Era un muchacho muy atractivo, es decir era el muchacho perfecto para toda señorita cristiana. Venía de una familia cristiana muy conservadora y rica. Su padre tuvo cuatro mujeres (cualquiera no hubiera podido mantener todo aquello) y llegó a tener doce hijos varones y una hija mujer. El hijo penúltimo fue el personaje de nuestra historia.

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JOSÉ
“EL
SEÑOR
AUMENTA”
Pr. Yván Balabarca C.
Era un muchacho muy atractivo, es decir era el muchacho perfecto para toda
señorita cristiana. Venía de una familia cristiana muy conservadora y rica. Su padre
tuvo cuatro mujeres (cualquiera no hubiera podido mantener todo aquello) y llegó a
tener doce hijos varones y una hija mujer. El hijo penúltimo fue el personaje de nuestra
historia.
Y como no todo era perfecto, se convirtió en un muchacho engreído por las
preferencias de su padre. Y es que nació de la mujer que su padre más amaba. Era su
preferido. Era guapo, era obediente y de un momento a otro manifestó tener el don de
profecía. Su nombre significaba “Que Dios aumente”, porque fue el hijo de su vejez.
Yo sé lo que es ser el hijo de una mama maravillosa y un papa sin igual, pero fui
el tercer hijo luego de dos fantásticas niñas… sabes que tiene sus privilegios ser el hijo
último, único varón, y para colmo, tener asma. Yo sentía que muchas cosas giraban en
torno a mí. Pero no todo es bueno… me volví muy egocéntrico y creo que eso mismo le
pasó a José… además el sí era guapo…
En fin. Lo que quiero destacar es que José un día tuvo un par de sueños en los
que él figuraba como la cabeza de la casa de Jacob y eso no era poco, tenía diez
hermanos mayores, tantas o más habilidades de liderazgo que él, y que no eran
demasiado consagrados. La gota que derramó el vaso es que su padre le regaló una
túnica especial lo que generó pensamientos de envidia y resentimiento en sus hermanos.

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Un día ellos se fueron a pastar las ovejas de su papá, que no eran pocas. Su
padre, le pidió a José que los vaya a buscar a ver que encontraba. Cuando estuvo cerca,
los diez hermanos estaban tan resentidos con él que lo prendieron y lo metieron en un
hueco en la tierra, una cisterna.
Al poco rato, cuando el hermano mayor, Rubén, no estuvo, lo sacaron y lo
vendieron a un grupo de comerciantes madianitas. Estos lo llevaron a Egipto donde lo
negociaron.
¿Alguna vez has negociado algo? Yo realmente soy muy mal negociante, pero
mi esposa es muy capaz en este terreno. Imagínate como se habrá sentido José, de ser el
hijo engreído de un padre cariñoso y rico a ser un esclavo vendido desnudo a la vista y
paciencia de todos, en un mercado, junto con animales. Como se habrá sentido cuando
un toro fue vendido por más precio de una madre con su hijo, y que una vaca fue
vendida por más del doble que él.
Elena de White comenta: “Su alma se conmovió y tomó la alta resolución de
mostrarse fiel a Dios y de obrar en cualquier circunstancia cómo convenía a un súbdito
del Rey de los cielos. Serviría al Señor con corazón íntegro; afrontaría con toda
fortaleza las pruebas que le deparara su suerte, y cumpliría todo deber con fidelidad. La
experiencia de ese día fué el punto decisivo en la vida de José. Su terrible calamidad le
transformó de un niño mimado que era en un hombre reflexivo, valiente, y sereno”.1
1
Elena
G.
De
White,
Patriarcas
y
profetas,
215.

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Cuando se lo llevaron para ser esclavo en la casa de un hombre rico de Egipto
llamado Potifar, pues se sintió más que humillado, pero se entregó con ahinco a sus
nuevas funciones.
Pronto tuvo éxito. Su esfuerzo y dedicación al hacer las cosas le granjearon el
cariño y el aprecio de su amo.
Llegó a estar a cargo de todo lo que su amo poseía. Pero como no todo puede ser
perfecto, la mujer de Potifar, una mujer bella para su país, se sintió sexualmente atraída
hacia el esclavo. Así que decidió acosarlo. Los egipcios tenían una fama de lascivos
muy bien ganada. La esposa hermosa de Potifar no esperaba menos que obediencia de
un esclavo. Pero se sorprendió al ser rechazada constantemente por él.
Al inicio seguramente se sintió más atraída hacia él, pero una mujer despreciada,
hoy como hace 3700 años es muy peligrosa. Una día lo forzó a tener algo indebido con
ella, por lo que José dio muestras de su carácter:
Génesis 39:9 “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?”
José huyó y en su forcejeo por liberarse de las manos de la impía mujer, ella le
arrebató una parte de su ropa. En la batalla de los sentidos vence aquel que huye.
Enseguida gritó la mujer y los sirvientes la ayudaron. Difamó a José y este fue
tomado prisionero por intento de abuso contra la señora de la casa.
José fue llevado preso.
El resto de la historia de José es fascinante, pero corresponderá a que usted
mismo averiguarlo en la Biblia, en el libro de Génesis.
Cuántas veces hemos sido tentados, quizá no en el mismo campo que José, pero
si por otras cosas, que han exigido que hayamos salido huyendo.
Esa es la forma de enfrentar la tentación. En la batalla de los sentidos vence
aquel que escapa.

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José fue un vencedor de la tentación, porque puso a Dios antes que nada en su
vida. Tú y yo podemos hacerlo también. La vida de José es una prueba de que Dios
aumenta las bendiciones en las vidas de sus hijos fieles.
Recuerde que: “En la vida diaria tropezará con sorpresas repentinas, chascos y
tentaciones. ¿Qué dice la Palabra? “Resistid al diablo,” confiando firmemente en Dios,
“y de vosotros huirá.” “Echen mano ... de mi fortaleza, y hagan paz conmigo. ¡Sí, que
hagan paz conmigo!” Mire a Jesús en todo momento y lugar, elevando una oración
silenciosa y con corazón sincero para que pueda saber cómo hacer su voluntad.
Entonces, cuando venga el enemigo como avenida de aguas el Espíritu del Señor
levantará bandera en favor de Vd. contra ese enemigo. Cuando esté a punto de ceder, de
perder la paciencia y el dominio propio y manifestar un espíritu duro y condenatorio,
dispuesto a censurar y acusar, será el momento de elevar al cielo esta oración:
“¡Ayúdame, oh Dios, a resistir la tentación, a desechar de mi corazón toda amargura, ira
y maledicencia! Dame tu mansedumbre, tu humildad, tu longanimidad y tu amor. No
me dejes deshonrar a mi Redentor, ni interpretar mal las palabras y los motivos de mi
esposa, de mis hijos y de mis hermanos y hermanas en la fe. Ayúdame a ser bondadoso,

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compasivo, de corazón tierno y perdonador. Ayúdame a ser verdadero vinculador de mi
hogar y a representar el carácter de Cristo ante los demás”.2
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Elena
G.
De
White.
Hogar
Cristiano,
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