1. La malasangre de Griselda Gambaro
El escenario en que transcurre esta pieza - de talante crítico, de denuncia, a modo de una
radiografía, ambientada en el pasado, del ejercicio arbitrario y sangriento del poder - es un
salón elegante de 1840, por el que transitan, se desplazan figuras: una manera de releer el
pasado histórico, una lectura cifrada del presente.
El simbolismo de los colores es, por otra parte, muy significativo: el progresivo paso del rojo al
blanco no es gratuito. El mismo espacio, la misma vestimenta de los personajes remite al título
de la obra: rojo, sangre, muerte... Y la asociación, trágicamente inevitable, con la figura de Rosas.
En cuanto al espacio externo, no se muestra directamente, sino que es referido. Las acciones
suceden en dos espacios "domésticos", "privados": el salón y el dormitorio de Dolores.
La acción de La malasangre - compuesta por ocho escenas - comienza in media res, con una
persistente tensión, francamente insostenible, entre un sujeto activo (Dolores) y su oponente
(Benigno, su padre). La protagonista contará - en su pugna por alcanzar su identidad y su
libertad - con un único apoyo (Rafael) para su exploración de un espacio propio como mujer y
como ser humano.
Se halla la situación inicial, con el contrato de trabajo que el padre - que está buscando un
preceptor para su hija - ofrece a Rafael, el cual, por su "defecto" físico - la joroba, que despierta
una curiosidad "malsana", burlona, alevosa -, representa o evoca la imagen de lo opuesto. Su
belleza no es visible. Pero tiene un rostro "muy hermoso, sereno y manso", el personaje
sometido, humillado. En las expectativas del poderoso, el personaje "deformado" - ¿una elección
extraña? - no es un peligro para nadie. Así creerá ejercer un control, una vigilancia - que
encarnarán la figura de la madre y de Fermín -, sobre el cuerpo de su hija.
Dolores es sincera, arriesgada, brutal por momentos. Su tono es de seguridad, se enfrenta con
toda la fuerza de su ánimo a lo que considera injusto. De este modo se la retrata cuando
irrumpe, por vez primera, en escena: "Dolores es una hermosa muchacha de veinte años, de
gestos vivos y apasionados, y una especie de fragilidad que vence a fuerza de orgullo, de
soberbio desdén." Vehemente, furiosa ante el servilismo, reivindica su libertad de elección,
como venganza contra el autoritarismo, la tiranía y el abuso arbitrario del poder por parte del
padre. El acuerdo tácito de la madre a los intereses de su marido exaspera a la joven, indignada
ante tanta servidumbre, tanta sumisión, tanta anulación.
Rafael evita mirar directamente a los ojos a Dolores, pero ésta no deja de retarle, de hostigarle.
En un principio, será Rafael quien juegue, mediatizado por su mirada, con su accionar
primeramente oblicuo, con lo no dicho o con lo dicho a medias. Pero, progresivamente, se irá
produciendo un acercamiento entre ambos personajes, aunque a ella le moleste la debilidad de
carácter de él, circunstancia que provoca silencios tensos. Para ella, él tiene "Lindos
ojos...Tiernos y sedientos". Quiere que él la mire, pero él oculta sus ojos, evita los de ella. Se ha
enamorado... y va a ser correspondido. Planearán huir.
La historia de amor entre Dolores y Rafael - un juego de poder, también - dramatiza, en cierto
modo, la fuerza activa de rebelión que encarna ella, pero que no logrará evitar el final trágico -la
muerte del prudente Rafael -. Su éxito lo es en tanto que acto verbal de rebeldía, ya que condena
al tirano a la soledad. Nos hallamos ante la disección de los mecanismos por medio de los cuales
el poder se ejerce y se perpetúa, así como ante distintas posiciones respecto al ejercicio de aquél.
2. En lo relativo al dialogismo e intercambio entre los personajes, éstos tienen una doble faz. Por
una parte, parecen adaptarse y aceptar las órdenes del padre pero, por otra, actúan siguiendo
sus impulsos. Las relaciones padre-hija u hombre-mujer son trasladadas al plano político-social.
El diálogo que se entabla entre los enamorados se propone como una alternativa vital real,
auténtica, al margen del orden establecido. Pero una cosa es el deseo, el ámbito de los sueños, y
otra muy distinta la realidad. Además, la opción amorosa de Dolores y Rafael es, al mismo
tiempo, una opción política. Nos encontramos, así, en la intersección de dos ámbitos o esferas: la
de lo público o social y la de lo privado o personal, o lo que es lo mismo, la exterioridad y la
interioridad. Y es que, si atendemos a la poética que el texto nos plantea, "nada es tan simple
como uno cree". De ahí el metafórico juego entre lo liso y lo torcido.
Cómo desenlace, el intento de huida, finalmente fracasado, de los amantes y la muerte de Rafael
a mano de los verdugos ¿Su origen? La revelación de la traición de la madre, que acaba siendo
desenmascarada por la hija, en el marco de un enfrentamiento en el que ésta, a diferencia de
aquélla, no se resigna, ni se somete, a la autoridad masculina. "El nombre es el destino", dirá
Dolores. Su odio, contenido y feroz, hacia la madre, así como la condena al silencio son un reto
lanzado al espectador, al lector: un silencio plagado de sentido. Porque lo que está dentro de las
figuras es el miedo y el deseo reprimido, que se proyecta en una relación brutal con el cuerpo
femenino: la violencia y crueldad como forma de exterminio de cualquier amenaza al poder
central.
El Padre actúa motivado por el odio, al cual él llama amor. La madre actúa llevada por la
envidia y el miedo. El novio - en el horizonte de expectativas del matrimonio concertado -, se
expresa a través de la relación cruda, brutal con el cuerpo de Dolores, al tiempo que aparece
retratado en rasgos tales como la carencia de desarrollo intelectual o la riqueza ostentosa. La
pareja protagonista se libera de la represión, sí, pero ¿a qué precio? Ella es condenada a
permanecer en silencio y él a morir. Esta doble figura que componen ambos personajes encarna
la debilidad frente a la fuerza, la integridad frente a la corrupción, el valor frente al miedo y el
amor frente al odio.
En definitiva, Griselda Gambaro inaugura un ciclo, posibilista, en la esperanza. Desde su
condición de hilos semánticos que fundan la trama, los ejes de la dominación / muerte y de la
rebelión / vida construye un mensaje esperanzado, esperanzador. Más allá del sufrimiento y la
humillación, de la abyección y el miedo, Gambaro representa dramáticamente su versión de una
vida en lucha a la que hay que adherir un compromiso racional, que se ejerce desde la propia
libertad. En este sentido, la producción gambariana aparece teñida por las propuestas del
existencialismo sartreano, donde el ejercicio de la libertad y la opción firme - estrechamente
vinculada a la responsabilidad del individuo - se revelan fundamentales. Asimismo, la
dramaturga es heredera implícita del teatro independiente en su apuesta por un teatro de
denuncia de la situación incompleta del ser humano: honesto, libre, la verdad del teatro. Otra
vuelta de tuerca emparentaría su quehacer escénico con las raíces del teatro argentino, en el
marco de una dramática que avanza por la senda del grotesco discepoliano.