Y luego nos contaba un cuento de ―Las Mil y Una Noches: ―el pájaro que hablaba, el toronjil, la princesa del peine de oro y de marfil… (Estaba titilando la luz en un candil…) Y después del ingenuo momento de rezar para alegrar las horas nos contaba un cantar la señora. ¡Era un canto del ayer familiar! (El plenilunio estaba cundido de azahar…) ¡Oh las veladas llenas de aquel sencillo canto! ¡las rodillas maternas que prefería tanto y que lo conducían a otras tierras de encanto eran para aquel niño las rodillas de un santo! Mientras me adormecía, cruzaban azorados los gatos, cual fantasmas de ojos alucinados, y hacían las piruetas de los enamorados mientras la luna llena dormía en los tejados. ¡Oh casa que en invierno eres más suspirada! ¡Casa que en la penumbra te veo iluminada! ¡Cuándo nos levantábamos a ver de madrugada los retoños floridos en la tierra mojada! Casona de mi infancia, no te puedo olvidar! Es de noche. Ya cae tu sombra tutelar. ¡Al apagarse el último fulgor crepuscular… mis recuerdos cual niños se ponen a llorar!
  • 53. Elegía juvenil En memoria de Ramón López Velarde…. ―Está amaneciendo‖, decía el poeta desesperado: ¡ya el sol había besado la frente azulada del día! Sangrar de pétalo estrujado, horror de ardiente pedrería, y el sol prolongaba su alarde en los embriagados vergeles: ¡Góngora traía claveles para Ramón López Velarde! La tarde es como un pintor embelesado y altanero: ¡el aire parece lucero, la tierra tiembla como flor! Luego una voz en el sendero: sollozo, niebla, surtidor… ¡Y se pone dulce la tarde y está opalesciendo el nublado, porque purpúreo y enlutado pasa Ramón López Velarde! Y la luna apenas asoma tan melancólica y perlina: ¡y el aire que se hace neblina y la tierra que se hace aroma! Un niño… un monte… una paloma… Y, provinciana y campesina, la luna refulge cobarde en la penumbra de la fronda, como una lágrima muy honda, como Ramón López Velarde! Cisnes negros sobre las olas de una laguna de amaranto; y la brisa que suelta el llanto y suspira entre las corolas… Pálidos sistros, claras violas sufriendo mucho en el quebranto
  • 54. y en la querella y el reproche, porque el poeta halló a la Amada y es una alondra desmayada sobre los brazos de la Noche…
  • 55. Canción de Cuna A Pepito Morales Nieto Dice el hada blanca: ―¡Ya va a amanecer!‖ ―¡Duérmete niñito, que tengo que hacer!‖ El hada azul dice, meciendo la cuna: ―Repica su clara campana de luna…‖ Y el hada más negra que se puede ver: ―Allá está la luna comiendo aceituna. Duérmete que mucho tenemos que hacer!‖ La luna, creyendo que ya amanecía llegó muy apenas rozando el cristal: ―A decirte manda la Virgen María que la Vida tiene su poco de sal‖. ―Despierta mañana, pero poco a poco; con todos la Vida tiene algo qué hacer… ¡Duérmete niñito que ya viene el coco! ¡Duérmete, que un día ya vas a saber!‖ ―Un día oloroso como una azucena tendrás sueños de oro bajo de un laurel. Si la tarde es pálida la noche es serena; la luna es de queso y el sol es de miel‖. Otro día un hada muy negra y muy triste llegará en puntillas al atardecer, cantando en voz baja: ―Ya ves, ya lo viste, la Vida es muy dulce, muy blanca y muy triste…‖ ―¡Duérmete, niñito, que tengo que hacer!‖ Sonará su clara campana la luna y el hada más buena, comiendo aceituna, ―¡Duérmete, niñito, que va a amanecer!‖
  • 56. La Garza La garza difunde blancura espumaria así que el crepúsculo reza su plegaria… Viene de los vagos jardines de Ormuz donde se entreabren las corolas raras, el aire atraviesa pedrerías claras y el Amor escancia su copa de luz. El céfiro apenas le roza el aliño; tiene suavidades de bucles de niño y busca la sombra grata del laurel. ¡Oh, el alado lirio que sufre martirio de ámbito azulado y engendra otro lirio que al nacer ya sorbe del aire la miel! Sobre un gran silencio de espuma sedeña es algo divino que siento y que sueña; es piedra de ara cerca de un misal; es nave que lleva lo blanco y lo bello de la espuma, en donde se alarga su cuello como triunfadora prora de cristal. Por ella la nieve desciñe sus galas; carece de trinos, pero tiene alas que se abren cual pétalos de una ebúrnea flor. ¡Salve con el címbalo y con el salterio por el ave egregia que encarna el misterio de la ―Sinfonía en Blanco Mayor!‖ Alcázar durmiente que cuida del lago, es el mejor verso del poema vago donde un mago cuida la flor del lirial; templo solitario junto a la ribera, la mayor blancura de la primavera, blancura entre todo lo primaveral. Salve a sus esteros con claros de frondas, a la gallardía con que va en las ondas llevando sin peso las alas en cruz, y a su sed de enigma que nunca se sacia y al país sedeño de su aristocracia con interminables ponientes de luz! México, 1909
  • 57. La predilecta Eres la excelsitud, la que perduras a través del Dolor, inmune y bella, porque mis llagas de Belleza curas con tu inefable bálsamo de estrella. Y me tiendes tus brazos, las más puras guirnaldas mías en la hora aquella en que bebí en tus labios de doncella la miel de las Sagradas Escrituras. Y pues compendias oro, estirpe y gloria y tu semblante cándido palpita núbil y evanescente en mi memoria, refulge en el poema lapidario, como en la luz solar la margarita y como en la penumbra el incensario!
  • 58. La escuela de la niña Lola (Poema leído en la ceremonia de la Secretaría de Educación Pública ―El Día del Maestro‖, 15 de mayo de 1922). Para José Vasconcelos. Este es el día, la canción de ésta. La casa familiar está de fiesta, el aire se deslíe en miel solar y al corazón locuelo le dan ganas de entreabrir las ventanas y cantar. Este es el día claro del Maestro, en que todas las cosas luminosas están; el día claro, el día cristalino, ––se alzan las manos y las gracias dan–– el día de la flor en el camino, grato en el vino y trémulo en el pan. Las gracias dan la estrella diamantina y la palabra obscura en la neblina, y también la palabra luminosa, y se aparta la espina y se enciende la rosa… Y se asoma al balcón de este momento el día ––el niño de la crencha rubia–– risa en el viento y lágrima en la lluvia… y su contento es pompa que se irisa y el llanto se matiza de ilusión y el día es en los ojos la sonrisa
  • 59. y en los labios azules la canción. (Un día claro es la mejor lección). Ya me acuerdo; era un patio con fragancia de azaharecidos pétalos: mi infancia y el naranjo floreaban a la vez. Y el cielo era un azul lo más suave... El alma mía se sentía un ave entre la incertidumbre del ―quién sabe‖ y la ciega dulzura de ―tal vez‖. Aquel recuerdo aún me tornasola. El alma mía azul amanecía desesperadamente en su corola… La niña Lola en mis jardines era a la manera de la Primavera. Su recuerdo se asoma de repente más floreciente cuanto más lejana, y se espanta a manera de paloma ––ala de armiño, seda de cariño–– enfrente a la ventana en que se asoma el niño. Es mariposa bulliciosa y vuela y huye y regresa y en mi amor reposa, mi amor, que por el patio de la escuela, corre infantil, tras esa mariposa… Amanecía azul el alma mía. Todo en el aire estaba floreciente. Dos cosas claras en la escuela había:
  • 60. mi corazón y el agua de la fuente. El agua sonriente era un altar lleno de luz solar que aún me deslumbra: los pájaros llegaban del oriente a beber y a cantar como en un nido lleno de azul, de risa y de penumbra. ¡Y el sol era un muchacho consentido! Y su recuerdo aún me tornasola. La niña Lola estaba sonrosada y sonreída como la vida y como la ilusión. Yo aprendí esta lección para mi vida: ¡la música del agua va escondida y tiene un ritmo como el corazón! ¡Qué cosas! Mis recuerdos como rosas se me van deshojando en el sendero. Tarde de escuela bajo el aguacero: ¡rosal de rosas de cristal yo quiero ver tus rosas, punzarme en tus espinas, y caídas y pálidas las alzo! ¡Yo soy aquel que bajo el aguacero cantando su canción, iba descalzo! ¡Ah, mis ciudades vagas en la arena del patio en que el naranjo se efundía áureo de miel y loco de alegría! ¡Ah, mi puerto distante! Yo fui el ―as‖ de ―ases‖ entre los aviadores, y almirante entre los descubridores, pues seguían mis barcos de papel la huella de mis globos de colores… Y la tarde en mi frente se adormía
  • 61. (no se sabía cuál de las dos era la más serena) Y yo estudiaba así mi Geografía en mis ciudades vagas de la arena. Yo tenía una sed de transparencia, de monte azul y trémolo de río. (No distinguía bien la diferencia entre el tuyo y el mío). Yo vivía temblando en una gota de rocío. La gota de rocío fue mi horario, su libro abierto fue mi abecedario y en su cristal un símbolo ondulaba: ––cristal de roca en que la frente mía como en un relicario se encerraba–– ¡mi sonrisa fugaz lo estremecía y mi lágrima dulce lo enturbiaba! Sopla mi boca ese cristal de roca… La brisa está en la pompa que se irisa y que azulina cambia de figura y es en el huracán dorada y pura, efímera canción que me depara desesperadamente mi ternura y en mi recuerdo límpido se aclara. Mi lágrima es lucero diamantino, fino diamante en la pupila hermosa, luz deliciosa en el oriente fino. ¡Anakreón me regaló una rosa y me enseñó Pitágoras un trino! (Y hallé una flor enmedio del camino). ¡Y el trino vuela, en mi temblor se posa como un perfume en medio de la rosa
  • 62. que es de la niña Lola y de su escuela! Y soy un niño en la canción que sueña con un lampo de sol entre la greña: un niño azul, un niño cristalino, y a la vez una lágrima en un trino… Y la luz de esa lágrima me alumbra la obscuridad de la primer congoja: ¡mi canción se desmaya en la penumbra y mi rosa en el viento se deshoja!
  • 63. Toison nupcial La amiga se nos casa! Se nos va de la casa! El blanco umbral traspasa! Blanca va en el cortejo, y al irse la cortejo… Quisiera ser su espejo nupcial, para que nieve candor su faz de nieve junto al tocador leve que aparenta un altar! (La Esposa va a cantar tal como en el ―Cantar de los Cantares‖) Velo mis versos con su velo que se cayó del cielo… Y los suelto al azar cual ramo de azahar que se ha de deshojar. En sus sienes de Esposa! Ya sus mejillas roza! ¡Sus mejillas de rosa! Que vivan los Amados perennemente amados y harán días dorados; y, si no hacen derroches, realizarán las noches de ―Las Mil y Una Noches‖…
  • 64. Los tejados de Córdoba Para Gregorio López y Fuentes El aire se pone lila en la distancia, y parece que la tiniebla titila entre el temblor de la esquila y el día que se adormece. Aire claro y montañero, huele a jazmines cortados y da brillos de lucero… ¡Ya no tarda el aguacero! ¡Ya obscureció en los tejados! Claror de la lunareda, jardines azaharecientes; mientras el musgo se enreda con su blandicia de seda en patios, muros y fuentes. Ciudad que apenas asomas con tu arbolado sombrío: ¡tus casas entre las lomas, son desbandadas palomas saliendo a beber rocío! Ciudad antañona y bruna, de albahaca y de neblina; novia de carne de luna, tu seno está lleno de una dulcedumbre montesina… El tejado se sonrosa… Tu brisa en la miel solar sabe a fruta deleitosa. ¡Melancolía morosa del tejado y el palmar! Mirador de Lindaraja, terraza tradicional,
  • 65. tejado de tierra baja: ¡yo te pido mi mortaja del color de tu sayal! Yo soy lo que se alboroza y sufro en ti lo inefable: mi frente tus sienes roza… ¡Yo soy agua que solloza en tu noche inconsolable! Para rezar mis maitines, yo me enfloro en tus jardines, me deshojo en tus tejados… ¡Qué aroma el de tus jazmines cuando están más estrujados! Y un día de lontananza, si tu nostalgia me alumbra y me oprime tu esperanza, seré orquídea de penumbra en tus musgos de olvidanza! Un día ya sin nublados querrá ser mi corazón, y que, limpio de pecados, se parezca a tus tejados cuando pasa el chaparrón…
  • 66. El ánfora sedienta Para Ricardo Arenales. Creo en la idea todopoderosa que da el laurel a la melena endrina y que en la Tierra Santa de la Espina eleva su Jerusalén la Rosa. Y en la diadema crisoelefantina que en la cabeza lúgubre reposa, y en el viento, que es de la golondrina y en el jardín, que es de la mariposa. Creo que la neblina en la tormenta arde en el ritmo puro y lo ilumina. La noche es como un ánfora sedienta en que fulguran gemas silenciosas… Creo en la noche y creo en la neblina ¿Mi corazón? Lo que yo tengo es rosas.
  • 67. DE “EL ESPEJO HISTORIAL” 1937
  • 68. El ángel de la nueva España Para Miguel N. Lira. Un hombre que va de prisa a Veracruz ha llegado. La mirada muy azul y como pájaro esbelto su figura que parece por aérea la de un pájaro, de los que andan apenas sobre el códice, descalzos… El hombre trae un mensaje y lo va a decir cantando; y si todo lo hace aprisa es porque viene despacio a enseñar al que no sabe, a dar al pobre un trabajo y al rico a pedirle piedras para seguir levantando edificios que tendrán esplendor alegre y claro. Es sencillo su equipaje: listas a servir dos manos, y los pies que, para andar, no conocen el cansancio, y un gran anhelo de paz en una tierra con pánico… Los pobre indios le ven como si tuviese algo que nadie antes tuviera: le oyen y sienten el paso de músicas por el alma, y se les irisa un llanto que no pueden reprimir, porque con sólo mirarlo, olvidan lo que han sufrido todos los que van pasando… México-Tenoxtitlán, muy buenos días te ha dado Pedro de Gante, que llega
  • 69. a visitar tu mercado en que tantas cosas hay que parecen de milagro, por el precio y el color, desde el ingenuo cacao, hasta las finas preseas de orfebres de Atzcapotzalco, Pedro de Gante ha aprendido una lección, y ya es sabio. Ahora quiere enseñar un poco de lo que él trajo. Reúne a todos los niños que se le quedan mirando; pone talleres y enseña a cantar el canto llano, y a éste lo hace arquitecto, y al otro lo hace mecánico, y trae la nueva técnica y enseña que son hermanos todos lo que en el maíz mitológico encontraron una explicación, el negro y el amarillo y el blanco… Pedro de Gante, maestro, hace cuatrocientos años, que con mísero equipaje llegaste a los mexicanos. Tu ciencia era tan sencilla; una sonrisa en los labios; tus acciones tan azules y tus discursos tan diáfanos. Maestro, amigo y señor, en este día de mayo, te traemos esta fiesta, hermano mayor, hermano, que prometiste volver, y te estamos esperando! 1924.
  • 70. Figuras de Landívar en el agua (En el homenaje que ante la cascada ―La Tzaráracua‖ se tributó a su poeta en el segundo centenario). Para Jesús Romero Flores. Aquí Landívar construyó un alcázar de hervoroso cristal para las náyades del bosque virgiliano donde un día vio a Pan sonar la melódica flauta del agua que, al ceñirse en los vergeles, canta como en la nave canta el órgano el canto llano con que saludaron a Dios, allá en las playas del Tirreno, ante el mar espejeante del espíritu, Ambrosio y Agustín. Aquí Landívar vio en el rostro del aire la sonrisa diáfana del poema y pudo ver con el paso de la clásica danza las Nueve Musas que, en la niebla antigua, hacen surgir sus torsos y los yerguen en el célebre exámetro. Aún resuenan sus risas y aún se escuchan sus palabras efímeras y eternas como todo lo que se escribe sobre el agua. Un día el poeta tembló de sumo gozo al ver que sus palabras tatuaban la epidermis de lirio del paisaje y que el aire se hacía más profundo que el otro ardiendo por la idea pura. Canta en el alba San Francisco y canta Platón, mientras se incendian los zafiros del crepúsculo, y es un relicario el mediodía abierto en la Tzaráracua… Se oye una clara música de estrellas… La pupila del iris curiosea esmaltando de lágrimas la espuma… Canta el Poeta y en el bosque hay ecos de la pagana voz… Y se ha dormido el céfiro en los árboles que sangran y los restaura el bálsamo del tiempo…
  • 71. Ya Landívar no tiene más palabras porque es la voz de la Naturaleza convertida en pasión y en melodía. La tarde con la aurora en el poema celebran fastuosos deposorios. ¡Gloria al paisaje en que el Poeta puso un velo a sus imágenes fugaces, en la espuma, en el aire y en el agua! ¡La sombra de Landívar se ha quedado eterna en el efímero cristal! Septiembre 5 de 1931.
  • 72. Plata de Guanajuato Para Ángel M. Garibay. Campana lejana de la Valenciana, desgrana en el día su vana alegría que viene y que va. (Tiene la campana la risa en la boca y está ebria y loca en el más allá…) ¿En dónde está el conde que se halló la mina? Entre la mañana llena de neblina la campana fina responde: ¡No está! Plata de la cata que encontró el minero en aquel sendero bajo la fogata… Plata del arete siglo XVII, cuando en la barranca de la luna llena que se hizo más blanca por una morena de muy buena ley, se dobló en doblones como en los arcones del rey.
  • 73. Arcones de las abuelonas y las peluconas y el amontillado y el agua de olor. Arcones de un tiempo mejor. Plata que reía, plata rutilante del tiempo pasado que cabe en un guante dorado y fragante de amor. Tu blancura pura de estrella rebrilla en aquella bella vajilla de la maravilla… ¡Oh el día que vino Iturrigaray! Entre armiños presa dijo la condesa ––Plata como esa ya no hay! ¿En dónde se esconde mi señor el conde de Rul? La campana triste se viste de pena. Sabe a yerbabuena la mañana azul! 1923.
  • 75. Mar del Callao Este es el mar que entreveía desde no sé qué mirador, ¡La alegría del mediodía en la barca del pescador! Aquí toda luz se desmaya y toda vela va hacia Ofir. ¡En este recodo de playa arde la fiesta del vivir! Buenos días, mar del Callao; te veo una vez y otra vez, mientras está surta la nao en un aire de esplendidez. Aquella nao de la China tan empavesada y gentil, con su carga de laca fina y de cristal y de marfil. Esta vez no viene el corsario, los mástiles están contentos. ¡Y se deshoja en el balneario feliz la Rosa de los Vientos! La vida aquí se nos depara en brisa, en risa y en cantar; y hasta la luz parece clara y recién nacida en el mar. 1924.
  • 76. La ciudad de los claros miradores Ciudad de luz, de luna, de rocío, hallada tras un sueño y en un viaje ––una leyenda ahogándose en el río––; ciudad arcaica, pero siempre moza: deja que por ti sea mi homenaje canción que se columpia en tu ramaje o en tu regazo niño que solloza… Y que con perlas mínimas recame sus oros inconsútiles mi ofrenda, y junto a tus balcones de leyenda deja que te enamore y que te ame, y por ti mi mejor mirra se encienda y mi vino más puro se derrame. Ciudad en que arde todo y se ilumina lo que se acendra en el matiz y el canto, nácar de risa y ópalo de llanto, es decir, nacarada y opalina. Mirador de la luz y la fragancia, todo flordelisado de elegancia; hada que se aparece en un recodo, novia que suspiré desde la infancia, y una mirada que lo dice todo. En un libro de estampas te veía desde la medianoche al mediodía, gentil y prócer, clara y pajarera, como el primer amor que se insinúa madrigalino entre la enredadera y trémulo de llanto en la garúa… Eres aquella novia presentida, pues me quisiste aún sin conocerte: en ti es amable invitación la vida y un caminito muy azul la muerte. Me llego a ti temblando de locura éxtasis puro entre la niebla pura, como la ciega alondra que en la vaga
  • 77. luz sacude las alas intranquilas y en la gloria solar bebe y se embriaga y abre por un momento las pupilas. En ti derrite aromas cuando quema la lágrima translúcida en la gema, y son, por la virtud del claroscuro, surtidor emperlándose, el poema, la traición, campánula en el muro. ¡Déjame, Lima, que la sien oprima como un niño en sus trémulos asombros, y extasiado de amor, déjame, Lima, suspirar, infantil, sobre tus hombros! Dame en la flor nebúlea de tu clima el nuevo aroma y el fino deleite, Yo soy una mirada de tu esposo… Dame tu mano y únjame tu aceite, y dame tu pañuelo y tu sollozo, tu ingenuidad y tu ternura absorta, tu risa perla, tus caireles de ángel y tu cándido amor de falda corta… Lima, 1924.
  • 78. Maestros olvidados En el Día del Maestro ¡A vosotros que ya nadie nombra, cuyos labios secó la amargura; a vosotros que estando en la sombra disteis luz a las caras rehacias con la risa más clara y más pura, venimos a daros las gracias. Aquí estamos, ¡oh muertos que al vernos quedais pensativos, con los ojos más dulces y abiertos, que los de los vivos! Supisteis de ayunos y tantos quebrantos, cayó en todo surco vuestra luz solar. Pálidos de ensueños y ojerosos de llantos, vosotros sí fuisteis los santos: ¡por eso las almas vienen a adorar! No para vosotros será la elegía; sino la alegría de ardiente esplendor! Ya fue el cumplimiento de la profecía: ¡es más fuerte que la muerte el Amor! Han vuestras palabras desaparecido; pero no todas ellas fueron al olvido, aquellas palabras que no pasarán. Blancores de flores, semillas de amores ruedan en los vientos. ¡Fuisteis los hambrientos que iban por el mundo repartiendo el pan! ¡A vosotros ––más grandes cuanto más pequeños–– de ojeras de llantos y mirar de ensueños, maestros de brazos abiertos como el de la cruz! Arded este día de diamantes puros, maestros oscuros
  • 79. que estáis dando luz! México, 1927.
  • 80. Balada del inútil azul Para Augusto C. Coello, en la noche de recuerdos de Juan Ramón Molina, del 15 de febrero de 1923. Un aroma que va por las rosas y el día corriendo tras las mariposas y un niño asustado que se asoma a ver, y el cerro azulado y dorado en el día, y como granada de roja alegría desgajándose, el amanecer. Y éste era un paisaje de casitas blancas y un río cantando entre las barrancas y diciendo que era redonda la O, cuando el hada alada de los ojos claros cantando detrás de los aros pasó. ¡Y alborozo de líneas y formas y ruidos! Clarineros azules, azahares floridos, y el pecho del niño que se abría en flor. ¡Y la vida encendida en la fruta madura! ¡La montaña y el sol, qué dulzura! ¡Y aquel cielo henchido de amor, qué dulzor! Y el día fluía y el niño miraba la rosa olorosa y la espina brava prendiendo guirnalda en la sien; y desde la ufana ventana del día la criatura pura temblando veía las cosas que en una lágrima se ven. ¡Amor, qué dolor! ¡La vida, qué herida! Y la espina punzando en la rosa dormida y tanta amargura cruel en la miel; y el primer ensueño que de oro se viste y de inconsolable la frente ¡qué triste! ¡y en una penumbra, el laurel! Veía la nube que sube y se dora de sol, y veía la multicolora
  • 81. maravilla de una pompa de ilusión, cuando en la ventana ya era de día como en la alegría de su corazón! Aquel tiempo era de la Primavera; juntaba en el río la espuma parlera la blancura que llega con la que se va. Hora de la aurora… Y el beso ¿qué es eso? Es una corola de penumbra el beso que en otra penumbra se deshojará… Y él veía un fantasma en el viento… Y el pájaro de oro contándole un cuento lo aturdió y se sintió tornasol, y en sus verdes pupilas hurañas se veían pasar las montañas y el río azulino y divino de sol. ¡Oh, qué frente doliente en la espina y la rosa! ¡Y aquella pupila punzante por lo dolorosa! y clavado en el pecho el ensueño atormentador, y en los pies sangrando las alas el canto y la boca florida de beso y de llanto y de amor. ¡La vida encendida en la fruta madura! Y la pobre criatura mirando en la altura clarineros azules, blancor de azahar. ¡Qué ansia loca de trino y fragancia! ¡Tener alas y ver la distancia sin poder volar! Y un anhelo de cielo y de vuelo y el azul desmayado en el cielo, y una espina en el ala de flor. Ir a pie por la tierra encendida… ¡Y el pecho, qué horrible fragor en la herida! ¡Y el amor, qué dolor! Vivir en un pozo y estar sitibundo y encendida en la carne la llama del mundo, ser fulgor y en el lodo vivir, y volver a ser lodo mañana…
  • 82. ¡El poeta desde una ventana oye voces que nunca podrá decir!
  • 83. Ave María en el mar ―Dios te salve en la noche y el día‖ le dice el crepúsculo desde la bahía aquel faro que empieza a brillar; y la espuma que va en las estelas: ―Dios te salve en las jarcias y velas que van caminando en el mar‖. Llena eres de gracia en las ondas, y en las costas grises y en las aguas hondas y en el vuelo de aquel alcatraz. Tú vas en el rizo de la espuma rota, y en la nota blanca de aquella gaviota en la sinfonía de la noche en paz. Tu planta se posa en el lodo y en la espuma; y en el viento de yodo se siente tu aliento de amor; y en tu pecho yo he visto cómo arde la estrella más dulce en la tarde, aquella como un prendedor. Ya la noche en las ondas se irisa, y me riza tu mano de brisa la melena de mi tempestad, y me rozan tus labios sedeños y me arrullan los mismos ensueños que enviaste a Colón y a Simbad. ¡Qué luceros remotos y claros tus pupilas detrás de los faros! Dios te salve si miras así a aquellos que viajan y no los conoces y en los vendavales oyeron las voces misteriosas que una vez oí… Todos somos barcos que hacemos escalas, todos somos alas que quieren volar y nos encontramos con monstruos marinos en estos caminos tan largos y oscuros del mar.
  • 84. Tus manos conducen los barcos junto a las penínsulas y los golfos zarcos y tu faro no se apagará, y mi ensueño en tu puerto, se esconde, muy triste de andar no sé dónde y desmantelado en el más allá. Golfo de Fonseca, 1923.
  • 85. Abanico de filigrana El verso más terso triunfante se erija: diamante de luna en una sortija. Lo doma el deseo como al camafeo y toma como la paloma aroma y zureo. La frase se hace más blanda y más blonda (¡Holanda! ¡Golconda! ¡Stambul!). Y es para temblar en la onda más honda, más clara y azul. Se irisa en la risa, resbala en el ala de luz tornasol, y engarza su breve diseño en la garza de nieve, de sueño y de sol.
  • 86. Se ofrenda como una leyenda en este abanico de rico palor y se transfigura sobre tu blancura coqueta de flor. Lima, 1924.
  • 87. Azul de Huejotzingo ¡Qué feliz el azul y qué contento se sonríe en el agua el sol hermano! La campana es campánula en el viento y todo está al alcance de la mano. Y la clásica voz y el nuevo acento y la palabra que se dice en vano, y el lobo que, como un remordimiento, se apacigua en el pecho franciscano. Todo como la limpia vestidura, Señor, que le darás a la criatura del ojo hermoso y la mirada inerte; Y todo ardiendo en la plegaria mía, para pedirte que me des un día así de azul, a la hora de la muerte. 1938.
  • 89. Ultramarina Una nube blanca y una nube azul y en la nube un sueño y en el sueño tú. Gaviotas al norte, luceros al sur; sobre el mar el cielo y en el cielo tú. Música de errantes cítaras de luz, y luz en el alma y en el alma tú. Las ondas me traen cartas del Perú y en las cartas besos y en los besos tú. Tú en la noche blanca, tú en la noche azul y en lo misterioso dulcemente tú. Atlántico, febrero de 1941.
  • 90. Sueño Te reconozco, Mar, porque me invade tu alegría, tu sal, tu sol, tu grito; beso tu espuma en flor, como en un rito, y amo tu mitológica saudade. Tu pasarela de cristal evade mi antigua angustia y mi dolor fortuito, y va mi sueño sobre tu infinito de oro y coral y tornasol y jade. Déjame transparentemente verla en las nubes del Sur, y que en el canto prendida en oro esté feliz la perla; y que esta carta azul le diga tanto que ya olvidaron, sólo con leerla, su horror la sal y la sirena el llanto. New York-Callao, febrero de 1941.
  • 91. Amor Un día puro, un milagroso día de diálogo del ángel con el bruto, labró en diamantes y oros Benvenuto dolor y amor y sueño y poesía. Puso esmaltes azules, en tributo al mar, náyades blondas y alegría de Nápoles, en flor y espiga y fruto de risa y cielo y luz en la bahía… Así, entre pedrerías siderales, más allá de los puntos cardinales, brillan en el poema tus preclaros cielos y luces y aires opulentos y hay fiesta en la bahía de tus faros y me embriaga la rosa de tus vientos. New York-Callao, febrero de 1941.
  • 92. Madrigal Esos tisúes y esos terciopelos y estas suaves auroras sorprendidas por faros y vigilias y desvelos y por gaviotas con paracaídas. Y las velas blancas muy allá dormidas, y alas celestes y azulados vuelos; y las aguas, las flores y los cielos más allá de las muertes y las vidas. Y un no sé qué muy hondo en las suspensas esmeraldas, por tanto que me piensas, viajando entre las rocas y las brumas, ¡oh dulce y mía, dulcemente mía! Y el corazón, herido en las espumas que va desesperado de alegría. Febrero 23 de 1941.
  • 93. Bienvenida Abre sus puertas mágicas el día hacia las sierras y los litorales, y hay hélices de sol en la bahía. El Callao sosiega sus fanales y su mar es el mar donde el corsario se extravió en laberinto de cristales. Emporio, rosa náutica, balneario, en él se desanudan los caminos y está la llave de oro del Incario. Agua feraz de fértiles destinos, aire del más azul del hemisferio, y en la proa los ángeles marinos. Balcón al que, en la dulce amanecida, la novia de infinito y de misterio se asoma para dar la bienvenida. 27 de febrero de 1941.
  • 94. Contigo Alegría de verte y de tenerte ya junto a mí, cerca de mí, conmigo, fina en la miel y trémula en el trigo y ácida, amarga, dulce, suave y fuerte. Todos los días son para quererte, todas las noches para estar contigo, decirte siempre lo que ya te digo y tu amor me rescata de la muerte. Tu amor que, con palabras amorosas, es fiesta en el crepúsculo limeño, más allá de las nubes y las rosas, cuando en el aire de mortal olvido, oigo tu voz, ya náufraga en el sueño, y todas las abejas se han dormido. Lima, 18 de febrero de 1941.
  • 95. Máscara azul Frente a los palacios de Mitla, sobre las piedras incólumes, te he mirado perfecta, eterna, iluminada por el Dios del Cielo Diurno en el silencio antiguo del vasto mediodía en que renacen las palabras perdidas de los códices, cuando en los labios de los sacerdotes se estremecen los signos, y te he visto volver desde más allá de los días, pura en la luz, invicta flor entre la tierna primavera del jade. Los siglos han borrado los colores de las grecas de Mitla, y sobre los altares se han caído los dioses, y los sepulcros de los príncipes embalsamados con sus tesoros están vacíos para siempre. Pero tú estás junto a mí, más allá del tiempo y de la primavera y de la Muerte con su máscara azul, eterna, renacida, iluminada, nuevo y antiguo amor. Mitla, 20 de febrero de 1943.1 1 En “Contigo” lleva el título de “Jade” pero R. H. V. decidió cambiar el título posteriormente.
  • 96. POEMAS DE VARIAS ÉPOCAS, NO RECOGIDOS 1916-1951
  • 97. San Rubén Darío Como la estrella en la frente del centauro la nueva gema nació en el pecho del Cisne, y fue anunciada por el terremoto. Para mi muy querido Amado Nervo Traed las griegas ramas del acanto para mezclarlas con laurel sombrío, donde desgrane su cristal el llanto; y venid a adorar a nuestro santo que está en el cielo: San Rubén Darío! La cítara, el salterio y el oboe digan sus himnos suaves y supremos; su copa taumaturga vierta Cloe; ardan en mirra, el nardo y el áloe, y venid en silencio, y adoremos. Tuvo una gema de fulgor profundo en las manos marquesas de su hastío; y su mirada no era de este mundo… ¡Vino del alba y fue meditabundo y misterioso, San Rubén Darío! Tembló su nombre entre las piedras raras; su nombre, lo más puro que tenemos, pues no lo tienen ni las noches claras! Hay muchos incensarios en las aras: ¡venid, pues, en silencio, y adoremos!... Scheherezada de enlutado viste, en el Trianón el cisne tiene frío, y la Princesa pálida aún existe… ¡Y el Señor Jesucristo estaba triste de no mirar a San Rubén Darío! Mas lo llevó el Señor a sus jardines y exclamó en la penumbra: ―Descansemos‖. Y esto decía un astro en los confines: ―Y venid coronados de jazmines y de piedras preciosas, y adoremos!‖ Una rosa entre todas las criaturas la más rosada y llena de rocío,
  • 98. elevó su trisagio de blancuras: ―¡Abran sus labios mis corolas puras para alabar a San Rubén Darío!‖ Con su candor la gema nemorosa clamó: ―¡Qué raro ese fulgor que vemos! Somos lo que refulge y que reposa; pero por ese verso y esa prosa temblemos de rodillas, y adoremos!‖ ―Porque Psiquis te tuvo entre los presos de su torre mortal, y fuiste mío a pesar de la arcilla de tus huesos, pues sabías de lágrimas y besos‖, dijo una niña: ―¡San Rubén Darío!‖ ―En tanto viva mi celeste mito, y estén al sol mis alas y mis remos, tendrás el cráneo lleno de Infinito‖, cantó un cisne, y al eco de su grito contestaron los cisnes: ―Y adoremos‖. La miel: ―Soy lo que admira y que comprende‖. El llanto: ―Supo del misterio mío‖. El agua: ―Mi clareza no se vende‖ Y el champán: ―Soy el alba que se enciende en las brumas de San Rubén Darío!‖ Y la palabra en su prisión de encanto sollozó: ―Sus cariños no tenemos. Porque en Mí luchan el dragón y el santo, y Él los vencía…‖ ––Y agregó en su llanto: ―Ardamos en lo obscuro, y adoremos!‖ ―Para quien no lo ensalce, el anatema‖ la seda fulminó contra el impío. El oro: ―En sus blasones fui el emblema‖. Y la lira, la urna y la diadema: ―¡Alabemos a San Rubén Darío!‖ Y el Señor Jesucristo que entendía los himnos laudatorios y supremos, al coro de las voces respondía: ―Venid los que lo amabais, Soy el Día, la Mirra y el Ara, y adoremos‖. Guatemala, 1916.
  • 99. Canción de la rosa entreabierta Ya el rosal está de fiesta, pues la rosa se entreabrió. Tendrá rosas la floresta, pero como ésta no. Rosa de blancuras finas, como entre todas culminas los colibríes te ven… ¡Pero qué bien los espinas qué bien! Dame tus espinas buenas, pues quiero punzarme apenas yo también. Tu blancor estelar se levanta ––como en un altar–– en el día luciente. Tú eres simplemente la Rosa: yo la mariposa que canta. Las rosas gloriosas en que antes brillaban diamantes triunfantes duraron un mes; pero las postreras serán las hermosas en las primaveras y en las mariposas de antes y después! Tu frescura ¡oh Rosa! qué cosa tan pura y tan deliciosa! pues con sólo verla sufren de pavura
  • 100. la piedra preciosa, la rosa y la perla! Tu blancura rara entre la neblina apenas se inclina para que amanezca más fresca y más clara… Tu fragancia de hoy al rosal lo vuelve loco de alegría. ¿Y yo que te doy? Pues yo te daría lo que soy al viento: una mariposa llena de contento. Y así empezaría mi cuento de milagrería, como quien no quiere una cosa: ―Un día, en el viento me dijo una rosa…‖ El rosal está en fiesta y el rocío y el polen nos dicen que ya amaneció… ¡Otra rosa tendrá la floresta, pero como ésta no! México, D. F., 10 de mayo de 1925.
  • 101. Los tres cazadores (Poema leído el 3 de febrero de 1926 en la fiesta de aniversario de la Sociedad Revolucionaria del Colegio Militar, de México, D. F.). Una vez en el bosque sonreído y florido por la cristalería del día hecho canciones sobre una concha nácar de claro colorido vi pasar a Cupido flechando corazones. Y en la hora en que apenas la claridad se atreve en las profundidades azules y lejanas vi pasar por el bosque, dejando un rastro leve al legendario, errante príncipe de la nieve Guillermo Tell, certero flechador de manzanas. Pero solo en la tarde marina y montesina ––¡buscando sus sandalias puedo encontrar sus huellas!–– como un niño curioso mi corazón se empina, por ver a Ilhuicamina cazando a las estrellas. México, D. F., 3 de febrero de 1926.
  • 102. Hoja de álbum Un aroma de jazmín y la luna que reposa en ópalo de confín. El colibrí colibrín de la pluma esplendorosa, brilla, vibra, corre, vuela de flor en flor y una rama para esta niña preciosa Alrededor de 1940.
  • 103. Fiesta de Reyes Para Enrique Peña Barrenechea Poeta que en los rústicos vergeles, a la sombra ideal de tus montañas, percibías las músicas extrañas del aire que agoniza entre claveles. Cítaras, tamboriles y rabeles perpetúan tu voz en las cabañas, y en la frágil médula de las cañas hay un fluir de silenciosas mieles. Aparece tu cándida figura en la majada, y suenan con premura raveles de oro y cítaras de plata, y las pastoras traen requesones, y en el baile, al calor de la fogata, los pinares se llenan de canciones. México, agosto de 1942.
  • 104. Bandera de Honduras A las blancas y azules, bandera, alto ensueño clavado en su cruz, solio insigne de la primavera, milagrosa magnolia de luz. En el alba ––con manos seguras–– te ilumina radiante ilusión, y en tus pliegues el aire de Honduras se estremece como un corazón. Claro espejo en que tiemblan montañas y trasuntos de gloria en que están el gemelo jazmín de Cabañas y el azul que adoró Morazán. Tus colores enseñan caminos, tus estrellas erigen altar, y compendias aromas de pinos y mañanas sublimes del mar. Que jamás te mancillen las manos de los viles, y nunca, jamás, se refugien en ti los tiranos ni a tu sombra respiren en paz. Alegría tan sólo por verte donde el Numen de Honduras está más allá de la gloria y la muerte, más allá del amor, más allá… México, D. F., 26 de febrero de 1944.
  • 105. Canción Emilia tan dulce, tan suave, tan mía; celeste en la noche, perfecta en el día. Hace mucho tiempo que te quiero mucho; de día te sueño de noche te escucho. Suavemente suave, dulcemente mía, y sobre las nubes más alta que el día. Eres amor mío la dicha inmortal, de un mundo en rocío y un sueño en cristal. En el aire de México, 14 de agosto de 1944.
  • 106. Flor del Perú Para Emilia. Ama el misterio y las penumbras ama esta flor del Amor y los amores; altar que, entre fragancias y blancores, se quema en una silenciosa llama. A su ambrosía, cuando se derrama, acuden a beber los ruiseñores, y en el país celeste de las flores camina hacia la noche y la embalsama. Tú también si la noche se avecina, como esta flor de gracia peregrina eres en el altar la excelsa urna en que acendra su néctar el estío, y la feliz intimidad nocturna es diadema en tus sienes de rocío. Lima, abril de 1945.
  • 107. Mi prima Carmen Mi prima Carmen tiene en su ternura el cielo de Honduras y el aroma de los pinos en flor; y en sus palabras tiembla la suavidad del vuelo de las nubes que viajan en busca del amor. ¡Oh niña misteriosa: que el cielo te bendiga, porque tras las sonrisas el alma se te ve; y tienes la hermosura dorada de la espiga y llevas en los ojos un suave no sé qué!... Dulce niña de Honduras, morena y florecida, que pasas por la vida como por un jardín; el amor es la exacta presencia de la vida y la vida es un breve perfume de jazmín. Tegucigalpa, 4 de mayo de 1945.
  • 108. La casa de las amatistas Para Juan Valladares R. Madre Tegucigalpa: a ti regreso diariamente en nostalgia que me quema mi corazón engarzo en tu diadema, beso tus ojos y tus sienes beso. ¡Qué azul el de tus ojos! ¡qué embeleso ver el airoso arcángel de tu emblema! Tu campana de amor es una gema y en su ámbito de nácar estoy preso… ¡Tu catedral es una equilibrista paloma que se fuga hacia el morado cíngulo de tus cerros de amatista! Ciudad de amor azul y de alma mía: soy el novio más fiel que te ha besado y te besa en el pan de cada día. 30 de junio de 1945.
  • 109. Himno universitario Coro Cumpliré la promesa sonora que hizo a México el águila real, y en mis manos renace la aurora y arde el sol en mi frente inmortal. Estrofas Me ilumina divina vehemencia y en mi mente conjuga el Amor la excelencia del Arte y la Ciencia en la dicha de un mundo mejor. Alto ensueño mi afán encadena si en las brumas se ven al trasluz alborozo de gracia serena y temblor de banderas de luz. En mis ímpetus diarios alterno pensamientos de bronce y cristal y el orgullo del México eterno que alza al día su frente inmortal. El futuro en mis ojos se irisa y en el alba de mi corazón riega lirios azules la brisa encendiendo mi nueva canción. 18 de julio de 1945.
  • 110. Alba de Amatitlán Brillan recuerdos de esmeralda y oro en el aire feliz, bajo el halago, de las nubes en flor, mientras el mago de la luz dilapida su tesoro. Volcanes y canoas en el vago rosicler matinal en que te adoro y se asoman tus ojos en el lago de dicha y azul y pájaro canoro. Instantánea visión entre agua y cielo con mis manos aéreas te cincelo y en estrofas de espuma te decoro; y llega de las nubes tu sonrisa y sobre suaves alas de la brisa beso tus ojos de esmeralda y oro. Amatitlán, septiembre de 1945.
  • 111. El Lago de Yojoa En el inverosímil mediodía que nácares y flores desbarata, surge tu imagen de cristal y plata, montaña azul y suave lejanía. Antiguo amor y eterna poesía, agua llena de sol ––fuga y cantata–– Venus en tu hermosura se retrata inefable como una melodía. Yo soy la voz que llega del lejano confín para aprender el canto llano en tu silencio puro de infinito; Voy al futuro y vengo del pasado, y sólo con mirarte me he embriagado de luz, como si fuera un pajarito. Diciembre, 1948.
  • 112. Evocación de Reyes El pastor y la pastora y la flor y la floresta cantaban himnos de fiesta en ―La Casa de la Aurora‖. Tegucigalpa canora se marchaba a La Laguna, alborozada como una novia, y daba su tesoro entre los pinos verde y oro y el ópalo de la luna. Bajo el encanto lunar, con resinas milenarias se encendían luminarias de alegre chisporrotear. Y los ángeles del mar al abandonar sus tiendas llegaban con las ofrendas de oro y de pedrería, y Reyes les refería las más azules leyendas. Y era una piedra preciosa el cantar en su donaire, y dormida iba en el aire una violeta olorosa. Aldebarán y la Osa Mayor lucían su fino fulgor en el diamantino silencio de llano y monte, y era más suave el zinzonte en la voz del Padre Trino. Septiembre, 1950. Inédito y al parecer inconcluso.
  • 113. Morena de Bogotá Esa nube me enajena en sueño y en más allá… Mírame, niña morena, morena de Bogotá. Tu pureza milagrosa tiene doble poderío: la eternidad de la rosa y el instante del rocío. Bajo tu cielo deploro que esa nube esté de prisa; pero el sueño es manos de oro sobre el arpa de la brisa. Si del cristal cae un trino y el aire es una guirnalda, en tu voz arde el divino aroma de la esmeralda. Y en tu mirada serena un ángel tranquilo está. Mírame, niña morena, morena de Bogotá. 19 de junio de 1951.
  • 114. DE “LA SANDALIA DE FUEGO” 1952
  • 115. Madrigal Blanco sobre lo blanco, lejanía sobre la lejanía del espacio en el tiempo. Cae la luna, cae ––magnolia suave–– sobre las ruinas del Foro, el más sonoro recinto en que la voz del hombre resonó hacia el norte y el sur, hacia los mares que sabían latín y ahora son sepulcro de las náyades dormidas… El tiempo es un sedante bálsamo sobre los mármoles heridos. ––¿En dónde está la voz que puso en movimiento a las legiones? ¿en donde el ceño de César coronado de violetas? Ella me preguntó, mirando el cielo de esta noche serena del estío romano, frente al Foro, al ver una caída columna que fue esbelta, y acaso estuvo cerca de la toga viril de Cicerón, junto al exordio de perfección marmórea. Roma, octubre de 1950.
  • 116. Un rostro ¿Dónde te he visto? ¿en qué sueño, a qué hora? Eres la flor de la belleza humana, la perfección sin nombre, sin fecha, sin angustia; eres el acto puro, eres la luz del cielo detenido tan sólo un momento, tan sólo, sobre la amarga tierra; eres lo eterno de la sonrisa, eres un día, sólo un día, para siempre. Nimes, septiembre de 1950.
  • 117. Isla solar En Capri, la isla del sol. Cerca, lejos, en todo el amor. El mar más azul y en la voz un fino temblor En estos belvederes Virgilio soñó. Capri de los sueños de ayer y de hoy. Capri, 28 de septiembre de 1950.
  • 118. Sorrento Esta es Sorrento, este el mar lejano de la ilusión y la mitología; mar de esmeraldas y oro en alegría, de azul azul y de cristal Murano. Todo el azul y el oro tramontano, nácar en flor y jade en lejanía; todo el azul, todo el azul del día, todo el oro al alcance de la mano. Remos azules en las barcas de oro... Éste es Sorrento y éste el mar canoro. ¡Dame todo este día en tu mirada! Estos trasmundos y estos ultramares… Vivir aquí, rodeado de azahares, amor, amar, y no pensar en nada. Sorrento, 28 de septiembre de 1950.
  • 119. Campana Mayor Esta mañana, en el albor del día me despertó con voz desgarradora, la campana mayor hecha de aurora, de bronce azul y eterna melodía. Acaso la ascendente flor sonora era la que en el sol Dante veía al alzarse, como en la letanía sobre su Catedral, Nuestra Señora. Sentí de nuevo el agua del bautismo, gocé la sal y regresé a mí mismo quemándome en el cántico ascendente, sobre barro infeliz y lirio pulcro, y la voz me ordenaba suavemente: ―despierta y abandona tu sepulcro‖. Florencia, octubre de 1950.
  • 120. El loor de la ciudad excelsa Florencia, inverosímil ciudad, numen y emblema: en ti el Creador recrea gozoso a su criatura, y el alma es un incendio de excelsitud suprema, porque con sólo verte tu luz la transfigura. De las ciudades eres la más insigne gema, en ti se ha eternizado la flor y la pintura, y hasta los santos ángeles se ciñen la diadema para mirarte siempre con la misma mirada pura. Tus mármoles, tus flores, tu cielo, tu pasado, tus monstruos y tus sueños! Florencia: estoy saciado. En ti la Poesía encontró su destino. Regresaré una tarde por ver tus maravillas, una tarde de aquellas que amaba el Gibelino, con labios rutilantes y el alma de rodillas. Florencia, 3 de octubre de 1950.
  • 121. Al nacer el otoño A Enrique Peña Barrenechea. Al nacer el otoño y en el París que sueña se oye el primer temblor de la palabra hermosa, eso que va dejando la luz en cada cosa para poder probarnos que existe Enrique Peña. En nácar gris y en oro de ultramar se diseña el final del crepúsculo como una mariposa que recibe la gota de rocío hondureña en la tarde del Sena, que equivale a una rosa. Así transparentada por la ―amorosa idea‖ como el aire a la forma nos ciñe y nos rodea la poesía pura, presencia del Amor. Y con los ojos vivos y la débil plegaria somos esa indefensa paloma milenaria que en Notre Dame amparan los ángeles en flor. París, 12 de septiembre de 1950.
  • 122. Venus dormida A Luis Andrés Zúñiga En París, esta noche, y en lo mejor del mes, bajo el cristal del sueño el aire es ambrosía Si todo pasa y todo es nada, la alegría de París es la misma que viste, Luis Andrés. Estos jardines y esta luz de amor, ya lo ves te envía su saludo! ¡París aún es de día! Los ángeles existen y está la Poesía en su lugar, no importa que el mundo esté al revés. Lutecia antigua y joven eterna por sus rosas, por su sonrisa sobre las almas y las cosas y lo que nos anuncia para un mundo mejor. Venus está dormida en espuma y fragancia, y este año han sido hermosas las cosechas de Francia: dividendos, estatuas sonrientes, vino, amor. París, 5 de septiembre de 1950.
  • 123. Palomas venecianas Palomas venecianas, sois hermanas del sol, y entre arreboles encendidos, os fugáis al vibrar los alaridos bíblicos de las cándidas campanas. Veronese os construye las mañanas y Ticiano los sueños y los nidos; sois como poemas escindidos por el amor, palomas venecianas. Cuando la luz del alba se prosterna para adorar a Dios, gozáis la tierna dicha de enamoraros sobre armiños; y al despertar tenéis el pan seguro, el vuelo y lo que el próximo futuro dará, palomas-niñas, a los niños. Venecia, octubre de 1950.
  • 125. Campana de Cholula Bajo la luz cuaresmal tiembla en la tarde infinita, la campana, campanita, campánula de cristal. Y su dulzura esencial nos da la más pura esencia, y en tono de confidencia afina mieles sonoras al abrir el libro de horas de Fray Martín de Valencia. La voz de Motolinía se quiebra en el aire en flor, y nos dice su mejor discurso de pedrería. Franciscana melodía que ningún pájaro iguala, pues reverbera en la escala de las melodías puras y en las airosas figuras del Códice de Tlaxcala. Campana; en tus voces arde, se cristaliza y se acendra como si fuera una almendra el corazón de la tarde. Y en la lágrima cobarde finges rosa enamorada, y eres dulcísima espada en hondo temblor sucinto, muriéndose en el recinto de la cuaresma morada. Cholula, 20 de marzo de 1944.
  • 126. Nocturno 100 Mi corazón se enciende en la intranquila claridad de esta noche enamorada; en una luz insomne, y en la rada de tu silencio es barco, y la vigila. Alza su grito azul, Emilia, Mila, y su infinito es cóncavo en mi nada. En la vigilia de la madrugada mi corazón orfebre te burila. Estatua aérea en el eterno día de la profunda flor, la Poesía, mi corazón en nardos te cincela eternidad más firme que el basalto y más sensible, con el sobresalto de los pájaros en la duerme-vela.
  • 127. Para siempre Amo las piedras preciosas y también amo el rocío; pero te amo más, bien mío, que al corazón de las rosas. En tus miradas hermosas, cuando más hermosa estás, veo que te quiero más que al más divino tesoro. ¡Te amo, te quiero, te adoro, y para siempre jamás! Washington, 24 de marzo de 1950.
  • 128. Parábola Era en su más rosada adolescencia Jesús, y nunca se le vio tan bello; sonreía en el último destello de una dorada tarde de Florencia. Leonardo, que sabía toda ciencia, se le quedó mirando, por el sello de distinción, el nuevo lirio al cuello y el nimbo en la inefable transparencia. Años después para pintar a Judas tuvo el mismo modelo: las sañudas miradas, feo, inmundo, sin decoro, compurgando en la cárcel un delito. (Y esto dice miniado manuscrito que tiene las mayúsculas en oro). Milán, octubre 10 de 1950.
  • 129. A Lorenzo el Magnífico Eres perfecto, porque no reposas, y a pesar de las ánforas vacías tienes el mismo afán con que construías tu ciudad sobre mármoles y rosas. Tu nombre eximio en páginas fastuosas, relievo en el azul que preferías si, asediado por obras y por días, burlabas la codicia de las diosas. Impar Lorenzo, arcángel desterrado, fulgura en el presente tu pasado, vives en tu Florencia Medicea; tu león con la lis está despierto ––síntesis de la acción y de la idea––; fuiste carne mortal, pero no has muerto! Florencia, octubre 6 de 1950.
  • 130. Nunca es tarde Para Eduardo Avilés Ramírez Cuanto más luminosa, la estrella es más lejana. Eduardo: nunca es tarde para estar en París, con mi canción de otoño, mi tristeza liviana y mis ganas inmensas de ver la flor de lis. Aún tiembla en el divino jardín de la mañana el azul más azul en que lanza su bis sobre el granado en flor la alondra shakespearana, la que escuchó en sus éxtasis melódicos San Luis. Nuestra amistad se acendra en el vino dorado, más que el tiempo en sus odres. Atrás queda el pasado; hoy sólo es hoy, mañana será el silencio gris. Rubén está en la rosa, Balzac en la sonrisa, y el Amor nos reitera que bien vale una misa, una sola, una misa de amores en París. Septiembre 8 de 1950.
  • 131. A San Francisco Señor: Tú que restañas al herido y con mirar al débil le haces fuerte, sabes muy bien que siempre te he querido y que nunca he dejado de quererte. Príncipe de poetas, he venido del dolor y el amor sólo por verte, y en mi felicidad te doy, inerte, las gracias, por haberme sonreído. A los que alguna vez me han ofendido los sepulté en sarcófagos de olvido, Señor, tan sólo para merecerte. Yo sufrí mordedura y alarido y al llegar hasta aquí sólo te pido me sonrías a la hora de la muerte. Asís, 30 de septiembre de 1950.
  • 132. La palabra humilde Para Antonio Gómez Robledo. Ya me embriagué de amor en tu alegría, diácono de la luz, Francisco hermano, al mirar tu ciudad desde la Umbría. Mísero pecador, verbo profano, pido tu comunión, tu poesía, y que también me tomes de la mano. Con sólo ver tu rostro en la neblina la humanidad que viste así la veo, y toda tu leyenda me ilumina. Perdonas el verdugo y al ateo y eres brisa de aromas en la tierra… ¡Te he vuelto a ver y en tu hermosura creo! Pues la turbia mentira nos destierra de tu ideal, y triunfan entretanto sangre cruel y oprobio de la guerra. Tú que echaste cenizas en el vino y que sufriste en el horror del llanto, déjame amar tu gótico divino; en tu ciudad hallada en el camino como una flor que se cayó del Cielo y me pudo mostrar al Uno y Trino. Tú eres el infeliz, el ―Poverello‖, el que acude en las horas más aciagas, con hélices de lino para el vuelo. Déjame ver cómo tus manos magas sufrieron su momento milagroso y úngeme con la sangre de tus llagas. Vi tus olivos y encontré reposo; entre tus piedras descubrí el inmundo aliento del mendigo y del leproso. Ya conocí a Don Juan, a Segismundo, a Hamlet, el del cráneo dolorido, y al sucio lenguaraz inverecundo.
  • 133. Afuera alza palacios el bandido gentil, y el demagogo que habla en prosa se enmascara de lobo enfurecido. Y pon tu mano misericordiosa sobre la frente que en dolor se quema como en lumbre la hermana mariposa. No me puedes librar del anatema de morir, pero sí pido una cosa: ser la palabra humilde en tu poema. Asís, octubre 1° de 1950.
  • 134. Muerte en Río A la memoria de Jorge Federico Travieso. En el país azul de los diamantes, bajo las áureas lámparas del día, se han quebrado sus voces suplicantes y se ha dormido, tal como quería… Alzó su frágil copa de ambrosía, tembloroso, tan sólo unos instantes, y su rosal de sangre le decía que las rosas no son equidistantes. El fantasma interior le perseguía sus diálogos horrendos con la Nada y el Todo… y más allá la Poesía… Y se fugó, porque iba de pasada. ¡Un trino en la tormenta despiadada, bajo las áureas lámparas del día! Washington, D. C., 24 de junio de 1953.