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miento global de la humanidad, ni escapa a los fenómenos políti-
cos. El modelo propuesto de delgadez define el concepto actual
de la belleza. Del mismo modo, los eventos que transforman la
estructura social transforman la visión de la belleza. Como fenó-
meno social, la representación de lo bello cambia de acuerdo con
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tos culturales que validan su resultado.
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métodos audiovisuales, ya que la imagen populariza la ideología
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imponer un cambio, un modelo de vida a un conjunto de la pobla-
ción, la imagen reina.
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siempre un asunto de hombres; se establece la imagen que el
hombre define y que se trata, además, de la mujer de la clase
dominante. Se hace menos una descripción que un modelo al
cual hay que someterse, una especie de arquetipo estético: opu-
lenta o delgada, seguida de una noción ética: bruja o santa; y el
canon social: esclava o liberada, y el paradigma vestimentario:
oculta o revelada.
Una vez que todo se ha desmoronado: las ideologías, los super-
héroes, la lucha de clase, los valores, sólo queda un absoluto
colectivo: la belleza. El cuerpo se ha vuelto un templo. Pero la
representación de la belleza siempre ha sido coercitiva, una es-
pecie de cárcel. En estos términos, la gloria actual resulta superfi-
cial y vacía. Las mujeres “bellas” de hoy son huecas y sin perso-
nalidad: la imagen de la belleza del nuevo siglo no tiene nada.
¿Cómo soñar si el cine ya no produce mitos?. No importa el vac-
ío sideral de las mujeres bellas de nuestros días, pero gravitan al
encuentro de tres valores básicos de la globalidad: Belleza, Dine-
ro, Éxito. El culto narcísico del cuerpo es uno de los rasgos esen-
ciales de la postmodernidad en donde lo importante es parecer y
seducir; en lo cual juega un papel trascendente el imaginario
masculino. ¿Acaso ese mundo de mujeres bellas, ese pozo de
deseos, los salva de su propia realidad?.
Las chicas bellas de hoy no son sólo modelos, se presentan co-
mo la punta de la civilización, la quintaesencia de nuestra socie-
dad de espectáculo y consumo. Frente a la realidad que es la
muerte, el sufrimiento y la violencia, las mujeres bellas ocupan el
lugar de lo imaginario, el reverso de la moneda. Son serenas,
marmóreas; ninguna certeza puede ser contestada en ellas; son
la manera fácil de huir de un mundo demasiado agresivo, de olvi-
dar el desempleo, las preocupaciones, el Sida. Son un tipo de
opio.
Lo que “fascina” de las mujeres bellas de hoy es el gran dinero
que ganan. En estos tiempos de angustia profesional parecen ser
un contra modelo; no tienen patrón, no tienen oficina, no tienen
obra, parecen tener una formidable libertad. Y dado que el dinero
está bien parado en la lista de los ideales colectivos, ¿acaso no
es esto el “éxito” de la globalización?. Las mujeres bellas de hoy
han guardado el gusto por el dinero, pero nada más. Su tiempo
se mide en dólares y en el espacio mediático que ocupan, pero
jamás por el nivel de emoción que suscitan en el imaginario; aquí
no hay emoción, sino sugerencias absurdas. Dramáticamente,
estas mujeres bellas se fabrican en serie y, una vez capturadas,
hay que popularizarlas. Todo es falso en este universo pretendi-
damente artístico, donde hay que seguir las opiniones de otros,
que se reproducen “ad infinitum”. Su característica es la finitud,
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sar. Hay algo de trágico en ese mundo.
Nuestra civilización ha mantenido una relación muy ambigua con
el entorno femenino; esa ambigüedad ha ido dando tumbos en
esquemas de valoración, traducidos en modelos de aceptación y
preferencia, lo cual aplica en una génesis de la vanidad y el reco-
nocimiento, en ambos sexos, con un resultado que va del maqui-
llaje a los adornos corporales. En la antigüedad, había que pintar-
se para ser reconocido; el que se quedaba en estado de natura-
leza no se distinguía de la bestia. Aquí y hoy, como ayer y allá,
hay que pintarse, remodelarse, mutilarse, tatuarse, torturarse; es
decir, volverse monstruo para dejar de ser bestia. Los tratos que
se infligen las personas, las mutilaciones, tatuajes, liposucciones,
etc. son preocupaciones confundidas entre eróticas, fetichistas,
estéticas, religiosas, jerárquicas; constituyen una obsesión de
nuestros días que genera al cuerpo objeto, al cuerpo rompecabe-
zas. Hay en todo esto como una negación de la muerte que cues-
tiona la memoria, cuestiona la vida y cuestiona la naturaleza. Es
la emoción creada y la emoción negada.
Y sin embargo, al final, más allá de las consideraciones tempora-
les, culturales, estéticas o sensacionalistas, de los rasgos, la
complexión y la raza, hay una verdad innegable: No existe feal-
dad en un rostro cuyos rasgos expresan las posibilidades de la
pasión y la imposibilidad de la mentira. Esta es la belleza verda-
dera y poco tiene que ver con la historia de las modas y sus fun-
damentos estéticos, ideológicos y comerciales.
La soledad no se escoge, ni tampoco el destino. La soledad nos llega si
tenemos en el interior de nuestro fuero interno la piedra mágica que
atrae el destino. Se debe respetar el espíritu que se agita entre los seres
humanos resueltos. Los que están preparados hacia el destino son su-
periores que los titubeantes recién llegados y advenedizos. Para mí,
nuestra misión es morir como humanos y/o continuar viviendo como
tales. No lloriquear como niños, sino admitir nuestro destino, abrazar
nuestro sufrimiento, convertir su amargura en alegría, madurar a través
del sufrimiento. Si no se han encontrado a través del sufrimiento, si con-
tinúan la determinación de cambiar el destino y huir del sufrimiento, si
renuncian a crecer, entonces perezcan… ¿No sienten, acaso, un soplo
de soledad en el sufrimiento que aporta su propio destino?. ¿Que su
sufrimiento se convierta en un privilegio, un llamado a cosas más gran-
des?. Cuando el ser humano se avergüenza de sus hechos, entonces
habla de mejorar el mundo y se encierra con sus palabras. Pero el mun-
do es un lugar frío. Es cruel e incalculable, ama solamente al fuerte y al
capacitado, a los que han logrado realizarse por sí mismos. Y ninguna
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leído en un libro o decidido abrazar y seguir ese concepto.
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  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. II No. 40 Septiembre de 2012 Apuntes para una teoría de la Belleza “Las modas sociales son parte de la cultura de los pueblos. Re- presentan corrientes de reconocimiento e integración que influ- yen en distintos ámbitos de la organización social. Desde los usos del lenguaje y los modales, hasta la vestimenta y los hábitos alimenticios, las modas marcan épocas y determinan parte de la marcha de la humanidad. Los opulentos cuerpos de la posguerra, las largas cabelleras de los 60´s. y el culto al “fitness”, hace 20 años, son algunas de las modas que la sociedad ha adoptado en las últimas cinco décadas. Actualmente, nos enfrentamos al terrorismo de la delgadez y del acercamiento a la naturaleza luego del terrorismo antinatural, abanderado por la comida chatarra cocinada en microondas. Detrás de todo esto hay una ideología. Nada escapa al movi- miento global de la humanidad, ni escapa a los fenómenos políti- cos. El modelo propuesto de delgadez define el concepto actual de la belleza. Del mismo modo, los eventos que transforman la estructura social transforman la visión de la belleza. Como fenó- meno social, la representación de lo bello cambia de acuerdo con los procesos que marcan la historia mundial, traducida en even- tos culturales que validan su resultado. En la sociedad actual, esa validación se efectúa a través de métodos audiovisuales, ya que la imagen populariza la ideología y carga con los prejuicios en uso. Cuando una sociedad quiere imponer un cambio, un modelo de vida a un conjunto de la pobla- ción, la imagen reina. La representación de la mujer a través de la historia ha sido siempre un asunto de hombres; se establece la imagen que el hombre define y que se trata, además, de la mujer de la clase dominante. Se hace menos una descripción que un modelo al cual hay que someterse, una especie de arquetipo estético: opu- lenta o delgada, seguida de una noción ética: bruja o santa; y el canon social: esclava o liberada, y el paradigma vestimentario: oculta o revelada. Una vez que todo se ha desmoronado: las ideologías, los super- héroes, la lucha de clase, los valores, sólo queda un absoluto colectivo: la belleza. El cuerpo se ha vuelto un templo. Pero la representación de la belleza siempre ha sido coercitiva, una es- pecie de cárcel. En estos términos, la gloria actual resulta superfi- cial y vacía. Las mujeres “bellas” de hoy son huecas y sin perso- nalidad: la imagen de la belleza del nuevo siglo no tiene nada. ¿Cómo soñar si el cine ya no produce mitos?. No importa el vac- ío sideral de las mujeres bellas de nuestros días, pero gravitan al encuentro de tres valores básicos de la globalidad: Belleza, Dine- ro, Éxito. El culto narcísico del cuerpo es uno de los rasgos esen- ciales de la postmodernidad en donde lo importante es parecer y seducir; en lo cual juega un papel trascendente el imaginario masculino. ¿Acaso ese mundo de mujeres bellas, ese pozo de deseos, los salva de su propia realidad?. Las chicas bellas de hoy no son sólo modelos, se presentan co- mo la punta de la civilización, la quintaesencia de nuestra socie- dad de espectáculo y consumo. Frente a la realidad que es la muerte, el sufrimiento y la violencia, las mujeres bellas ocupan el lugar de lo imaginario, el reverso de la moneda. Son serenas, marmóreas; ninguna certeza puede ser contestada en ellas; son la manera fácil de huir de un mundo demasiado agresivo, de olvi- dar el desempleo, las preocupaciones, el Sida. Son un tipo de opio. Lo que “fascina” de las mujeres bellas de hoy es el gran dinero que ganan. En estos tiempos de angustia profesional parecen ser un contra modelo; no tienen patrón, no tienen oficina, no tienen obra, parecen tener una formidable libertad. Y dado que el dinero está bien parado en la lista de los ideales colectivos, ¿acaso no es esto el “éxito” de la globalización?. Las mujeres bellas de hoy han guardado el gusto por el dinero, pero nada más. Su tiempo se mide en dólares y en el espacio mediático que ocupan, pero jamás por el nivel de emoción que suscitan en el imaginario; aquí no hay emoción, sino sugerencias absurdas. Dramáticamente, estas mujeres bellas se fabrican en serie y, una vez capturadas, hay que popularizarlas. Todo es falso en este universo pretendi- damente artístico, donde hay que seguir las opiniones de otros, que se reproducen “ad infinitum”. Su característica es la finitud, todo se acaba pronto y hay que producir nuevos modelos sin ce- sar. Hay algo de trágico en ese mundo. Nuestra civilización ha mantenido una relación muy ambigua con el entorno femenino; esa ambigüedad ha ido dando tumbos en esquemas de valoración, traducidos en modelos de aceptación y preferencia, lo cual aplica en una génesis de la vanidad y el reco- nocimiento, en ambos sexos, con un resultado que va del maqui- llaje a los adornos corporales. En la antigüedad, había que pintar- se para ser reconocido; el que se quedaba en estado de natura- leza no se distinguía de la bestia. Aquí y hoy, como ayer y allá, hay que pintarse, remodelarse, mutilarse, tatuarse, torturarse; es decir, volverse monstruo para dejar de ser bestia. Los tratos que se infligen las personas, las mutilaciones, tatuajes, liposucciones, etc. son preocupaciones confundidas entre eróticas, fetichistas, estéticas, religiosas, jerárquicas; constituyen una obsesión de nuestros días que genera al cuerpo objeto, al cuerpo rompecabe- zas. Hay en todo esto como una negación de la muerte que cues- tiona la memoria, cuestiona la vida y cuestiona la naturaleza. Es la emoción creada y la emoción negada. Y sin embargo, al final, más allá de las consideraciones tempora- les, culturales, estéticas o sensacionalistas, de los rasgos, la complexión y la raza, hay una verdad innegable: No existe feal- dad en un rostro cuyos rasgos expresan las posibilidades de la pasión y la imposibilidad de la mentira. Esta es la belleza verda- dera y poco tiene que ver con la historia de las modas y sus fun- damentos estéticos, ideológicos y comerciales. La soledad no se escoge, ni tampoco el destino. La soledad nos llega si tenemos en el interior de nuestro fuero interno la piedra mágica que atrae el destino. Se debe respetar el espíritu que se agita entre los seres humanos resueltos. Los que están preparados hacia el destino son su- periores que los titubeantes recién llegados y advenedizos. Para mí, nuestra misión es morir como humanos y/o continuar viviendo como tales. No lloriquear como niños, sino admitir nuestro destino, abrazar nuestro sufrimiento, convertir su amargura en alegría, madurar a través del sufrimiento. Si no se han encontrado a través del sufrimiento, si con- tinúan la determinación de cambiar el destino y huir del sufrimiento, si renuncian a crecer, entonces perezcan… ¿No sienten, acaso, un soplo de soledad en el sufrimiento que aporta su propio destino?. ¿Que su sufrimiento se convierta en un privilegio, un llamado a cosas más gran- des?. Cuando el ser humano se avergüenza de sus hechos, entonces habla de mejorar el mundo y se encierra con sus palabras. Pero el mun- do es un lugar frío. Es cruel e incalculable, ama solamente al fuerte y al capacitado, a los que han logrado realizarse por sí mismos. Y ninguna persona ha llegado a la cima de la soledad o la madurez por haberlo leído en un libro o decidido abrazar y seguir ese concepto. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2012 De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes “Los hombres quieren ser el primer amor de una mujer; a las mujeres les gusta ser el último ro- mance de un hombre.” © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Ven... Crece esta noche conmigo y dame tu alma rosada, Av. Juárez, D.F., México - 2005 Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©