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184
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
Los procesos de la vida
cotidiana.
Punto 4.1. artículo B.
Quiroga Ana P. de y Josefina
Racedo, “La psicología social
como crítica de la vida cotidia-
na”, en: Crítica de la vida coti-
diana, Ediciones Cinco, Buenos
Aires 1990, pp. 7-14.
LA PSICOLOGIA SOCIAL
COMO CRITICA DE LA VIDA
COTIDIANA
ANA P. DE QUIROGA
Clase dictada en 1981
La línea que vamos a comen-
zar a desarrollar es: la Psicolo-
gía Social como crítica de la vi-
da cotidiana; la Psicología So-
cial como análisis de nosotros,
sujetos, en nuestras condiciones
concretas de existencia.
El pensamiento de Pichon-
Riviére se inscribe en una co-
rriente que plantea que el punto
de partida de toda ciencia so-
cial, y de toda reflexión psicoló-
gica en consecuencia, nopuede
ser otro que los hombres con-
cretos.
El primer objeto de la reali-
dad a explorar -desde esta
perspectiva- son los sujetos de
los procesos psíquicos, los
sujetos del comportamiento,
los hombres inmersos en lo
que es su vida cotidiana, loque
constituye sus condicio- nes
concretas de existencia: un
hábitat, un espacio, una
organización social determina-
da, una determinada estructu-
ra familiar, una determinada
modalidad de producir, una
cultura.
¿Qué es lo más inmediato,lo
más concreto y lo más esen-
cial para nosotros, sujetos del
comportamiento, sujetos delos
procesos psíquicos? Que
somos seres vivos, y en con-
secuencia seres de necesida-
des en un intercambio perma-
nente con el medio. La carac-
terística del ser vivo es estar
incluido en una unidad indiso-
luble con el contexto o medio.
Esta es una ley general para
todo organismo vivo, ya sea
una ameba o un mamífero.
Pero al hablar de los sujetos
de esos muy complejos proce-
sos a los que llamamos psi-
quismo, al hablar del sujeto de
la representación, del sujeto
del pensamiento o del sujeto
del lenguaje, al hablar de
aquel que construye su subje-
tividad, su interioridad, como
un mundo, como un sistema
que reconstruye fantaseada-
mente la realidad externa, al
hablar de aquel ser que puede
elaborar teorías científicas,
que puede conocer y transfor-
mar la realidad externa e inter-
na, es decir, al hablar delsuje-
to humano, estamos hablando
de un ser que posee una orga-
nización biológica particular a
la que llegó en un proceso
evolutivo. ¿Qué determina esa
organización biológica que nos
es propia como seres huma-
nos? Que nuestra vida, nues-
tra existencia material depen-
da de que establezcamos rela-
ciones con otros hombres y
con la naturaleza. La forma
particular que en el ser huma-
no -como ser vivo- revite la
relación organismo-medio le
implica relacionarse a partirde
necesidades primarias (por
ejemplo, el alimento, el abrigo,
la sexualidad) para que coope-
rando se actúe sobre la natu-
raleza por medio deltrabajo.
¿Qué es el trabajo? Es una
acción previamente planificada
y social. Esto es lo que hace
distinto al trabajo humano del
trabajo animal. Porque hay
animales que realizan un tra-
bajo (las abejas, las hormigas,
las arañas, etc.), pero ese tra-
bajo no es previamente dise-
ñado sino que es instintivo, me-
cánico. En el hombre eso es
diferente. Hay una estrategia de
trabajo que se diseña previa-
mente en la mente de quien tra-
baja.
En ese operar sobre la natura-
leza se producen los objetos
destinados a satisfacer las ne-
cesidades vitales. Dicho deotra
manera, el hecho másesencial,
más inmediato y más significati-
vo de lo humano, y lo que en
consecuencia se constituye en
el punto de partida de toda
ciencia del hombre, es que hoy
-como en el comienzo de lahis-
toria- los hombres producen y
reproducen su vida en una do-
ble relación: con la naturaleza y
con los otros hombres. Y la pro-
ducen a partir de una acción
planificada y consciente a la
que se denomina trabajo.
¿Por qué este es el punto de
partida necesario de toda cien-
cia del hombre? Porque este
hecho inmediato y esencial que
es constitutivo de lo humano, es
también el más eficaz, el más
determinante por la importancia
y complejidad de susefectos.
La producción social de la vi-
da, en esa doble relación con
los otros hombres y con la natu-
raleza, no sólo determina la vi-
da en su posibilidad, sino que la
determina en sus formas. Las
111
185
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
formas concretas que reviste
nuestra vida están directamente
relacionadas con las modalida-
des o con las formas en que la
existencia material se produce y
reproduce.
¿Qué determina las for-
mas de nuestra vida? El qué
producimos, el cómo produci-
mos, con qué medios, qué ins-
trumentos utilizamos. Cómo nos
insertamos en el proceso pro-
ductivo, cómo se distribuye so-
cialmente lo que socialmente se
produce. Y qué relación guarda
lo que se produce y el cómo se
distribuye lo que se produce con
las necesidades de los hombres
que constituyen una organiza-
ción social.
Vamos a tomar un ejemplo pa-
ra ver de qué manera la forma
en que se produce, lo que se
produce, los instrumentos y el
cómo se distribuye determinan
formas de vida. Pensemos en
un indio mapuche. Un indio ma-
puche vive en comunidad en la
zona de la precordillera. ¿Qué
produce normalmente? Suele
ser pastor o tejedor. Si es teje-
dor, un telar rústico, muy primiti-
vo, es su instrumento de pro-
ducción. Pensemos en un técni-
co de la empresa Ford, en un
diseñador de máquinas electró-
nicas, un obrero textil de una
gran planta de Buenos Aires, o
un pelador de caña en Tucu-
mán. Todos estos sujetos, pro-
ductores, forman parte de un
mismo pueblo, son todos ar-
gentinos de una misma forma-
ción histórico-social, sin em-
bargo su interpretación de la
realidad, sus emociones, sus
pautas de conducta, su posi-
ción ante la vida y la muerte,
ante la salud y la enfermedad,
su significación del sexo, su
manejo del tiempo, todo eso
es diferente. Lo que entienden
por diversión es diferente, su
sensibilidad artística es dife-
rente. Y esas diferencias, ¿de
dónde surgen? De sus distin-
tas condiciones vitales, de sus
distintas cotidianidades, ya
que producen su vida y la re-
producen (se organizan fami-
liarmente) con modalidades
distintas. Porque se insertan
de formas diferentes en el pro-
ceso productivo. Y porque re-
ciben una parte diferente de la
producción social.
Entonces, a riesgo de ser
redundantes vamos a insistir
en esta hipótesis e intentar
fundamentarla: que la produc-
ción es la condición de la vida
y en consecuencia es la condi-
ción última de emergencia, de
posibilidad de los procesos
psíquicos, condición última de
la subjetividad.
La producción implicó el es-
tablecimiento de relaciones
direccionales, implicó el esta-
blecimiento de procesos de
comunicación. El tener que
accionar sobre la naturaleza
transformándola en el trabajo,
y en tanto lo hacía con otros,
ya que el hombre no Puede
abordar individualmente la na-
turaleza porque su condición
de supervivencia es el grupo -
de allí decimos que el grupo es
un hecho vigente desde el
comienzo de la historia, aun-
que se haya podido concep-
tualizar el grupo sólo muchos
milenios después-, el tener
que modificar activamente la
naturaleza, primero como re-
colector o como cazador ylue-
go como agricultor y pastor, el
tener que arrancar a la natura-
leza los bienes necesarios pa-
ra la vida, determinó que sur-
gieran, desde la necesidad,
sistemas de comunicación.
Ese animal que trabaja inteli-
gentemente, planificadamente,
el hombre, comienza un desa-
rrollo evolutivo que es cualitati-
vamente diferente de todas las
otras especies. Comienza a
interiorizar sus acciones, es
decir, empiezan a quedar ins-
criptas en él sus experiencias,
transformándose en represen-
tación, en pensamiento, en
lenguaje. Y desde ese asociar-
se, desde ese modificar elme-
dio, se van dando al mismo
tiempo, en forma dialéctica y
en el desarrollo de millones de
años, modificaciones biológi-
cas: la oposición del pulgar y el
desarrollo de la corteza cere-
bral, que es el que haceposible
este nivel de procesos psíqui-
cos.
Cuando decimos -siguiendo a
Piaget- que el pensamiento es
acción interiorizada, hacemos
referencia a que no hay activi-
dad psíquica desvinculada de la
experiencia concreta del sujeto,
es decir, de su práctica, de sus
relaciones reales. Y esto es vá-
lido en lo evolutivo de la espe-
cie y en lo evolutivo individual,
porque este planteo lo hace
Piaget analizando el desarrollo
del pensamiento en el niño.
No hay procesos y contenidos
psíquicos que no estén determi-
nados desde las condiciones
concretas de existencia. Son
las experiencias concretas, la
acción, la práctica, las que de-
terminan la subjetividad, y no
viceversa. Esto en la génesis,
porque una vez que está consti-
tuido el psiquismo hay un inter-
juego entre pensamiento, repre-
sentación y acción. En última
instancia, son las formas de
producción, las experiencias,
las que determinan larepresen-
tación y el pensamiento porque
éstos son experiencia procesa-
da y elaborada.
112
186
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
Este planteo rompe con el mito
de lo "natural", de las condicio-
nes naturales de tales o cuales
sujetos. Uno de los mitos con
mayor significación en lo ideoló-
gico, porque sobre la base de lo
natural se ha justificado la opre-
sión y el relegar a muchos sec-
tores; por ejemplo, los indígenas
podrían ser considerados
"naturalmente" menos inteligen-
tes y menos dotados; las muje-
res y los niños, clases sociales,
etcétera.
Se compara a los chicos de
hace 30 años con los de ahora.
¿Qué se dice? "Son más
despiertos, pero son menos
imagi- nativos". ¿Qué diferencia
hay entre un chico actual y un
chico de hace 30 años? Las
experien- cias que viven son
diferentes. Hay una serie de
informaciones y de experiencias
que no se da- ban antes, por
ejemplo, ese ins- trumento que
es la televisión, el desarrollo de
los medios de comunicación
masiva, el tipo de juguetes, y el
tipo de experien- cia que la
humanidad ha realiza- do y que
los chicos incorporan. Hay gente
que dice: 'Yo cuando era chico
leía y vos no leés". O: "Yo me
arreglaba con un tachi- to . . ." Y
es cierto, había un des- pliegue
imaginativo que no era mayor ni
menor sino diferente, desde
experiencias diferentes. La
lectura hoy está sustituida en
imagen y por la información de
ese medio que es la televisión.
Si decíamos que no hay, ac-
tividad psíquica desvinculada
de la experiencia concreta del
sujeto, un chico de clase popu-
lar que debe ingresar muy
tempranamente al proceso
productivo tiene una mayor
capacidad clasificatoria queun
chico que no trabaja, porque
su experiencia lo lleva a un
proceso de aprendizaje más
acelerado, aunque en otros
aspectos pueda tener diferen-
cias en relación a un chico de
otra clase y de un núcleo urba-
no. O un chico del campo tiene
un manejo diferente del espa-
cio que uno de la ciudad. Dis-
tintas formas de pensamiento
surgen desde distintas expe-
riencias. Pensemos en la ado-
lescencia. ¿Qué es la adoles-
cencia? Es un complejísimo
proceso psicológico, pero está
íntimamente ligado a experien-
cias sociales. Hay organizacio-
nes sociales donde la adoles-
cencia no existe. Hay un pasa-
je de la infancia a la adultez.
Se llega a la pubertad, hay una
maduración biológica y se
ingresa al mundo adulto sin
pasar por esa muy compleja
etapa de transición. Hay cla-
ses sociales donde la adoles-
cencia además es muy dife-
rente. En el campo tiene mati-
ces muy diferentes que en la
ciudad.
Entonces, si son sus condi-
ciones concretas deexistencia
las que determinan a los suje-
tos, quizá pueda entenderse
por qué la Psicología Social se
define como crítica de la vida
cotidiana. ¿Qué es crítica de la
vida cotidiana? Es el análisis
objetivo, científico de esas
condiciones concretas. Es el
análisis de las formas en que
en cada formación social con-
creta se organiza materialmen-
te la experiencia de los suje-
tos, determinándose así el in-
terjuego fundante para la
constitución de la subjetividad,
entre necesidad y satisfacción
vincular social de esa necesi-
dad. Podemos decir que lacrí-
tica de la vida cotidiana es el
análisis del destino de las ne-
cesidades de los hombres en
una estructura social determi-
nada.
Desde allí la Psicología So-
cial se inscribe en la crítica de
la cotidianidad, que es una co-
rriente de pensamiento más
amplia que abarcaría a todas
las ciencias sociales, y se ins-
cribe como crítica del vínculo.
Porque es el vínculo, esa rela-
ción social, elemental y prima-
ria, el ámbito en el que, de for-
ma más inmediata, se mani-
fiestan las necesidades de los
sujetos y cumplen su destino
social de gratificación o frustra-
ción. El vínculo es el ámbito en
el que se actualizan las res-
puestas socialmente pautadas
para las necesidades de los su-
jetos.
No se agota allí la Psicología
Social, porque comprender el
vínculo y comprender al sujeto
implica una comprensión de las
múltiples implicancias que hay
en la relación sujeto-contexto
social. Cuando hacemos un
análisis de la cotidianidad des-
de una perspectiva psicológica
enriquecemos la crítica de lavi-
da cotidiana porque esto nos
permite indagar cuáles son los
mecanismos por los cuales ca-
da sistema social produce los
sujetos que son aptos para su
continuidad y su desarrollo. El
análisis de la vida cotidiana en
una organización social concre-
ta nos permite descubrir el pro-
yecto que subyace y que orga-
niza al proceso de socializa-
ción.
Hasta aquí nos manejamos
con un término que no hemos
aclarado suficientemente en su
sentido específico: ¿qué es co-
tidianidad?, ¿qué es vida coti-
diana? Podemos hacer una pri-
mera aproximación: es el espa-
cio y el tiempo en que se mani-
fiestan en forma inmediata y
directa las relaciones que los
hombres establecen entre sí y
muchísimos aspectos por la 113
187
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
con la naturaleza en función de
sus necesidades, configurándo-
se así lo que hemos denomina-
do sus condiciones concretas de
existencia.
Cotidianidad es la manifesta-
ción inmediata, en un tiempo,
con un ritmo, en un espacio, de
las complejas relaciones socia-
les que regulan la vida de los
hombres en una época histórica
determinada. Trabajar en una
oficina, encender un televisor,
comprar un cassette y escuchar-
lo son acontecimientos de la vi-
da cotidiana que nos permiten
una experiencia directa y frag-
mentada de la complejidad de
las relaciones sociales en las
que estamos inmersos. Estos
hechos no están mostrando en
su complejidad estas relaciones
sino una parte, un aspecto; hay
que investigar para entender lo
que subyace a los hechos coti-
dianos.
A cada época histórica y a ca-
da organización social le corres-
ponde un tipo de vida cotidiana,
ya que en cada época histórica
y en cada organización social se
da distinto tipo de relaciones con
la naturaleza y los otros
hombres. Para el hombre de la
época feudal era natural y coti-
diano, autoevidente, no tenía
por qué ser interrogado, que
parte de su producción -y en
realidad la parte más importan-
te- se entregará a su señor,
porque ¿I era parte de la tierra
que pertenecía a ese señor?El
no era libre de buscar trabajo
en otro territorio y eso lotoma-
ba como un hecho natural, no
requería explicaciones. Era
también un hecho natural que
el señor en muchos sitios ejer-
ciera lo que se llamaba el de-
recho de pernada, el derecho
que tenía el señor feudal de
ser el primero en tener relacio-
nes sexuales con las mujeres
hijas de sus siervos.
Hoy es natural, cotidiano que
cuando un hombre o una mu-
jer necesita dinero ofrece su
trabajo libremente (es decir,
dispone de su posibilidad de
trabajar) a un posible patrón, a
una empresa, el que lo va a
tomar o no de acuerdo a sus
necesidades. Esto es para no-
sotros natural, pertenece a
nuestra cotidianidad, lo toma-
mos como natural y autoevi-
dente, como en una época fue
también natural que hubiera
esclavos y amos.
Podríamos caracterizar tam-
bién la vida cotidiana como un
modo de organización material
y social de la experiencia
humana en un contexto históri-
co-social determinado: en el
esclavismo, en el feudalismo,
en el capitalismo, etcétera.
¿Qué subyace a la vida coti-
diana? Subyacen las relacio-
nes que los hombres guardan
con sus necesidades en cada
organización social. Subyace
el modo del reconocimiento de
las necesidades, cómo se defi-
nen las necesidades, cómo se
codifican, las posibilidades y
las modalidades de satisfacer-
las y las metas que sonsocial-
mente disponibles. Esto es el
secreto y la substancia de la
vida cotidiana.,
Entonces, la vida cotidiana,
eso que parece tan banal, co-
mo manifestación o expresión
inmediata del orden social e
histórico determina, en tanto
está organizando nuestra ex-
periencia, la vida y la historia
de cada uno de nosotros. Es el
horizonte de nuestra experien-
cia, el ámbito y el escenario de
la determinación social de
nuestras necesidades.
¿Cómo experimentamos no-
sotros la vida cotidiana? ¿Qué
hechos la constituyen? En
principio podríamos decir que
la vida cotidiana se manifiesta
como un conjunto heterogé-
neo y multitudinario de
hechos, actos, objetos, relacio-
nes, actividades que se nos
p r e s e n t a n e n f o r m a
"dramática", es decir, como
acción, como mundo en movi-
miento.
Estos hechos, estos objetos
son de muy difícil clasificación,
pero tienen en común que en
ellos toma cuerpo, se manifies-
ta, aunque fragmentariamente,
la organización social de la rela-
ción entre necesidad y satisfac-
ción. Por ejemplo, el que noso-
tros a la mañana, cuando nos
tenemos que vestir, para saber
si hace calor o frío en vez de
salir afuera y mirar prendamos
la radio y nos digan "sensación
térmica tanto" y entonces vea-
mos qué cantidad de ropa nos
ponemos, remite a la manera
en que se articula la relación
necesidad-satisfacción en esta
formación social concreta.
Constituyen la cotidianidad la
familia en que nacimos, la fami-
lia que constituimos, la revista o
el diario que leemos, la televi-
sión, el cine, el teatro, el tipo de
comida que cocinamos, el tipo
de casa en la que habitamos,
las alternativas de la moda, los
medios de transporte, nuestra
economía, el deporte, el arte
que nos emociona, el tipo de
relaciones sexuales quemante-
nemos.
Vida cotidiana es la forma de
desenvolvimiento que adquiere
día tras día nuestra historia indi-
vidual. Implica reiteración siste-
mática de acciones vitales, en
una distribución diaria del tiem-
po, del latín quo tidie que quiere
114
188
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
decir cada día. Por esodecirnos
que cotidianidad es espacio,
tiempo y ritmo.
Se organiza alrededor de la
experiencia, de la acción, del
aquí de mi cuerpo y del ahora de
mi presente. La vida cotidia- na
nos muestra un mundo sub-
jetivo, que yo experimento, pero
a la vez ese mundo es intersub-
jetivo, social y compartido, por-
que es un mundo que vivo con
otros.
Hemos insistido que la vida
cotidiana es predominantemente
experiencia de acción. Podría-
mos decir que en esa particular
organización de tiempo y espa-
cio que es lo cotidiano el modo
de vivir se transforma en un me-
canismo irreflexivo y no cons-
ciente de acción. Vivimos reali-
zando permanentemente accio-
nes sobre las que no nos inter-
rogamos. En la vida cotidiana en
tanto está instalado este meca-
nismo irreflexivo, los fenómenos
que la constituyen no son exa-
minados. Uno de los rasgos de
lo cotidiano es que los hechos
se aceptan como parte de un
todo conocido, autoevidente,
como lo que simplemente es.
Los hechos y fenómenos en los
que nos sumergimos día a día
se nos presentan como algo que
no tiene sentido ni cuestionar ni
problematizar. Quién va a pre-
guntarse por qué comemos este
tipo de comidas, por qué utili-
zamos este tipo de instrumen-
to, por qué vivimos en este tipo
de hábitat. Vivimos senci-
llamente así, sin cuestionarlo.
Esos hechos no requerirían
verificación alguna, constitu-
yen lo real por excelencia.
¿De dónde surge esta valo-
ración de lo cotidiano como lo
autoevidente e incuestiona-
ble? De un sistema social de
representaciones o ideología
que interpreta lo cotidiano y
desde esa forma de interpre-
tarlo como "lo natural" lo encu-
bre y lo vela. Lo distorsiona en
tanto lo muestra Como "la rea-
lidad", como lo que no tiene
sentido alguno cuestionar.
Desde el sistema social de re-
presentaciones se mitifica lo
cotidiano. ¿Por qué? Porque
se oculta -desdedeterminados
intereses- su esencia social,su
carácter de manifestación
concreta de las relaciones so-
ciales.
¿Cómo se da el encubrimien-
to? ¿Cómo se da la distor-
sión? A través de un mecanis-
mo que es típico de la ideolo-
gía dominante: desde la natu-
ralización. La vida cotidiana
constituye desde esa ideolo-
gía, desde el mito, un orden
natural, preestablecido e inmo-
dificable que no debe ser
cuestionado, que no debe ser
interrogado. Nosotros vivimos
lo cotidiano con una familiari-
dad acrítica, con una ilusión de
conocimiento de lo cotidiano
que sólo es desconocimiento.
Lo que nos es familiar, cerca-
no, inmediato, no se constituye
por esa mera cercanía en lo
más conocido. Lo obvio puede
ser lo más desconocido. Des-
de esta familiaridad acrítica es
que no nos interrogamos, por
ejemplo, por el fútbol, la pren-
sa, el consumo, por qué esta
organización familiar y nootra.
Desde allí la apariencia se
identifica con lo real absoluto y
lo esencial suele quedar ocul-
to.
Podríamos decir que en la
cotidianidad las relaciones so-
ciales se manifiestan y se
ocultan. Se manifiestan en los
hechos y se ocultan en la re-
presentación social de los
hechos. Fragmentariamente la
realidad de las relaciones so-
ciales se manifiesta en hechos
concretos, pero la representa-
ción social de esos hechos
como "la realidad absoluta",
"natural", incuestionable", "es
así y no puede ser de otrama-
nera", oculta la verdadera
esencia de esa vida cotidiana.
¿Qué es la crítica de la vida
cotidiana? Crítica en sentido
estricto es un análisis objetivo.
Es analizar un hecho, exami-
narlo; lo que sería opuesto a la
actitud ingenua. Es plantearse
un interpelar a los hechos, un
problematizar a los hechos, aun
a lo obvio. Una consecuencia
de la crítica es la desmitifica-
ción, la ruptura de los mitos, la
superación de ilusiones o ficcio-
nes en relación a los hechos. La
crítica es un interrogar a los
fenómenos y las relaciones, en
la búsqueda de sus leyes inter-
nas, de su esencia.
¿Cómo se realiza la crítica de
la vida cotidiana? En primer lu-
gar, experimentándola, vivién-
dola, ya que la práctica se
constituye como primer momen-
to de todo proceso de conoci-
miento. En segundo término,
estableciendo una ruptura con
la familiaridad acrítica, con el
mito de lo natural, con el siste-
ma de representaciones que la
muestra como lo autoevidente,
lo real por excelencia. Desde la
perspectiva específica de la
Psicología Social la crítica de la
vida cotidiana implicará el estu-
dio de las leyes objetivas que
rigen, en cada formación social
concreta, la emergencia y deco-
dificación de las necesidadesde
los hombres. La organiza- ción
y las modalidades de res-
puesta social y vincular a esas
necesidades en cada estructura
interaccional.
Si bien la familiaridad acrítica
115
189
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
y el mito han acompañado histó-
ricamente a la vida cotidiana,
también es cierto que se ha
planteado históricamente y des-
de distintas modalidades del co-
nocimiento, la crítica de la coti-
dianidad. En particular esto ha
sido realizado desde la ciencia,
el arte y la política.
El arte es una de las formas de
crítica de lo cotidiano. El arte es
una forma de conocimiento, de
exploración y transformación de
la realidad en tanto plantea mo-
dificaciones a aquellos que se
comunican con la obra de arte.
La producción artística alude a
las múltiples formas de la reali-
dad con un código, con un len-
guaje que le es propio y que
provoca en quien se acerca a
esa producción artística un tipo
particular de vivencia que es la
vivencia estética. El arte aludea
lo real y desde su lenguaje parti-
cular ilumina la realidad.
Hay producciones artísticas
que son absolutamente repro-
ductoras del mito de lo natural,
que no exploran la realidad. Pe-
ro hay otras que revelan una
intención exploratoria y desmiti-
ficadora de la vida cotidiana. Se
centran en ciertos hechos de la
vida cotidiana y los esclarecen.
¿Cómo lo hacen? Introducen
una ruptura entre lacotidianidad
y la representación familiar. Ese
arte 'representa a lo cotidiano
de una manera que es contra-
dictoria con esa familiaridad
que encubre. Desde allí deve-
la, desenmascara porque in-
troduce el asombro, los inter-
rogantes, abre un espacio pa-
ra comprender, pensar, re-
flexionar. El artista, en esos
casos, no es descriptivo, sino
que está interpelando a los
hechos.
Chaplin es un modelo de ar-
tista que hace una crítica de la
vida cotidiana. Su personaje
"Carlitos" es un hombre que no
está familiarizado con los
objetos y los valores que todos
los demás consideran natura-
les y evidentes. En Tiempos
modernos arrancamos con esa
imagen inicial que son las ove-
jas subiendo por la escalera
del subterráneo. El trabajo fa-
bril, la línea de montaje. Apa-
rece desde el protagonista el
hombre perdido en el mundo
de la automación. Son imáge-
nes que rompen con la familia-
ridad y nos remiten, reflexiva-
mente, a nuestra vida cotidia-
na. El instrumento crítico de
Chaplin es la imagen visual y
el humor, y desde allí se abre
la posibilidad de reflexión.
En este momento, en la Ar-
gentina, Caloi, a través del
personaje de "Clemente" intro-
duce una crítica de la vida coti-
diana. "Teodoro yCía " es otro
que centrado en el ámbito la-
boral realiza una crítica de la
vida cotidiana. "Las puertitas
del Sr. López". Tato Bores
hace la crítica de -la vida coti-
diana desde una perspectiva
muy particular, pero quizá en
este momento en el programa
lo que tiene mayor efecto de
crítica de la cotidianidad es
ese cierre donde él -disfrazado
de Hamlet- empieza a expla-
yarse en su monólogo y es
apabullado por la voz de un
locutor relatando un gol de
Maradona. Es una excelente
instalación de ruptura de la
familiaridad con algo que es
nuestra experiencia cotidiana y
que podríamos tomarlo como
lo natural y autoevidente.
En el teatro: Brecht, lonesco.
En nuestro país algunas de las
obras de Laferrére. Algunos
sainetes son críticos de la vida
cotidiana.
En la pintura: el surrealismo a
través de la deformación de la
imagen introducía esa ruptu-ra.
El antecedente del surrea-
lismo es leronymus Bosch, un
excelente crítico de la cotidia-
nidad. El jardín de las delicias
es toda una interpretación de
la vida cotidiana de su tiempo.
En la Argentina, José Her-
nández en la primera parte del
Martín Fierro. Atahualpa Yupan-
qui en su obra en general y en
algo particular que es El paya-
dor perseguido. Discépolo, Ma-
ría Elena Walsh, y muchos de
los representantes de lamúsica
progresiva nacional: Sui Géne-
ris, Charly García, León Gieco.
116
190
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
4.– Punto 4.1. artículo C.
4.1. – c. Lefebvre, Henrri, Intro-
ducción a la psicología de la vida
cotidiana, Madrid, Península,
1974, pp. 85-102.
V. Introducción a la psicoso-
ciología de la vida cotidiana *
¿Cómo definir la vida cotidiana?
Nos rodea y nos cerca; en el mis-
mo tiempo y el mismo espacio,
está en nosotros y nosotros en
ella y estamos fuera de ella, tra-
tando sin cesar de proscribirla
para lanzarnos en la ficción y lo
imaginario, nunca seguros de
salirnos de ella, aun en el delirio
del sueño.
Todos la conocemos (y sólo a ella
conocemos) y cada uno de
nosotros la ignora. La historia de
las ideas nos muestra que hom-
bres y pueblos, épocas y civiliza-
ciones, no alcanzan sino en últi-
ma instancia lo que eran en sus
inicios. Para expresar claramente
lo que son, necesitan verlo fuera
de ellos, comparándolo a otras
formas de vida. Algunos llegan
hasta a pretender que una cultu-
ra no se define y no se hace
consciente hasta que se agota,
de tal suerte que la conscien-
cia, esta claridad, llevaría tam-
bién el signo negro del destino.
Sin llegar hasta este punto, ¿no
tiene esto algo de verdadero en
lo que concierne a nuestra vida
cotidiana? Si llegamos a tomar
consciencia de la cotidianidad
¿no es acaso porque la aven-
tura humana la desborda ya? Si
hoy concebimos el mundo
humano, la tierra de los hom-
bres, y la práctica cotidiana,
¿no será porque el hombre y las
técnicas y las posibilidades
sobrepasan ya lo que somos sin
que sepamos dónde se diri-
gen?
¿Qué es, pues, la cotidianidad?
No avanzaremos mucho ni nos
comprometeremos demasiado
diciendo que es la mejor y la
peor de las cosas, como la len-
gua y el lenguaje según Esopo.
La mejor: en la vida cotidiana
entramos en contacto con el
mundo humano ya realizado,
con innumerables objetos pro-
ducidos en lugares lejanos o
escondidos (talleres, fábricas) y
que se convierten en bienes, el
conjunto de estos bienes se
ofrece a las ambiciones y esti-
mula los deseos; algunos de
entre ellos se nos escapan y son
inaccesibles. La ciencia de la
realidad social no puede con-
fundir este campo de experien-
cias con la producción y la dis-
tribución aspectos de la econo-
mía política. Un especialista en
publicidad conoce mejor las
relaciones entre «bienes» y de-
seos que el economista o el
estadístico. Ni la sociología, que
se ocupa de los grupos, ni el
psicólogo, que se interesa por
los individuos, ni siquiera el
psicólogo social, que se pre-
ocupa de opiniones y actitudes,
consiguen captar en toda su
extensión este vasto campo,
que puede ser definido, sin em-
bargo, por una sola palabra:
apropiación (por los seres
humanos, de la vida en gene-
ral, de su propia vida en parti-
cular).
En la vida cotidiana, sector pri-
vilegiado de la práctica, las ne-
cesidades se convierten en de-
seos. Éstos toman forma en
ella, y en ella pasan de biológi-
cos (es decir animales y vita-
les) a humanos. Esta metamor-
fosis se opera a través de du-
ras pruebas; el autocontrol y la
posposición, a veces ilimitada,
de las más legítimas satisfac-
ciones, las de la elección y las
opciones inevitables entre los
objetos posibles del deseo. La
necesidad pasa a través de los
filtros del lenguaje, de las prohi-
biciones y las permisiones ex-
teriores, de las inhibiciones y las
excitaciones, del esfuerzo y el
logro. Las necesidades están
presentes en el lote general de
los humanos: necesidad
sexual, necesidad alimenticia,
necesidad de habitat y vestido,
necesidad de juego y actividad,
etc. Los deseos se individuali-
zan, en función del grupo propio.
La socialización y humanización
de la necesidad van parejas con
la individualización del deseo,
pero no sin conflictos, no sin da-
ños, a veces irreparables. Cada
hombre y cada mujer semejan un
árbol, con ramas torcidas,
muertas, desgajadas, y otras
ramas obstinadamente llenas de
savia.
Riqueza de la cotidianidad: enella
se esbozan las más auténti- cas
creaciones, los estilos y for- mas
de vida que enlazan los gestos y
palabras corrientes con la cultura.
En ella se opera la renovación
incesante de los hombres: el
nacimiento y forma- ción de los
hijos, el empuje de las
generaciones. Un arte, una
imagen, un mito que no entren en
la cotidianidad (en «lo vivi- do»)
permanecen abstractos o
mueren. A la inversa, los más
profundos deseos y las aspira-
ciones más válidas se arraigan y
permanecen en ella.
Miseria y pobreza: la vida coti-
diana es también la repetición de
los mismos gestos, levantarse
por la mañana, preparar el café,
salir, recorrer las calles, las mis-
mas cada mañana, y atravesar
las plazas, las mismas, tomar el
metro, perderse entre la muche-
dumbre, leer el periódico, entrar
117
191
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
por la misma puerta en el mismo
taller o la misma oficina. Innece-
sario continuar. Las mujeres so-
portan aún más que los hombres
el peso de la cotidianidad y bus-
can por eso con más ardor emer-
ger de este entorno gris siguien-
do sin dificultad las ambigüeda-
des y semiensueños: mitad prác-
tica, mitad ficción que les aporta la
prensa femenina o «prensa del
corazón
Miseria. En la vida cotidiana, el
joven que se realiza, que triunfa o
fracasa, pierde su juventud,
madura y envejece; no realiza
más que una parte de las posibi-
lidades del hombre joven; desde
su infancia tiene delante de él la
imagen del hombre que no es
más que una de las varias posibi-
lidades, habiendo perdido las
otras: la imagen del padre.
En la cotidianidad, afrontamos en
el corazón de nuestra vida lo que
los enormes medios de la técnica
moderna no logran dominar, y que
quizás no llegan a dominar si no
es destruyéndolo: espontanei-
dad, ritmos fisiológicos, cuestio-
nes de salud y vitalidad; léase
pasiones y resurgimientos de es-
peranzas ilimitadas. Lo cotidiano
se descubre también como domi-
nio de la suerte y la desgracia, de
la casualidad y el destino y sus
sorprendentes combinacio- nes.
Lo novelesco y lo extraordi- nario
se mezclan en ella con la
trivialidad. Hay que hacer notar
también que desde hace podo
tiempo las técnicas modernas
(las «artes domésticas») se
aplican a lo cotidiano y restrin-
gen los límites del dominio del
hombre. Mil instrumentos,
herramientas tradicionales me-
joradas o artilugios han modifi-
cado la cotidianidad. No le han
arrebatado el carácter repetiti-
vo. El aspirador acelera el tra-
bajo doméstico la mujer que
hace su limpieza no deja de
repetir cada día los mismos
gestos, solamente posee más
tiempo libre. ¿Para hacer qué?
A veces para hacer tonterías o
para aburrirse. La técnica inva-
de la cotidianidad y la cambia
sin metamorfosearla.
No podemos conocer la vida
cotidiana sin efectuar un análi-
sis crítico. En ella se entremez-
clan privaciones y frustraciones
con goces de bienes, necesida-
des convertidas en deseos y
capacidades constantes de pla-
cer o alegría. En la cotidianidad
se mezclan las realizaciones y
lo que ciertos filósofos llaman
las «alienaciones» del ser
humano. La vida cotidiana con-
fronta los posibles Y los imposi-
bles la alegría afronta el dolor y
el aburrimiento. En este sentido
contiene el criterio de lo huma-
no. Ni las actividades excepcio-
nales, arte, ciencia, política, ni
los instantes sublimes, permi-
ten esta medida de la realiza-
ción del hombre.
¿Dónde sorprender la cotidiani-
dad? Contestaremos esta pre-
gunta de manera también apa-
rentemente ambigua: «La sor-
prendemos en todas partes y en
ninguna,» No consiste, ni en la
vida del trabajo, en la empre- sa
o la oficina, ni en la vida fa-miliar
con su entorno y relacio- nes, ni
en las distracciones, el ocio y
sus actividades múlti- ples. Y, al
mismo tiempo, es todo esto, la
vida del ser huma-no que va de
lo uno a lo otro, que se realiza y
Pierde tanto enel trabajo como
en la familia o elocio. El hombre
o la mujer son los mismos
cuando traba- jan, se casan,
educan a sus hijos, van al cine,
salen de va- caciones. Y, sin
embargo, noson exactamente lo
mismo; la
«persona», como se dice, se
diversifica, guardando al mismo
tiempo cierta unidad.
Si se nos exige una definición
precisa de lo cotidiano, empe-
cemos por definirlo negativa-
mente. Si quitamos las activida-
des delimitadas y especializa-
das (técnicas, trabajo parcela-
rio, cultura, ética) y los valores
admitidos, ¿qué nos queda?
Nada, dirán unos, los positivis-
tas, los cientifistas. Todo, a sa-
ber, el ser profundo, la esencia,
la existencia, dirán ciertos filó-
sofos y metafísicos. Nosotros
diremos: «Algo: la substancia
del hombre, la materia humana,
lo que le permite vivir, residuo y
totalidad a un tiempo, sus de-
seos, sus capacidades, sus posi-
bilidades, sus relaciones esen-
ciales con los bienes y los otros
humanos, sus ritmos, a través de
los cuales le es posible pasar de
una actividad delimitada a otra
totalmente distinta, su tiem- po y
su espacio o sus espacios, sus
conflictos...»
Es evidente que la ciencia social
no puede contentarse con una
definición negativa. Advirtamos,
sin embargo, que un movimiento
conflictual, tal como el que trans-
forma la necesidad en deseo,
contiene una especie de eviden-
cia que le es propia. Este movi-
miento ilumina, al mismo tiempo
que trae de la mano, una eluci-
dación, a condición de que sea
captado mediante el análisis y
desarrollado después penetran-
dolo en su totalidad2.
Por ir más lejos, indiquemos rá-
pidamente los determinantes
científicos de la cotidianidad.
Signos y señales pueblan el es-
pacio y el tiempo. Las señales
son simples, precisas, reducidas
al mínimo (verde, rojo, trazo con-
tinuo, trazo discontinuo, etc.), con
frecuencia a sistemas bina- rios.
Las señales dirigen y condi-
cionan los comportamientos. Los
signos son más vagos y comple-
jos; constituyen sistemas abier-
tos. Una palabra es un signo,
pero también lo es una puerta,
118
192
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
una ventana, una corbata, un
vestido, un sombrero, un gesto
como estrechar la mano de al-
guien diciéndole «Buenos días».
La puerta significa una entrada,
un pasillo prohibido a algunos y
abierto para otros, los habitantes
de la casa y sus relaciones.
Mi apartamento está poblado de
objetos funcionales que al mismo
tiempo son signos, colocados en
cierto orden que estudia la
«logística» de la cotidianidad. Las
fuentes y cacerolas en la cocina
significan mis gustos ali-
menticios. La calle está también
repleta de signos; el vestido de
esta mujer significa que va de
paseo y el de esta otra que va a
su trabajo. En la vida cotidiana
sabemos (mejor o peor) traducir al
lenguaje corriente estos siste-mas
complejos de signos. Si no
sabemos traducirlos, si ignora-
mos algo, nos considerarán ra-
ros, o forasteros, o fuera de la
Historia.
Pero esto no es todo. Considere-
mos ahora los monumentos
(Notre-Dame, el Arco de Triunfo,
el Louvre ..), o simplemente una
cara conocida o desconocida. No
podemos compararlos ni a un
sistema de señales como el que
regula la circulación, ni incluso a
los sistemas de signos, enigmáti-
cos, pero rigurosos, de los que se
sirven los matemáticos. No dicen
todo lo que tienen que decirnos: lo
dicen con lentitud y no termi-
nan nunca. Por esta razón los
compararemos a símbolos, ri-
cos de un sentido inagotable.
Los juzgaremos expresivos
además de significativos. De
esta forma, Notre-Dame simbo-
liza la continuidad de París y la
grandeza de una época pasada
y la fe de sus constructores:
resume a un tiempo una con-
cepción del inundo y algunos
siglos de Historia. Rostros. mo-
numentos, símbolos que intro-
ducen profundidad en la vida
cotidiana: presencia del pasado,
actos y dramas individuales o
colectivos, posibilidades mal
determinadas y por tanto más
comprensivas de belleza y
grandeza. En el espectáculo de
lo cotidiano y en la participa-ción
de los individuos en la vidason
nudos, centros, puntos de
penetración a algo más profun-
do que la triviablidad reiterativa,
de la que, sin embargo, no se
separa ni un, ápice. París es:
calles, personas, signos, seña-
les innumerables, y también
símbolos sin los que la presen-
cia de la ciudad, de su pueblo y
de su historia se echaría de
menos. La trivialidad de las se-
ñales, de los signos conocidos y
repetidos, reinaría sin los
símbolos sobre el espacio y el
tiempo privados de lo descono-
cido y de sentido. Se puede
decir otro tanto de Marsella o de
Lila; de un pueblo o de un
paisaje,
Y ahora podemos dar algunas
definiciones científicas:
a) En la cotidianidad se entre-
mezclan sistemas de signos y
señales, a los que se añaden
símbolos que no forman siste-
mas. Se traducen todos en un
sistema parcial y privilegiado a
un tiempo: el lenguaje. El cono-
cimiento crítico de la vida coti-
diana se define como una parte
importante de una ciencia que
llamaremos semántica general.
b) Llamaremos campo semánti-
co total al conjunto más amplio
de significaciones que el len-
guaje (que sólo es una parte del
campo semántico total) se
esfuerza en explorar y busca
igualar. El conocimiento de la
cotidianidad se sitúa, pues, en
este campo. Sobre él se abren
los sectores parciales que se
distinguen (por ejemplo, el se-
ñor X. juzga su profesión abu-
rrida, o decepcionante, o apa-
sionante; por esta apreciación,
motivada o no, coherente o no,
entra en el campo global. El
matrimonio del señor y la seño-
ra Y. es bueno o malo, un logro
o un fracaso, lo que le da un
sentido, etc.).
e) Contrariamente a lo que
piensan algunos «semánticos»,
la significación no agota el
campo semántico; no es sufi-
ciente y no se satisface. No te-
nemos el derecho de olvidar lo
expresivo en beneficio de lo sig-
nificativo. No hay expresión, es
cierto, sin signos y significados
que se esfuercen en decirla, o
sea, en agotarla; pero tampoco
hay significado sin lo expresivo,
que ésta, la expresión, traduce
fijándolo, trivializándolo. Entre los
dos términos existe una uni- dad
y un conflicto (una dialécti- ca). El
sentido resulta de esta relación
móvil entre la expresión y la
significación. Contrariamen- te a
las señales, los símbolos son
oscuros e inagotables; los signos
se desplazan entre la cla- ridad
fija de las señales y la obs-
curidad fascinante de los símbo-
los, de pronto cercanos a la va-
cía claridad, de pronto más cer-
ca de la profundidad incierta.
El campo semántico total une (en
proporciones variables se- gún
los lugares y momentos) la
profundidad simbólica y la clari-
dad de las señales. Los signos (y
especialmente el lenguaje)
permiten decir el sentido.
d) En términos más precisos to-
davía, las señales que dirigen
imperativamente y no enseñan
nada, que se repiten idénticas a
sí mismas, constituyen social-
mente una redundancia. Los
símbolos siempre aportan sor-
presas, novedades, imprevistos,
incluso en su reaparición; sor-
prenden, tienen carácter estéti-
co. Cuando son demasiado nu-
merosos, demasiado ricos, abru-
119
193
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
man y se convierten en: ininteligi-
bles. Los signos (o señales y
símbolos conjuntamente) tienen
un papel informativo.
e) De esta forma se define ante
nosotros el texto social. Éste re-
sulta de la combinación, en pro-
porciones infinitamente variadas,
de los aspectos y elementos
mencionados anteriormente. So-
brecargado de símbolos, cesa de
ser legible por ser demasiado rico.
Reducido a señales, cae en la
trivialidad. Demasiado claro,
resulta tedioso (redundante), re-
iterativo. Un buen texto social es
legible e informativo; sorprende,
pero no demasiado; enseña sin
agobiar. Se comprende fácilmen-
te, sin exceso de trivialidad.
La riqueza del texto social se mi-
de entonces por su variación ac-
cesible: por la riqueza de posibili-
dades que ofrece a los individuos
(que lo descifran y forman parte
de él). Estas posibilidades exigen
opciones, tan numerosas como
aperturas tiene lo posible, pues lo
posible y lo imposible van pa-
rejos; hay que escoger, y lo posi-
ble no escogido deviene imposi-
ble. De esta forma, la gran ciu-
dad ofrece opciones más nume-
rosas que la pequeña ciudad o el
pueblo, es lo que llamamos sus
« s e d u c c i o n e s » , s u s
«tentaciones», sus «llamadas»,
se trate de bienes que ambicio-
nar, de oficios que aprender, de
amigos que frecuentar, de amo-
res que conquistar. La opción y
la duda de escoger acompañan
la multiplicidad de los posibles
que se leen en el texto social.
De ahí, la inquietud inherente a
la cotidianidad más rica, inquie-
tud proporcionada a las solicita-
ciones multiplicadas y a las exi-
gencias de la decisión que
compromete, realiza un posi-
ble, e impide volverse atrás.
Y ahora, ¿cómo emplear estas
nociones teóricas para la des-
cripción, el análisis y exposi-
ción de la vida concreta?
Admitiremos aquí, sin otro exa-
men, una proposición que po-
dríamos comentar y justificar
largamente, lo cual desbordaría
(como ocurre con frecuencia)
los límites que nos hemos fija-
do. Hela aquí: «En la sociedad
que observarnos y de la que
formamos parte, los intermedia-
rios tienen privilegios, a veces
exorbitantes, en detrimento de
lo que tiene más realidad.» Es-
te enunciado, decíamos, se po-
dría comentar largamente. Y sin
embargo, su veracidad di- mana
de la simple experiencia
práctica, casi del sentido co-
mún cotidiano. Quiere decir que,
a nuestro alrededor, los lugares
de paso y encuentro, la calle, el
café, las estaciones, los
estadios, tienen más impor-
tancia e interés en la cotidiani-
dad que los lugares que enla-
zan. No siempre fue así. "En
otro tiempo, la casa o el taller
tenía tanta realidad como la
calle. Los medios de comunica-
ción estaban subordinados a los
hombres, y también los in-
termediarios.
Comencemos por el lenguaje.
Su miseria y su riqueza, su vin-
culación con la cotidianidad, las
comprenderemos por analogía
con el texto social. Procede-
mos, pues, en sentido inverso al
de la mayoría de los
«semánticos», que compren-
den a través del lenguaje lo que
lo desborda, de lo que es sólo
parte. Estos teóricos no parecen
darse siempre cuenta de que
"traducen» a su manera una
crisis, por no decir una en-
fermedad grave del lenguaje. Lo
fetichizan; elaboran una filo-
sofía del discurso y el lenguaje;
¿no será porque el lenguaje -
corriente o especializado- ha
revelado ya sus insuficiencias?
¿No será porque el hombre
moderno duda del lenguaje? El
fetichismo del medio de comu-
nicación ¿no pone ya al descu-
bierto la ausencia de comunica-
ciones, ¿la Incertidumbre ante
la comunicación que no se sabe
muy bien cómo se realiza, ni por
qué, ni a qué nivel?
Pobreza, miseria. El lenguaje
sirve a las trivialidades. Sirve a
la vulgaridad. Se habla de la
lluvia y el buen tiempo, de los
vecinos y amigos, de los niños y
la vida cara, de las aventuras
amorosas y las intrigas de los
arribistas, de la jerarquía y los
tratamientos. Las mismas pala-
bras se repiten, en inútil inter-
cambio. De todas maneras, este
intercambio es significativo. Tes-
timonia las preocupaciones más
generales y al mismo tiempo
cierta necesidad tímida, torpe,
demasiado pudica o demasiado
grosera- de comunicar. Nos en-
contramos aquí en plena
«redundancia» del texto social.
El discurso vulgar reina a sus
anchas.
En la trivialidad, a veces un im-
pulso imprevisto orienta la con-
versación. La gente cuenta su
vida, se confía (no demasiad o,
salvo los infelices, que dan los
palos para que los golpeen, Y lo
hacen un poco para crear lazos,
para atraer otras confidencias; a
veces demasiado, fanfarronean-
do como en el póker). La conver-
sación se anima y se convierte en
juego serio; hay un interlocu- tor
y otro, un desafío, una mez- cla
de confianza y desconfianza, una
apuesta vaga o determina- da.
Entonces las palabras cesan de
estar reducidas a señales, se
convierten en signos y toman
verdadero sentido. Dejan entre-
ver la novela de cada vida. Aflo-
ran locuciones, conocidas, pero
que se cargan de sentido: metá-
foras, imágenes. Aparecen pala-
bras clave con significado sim-
120
194
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
bólico: amor y odio, el padre y la
madre, la infancia y la vejez, el
«en casa» y el "fuera de casa», la
familia y las relaciones. Des- pués
vienen las grandes pala- bras, los
grandes temas, las figu- ras y
valores, generalmente sub-
entendidos, que tienen en la con-
versación el mismo papel que los
monumentos en la ciudad: pro-
verbios ricos en referencias,
nombres propios que aportan
sorprendentes informaciones,
dramatizaciones, figuras de retó-
rica principios, folklore familiar y
social que viene a veces del fon-
do de los tiempos. Entonces la
tertulia, sobrecargada, penosa, se
para. Se convierte en un diá- logo
de sordos, como en la trivia- lidad
extrema, pero en el sentido
contrario, pues es demasiado rica
y abandona las zonas me- dias de
comunicación.
El estudio del lenguaje en la vida
cotidiana no se limita a la rela-
ción «expresión-significación»,de
la que surge el sentido. Hay
también lo que el lenguaje no dice
lo que evita decir, lo que no puede
ni debe decir. Por una par- te, el
discurso está lleno de lagu- nas y
vacíos: por la otra, existe üna
dura realidad, una
«estructura» sólida. Las palabras
y sus cadenas, «reflejos» de los
actos y los objetos, son también
cosas, a su manera. El lenguaje
actúa como un filtro, o como una
red, o como una jaula. Capta los
deseos y les impone la forma
convenida, mientras que los
símbolos estimulan obscura-
mente los deseos (no sin pro-
ducir una «cristalización» con
frecuencia inquietante por su
fijación). Cuando las necesida-
des y deseos no encuentran
palabras para dar consciencia
de sí e intentar su realización
comunicándose, perecen. O se
revuelven.
Consecuencia: de la vida coti-
diana nacen palabras nuevas,
giros (frecuentemente margina-
les con relación al lenguaje ofi-
cial: jerga, locuciones familia-
res). Los deseos rechazados se
abren camino de esta mane- ra
a través de una expresión
indirecta. Tratan de existir so-
cialmente. A partir de la vida
cotidiana, cambian las lenguas y
el lenguaje.
Ocupémonos, ahora, de la ca-
lle. Hablaremos de la calle de
una gran ciudad, y por tanto
trataremos de una calle concu-
rrida, activa, completamente
urbanizada, sin relación alguna
con el campo y la Naturaleza, a
no ser el recuerdo sorprenden-
te que en ella nos traen los ár-
boles, o algunas flores, o el cie-
lo y las nubes deslizándose so-
bre la ciudad. Intermediario muy
privilegiado entre los sec- tores
de lo cotidiano los lugares de
trabajo, la residen- cia, los
lugares de distracción, la calle
representa, en nuestra
sociedad, a la vida cotidiana.
Constituye su escenario casi
completo, su digest, y esto
siendo exterior a las existen-
cias individuales y sociales, o
quizá precisamente por ser ex-
terior. No es nada más que el
lugar de paso, de interferen-
cias, de circulación y de comu-
nicación. Es, pues, todo, o casi
todo: el microcosmos de la mo-
dernidad. Con su apariencia
móvil ofrece públicamente lo
que en otros lugares está es-
condido, poniéndolo en práctica
sobre la escena de un teatrocasi
espontáneo.
La calle se repite y cambia co-
mo la cotidianidad: se reitera en
el cambio incesante de las
gentes, los aspectos, los obje-
tos y las horas. La calle ofrece
un espectáculo y es sólo es-
pectáculo; el que se afana, con
prisa para llegar a su trabajo o a
una cita, no ve este
espectáculo, es un simple extra.
Y la «modernidad», ¿no es
esen- cialmente espectáculo y
espec- tacular, tanto en la calle
como en la televisión, en el cine,
en la radio, en ceremonias y
mani- festaciones varias? El
espectá- culo de la calle,
variable e idén- tico, ofrece sólo
sorpresas limi- tadas, salvo
accidentes (es de- cir, salvo
caso de un accidente, que
provoca inmediatamente una
emoción considerable y
multiplica el interés). Lo sensa-
cional rompe rara vez la mono-
tonía diversa de la calle. La calle
abre ante nuestros ojos un buen
«texto social». Toda clase de
gentes se mezclan en ella. Las
diferencias sensibles y ostento-
sas entre las clases y estratos
sociales han desaparecido. Es-
tas diferencias acentuarían el
pintoresquismo, pero convertirían
pronto en insoportable la abiga-
rrada muchedumbre que circula
por los Campos Elíseos o los
grandes bulevares. Estratos y
clases sociales continúan distin-
guiéndose por medio de múlti-
ples signos imperceptibles a las
miradas poco observadoras.
¿cuántas mujeres saben clasifi-
car a otra mujer con una ojeada,
apreciando sus zapatos, sus me-
dias, su peinado, sus manos y
forma de andar, su vestido o
abrigo? Muchas, y, ciertamente,
más que los hombres y mejor que
los hombres. Saben también
clasificar a los hombres en cate-
gorías convenientes: guapo o
feo, simpático o antipático, rico o
no, inteligente o no, distinguido o
vulgar... En resumen, en la calle,
numerosos instantes de interés
traspasan la indiferencia del es-
pectáculo permanente, en el cual
cada uno deviene especta- dor.
En la calle yo participo. Soy tam-
bién espectáculo, para los de-
más. De buen o mal grado, figu-
ro en el texto social, pequeño
signo familiar, pero quizá ligera-
mente irritante porque es enig-
121
195
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
mático, expresivo. Figuro en élcon
buena o mala consciencia,pasiva
o agresivamente, según mihumor,
mi destino mi situa- ción,
satisfecho si paseo, si ten- go
tiempo por delante, si voy bien
vestido (y los, transeúntes
parecen notarlo), si hace buen
tiempo. Marcho contento o des-
contento, preocupado o divertido,
disgustado o distraído, y mi situa-
ción se revela más claramente,
para mí mismo, desde el momen-
to en que salgo de la oficina, de la
fábrica o de mi casa. Estoy de
nuevo disponible, o bien voy al
trabajo, o me porque me apresu-
ro porque me están esperando.
Mil pequeños psicodramas y so-
ciodramas se desarrollan en la
calle, y los míos en primer lugar.
Desierto superpoblado, la calle
fascina y no obstante no tarda
nunca demasiado en decepcio-
nar. Resume las posibilidades:
espectáculo de lo posible, posibi-
lidades reducidas a un espectá-
culo, mujeres bellas o encanta-
doras, que el paseante no cono-
cerá jamás, mujeres feas o visi-
blemente estúpidas, hombres
agraciados o no, grupos extraños
por extranjeros, ocupaciones o
preocupaciones de las que llevan
las huellas. El humano más dis-
tante se acerca aquí hasta rozar
cada uno de nosotros, en una
diversidad casi inagotable y que
no comprende a nada (salvo en el
caso límite: desfile, pelea, ma-
nifestación política). Demasiado
poblada, la calle convierte en el
lugar de la muchedumbre, y
cada uno se pierde en ella o la
evita. Abandonada, vacía, la
calle resulta atrayente por su
vacío.
La calle ofrece también el es-
pectáculo de todos los bienes
de la tierra, ofrecidos a las mi-
radas y a las ambiciones obje-
tos de los deseos, excitándolos
hasta el frenesí, excitantes por
inaccesibles, inaccesibles para
atizar los deseos. Tras de los
escaparates, los objetos viven
su vida soberana. Allí esperan la
plenitud de su existencia, como
mercancías y valores de
cambio, en su trayecto entre la
producción y el consumo, y rei-
nan en la calle, intermediaria
entre los hombres. En ellas, los
objetos se fetichizan completa-
mente, y este fetichismo se me-
tamorfosea en una especie de
esplendor, que hace que algu-
nas calles (por ejemplo, la calle
Saint-Honoré) se asemejen a
los museos, y los grandes al-
macenes a catedrales. Allí se
realiza el circuito que convierte
la mercancía de objeto desea-
ble y deseado en bien. Por los
objetos y su belleza, su ofrenda
y su rechazo, la calle se con-
vierte en el lugar del sueño más
cercano a lo imaginario, y al
mismo tiempo en el lugar de la
realidad más dura, la del di-
nero y la frustración.
Los hombres y sobre todo las
mujeres, cortejan las cosas en
la calle: las cosas-reinas, las
cosas-hadas que sus adorado-
res transforman en cosas-
fantasmas, tras los escapara-
tes. A través de los objetos y los
goces, posibles e imposi- bles,
el dinero se proclama em-
perador, por encima de estas
realezas.
Desquite de los seres huma-
nos: en sueños o en pensa-
miento, persigue los objetos, los
juzgan. Escogen, en imagi-
nación o en acto. El número de
opciones posibles mide el inte-
rés del espectáculo (no olvide-
mos señalar, sin insistir, que
esta medida –o ironía- puede
presentar forma matemática, y
que tiene leyes, las de la infor-
mación en general).
Espacio y tiempo marcados por
el sello de la riqueza la, avari-
cia, y por tanto de la pobreza y
la privación. La calle, el ir de
compras, el mirar escaparates,
dramatiza las vidas individuales
sin transtornarlas demasiado.
La calle esconde lo desconoci-
do en las tiendas como en el
fondo de los pasillos, o en las
encrucijadas. Este desconocido
sólo conlleva un mínimo de
riesgo. Se reduce casi (no com-
pletamente) a lo conocido. Des-
familiariza, sin desconcertar
demasiado. La aventura espera
en la esquina más próxima, in-
ofensiva salvo, excepciones que,
confirmando la regla, cambian el
sentido: la aventura se abre al
posible más inquietante. No
siempre ocurrió así. La calle me-
dieval contenía peligros y tenta-
ciones brutales. Arrancaba a
burgueses, artesanos y cofrades
de la tranquilidad de sus casas y
de la vida patriarcal. Dios y el
diablo se la disputaban, y se dis-
putaban en ella. Pestilente presa
de bandoleros y truhanes, des-
plegada su truculencia en la sor-
didez. Restif de la Bretonne nos
ha dejado el cuadro de las calles
de París en el apogeo y fin de
este pintoresquismo, hoy lejano,
cuyo eco reencontramos en Ná-
poles o en las ciudades del
Oriente que se ha conservado
asiático.
La calle de pueblo, por su parte,
se mantiene inmersa en la Natu-
raleza. Lugar de tránsito para la
gente y bestias que van de la
casa y el establo a los campos,
se somete a los ritmos del mun-
do, que dominan la vida social y
se someten todavía a los hom-
bres: horas y días, semanas y
meses, estaciones, hacen allá
ley. Y también las estaciones de
la vida, juventud, esponsales,
vejez, entierros, dominadas por
el amo del tiempo más aún que
del espacio: el templo o la igle-
sia, su campana, su campanario.
El café. Dejemos aquí de lado la
historia del café y de los cafés
122
196
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
contentándonos con indicar su
interés tanto para explicar deter-
minadas formas de sociabilidaden
la vida cotidiana como para
comprender la formación de de-
terminados grupos sociales. En la
aparición de la intelligentsia como
grupo, o de la «juventud», en los
siglos XVIII y XIX los cafés
desempeñaron un papel conside-
rable. Para comprenderlo basta
leer a Diderot o Balzac. ¿Es ex-
clusiva de Francia esta
importancia del café? Parece que
en otros países. (Viena y Austria
entre otros) puede encontrarse el
aná- logo; pero en Francia, la
espon- taneidad social, expulsada
de la vida pública por la
burocracia del Estado, y de la vida
privada por el moralista debió
encontrar allá su refugio.
El café, lugar de encuentros lle-
vados hasta la promiscuidad, lu-
gar de la fantasía injertada en la
vida cotidiana, es también el lu-
gar del juego y del discurso por el
discurso. Lleva la marca de su
destino: ambientaciones irrisoria-
mente suntuosas, juegos de es-
pejos multiplicando presencias
algo ilusorias, rincones y recove-
cos preparando escarceos para
intrigas fugaces, laberintos imi-
tando pálidamente el de la vida y
la conciencia. Lo insólito
(adoptando el término de moda en
1960) deviene en él vulgar, y lo
vulgar insólito. ¿No tienen aca- so
más atractivos los antiguos cafés
que los recientes? Lamo-
dernidad, el neón, la crudeza de
las luces, las técnicas y apa-
ratos perfeccionados, no han
aumentado el encanto de estos
lugares. Brutalmente alumbra-
do funcional, perdidos ya los
rincones de sombra y las ban-
quetas de terciopelo gastado,
sedes de jóvenes amores y de
amores culpables, el café mo-
derno ha dejado de simbolizar;
pero significa... ¿qué? La
erranza, el trastorno, la incerti-
dumbre, el malestar de la mo-
dernidad bajo los ojos preten-
ciosos de las máquinas y los
hombres robóts.
Los cafés especializados para
intelectuales, para artistas, pa-
ra jugadores de billar, de aje-
drez o de cartas, no disimula-
ban su atracción, accesible a
todos. Iban desde el «pequeño
café», reservado a los habitua-
les de un barrio, al «gran café»
que reunía muchedumbres. To-
davía se extienden de uno a otro
de estos polos de atrac- ción.
Los elementos estables,
ambientación, camareros, caje-
ras, clientes, ponen en relieve a
los transeúntes; reciben de ellos
una tonalidad que los
transpone, de suerte que lo es-
table se libra (hasta cierto pun-
to) del aburrimiento, y lo insólito
del malestar.
«Las mujeres.» Se puede dis-
cutir interminablemente el sen-
tido exacto de esta denomina-
ción. Algunos le negarán todo
sentido: para éstos, «las muje-
res» no constituyen un grupo
social; pertenecen a grupos, a
clases; se integran a la socie-
dad; las diferencias sexuales
derivarán de la biología más que
del conocimiento de lo real
humano; estas dos palabras,
«las mujeres», disimularían una
intención peyorativa y falsa de
partida, sacándolas de la socie-
dad, traduciendo un prejuicio de
los «hombres». Otros esti- man,
por el contrario, que las
diferencias fisiológicas han de
repercutir forzosamente en la
vida social; que los caracteres
del sexo femenino, y sus fun- ci
o n e s e s p e c í f i c a s
(comenzando por la materni-
dad, función social y fisiológica
a la vez) tienen repercusión en
la totalidad de lo humano. Las
mujeres, según esta tendencia,
tendrán preocupaciones comu-
nes, que hacen de ellas grupo
informal y sin embargo real. A
través de las diferencias socia-
les, naturales o convenciona-
les, se encuentran, se recono-
cen; connivencias, subentendi-
dos, complicidades incluso, las
vinculan, sobre todo contra «los
hombres». El conflicto entre los
sexos, anterior histórica y so-
ciológicamente a las grandes
luchas entre pueblos y clases,
relegado a segundo rango por
estas luchas, no por ello ha
desaparecido.
Sólo el conocimiento crítico de la
cotidianidad da un contenido re-
lativamente preciso a estos tér-
minos (insistamos en la relativi-
dad: el contenido cambia con la
sociedad; no es el mismo en la
sociedad capitalista que en la
socialista... es innecesario sub-
rayarlo de nuevo). La cotidiani-
dad pesa, y con todo su peso,
sobre cada mujer aisladamente y
sobre el conjunto de mujeres.
Ellas experimentan lo más car-
gante, agobiante, gris y reiterati-
vo de la vida cotidiana, tanto en el
trabajo doméstico y en los gestos
exigidos por los niños como en
los trabajos sociales
generalmente inferiores que les
son reservados. En casi todas las
categorías y clases sociales, la
mujer soporta esta carga (salvo
en la gran burguesía y en la
aristocracia, aunque habría que
matizar esta apreciación). El
hecho es que el trabajo femeni-
no no resuelve enteramente los
viejos conflictos como se creía en
un período de evolucionismo,
demasiado optimista. Ni tampo-
co la cultura. Sucede incluso que
el trabajo femenino, o la cultura,
en una palabra, la individualiza-
ción de la personalidad femeni-
na, agravan las situaciones con-
flictuales.
No dramaticemos, no ennegrez-
camos el cuadro. Las mujeres,
abrumadas por la cotidianidad,
han conocido siempre la renova-
ción por la maternidad, el niño y
123
197
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
la infancia. Hoy, el equipamiento
doméstico las libera en parte de
su carga, aunque planteándoles
uno de los mayores problemas de
la «modernidad», el del abu-
rrimiento. Como el trabajo indus-
trial, y el trabajo en general, de-
vienen tan repetitivos como tra-
bajo cotidiano del hogar, la dife-
rencia se atenúa. Es más, la di-
versidad de sus preocupaciones
ahorra a las mujeres parte de las
consecuencias de la división ex-
trema del trabajo que los hom-
bres padecen. Las mujeres, en-
tradas ya en la producción, rigen
el consumo; escogen, lo que se
ha convertido casi en función so-
cial.
El análisis de la cotidianidad per-
mite de este modo comprender
uno de los grandes problemas de
nuestra época: la ambigüedad de
la situación de las mujeres (de la
«condición femenina» como se
dice a veces). Podemos advertir
fácilmente el gran avance de la
mujer hacia un status mejorado,
que podrá sacarla de esta mez-
cla ambigua de sujeciones y su-
perioridades en que se debate.
¿Cual podrá ser su futuro status?
No se ve claro; y muchos hom-
bres juzgan que este avance in-
quietante deja entrever la posibi-
lidad de un nuevo matriarcado,
cuyos síntomas serían ya obser-
vables en las sociedades indus-
triales más desarrolladas. Por otra
parte, este esfuerzo masivo para
salir de la ambigüedad
adopta formas ambiguas, como
testimonia una prensa y una
literatura que se esfuerzan ex-
trañamente en unir el sueño
despierto a la práctica cotidia-
na. Por esta ambigüedad discu-
rren singulares movimientos
dialécticos (es decir, contradic-
ciones sorprendentes). Las mu-
jeres, los elementos más natu-
rales de la vida cotidiana, segu-
ramente asumen al mismo
tiempo la mayor facticidad: la
moda, los modos, el estetismo
más artificioso. Y con frecuen-
cia estas contradicciones, las
satisfacen.
Otro tanto podríamos decir de la
juventud y de los «jóvenes».
Cada joven figura en un grupo,
a su vez insertado en una clase
y en el conjunto social (con las
tensiones y conflictos que opo-
nen el grupo y las clases a los
otros grupos y clases en el se-
no de esta sociedad). Y sin em-
bargo «los jóvenes» tienen sus
necesidades y sus deseos, sus
problemas específicos, sus rei-
vindicaciones, sus aspiracio-
nes. Constituyen un grupo am-
plio, abierto, sin forma ni es-
tructura bien definidas, y sin
embargo real. Con este título
figuran en todos los sectores de
la cotidianidad (el trabajo, la
vida familiar, las distracciones y
ocios), tanto en la clase obrera
como entre los «intelectuales»
considerados como grupo, etc.
Para terminar este digest de la
vida cotidiana, daremos algu-
nas indicaciones sobre los retí-
culos y los filamentos. Constitu-
yen la trama en que se teje la
cotidianidad, trama, en la cual
ésta tiende bordados y orna-
mentos irradiantes u opacos,
nuevos o pasados de moda.
Retículos y filamentos vinculan
a distancia a los pequeños gru-
pos, en apariencia cerrados o
afectados a un territorio: fami-
lias, pueblos, barrios de las ciu-
dades, agrupamientos corpora-
tivos, asociaciones locales.
Retículos, y filamentos no coin-
ciden con los grandes agrupa-
mientos cuyo estudio desborda
el de la cotidianidad: clases,
naciones, sindicatos, partidos. Y
sin embargo, son elementos y
aspectos, de éstos; sitúan los
grandes grupos en la cotidiani-
dad, y recíprocamente. A lo lar-
go de los retículos se transmi-
ten de boca a oído, a veces con
una velocidad asombrosa, pero,
no sin deformaciones y
filtraciones, las noticias y las
apreciaciones. La prensa y la
información habladas duplican a
la prensa escrita y a las infor-
maciones oficializadas; pero los
retículos no excluyen la vía es-
crita: se hacen pasar periódi-
cos, prospectos, programas,
octavillas, al mismo tiempo que
rumores, relatos y habladurías,
interpretaciones. Sociológica-
mente, los grandes partidos
políticos -a través del canal de los
«aparatos» de los dirigentes
locales, de los militantes, miem-
bros y simpatizantes- y también
las Iglesias (a través de los sa-
cerdotes y fieles) y los grandesg
r u p o s e s t r u c t u r a d o s
(francmasonería, sindicatos,etc.),
disponen de retículos. Al igual
que determinados grupos
profesionales; los viajantes de
comercio, los libreros. O al igual
d e t e r m i n a d o s g r u p o s
«informales», como los aficiona-
dos al arte o a los libros de arte.
Hay también otros «retículos»
más extraños, por ejemplo, los
homosexuales. Pero «los jóve-
nes», «los niños», e incluso «las
mujeres», tienen normalmente
retículos, a veces cómodos, a
veces intrincados, cuyas mallas o
nudos se sitúan en este co-
merciante, o aquel «líder», o en
aquel otro lugar menos accesible
a los profanos. Puede ocurrir que,
de grupo de comunicación e
información, un retículo se
transforme en grupo de presión,
sin por ello perder su vínculo con
la cotidianidad y su función de
canal entre lo cotidiano y lo no
cotidiano.
Los filamentos difieren de los
retículos en que vehiculán per-
sonas y no solamente «ruidos»,
informaciones y rumores. A tra-
vés de estos filamentos, los jó-
venes encuentran lugares entran
en un oficio, acuden del campo a
la ciudad. Con su ayuda, se pue-
124
200
ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM
de descubrir el artesano que nos
reparará este objeto, el librero qué
tiene esta u otra obra, el mé- dico
o él abogados convenientes. A lo
largo de los filamentos se
prosiguen ascensiones sociales;
ascensiones que abren camino al
éxito o al fracaso. Al nivel de la
cotidianidad, éstos soportan las
relaciones formales y represen-
tan las instancias: la burocracia, la
organización económica, la
aplicación de los reglamentos y
las leyes, las vinculaciones entre
la ciudad y el campo. entre París
y la provincia entre el país y el
extranjero. Desempeñan un pa-
pel importante en la «movilidad
social». En el nivel de lo «vivido»
cotidiano, introducen perspecti-
vas más amplias. Es raro que un
individuo, por aislado que parez-
ca, no sea miembro de un retícu-
lo o un filamento, a menudo sin
saberlo. La mayor parte de la
gente participa en varios de es-
tos grupos «informales».
Detengamos aquí este breve in-
ventarío de la cotidianidad. Para
comprenderla hemos recurrido a
una noción célebre y obscura, la
de alienación.
Toda actividad viva y consciente
que se pierde, se extravía, se deja
arrancar de sí misma, y por
consiguiente se aparta de su ple-
nitud, está alienada.
El estudio de la vida cotidiana
obliga a los filósofos a flexibilizar
y concretizar esta noción. Alie-
nación y desalienación se en-
tremezclan, lejos de excluirse.
Lo que libera y «desaliena» en
relación a una actividad ya alie-
n a d a P u e d e r e s u l t a r
«alienante», y, en
consecuencia, e x i g i r
o t r as «desalienaciones». Yasí
suce- sivamente, en un
movimiento dialéctico, es decir,
hecho de contradicciones
siempre resuel- tas y siempre
renacientes.
De este modo, el ocio libera y
«desaliena» en relación al tra-
bajo parcelario y abrumador,
pero conlleva sus propias alie-
naciones, por ejemplo, la pasivi-
dad y la no participación en el
espectáculo (televisión, cine) o
la f ac ticidadd de las
«sociedades de ocio», clubs y
poblados de vacaciones que
pretenden reencontrar la Natu-
raleza. De este modo, los siste-
mas de señales que se acumu-
lan alrededor de nosotros facili-
tan la práctica cotidiana y la
ensanchan; al mismo tiempo
condicionan los comportamien-
tos, los someten a una discipli-
na exorbitante y transforman a
los humanos en robóts;
«cibernetizan» la cotidianidad,
cargada ya de significaciones
redundantes y repetitivas; y si
bien permiten actividades más
variadas que antaño, privilegian
las actividades intermediarias,
la circulación, la comunicación
de masas; alienan la vida y el
deseo de escapar de la tiranía
de las señales abstractas, y sin
duda, no por temor al estetismo
(igualmente abstracto) que im-
pera en el mundo moderno. En
cuanto a los símbolos más pro-
fundos, liberan de la abstrac-
ción, atraen fascinan, alienan.
En la cotidianidad familiar, el
padre representa la vida más
amplia, más realizada, más in-
sertada en la práctica social. El
niño le imita; de este modo
traspasa la infancia y se libera
de ella. De todos los posibles, la
«realización del padre» sólo
realiza uno. Al mismo tiempo
que la imagen de la vida aporta
la imagen de la mutilación; con
la desalienación, ha aportado la
alienación, y a la inversa.
Nota.
2. Consideremos, por ejemplo,
la «necesidad» de fumar. No
guarda ninguna relación con
una necesidad fisiológica (si
excluimos, en último término, la
necesidad general de estimu-
lantes y excitantes que manten-
gan el organismo en estado de
«vigilancia»). Muy probable-
mente el uso del tabaco provo-
ca desórdenes orgánicos. Pue-
de, pues, llamársele «ficticio» o
«antinatural». Y sin, embargo se
convierte en deseo intenso y
constante que asume caracte-
rísticas de necesidad vital, a pe-
sar de las advertencias en co-
ntra, los peligros, el gasto.
125

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LA PSICOLOGIA SOCIAL COMO CRITICA DE LA VIDA COTIDIANA

  • 1. 184 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM Los procesos de la vida cotidiana. Punto 4.1. artículo B. Quiroga Ana P. de y Josefina Racedo, “La psicología social como crítica de la vida cotidia- na”, en: Crítica de la vida coti- diana, Ediciones Cinco, Buenos Aires 1990, pp. 7-14. LA PSICOLOGIA SOCIAL COMO CRITICA DE LA VIDA COTIDIANA ANA P. DE QUIROGA Clase dictada en 1981 La línea que vamos a comen- zar a desarrollar es: la Psicolo- gía Social como crítica de la vi- da cotidiana; la Psicología So- cial como análisis de nosotros, sujetos, en nuestras condiciones concretas de existencia. El pensamiento de Pichon- Riviére se inscribe en una co- rriente que plantea que el punto de partida de toda ciencia so- cial, y de toda reflexión psicoló- gica en consecuencia, nopuede ser otro que los hombres con- cretos. El primer objeto de la reali- dad a explorar -desde esta perspectiva- son los sujetos de los procesos psíquicos, los sujetos del comportamiento, los hombres inmersos en lo que es su vida cotidiana, loque constituye sus condicio- nes concretas de existencia: un hábitat, un espacio, una organización social determina- da, una determinada estructu- ra familiar, una determinada modalidad de producir, una cultura. ¿Qué es lo más inmediato,lo más concreto y lo más esen- cial para nosotros, sujetos del comportamiento, sujetos delos procesos psíquicos? Que somos seres vivos, y en con- secuencia seres de necesida- des en un intercambio perma- nente con el medio. La carac- terística del ser vivo es estar incluido en una unidad indiso- luble con el contexto o medio. Esta es una ley general para todo organismo vivo, ya sea una ameba o un mamífero. Pero al hablar de los sujetos de esos muy complejos proce- sos a los que llamamos psi- quismo, al hablar del sujeto de la representación, del sujeto del pensamiento o del sujeto del lenguaje, al hablar de aquel que construye su subje- tividad, su interioridad, como un mundo, como un sistema que reconstruye fantaseada- mente la realidad externa, al hablar de aquel ser que puede elaborar teorías científicas, que puede conocer y transfor- mar la realidad externa e inter- na, es decir, al hablar delsuje- to humano, estamos hablando de un ser que posee una orga- nización biológica particular a la que llegó en un proceso evolutivo. ¿Qué determina esa organización biológica que nos es propia como seres huma- nos? Que nuestra vida, nues- tra existencia material depen- da de que establezcamos rela- ciones con otros hombres y con la naturaleza. La forma particular que en el ser huma- no -como ser vivo- revite la relación organismo-medio le implica relacionarse a partirde necesidades primarias (por ejemplo, el alimento, el abrigo, la sexualidad) para que coope- rando se actúe sobre la natu- raleza por medio deltrabajo. ¿Qué es el trabajo? Es una acción previamente planificada y social. Esto es lo que hace distinto al trabajo humano del trabajo animal. Porque hay animales que realizan un tra- bajo (las abejas, las hormigas, las arañas, etc.), pero ese tra- bajo no es previamente dise- ñado sino que es instintivo, me- cánico. En el hombre eso es diferente. Hay una estrategia de trabajo que se diseña previa- mente en la mente de quien tra- baja. En ese operar sobre la natura- leza se producen los objetos destinados a satisfacer las ne- cesidades vitales. Dicho deotra manera, el hecho másesencial, más inmediato y más significati- vo de lo humano, y lo que en consecuencia se constituye en el punto de partida de toda ciencia del hombre, es que hoy -como en el comienzo de lahis- toria- los hombres producen y reproducen su vida en una do- ble relación: con la naturaleza y con los otros hombres. Y la pro- ducen a partir de una acción planificada y consciente a la que se denomina trabajo. ¿Por qué este es el punto de partida necesario de toda cien- cia del hombre? Porque este hecho inmediato y esencial que es constitutivo de lo humano, es también el más eficaz, el más determinante por la importancia y complejidad de susefectos. La producción social de la vi- da, en esa doble relación con los otros hombres y con la natu- raleza, no sólo determina la vi- da en su posibilidad, sino que la determina en sus formas. Las 111
  • 2. 185 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM formas concretas que reviste nuestra vida están directamente relacionadas con las modalida- des o con las formas en que la existencia material se produce y reproduce. ¿Qué determina las for- mas de nuestra vida? El qué producimos, el cómo produci- mos, con qué medios, qué ins- trumentos utilizamos. Cómo nos insertamos en el proceso pro- ductivo, cómo se distribuye so- cialmente lo que socialmente se produce. Y qué relación guarda lo que se produce y el cómo se distribuye lo que se produce con las necesidades de los hombres que constituyen una organiza- ción social. Vamos a tomar un ejemplo pa- ra ver de qué manera la forma en que se produce, lo que se produce, los instrumentos y el cómo se distribuye determinan formas de vida. Pensemos en un indio mapuche. Un indio ma- puche vive en comunidad en la zona de la precordillera. ¿Qué produce normalmente? Suele ser pastor o tejedor. Si es teje- dor, un telar rústico, muy primiti- vo, es su instrumento de pro- ducción. Pensemos en un técni- co de la empresa Ford, en un diseñador de máquinas electró- nicas, un obrero textil de una gran planta de Buenos Aires, o un pelador de caña en Tucu- mán. Todos estos sujetos, pro- ductores, forman parte de un mismo pueblo, son todos ar- gentinos de una misma forma- ción histórico-social, sin em- bargo su interpretación de la realidad, sus emociones, sus pautas de conducta, su posi- ción ante la vida y la muerte, ante la salud y la enfermedad, su significación del sexo, su manejo del tiempo, todo eso es diferente. Lo que entienden por diversión es diferente, su sensibilidad artística es dife- rente. Y esas diferencias, ¿de dónde surgen? De sus distin- tas condiciones vitales, de sus distintas cotidianidades, ya que producen su vida y la re- producen (se organizan fami- liarmente) con modalidades distintas. Porque se insertan de formas diferentes en el pro- ceso productivo. Y porque re- ciben una parte diferente de la producción social. Entonces, a riesgo de ser redundantes vamos a insistir en esta hipótesis e intentar fundamentarla: que la produc- ción es la condición de la vida y en consecuencia es la condi- ción última de emergencia, de posibilidad de los procesos psíquicos, condición última de la subjetividad. La producción implicó el es- tablecimiento de relaciones direccionales, implicó el esta- blecimiento de procesos de comunicación. El tener que accionar sobre la naturaleza transformándola en el trabajo, y en tanto lo hacía con otros, ya que el hombre no Puede abordar individualmente la na- turaleza porque su condición de supervivencia es el grupo - de allí decimos que el grupo es un hecho vigente desde el comienzo de la historia, aun- que se haya podido concep- tualizar el grupo sólo muchos milenios después-, el tener que modificar activamente la naturaleza, primero como re- colector o como cazador ylue- go como agricultor y pastor, el tener que arrancar a la natura- leza los bienes necesarios pa- ra la vida, determinó que sur- gieran, desde la necesidad, sistemas de comunicación. Ese animal que trabaja inteli- gentemente, planificadamente, el hombre, comienza un desa- rrollo evolutivo que es cualitati- vamente diferente de todas las otras especies. Comienza a interiorizar sus acciones, es decir, empiezan a quedar ins- criptas en él sus experiencias, transformándose en represen- tación, en pensamiento, en lenguaje. Y desde ese asociar- se, desde ese modificar elme- dio, se van dando al mismo tiempo, en forma dialéctica y en el desarrollo de millones de años, modificaciones biológi- cas: la oposición del pulgar y el desarrollo de la corteza cere- bral, que es el que haceposible este nivel de procesos psíqui- cos. Cuando decimos -siguiendo a Piaget- que el pensamiento es acción interiorizada, hacemos referencia a que no hay activi- dad psíquica desvinculada de la experiencia concreta del sujeto, es decir, de su práctica, de sus relaciones reales. Y esto es vá- lido en lo evolutivo de la espe- cie y en lo evolutivo individual, porque este planteo lo hace Piaget analizando el desarrollo del pensamiento en el niño. No hay procesos y contenidos psíquicos que no estén determi- nados desde las condiciones concretas de existencia. Son las experiencias concretas, la acción, la práctica, las que de- terminan la subjetividad, y no viceversa. Esto en la génesis, porque una vez que está consti- tuido el psiquismo hay un inter- juego entre pensamiento, repre- sentación y acción. En última instancia, son las formas de producción, las experiencias, las que determinan larepresen- tación y el pensamiento porque éstos son experiencia procesa- da y elaborada. 112
  • 3. 186 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM Este planteo rompe con el mito de lo "natural", de las condicio- nes naturales de tales o cuales sujetos. Uno de los mitos con mayor significación en lo ideoló- gico, porque sobre la base de lo natural se ha justificado la opre- sión y el relegar a muchos sec- tores; por ejemplo, los indígenas podrían ser considerados "naturalmente" menos inteligen- tes y menos dotados; las muje- res y los niños, clases sociales, etcétera. Se compara a los chicos de hace 30 años con los de ahora. ¿Qué se dice? "Son más despiertos, pero son menos imagi- nativos". ¿Qué diferencia hay entre un chico actual y un chico de hace 30 años? Las experien- cias que viven son diferentes. Hay una serie de informaciones y de experiencias que no se da- ban antes, por ejemplo, ese ins- trumento que es la televisión, el desarrollo de los medios de comunicación masiva, el tipo de juguetes, y el tipo de experien- cia que la humanidad ha realiza- do y que los chicos incorporan. Hay gente que dice: 'Yo cuando era chico leía y vos no leés". O: "Yo me arreglaba con un tachi- to . . ." Y es cierto, había un des- pliegue imaginativo que no era mayor ni menor sino diferente, desde experiencias diferentes. La lectura hoy está sustituida en imagen y por la información de ese medio que es la televisión. Si decíamos que no hay, ac- tividad psíquica desvinculada de la experiencia concreta del sujeto, un chico de clase popu- lar que debe ingresar muy tempranamente al proceso productivo tiene una mayor capacidad clasificatoria queun chico que no trabaja, porque su experiencia lo lleva a un proceso de aprendizaje más acelerado, aunque en otros aspectos pueda tener diferen- cias en relación a un chico de otra clase y de un núcleo urba- no. O un chico del campo tiene un manejo diferente del espa- cio que uno de la ciudad. Dis- tintas formas de pensamiento surgen desde distintas expe- riencias. Pensemos en la ado- lescencia. ¿Qué es la adoles- cencia? Es un complejísimo proceso psicológico, pero está íntimamente ligado a experien- cias sociales. Hay organizacio- nes sociales donde la adoles- cencia no existe. Hay un pasa- je de la infancia a la adultez. Se llega a la pubertad, hay una maduración biológica y se ingresa al mundo adulto sin pasar por esa muy compleja etapa de transición. Hay cla- ses sociales donde la adoles- cencia además es muy dife- rente. En el campo tiene mati- ces muy diferentes que en la ciudad. Entonces, si son sus condi- ciones concretas deexistencia las que determinan a los suje- tos, quizá pueda entenderse por qué la Psicología Social se define como crítica de la vida cotidiana. ¿Qué es crítica de la vida cotidiana? Es el análisis objetivo, científico de esas condiciones concretas. Es el análisis de las formas en que en cada formación social con- creta se organiza materialmen- te la experiencia de los suje- tos, determinándose así el in- terjuego fundante para la constitución de la subjetividad, entre necesidad y satisfacción vincular social de esa necesi- dad. Podemos decir que lacrí- tica de la vida cotidiana es el análisis del destino de las ne- cesidades de los hombres en una estructura social determi- nada. Desde allí la Psicología So- cial se inscribe en la crítica de la cotidianidad, que es una co- rriente de pensamiento más amplia que abarcaría a todas las ciencias sociales, y se ins- cribe como crítica del vínculo. Porque es el vínculo, esa rela- ción social, elemental y prima- ria, el ámbito en el que, de for- ma más inmediata, se mani- fiestan las necesidades de los sujetos y cumplen su destino social de gratificación o frustra- ción. El vínculo es el ámbito en el que se actualizan las res- puestas socialmente pautadas para las necesidades de los su- jetos. No se agota allí la Psicología Social, porque comprender el vínculo y comprender al sujeto implica una comprensión de las múltiples implicancias que hay en la relación sujeto-contexto social. Cuando hacemos un análisis de la cotidianidad des- de una perspectiva psicológica enriquecemos la crítica de lavi- da cotidiana porque esto nos permite indagar cuáles son los mecanismos por los cuales ca- da sistema social produce los sujetos que son aptos para su continuidad y su desarrollo. El análisis de la vida cotidiana en una organización social concre- ta nos permite descubrir el pro- yecto que subyace y que orga- niza al proceso de socializa- ción. Hasta aquí nos manejamos con un término que no hemos aclarado suficientemente en su sentido específico: ¿qué es co- tidianidad?, ¿qué es vida coti- diana? Podemos hacer una pri- mera aproximación: es el espa- cio y el tiempo en que se mani- fiestan en forma inmediata y directa las relaciones que los hombres establecen entre sí y muchísimos aspectos por la 113
  • 4. 187 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM con la naturaleza en función de sus necesidades, configurándo- se así lo que hemos denomina- do sus condiciones concretas de existencia. Cotidianidad es la manifesta- ción inmediata, en un tiempo, con un ritmo, en un espacio, de las complejas relaciones socia- les que regulan la vida de los hombres en una época histórica determinada. Trabajar en una oficina, encender un televisor, comprar un cassette y escuchar- lo son acontecimientos de la vi- da cotidiana que nos permiten una experiencia directa y frag- mentada de la complejidad de las relaciones sociales en las que estamos inmersos. Estos hechos no están mostrando en su complejidad estas relaciones sino una parte, un aspecto; hay que investigar para entender lo que subyace a los hechos coti- dianos. A cada época histórica y a ca- da organización social le corres- ponde un tipo de vida cotidiana, ya que en cada época histórica y en cada organización social se da distinto tipo de relaciones con la naturaleza y los otros hombres. Para el hombre de la época feudal era natural y coti- diano, autoevidente, no tenía por qué ser interrogado, que parte de su producción -y en realidad la parte más importan- te- se entregará a su señor, porque ¿I era parte de la tierra que pertenecía a ese señor?El no era libre de buscar trabajo en otro territorio y eso lotoma- ba como un hecho natural, no requería explicaciones. Era también un hecho natural que el señor en muchos sitios ejer- ciera lo que se llamaba el de- recho de pernada, el derecho que tenía el señor feudal de ser el primero en tener relacio- nes sexuales con las mujeres hijas de sus siervos. Hoy es natural, cotidiano que cuando un hombre o una mu- jer necesita dinero ofrece su trabajo libremente (es decir, dispone de su posibilidad de trabajar) a un posible patrón, a una empresa, el que lo va a tomar o no de acuerdo a sus necesidades. Esto es para no- sotros natural, pertenece a nuestra cotidianidad, lo toma- mos como natural y autoevi- dente, como en una época fue también natural que hubiera esclavos y amos. Podríamos caracterizar tam- bién la vida cotidiana como un modo de organización material y social de la experiencia humana en un contexto históri- co-social determinado: en el esclavismo, en el feudalismo, en el capitalismo, etcétera. ¿Qué subyace a la vida coti- diana? Subyacen las relacio- nes que los hombres guardan con sus necesidades en cada organización social. Subyace el modo del reconocimiento de las necesidades, cómo se defi- nen las necesidades, cómo se codifican, las posibilidades y las modalidades de satisfacer- las y las metas que sonsocial- mente disponibles. Esto es el secreto y la substancia de la vida cotidiana., Entonces, la vida cotidiana, eso que parece tan banal, co- mo manifestación o expresión inmediata del orden social e histórico determina, en tanto está organizando nuestra ex- periencia, la vida y la historia de cada uno de nosotros. Es el horizonte de nuestra experien- cia, el ámbito y el escenario de la determinación social de nuestras necesidades. ¿Cómo experimentamos no- sotros la vida cotidiana? ¿Qué hechos la constituyen? En principio podríamos decir que la vida cotidiana se manifiesta como un conjunto heterogé- neo y multitudinario de hechos, actos, objetos, relacio- nes, actividades que se nos p r e s e n t a n e n f o r m a "dramática", es decir, como acción, como mundo en movi- miento. Estos hechos, estos objetos son de muy difícil clasificación, pero tienen en común que en ellos toma cuerpo, se manifies- ta, aunque fragmentariamente, la organización social de la rela- ción entre necesidad y satisfac- ción. Por ejemplo, el que noso- tros a la mañana, cuando nos tenemos que vestir, para saber si hace calor o frío en vez de salir afuera y mirar prendamos la radio y nos digan "sensación térmica tanto" y entonces vea- mos qué cantidad de ropa nos ponemos, remite a la manera en que se articula la relación necesidad-satisfacción en esta formación social concreta. Constituyen la cotidianidad la familia en que nacimos, la fami- lia que constituimos, la revista o el diario que leemos, la televi- sión, el cine, el teatro, el tipo de comida que cocinamos, el tipo de casa en la que habitamos, las alternativas de la moda, los medios de transporte, nuestra economía, el deporte, el arte que nos emociona, el tipo de relaciones sexuales quemante- nemos. Vida cotidiana es la forma de desenvolvimiento que adquiere día tras día nuestra historia indi- vidual. Implica reiteración siste- mática de acciones vitales, en una distribución diaria del tiem- po, del latín quo tidie que quiere 114
  • 5. 188 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM decir cada día. Por esodecirnos que cotidianidad es espacio, tiempo y ritmo. Se organiza alrededor de la experiencia, de la acción, del aquí de mi cuerpo y del ahora de mi presente. La vida cotidia- na nos muestra un mundo sub- jetivo, que yo experimento, pero a la vez ese mundo es intersub- jetivo, social y compartido, por- que es un mundo que vivo con otros. Hemos insistido que la vida cotidiana es predominantemente experiencia de acción. Podría- mos decir que en esa particular organización de tiempo y espa- cio que es lo cotidiano el modo de vivir se transforma en un me- canismo irreflexivo y no cons- ciente de acción. Vivimos reali- zando permanentemente accio- nes sobre las que no nos inter- rogamos. En la vida cotidiana en tanto está instalado este meca- nismo irreflexivo, los fenómenos que la constituyen no son exa- minados. Uno de los rasgos de lo cotidiano es que los hechos se aceptan como parte de un todo conocido, autoevidente, como lo que simplemente es. Los hechos y fenómenos en los que nos sumergimos día a día se nos presentan como algo que no tiene sentido ni cuestionar ni problematizar. Quién va a pre- guntarse por qué comemos este tipo de comidas, por qué utili- zamos este tipo de instrumen- to, por qué vivimos en este tipo de hábitat. Vivimos senci- llamente así, sin cuestionarlo. Esos hechos no requerirían verificación alguna, constitu- yen lo real por excelencia. ¿De dónde surge esta valo- ración de lo cotidiano como lo autoevidente e incuestiona- ble? De un sistema social de representaciones o ideología que interpreta lo cotidiano y desde esa forma de interpre- tarlo como "lo natural" lo encu- bre y lo vela. Lo distorsiona en tanto lo muestra Como "la rea- lidad", como lo que no tiene sentido alguno cuestionar. Desde el sistema social de re- presentaciones se mitifica lo cotidiano. ¿Por qué? Porque se oculta -desdedeterminados intereses- su esencia social,su carácter de manifestación concreta de las relaciones so- ciales. ¿Cómo se da el encubrimien- to? ¿Cómo se da la distor- sión? A través de un mecanis- mo que es típico de la ideolo- gía dominante: desde la natu- ralización. La vida cotidiana constituye desde esa ideolo- gía, desde el mito, un orden natural, preestablecido e inmo- dificable que no debe ser cuestionado, que no debe ser interrogado. Nosotros vivimos lo cotidiano con una familiari- dad acrítica, con una ilusión de conocimiento de lo cotidiano que sólo es desconocimiento. Lo que nos es familiar, cerca- no, inmediato, no se constituye por esa mera cercanía en lo más conocido. Lo obvio puede ser lo más desconocido. Des- de esta familiaridad acrítica es que no nos interrogamos, por ejemplo, por el fútbol, la pren- sa, el consumo, por qué esta organización familiar y nootra. Desde allí la apariencia se identifica con lo real absoluto y lo esencial suele quedar ocul- to. Podríamos decir que en la cotidianidad las relaciones so- ciales se manifiestan y se ocultan. Se manifiestan en los hechos y se ocultan en la re- presentación social de los hechos. Fragmentariamente la realidad de las relaciones so- ciales se manifiesta en hechos concretos, pero la representa- ción social de esos hechos como "la realidad absoluta", "natural", incuestionable", "es así y no puede ser de otrama- nera", oculta la verdadera esencia de esa vida cotidiana. ¿Qué es la crítica de la vida cotidiana? Crítica en sentido estricto es un análisis objetivo. Es analizar un hecho, exami- narlo; lo que sería opuesto a la actitud ingenua. Es plantearse un interpelar a los hechos, un problematizar a los hechos, aun a lo obvio. Una consecuencia de la crítica es la desmitifica- ción, la ruptura de los mitos, la superación de ilusiones o ficcio- nes en relación a los hechos. La crítica es un interrogar a los fenómenos y las relaciones, en la búsqueda de sus leyes inter- nas, de su esencia. ¿Cómo se realiza la crítica de la vida cotidiana? En primer lu- gar, experimentándola, vivién- dola, ya que la práctica se constituye como primer momen- to de todo proceso de conoci- miento. En segundo término, estableciendo una ruptura con la familiaridad acrítica, con el mito de lo natural, con el siste- ma de representaciones que la muestra como lo autoevidente, lo real por excelencia. Desde la perspectiva específica de la Psicología Social la crítica de la vida cotidiana implicará el estu- dio de las leyes objetivas que rigen, en cada formación social concreta, la emergencia y deco- dificación de las necesidadesde los hombres. La organiza- ción y las modalidades de res- puesta social y vincular a esas necesidades en cada estructura interaccional. Si bien la familiaridad acrítica 115
  • 6. 189 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM y el mito han acompañado histó- ricamente a la vida cotidiana, también es cierto que se ha planteado históricamente y des- de distintas modalidades del co- nocimiento, la crítica de la coti- dianidad. En particular esto ha sido realizado desde la ciencia, el arte y la política. El arte es una de las formas de crítica de lo cotidiano. El arte es una forma de conocimiento, de exploración y transformación de la realidad en tanto plantea mo- dificaciones a aquellos que se comunican con la obra de arte. La producción artística alude a las múltiples formas de la reali- dad con un código, con un len- guaje que le es propio y que provoca en quien se acerca a esa producción artística un tipo particular de vivencia que es la vivencia estética. El arte aludea lo real y desde su lenguaje parti- cular ilumina la realidad. Hay producciones artísticas que son absolutamente repro- ductoras del mito de lo natural, que no exploran la realidad. Pe- ro hay otras que revelan una intención exploratoria y desmiti- ficadora de la vida cotidiana. Se centran en ciertos hechos de la vida cotidiana y los esclarecen. ¿Cómo lo hacen? Introducen una ruptura entre lacotidianidad y la representación familiar. Ese arte 'representa a lo cotidiano de una manera que es contra- dictoria con esa familiaridad que encubre. Desde allí deve- la, desenmascara porque in- troduce el asombro, los inter- rogantes, abre un espacio pa- ra comprender, pensar, re- flexionar. El artista, en esos casos, no es descriptivo, sino que está interpelando a los hechos. Chaplin es un modelo de ar- tista que hace una crítica de la vida cotidiana. Su personaje "Carlitos" es un hombre que no está familiarizado con los objetos y los valores que todos los demás consideran natura- les y evidentes. En Tiempos modernos arrancamos con esa imagen inicial que son las ove- jas subiendo por la escalera del subterráneo. El trabajo fa- bril, la línea de montaje. Apa- rece desde el protagonista el hombre perdido en el mundo de la automación. Son imáge- nes que rompen con la familia- ridad y nos remiten, reflexiva- mente, a nuestra vida cotidia- na. El instrumento crítico de Chaplin es la imagen visual y el humor, y desde allí se abre la posibilidad de reflexión. En este momento, en la Ar- gentina, Caloi, a través del personaje de "Clemente" intro- duce una crítica de la vida coti- diana. "Teodoro yCía " es otro que centrado en el ámbito la- boral realiza una crítica de la vida cotidiana. "Las puertitas del Sr. López". Tato Bores hace la crítica de -la vida coti- diana desde una perspectiva muy particular, pero quizá en este momento en el programa lo que tiene mayor efecto de crítica de la cotidianidad es ese cierre donde él -disfrazado de Hamlet- empieza a expla- yarse en su monólogo y es apabullado por la voz de un locutor relatando un gol de Maradona. Es una excelente instalación de ruptura de la familiaridad con algo que es nuestra experiencia cotidiana y que podríamos tomarlo como lo natural y autoevidente. En el teatro: Brecht, lonesco. En nuestro país algunas de las obras de Laferrére. Algunos sainetes son críticos de la vida cotidiana. En la pintura: el surrealismo a través de la deformación de la imagen introducía esa ruptu-ra. El antecedente del surrea- lismo es leronymus Bosch, un excelente crítico de la cotidia- nidad. El jardín de las delicias es toda una interpretación de la vida cotidiana de su tiempo. En la Argentina, José Her- nández en la primera parte del Martín Fierro. Atahualpa Yupan- qui en su obra en general y en algo particular que es El paya- dor perseguido. Discépolo, Ma- ría Elena Walsh, y muchos de los representantes de lamúsica progresiva nacional: Sui Géne- ris, Charly García, León Gieco. 116
  • 7. 190 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM 4.– Punto 4.1. artículo C. 4.1. – c. Lefebvre, Henrri, Intro- ducción a la psicología de la vida cotidiana, Madrid, Península, 1974, pp. 85-102. V. Introducción a la psicoso- ciología de la vida cotidiana * ¿Cómo definir la vida cotidiana? Nos rodea y nos cerca; en el mis- mo tiempo y el mismo espacio, está en nosotros y nosotros en ella y estamos fuera de ella, tra- tando sin cesar de proscribirla para lanzarnos en la ficción y lo imaginario, nunca seguros de salirnos de ella, aun en el delirio del sueño. Todos la conocemos (y sólo a ella conocemos) y cada uno de nosotros la ignora. La historia de las ideas nos muestra que hom- bres y pueblos, épocas y civiliza- ciones, no alcanzan sino en últi- ma instancia lo que eran en sus inicios. Para expresar claramente lo que son, necesitan verlo fuera de ellos, comparándolo a otras formas de vida. Algunos llegan hasta a pretender que una cultu- ra no se define y no se hace consciente hasta que se agota, de tal suerte que la conscien- cia, esta claridad, llevaría tam- bién el signo negro del destino. Sin llegar hasta este punto, ¿no tiene esto algo de verdadero en lo que concierne a nuestra vida cotidiana? Si llegamos a tomar consciencia de la cotidianidad ¿no es acaso porque la aven- tura humana la desborda ya? Si hoy concebimos el mundo humano, la tierra de los hom- bres, y la práctica cotidiana, ¿no será porque el hombre y las técnicas y las posibilidades sobrepasan ya lo que somos sin que sepamos dónde se diri- gen? ¿Qué es, pues, la cotidianidad? No avanzaremos mucho ni nos comprometeremos demasiado diciendo que es la mejor y la peor de las cosas, como la len- gua y el lenguaje según Esopo. La mejor: en la vida cotidiana entramos en contacto con el mundo humano ya realizado, con innumerables objetos pro- ducidos en lugares lejanos o escondidos (talleres, fábricas) y que se convierten en bienes, el conjunto de estos bienes se ofrece a las ambiciones y esti- mula los deseos; algunos de entre ellos se nos escapan y son inaccesibles. La ciencia de la realidad social no puede con- fundir este campo de experien- cias con la producción y la dis- tribución aspectos de la econo- mía política. Un especialista en publicidad conoce mejor las relaciones entre «bienes» y de- seos que el economista o el estadístico. Ni la sociología, que se ocupa de los grupos, ni el psicólogo, que se interesa por los individuos, ni siquiera el psicólogo social, que se pre- ocupa de opiniones y actitudes, consiguen captar en toda su extensión este vasto campo, que puede ser definido, sin em- bargo, por una sola palabra: apropiación (por los seres humanos, de la vida en gene- ral, de su propia vida en parti- cular). En la vida cotidiana, sector pri- vilegiado de la práctica, las ne- cesidades se convierten en de- seos. Éstos toman forma en ella, y en ella pasan de biológi- cos (es decir animales y vita- les) a humanos. Esta metamor- fosis se opera a través de du- ras pruebas; el autocontrol y la posposición, a veces ilimitada, de las más legítimas satisfac- ciones, las de la elección y las opciones inevitables entre los objetos posibles del deseo. La necesidad pasa a través de los filtros del lenguaje, de las prohi- biciones y las permisiones ex- teriores, de las inhibiciones y las excitaciones, del esfuerzo y el logro. Las necesidades están presentes en el lote general de los humanos: necesidad sexual, necesidad alimenticia, necesidad de habitat y vestido, necesidad de juego y actividad, etc. Los deseos se individuali- zan, en función del grupo propio. La socialización y humanización de la necesidad van parejas con la individualización del deseo, pero no sin conflictos, no sin da- ños, a veces irreparables. Cada hombre y cada mujer semejan un árbol, con ramas torcidas, muertas, desgajadas, y otras ramas obstinadamente llenas de savia. Riqueza de la cotidianidad: enella se esbozan las más auténti- cas creaciones, los estilos y for- mas de vida que enlazan los gestos y palabras corrientes con la cultura. En ella se opera la renovación incesante de los hombres: el nacimiento y forma- ción de los hijos, el empuje de las generaciones. Un arte, una imagen, un mito que no entren en la cotidianidad (en «lo vivi- do») permanecen abstractos o mueren. A la inversa, los más profundos deseos y las aspira- ciones más válidas se arraigan y permanecen en ella. Miseria y pobreza: la vida coti- diana es también la repetición de los mismos gestos, levantarse por la mañana, preparar el café, salir, recorrer las calles, las mis- mas cada mañana, y atravesar las plazas, las mismas, tomar el metro, perderse entre la muche- dumbre, leer el periódico, entrar 117
  • 8. 191 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM por la misma puerta en el mismo taller o la misma oficina. Innece- sario continuar. Las mujeres so- portan aún más que los hombres el peso de la cotidianidad y bus- can por eso con más ardor emer- ger de este entorno gris siguien- do sin dificultad las ambigüeda- des y semiensueños: mitad prác- tica, mitad ficción que les aporta la prensa femenina o «prensa del corazón Miseria. En la vida cotidiana, el joven que se realiza, que triunfa o fracasa, pierde su juventud, madura y envejece; no realiza más que una parte de las posibi- lidades del hombre joven; desde su infancia tiene delante de él la imagen del hombre que no es más que una de las varias posibi- lidades, habiendo perdido las otras: la imagen del padre. En la cotidianidad, afrontamos en el corazón de nuestra vida lo que los enormes medios de la técnica moderna no logran dominar, y que quizás no llegan a dominar si no es destruyéndolo: espontanei- dad, ritmos fisiológicos, cuestio- nes de salud y vitalidad; léase pasiones y resurgimientos de es- peranzas ilimitadas. Lo cotidiano se descubre también como domi- nio de la suerte y la desgracia, de la casualidad y el destino y sus sorprendentes combinacio- nes. Lo novelesco y lo extraordi- nario se mezclan en ella con la trivialidad. Hay que hacer notar también que desde hace podo tiempo las técnicas modernas (las «artes domésticas») se aplican a lo cotidiano y restrin- gen los límites del dominio del hombre. Mil instrumentos, herramientas tradicionales me- joradas o artilugios han modifi- cado la cotidianidad. No le han arrebatado el carácter repetiti- vo. El aspirador acelera el tra- bajo doméstico la mujer que hace su limpieza no deja de repetir cada día los mismos gestos, solamente posee más tiempo libre. ¿Para hacer qué? A veces para hacer tonterías o para aburrirse. La técnica inva- de la cotidianidad y la cambia sin metamorfosearla. No podemos conocer la vida cotidiana sin efectuar un análi- sis crítico. En ella se entremez- clan privaciones y frustraciones con goces de bienes, necesida- des convertidas en deseos y capacidades constantes de pla- cer o alegría. En la cotidianidad se mezclan las realizaciones y lo que ciertos filósofos llaman las «alienaciones» del ser humano. La vida cotidiana con- fronta los posibles Y los imposi- bles la alegría afronta el dolor y el aburrimiento. En este sentido contiene el criterio de lo huma- no. Ni las actividades excepcio- nales, arte, ciencia, política, ni los instantes sublimes, permi- ten esta medida de la realiza- ción del hombre. ¿Dónde sorprender la cotidiani- dad? Contestaremos esta pre- gunta de manera también apa- rentemente ambigua: «La sor- prendemos en todas partes y en ninguna,» No consiste, ni en la vida del trabajo, en la empre- sa o la oficina, ni en la vida fa-miliar con su entorno y relacio- nes, ni en las distracciones, el ocio y sus actividades múlti- ples. Y, al mismo tiempo, es todo esto, la vida del ser huma-no que va de lo uno a lo otro, que se realiza y Pierde tanto enel trabajo como en la familia o elocio. El hombre o la mujer son los mismos cuando traba- jan, se casan, educan a sus hijos, van al cine, salen de va- caciones. Y, sin embargo, noson exactamente lo mismo; la «persona», como se dice, se diversifica, guardando al mismo tiempo cierta unidad. Si se nos exige una definición precisa de lo cotidiano, empe- cemos por definirlo negativa- mente. Si quitamos las activida- des delimitadas y especializa- das (técnicas, trabajo parcela- rio, cultura, ética) y los valores admitidos, ¿qué nos queda? Nada, dirán unos, los positivis- tas, los cientifistas. Todo, a sa- ber, el ser profundo, la esencia, la existencia, dirán ciertos filó- sofos y metafísicos. Nosotros diremos: «Algo: la substancia del hombre, la materia humana, lo que le permite vivir, residuo y totalidad a un tiempo, sus de- seos, sus capacidades, sus posi- bilidades, sus relaciones esen- ciales con los bienes y los otros humanos, sus ritmos, a través de los cuales le es posible pasar de una actividad delimitada a otra totalmente distinta, su tiem- po y su espacio o sus espacios, sus conflictos...» Es evidente que la ciencia social no puede contentarse con una definición negativa. Advirtamos, sin embargo, que un movimiento conflictual, tal como el que trans- forma la necesidad en deseo, contiene una especie de eviden- cia que le es propia. Este movi- miento ilumina, al mismo tiempo que trae de la mano, una eluci- dación, a condición de que sea captado mediante el análisis y desarrollado después penetran- dolo en su totalidad2. Por ir más lejos, indiquemos rá- pidamente los determinantes científicos de la cotidianidad. Signos y señales pueblan el es- pacio y el tiempo. Las señales son simples, precisas, reducidas al mínimo (verde, rojo, trazo con- tinuo, trazo discontinuo, etc.), con frecuencia a sistemas bina- rios. Las señales dirigen y condi- cionan los comportamientos. Los signos son más vagos y comple- jos; constituyen sistemas abier- tos. Una palabra es un signo, pero también lo es una puerta, 118
  • 9. 192 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM una ventana, una corbata, un vestido, un sombrero, un gesto como estrechar la mano de al- guien diciéndole «Buenos días». La puerta significa una entrada, un pasillo prohibido a algunos y abierto para otros, los habitantes de la casa y sus relaciones. Mi apartamento está poblado de objetos funcionales que al mismo tiempo son signos, colocados en cierto orden que estudia la «logística» de la cotidianidad. Las fuentes y cacerolas en la cocina significan mis gustos ali- menticios. La calle está también repleta de signos; el vestido de esta mujer significa que va de paseo y el de esta otra que va a su trabajo. En la vida cotidiana sabemos (mejor o peor) traducir al lenguaje corriente estos siste-mas complejos de signos. Si no sabemos traducirlos, si ignora- mos algo, nos considerarán ra- ros, o forasteros, o fuera de la Historia. Pero esto no es todo. Considere- mos ahora los monumentos (Notre-Dame, el Arco de Triunfo, el Louvre ..), o simplemente una cara conocida o desconocida. No podemos compararlos ni a un sistema de señales como el que regula la circulación, ni incluso a los sistemas de signos, enigmáti- cos, pero rigurosos, de los que se sirven los matemáticos. No dicen todo lo que tienen que decirnos: lo dicen con lentitud y no termi- nan nunca. Por esta razón los compararemos a símbolos, ri- cos de un sentido inagotable. Los juzgaremos expresivos además de significativos. De esta forma, Notre-Dame simbo- liza la continuidad de París y la grandeza de una época pasada y la fe de sus constructores: resume a un tiempo una con- cepción del inundo y algunos siglos de Historia. Rostros. mo- numentos, símbolos que intro- ducen profundidad en la vida cotidiana: presencia del pasado, actos y dramas individuales o colectivos, posibilidades mal determinadas y por tanto más comprensivas de belleza y grandeza. En el espectáculo de lo cotidiano y en la participa-ción de los individuos en la vidason nudos, centros, puntos de penetración a algo más profun- do que la triviablidad reiterativa, de la que, sin embargo, no se separa ni un, ápice. París es: calles, personas, signos, seña- les innumerables, y también símbolos sin los que la presen- cia de la ciudad, de su pueblo y de su historia se echaría de menos. La trivialidad de las se- ñales, de los signos conocidos y repetidos, reinaría sin los símbolos sobre el espacio y el tiempo privados de lo descono- cido y de sentido. Se puede decir otro tanto de Marsella o de Lila; de un pueblo o de un paisaje, Y ahora podemos dar algunas definiciones científicas: a) En la cotidianidad se entre- mezclan sistemas de signos y señales, a los que se añaden símbolos que no forman siste- mas. Se traducen todos en un sistema parcial y privilegiado a un tiempo: el lenguaje. El cono- cimiento crítico de la vida coti- diana se define como una parte importante de una ciencia que llamaremos semántica general. b) Llamaremos campo semánti- co total al conjunto más amplio de significaciones que el len- guaje (que sólo es una parte del campo semántico total) se esfuerza en explorar y busca igualar. El conocimiento de la cotidianidad se sitúa, pues, en este campo. Sobre él se abren los sectores parciales que se distinguen (por ejemplo, el se- ñor X. juzga su profesión abu- rrida, o decepcionante, o apa- sionante; por esta apreciación, motivada o no, coherente o no, entra en el campo global. El matrimonio del señor y la seño- ra Y. es bueno o malo, un logro o un fracaso, lo que le da un sentido, etc.). e) Contrariamente a lo que piensan algunos «semánticos», la significación no agota el campo semántico; no es sufi- ciente y no se satisface. No te- nemos el derecho de olvidar lo expresivo en beneficio de lo sig- nificativo. No hay expresión, es cierto, sin signos y significados que se esfuercen en decirla, o sea, en agotarla; pero tampoco hay significado sin lo expresivo, que ésta, la expresión, traduce fijándolo, trivializándolo. Entre los dos términos existe una uni- dad y un conflicto (una dialécti- ca). El sentido resulta de esta relación móvil entre la expresión y la significación. Contrariamen- te a las señales, los símbolos son oscuros e inagotables; los signos se desplazan entre la cla- ridad fija de las señales y la obs- curidad fascinante de los símbo- los, de pronto cercanos a la va- cía claridad, de pronto más cer- ca de la profundidad incierta. El campo semántico total une (en proporciones variables se- gún los lugares y momentos) la profundidad simbólica y la clari- dad de las señales. Los signos (y especialmente el lenguaje) permiten decir el sentido. d) En términos más precisos to- davía, las señales que dirigen imperativamente y no enseñan nada, que se repiten idénticas a sí mismas, constituyen social- mente una redundancia. Los símbolos siempre aportan sor- presas, novedades, imprevistos, incluso en su reaparición; sor- prenden, tienen carácter estéti- co. Cuando son demasiado nu- merosos, demasiado ricos, abru- 119
  • 10. 193 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM man y se convierten en: ininteligi- bles. Los signos (o señales y símbolos conjuntamente) tienen un papel informativo. e) De esta forma se define ante nosotros el texto social. Éste re- sulta de la combinación, en pro- porciones infinitamente variadas, de los aspectos y elementos mencionados anteriormente. So- brecargado de símbolos, cesa de ser legible por ser demasiado rico. Reducido a señales, cae en la trivialidad. Demasiado claro, resulta tedioso (redundante), re- iterativo. Un buen texto social es legible e informativo; sorprende, pero no demasiado; enseña sin agobiar. Se comprende fácilmen- te, sin exceso de trivialidad. La riqueza del texto social se mi- de entonces por su variación ac- cesible: por la riqueza de posibili- dades que ofrece a los individuos (que lo descifran y forman parte de él). Estas posibilidades exigen opciones, tan numerosas como aperturas tiene lo posible, pues lo posible y lo imposible van pa- rejos; hay que escoger, y lo posi- ble no escogido deviene imposi- ble. De esta forma, la gran ciu- dad ofrece opciones más nume- rosas que la pequeña ciudad o el pueblo, es lo que llamamos sus « s e d u c c i o n e s » , s u s «tentaciones», sus «llamadas», se trate de bienes que ambicio- nar, de oficios que aprender, de amigos que frecuentar, de amo- res que conquistar. La opción y la duda de escoger acompañan la multiplicidad de los posibles que se leen en el texto social. De ahí, la inquietud inherente a la cotidianidad más rica, inquie- tud proporcionada a las solicita- ciones multiplicadas y a las exi- gencias de la decisión que compromete, realiza un posi- ble, e impide volverse atrás. Y ahora, ¿cómo emplear estas nociones teóricas para la des- cripción, el análisis y exposi- ción de la vida concreta? Admitiremos aquí, sin otro exa- men, una proposición que po- dríamos comentar y justificar largamente, lo cual desbordaría (como ocurre con frecuencia) los límites que nos hemos fija- do. Hela aquí: «En la sociedad que observarnos y de la que formamos parte, los intermedia- rios tienen privilegios, a veces exorbitantes, en detrimento de lo que tiene más realidad.» Es- te enunciado, decíamos, se po- dría comentar largamente. Y sin embargo, su veracidad di- mana de la simple experiencia práctica, casi del sentido co- mún cotidiano. Quiere decir que, a nuestro alrededor, los lugares de paso y encuentro, la calle, el café, las estaciones, los estadios, tienen más impor- tancia e interés en la cotidiani- dad que los lugares que enla- zan. No siempre fue así. "En otro tiempo, la casa o el taller tenía tanta realidad como la calle. Los medios de comunica- ción estaban subordinados a los hombres, y también los in- termediarios. Comencemos por el lenguaje. Su miseria y su riqueza, su vin- culación con la cotidianidad, las comprenderemos por analogía con el texto social. Procede- mos, pues, en sentido inverso al de la mayoría de los «semánticos», que compren- den a través del lenguaje lo que lo desborda, de lo que es sólo parte. Estos teóricos no parecen darse siempre cuenta de que "traducen» a su manera una crisis, por no decir una en- fermedad grave del lenguaje. Lo fetichizan; elaboran una filo- sofía del discurso y el lenguaje; ¿no será porque el lenguaje - corriente o especializado- ha revelado ya sus insuficiencias? ¿No será porque el hombre moderno duda del lenguaje? El fetichismo del medio de comu- nicación ¿no pone ya al descu- bierto la ausencia de comunica- ciones, ¿la Incertidumbre ante la comunicación que no se sabe muy bien cómo se realiza, ni por qué, ni a qué nivel? Pobreza, miseria. El lenguaje sirve a las trivialidades. Sirve a la vulgaridad. Se habla de la lluvia y el buen tiempo, de los vecinos y amigos, de los niños y la vida cara, de las aventuras amorosas y las intrigas de los arribistas, de la jerarquía y los tratamientos. Las mismas pala- bras se repiten, en inútil inter- cambio. De todas maneras, este intercambio es significativo. Tes- timonia las preocupaciones más generales y al mismo tiempo cierta necesidad tímida, torpe, demasiado pudica o demasiado grosera- de comunicar. Nos en- contramos aquí en plena «redundancia» del texto social. El discurso vulgar reina a sus anchas. En la trivialidad, a veces un im- pulso imprevisto orienta la con- versación. La gente cuenta su vida, se confía (no demasiad o, salvo los infelices, que dan los palos para que los golpeen, Y lo hacen un poco para crear lazos, para atraer otras confidencias; a veces demasiado, fanfarronean- do como en el póker). La conver- sación se anima y se convierte en juego serio; hay un interlocu- tor y otro, un desafío, una mez- cla de confianza y desconfianza, una apuesta vaga o determina- da. Entonces las palabras cesan de estar reducidas a señales, se convierten en signos y toman verdadero sentido. Dejan entre- ver la novela de cada vida. Aflo- ran locuciones, conocidas, pero que se cargan de sentido: metá- foras, imágenes. Aparecen pala- bras clave con significado sim- 120
  • 11. 194 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM bólico: amor y odio, el padre y la madre, la infancia y la vejez, el «en casa» y el "fuera de casa», la familia y las relaciones. Des- pués vienen las grandes pala- bras, los grandes temas, las figu- ras y valores, generalmente sub- entendidos, que tienen en la con- versación el mismo papel que los monumentos en la ciudad: pro- verbios ricos en referencias, nombres propios que aportan sorprendentes informaciones, dramatizaciones, figuras de retó- rica principios, folklore familiar y social que viene a veces del fon- do de los tiempos. Entonces la tertulia, sobrecargada, penosa, se para. Se convierte en un diá- logo de sordos, como en la trivia- lidad extrema, pero en el sentido contrario, pues es demasiado rica y abandona las zonas me- dias de comunicación. El estudio del lenguaje en la vida cotidiana no se limita a la rela- ción «expresión-significación»,de la que surge el sentido. Hay también lo que el lenguaje no dice lo que evita decir, lo que no puede ni debe decir. Por una par- te, el discurso está lleno de lagu- nas y vacíos: por la otra, existe üna dura realidad, una «estructura» sólida. Las palabras y sus cadenas, «reflejos» de los actos y los objetos, son también cosas, a su manera. El lenguaje actúa como un filtro, o como una red, o como una jaula. Capta los deseos y les impone la forma convenida, mientras que los símbolos estimulan obscura- mente los deseos (no sin pro- ducir una «cristalización» con frecuencia inquietante por su fijación). Cuando las necesida- des y deseos no encuentran palabras para dar consciencia de sí e intentar su realización comunicándose, perecen. O se revuelven. Consecuencia: de la vida coti- diana nacen palabras nuevas, giros (frecuentemente margina- les con relación al lenguaje ofi- cial: jerga, locuciones familia- res). Los deseos rechazados se abren camino de esta mane- ra a través de una expresión indirecta. Tratan de existir so- cialmente. A partir de la vida cotidiana, cambian las lenguas y el lenguaje. Ocupémonos, ahora, de la ca- lle. Hablaremos de la calle de una gran ciudad, y por tanto trataremos de una calle concu- rrida, activa, completamente urbanizada, sin relación alguna con el campo y la Naturaleza, a no ser el recuerdo sorprenden- te que en ella nos traen los ár- boles, o algunas flores, o el cie- lo y las nubes deslizándose so- bre la ciudad. Intermediario muy privilegiado entre los sec- tores de lo cotidiano los lugares de trabajo, la residen- cia, los lugares de distracción, la calle representa, en nuestra sociedad, a la vida cotidiana. Constituye su escenario casi completo, su digest, y esto siendo exterior a las existen- cias individuales y sociales, o quizá precisamente por ser ex- terior. No es nada más que el lugar de paso, de interferen- cias, de circulación y de comu- nicación. Es, pues, todo, o casi todo: el microcosmos de la mo- dernidad. Con su apariencia móvil ofrece públicamente lo que en otros lugares está es- condido, poniéndolo en práctica sobre la escena de un teatrocasi espontáneo. La calle se repite y cambia co- mo la cotidianidad: se reitera en el cambio incesante de las gentes, los aspectos, los obje- tos y las horas. La calle ofrece un espectáculo y es sólo es- pectáculo; el que se afana, con prisa para llegar a su trabajo o a una cita, no ve este espectáculo, es un simple extra. Y la «modernidad», ¿no es esen- cialmente espectáculo y espec- tacular, tanto en la calle como en la televisión, en el cine, en la radio, en ceremonias y mani- festaciones varias? El espectá- culo de la calle, variable e idén- tico, ofrece sólo sorpresas limi- tadas, salvo accidentes (es de- cir, salvo caso de un accidente, que provoca inmediatamente una emoción considerable y multiplica el interés). Lo sensa- cional rompe rara vez la mono- tonía diversa de la calle. La calle abre ante nuestros ojos un buen «texto social». Toda clase de gentes se mezclan en ella. Las diferencias sensibles y ostento- sas entre las clases y estratos sociales han desaparecido. Es- tas diferencias acentuarían el pintoresquismo, pero convertirían pronto en insoportable la abiga- rrada muchedumbre que circula por los Campos Elíseos o los grandes bulevares. Estratos y clases sociales continúan distin- guiéndose por medio de múlti- ples signos imperceptibles a las miradas poco observadoras. ¿cuántas mujeres saben clasifi- car a otra mujer con una ojeada, apreciando sus zapatos, sus me- dias, su peinado, sus manos y forma de andar, su vestido o abrigo? Muchas, y, ciertamente, más que los hombres y mejor que los hombres. Saben también clasificar a los hombres en cate- gorías convenientes: guapo o feo, simpático o antipático, rico o no, inteligente o no, distinguido o vulgar... En resumen, en la calle, numerosos instantes de interés traspasan la indiferencia del es- pectáculo permanente, en el cual cada uno deviene especta- dor. En la calle yo participo. Soy tam- bién espectáculo, para los de- más. De buen o mal grado, figu- ro en el texto social, pequeño signo familiar, pero quizá ligera- mente irritante porque es enig- 121
  • 12. 195 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM mático, expresivo. Figuro en élcon buena o mala consciencia,pasiva o agresivamente, según mihumor, mi destino mi situa- ción, satisfecho si paseo, si ten- go tiempo por delante, si voy bien vestido (y los, transeúntes parecen notarlo), si hace buen tiempo. Marcho contento o des- contento, preocupado o divertido, disgustado o distraído, y mi situa- ción se revela más claramente, para mí mismo, desde el momen- to en que salgo de la oficina, de la fábrica o de mi casa. Estoy de nuevo disponible, o bien voy al trabajo, o me porque me apresu- ro porque me están esperando. Mil pequeños psicodramas y so- ciodramas se desarrollan en la calle, y los míos en primer lugar. Desierto superpoblado, la calle fascina y no obstante no tarda nunca demasiado en decepcio- nar. Resume las posibilidades: espectáculo de lo posible, posibi- lidades reducidas a un espectá- culo, mujeres bellas o encanta- doras, que el paseante no cono- cerá jamás, mujeres feas o visi- blemente estúpidas, hombres agraciados o no, grupos extraños por extranjeros, ocupaciones o preocupaciones de las que llevan las huellas. El humano más dis- tante se acerca aquí hasta rozar cada uno de nosotros, en una diversidad casi inagotable y que no comprende a nada (salvo en el caso límite: desfile, pelea, ma- nifestación política). Demasiado poblada, la calle convierte en el lugar de la muchedumbre, y cada uno se pierde en ella o la evita. Abandonada, vacía, la calle resulta atrayente por su vacío. La calle ofrece también el es- pectáculo de todos los bienes de la tierra, ofrecidos a las mi- radas y a las ambiciones obje- tos de los deseos, excitándolos hasta el frenesí, excitantes por inaccesibles, inaccesibles para atizar los deseos. Tras de los escaparates, los objetos viven su vida soberana. Allí esperan la plenitud de su existencia, como mercancías y valores de cambio, en su trayecto entre la producción y el consumo, y rei- nan en la calle, intermediaria entre los hombres. En ellas, los objetos se fetichizan completa- mente, y este fetichismo se me- tamorfosea en una especie de esplendor, que hace que algu- nas calles (por ejemplo, la calle Saint-Honoré) se asemejen a los museos, y los grandes al- macenes a catedrales. Allí se realiza el circuito que convierte la mercancía de objeto desea- ble y deseado en bien. Por los objetos y su belleza, su ofrenda y su rechazo, la calle se con- vierte en el lugar del sueño más cercano a lo imaginario, y al mismo tiempo en el lugar de la realidad más dura, la del di- nero y la frustración. Los hombres y sobre todo las mujeres, cortejan las cosas en la calle: las cosas-reinas, las cosas-hadas que sus adorado- res transforman en cosas- fantasmas, tras los escapara- tes. A través de los objetos y los goces, posibles e imposi- bles, el dinero se proclama em- perador, por encima de estas realezas. Desquite de los seres huma- nos: en sueños o en pensa- miento, persigue los objetos, los juzgan. Escogen, en imagi- nación o en acto. El número de opciones posibles mide el inte- rés del espectáculo (no olvide- mos señalar, sin insistir, que esta medida –o ironía- puede presentar forma matemática, y que tiene leyes, las de la infor- mación en general). Espacio y tiempo marcados por el sello de la riqueza la, avari- cia, y por tanto de la pobreza y la privación. La calle, el ir de compras, el mirar escaparates, dramatiza las vidas individuales sin transtornarlas demasiado. La calle esconde lo desconoci- do en las tiendas como en el fondo de los pasillos, o en las encrucijadas. Este desconocido sólo conlleva un mínimo de riesgo. Se reduce casi (no com- pletamente) a lo conocido. Des- familiariza, sin desconcertar demasiado. La aventura espera en la esquina más próxima, in- ofensiva salvo, excepciones que, confirmando la regla, cambian el sentido: la aventura se abre al posible más inquietante. No siempre ocurrió así. La calle me- dieval contenía peligros y tenta- ciones brutales. Arrancaba a burgueses, artesanos y cofrades de la tranquilidad de sus casas y de la vida patriarcal. Dios y el diablo se la disputaban, y se dis- putaban en ella. Pestilente presa de bandoleros y truhanes, des- plegada su truculencia en la sor- didez. Restif de la Bretonne nos ha dejado el cuadro de las calles de París en el apogeo y fin de este pintoresquismo, hoy lejano, cuyo eco reencontramos en Ná- poles o en las ciudades del Oriente que se ha conservado asiático. La calle de pueblo, por su parte, se mantiene inmersa en la Natu- raleza. Lugar de tránsito para la gente y bestias que van de la casa y el establo a los campos, se somete a los ritmos del mun- do, que dominan la vida social y se someten todavía a los hom- bres: horas y días, semanas y meses, estaciones, hacen allá ley. Y también las estaciones de la vida, juventud, esponsales, vejez, entierros, dominadas por el amo del tiempo más aún que del espacio: el templo o la igle- sia, su campana, su campanario. El café. Dejemos aquí de lado la historia del café y de los cafés 122
  • 13. 196 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM contentándonos con indicar su interés tanto para explicar deter- minadas formas de sociabilidaden la vida cotidiana como para comprender la formación de de- terminados grupos sociales. En la aparición de la intelligentsia como grupo, o de la «juventud», en los siglos XVIII y XIX los cafés desempeñaron un papel conside- rable. Para comprenderlo basta leer a Diderot o Balzac. ¿Es ex- clusiva de Francia esta importancia del café? Parece que en otros países. (Viena y Austria entre otros) puede encontrarse el aná- logo; pero en Francia, la espon- taneidad social, expulsada de la vida pública por la burocracia del Estado, y de la vida privada por el moralista debió encontrar allá su refugio. El café, lugar de encuentros lle- vados hasta la promiscuidad, lu- gar de la fantasía injertada en la vida cotidiana, es también el lu- gar del juego y del discurso por el discurso. Lleva la marca de su destino: ambientaciones irrisoria- mente suntuosas, juegos de es- pejos multiplicando presencias algo ilusorias, rincones y recove- cos preparando escarceos para intrigas fugaces, laberintos imi- tando pálidamente el de la vida y la conciencia. Lo insólito (adoptando el término de moda en 1960) deviene en él vulgar, y lo vulgar insólito. ¿No tienen aca- so más atractivos los antiguos cafés que los recientes? Lamo- dernidad, el neón, la crudeza de las luces, las técnicas y apa- ratos perfeccionados, no han aumentado el encanto de estos lugares. Brutalmente alumbra- do funcional, perdidos ya los rincones de sombra y las ban- quetas de terciopelo gastado, sedes de jóvenes amores y de amores culpables, el café mo- derno ha dejado de simbolizar; pero significa... ¿qué? La erranza, el trastorno, la incerti- dumbre, el malestar de la mo- dernidad bajo los ojos preten- ciosos de las máquinas y los hombres robóts. Los cafés especializados para intelectuales, para artistas, pa- ra jugadores de billar, de aje- drez o de cartas, no disimula- ban su atracción, accesible a todos. Iban desde el «pequeño café», reservado a los habitua- les de un barrio, al «gran café» que reunía muchedumbres. To- davía se extienden de uno a otro de estos polos de atrac- ción. Los elementos estables, ambientación, camareros, caje- ras, clientes, ponen en relieve a los transeúntes; reciben de ellos una tonalidad que los transpone, de suerte que lo es- table se libra (hasta cierto pun- to) del aburrimiento, y lo insólito del malestar. «Las mujeres.» Se puede dis- cutir interminablemente el sen- tido exacto de esta denomina- ción. Algunos le negarán todo sentido: para éstos, «las muje- res» no constituyen un grupo social; pertenecen a grupos, a clases; se integran a la socie- dad; las diferencias sexuales derivarán de la biología más que del conocimiento de lo real humano; estas dos palabras, «las mujeres», disimularían una intención peyorativa y falsa de partida, sacándolas de la socie- dad, traduciendo un prejuicio de los «hombres». Otros esti- man, por el contrario, que las diferencias fisiológicas han de repercutir forzosamente en la vida social; que los caracteres del sexo femenino, y sus fun- ci o n e s e s p e c í f i c a s (comenzando por la materni- dad, función social y fisiológica a la vez) tienen repercusión en la totalidad de lo humano. Las mujeres, según esta tendencia, tendrán preocupaciones comu- nes, que hacen de ellas grupo informal y sin embargo real. A través de las diferencias socia- les, naturales o convenciona- les, se encuentran, se recono- cen; connivencias, subentendi- dos, complicidades incluso, las vinculan, sobre todo contra «los hombres». El conflicto entre los sexos, anterior histórica y so- ciológicamente a las grandes luchas entre pueblos y clases, relegado a segundo rango por estas luchas, no por ello ha desaparecido. Sólo el conocimiento crítico de la cotidianidad da un contenido re- lativamente preciso a estos tér- minos (insistamos en la relativi- dad: el contenido cambia con la sociedad; no es el mismo en la sociedad capitalista que en la socialista... es innecesario sub- rayarlo de nuevo). La cotidiani- dad pesa, y con todo su peso, sobre cada mujer aisladamente y sobre el conjunto de mujeres. Ellas experimentan lo más car- gante, agobiante, gris y reiterati- vo de la vida cotidiana, tanto en el trabajo doméstico y en los gestos exigidos por los niños como en los trabajos sociales generalmente inferiores que les son reservados. En casi todas las categorías y clases sociales, la mujer soporta esta carga (salvo en la gran burguesía y en la aristocracia, aunque habría que matizar esta apreciación). El hecho es que el trabajo femeni- no no resuelve enteramente los viejos conflictos como se creía en un período de evolucionismo, demasiado optimista. Ni tampo- co la cultura. Sucede incluso que el trabajo femenino, o la cultura, en una palabra, la individualiza- ción de la personalidad femeni- na, agravan las situaciones con- flictuales. No dramaticemos, no ennegrez- camos el cuadro. Las mujeres, abrumadas por la cotidianidad, han conocido siempre la renova- ción por la maternidad, el niño y 123
  • 14. 197 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM la infancia. Hoy, el equipamiento doméstico las libera en parte de su carga, aunque planteándoles uno de los mayores problemas de la «modernidad», el del abu- rrimiento. Como el trabajo indus- trial, y el trabajo en general, de- vienen tan repetitivos como tra- bajo cotidiano del hogar, la dife- rencia se atenúa. Es más, la di- versidad de sus preocupaciones ahorra a las mujeres parte de las consecuencias de la división ex- trema del trabajo que los hom- bres padecen. Las mujeres, en- tradas ya en la producción, rigen el consumo; escogen, lo que se ha convertido casi en función so- cial. El análisis de la cotidianidad per- mite de este modo comprender uno de los grandes problemas de nuestra época: la ambigüedad de la situación de las mujeres (de la «condición femenina» como se dice a veces). Podemos advertir fácilmente el gran avance de la mujer hacia un status mejorado, que podrá sacarla de esta mez- cla ambigua de sujeciones y su- perioridades en que se debate. ¿Cual podrá ser su futuro status? No se ve claro; y muchos hom- bres juzgan que este avance in- quietante deja entrever la posibi- lidad de un nuevo matriarcado, cuyos síntomas serían ya obser- vables en las sociedades indus- triales más desarrolladas. Por otra parte, este esfuerzo masivo para salir de la ambigüedad adopta formas ambiguas, como testimonia una prensa y una literatura que se esfuerzan ex- trañamente en unir el sueño despierto a la práctica cotidia- na. Por esta ambigüedad discu- rren singulares movimientos dialécticos (es decir, contradic- ciones sorprendentes). Las mu- jeres, los elementos más natu- rales de la vida cotidiana, segu- ramente asumen al mismo tiempo la mayor facticidad: la moda, los modos, el estetismo más artificioso. Y con frecuen- cia estas contradicciones, las satisfacen. Otro tanto podríamos decir de la juventud y de los «jóvenes». Cada joven figura en un grupo, a su vez insertado en una clase y en el conjunto social (con las tensiones y conflictos que opo- nen el grupo y las clases a los otros grupos y clases en el se- no de esta sociedad). Y sin em- bargo «los jóvenes» tienen sus necesidades y sus deseos, sus problemas específicos, sus rei- vindicaciones, sus aspiracio- nes. Constituyen un grupo am- plio, abierto, sin forma ni es- tructura bien definidas, y sin embargo real. Con este título figuran en todos los sectores de la cotidianidad (el trabajo, la vida familiar, las distracciones y ocios), tanto en la clase obrera como entre los «intelectuales» considerados como grupo, etc. Para terminar este digest de la vida cotidiana, daremos algu- nas indicaciones sobre los retí- culos y los filamentos. Constitu- yen la trama en que se teje la cotidianidad, trama, en la cual ésta tiende bordados y orna- mentos irradiantes u opacos, nuevos o pasados de moda. Retículos y filamentos vinculan a distancia a los pequeños gru- pos, en apariencia cerrados o afectados a un territorio: fami- lias, pueblos, barrios de las ciu- dades, agrupamientos corpora- tivos, asociaciones locales. Retículos, y filamentos no coin- ciden con los grandes agrupa- mientos cuyo estudio desborda el de la cotidianidad: clases, naciones, sindicatos, partidos. Y sin embargo, son elementos y aspectos, de éstos; sitúan los grandes grupos en la cotidiani- dad, y recíprocamente. A lo lar- go de los retículos se transmi- ten de boca a oído, a veces con una velocidad asombrosa, pero, no sin deformaciones y filtraciones, las noticias y las apreciaciones. La prensa y la información habladas duplican a la prensa escrita y a las infor- maciones oficializadas; pero los retículos no excluyen la vía es- crita: se hacen pasar periódi- cos, prospectos, programas, octavillas, al mismo tiempo que rumores, relatos y habladurías, interpretaciones. Sociológica- mente, los grandes partidos políticos -a través del canal de los «aparatos» de los dirigentes locales, de los militantes, miem- bros y simpatizantes- y también las Iglesias (a través de los sa- cerdotes y fieles) y los grandesg r u p o s e s t r u c t u r a d o s (francmasonería, sindicatos,etc.), disponen de retículos. Al igual que determinados grupos profesionales; los viajantes de comercio, los libreros. O al igual d e t e r m i n a d o s g r u p o s «informales», como los aficiona- dos al arte o a los libros de arte. Hay también otros «retículos» más extraños, por ejemplo, los homosexuales. Pero «los jóve- nes», «los niños», e incluso «las mujeres», tienen normalmente retículos, a veces cómodos, a veces intrincados, cuyas mallas o nudos se sitúan en este co- merciante, o aquel «líder», o en aquel otro lugar menos accesible a los profanos. Puede ocurrir que, de grupo de comunicación e información, un retículo se transforme en grupo de presión, sin por ello perder su vínculo con la cotidianidad y su función de canal entre lo cotidiano y lo no cotidiano. Los filamentos difieren de los retículos en que vehiculán per- sonas y no solamente «ruidos», informaciones y rumores. A tra- vés de estos filamentos, los jó- venes encuentran lugares entran en un oficio, acuden del campo a la ciudad. Con su ayuda, se pue- 124
  • 15. 200 ANTOLOGÍA FAMILIA Y VIDA COTIDIANA ENTS UNAM de descubrir el artesano que nos reparará este objeto, el librero qué tiene esta u otra obra, el mé- dico o él abogados convenientes. A lo largo de los filamentos se prosiguen ascensiones sociales; ascensiones que abren camino al éxito o al fracaso. Al nivel de la cotidianidad, éstos soportan las relaciones formales y represen- tan las instancias: la burocracia, la organización económica, la aplicación de los reglamentos y las leyes, las vinculaciones entre la ciudad y el campo. entre París y la provincia entre el país y el extranjero. Desempeñan un pa- pel importante en la «movilidad social». En el nivel de lo «vivido» cotidiano, introducen perspecti- vas más amplias. Es raro que un individuo, por aislado que parez- ca, no sea miembro de un retícu- lo o un filamento, a menudo sin saberlo. La mayor parte de la gente participa en varios de es- tos grupos «informales». Detengamos aquí este breve in- ventarío de la cotidianidad. Para comprenderla hemos recurrido a una noción célebre y obscura, la de alienación. Toda actividad viva y consciente que se pierde, se extravía, se deja arrancar de sí misma, y por consiguiente se aparta de su ple- nitud, está alienada. El estudio de la vida cotidiana obliga a los filósofos a flexibilizar y concretizar esta noción. Alie- nación y desalienación se en- tremezclan, lejos de excluirse. Lo que libera y «desaliena» en relación a una actividad ya alie- n a d a P u e d e r e s u l t a r «alienante», y, en consecuencia, e x i g i r o t r as «desalienaciones». Yasí suce- sivamente, en un movimiento dialéctico, es decir, hecho de contradicciones siempre resuel- tas y siempre renacientes. De este modo, el ocio libera y «desaliena» en relación al tra- bajo parcelario y abrumador, pero conlleva sus propias alie- naciones, por ejemplo, la pasivi- dad y la no participación en el espectáculo (televisión, cine) o la f ac ticidadd de las «sociedades de ocio», clubs y poblados de vacaciones que pretenden reencontrar la Natu- raleza. De este modo, los siste- mas de señales que se acumu- lan alrededor de nosotros facili- tan la práctica cotidiana y la ensanchan; al mismo tiempo condicionan los comportamien- tos, los someten a una discipli- na exorbitante y transforman a los humanos en robóts; «cibernetizan» la cotidianidad, cargada ya de significaciones redundantes y repetitivas; y si bien permiten actividades más variadas que antaño, privilegian las actividades intermediarias, la circulación, la comunicación de masas; alienan la vida y el deseo de escapar de la tiranía de las señales abstractas, y sin duda, no por temor al estetismo (igualmente abstracto) que im- pera en el mundo moderno. En cuanto a los símbolos más pro- fundos, liberan de la abstrac- ción, atraen fascinan, alienan. En la cotidianidad familiar, el padre representa la vida más amplia, más realizada, más in- sertada en la práctica social. El niño le imita; de este modo traspasa la infancia y se libera de ella. De todos los posibles, la «realización del padre» sólo realiza uno. Al mismo tiempo que la imagen de la vida aporta la imagen de la mutilación; con la desalienación, ha aportado la alienación, y a la inversa. Nota. 2. Consideremos, por ejemplo, la «necesidad» de fumar. No guarda ninguna relación con una necesidad fisiológica (si excluimos, en último término, la necesidad general de estimu- lantes y excitantes que manten- gan el organismo en estado de «vigilancia»). Muy probable- mente el uso del tabaco provo- ca desórdenes orgánicos. Pue- de, pues, llamársele «ficticio» o «antinatural». Y sin, embargo se convierte en deseo intenso y constante que asume caracte- rísticas de necesidad vital, a pe- sar de las advertencias en co- ntra, los peligros, el gasto. 125