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LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA
CIENCIAS SOCIALES
Introducción | Las matrices sociales en América Latina y la construcción de un orden | Desventuras del liberalismo
democrático | La dominación oligárquica | La liquidación del Estado oligárquico no deviene democracia política | Las
dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas | Democracias formales | La fragilidad de las democracias
Autor: Dr. Waldo Ansaldi (UBA y CONICET) | Coordinación Autoral: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) y Dr. Áxel Lazzari (UBA)
PROGRAMA
DE CAPACITACIÓN
MULTIMEDIAL
EXPLORALAS CIENCIAS EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 1
2 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
En las transiciones de dictaduras a de-
mocracias políticas producidas en
América Latina en las décadas de 1980 y
1990, la principal característica fue la re-
nuncia a transformaciones radicales. Según
Norbert Lechner, la demanda de revolución
en los años sesenta y setenta se transformó
en demanda de democracia en los ochenta.
Se puede coincidir o no con el argumento
de Lechner, pero no puede dejar de consta-
tarse que, en efecto, esto ha ocurrido en las
agendas política e intelectual. La historia re-
ciente nos sitúa en una encrucijada que nos
obliga a discutir la viabilidad de la democra-
cia en América Latina, desde una perspecti-
va diferente de la considerada en los últi-
mos años.
Hoy es claro que la democratización inicia-
da en la década de 1980 sólo está compues-
ta de elementos formales, importantes, pero
no sustantivos. La proposición no implica un
juicio de valor acerca de ella. Es una mera
constatación empírica, que no desconoce la
existencia de una cuestión clave, cuyo trata-
miento escapa a los límites aquí disponibles:
la relación entre democracia y clases sociales.
En ese sentido, las reflexiones aquí expues-
tas pretenden ofrecer algunas grandes líneas,
de larga duración, buscando explicar las di-
ficultades atravesadas por las sociedades
latinoamericanas para definir regímenes
políticos democráticos. El objetivo es encon-
trar alguna respuesta a la pregunta ¿por
qué clases dominantes que levantan la
democracia liberal como principio de legiti-
midad de su poder institucionalizado ter-
minan generando regímenes escasamente
democráticos, cuando no francamente dic-
tatoriales? En cambio, no se persigue defi-
nir la democracia, entendiéndose que, en el
proceso histórico de la región, ella es la libe-
ral representativa.
AgenciaTELAM
La Avenida de Mayo el día que Alfonsín asumió la presidencia de la Argentina, 10 de diciembre de 1983.
INTRODUCCIÓN
mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 2
3LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
En la larga duración, según nuestra hipó-
tesis, los países latinoamericanos se
constituyen históricamente desde tres ma-
trices sociales desarrolladas a partir de sen-
das unidades de producción económica: la
plantación con trabajo esclavista, la hacien-
da con trabajo semiservil y la estancia con
trabajo asalariado. Las tres generan coinci-
dencias y diferencias en los planos sociales y
culturales que no dejan de expresarse, con
matices, en las formas con las que se proce-
san los proyectos y los fundamentos del
nuevo orden político, tras la ruptura del
nexo colonial.
Esta hipótesis persigue una explicación
más allá de la clásica que enfatiza la cues-
tión de la propiedad de la tierra como clave
de los regímenes políticos latinoamerica-
nos, en particular como causal de oclusión
de los proyectos democráticos. Por cierto,
plantación, hacienda y estancia tienen un
común denominador: la propiedad latifun-
dista de la tierra. Tienen, a la vez, diferen-
cias notables, en particular el distinto papel
desempeñado por el capital y las formas de
organización del trabajo. Si bien estas diver-
gencias son de peso, la coincidencia se revela
decisiva en el largo plazo, concebido como
"dialéctica de tiempos mixtos" −autóctono,
colonial, moderno, posmoderno− o como
"sociología de historia lenta".
La propiedad latifundista de la tierra cons-
tituye el núcleo duro de sistemas políticos
duraderos, cuyo desiderátum es la domina-
ción oligárquica. El clientelismo político es, si
no la forma paradigmática, una de las más
importantes de esa continuidad oligárquica
en otros regímenes, llegando a dificultar la
expansión de la democracia política y la con-
versión de súbditos (titulares de deberes) en
ciudadanos (titulares de derechos y debe-
res). No en vano algunas de las más inteli-
gentes propuestas de transformación socio-
política apuntaron a la destrucción de la
estructura agraria latifundista y su reempla-
zo por otra basada en la mediana propiedad
de la tierra, como en los casos del argentino
Domingo Faustino Sarmiento −retomada lue-
go, en clave socialista, por su compatriota Estanciero de la provincia de Buenos Aires de fines del siglo XIX.
Juan B. Justo− y del uruguayo José Batlle y
Ordóñez. El fracaso de estas estrategias de
transformación desde arriba no les resta tras-
cendencia. A la vez, algunos de sus éxitos
parciales −como en Costa Rica− refuerzan la
convicción de quienes encuentran una co-
rrelación positiva entre fragmentación de
la propiedad rural y democracia política.
Empero, una perspectiva muy diferente es
sostenida por algunos pensadores, entre los
que descuella el brasileño Francisco de
Oliveira Vianna, quien defiende la gran pro-
piedad agraria y asocia esta con la decisiva
presencia de unos senhores do engenho,
arios y celosos de sus linajes aristocráticos.
Las tres matrices sociales indicadas se cons-
tituyen en tiempos y espacios diferentes, sin
mengua de coexistencias en ambas dimen-
siones. La plantación surge a comienzos del
siglo XVI; la hacienda, a principios del siglo
XVII, y la estancia, a fines del siglo XVIII. La
primera se encuentra en el Caribe (Antillas
mayores y menores, parte del litoral del gol-
fo de México, costas de Belice, costas y
valles aledaños de Venezuela), el nordeste
brasileño (y luego las áreas cafetaleras, ha-
cia el centro sur del país), las Guayanas,
partes de Colombia y la costa de Perú, y
persiste hasta la abolición de la esclavitud,
durante el siglo XIX. La hacienda abarca
una superficie mayor, desde México hasta
el noroeste argentino y Chile central, espe-
cialmente en las áreas andinas; su notable
capacidad de adaptación a las transforma-
LAS MATRICES SOCIALES EN AMÉRICA LATINA
Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN ORDEN
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4 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
DESVENTURAS DEL LIBERALISMO DEMOCRÁTICO
En América Latina, la ruptura de la situa-
ción colonial implica para los diferentes
actores políticos y sociales la resolución de
varias cuestiones, entre las cuales la primera
y más urgente es la del poder: ¿quién man-
da?, ¿sobre quién manda?, ¿cómo manda?,
¿para qué manda? Acceder al poder y ejer-
cerlo requiere la definición de los principios
de legitimidad de la ruptura (la revolución de
independencia), de soberanía y su titularidad
(Dios, el rey, los pueblos, la nación), de repre-
sentación y de organización política.
El proceso de construcción de nuevos Es-
tados se desarrolla invocando como princi-
pio legitimador el corpus liberal, tanto en la
economía como en el ordenamiento polí-
tico. La apelación incluye los principios de
representación, ciudadanía y democracia.
Sin embargo, el movimiento histórico real
está signado por un profundo desfase entre
fundamentos y práctica. Resumiendo en ex-
tremo, puede decirse que la cuestión se
plantea en términos de transformación de
principios universales en prácticas singula-
res. A las tres grandes exclusiones del pro-
ceso europeo −las clases "peligrosas", las
mujeres y los dementes−, América Latina
añade una cuarta, de orden étnico: los pue-
blos originarios y los afroamericanos.
El "pueblo" es proclamado titular de la
soberanía o, siguiendo a Hamilton, "el fun-
damento puro y original de toda autoridad
legítima". Tal invocación no es más que una
fórmula para dotar de base legítima el ejer-
cicio del gobierno o, donde las hay, a las
constituciones, pero no lo es, en cambio,
para desarrollar una ciudadanía activa, no
sólo política sino siquiera civil.
El liberalismo es entendido en América
Latina como expresión de la modernidad
superadora del antiguo régimen y apunta,
implícita o explícitamente, al establecimien-
to de la democracia política. En este senti-
do, no hay en los comienzos demasiadas
divergencias e, incluso, no son pocos los
católicos que abogan por una república
democrática representativa, tal como apa-
rece, por ejemplo, en el Catecismo político
cristiano, escrito por un autor anónimo que
eligió firmar José Amor de la Patria y difun-
dido en Santiago de Chile hacia 1810-1811.
La forma privilegiada que adoptan las
constituciones es la república representativa
(excepto en Brasil) −federal en algunos ca-
sos, centralista en otros−, fundada en dere-
chos políticos y civiles con fuertes restriccio-
nes. La limitación de la ciudadanía es un dato
clave de ese proceso, que ayuda a compren-
der mejor su resolución bajo la forma oligár-
quica de dominación, De hecho, el desfase
entre los principios y las prácticas produce
una persistente tensión política, a menudo
traducida en guerras civiles u otras formas de
violencia física y/o simbólica, particularmente
entre grupos de las clases propietarias.
Con todo, el liberalismo de la fase de rup-
tura del nexo colonial elabora algunas pre-
ceptivas que, aunque minoritarias y fugaces,
implican una concepción democrática ex-
cepcional para la época. Tal es el caso de
José Gervasio de Artigas, impulsor de la ciu-
dadanía civil hasta límites mucho más
amplios que los admitidos en otros países,
promoviendo, por ejemplo, "la libertad civil
y religiosa en toda su extensión".
José Artigas en la Ciudadela,
Montevideo, Uruguay, según la pintura
de Juan Manuel Blanes de 1884.
ciones de las economías nacionales y mun-
dial le permite persistir hasta finales de la
década de 1960, cuando es desarticulada
por las reformas agrarias chilena, peruana y
ecuatoriana. La estancia es una unidad eco-
nómica tardía y espacialmente restringida a
áreas rioplatenses, y la más próxima al capi-
talismo. Las tres constituyen verdaderas mi-
crosociedades. En ocasiones, coexisten dos
tipos de estas unidades de producción o
microsociedades. Esa coexistencia, una cla-
ve explicativa de los regionalismos, opera ne-
gativamente en los procesos de integra-
ción social, nacional y estatal. La Argentina
−haciendas en el noroeste y estancias en la
pampa− y Brasil− plantaciones en el nordes-
te y estancias en el sur− lo ilustran bien.
Pese a sus notables diferencias, las tres
unidades de producción generan un conjun-
to de pautas culturales decisivas para la for-
mación de las sociedades: concepción jerár-
quica del orden, paternalismo, clientelismo,
modo de ser aristocrático (con peso de los
valores linaje, tradición y ocio), redes de
familia. Los patrones microsociales se proyec-
tan a la escala macrosocial y definen el espa-
cio mayor (el Estado) conforme con ellos. De
los tres, el más favorable a un régimen demo-
crático es el de la estancia −como muestra
Uruguay, que no construye un orden oligár-
quico y que, aun con sus límites, sienta bases
para uno democrático−, mas suele ser fuerte-
mente condicionado por el de la hacienda o
el de la plantación. Si bien no debe entender-
se en términos dogmáticos, la hipótesis per-
mite asociaciones dignas de explorar.
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5LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
La política hacia los indígenas −parte de la
estrategia de afirmar la ciudadanía civil−
es otra característica notable en algunas ex-
periencias rupturistas. Así, la caducidad de
la servidumbre indígena es proclamada, en
nombre de la Junta de Buenos Aires, por Juan
José Castelli en el Alto Perú, mientras los tri-
butos que gravaban pesadamente a la po-
blación autóctona son abolidos por doquier.
Implícitamente es contemplada en las consti-
tuciones artiguistas y en otros proyectos y
prescripciones de la región. Las manifestacio-
nes más radicales guardan relación con la
democratización del régimen de propiedad
de la tierra, la piedra de toque de toda socie-
dad estructuralmente agraria: bien lo ilustran
Saint-Domingue (luego Haití), México (por
ejemplo, el Bando del 5 de diciembre de
1810, proclamado por Hidalgo) y la Banda
Oriental (el Reglamento Provisorio de Tierras
firmado por Artigas en 1815).
El largo y tortuoso proceso de construc-
ción de los Estados y las sociedades latinoa-
mericanos posterga y/o resignifica el ideal
de la democracia política. Es decir, se esta-
blece el principio de la soberanía residiendo
en la nación (más que en el pueblo), la divi-
sión tripartita de los poderes, la forma re-
presentativa, incluso el sufragio universal
masculino. Pero el precepto legal no se
corresponde con su observancia práctica.
En ese desfase reside una de las claves de la
cuestión de la democracia en América La-
tina. Las respuestas posibles varían de país
en país. Por otra parte, la opción por el libe-
ralismo realizada por sectores propietarios e
intelectuales y militares a ellos vinculados
tiene menos que ver con una supuesta
adscripción a una moda ideológica o una
importación cultural y mucho más con sus
intereses materiales: colocar en el mercado
mundial, sin trabas ni limitaciones, las ma-
terias primas de los productores criollos,
que no en vano demandan comercio libre
desde finales de la colonia. Para ello, el con-
trol del Estado es primordial.
No extraña, pues, que los grupos sociales
dominantes actúen, durante el siglo XIX,
según el patrón de construir prioritaria-
mente un Estado y relegar a un plano se-
cundario la construcción de una experiencia
liberal-democrática. En esa tarea, el Brasil
monárquico y el Chile republicano son tem-
pranos y excepcionales casos de éxito. En el
resto de América Latina, la formación del
Estado se posterga largamente.
Aun con las obvias diferencias que provie-
nen de la opción por la república o la mo-
narquía, Chile y Brasil comparten algunos
caracteres básicos, entre ellos, la temprana
centralización del poder. El Chile modelado
por la Constitución de 1833 es un orden
político dirigido por un presidente dotado de
amplias facultades, incluyendo las extraordi-
narias, y con posibilidad de reelección por
dos períodos. En el Brasil monárquico, la
Constitución de 1824 combina otra fórmula
de larga duración: proclamación de princi-
pios liberales (derechos y garantías individua-
les) con un poder central fuerte. En este caso,
un rasgo original del constitucionalismo bra-
sileño es la creación de un cuarto poder esta-
tal: a los tres clásicos −Ejecutivo, Legislativo,
Judicial− añade el Moderador, delegado pri-
vativamente en el monarca, quien recibe los
títulos de "Emperador Constitucional y De-
fensor Perpetuo del Brasil" y el tratamiento
de Majestad Imperial. Sus facultades in-
cluyen la prórroga o aplazamiento de la
Asamblea General y la disolución de la
Cámara de Diputados si así lo exige "la sal-
vación del Estado".
Miguel Hidalgo (1753-1811) es considerado
uno de los inciadores de la independencia
mexicana.
Pedro II, emperador de Brasil entre 1831 y 1889.
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6 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
LA DOMINACIÓN OLIGÁRQUICA
Los procesos de construcción de los Es-
tados latinoamericanos pueden explicar-
se empleando el concepto de revolución
pasiva, es decir, un entramado de continui-
dades y cambios, de persistencias y ruptu-
ras en el conjunto de la sociedad, que la
modifican (modernizan) sin transformarla
radicalmente. Es un proceso que reconoce
el poder y los privilegios de clases o grupos
tradicionalmente dominantes en regiones
menos desarrolladas −en términos capitalis-
tas−, al tiempo que frena el potencial trans-
formador que pueden expresar o deman-
dar las clases subalternas. Se trata de una
dialéctica conservación-innovación. La revo-
lución pasiva es un proceso de transforma-
ción capitalista que resulta del acuerdo
entre clases o fracciones dominantes con
exclusión de las clases subalternas y de los
sectores "jacobinos", con empleo sistemá-
tico de la violencia o coerción y con una
decisiva intervención del Estado en todos
los espacios sociales. Se trata de una solu-
ción "desde arriba", elitista y antipopular,
que en América Latina se resuelve, con fre-
cuencia, bajo la forma y el ejercicio de la
dominación política oligárquica. Más aún:
son revoluciones pasivas dependientes, en
una simbiosis de economías capitalistas
(Europa, Estados Unidos) y economías no
capitalistas. Las revoluciones pasivas prota-
gonizadas por las clases dominantes locales
tienen componentes que van más allá de lo
estrictamente político-estatal, resuelto en el
modo de dominación oligárquica, y gene-
ran imaginarios sociales, símbolos y com-
portamientos colectivos sintetizables en la
expresión "modo de ser oligárquico".
Aquí, el término oligarquía no designa
una clase social. Es una categoría política
que define una forma de ejercicio de la
dominación, caracterizada por su concen-
tración y la angosta base social (o sea, por
la exclusión de la mayoría de la sociedad de
los mecanismos de decisión política); es fun-
damentalmente coercitiva, y cuando existe
consenso de las clases subalternas, este es
pasivo. La dominación oligárquica puede ser
ejercida por clases, fracciones o grupos so-
ciales (incluyendo redes familiares) diversos:
terratenientes no capitalistas, terratenien-
tes capitalistas, burgueses y/o una alianza
de clases o fracciones de ellas. Siendo una
forma de organización y ejercicio de la do-
minación y no una clase, oligarquía define
un tipo de régimen o de Estado, el oligár-
quico, al que no se opone el régimen o
Estado burgués o capitalista, sino el demo-
crático. Es decir, la forma contrapuesta de
la oligarquía como dominación política es la
democracia.
La oligarquía es, en América Latina, una
forma de ejercicio de dominación política de
clase situada históricamente entre 1880 y
1930-1940 −en algunos casos se prolongó
aún más−. Por tanto, en términos generales,
corresponde al período de economías pri-
marias exportadoras, en el que el motor del
crecimiento económico se encuentra en el
exterior y depende de la demanda de las
economías industrializadas del centro del sis-
tema capitalista mundial. La dominación
oligárquica se ejerce en el interior de socie-
dades estructuralmente agrarias, fuertemen-
te estratificadas, con prácticas paternalistas
que funcionan en la doble dimensión de (a)
transmisión de la dominación central (nacio-
nal) sobre los espacios locales y morigeración
del autoritarismo estatal y (b) búsqueda del
equilibrio entre intereses nacionales y locales.
La dominación oligárquica es una red tendi-
da jerárquicamente, combinando centraliza-
ción y descentralización entre grupos domi-
nantes de diferente alcance (nacional,
regional, provincial o estadual y local),
clientelismo y burocracia, con mecanismos
de control intraoligárquico.
El dominio oligárquico no se ejerce en
todos los países ni de igual modo, ya sea for-
mal o realmente. En materia de centraliza-
ción/descentralización de las decisiones polí-
ticas pueden hallarse situaciones de (1) gran
descentralización, fuerte peso de los poderes
locales y regionales como principales centros
de poder (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú);
(2) tendencia a una aparente paradoja: el
poder central se refuerza gradualmente por
causa y a pesar del refuerzo de los poderes
locales (Brasil); (3) tendencia al debilitamien-
to de los poderes locales y fortalecimiento
del poder central (Argentina, México, Vene-
zuela); (4) primacía temprana y excepcional
del poder central (Chile).
El levantamiento cívico-miltar de la Unión Cívica, conocido como Revolución del Parque
(1890), apelaba a una democratización del régimen político. Si bien fue sofocado, provocó
la caída del presidente Juárez Celman.
AGN
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7LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
Al pueblo:
El patriotismo nos obliga a proclamar la
revolución como recurso extremo y nece-
sario para evitar la ruina del país. Derrocar
un gobierno constitucional, alterar sin jus-
to motivo la paz pública y el orden social,
substituir el comicio con la asonada y eri-
gir la violencia en sistema político sería
cometer un verdadero delito de que nos
pediría cuenta la opinión nacional. Pero
acatar y mantener un gobierno que repre-
senta la ilegalidad y la corrupción; vivir sin
voz ni voto la vida pública de un pueblo
que nació libre; ver desaparecer día por
día las reglas, las principios, las garantías
de toda administración pública regular;
consentir los avances al tesoro, la adulte-
ración de la moneda, el despilfarro de la
renta; tolerar la usurpación de nuestros
derechos políticos y la supresión de nues-
tras garantías individuales que interesan a
la vida civil, sin esperanza alguna de reac-
ción ni de mejora porque todos los cami-
nos están tomados para privar al pueblo
del gobierno propio y mantener en el
poder a los mismos que han labrado la
desgracia de la República; saber que los
trabajadores emigran y que el comercio se
arruina, porque, con la desmonetización
del papel el salario no basta para las pri-
meras necesidades; soportar la miseria
dentro del país y esperar la hora de la ban-
carrota internacional que nos deshonraría
ante el extranjero; resignarse a sufrir todo
confiando nuestra suerte y la de nuestra
posteridad a lo imprevisto y a la evolución
del tiempo, sin tentar el esfuerzo supre-
mo, sin hacer los grandes sacrificios que
reclama una situación angustiosa y casi
desesperada, sería consagrar la impunidad
del abuso, aceptar un despotismo ignomi-
nioso, renunciar al gobierno libre y asumir
la más grave responsabilidad ante la
patria porque hasta los extranjeros podrí-
an pedirnos cuenta de nuestra conducta,
desde que ellos han venido a nosotros
bajo los auspicios de una constitución que
los ciudadanos hemos jurado y cuya custo-
dia nos hemos reservado, como un privile-
gio, que promete justicia y libertad a
todos los hombres del mundo que vengan
a habitar el suelo argentino. [...]
El país entero está fuera de quicio, desde
la Capital hasta Jujuy. Las instituciones li-
bres han desaparecido de todas partes;
no hay república, no hay sistema federal, no
hay gobierno representativo, no hay admi-
nistración, no hay moralidad. La vida política
se ha convertido en industria lucrativa.
El presidente de la República ha dado el
ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo
la vida de los sátrapas con un menosprecio
inaudito por el pueblo y con una falta de
dignidad que cada día se ha hecho más
irritante. [...]
Puede decirse que él ha vivido de los
bienes del Estado y que se ha servido del
erario público para constituirse un patri-
monio propio. [...]
En el orden político ha suprimido el siste-
ma representativo hasta constituir un con-
greso unánime sin discrepancia de opinio-
nes, en el que únicamente se discute el
modo de caracterizar mejor la adhesión
personal, la sumisión y la obediencia pasiva.
El régimen federativo ha sido escarnecido;
los gobernadores de provincia, salvo rara
excepción, son sus lugartenientes; se eligen,
mandan, administran y se suceden según su
antojo, rendidos a su capricho. [...]
El movimiento revolucionario de este día
no es la obra de un partido político.
Esencialmente popular e impersonal, no
obedece ni responde a las ambiciones de
círculo o a hombre público alguno. No
derrocamos al gobierno para separar
hombres y sustituirlos en el mando; lo
derrocamos para devolverlo al pueblo a
fin de que el pueblo lo reconstituya sobre
la base de la voluntad nacional y con la
dignidad de otros tiempos, destruyendo
esta ominosa oligarquía de advenedizos
que ha deshonrado ante propios y extra-
ños las instituciones de la República. El
único autor de esta revolución, de este
movimiento sin caudillo, profundamente
nacional, larga e impacientemente espera-
do, es el pueblo de Buenos Aires, que, fiel
a sus tradiciones, reproduce en la historia
una nueva evolución regeneradora que
esperaban anhelosas todas las provincias
argentinas. [...]
El ejército no mancha su bandera ni su
honor militar, ni su bravura, ni su fama,
con un motín de cuartel. Sus soldados, sus
oficiales y sus jefes han debido cooperar y
han cooperado en este movimiento, por-
que la causa del pueblo es la causa de
todos; es la causa de los ciudadanos y del
ejército; porque la patria está en peligro de
perecer y porque es necesario salvarla de
la catástrofe.
Su intervención contendrá la anarquía,
impedirá desórdenes, garantizará la paz.
Esa es su misión constitucional y no la
tarea oscura, poco honrada de servir de
gendarmería urbana para sofocar las liber-
tades públicas. El período de la revolución
será transitorio y breve; no durará sino el
tiempo indispensable para que el país se
organice constitucionalmente. El gobierno
revolucionario presidirá la elección de tal
manera que no se suscite ni la sospecha de
que la voluntad nacional haya podido ser
sorprendida, subyugada o defraudada. El
elegido para el mando supremo de la
Nación será el ciudadano que cuente con la
mayoría de sufragios en comicios pacíficos
y libres, y únicamente quedarán excluidos
como candidatos los miembros del gobier-
no revolucionario que espontáneamente
ofrecen al país esta garantía de su impar-
cialidad y de la pureza de sus propósitos.
L. N. Alem - A. del Valle - M. Demaría
M. Goyena - J. J. Romero - L. V. López
PROCLAMA DE LOS REVOLUCIONARIOS DE 1890
AGN
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8 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
LA LIQUIDACIÓN DEL ESTADO
OLIGÁRQUICO NO DEVIENE
DEMOCRACIA POLÍTICA
La dominación oligárquica invoca como prin-
cipio de legitimación la democracia, mas esta
es conculcada. De allí que las primeras for-
mas de reacción antioligárquica aparezcan
como reivindicación del derecho al ejercicio
del sufragio y demanda de democracia polí-
tica. La dominación oligárquica termina de
modo abrupto en el México de la revolución
de 1910 y de modo pacífico en la Argentina,
donde la Ley Sáenz Peña, de 1912, permite
el pasaje a la democracia política. En el resto
de América Latina −con las excepciones de
Uruguay, Paraguay y Costa Rica, que no co-
nocen la dominación oligárquica− se prolon-
ga más tiempo y en algunos casos se resuel-
ve por una vía claramente violenta, como en
la denominada Revolución del Treinta, en
Brasil, y la Revolución Nacional Boliviana, en
1952. Otros dos casos de disolución tardía de
la dominación oligárquica son los de Chile,
bajo la presidencia de Eduardo Frei, y el de la
Revolución Peruana, bajo el liderazgo del
general Velasco Alvarado, ambos en la déca-
da de 1960. En los dos casos, la inclusión en
el espacio político está en relación con sendos
procesos de reforma agraria que modifican
las formas de trabajo de las haciendas.
Ahora bien, en la década de 1920, la agen-
da política intelectual europea −de la izquier-
da y de la derecha− observa a la democracia
de modo negativo. El clima de época cues-
tiona la democracia liberal. Para la izquier-
da, la democracia burguesa es insuficiente,
un fetiche que vela la dominación de clase y
no resuelve los problemas de las grandes
mayorías. Para la derecha, la democracia
liberal es inconducente y peligrosa, vía rápi-
da al bolcheviquismo.
En América Latina, la situación tiene, en
cambio, otras características, puesto que
aquí, mucho más que en Europa, la demo-
cracia política aparece, más bien, como una
petición de principios postergada para un
futuro impreciso. La década de 1930 es, para
la región, la década en la que la demanda de
democracia política termina en una notable
frustración. A su turno, la aparición de los
populismos, en sus expresiones más paradig-
máticas −el cardenismo mexicano, el var-
guismo brasileño y el peronismo argentino−
pone la cuestión de la democracia política en
su forma más clásica (liberal representativa)
en una perspectiva diferente: estas expresio-
nes sociopolíticas, manteniendo en lo formal
los criterios de la democracia política, liberal
representativa, ponen el acento en el carác-
ter plebiscitario que las caracteriza y refuer-
zan la inclusión desde los derechos sociales,
y en el caso argentino también la inclusión
política, al incorporar a las mujeres a los
derechos de ciudadanía política.
Por otra parte, el Departamento de Estado
estadounidense invoca fuertemente la de-
mocracia política, más como forma de con-
tener ese potencial "amenazante" de la
estabilidad de la región −ya sea el comunis-
mo o las experiencias populistas− que como
una pretensión genuina. En efecto, y a des-
pecho de esa apelación, nadie conculca más
fuertemente la posibilidad del ejercicio de la
democracia política liberal que la propia polí-
La noche del 29 de julio de 1966, el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía
reprimió a profesores y estudiantes universitarios e intervino las universidades nacionales,
a las que consideraba centros de difusión del comunismo.
José Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen el 8 de septiembre de 1930 e inauguró
la larga historia de gobiernos de facto en la Argentina.
ClarínContenidos
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9LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
La Revolución Peruana es humanista y
libertaria. Con estas características busca
crear una nueva sociedad. Porque una
revolución se hace para reemplazar una
sociedad injusta por otra mejor. Sólo así se
justifica. En la nuestra, no es un nuevo
orden que reemplaza el anterior. Sino
un orden que reemplaza el desorden.
La nueva sociedad que la Revolución
Peruana propone es la democracia social
de participación plena. Por eso se hacen
los cambios. Por esto se dan las leyes revo-
lucionarias. Estos cambios y estas leyes no
solamente producen beneficios inmedia-
tos. También buscan dibujar poco a poco
una sociedad que sea producto del aporte
de todos, de la participación de todos.
Porque esas leyes varían completamente
la alta economía, pero necesitan del
soporte, del apoyo de las mayorías para
las cuales se está cambiando la sociedad.
La Revolución Peruana aspira a que los
hombres y mujeres intervengan, partici-
pen en el planteamiento y la solución de
todos los problemas.
Pero, intervenir requiere organizarse.
Sin organización no es posible expresarse,
decir las necesidades, resolverlas. Nuestro
pueblo tendrá que crear sus propias orga-
nizaciones a medida que practique la par-
ticipación, a medida que ejerza su poder
de decisión, a medida que vaya abando-
nando su comportamiento pasivo, ajeno al
acontecer nacional.
En la sociedad que se está dejando atrás,
los grandes grupos sociales fueron margina-
dos y desprovistos de la capacidad de tomar
decisiones (o sea, de ejercer el poder). Esto
sólo convenía al grupo de privilegiados que
acaparó el poder, que siempre decidió a
espaldas del pueblo, a pesar de que se auto-
denominaban "representantes del pueblo".
Y esta misma situación de desplazado creó
en el hombre peruano una forma pasiva de
comportamiento cívico. El ciudadano
"común y corriente" ha sido, básicamente,
un ciudadano indiferente a los problemas
de su propia sociedad. Y esto, repetimos, les
convenía sólo a los grupos minoritarios
que acapararon la riqueza y el poder en
sus distintas manifestaciones (poder eco-
nómico, político, social, cultural). Para per-
petuar su dominación hicieron todo lo
posible por mantener desarticulada y pasi-
va a la mayoría de la Nación.
De este modo, el aparato estatal (inclui-
da la administración pública) y, en gene-
ral, todos los sistemas institucionales del
país, tuvieron un carácter paternalista, es
decir, "daban", "obsequiaban", solucio-
nes a las mayorías desposeídas y explota-
das. De más está decir que esas soluciones
nunca fueron totales y eficaces.
La Revolución Peruana quiere un ciu-
dadano que piense por sí mismo, un ciuda-
dano que aprenda a organizarse por sí
mismo y ejerza el respectivo control demo-
crático sobre su organización o sobre toda
la sociedad.
Esa es una democracia social de partici-
pación plena.
La transferencia de poder al pueblo se
producirá en forma creciente, progresiva.
Es todo un proceso. Y este proceso que
irá transformando la estructura social
de poder tiene un nombre: Moviliza-
ción Social.
En el caso del Perú, ¿qué significa la
movilización social para los obreros, cam-
pesinos, marginados urbanos, estudiantes,
etc.? Significa, fundamentalmente, que
todos estos sectores, en virtud de este pro-
ceso, dejarán de ser los desplazados del
poder para asumir una nueva ubicación,
para convertirse en protagonistas de
todos los cambios, para constituir una
gran base social que realmente decida,
que realmente tenga poder.
Fragmento de un folleto del SINAMOS
(Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización
Social), Perú, 1971.
MOVILIZACIÓN SOCIAL:
¿DE QUIÉN Y PARA QUÉ?
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10 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
AP
tica exterior de los Estados Unidos. Ahí está
el reguero de dictadores autócratas en el
Caribe y América Central (Trujillo, Batista,
Somoza, Ubico), en Paraguay (Stroessner),
Venezuela (Pérez Jiménez), entre otros, prue-
ba evidente de la falacia de una argumenta-
ción que alcanza su punto paradigmático en
la intervención estadounidense en el derro-
camiento del gobierno de Salvador Allende,
en Chile, en 1973.
LAS DICTADURAS INSTITUCIONALES
DE LAS FUERZAS ARMADAS
La invocación a la democracia realizada por
los Estados Unidos durante la Guerra Fría se
convierte, en América Latina, en una desnu-
da política de apoyo a dictaduras institucio-
nales de las fuerzas armadas, basadas ideo-
lógicamente en la Doctrina de la Seguridad
Nacional. Según esta, los militares latinoa-
mericanos tienen por misión principal com-
batir a los enemigos internos, a "las quintas
columnas del comunismo internacional",
que actúan dentro de las respectivas fronte-
ras nacionales, dejando la lucha contra el
enemigo exterior −el bloque de la Unión
Soviética y China Popular− a las fuerzas de la
OTAN. En rigor, se trata de una respuesta
brutal −tras el fracaso de la vía reformista de
la Alianza para el Progreso− a la Revolución
Cubana y la expansión de los movimientos
insurgentes inspirados en ella.
A diferencia de las tradicionales dictaduras
autocráticas, las nuevas son el resultado de
la decisión de las Fuerzas Armadas, como
institución, de tomar por asalto el Estado (del
que son parte), desplazar el poder civil y go-
bernar apelando a mecanismos de selección
de los gobernantes decididos y ejercidos por
las jerarquías militares. La primera de ellas es
la instaurada en Brasil (1964-1985). Le sigue
la autodenominada Revolución Argentina
(1966-1973). En los años setenta, la estrate-
gia se aplica en Bolivia (1971-1978) y 1980-
1982), en Chile (1973-1990), en Uruguay
(1973-1984), y otra vez en la Argentina
(1976-1983).
En la primera mitad de los años ochenta,
esas dictaduras comienzan a ceder. Varios
factores se asocian para jaquearlas, entre
ellos la crisis financiera de la deuda externa
y la pérdida del miedo de la gente que, aun
con inicios modestos, sale a ganar la calle
para reclamar libertad y democracia políti-
ca. Los resultados son transiciones conser-
vadoras, pactadas, excepto en la Argentina,
donde la derrota de las Fuerzas Armadas en
la aventura de las islas Malvinas priva a los
militares de cualquier posibilidad de impo-
ner condiciones.
Los procesos de transición son complejos y
simples a la vez. Complejos por el número de
actores que intervienen en ella −si bien su
capacidad de decisión se ordena vertical y
desigualmente− y los condicionamientos his-
tóricos más o menos mediatos y/o inme-
diatos, tanto internos (nacionales) como
externos (internacionales). Simples porque
el procedimiento general es una solución
de negociaciones tomada en el vértice, por
las direcciones de los partidos políticos,
eventualmente de las organizaciones repre-
sentativas de intereses (sean de masas, como
los sindicatos obreros, o más restrictivas, pero
también más poderosas, como las de la bur-
guesía), y las conducciones militares. En tales
salidas, las masas −pese a su importante pa-
pel en las luchas antidictatoriales− son margi-
nadas. Es decir, la lógica de las transiciones es
igual o similar, pero la historia de cada una de
ellas es diferente e, incluso, específica.
En 1973, el general Augusto Pinochet, con el apoyo de los Estados Unidos, derrocó el gobierno
chileno del socialista Salvador Allende, quien se suicidó durante el bombardeo de la Moneda.
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11LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
nos han llamado una "dictadura perfecta";
las Fuerzas Armadas no tienen injerencia en
las decisiones políticas o, donde aún poseen
alguna, tienden a subordinarse al poder civil.
Los golpes de Estado al estilo clásico no
parecen probables o resultan muy difíciles de
sostener, al menos en el corto plazo.
La división de poderes está estatuida en
todos los países, pero ella no es necesaria-
mente respetada, y los avances del Ejecutivo
sobre el Legislativo y el Judicial son una
constante en buena parte, si no en la mayo-
ría, de ellos. Hay casos en los que la adminis-
tración de la justicia está o ha estado alta-
mente subordinada a los intereses políticos
gubernamentales. El presidencialismo se ha
acentuado por doquier, en algunos casos
(Argentina, Perú) reforzado por la introduc-
ción de la cláusula constitucional que permi-
te la reelección inmediata y por la consagra-
ción del poco republicano procedimiento de
los "decretos de necesidad y urgencia" que
puede promulgar el presidente.
La ciudadanía política es prácticamente
universal, pero en la práctica se asiste a una
licuación del ciudadano en mero votante,
cuando no en abstencionista, pues la abs-
tención es una de las manifestaciones de la
creciente apatía política y del rechazo a las
formas predominantes de hacer política.
Los derechos de ciudadanía social han sido
arrasados y muchos derechos civiles fueron
conculcados.
Otra acción corrosiva de las democracias
latinoamericanas actuales es ejercida por la
corrupción. En rigor, la corrupción no es una
novedad de la década de 1990: ella existe
desde mucho antes, incluso es socialmente
aceptada y practicada (dentro de ciertos
límites: evasión impositiva, soborno a poli-
cías, conexiones clandestinas a servicios de
agua, luz, teléfono, televisión por cable, por
ejemplo), alcanzando niveles excepcional-
mente altos no sólo en los casos clásicos de
la Colombia dominada por el narcotráfico,
el México hegemonizado por el PRI y el
Paraguay de Stroessner, sino también en
Nicaragua, la Argentina y Bolivia, entre
otros. Lo novedoso de la década de 1990 es
la expansión y la mayor visibilidad de la
corrupción estructural, a las que no son aje-
nos los procesos de privatización de empre-
sas estatales −un traspaso de riqueza del
Estado al sector privado−, campo más que
propicio para la apropiación ilegítima de
recursos monetarios.
Esta situación se suma a un contexto que
expone las democracias latinoamericanas a
una intensa doble presión, una endógena,
la otra exógena. La segunda proviene de la
política exterior estadounidense y se expre-
sa de diversas maneras, pero siempre con
Mirada desde una perspectiva mera-
mente institucional, la apariencia
muestra, desde 1980, una consolidación de
la democracia. Pero se trata sólo de una for-
malidad: hay elecciones periódicas, en mu-
chos casos limpias y transparentes, si bien
todavía persisten mecanismos clientelares e,
incluso, algún caso de fraude; hay alternan-
cia de partidos en el ejercicio del gobierno,
incluso en México, donde la hegemonía
absoluta del Partido Revolucionario Insti-
tucional (PRI) se había prolongado a lo largo
de siete décadas, configurando lo que algu-
DEMOCRACIAS FORMALES
EpitacioPessoa/AE
Manifestación en favor de la destitución del presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello,
el 28 de agosto de 1992.
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12 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
grosería, que llega a harto grosera en el
caso de Venezuela y a muy grosera en el de
Bolivia. Pero aquí y ahora interesa destacar
el papel de la presión endógena, pues remi-
te a los actores sociales y políticos principa-
les a la hora de resolver la construcción de
un régimen político. Las burguesías ya han
dado muestras de desdén por la democra-
cia si ella atenta contra sus intereses inme-
diatos, como lo prueba elocuentemente el
caso de Venezuela, con el abortado golpe
de Estado contra el presidente Chávez, en
abril de 2002, y el lock-out de diciembre del
mismo año.
Indicadores cuantitativos confiables mues-
tran una situación ambigua por parte de los
ciudadanos latinoamericanos respecto de la
democracia. Los datos ofrecidos por los re-
levamientos de opinión realizados en 2002
y 2003 por la organización Latino-baróme-
tro y el estudio realizado en 2004 por el
Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) son bien reveladores. De
ellos resulta que la concepción predominan-
te de la democracia es minimalista −esto es,
libertad y elecciones−, sin conceder relevan-
cia a otras características. Hacer de las elec-
ciones y el desempeño económico sinóni-
mos de democracia demuestra claramente
su mayor debilidad: hace depender el apoyo
a ella de los ingresos económicos, en des-
medro de bienes y valores políticos.
El estudio del PNUD muestra que si bien la
región ha alejado los riegos de quiebre insti-
tucional violento, otras fragilidades han
aparecido, Así, la democracia está perdien-
do vitalidad y, aunque todavía preferida, se
desconfía de su capacidad para mejorar las
condiciones de vida, al tiempo que los parti-
dos políticos están en el nivel más bajo de la
estima pública (son las instituciones que
menos confianza inspiran: en ellos, el nivel
de esta cayó del 20 % en 1996 al 11 % en
2003) y el Estado es mirado con expectativa
y recelo a la vez. En el mismo estudio se
constata: "Una proporción sustancial de la-
tinoamericanos valora al desarrollo econó-
mico por sobre la democracia y estaría dis-
puesta a dejar de lado la democracia en
caso de que un gobierno no democrático
pudiera solucionar sus problemas económi-
cos". No es un dato trivial: el apoyo de las
ciudadanas y los ciudadanos a la democra-
cia "es un componente clave de su susten-
tabilidad. La experiencia histórica nos ense-
ña que las democracias fueron derribadas
por fuerzas políticas que contaban con el
apoyo o, por lo menos, la pasividad de una
parte importante, y en ocasiones mayorita-
ria, de la ciudadanía. Las democracias se tor-
nan vulnerables cuando, entre otros facto-
res, las fuerzas políticas autoritarias encuen-
tran en las actitudes ciudadanas terreno fér-
til para actuar".
LA FRAGILIDAD
DE LAS DEMOCRACIAS
La historia de la región muestra que, por
distintas razones, tanto las clases subalter-
nas −proletarios, trabajadores, campesinos,
las clases medias urbanas−, como las clases
propietarias (sean burguesías o no) no siem-
pre hicieron y/o hacen de la democracia un
horizonte político deseable, una conquista
Manifestantes en el golpe de Estado fallido contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en abril de 2002.
JorgeSantos/ElUniversal(Caracas)
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13LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
después del 11 de setiembre de 2001, y se
centra en escenarios puntuales: Venezuela,
por la cuestión del petróleo; Colombia, por
la militarización del conflicto político y el
narcotráfico; Bolivia, por la radicalidad asig-
nada a los grupos indígenas (a la que se
suma que el nuevo presidente sea de
extracción indígena y campesina y de orien-
tación socialista); Brasil y la Argentina, por
su afán en pro de la integración regional
sudamericana. Y, obviamente, Cuba.
La tarea de repensar la democracia es
urgente, incluyendo su articulación con el
proceso de globalización económica, social,
política, cultural e ideológica neoliberal. La
articulación entre Estado (mínimo) y grupos
empresarios es una de las formas que ad-
quiere ese proceso. Otra manifestación es
la opción prioritaria del crecimiento econó-
mico por sobre la democracia, elección indi-
cativa de un triunfo ideológico del neolibe-
ralismo, que privilegia la primacía del
mercado en la definición de los mecanis-
mos de crecimiento económico, mas no de
desarrollo económico-social, postergando
la extensión y profundización de los dere-
chos democráticos. El problema es, pues, el
de la colisión entre intereses económicos y
valores político-sociales democráticos. En
sociedades con una historia de burguesías
de rapiña, sin actores democráticos fuertes
y con ciudadanos licuados, una política tal
amenaza fuertemente el futuro inmediato de
la democracia, aun cuando algunos procesos
gobernantes, por parte de actores democrá-
ticos sólo por oportunismo o interés.
El caso de comunidades indígenas, histó-
ricamente ajenas a la participación, que
están pasando a la acción política organiza-
da y con cierto grado de autonomía −como
en Ecuador y Bolivia−, ilustra muy bien la
ambigüedad señalada. El potencial innova-
dor ofrecido por las asambleas vecinales de
varias ciudades argentinas tras las moviliza-
ciones y acciones del 19 y 20 de diciembre
de 2001, luego agostadas, podrá o no recu-
perarse, pero han dejado sedimentos en
favor de la democracia mucho más sólidos
que en el pasado. Hay, pues, condiciones
de posibilidad, no necesariamente condi-
ciones de realización.
Por otra parte, no puede soslayarse el
contexto internacional, en particular la polí-
tica de los Estados Unidos. El conservaduris-
mo y el fuerte dejo mesiánico de la adminis-
tración Bush hijo no alientan al optimismo.
Fuera del proyecto ALCA, el interés actual
de los Estados Unidos en América Latina es
−en términos estratégicos− bajo, sobre todo
a lograr. A su turno, las experiencias con
mayor acción transformadora −las populis-
tas del cardenismo mexicano, el varguismo
brasileño y el peronismo argentino, y las
revolucionarias de México (1910), Bolivia
(1952) y Cuba (1959)− fueron mucho más
efectivas en integrar las clases subalternas a
la nación y a derechos de ciudadanía, sobre
todo social, que en generar experiencias de-
mocráticas perdurables, en tanto espacio
para dirimir y procesar disensos.
Hoy, las condiciones de construcción de
democracia siguen siendo precarias. Es un
proceso cargado de buena dosis de ambi-
güedad. Así como se constatan intentos
(más serios y consistentes que en el pasado)
por construir regímenes políticos plenamen-
te democráticos −aunque sin contenido
social, una demanda clave en una región
azotada por la tremenda desigualdad y aso-
lada por la pobreza−, se observa también
una fuerte tensión entre demanda de mayor
ciudadanía a los ciudadanos, por parte de
actores más genuinamente democráticos, y
demanda de mayor poder represivo a los
Asamblea de las asambleas vecinales en Parque Centenario, Buenos Aires, enero de 2002.
AgenciaTELAM
RicardoStuckert/ABr
Fidel Castro, líder histórico de la Revolución
Cubana, durante un discurso en La Habana.
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14 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
El conflicto ha sido tradicionalmente consi-
derado tan esencial a la democracia como
para la libertad, y ya desde Aristóteles has-
ta Rousseau pasando por Maquiavelo y un
pacifista como Spinoza se ha preferido
siempre "mejor el conflicto con libertad
que el orden sin ella". Pero además es
doblemente necesario para la democracia,
porque el conflicto se funda siempre en
desigualdades y constituye una lucha con-
tra ellas, siendo su causa "el deseo de igual-
dad". Al fundarse en el principio de una
igualdad de derecho, la democracia da
lugar a todas las luchas y conflictos por la
igualdad de hecho. […]
Más aún, cuanto mayor es la participa-
ción social de los ciudadanos, tanto mayor
será también su representación política;
cuanto mejor identificados y compartidos
son los intereses por los que luchan las dife-
rentes clases, grupos y sectores sociales,
tanto mejor podrán ser políticamente
representados. Esto supone una estrecha
articulación o correspondencia entre la
democracia representativa o representa-
ción política de la democracia y la participa-
ción social o distribución social de la rique-
za de una sociedad; las desigualdades
sociales podrán ser más o menos grandes o
insuperables, pero mientras se mantengan
ciertos márgenes de distribución social y de
participación en la riqueza socialmente
producida, la democracia podrá represen-
tar políticamente toda la conflictividad en
torno a la mayor distribución y a las reivin-
dicaciones de mayor participación.
En otras palabras, sin real participación
social no hay posible representación políti-
ca. Y una fundamental crisis de representa-
ción política remite siempre e inevitable-
mente a una crisis de participación social.
Por eso resulta tan irreal como extremada-
mente conflictivo mantener un régimen
democrático en una sociedad de exclusión.
Pero esto mismo explica también por qué
las democracias en América Latina se
encuentran forzadas a compensar y susti-
tuir la falta de participación social de muy
amplios sectores de la sociedad por su par-
ticipación política clientelar y populista.
Estas razones hacen que el conflicto social
sea siempre profundamente democrático, y
explican por qué razón la misma democra-
cia se fundamenta en el conflicto social. [...]
En este contexto los regímenes democrá-
ticos no sólo organizaban políticamente la
distribución de riquezas (sociales, económi-
cas, políticas y culturales) sino que propicia-
ban las demandas y reivindicaciones de una
mayor participación en ellas por parte de
los más amplios grupos y sectores de la
sociedad. La conflictividad inherente a
estas demandas en ocasiones violentas,
obligaba a las democracias a un gobierno
del conflicto y a transformaciones institu-
cionales para su resolución. Y en este pro-
ceso el conflicto social políticamente repre-
sentable debía y podía ser políticamente
gobernado y gobernable. Sin embargo por
muy intenso que parezca, el conflicto social
es siempre gobernable y su violencia se
enmarca siempre no sólo limitada por el
orden democrático, en el que se expresa y
que constituye su condición de posibilidad,
sino también porque: a) es políticamente
representable y puede ser políticamente
gobernable; b) aunque puede desbordar
los marcos institucionales establecidos, pue-
de también provocar cambios en las mismas
instituciones, hacia los cuales se orientaría
siempre el conflicto.
Por esta misma razón también el conflicto
social, al ser políticamente representable
tendía a fortalecer y legitimar las institucio-
nes democráticas, y en especial los partidos,
el Parlamento o Congreso; y además en la
medida que el conflicto social lograba
ampliar la participación en la sociedad (en
términos económicos, políticos y culturales)
de sectores cada vez más numerosos, simul-
táneamente y de manera correspondiente
mejoraba su representación política.
En cualquier caso el conflicto social es
esencialmente democrático tanto en sus
presupuestos, ya que reivindica mayor
libertad e igualdad, como en sus efectos,
puesto que su producción de intereses y
reivindicaciones de mayor participación
social activan la representación política,
promueven su gobernabilidad democráti-
ca y obligan a cambios institucionales del
mismo sistema democrático. Por eso el
principal "efecto de la institucionalización
de los conflictos" es conducir a reformas
institucionales y en definitiva "al cambio
social". [...]
José Sánchez-Parga, "Del conflicto social
al ciclo político de la protesta", en Ecuador
Debate, nº 64, Quito, abril de 2005.
http://www.dlh.lahora.com.ec/paginas/
debate/paginas/debate1336.htm
DEMOCRACIA Y CONFLICTO SOCIAL
ArchivoAgenciaEstado/AE
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15LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
CelsoJunior/AE
Enfrentamiento, en enero de 2004, entre pobladores originarios y estancieros en la hacienda
São Jorge, en el Mato Groso brasileño.
en curso pueden servir de punto de inflexión.
Un indicador inequívoco de los efectos
negativos de las políticas de ajuste estructu-
ral es el incremento de la pobreza. El PNUD
señala que, en 2003, la pobreza alcanzó el
43,9 %, y la pobreza extrema el 19,4 % de
la población regional. El incremento de la
pobreza ha ido acompañado de un también
brutal aumento de la desigualdad en la dis-
tribución del ingreso.
Las políticas neoliberales de los años no-
venta generaron una brutal fragmentación
social, ruptura de los lazos de solidaridad,
exacerbación de las desigualdades sociales
e incremento de la represión. En rigor, un
régimen de apartheid social, cuyas con-
secuencias y manifestaciones más visibles
son la segregación socioeconómica y cultu-
ral de grandes mayorías demográficas. Este
apartheid social opera en dos registros entre-
lazados: el de cada una de nuestras socieda-
des, consideradas en su dialéctica interna, y
el del mundo globalizado. En uno y otro, las
distancias entre hombres y mujeres ubicados
en diferentes planos de la pirámide social se
han tornado crecientemente mayores. El im-
pacto es de tal magnitud que la lógica misma
del régimen se orienta −de no mediar una ac-
ción correctora del resto de Estado que que-
da− hacia una aún mayor desigualdad social.
Los datos del bienio 2002-2003 son terri-
bles: 18,5 % de la población latinoamerica-
na es extremadamente pobre; el 11 % está
subnutrida y, entre los niños menores de 5
años, el 7,9 % está desnutridos. La pobla-
El vicepresidente Álvaro García Linera y los ministros durante la consagración de Evo Morales como Apu Malku (líder supremo)
de los indígenas de los Andes, previa a su asunción de la presidencia de Bolivia, el 21 de enero de 2006.
MaxiFailla
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16 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES
ción con una ingesta inferior a los requeri-
mientos mínimos es relativamente elevada:
55 millones de latinoamericanos y caribeños
padecen algún grado de subnutrición. La
desnutrición, en particular la crónica, es la
consecuencia más extrema del hambre, con
un corolario también terrible, el de compro-
meter decisivamente el rendimiento escolar
y la capacidad productiva de los afectados,
incidiendo negativamente en el potencial
de desarrollo de la sociedad.
Otro tanto ocurre con la profundización de
la desigualdad. Al comenzar el nuevo siglo,
el 10 % de los hogares de mayores recursos
se apropiaba de la porción más significativa
de los ingresos y, por cierto, de la riqueza.
Excepto Costa Rica, Cuba y Uruguay, ese
grupo percibía en todos los demás países de
la región más del 30 % de los ingresos, aun-
que, en rigor, en la mayoría de ellos supera-
ba el 35 %, contrastando con la situación
del 40 % de los hogares más pobres, que
percibían entre el 9 y el 15 % de los ingresos
totales. En síntesis, América Latina es hoy la
región más desigual del mundo. No es nece-
saria demasiada perspicacia para advertir
que esta cuestión nos lleva a la de la relación
entre democracia y exclusión o, en expresión
clásica, entre democracia y capitalismo.
La democracia política −en su forma hoy
dominante, la liberal representativa− está
lejos de estar consolidada en América La-
tina. Las realmente existentes son demo-
cracias políticas relativamente estables, no
consolidadas ni, mucho menos, irreversi-
bles. Están aún más cerca de la precariedad
que de la fortaleza. Son, en rigor, democra-
cias de pobres y democracias pobres, con
un futuro de pobres democracias.
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http://www.eclac.cl
http://www.latinobarometro.org/
Agradecimientos
El equipo de Publicaciones de la Dirección Nacional de Gestión Curricular y
Formación Docente agradece a las siguientes instituciones y personas por
permitirnos reproducir material fotográfico y colaborar en la documenta-
ción de imágenes: El Universal (Venezuela); Agencia Estado (Brasil); AP;
Agencia Brasil (Brasil); Clarín Contenidos; Archivo General de la Nación;
Renato Luiz Ferreira, de Agencia Estado (Brasil); personal y directivos
de Agencia Telam; Maxi Failla.
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Sociales, Lic. Raquel Gurevich
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La democracia (ansaldi)

  • 1. LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA CIENCIAS SOCIALES Introducción | Las matrices sociales en América Latina y la construcción de un orden | Desventuras del liberalismo democrático | La dominación oligárquica | La liquidación del Estado oligárquico no deviene democracia política | Las dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas | Democracias formales | La fragilidad de las democracias Autor: Dr. Waldo Ansaldi (UBA y CONICET) | Coordinación Autoral: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) y Dr. Áxel Lazzari (UBA) PROGRAMA DE CAPACITACIÓN MULTIMEDIAL EXPLORALAS CIENCIAS EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 1
  • 2. 2 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES En las transiciones de dictaduras a de- mocracias políticas producidas en América Latina en las décadas de 1980 y 1990, la principal característica fue la re- nuncia a transformaciones radicales. Según Norbert Lechner, la demanda de revolución en los años sesenta y setenta se transformó en demanda de democracia en los ochenta. Se puede coincidir o no con el argumento de Lechner, pero no puede dejar de consta- tarse que, en efecto, esto ha ocurrido en las agendas política e intelectual. La historia re- ciente nos sitúa en una encrucijada que nos obliga a discutir la viabilidad de la democra- cia en América Latina, desde una perspecti- va diferente de la considerada en los últi- mos años. Hoy es claro que la democratización inicia- da en la década de 1980 sólo está compues- ta de elementos formales, importantes, pero no sustantivos. La proposición no implica un juicio de valor acerca de ella. Es una mera constatación empírica, que no desconoce la existencia de una cuestión clave, cuyo trata- miento escapa a los límites aquí disponibles: la relación entre democracia y clases sociales. En ese sentido, las reflexiones aquí expues- tas pretenden ofrecer algunas grandes líneas, de larga duración, buscando explicar las di- ficultades atravesadas por las sociedades latinoamericanas para definir regímenes políticos democráticos. El objetivo es encon- trar alguna respuesta a la pregunta ¿por qué clases dominantes que levantan la democracia liberal como principio de legiti- midad de su poder institucionalizado ter- minan generando regímenes escasamente democráticos, cuando no francamente dic- tatoriales? En cambio, no se persigue defi- nir la democracia, entendiéndose que, en el proceso histórico de la región, ella es la libe- ral representativa. AgenciaTELAM La Avenida de Mayo el día que Alfonsín asumió la presidencia de la Argentina, 10 de diciembre de 1983. INTRODUCCIÓN mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 2
  • 3. 3LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA En la larga duración, según nuestra hipó- tesis, los países latinoamericanos se constituyen históricamente desde tres ma- trices sociales desarrolladas a partir de sen- das unidades de producción económica: la plantación con trabajo esclavista, la hacien- da con trabajo semiservil y la estancia con trabajo asalariado. Las tres generan coinci- dencias y diferencias en los planos sociales y culturales que no dejan de expresarse, con matices, en las formas con las que se proce- san los proyectos y los fundamentos del nuevo orden político, tras la ruptura del nexo colonial. Esta hipótesis persigue una explicación más allá de la clásica que enfatiza la cues- tión de la propiedad de la tierra como clave de los regímenes políticos latinoamerica- nos, en particular como causal de oclusión de los proyectos democráticos. Por cierto, plantación, hacienda y estancia tienen un común denominador: la propiedad latifun- dista de la tierra. Tienen, a la vez, diferen- cias notables, en particular el distinto papel desempeñado por el capital y las formas de organización del trabajo. Si bien estas diver- gencias son de peso, la coincidencia se revela decisiva en el largo plazo, concebido como "dialéctica de tiempos mixtos" −autóctono, colonial, moderno, posmoderno− o como "sociología de historia lenta". La propiedad latifundista de la tierra cons- tituye el núcleo duro de sistemas políticos duraderos, cuyo desiderátum es la domina- ción oligárquica. El clientelismo político es, si no la forma paradigmática, una de las más importantes de esa continuidad oligárquica en otros regímenes, llegando a dificultar la expansión de la democracia política y la con- versión de súbditos (titulares de deberes) en ciudadanos (titulares de derechos y debe- res). No en vano algunas de las más inteli- gentes propuestas de transformación socio- política apuntaron a la destrucción de la estructura agraria latifundista y su reempla- zo por otra basada en la mediana propiedad de la tierra, como en los casos del argentino Domingo Faustino Sarmiento −retomada lue- go, en clave socialista, por su compatriota Estanciero de la provincia de Buenos Aires de fines del siglo XIX. Juan B. Justo− y del uruguayo José Batlle y Ordóñez. El fracaso de estas estrategias de transformación desde arriba no les resta tras- cendencia. A la vez, algunos de sus éxitos parciales −como en Costa Rica− refuerzan la convicción de quienes encuentran una co- rrelación positiva entre fragmentación de la propiedad rural y democracia política. Empero, una perspectiva muy diferente es sostenida por algunos pensadores, entre los que descuella el brasileño Francisco de Oliveira Vianna, quien defiende la gran pro- piedad agraria y asocia esta con la decisiva presencia de unos senhores do engenho, arios y celosos de sus linajes aristocráticos. Las tres matrices sociales indicadas se cons- tituyen en tiempos y espacios diferentes, sin mengua de coexistencias en ambas dimen- siones. La plantación surge a comienzos del siglo XVI; la hacienda, a principios del siglo XVII, y la estancia, a fines del siglo XVIII. La primera se encuentra en el Caribe (Antillas mayores y menores, parte del litoral del gol- fo de México, costas de Belice, costas y valles aledaños de Venezuela), el nordeste brasileño (y luego las áreas cafetaleras, ha- cia el centro sur del país), las Guayanas, partes de Colombia y la costa de Perú, y persiste hasta la abolición de la esclavitud, durante el siglo XIX. La hacienda abarca una superficie mayor, desde México hasta el noroeste argentino y Chile central, espe- cialmente en las áreas andinas; su notable capacidad de adaptación a las transforma- LAS MATRICES SOCIALES EN AMÉRICA LATINA Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN ORDEN mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 3
  • 4. 4 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES DESVENTURAS DEL LIBERALISMO DEMOCRÁTICO En América Latina, la ruptura de la situa- ción colonial implica para los diferentes actores políticos y sociales la resolución de varias cuestiones, entre las cuales la primera y más urgente es la del poder: ¿quién man- da?, ¿sobre quién manda?, ¿cómo manda?, ¿para qué manda? Acceder al poder y ejer- cerlo requiere la definición de los principios de legitimidad de la ruptura (la revolución de independencia), de soberanía y su titularidad (Dios, el rey, los pueblos, la nación), de repre- sentación y de organización política. El proceso de construcción de nuevos Es- tados se desarrolla invocando como princi- pio legitimador el corpus liberal, tanto en la economía como en el ordenamiento polí- tico. La apelación incluye los principios de representación, ciudadanía y democracia. Sin embargo, el movimiento histórico real está signado por un profundo desfase entre fundamentos y práctica. Resumiendo en ex- tremo, puede decirse que la cuestión se plantea en términos de transformación de principios universales en prácticas singula- res. A las tres grandes exclusiones del pro- ceso europeo −las clases "peligrosas", las mujeres y los dementes−, América Latina añade una cuarta, de orden étnico: los pue- blos originarios y los afroamericanos. El "pueblo" es proclamado titular de la soberanía o, siguiendo a Hamilton, "el fun- damento puro y original de toda autoridad legítima". Tal invocación no es más que una fórmula para dotar de base legítima el ejer- cicio del gobierno o, donde las hay, a las constituciones, pero no lo es, en cambio, para desarrollar una ciudadanía activa, no sólo política sino siquiera civil. El liberalismo es entendido en América Latina como expresión de la modernidad superadora del antiguo régimen y apunta, implícita o explícitamente, al establecimien- to de la democracia política. En este senti- do, no hay en los comienzos demasiadas divergencias e, incluso, no son pocos los católicos que abogan por una república democrática representativa, tal como apa- rece, por ejemplo, en el Catecismo político cristiano, escrito por un autor anónimo que eligió firmar José Amor de la Patria y difun- dido en Santiago de Chile hacia 1810-1811. La forma privilegiada que adoptan las constituciones es la república representativa (excepto en Brasil) −federal en algunos ca- sos, centralista en otros−, fundada en dere- chos políticos y civiles con fuertes restriccio- nes. La limitación de la ciudadanía es un dato clave de ese proceso, que ayuda a compren- der mejor su resolución bajo la forma oligár- quica de dominación, De hecho, el desfase entre los principios y las prácticas produce una persistente tensión política, a menudo traducida en guerras civiles u otras formas de violencia física y/o simbólica, particularmente entre grupos de las clases propietarias. Con todo, el liberalismo de la fase de rup- tura del nexo colonial elabora algunas pre- ceptivas que, aunque minoritarias y fugaces, implican una concepción democrática ex- cepcional para la época. Tal es el caso de José Gervasio de Artigas, impulsor de la ciu- dadanía civil hasta límites mucho más amplios que los admitidos en otros países, promoviendo, por ejemplo, "la libertad civil y religiosa en toda su extensión". José Artigas en la Ciudadela, Montevideo, Uruguay, según la pintura de Juan Manuel Blanes de 1884. ciones de las economías nacionales y mun- dial le permite persistir hasta finales de la década de 1960, cuando es desarticulada por las reformas agrarias chilena, peruana y ecuatoriana. La estancia es una unidad eco- nómica tardía y espacialmente restringida a áreas rioplatenses, y la más próxima al capi- talismo. Las tres constituyen verdaderas mi- crosociedades. En ocasiones, coexisten dos tipos de estas unidades de producción o microsociedades. Esa coexistencia, una cla- ve explicativa de los regionalismos, opera ne- gativamente en los procesos de integra- ción social, nacional y estatal. La Argentina −haciendas en el noroeste y estancias en la pampa− y Brasil− plantaciones en el nordes- te y estancias en el sur− lo ilustran bien. Pese a sus notables diferencias, las tres unidades de producción generan un conjun- to de pautas culturales decisivas para la for- mación de las sociedades: concepción jerár- quica del orden, paternalismo, clientelismo, modo de ser aristocrático (con peso de los valores linaje, tradición y ocio), redes de familia. Los patrones microsociales se proyec- tan a la escala macrosocial y definen el espa- cio mayor (el Estado) conforme con ellos. De los tres, el más favorable a un régimen demo- crático es el de la estancia −como muestra Uruguay, que no construye un orden oligár- quico y que, aun con sus límites, sienta bases para uno democrático−, mas suele ser fuerte- mente condicionado por el de la hacienda o el de la plantación. Si bien no debe entender- se en términos dogmáticos, la hipótesis per- mite asociaciones dignas de explorar. mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 4
  • 5. 5LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA La política hacia los indígenas −parte de la estrategia de afirmar la ciudadanía civil− es otra característica notable en algunas ex- periencias rupturistas. Así, la caducidad de la servidumbre indígena es proclamada, en nombre de la Junta de Buenos Aires, por Juan José Castelli en el Alto Perú, mientras los tri- butos que gravaban pesadamente a la po- blación autóctona son abolidos por doquier. Implícitamente es contemplada en las consti- tuciones artiguistas y en otros proyectos y prescripciones de la región. Las manifestacio- nes más radicales guardan relación con la democratización del régimen de propiedad de la tierra, la piedra de toque de toda socie- dad estructuralmente agraria: bien lo ilustran Saint-Domingue (luego Haití), México (por ejemplo, el Bando del 5 de diciembre de 1810, proclamado por Hidalgo) y la Banda Oriental (el Reglamento Provisorio de Tierras firmado por Artigas en 1815). El largo y tortuoso proceso de construc- ción de los Estados y las sociedades latinoa- mericanos posterga y/o resignifica el ideal de la democracia política. Es decir, se esta- blece el principio de la soberanía residiendo en la nación (más que en el pueblo), la divi- sión tripartita de los poderes, la forma re- presentativa, incluso el sufragio universal masculino. Pero el precepto legal no se corresponde con su observancia práctica. En ese desfase reside una de las claves de la cuestión de la democracia en América La- tina. Las respuestas posibles varían de país en país. Por otra parte, la opción por el libe- ralismo realizada por sectores propietarios e intelectuales y militares a ellos vinculados tiene menos que ver con una supuesta adscripción a una moda ideológica o una importación cultural y mucho más con sus intereses materiales: colocar en el mercado mundial, sin trabas ni limitaciones, las ma- terias primas de los productores criollos, que no en vano demandan comercio libre desde finales de la colonia. Para ello, el con- trol del Estado es primordial. No extraña, pues, que los grupos sociales dominantes actúen, durante el siglo XIX, según el patrón de construir prioritaria- mente un Estado y relegar a un plano se- cundario la construcción de una experiencia liberal-democrática. En esa tarea, el Brasil monárquico y el Chile republicano son tem- pranos y excepcionales casos de éxito. En el resto de América Latina, la formación del Estado se posterga largamente. Aun con las obvias diferencias que provie- nen de la opción por la república o la mo- narquía, Chile y Brasil comparten algunos caracteres básicos, entre ellos, la temprana centralización del poder. El Chile modelado por la Constitución de 1833 es un orden político dirigido por un presidente dotado de amplias facultades, incluyendo las extraordi- narias, y con posibilidad de reelección por dos períodos. En el Brasil monárquico, la Constitución de 1824 combina otra fórmula de larga duración: proclamación de princi- pios liberales (derechos y garantías individua- les) con un poder central fuerte. En este caso, un rasgo original del constitucionalismo bra- sileño es la creación de un cuarto poder esta- tal: a los tres clásicos −Ejecutivo, Legislativo, Judicial− añade el Moderador, delegado pri- vativamente en el monarca, quien recibe los títulos de "Emperador Constitucional y De- fensor Perpetuo del Brasil" y el tratamiento de Majestad Imperial. Sus facultades in- cluyen la prórroga o aplazamiento de la Asamblea General y la disolución de la Cámara de Diputados si así lo exige "la sal- vación del Estado". Miguel Hidalgo (1753-1811) es considerado uno de los inciadores de la independencia mexicana. Pedro II, emperador de Brasil entre 1831 y 1889. mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 5
  • 6. 6 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES LA DOMINACIÓN OLIGÁRQUICA Los procesos de construcción de los Es- tados latinoamericanos pueden explicar- se empleando el concepto de revolución pasiva, es decir, un entramado de continui- dades y cambios, de persistencias y ruptu- ras en el conjunto de la sociedad, que la modifican (modernizan) sin transformarla radicalmente. Es un proceso que reconoce el poder y los privilegios de clases o grupos tradicionalmente dominantes en regiones menos desarrolladas −en términos capitalis- tas−, al tiempo que frena el potencial trans- formador que pueden expresar o deman- dar las clases subalternas. Se trata de una dialéctica conservación-innovación. La revo- lución pasiva es un proceso de transforma- ción capitalista que resulta del acuerdo entre clases o fracciones dominantes con exclusión de las clases subalternas y de los sectores "jacobinos", con empleo sistemá- tico de la violencia o coerción y con una decisiva intervención del Estado en todos los espacios sociales. Se trata de una solu- ción "desde arriba", elitista y antipopular, que en América Latina se resuelve, con fre- cuencia, bajo la forma y el ejercicio de la dominación política oligárquica. Más aún: son revoluciones pasivas dependientes, en una simbiosis de economías capitalistas (Europa, Estados Unidos) y economías no capitalistas. Las revoluciones pasivas prota- gonizadas por las clases dominantes locales tienen componentes que van más allá de lo estrictamente político-estatal, resuelto en el modo de dominación oligárquica, y gene- ran imaginarios sociales, símbolos y com- portamientos colectivos sintetizables en la expresión "modo de ser oligárquico". Aquí, el término oligarquía no designa una clase social. Es una categoría política que define una forma de ejercicio de la dominación, caracterizada por su concen- tración y la angosta base social (o sea, por la exclusión de la mayoría de la sociedad de los mecanismos de decisión política); es fun- damentalmente coercitiva, y cuando existe consenso de las clases subalternas, este es pasivo. La dominación oligárquica puede ser ejercida por clases, fracciones o grupos so- ciales (incluyendo redes familiares) diversos: terratenientes no capitalistas, terratenien- tes capitalistas, burgueses y/o una alianza de clases o fracciones de ellas. Siendo una forma de organización y ejercicio de la do- minación y no una clase, oligarquía define un tipo de régimen o de Estado, el oligár- quico, al que no se opone el régimen o Estado burgués o capitalista, sino el demo- crático. Es decir, la forma contrapuesta de la oligarquía como dominación política es la democracia. La oligarquía es, en América Latina, una forma de ejercicio de dominación política de clase situada históricamente entre 1880 y 1930-1940 −en algunos casos se prolongó aún más−. Por tanto, en términos generales, corresponde al período de economías pri- marias exportadoras, en el que el motor del crecimiento económico se encuentra en el exterior y depende de la demanda de las economías industrializadas del centro del sis- tema capitalista mundial. La dominación oligárquica se ejerce en el interior de socie- dades estructuralmente agrarias, fuertemen- te estratificadas, con prácticas paternalistas que funcionan en la doble dimensión de (a) transmisión de la dominación central (nacio- nal) sobre los espacios locales y morigeración del autoritarismo estatal y (b) búsqueda del equilibrio entre intereses nacionales y locales. La dominación oligárquica es una red tendi- da jerárquicamente, combinando centraliza- ción y descentralización entre grupos domi- nantes de diferente alcance (nacional, regional, provincial o estadual y local), clientelismo y burocracia, con mecanismos de control intraoligárquico. El dominio oligárquico no se ejerce en todos los países ni de igual modo, ya sea for- mal o realmente. En materia de centraliza- ción/descentralización de las decisiones polí- ticas pueden hallarse situaciones de (1) gran descentralización, fuerte peso de los poderes locales y regionales como principales centros de poder (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú); (2) tendencia a una aparente paradoja: el poder central se refuerza gradualmente por causa y a pesar del refuerzo de los poderes locales (Brasil); (3) tendencia al debilitamien- to de los poderes locales y fortalecimiento del poder central (Argentina, México, Vene- zuela); (4) primacía temprana y excepcional del poder central (Chile). El levantamiento cívico-miltar de la Unión Cívica, conocido como Revolución del Parque (1890), apelaba a una democratización del régimen político. Si bien fue sofocado, provocó la caída del presidente Juárez Celman. AGN mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 6
  • 7. 7LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA Al pueblo: El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y nece- sario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin jus- to motivo la paz pública y el orden social, substituir el comicio con la asonada y eri- gir la violencia en sistema político sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que repre- senta la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, las principios, las garantías de toda administración pública regular; consentir los avances al tesoro, la adulte- ración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nues- tras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reac- ción ni de mejora porque todos los cami- nos están tomados para privar al pueblo del gobierno propio y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel el salario no basta para las pri- meras necesidades; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la ban- carrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse a sufrir todo confiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supre- mo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignomi- nioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria porque hasta los extranjeros podrí- an pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custo- dia nos hemos reservado, como un privile- gio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino. [...] El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy. Las instituciones li- bres han desaparecido de todas partes; no hay república, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay admi- nistración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa. El presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falta de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. [...] Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patri- monio propio. [...] En el orden político ha suprimido el siste- ma representativo hasta constituir un con- greso unánime sin discrepancia de opinio- nes, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva. El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo, rendidos a su capricho. [...] El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo o a hombre público alguno. No derrocamos al gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extra- ños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga e impacientemente espera- do, es el pueblo de Buenos Aires, que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas. [...] El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado en este movimiento, por- que la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe. Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrada de servir de gendarmería urbana para sofocar las liber- tades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la Nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobier- no revolucionario que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su impar- cialidad y de la pureza de sus propósitos. L. N. Alem - A. del Valle - M. Demaría M. Goyena - J. J. Romero - L. V. López PROCLAMA DE LOS REVOLUCIONARIOS DE 1890 AGN mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 7
  • 8. 8 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES LA LIQUIDACIÓN DEL ESTADO OLIGÁRQUICO NO DEVIENE DEMOCRACIA POLÍTICA La dominación oligárquica invoca como prin- cipio de legitimación la democracia, mas esta es conculcada. De allí que las primeras for- mas de reacción antioligárquica aparezcan como reivindicación del derecho al ejercicio del sufragio y demanda de democracia polí- tica. La dominación oligárquica termina de modo abrupto en el México de la revolución de 1910 y de modo pacífico en la Argentina, donde la Ley Sáenz Peña, de 1912, permite el pasaje a la democracia política. En el resto de América Latina −con las excepciones de Uruguay, Paraguay y Costa Rica, que no co- nocen la dominación oligárquica− se prolon- ga más tiempo y en algunos casos se resuel- ve por una vía claramente violenta, como en la denominada Revolución del Treinta, en Brasil, y la Revolución Nacional Boliviana, en 1952. Otros dos casos de disolución tardía de la dominación oligárquica son los de Chile, bajo la presidencia de Eduardo Frei, y el de la Revolución Peruana, bajo el liderazgo del general Velasco Alvarado, ambos en la déca- da de 1960. En los dos casos, la inclusión en el espacio político está en relación con sendos procesos de reforma agraria que modifican las formas de trabajo de las haciendas. Ahora bien, en la década de 1920, la agen- da política intelectual europea −de la izquier- da y de la derecha− observa a la democracia de modo negativo. El clima de época cues- tiona la democracia liberal. Para la izquier- da, la democracia burguesa es insuficiente, un fetiche que vela la dominación de clase y no resuelve los problemas de las grandes mayorías. Para la derecha, la democracia liberal es inconducente y peligrosa, vía rápi- da al bolcheviquismo. En América Latina, la situación tiene, en cambio, otras características, puesto que aquí, mucho más que en Europa, la demo- cracia política aparece, más bien, como una petición de principios postergada para un futuro impreciso. La década de 1930 es, para la región, la década en la que la demanda de democracia política termina en una notable frustración. A su turno, la aparición de los populismos, en sus expresiones más paradig- máticas −el cardenismo mexicano, el var- guismo brasileño y el peronismo argentino− pone la cuestión de la democracia política en su forma más clásica (liberal representativa) en una perspectiva diferente: estas expresio- nes sociopolíticas, manteniendo en lo formal los criterios de la democracia política, liberal representativa, ponen el acento en el carác- ter plebiscitario que las caracteriza y refuer- zan la inclusión desde los derechos sociales, y en el caso argentino también la inclusión política, al incorporar a las mujeres a los derechos de ciudadanía política. Por otra parte, el Departamento de Estado estadounidense invoca fuertemente la de- mocracia política, más como forma de con- tener ese potencial "amenazante" de la estabilidad de la región −ya sea el comunis- mo o las experiencias populistas− que como una pretensión genuina. En efecto, y a des- pecho de esa apelación, nadie conculca más fuertemente la posibilidad del ejercicio de la democracia política liberal que la propia polí- La noche del 29 de julio de 1966, el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía reprimió a profesores y estudiantes universitarios e intervino las universidades nacionales, a las que consideraba centros de difusión del comunismo. José Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen el 8 de septiembre de 1930 e inauguró la larga historia de gobiernos de facto en la Argentina. ClarínContenidos mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 8
  • 9. 9LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA La Revolución Peruana es humanista y libertaria. Con estas características busca crear una nueva sociedad. Porque una revolución se hace para reemplazar una sociedad injusta por otra mejor. Sólo así se justifica. En la nuestra, no es un nuevo orden que reemplaza el anterior. Sino un orden que reemplaza el desorden. La nueva sociedad que la Revolución Peruana propone es la democracia social de participación plena. Por eso se hacen los cambios. Por esto se dan las leyes revo- lucionarias. Estos cambios y estas leyes no solamente producen beneficios inmedia- tos. También buscan dibujar poco a poco una sociedad que sea producto del aporte de todos, de la participación de todos. Porque esas leyes varían completamente la alta economía, pero necesitan del soporte, del apoyo de las mayorías para las cuales se está cambiando la sociedad. La Revolución Peruana aspira a que los hombres y mujeres intervengan, partici- pen en el planteamiento y la solución de todos los problemas. Pero, intervenir requiere organizarse. Sin organización no es posible expresarse, decir las necesidades, resolverlas. Nuestro pueblo tendrá que crear sus propias orga- nizaciones a medida que practique la par- ticipación, a medida que ejerza su poder de decisión, a medida que vaya abando- nando su comportamiento pasivo, ajeno al acontecer nacional. En la sociedad que se está dejando atrás, los grandes grupos sociales fueron margina- dos y desprovistos de la capacidad de tomar decisiones (o sea, de ejercer el poder). Esto sólo convenía al grupo de privilegiados que acaparó el poder, que siempre decidió a espaldas del pueblo, a pesar de que se auto- denominaban "representantes del pueblo". Y esta misma situación de desplazado creó en el hombre peruano una forma pasiva de comportamiento cívico. El ciudadano "común y corriente" ha sido, básicamente, un ciudadano indiferente a los problemas de su propia sociedad. Y esto, repetimos, les convenía sólo a los grupos minoritarios que acapararon la riqueza y el poder en sus distintas manifestaciones (poder eco- nómico, político, social, cultural). Para per- petuar su dominación hicieron todo lo posible por mantener desarticulada y pasi- va a la mayoría de la Nación. De este modo, el aparato estatal (inclui- da la administración pública) y, en gene- ral, todos los sistemas institucionales del país, tuvieron un carácter paternalista, es decir, "daban", "obsequiaban", solucio- nes a las mayorías desposeídas y explota- das. De más está decir que esas soluciones nunca fueron totales y eficaces. La Revolución Peruana quiere un ciu- dadano que piense por sí mismo, un ciuda- dano que aprenda a organizarse por sí mismo y ejerza el respectivo control demo- crático sobre su organización o sobre toda la sociedad. Esa es una democracia social de partici- pación plena. La transferencia de poder al pueblo se producirá en forma creciente, progresiva. Es todo un proceso. Y este proceso que irá transformando la estructura social de poder tiene un nombre: Moviliza- ción Social. En el caso del Perú, ¿qué significa la movilización social para los obreros, cam- pesinos, marginados urbanos, estudiantes, etc.? Significa, fundamentalmente, que todos estos sectores, en virtud de este pro- ceso, dejarán de ser los desplazados del poder para asumir una nueva ubicación, para convertirse en protagonistas de todos los cambios, para constituir una gran base social que realmente decida, que realmente tenga poder. Fragmento de un folleto del SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social), Perú, 1971. MOVILIZACIÓN SOCIAL: ¿DE QUIÉN Y PARA QUÉ? mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 9
  • 10. 10 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES AP tica exterior de los Estados Unidos. Ahí está el reguero de dictadores autócratas en el Caribe y América Central (Trujillo, Batista, Somoza, Ubico), en Paraguay (Stroessner), Venezuela (Pérez Jiménez), entre otros, prue- ba evidente de la falacia de una argumenta- ción que alcanza su punto paradigmático en la intervención estadounidense en el derro- camiento del gobierno de Salvador Allende, en Chile, en 1973. LAS DICTADURAS INSTITUCIONALES DE LAS FUERZAS ARMADAS La invocación a la democracia realizada por los Estados Unidos durante la Guerra Fría se convierte, en América Latina, en una desnu- da política de apoyo a dictaduras institucio- nales de las fuerzas armadas, basadas ideo- lógicamente en la Doctrina de la Seguridad Nacional. Según esta, los militares latinoa- mericanos tienen por misión principal com- batir a los enemigos internos, a "las quintas columnas del comunismo internacional", que actúan dentro de las respectivas fronte- ras nacionales, dejando la lucha contra el enemigo exterior −el bloque de la Unión Soviética y China Popular− a las fuerzas de la OTAN. En rigor, se trata de una respuesta brutal −tras el fracaso de la vía reformista de la Alianza para el Progreso− a la Revolución Cubana y la expansión de los movimientos insurgentes inspirados en ella. A diferencia de las tradicionales dictaduras autocráticas, las nuevas son el resultado de la decisión de las Fuerzas Armadas, como institución, de tomar por asalto el Estado (del que son parte), desplazar el poder civil y go- bernar apelando a mecanismos de selección de los gobernantes decididos y ejercidos por las jerarquías militares. La primera de ellas es la instaurada en Brasil (1964-1985). Le sigue la autodenominada Revolución Argentina (1966-1973). En los años setenta, la estrate- gia se aplica en Bolivia (1971-1978) y 1980- 1982), en Chile (1973-1990), en Uruguay (1973-1984), y otra vez en la Argentina (1976-1983). En la primera mitad de los años ochenta, esas dictaduras comienzan a ceder. Varios factores se asocian para jaquearlas, entre ellos la crisis financiera de la deuda externa y la pérdida del miedo de la gente que, aun con inicios modestos, sale a ganar la calle para reclamar libertad y democracia políti- ca. Los resultados son transiciones conser- vadoras, pactadas, excepto en la Argentina, donde la derrota de las Fuerzas Armadas en la aventura de las islas Malvinas priva a los militares de cualquier posibilidad de impo- ner condiciones. Los procesos de transición son complejos y simples a la vez. Complejos por el número de actores que intervienen en ella −si bien su capacidad de decisión se ordena vertical y desigualmente− y los condicionamientos his- tóricos más o menos mediatos y/o inme- diatos, tanto internos (nacionales) como externos (internacionales). Simples porque el procedimiento general es una solución de negociaciones tomada en el vértice, por las direcciones de los partidos políticos, eventualmente de las organizaciones repre- sentativas de intereses (sean de masas, como los sindicatos obreros, o más restrictivas, pero también más poderosas, como las de la bur- guesía), y las conducciones militares. En tales salidas, las masas −pese a su importante pa- pel en las luchas antidictatoriales− son margi- nadas. Es decir, la lógica de las transiciones es igual o similar, pero la historia de cada una de ellas es diferente e, incluso, específica. En 1973, el general Augusto Pinochet, con el apoyo de los Estados Unidos, derrocó el gobierno chileno del socialista Salvador Allende, quien se suicidó durante el bombardeo de la Moneda. mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:14 p.m. PÆgina 10
  • 11. 11LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA nos han llamado una "dictadura perfecta"; las Fuerzas Armadas no tienen injerencia en las decisiones políticas o, donde aún poseen alguna, tienden a subordinarse al poder civil. Los golpes de Estado al estilo clásico no parecen probables o resultan muy difíciles de sostener, al menos en el corto plazo. La división de poderes está estatuida en todos los países, pero ella no es necesaria- mente respetada, y los avances del Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial son una constante en buena parte, si no en la mayo- ría, de ellos. Hay casos en los que la adminis- tración de la justicia está o ha estado alta- mente subordinada a los intereses políticos gubernamentales. El presidencialismo se ha acentuado por doquier, en algunos casos (Argentina, Perú) reforzado por la introduc- ción de la cláusula constitucional que permi- te la reelección inmediata y por la consagra- ción del poco republicano procedimiento de los "decretos de necesidad y urgencia" que puede promulgar el presidente. La ciudadanía política es prácticamente universal, pero en la práctica se asiste a una licuación del ciudadano en mero votante, cuando no en abstencionista, pues la abs- tención es una de las manifestaciones de la creciente apatía política y del rechazo a las formas predominantes de hacer política. Los derechos de ciudadanía social han sido arrasados y muchos derechos civiles fueron conculcados. Otra acción corrosiva de las democracias latinoamericanas actuales es ejercida por la corrupción. En rigor, la corrupción no es una novedad de la década de 1990: ella existe desde mucho antes, incluso es socialmente aceptada y practicada (dentro de ciertos límites: evasión impositiva, soborno a poli- cías, conexiones clandestinas a servicios de agua, luz, teléfono, televisión por cable, por ejemplo), alcanzando niveles excepcional- mente altos no sólo en los casos clásicos de la Colombia dominada por el narcotráfico, el México hegemonizado por el PRI y el Paraguay de Stroessner, sino también en Nicaragua, la Argentina y Bolivia, entre otros. Lo novedoso de la década de 1990 es la expansión y la mayor visibilidad de la corrupción estructural, a las que no son aje- nos los procesos de privatización de empre- sas estatales −un traspaso de riqueza del Estado al sector privado−, campo más que propicio para la apropiación ilegítima de recursos monetarios. Esta situación se suma a un contexto que expone las democracias latinoamericanas a una intensa doble presión, una endógena, la otra exógena. La segunda proviene de la política exterior estadounidense y se expre- sa de diversas maneras, pero siempre con Mirada desde una perspectiva mera- mente institucional, la apariencia muestra, desde 1980, una consolidación de la democracia. Pero se trata sólo de una for- malidad: hay elecciones periódicas, en mu- chos casos limpias y transparentes, si bien todavía persisten mecanismos clientelares e, incluso, algún caso de fraude; hay alternan- cia de partidos en el ejercicio del gobierno, incluso en México, donde la hegemonía absoluta del Partido Revolucionario Insti- tucional (PRI) se había prolongado a lo largo de siete décadas, configurando lo que algu- DEMOCRACIAS FORMALES EpitacioPessoa/AE Manifestación en favor de la destitución del presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello, el 28 de agosto de 1992. mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 11
  • 12. 12 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES grosería, que llega a harto grosera en el caso de Venezuela y a muy grosera en el de Bolivia. Pero aquí y ahora interesa destacar el papel de la presión endógena, pues remi- te a los actores sociales y políticos principa- les a la hora de resolver la construcción de un régimen político. Las burguesías ya han dado muestras de desdén por la democra- cia si ella atenta contra sus intereses inme- diatos, como lo prueba elocuentemente el caso de Venezuela, con el abortado golpe de Estado contra el presidente Chávez, en abril de 2002, y el lock-out de diciembre del mismo año. Indicadores cuantitativos confiables mues- tran una situación ambigua por parte de los ciudadanos latinoamericanos respecto de la democracia. Los datos ofrecidos por los re- levamientos de opinión realizados en 2002 y 2003 por la organización Latino-baróme- tro y el estudio realizado en 2004 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) son bien reveladores. De ellos resulta que la concepción predominan- te de la democracia es minimalista −esto es, libertad y elecciones−, sin conceder relevan- cia a otras características. Hacer de las elec- ciones y el desempeño económico sinóni- mos de democracia demuestra claramente su mayor debilidad: hace depender el apoyo a ella de los ingresos económicos, en des- medro de bienes y valores políticos. El estudio del PNUD muestra que si bien la región ha alejado los riegos de quiebre insti- tucional violento, otras fragilidades han aparecido, Así, la democracia está perdien- do vitalidad y, aunque todavía preferida, se desconfía de su capacidad para mejorar las condiciones de vida, al tiempo que los parti- dos políticos están en el nivel más bajo de la estima pública (son las instituciones que menos confianza inspiran: en ellos, el nivel de esta cayó del 20 % en 1996 al 11 % en 2003) y el Estado es mirado con expectativa y recelo a la vez. En el mismo estudio se constata: "Una proporción sustancial de la- tinoamericanos valora al desarrollo econó- mico por sobre la democracia y estaría dis- puesta a dejar de lado la democracia en caso de que un gobierno no democrático pudiera solucionar sus problemas económi- cos". No es un dato trivial: el apoyo de las ciudadanas y los ciudadanos a la democra- cia "es un componente clave de su susten- tabilidad. La experiencia histórica nos ense- ña que las democracias fueron derribadas por fuerzas políticas que contaban con el apoyo o, por lo menos, la pasividad de una parte importante, y en ocasiones mayorita- ria, de la ciudadanía. Las democracias se tor- nan vulnerables cuando, entre otros facto- res, las fuerzas políticas autoritarias encuen- tran en las actitudes ciudadanas terreno fér- til para actuar". LA FRAGILIDAD DE LAS DEMOCRACIAS La historia de la región muestra que, por distintas razones, tanto las clases subalter- nas −proletarios, trabajadores, campesinos, las clases medias urbanas−, como las clases propietarias (sean burguesías o no) no siem- pre hicieron y/o hacen de la democracia un horizonte político deseable, una conquista Manifestantes en el golpe de Estado fallido contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en abril de 2002. JorgeSantos/ElUniversal(Caracas) mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 12
  • 13. 13LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA después del 11 de setiembre de 2001, y se centra en escenarios puntuales: Venezuela, por la cuestión del petróleo; Colombia, por la militarización del conflicto político y el narcotráfico; Bolivia, por la radicalidad asig- nada a los grupos indígenas (a la que se suma que el nuevo presidente sea de extracción indígena y campesina y de orien- tación socialista); Brasil y la Argentina, por su afán en pro de la integración regional sudamericana. Y, obviamente, Cuba. La tarea de repensar la democracia es urgente, incluyendo su articulación con el proceso de globalización económica, social, política, cultural e ideológica neoliberal. La articulación entre Estado (mínimo) y grupos empresarios es una de las formas que ad- quiere ese proceso. Otra manifestación es la opción prioritaria del crecimiento econó- mico por sobre la democracia, elección indi- cativa de un triunfo ideológico del neolibe- ralismo, que privilegia la primacía del mercado en la definición de los mecanis- mos de crecimiento económico, mas no de desarrollo económico-social, postergando la extensión y profundización de los dere- chos democráticos. El problema es, pues, el de la colisión entre intereses económicos y valores político-sociales democráticos. En sociedades con una historia de burguesías de rapiña, sin actores democráticos fuertes y con ciudadanos licuados, una política tal amenaza fuertemente el futuro inmediato de la democracia, aun cuando algunos procesos gobernantes, por parte de actores democrá- ticos sólo por oportunismo o interés. El caso de comunidades indígenas, histó- ricamente ajenas a la participación, que están pasando a la acción política organiza- da y con cierto grado de autonomía −como en Ecuador y Bolivia−, ilustra muy bien la ambigüedad señalada. El potencial innova- dor ofrecido por las asambleas vecinales de varias ciudades argentinas tras las moviliza- ciones y acciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, luego agostadas, podrá o no recu- perarse, pero han dejado sedimentos en favor de la democracia mucho más sólidos que en el pasado. Hay, pues, condiciones de posibilidad, no necesariamente condi- ciones de realización. Por otra parte, no puede soslayarse el contexto internacional, en particular la polí- tica de los Estados Unidos. El conservaduris- mo y el fuerte dejo mesiánico de la adminis- tración Bush hijo no alientan al optimismo. Fuera del proyecto ALCA, el interés actual de los Estados Unidos en América Latina es −en términos estratégicos− bajo, sobre todo a lograr. A su turno, las experiencias con mayor acción transformadora −las populis- tas del cardenismo mexicano, el varguismo brasileño y el peronismo argentino, y las revolucionarias de México (1910), Bolivia (1952) y Cuba (1959)− fueron mucho más efectivas en integrar las clases subalternas a la nación y a derechos de ciudadanía, sobre todo social, que en generar experiencias de- mocráticas perdurables, en tanto espacio para dirimir y procesar disensos. Hoy, las condiciones de construcción de democracia siguen siendo precarias. Es un proceso cargado de buena dosis de ambi- güedad. Así como se constatan intentos (más serios y consistentes que en el pasado) por construir regímenes políticos plenamen- te democráticos −aunque sin contenido social, una demanda clave en una región azotada por la tremenda desigualdad y aso- lada por la pobreza−, se observa también una fuerte tensión entre demanda de mayor ciudadanía a los ciudadanos, por parte de actores más genuinamente democráticos, y demanda de mayor poder represivo a los Asamblea de las asambleas vecinales en Parque Centenario, Buenos Aires, enero de 2002. AgenciaTELAM RicardoStuckert/ABr Fidel Castro, líder histórico de la Revolución Cubana, durante un discurso en La Habana. mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 13
  • 14. 14 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES El conflicto ha sido tradicionalmente consi- derado tan esencial a la democracia como para la libertad, y ya desde Aristóteles has- ta Rousseau pasando por Maquiavelo y un pacifista como Spinoza se ha preferido siempre "mejor el conflicto con libertad que el orden sin ella". Pero además es doblemente necesario para la democracia, porque el conflicto se funda siempre en desigualdades y constituye una lucha con- tra ellas, siendo su causa "el deseo de igual- dad". Al fundarse en el principio de una igualdad de derecho, la democracia da lugar a todas las luchas y conflictos por la igualdad de hecho. […] Más aún, cuanto mayor es la participa- ción social de los ciudadanos, tanto mayor será también su representación política; cuanto mejor identificados y compartidos son los intereses por los que luchan las dife- rentes clases, grupos y sectores sociales, tanto mejor podrán ser políticamente representados. Esto supone una estrecha articulación o correspondencia entre la democracia representativa o representa- ción política de la democracia y la participa- ción social o distribución social de la rique- za de una sociedad; las desigualdades sociales podrán ser más o menos grandes o insuperables, pero mientras se mantengan ciertos márgenes de distribución social y de participación en la riqueza socialmente producida, la democracia podrá represen- tar políticamente toda la conflictividad en torno a la mayor distribución y a las reivin- dicaciones de mayor participación. En otras palabras, sin real participación social no hay posible representación políti- ca. Y una fundamental crisis de representa- ción política remite siempre e inevitable- mente a una crisis de participación social. Por eso resulta tan irreal como extremada- mente conflictivo mantener un régimen democrático en una sociedad de exclusión. Pero esto mismo explica también por qué las democracias en América Latina se encuentran forzadas a compensar y susti- tuir la falta de participación social de muy amplios sectores de la sociedad por su par- ticipación política clientelar y populista. Estas razones hacen que el conflicto social sea siempre profundamente democrático, y explican por qué razón la misma democra- cia se fundamenta en el conflicto social. [...] En este contexto los regímenes democrá- ticos no sólo organizaban políticamente la distribución de riquezas (sociales, económi- cas, políticas y culturales) sino que propicia- ban las demandas y reivindicaciones de una mayor participación en ellas por parte de los más amplios grupos y sectores de la sociedad. La conflictividad inherente a estas demandas en ocasiones violentas, obligaba a las democracias a un gobierno del conflicto y a transformaciones institu- cionales para su resolución. Y en este pro- ceso el conflicto social políticamente repre- sentable debía y podía ser políticamente gobernado y gobernable. Sin embargo por muy intenso que parezca, el conflicto social es siempre gobernable y su violencia se enmarca siempre no sólo limitada por el orden democrático, en el que se expresa y que constituye su condición de posibilidad, sino también porque: a) es políticamente representable y puede ser políticamente gobernable; b) aunque puede desbordar los marcos institucionales establecidos, pue- de también provocar cambios en las mismas instituciones, hacia los cuales se orientaría siempre el conflicto. Por esta misma razón también el conflicto social, al ser políticamente representable tendía a fortalecer y legitimar las institucio- nes democráticas, y en especial los partidos, el Parlamento o Congreso; y además en la medida que el conflicto social lograba ampliar la participación en la sociedad (en términos económicos, políticos y culturales) de sectores cada vez más numerosos, simul- táneamente y de manera correspondiente mejoraba su representación política. En cualquier caso el conflicto social es esencialmente democrático tanto en sus presupuestos, ya que reivindica mayor libertad e igualdad, como en sus efectos, puesto que su producción de intereses y reivindicaciones de mayor participación social activan la representación política, promueven su gobernabilidad democráti- ca y obligan a cambios institucionales del mismo sistema democrático. Por eso el principal "efecto de la institucionalización de los conflictos" es conducir a reformas institucionales y en definitiva "al cambio social". [...] José Sánchez-Parga, "Del conflicto social al ciclo político de la protesta", en Ecuador Debate, nº 64, Quito, abril de 2005. http://www.dlh.lahora.com.ec/paginas/ debate/paginas/debate1336.htm DEMOCRACIA Y CONFLICTO SOCIAL ArchivoAgenciaEstado/AE mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 14
  • 15. 15LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA CelsoJunior/AE Enfrentamiento, en enero de 2004, entre pobladores originarios y estancieros en la hacienda São Jorge, en el Mato Groso brasileño. en curso pueden servir de punto de inflexión. Un indicador inequívoco de los efectos negativos de las políticas de ajuste estructu- ral es el incremento de la pobreza. El PNUD señala que, en 2003, la pobreza alcanzó el 43,9 %, y la pobreza extrema el 19,4 % de la población regional. El incremento de la pobreza ha ido acompañado de un también brutal aumento de la desigualdad en la dis- tribución del ingreso. Las políticas neoliberales de los años no- venta generaron una brutal fragmentación social, ruptura de los lazos de solidaridad, exacerbación de las desigualdades sociales e incremento de la represión. En rigor, un régimen de apartheid social, cuyas con- secuencias y manifestaciones más visibles son la segregación socioeconómica y cultu- ral de grandes mayorías demográficas. Este apartheid social opera en dos registros entre- lazados: el de cada una de nuestras socieda- des, consideradas en su dialéctica interna, y el del mundo globalizado. En uno y otro, las distancias entre hombres y mujeres ubicados en diferentes planos de la pirámide social se han tornado crecientemente mayores. El im- pacto es de tal magnitud que la lógica misma del régimen se orienta −de no mediar una ac- ción correctora del resto de Estado que que- da− hacia una aún mayor desigualdad social. Los datos del bienio 2002-2003 son terri- bles: 18,5 % de la población latinoamerica- na es extremadamente pobre; el 11 % está subnutrida y, entre los niños menores de 5 años, el 7,9 % está desnutridos. La pobla- El vicepresidente Álvaro García Linera y los ministros durante la consagración de Evo Morales como Apu Malku (líder supremo) de los indígenas de los Andes, previa a su asunción de la presidencia de Bolivia, el 21 de enero de 2006. MaxiFailla mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 15
  • 16. 16 EXPLORA CIENCIAS SOCIALES ción con una ingesta inferior a los requeri- mientos mínimos es relativamente elevada: 55 millones de latinoamericanos y caribeños padecen algún grado de subnutrición. La desnutrición, en particular la crónica, es la consecuencia más extrema del hambre, con un corolario también terrible, el de compro- meter decisivamente el rendimiento escolar y la capacidad productiva de los afectados, incidiendo negativamente en el potencial de desarrollo de la sociedad. Otro tanto ocurre con la profundización de la desigualdad. Al comenzar el nuevo siglo, el 10 % de los hogares de mayores recursos se apropiaba de la porción más significativa de los ingresos y, por cierto, de la riqueza. Excepto Costa Rica, Cuba y Uruguay, ese grupo percibía en todos los demás países de la región más del 30 % de los ingresos, aun- que, en rigor, en la mayoría de ellos supera- ba el 35 %, contrastando con la situación del 40 % de los hogares más pobres, que percibían entre el 9 y el 15 % de los ingresos totales. En síntesis, América Latina es hoy la región más desigual del mundo. No es nece- saria demasiada perspicacia para advertir que esta cuestión nos lleva a la de la relación entre democracia y exclusión o, en expresión clásica, entre democracia y capitalismo. La democracia política −en su forma hoy dominante, la liberal representativa− está lejos de estar consolidada en América La- tina. Las realmente existentes son demo- cracias políticas relativamente estables, no consolidadas ni, mucho menos, irreversi- bles. Están aún más cerca de la precariedad que de la fortaleza. Son, en rigor, democra- cias de pobres y democracias pobres, con un futuro de pobres democracias. Bibliografía Ansaldi, Waldo: "La temporalidad mixta de América Latina, una expresión de multiculturalismo", en Héctor C. Silveira Gorski (ed.), Identidades comunitarias y democracia, Madrid, Trotta, 2000, pp. 157-183. Ansaldi, Waldo (coord.): La democracia en América Latina, un barco a la deriva, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006. CEPAL: Panorama social de América Latina 2002-2003, Santiago de Chile, 2004. Lander, Edgardo y José Damiel González: La democracia en las ciencias sociales latinoamericanas contemporáneas, Caracas, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Instituto Autónomo Nacional, 1996. Lechner, Norbert: "De la revolución a la democracia", La Ciudad Futura, n° 2, Buenos Aires, octubre de 1986, pp. 33-35. Lechner, Norbert: Los patios interiores de la democracia, Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica, 1988. Martins, José de Souza: O poder do atraso. Ensaios de sociologia da história lenta, San Pablo, Hucitec, 1994. Nun, José: Democracia. ¿Gobierno del pueblo o de los políticos?, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000. PNUD: La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Bogotá, 2004. Strasser, Carlos: Democracia & desigualdad. Sobre la “democracia real” a fines del siglo XX, Buenos Aires, CLACSO, 1999. Vianna, Francisco de Oliveira: Evoluçâo do povo brasileiro, Río de Janeiro, IBGE, 1923. VV. AA.: Los límites de la democracia, 2 vols., Buenos Aires, CLACSO, 1985. Páginas web http://catedras.fsoc.uba.ar/udishal http://spanish.safe-democracy.org/ http://www.clacso.org http://democracia.unpd.org http://www.eclac.cl http://www.latinobarometro.org/ Agradecimientos El equipo de Publicaciones de la Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente agradece a las siguientes instituciones y personas por permitirnos reproducir material fotográfico y colaborar en la documenta- ción de imágenes: El Universal (Venezuela); Agencia Estado (Brasil); AP; Agencia Brasil (Brasil); Clarín Contenidos; Archivo General de la Nación; Renato Luiz Ferreira, de Agencia Estado (Brasil); personal y directivos de Agencia Telam; Maxi Failla. Coordinadora del Área de Ciencias Sociales, Lic. Raquel Gurevich Coordinadora del Área de Desarrollo Profesional, Lic. Silvia Storino Coordinadora del Programa de Capacitación Explora, Lic. Viviana Celso Coordinadora de Publicaciones, Lic. Raquel Franco Coordinación y documentación, Lic. Rafael Blanco Edición, Lic. Gonzalo Blanco Diseño y diagramación, DG María Eugenia Más Corrección, Norma A. Sosa Pereyra www.me.gov.ar Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología, Lic. Daniel Filmus Secretario de Educación, Lic. Juan Carlos Tedesco Subsecretaria de Equidad y Calidad, Lic. Alejandra Birgin Directora Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente, Lic. Laura Pitman mocracia en AmØrica.qxd 21/03/2007 04:15 p.m. PÆgina 16