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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

CRÓNICAS DE

LA TOMA

Por una UNLaR democrática

Crónicas de La Toma. Por una UNLaR democrática. 2013
Primera Edición. 2013
Editado por Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja y Proyecto Libro
–E
Universidad Nacional de La Rioja
Argentina
Diseño de portada: Lic. Rodolfo Varela
Diseño y diagramación: Lic. Rodolfo Varela y Lic. Alfredo Parada Larrosa
Foto de portada: Julieta Herrera
La edición imprensa de este libro se imprimió en los talleres de la Imprenta de la Universidad
Nacional de La Rioja, en la ciudad de La Rioja, provincia de La Rioja, en el mes de diciembre de
2013.

Moreno Castro, Leila Mabel
Crónicas de la Toma. Por una UNLaR democrática. - 1a ed. - La
Rioja: Proyecto Libro - E, 2013.
E-Book.
ISBN 978-987-1999-04-0
1. Crónicas. 2. Relatos. I. Título
CDD 302.2
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

AUTORIDADES
Rector:
Prof. Lic. Fabián Calderón
Vicerrector:
Prof. Ing. José Gaspanello
Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas
y Económicas
Decano: Prof. Cr. Hugo Riboldi
Secretario Académico: Prof. Dr. Rodrigo Torres
Licenciatura en Comunicación Social
Director: Prof. Lic. Rodolfo Varela
Coordinadora: Prof. Lic. Leila Torres
Proyecto Libro - E
Coordinador: Prof. Lic. Maximiliano Bron

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

AGRADECIMIENTOS
Los integrantes de este proyecto colectivo y colaborativo, formado por estudiantes bajo la
coordinación de la Prof. Lic. Leila Moreno Castro, de la Licenciatura en Comunicación Social,
orientación Periodismo, de la Universidad Nacional de La Rioja, dependiente del Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas, agradecen:
El acompañamiento de la comunidad de la Carrera de Comunicación Social, integrada por
estudiantes, docentes y graduados, quienes caminaron a la par en el proceso histórico que
este libro relata; y en especial a las autoridades de la misma, el Director, Prof. Lic. Rodolfo
Varela, y la coordinadora, Prof. Lic. Leila Torres, que dieron el impulso necesario para que
esta publicación viera la luz;
La predisposición y la colaboración del coordinador de Libro –E, editora de libros digitales
de la Universidad Nacional de La Rioja, Prof. Lic. Maximiliano Bron, al abrirnos las puertas
de un espacio de distribución libre de contenidos generados en esta Casa de Altos Estudios,
mediante la modalidad Copyleft bajo licencias Creative commons. Sin dudas, una excelente
propuesta que estudiantes, profesores y graduados de la UNLaR tienen a su disposición
para generar conocimientos y difundirlos en el marco de una cultura libre.
La cooperación del Secretario General Lic. Carlos Vilte
Y el apoyo permanente a este tipo de
proyectos por parte de las autoridades
departamentales, Decano, Prof. Cr. Hugo
Riboldi y Secretario Académico, Prof. Dr.
Rodrigo Torres; como así también de las
máximas autoridades de nuestra Universidad, Rector Prof. Lic. Fabián Calderón y
Vicerrector, Prof. Ing. José Gaspanello.
Finalmente, vaya el reconocimiento y
el agradecimiento eterno a nuestras
familias porque sin su sostén, su amor y
su fortaleza no hubiéramos llegado hasta
aquí.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

INDICE
Introducción Por Leila Moreno Castro

7

La marcha en la que vencimos el miedo Por Daniel Ramayo

9

La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar
Por Ayelén Silva

11

Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre
Por Julio Marinelli

13

Y los colores caminaron por los pasillos universitarios
Por María Inés Chumbita

17

Resistiendo, de pie, un jueves sin fin Por Juliana Segovia

19

De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto
Por Bertha Silvestre

21

Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez)
vocera Por Candela Romero

23

El reto de cocinar en la Toma Por Carla Cholota

25

“UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Universidad Por Nancy Fátima Roldán

27

Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado
Por Facundo Romero

31

Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria Por Noris Gómez

33

Y como no sabíamos que era imposible… lo hicimos
Por Micaela Campagna

37

9 de Octubre: El día en que otra Universidad comenzó a ser posible
Por Belinda Dávila

39

Cuando el sol riojano se despidió con un nuevo rector
Por Diego Daniel Castro

43

Epílogo. Hoy más que nunca, Democracia en la UNLaR
Por Estudiantes de la Lic. en Comunicación Social

46

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

INTRODUCCIÓN
“La decisión de convertir esos fragmentos de vida en
palabras y de darlos a conocer… surgió en el convencimiento de que el lenguaje funciona como antídoto
contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra
el miedo, contra el olvido”.

Las palabras como antídoto
Por Leila Moreno Castro
Prof. Titular Cátedra Seminario de Periodismo Cultural
Universidad Nacional de La Rioja
La Rioja/ Argentina

L

a crónica, como sustantivo, es definida por el Diccionario de la Real Academia
Española (RAE) como una “historia en que se observa el orden de los tiempos” y, en
relación al periodismo, como un artículo o información “sobre temas de actualidad”. Historia, observación, orden temporal, actualidad, todas palabras reflejadas
en este libro que reúne crónicas sobre un periodo histórico para la Universidad Nacional
de La Rioja (UNLaR) y también para la Provincia.
Son textos que partieron de la observación, de vivir tal experiencia, de hacerla propia. La
decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer nació en
el marco de la Cátedra Seminario de Periodismo Cultural, de la orientación Periodismo, de
la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLaR. Surgió en el convencimiento de que
el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra
el miedo, contra el olvido. Es también un modo de celebrar las posibilidades de expresión
que nos brindan las palabras y por ello el género elegido para trabajar fue la crónica que,
en su momento, fue la única forma de contar el mundo que nos rodeaba. En nuestra
América Latina los primeros “cronistas de las Indias” relataban, maravillados o escandalizados, lo que los sorprendía, los conmovía, los asombraba, los aterrorizaba de aquel
nuevo mundo. Claramente, se trataban de escritos signados por una visión enclavada en
el etnocentrismo, que impulsaba a ver con cristales colonizadores. Pero, aún entonces, las
crónicas incluían los ingredientes de narración y enfoque personal que las caracterizarían,
luego, como un género particular dentro del periodismo.
Después vendría la era de la imagen, con la fotografía, el cine, la televisión, las pantallas.
El lenguaje se potenciaría así en nuevos formatos. Y el desafío de esta Cátedra fue recurrir
a las palabras para contar aquellos días históricos, y enriquecerlas con fotografías que son
también testimonios de lo vivido.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo relatar tanto? Hay momentos que nos atraviesan, que que-

7
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

dan congelados en nuestra memoria porque movieron nuestras fibras, porque hicieron acelerar el corazón,
porque pensamos que todo estaba perdido o caímos en la cuenta de que habíamos vencido. En fin, instantes
que sintetizan un mundo, una lucha. Así, reconstruyendo esos instantes únicos, se fueron conformando
pequeñas historias y el proceso de la Toma de la UNLaR, la gran historia, comenzó a escribirse.
Se trata de un relato coral, múltiples voces contando días y noches de incertidumbres y certezas, de esperanzas y frustraciones, de acuerdos y desencuentros, de mucho frío y calor. ¿Es la historia verdadera de todo lo
que sucedió en aquellas jornadas? Pues no, con seguridad, no. No es una historia, son muchas. Todas son posibles retazos de verdad. “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos
lugar para las verdades absolutas”, escribía Tomás Eloy Martínez y, en este libro, eso queda plasmado. El valor
de las narraciones está en que quienes alzan sus voces para contar lo que fue la Toma de la UNLaR son los
que la vivieron desde adentro, son los que la padecieron y la disfrutaron casi en igual medida.
¿Quiénes son ellos? Estudiantes universitarios que decidieron levantar sus banderas pidiendo democracia y
excelencia académica. Jóvenes, en su mayoría, son los hijos de la era de las imágenes y la sociedad de redes.
En las primeras décadas del siglo XXI respiran los aires de la hibridez cultural que borra las fronteras geográficas y redefine las concepciones de comunidad e identidad, gracias al desarrollo inédito de las tecnologías
de la información y la comunicación. Son jóvenes que reflejan las crisis de los sistemas de creencias, valores,
conocimientos que sostuvieron las instituciones tradicionales en décadas y siglos pasados, y que hoy se ven
imposibilitadas de dar respuestas a la generación que hace nuevas preguntas. Muchos han afirmado que son
jóvenes descomprometidos; otros, en cambio, han llamado la atención diciendo que el compromiso que se
les exige es el apegado a los viejos paradigmas sociales, los mismos que se vieron jaqueados por el propio
paso de la historia. Por su parte, los jóvenes demuestran compromiso con aquello que les genera, ante todo,
esperanzas de cambio, de transformación verdadera. Esos son los jóvenes que emprendieron una lucha
intensa, sin respiro, que se extendió por casi un mes y que tuvo como epicentro a la Universidad Nacional
de La Rioja, pero que la sociedad riojana en su conjunto observó, sorprendida en un principio, y acompañó,
masivamente, después.
Los que escribieron las crónicas de este libro son los que observaron el proceso de la Toma de la Universidad,
sí, fueron testigos, pero también protagonistas. De allí que la subjetividad, la mirada personal, el “yo” esté
presente en cada texto. Lejos de los parámetros que nos enseñaron las escuelas tradicionales de periodismo acerca de la obligación de perseguir una objetividad inalcanzable; lejos de la despersonalización y los
márgenes estrechos que nos establece la redacción de la “pirámide invertida”; lejos de la búsqueda de lo extraordinario, lo insólito, lo raro; estas crónicas son el reflejo de un acontecer cotidiano en medio de un hecho
inédito. Son crónicas escritas desde adentro, con una primera persona que va relatando y se hace cargo. Son
voces que dicen: “Esto lo ví, lo sentí, lo pensé”. Son voces que gritan: “Yo estuve”, “yo lo cuento”, “yo existo”.
En estos textos hay narración, descripción, diálogos, monólogos interiores, que van hilando distintos
momentos de la Toma. Así podremos enterarnos de la organización de las marchas, de los preparativos y
también del “durante” y del “después”, a partir de las sensaciones que dejaron en cada cronista. Compartiremos el miedo, la incertidumbre, el frío, combinados con la decisión, la unión y el coraje en la primera
madrugada de un rectorado tomado. Conoceremos las lógicas de organización para mantener la seguridad
y la limpieza, y también para difundir las actividades realizadas. Caminaremos por la Ciudad Universitaria
tomada, apreciaremos cómo está vestida con múltiples colores y no con un monocorde celeste. Veremos a
los estudiantes cumpliendo con las guardias nocturnas, a la intemperie, tapados con colchas y peléandole
al frío y al sueño con mates y anécdotas. Percibiremos los olores de las cocinas improvisadas en el edificio. Y
podremos revivir las interminables horas de aquel 9 de Octubre que significó el cierre de una etapa y el inicio
de otra. Las palabras y las imágenes nos llevarán a esos “aquí y ahora” que cobrarán vida nuevamente con el
correr de las páginas.
Relatos de un tiempo histórico, eso son, nada más, nada menos. Constituyen un intento de nuestros futuros
profesionales del periodismo de luchar contra el olvido de lo vivido, valorando la fuerza del lenguaje para
transmitir, para registrar, para dejar huellas que otros, los que vengan, encontrarán. Como sociedad, es una
invitación a conocer y a recordar para construir juntos, con memoria y esperanzas, un presente y un futuro
con democracia y excelencia académica en la UNLaR, la Universidad de todos.
La Rioja, Noviembre de 2013.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“El maltrato hacia mis profesores fue lo que me decidió a ir a la
marcha, a luchar en contra de ese sistema, y verlos allí, en un
día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue algo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran
sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos”.

La marcha en la que vencimos el miedo

Por Daniel Ramayo

A

quel 17 de septiembre, pocos imaginaban lo que iba a pasar más adelante. Se convocaba
a una marcha en la plaza 25 de mayo en contra de los despidos de algunos profesores,
bajas en las designaciones de muchos otros y manejos pocos claros que ya tenían un
historial de más de 20 años. Pero esa jornada en la que se conmemoraba el aniversario
de la Universidad y el día del Profesor (¿Habrá sido una simple casualidad?, no lo creo) no comenzó todo.
Días atrás había escuchado comentarios de cesantías a docentes con una larga trayectoria académica en la Universidad, basadas en justificaciones tales como que ya estaban en edad de jubilarse o que eso ya era sabido y hasta acordado con los mismos profesores. En ese momento algo
empezó a generarme ruido, más allá que docentes de Comunicación Social, mi carrera, todavía no
eran afectados o por lo menos no se conocía que lo fueran. Percibí un clima enrarecido, disconformidad por parte de compañeros, profesores y amigos de otras carreras que comenzaban a dar a
conocer, mediante el “boca en boca”, lo que realmente estaba pasando puertas adentro.
En un principio fue eso, y el panorama incierto se acentuaba. “¿Qué va a pasar con ese profesor de
tal materia que me había ´guardado´ la regularidad?”, “¿Cómo van a ser los exámenes ahora en
esa materia?”, “¿Quién se quedará a cargo?” Todas estas preguntas que nos hacíamos se expandían en los pasillos, en charlas de grupos de chicos preocupados. Con el correr de los días, los
profesores o ayudantes de cátedra afectados por las medidas en contra de su fuente de trabajo,
eran cada vez más. En las clases, los docentes poco sabían sobre cómo iba a seguir esta situación.
La incertidumbre ya se había trasladado a ellos. “La carrera y la Universidad están atravesando un
momento complicado”, “No sabemos cómo va a seguir todo esto”, eran las frases que podíamos
escuchar cuando tratábamos de despejar dudas con ellos. Ese era el cuadro.
¿Por qué estoy describiendo todo esto, si yo me planteé escribir sobre la primera marcha y comencé esta crónica hablando de aquel 17 de septiembre? Lo describo porque todo lo que fui detallando
fue lo que pasó por mi cabeza aquel día en el que decidí concurrir a la marcha. El miedo de ir y
quedar “marcado” era real. Desde que ingresé a la UNLaR, he escuchado decenas de historias referidas a casos en los que alumnos y profesores habrían sido denigrados por el sistema que reinaba
en la Universidad desde hacía dos décadas; chicos y chicas a los que se les pondrían obstáculos
para recibirse por haber estado alguna vez en contra del rector o por el sólo hecho de no compartir un mismo pensamiento. Todo eso daba vueltas en mi cabeza aquel día. En la balanza ponía,
por un lado, todo lo malo que estaba sucediendo en la Universidad y eso hacía convencerme aún
más de que debía estar en la marcha. Pero, por otro lado, el contrapeso era ese temor remarcado
anteriormente, porque, a su vez, pensaba en el poco tiempo que quedaba para que terminara de
cursar mi carrera y las complicaciones que me podría traer asistir a una protesta. Sin embargo,
cuando nos enteramos que los profesores de nuestra Carrera, con los cuales hemos creado un
vínculo fuerte (ya que tenemos la posibilidad de tenerlos en varias cátedras a lo largo de los cuatro años de cursado) eran maltratados, denigrados, ahí se inclinó la balanza. Era el momento de
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

jugarse por ellos. Ese fue claramente el punto de inflexión para que la mayoría de los alumnos de la Comunicación se decida a ir a la marcha.

Un especial día del Profesor
Martes 17 de septiembre. La marcha estaba convocada para las 19. Me reuní con unas compañeras para ir
juntos. En la charla, camino a la Plaza principal, el tema que primaba era ese miedo a quedar “señalado” pero,
a su vez, internamente estábamos convencidos de lo que hacíamos y lo que queríamos que cambiara en la
Universidad. De a poco, el miedo se iba esfumando.
Otra de las dudas era saber cuánta gente se iba a sumar, cuántos alumnos iban a dar ese paso fundamental,
a cruzar esa línea del temor para pasar al otro lado, al de la lucha por una causa justa, al de la valentía.
Llegamos a la Plaza y pude observar una cantidad de gente “aceptable” (tampoco pretendíamos llenar la
plaza en una primera marcha), pero lo que me motivó y siguió convenciéndome, aún más de que lo que hacía
era lo correcto, fue ver a mis compañeros y a chicos de otros años de la carrera allí. Se percibía en cierto modo
una unión que pocas veces había visto. También gente mayor nos acompañaba. Algunos se acercaban y nos
brindaban palabras de aliento, remarcaban el orgullo que les causaba ver que “los jóvenes luchen por la educación, por la Universidad”; otros buscaban interiorizarse más sobre la causa de la marcha, querían saber qué
pasaba. De a poco, la gente se sumaba a ese grupo de alumnos y alumnas de la UNLaR que rodeaban la Plaza
principal con pedidos de “Democracia”, “Calidad educativa”, “Libertad”, “Pluralidad”, “Diálogo”, entre otros. A
medida que pasaba el tiempo, trataba de observar qué cantidad de personas apoyaba la lucha, nuestra lucha
y, para mi sorpresa, el número crecía y crecía, las calles adyacentes estaban colmadas prácticamente.
Sin embargo, aunque todo esto era muy sorprendente, hubo algo que fue lo que me marcó ese día: observar
entre quienes marchaban a un grupo de profesores, a mis profesores de Comunicación Social. Era por ellos
por los que luchábamos, por los que estábamos allí. El maltrato hacia ellos fue lo que me decidió a ir a la
marcha, a luchar en contra de ese sistema y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue
lo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los
profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos.
Sin dudas, esa vuelta a casa fue con aires renovados, de esperanzas de que algo se pudiera cambiar. Los
estudiantes habíamos dado el primer paso, le hicimos frente a un sistema de corrupción, de propagación del
miedo y de sumisión que resistía por años en la Universidad Nacional de La Rioja. Pero esto sólo había sido
el comienzo de lo que estaba por venir. La voluntad de lucha y las convicciones estaban más presentes que
nunca en el espíritu de los jóvenes. La sociedad riojana poco a poco iba a entender esta lucha y a tomarla
como propia. El sistema de poder vigente durante más de dos décadas se empezaba a quebrantar y a mostrar
sus grietas. Ya nada volvería a ser lo mismo en la UNLaR ni en la Provincia. Una página importante de la
historia se comenzaba a escribir y no había vuelta atrás. Aquella tarde fue una de las más importantes en el
proceso de cambio de nuestra Universidad porque fue el día en donde se venció el miedo, se le dijo “basta” a
una etapa nefasta. Aquel 17 de septiembre algo empezó a cambiar en todos.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el
Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera.
Ellos, con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato”.

La Toma del Rectorado:
“¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar
Por Ayelén Silva

M

iro las fotos en mi cámara, mi computadora, los videos y sobreviene la nostalgia.
Quizás se pregunten cómo una persona puede extrañar dormir en el piso, hacer
guardias en escaleras, lidiar con pericotes, aguantar que en el aula donde estabas
entre todo el tiempo gente pidiéndote cosas, correr a las tres o cuatro de la mañana
por “infiltrados” y tantas cosas más. Sí, se extraña, se extraña eso y la amistad que se construyó
en 28 días de la Toma, se extrañan las risas, los cantos, los bailes, las peleas, el trabajo en equipo.
Se extraña todo.
Viendo fotos, encuentro las de la primera marcha, esas caras tímidas, mis compañeros, mis profes
y, de repente, aparecen unas imágenes que me ponen la piel de gallina. Son las de la Escuela de
Arquitectura, esa primera tarde noche que marcó un antes y un después en mi vida.
Recuerdo estar en la casa de mi abuela cuando recibí ese mensaje de texto que decía: “Somos
cada vez más, parece que vamos a pasar la noche acá”. Sin entender lo que pasaba, busqué en
los noticieros alguna noticia sobre el tema y al ver ahí todo ese clima de tensión, no dudé en ir y
acompañarlos.
Al saludar a mi abuela, sus palabras fueron: “Mi´ja no vaya a meterse ahí, tenga cuidado”. Salí lo
más rápido que pude y, al llegar a mi casa, antes que decir “hola”, sólo dije: “Los chicos necesitan
gente en la Escuela de Arquitectura, van a pasar la noche ahí y yo quiero ir”.
A las 21:30 del día 18 de septiembre, yo ya tenía mi mate listo y partía para la Universidad. Al llegar,
veo un montón de autos y gente dentro del último edificio, saludé a mis papás que me dejaban
con un poco de temor y entré. Era un clima raro, nuevo. Adentro, no sólo me encontré con compañeros, ví profesores, mis profesores, ví parientes, ví amigos. Y, un rato después, se llamó a reunión.
Todos estábamos ahí con un mismo propósito, todos, más allá de las diferentes posturas personales estábamos allí por una sola razón y era decir: “¡Basta!” Basta de subestimarnos como jóvenes,
basta de dejarnos sin docentes, basta de callarnos la boca, basta de miedo, basta de autoridades
eternas… ¡Basta!
A partir de ese momento ya no habría horarios. Luego de varios planteos y muchísimas propuestas, se decidió que debíamos tomar el Rectorado, rodearlo y no permitir que nadie saliera de allí
con nuestros archivos en la mano.
No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que
llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos con
miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato.
Sólo se escuchaban cánticos: “Tello decime: ¿Qué se siente haber perdido la UNLaR? Te juro que
acá los estudiantes, siempre nos vamos a organizar” o “Che, celeste, no existís, con Tello te vas a
ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”.
Cuando llegó la policía, nos dijo: “Chicos no tengan miedo. Sigan así, tranquilos, pacíficos, que nosotros estamos con ustedes” y ayudó a salir a quienes estaban adentro y llamaban desesperados
pidiendo auxilio porque unos “estudiantes terroristas y caprichosos no los dejaban salir” y tenían
“mucho miedo”. Algunos de ellos se quedaron en el edificio con la excusa de “cuidar papeles
importantes” y al edificio, de nosotros. ¡De nosotros!
Fue la noche más fría de la que tenga memoria. Nos dividimos los pocos que éramos en guardias,
cada uno cuidaba una puerta. Nadie entraba, nadie salía.
Todavía me recuerdo observando la Universidad vacía, sólo seis chicos/as a mi lado. Sin conocernos, compartíamos el frío envueltos en tres colchas, mirando que el móvil de la policía no se vaya
11
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

y esperando que amanezca. Se decía que mucha gente llegaría al amanecer a ayudarnos, a apoyarnos, sólo
había que esperar y confiar.
Nadie pensó entonces que ése sería el comienzo de un hecho histórico tan grande. Nadie en ese momento
pensó que movilizaríamos a una provincia dormida y con miedo. Nunca nadie pensó que nos íbamos a atrever a gritar tan fuerte. Y lo hicimos.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Fue la primera victoria y el único intento real de Tello Roldán
de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil.
Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales
con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en
contra de sus compañeros”.

Los guardapolvos blancos
entre el frío de Septiembre
Por Julio Marinelli

C

ruzar el portón de entrada de la UNLaR, ese jueves, era no saber con qué se iba a encontrar uno. Recuerdo haber manejado hasta allí, cansado y sin dormir, pensando cuál podía
ser la situación, la magnitud de todo esto, pero sobre todo, cuál iba a ser mi postura. Tenía en claro que estaba de acuerdo, que apoyaba, pero a esa altura había cambiado todo y
no iba a bastar con acompañar platónicamente o por internet. Había que poner la cara.
Repasé mentalmente lo que nos había llevado a esta situación: el conflicto con los docentes, la
virtual pérdida de cátedras por carecer de titulares. Las últimas semanas habían sido un hervidero
de rumores, noticias desalentadoras que premonizaban una purga “tellista” como ya había ocurrido antes. La situación escaló de golpe cuando el domingo 15 de septiembre, Virginia Gorosito,
estudiante de Comunicación Social, organizó un escrache por twitter para hacer repetir el hashtag
#FueraTelloRoldánDeLaUNLaR para el lunes en la madrugada. Fue una jugada agresiva, con una
demanda mucho mayor de lo que se pedía originalmente, pero resultó un éxito.
El martes 17, Día del Profesor y aniversario de la UNLaR, se convocó a una marcha a la que asistimos unas 1500 personas. Pocas para lo que se vería luego, pero cruciales para garantizar lo que
vendría. Esa mañana, mientras muchos se cuestionaban qué hacer, el rector Tello Roldán desafiaba
a “ver cuántos son” los que marchaban.
El miércoles, compañeros más involucrados participaron de una sentada pacífica en el rectorado.
No pensaba en ese momento que el reclamo fuera a crecer, me parecía que nos habíamos jugado
por algo que daría frutos amargos. Desde el trabajo seguía los acontecimientos por redes sociales y algún medio que se hacía eco -pocos-, pero no tenía idea la olla a presión que estaba por
estallar. Por eso fue grande la sorpresa cuando me enteré, tarde ese mismo miércoles, que se había
tomado la Universidad. Era una movida inconcebible, estaba maravillado por la noticia. Todavía
me había quedado trabajo para hacer pero me mantuve en contacto con compañeros que habían
permanecido toda la noche. No dormí tampoco. Al abrigo de una estufa, adelanté laburo y, a las
cuatro de la madrugada, metí lo que pude en un bolso y partí.
Estacioné el auto sobre la avenida De la Fuente, frente al Predio Ferial. Al bajarme me repetí lo que
finalmente había decido en el viaje: sería profesional, un corresponsal, cubriría los hechos objetivamente y brindaría mi apoyo en la medida en que pudiera, si se armaba lío, me iba. Simple.
Todavía era de noche cuando entré, los faroles naranja de la avenida no dejaban adivinar el alba.
Hacía mucho frío, demasiado para mediados de septiembre. No había mucha gente, sin dudas no
la cantidad que me habían dicho por mensaje más temprano. Se me hizo un nudo en el estómago:
“Esto tiene poca vida”, pensé.
Tímidamente me acerqué a las escaleras del rectorado. Sobre ellas me recibió efusivamente Ayelén
Silva, una compañera y la primera persona conocida que veía. A pesar del saludo enérgico y el
abrazo, todo en ella se veía mal: las ojeras le llegaban al piso, estaba afónica y temblaba levemente, envuelta en una colcha. Yo no podía ni empezar a imaginar lo que había sido pasar la noche
ahí. La explanada del rectorado tampoco tenía buena pinta, sólo cinco o seis personas permanecían, algunos parados, otros sentados, todos envueltos en frazadas y hablando en susurros. Ayelén
me explicó que hubo mucha gente durante la noche pero se habían retirado para descansar o
cambiarse, prometiendo volver al amanecer; el resto se había desplegado en las dos puertas del
rectorado para controlar. Ahí fue cuando me enteré que todavía quedaba gente en el edificio del
13
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

rectorado, funcionarios de alto rango que se negaban a salir y que se los había visto muy atareados durante
la noche con papeles y documentos.
Me dirigí a la Escuela de Arquitectura, un edificio aislado que se encuentra sobre el lado opuesto del predio
universitario. El lugar ya era todo un símbolo porque allí se había iniciado todo la tarde anterior y era, me sorprendió saberlo, el único recinto tomado de toda la UNLaR. El resto estaba libre y preparado para dar clases
como de costumbre.
En la puerta de Arquitectura me salió al paso Pablo Rojas, “el Juje”, también compañero y quien me había
estado actualizando la situación durante la noche. Se lo veía cansado pero de buen humor y, en el edificio del
que acababa de salir, se notaba mayor actividad y mejor ánimo que adelante.
Mientras la luz solar comenzaba a diluir la noche, recorrimos los módulos de la universidad de regreso al
portón. Pablo me contó de la presencia de políticos, profesores, y familiares la noche anterior: había sido
grande, dijo, pero le extrañaba que aún no volviera nadie. También él desconocía si cumplirían sus promesas
y volverían, pero ambos sabíamos que, si no lo hacían, esto se terminaba.
Adelante nos sentamos a charlar con Ayelén y Virginia sobre lo que había pasado y lo que se haría en adelante. La idea era resistir y exigir el desalojo de los funcionarios del rectorado; se pensaba que si se tomaba
el edificio poca gente aguantaría mucho tiempo adentro, sobre todo, no tener que pasar el frío de dormir en
la intemperie. Pero el consenso era no hacerlo por la fuerza -tomar una universidad nacional ya era un delito
grave- y un grupo de estudiantes de abogacía se ofreció a redactar un amparo para que la justicia federal
forzara el desalojo.
El único problema era conseguir transporte para presentarlo en el Juzgado federal en el centro de la ciudad y,
como yo tenía auto disponible, me ofrecí a llevarlos.
Durante el viaje, conversando con los chicos de Abogacía, me enteré de los “aprietes” que habrían estado sufriendo muchos de sus compañeros: se trataba de la carrera insignia del rector, su fuerte más seguro y donde
con más saña había impuesto su autoridad. A muchos alumnos los habrían llamado a sus celulares con
amenazas de serias sanciones y el fin de sus vidas académicas, y no eran pocos los que tenían miedo. Todos
habíamos escuchado, en un momento u otro, las historias de abusos y arbitrariedades que se habrían cometido durante más de 20 años de gobierno del Dr. Enrique Tello Roldán: nepotismo, listas negras, elecciones a
candidato único, compra de voluntades, “aprietes”. Concluido el trámite judicial, pasamos frente a la casa del
ahora ex rector. Todos en el auto coincidimos que las estatuas de leones blancos en el jardín de entrada nos
recordaba a escenas del cine negro y nos reímos hasta que llegamos a la Universidad.
Dientes apretados
Eran las 8:30 de la mañana y el rostro de la Universidad había cambiado notablemente. La salida del sol había
levantado el ánimo sombrío y había congregado a los pies del rectorado a un buen número de medios de
comunicación. Había más gente en las escalinatas y varios chicos – entre ellos Virginia y Valentín Maraga- ya
estaban dando las primeras notas a lo móviles de radio y televisión.

14
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

Sin embargo, no fue lo único que trajo el sol de la mañana. Es difícil describir el pánico que sentimos cuando
vimos surgir una columna de profesores y estudiantes “celestes” –el color del partido hegemónico de Tello
Roldán-. Se pidió que todo el bando de la toma se ubicara en las escaleras del Rectorado mientras los tellistas
se desplegaban frente nuestro. La “objetividad” y la “imparcialidad” llegaron hasta ahí, hasta el momento en
que tuvimos que juntarnos todos en esas escaleras para aguantar el miedo.
No éramos más que 200 personas y no sabíamos si podríamos convocar a más. Nadie se fue, sin embargo, y
mantuvimos nuestras posiciones mientras un grupo de asambleístas se dispersaron por las aulas para llamar
a quien sea posible –las clases en el resto de la Universidad no se habían suspendido-. Sabíamos que alumnos y docentes fieles al rector habían estado amenazando y “apretando” para que, si no conseguían sumarlos
a sus filas, al menos que no vinieran con nosotros. Para compensar, luego supimos que muchos de los que
nos hicieron frente ese día no habrían sido más que barrabravas contratados por un sobrino del rector con
el objetivo de intimidar y hacer ruido. Fue un momento de dientes apretados en que creímos ver el fin de la
protesta muy cerca.
Y, de repente... guardapolvos blancos. Un grupo enorme de alumnos de Medicina marchó justo en frente de
los “tellistas” y se aglutinó en círculo a los pies de las escalinatas para debatir. Los arengamos y festejábamos
cada vez que un grupo se separaba para subir con nosotros. En poco tiempo, el círculo se había consumido
como un banco de sardinas atacado por peces espada. Éramos, tranquilamente, tres veces más que nuestros
rivales que, descorazonados, se sentaron a masticar bronca.
Al frente nuestro, la algarabía forzada de los “celestes” se fue apagando al ver que lo que ocurría no era un
pequeño caso aislado, sino un verdadero movimiento. En las aulas se levantaban cada vez más estudiantes y
cada minuto que pasaba ya no nos jugaría en contra sino a favor, erosionando el miedo de los indecisos. Hacia el mediodía los “tellistas” se habían sentado algunos, marchado otros, y las cámaras y móviles les habían
dado decididamente la espalda.
Fue la primera victoria, y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil.
Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los
estudiantes en contra de sus compañeros.
En el amontonamiento estudiantil que eran ahora las escaleras todavía había pocas certezas. Pero ya no se
sentía el frío. Siempre había una mano lista para cebar un mate, o pasar bizcochos, otros pintaban carteles
que iban a empezar a ocupar las paredes célebremente vacías de la UNLaR.
Todo estaba por verse aún, nos quedaban, sin saberlo, 28 días de toma por delante. Serían días de frío, nervios, miedo, alegría, como pocas veces hemos experimentado. Luchando por nuestro derecho a una educación superior de calidad, maravillándonos por descubrir que amamos nuestra Universidad como no creíamos
posible, convencidos de que al compañero que tenemos a nuestro lado, que pone el cuerpo como nosotros,
no podíamos dejarlo pelear solo.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos
y animándonos a alzar la voz, dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR
nos pertenecía y queríamos defenderla”.

Y los colores caminaron
por los pasillos universitarios
Por María Inés Chumbita

E

l malestar era evidente. Los rumores se hacían más fuertes a medida que pasaban los días.
Era cuestión de tiempo, la bomba iba a explotar. Los años de persecución, de voces acalladas, de un sistema que no permitía estar en contra y que manejaba a su antojo y según su
conveniencia la Universidad Nacional de La Rioja, empezaban a producir un sentimiento de
indignación y se respiraba en los pasillos la tensión y la incertidumbre.
Muchos profesores estaban perdiendo parte de su sueldo y hasta su puesto de trabajo y fue entonces cuando un grupo de valientes, hastiados por tanta injusticia, decidió convocar a la primera
Asamblea General de Estudiantes. En este punto, la tecnología sirvió como medio de comunicación y, gracias a las redes sociales, la revolución se fue gestando. No fue simple y debieron enfrentarse a quienes quisieron amedrentarlos mediante amenazas pero, siempre decididos y sabiendo
lo que querían, siguieron adelante.
A esa asamblea le siguió la marcha del 17 de septiembre en la plaza 25 de Mayo, la primera de varias en las que el pueblo caminó junto a los estudiantes para pedir #DemocraciaEnLaUNLaR. Esta
numerosa marcha fue la respuesta al desafío que hizo el entonces Rector Tello Roldan cuando
declaró “vamos a ver cuántos son” y fue también el primer paso de lo que vendría después.
Los estudiantes fueron más allá y al día siguiente, luego de una nueva asamblea, organizaron una
sentada en la Escuela de Arquitectura. Fue en ese momento, y de manera casi espontanea, que
se decidió: “De acá no nos vamos”. Los portales de noticias comenzaron a informar tímidamente
sobre la toma en ese sector de la Universidad y, sin duda, lo que más animó a la gente que aún
no se había sumado fue saber que no sólo eran estudiantes los que estaban allí, sino también
sus profesores, acompañando, reclamando por sus derechos laborales y por un cambio en las
políticas universitarias. Esto fue un punto de inflexión, no había vuelta atrás, el cambio ya era
inevitable.
Lo que durante mucho tiempo había estado dormido despertaba lentamente en cada uno de esos
jóvenes que buscaban algo tan justo y necesario como la excelencia académica y la democracia.
Una democracia pisoteada y burlada por aquellos que sólo persiguen el beneficio propio y que
actúan guiados por las ansias de poder. La maquinaria celeste llegaba a su fin.
La mañana siguiente a la primera noche que los estudiantes pasaron en la Universidad, los medios de comunicación ya anunciaban la toma del rectorado y se decía mucho, se hacían las más
variadas conjeturas sobre lo que pasaría.
Hasta ese momento, sólo seguía este movimiento a través de esos medios, pero a partir de entonces, con un sentimiento de gran admiración hacia los valientes sublevados y, contagiada por
ese espíritu de lucha, decidí que quería estar allí, que mi deber era dejar de mirar desde afuera y
sumarme.
Una marcha multicolor
Ese primer día en la toma fue emocionante, el entusiasmo ganaba espacio en los estudiantes
que entendían que el único camino posible era la unión y la resistencia. Reconocí las caras de

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

mis compañeros entre la gente, sentados en el pasto tomando mate y me sentí feliz de ver a mis profesores
acompañarnos también en ese momento difícil, correspondernos con su presencia, con su apoyo. No existía
mejor lugar para estar que ese, rodeada de mis pares y junto a mis docentes exigiendo y resistiendo por mis
derechos.
Cuando el sol comenzaba a calentar un poco más, se organizó una marcha interna. Los alumnos de las
diferentes Carreras se distribuyeron para no abandonar la entrada y la mayoría marchó hacia la Escuela de
Arquitectura para comenzar desde allí la caminata. El calor, que se hacía cada vez más intenso, no funcionó
como impedimento para que con carteles y bombos atravesáramos, lentamente, cada uno de los módulos de
nuestra querida Universidad entonando diversos canticos. Un cartel me llamó particularmente la atención,
decía: “No más celeste, que brillen todos los colores”. Pensé que justamente eso era lo que estaba pasando,
los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos
en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos, animándonos a alzar la voz y dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y queríamos defenderla.
La marcha culminó en el patio contiguo al rectorado y allí vimos caer los últimos vestigios del “tellismo”
cuando, de a uno, salieron del edificio los funcionarios que aún resistían en las oficinas. Para ese momento,
los estudiantes eran ya una marea irrefrenable que dio la espalda a los que colaboraron para que este gobierno se perpetuara por más de 20 años, sembrando el miedo a cuestionar y a pensar distinto.
Esa misma noche “La Toma” dejó de ser sólo en el rectorado y se extendió a las aulas. Así comenzaba una
gesta que por más de 20 días mantendría en vilo al pueblo riojano, un hecho histórico que culminó con la
caída del tirano y todo su séquito y que le devolvió los colores a la UNLaR, la esperanza, las ganas de luchar, el
sentido de pertenencia a sus alumnos y trabajadores y que logró unir a miles de jóvenes consientes, en pos
de lograr un cambio para su futuro y el de toda una sociedad.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo,
nos hacía temblar.
Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no
había café que alejara el sueño ni mantas que nos refugiaran de
esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada
más profunda lograba apagarla”.

Resistiendo, de pie, un jueves sin fin

Por Juliana Segovia

E

ran casi las 8 de la mañana, mi conciencia y mi espíritu sabían lo que estaba pasando, y lo
que se estaba viviendo en la Universidad; me levanté sin pereza ni quejidos. Como nunca,
a esa hora quería estar de pie. Una fuerza enardecedora e inexplicable brotó dentro de
mí generando unas ganas insaciables de estar presente en la lucha, acompañar a todos
aquellos estudiantes que desde la noche anterior ya se encontraban acampando y defendiendo a
nuestra Universidad.
Sin dudas no era un día cualquiera, era un jueves de septiembre que comenzaba a escribir los primeros versos de un hecho que quedará marcado en la historia de los riojanos. Las flores, el verde
y los pájaros, comenzaban a surgir por los alrededores de la Universidad, intentando advertir la
llegada de su amiga primavera.
Al ingresar, parecía estar todo tranquilo, a cada paso que daba me topaba con miradas perdidas,
dormidas, pero con una fortaleza y luminosidad en los ojos que hasta me transmitían armonía y
serenidad al observarlas. Yo también estaba desorientada, no encontraba ningún rostro amigo, ni
siquiera conocido, y mientras avanzaba hacia el rectorado, colores, sonidos y cantos a viva voz se
hacían más potentes.
Dentro del edificio se encontraban aquellas mentes que por años mintieron, dañaron e hicieron
de la Universidad un lugar donde sólo reinaba la ambición, el autoritarismo y un miedo desgarrador que parecía no irse más. Por otro lado, en las afueras, estaba el pueblo estudiantil, una
comunidad entera que se había despertado y levantado contra los avasallamientos causados por
el dictador y su gobierno. El temor ya no corría por sus venas y eso se reflejaba en las miradas,
en las acciones, en los espíritus de cientos de alumnos, profesores, co-docentes, que gritaban:
“¡Nunca más!”
El sol comenzaba a quemar, las horas pasaban y las personas buscaban refugiarse de los rayos.
Con mis compañeros encontramos el lugar ideal para estar, debajo de un árbol, donde su sombra
lograba abrigarnos. Sentada en un rincón no podía creer lo que estaba percibiendo, unidad y
compañerismo tomados de la mano. En ese momento no existían rivalidades, sólo una meta fija
y compartida. Los mates iban y venían, las carcajadas se hacían notar, los carteles comenzaban
a llenar de color y de luz a toda la Universidad, era sin duda un ambiente desconocido y, a la vez,
esperanzador.
El inmenso predio universitario comenzaba a encogerse, cada vez más personas, alumnos,
amigos, docentes se unían a la lucha. De pronto, me llamó la atención la enorme cantidad de
estudiantes que vestían una prenda blanca, eran, sin duda, estudiantes de Medicina. No era la
única sorprendida ante la avalancha de luchadores que comenzaban a avanzar hacia el campo de
batalla, mis compañeros también lo estaban. Uno de ellos me preguntó: “¿Tu hermana estudia
Medicina, verdad? ¿Sabías que ellos recién se suman a la lucha?” Yo le contesté: “Mi hermana
está estudiando Medicina pero ella desde la marcha decidió sumarse, al igual que yo”. Dejé a mi
compañero para seguir escribiendo un cartel que estaba a medio terminar. Sin embargo detrás de
mí seguían comentando sobre la llegada de los estudiantes, logré escuchar a una chica que, con
impotencia y bronca, decía: “Ellos recién se suman porque los amenazaron de que iban a perder
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

el año. A muchos chicos se les quitaron las libretas y nunca se las devolvieron, muchos ya estaban a punto de
recibirse y temían por lo que podría llegar a pasarles”. Tal historia me desconcertó y la rabia aumentó como
también la adrenalina y las ganas de continuar gritando, exigiendo la renuncia del tirano y de sus secuaces.
El futuro era incierto, las dudas crecían como hiedra viva, muchas preguntas, pocas respuestas giraban en el
aire, sin embargo la revolución y las ansias de cambios se instalaron en la mente de cada uno de nosotros,
allí reinaba una sola postura, firme, sólida: terminar con el gobierno dictador.
Los minutos pasaron y el cielo comenzó a teñirse de rojo, el viento frío rozaba mis mejillas y los signos de
cansancio empezaban a aparecer, pero las ganas de quedarme y seguir de pie eran más fuertes que mi agotamiento físico. En eso pensaba mientras caminaba por los pasillos en búsqueda de un cigarrillo que lograra
calmar mi ansiedad. En una de esas caminatas, no pude evitar percibir a un señor, ya mayor, que reflejaba
emoción a simple vista. El charlaba con un joven y le decía: “Ustedes están haciendo historia, nunca se vivió
algo así en esta Universidad. Están cumpliendo nuestros sueños y estamos totalmente agradecidos y orgullosos de esta juventud”. No pude contener las lágrimas al escuchar tan sinceras y profundas palabras. Esas
frases quedaron marcadas en mi mente y en mi corazón todo ese eterno día.
Rock en una fría madrugada
Sin darnos cuenta, la noche nos visitó y, con ella, un frío antártico que congelaba el aliento de todo ser. En
medio de la oscuridad, se descubrió a una sabandija que merodeaba por el lugar, era evidente que buscaba
corromper la armonía que juntos habíamos logrado, intentaba inyectarnos miedo, como siempre. Sin embargo eso nos fortaleció en nuestra convicción de cuidar cada rincón de la Universidad. Como dice la conocida
frase “Unidos jamás serán vencidos”, eso es lo que se estaba viviendo: unidad, organización y compañerismo.
Las amenazas, el temor y la presencia de seres dañinos sólo hicieron redoblar las fuerzas para seguir luchando.
A raíz de lo sucedido, comenzó la etapa de organización, donde cada carrera se instaló en un aula, con las
respectivas donaciones de toda la sociedad riojana, que apoyaba la medida y colaboraba con los jóvenes
luchadores. Nosotros, los de Comunicación, nos albergamos en la 102.
La madrugada fue intensa. El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar.
Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño, ni mantas
que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba
apagarla.
Los chicos iban y venían, un aliento congelado salía por sus labios y de los míos también. El aroma a comida
casera se hacía más presente a mi alrededor, los cocineros de la toma, habían preparado un guiso de arroz.
Fui en busca de ese alimento que iba a saciar el hambre que tenía, lo saboreé y también lo compartí con mis
compañeros de guardia quienes, como yo, vivían el calvario de la madrugada.
El viento soplaba más fuerte, la luna emprendía su partida, las melodías de un rock and roll lograron sacudirme. Las personas que estaban cerca buscaban que pase el tiempo y el frío. El sonido de la guitarra encendía
corazones, sus dulces melodías daban la bienvenida al amanecer, que destilaba un naranja enceguecedor,
pintando un paisaje tan, tan difícil de explicar. Los primeros rayos del sol iluminaron las nuevas ilusiones.
Necesitaba descansar, mi cuerpo enfermo lo pedía a gritos. Quería recuperar energías para seguir luchando
junto a los demás. Fue un día agotador, un jueves sin fin, que mi memoria siempre guardará.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o
a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada
allí, con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que
nos acompañaba a hacer historia”.

De guardia en las primeras horas
de un día del estudiante distinto
Por Bertha Silvestre

L

a noche del 20 de Setiembre llegué a la Universidad para sumarme a mis compañeros que
mantenían la Toma reclamando por democracia en la UNLaR. En el aula destinada a Comunicación, estaban en ese momento nuestros profesores Darío Bazán, Carlos Navarro, Alfredo
Parada Larrosa, Rodolfo Varela y Maximiliano Bron; en los módulos se veía mucha gente que
acompañaba a sus hijos en su lucha.
A las doce, iniciando el 21 de Setiembre, día de la primavera y del estudiante, mi compañera
Candela Romero fue la primera que me abrazó y nos deseamos un felíz día, mientras algunos
reconocían que nunca habían pensado pasar ese día en la Universidad y en esas circunstancias.
Brindamos con gaseosas y mates.
Salí del salón y caminé hacia el Rectorado, allí era el punto de concentración de la Toma. Había un
grupo de estudiantes de Medicina que estaban cocinando guiso de arroz para todos. Muchos se
abrazaban celebrando el día que empezaba. La música llenaba todo el ambiente, junto a los estudiantes, estaban padres, niños, profesores, trabajadores administrativos y algunos periodistas que
seguían lo que pasaba en la Universidad. De fondo, colgaban carteles en las puertas del Rectorado: “Fuera Tello”, “Queremos democracia”.
Pasaron unos minutos, se encendieron velas y se cantó el himno como una forma de recordar
que la Toma era pacífica y que se pedía democracia. Fue el inicio de la celebración por el día del
estudiante.
Después caminamos hasta la Escuela de Arquitectura, algunos chicos estaban haciendo asado
fuera, otros escuchaban música y bailaban. Un módulo más adelante se veía a los estudiantes de
Medicina, un grupo cuidaba las escaleras y otro, de Odontología, compartía mates. Más allá se
ubicaban los de Abogacía, que habían colocado una mesa fuera y sintonizaban una radio, otra vez
música y baile, otra vez brindar con gaseosas y mates.
Ya de regreso al salón de Comunicación Social, mis compañeros se ponían de acuerdo con un
profesor para armar un grupo de prensa, muchas manos se levantaban para formar parte. Otros
debatían sobre la reunión de delegados del día siguiente. En una mesa había agua, mate, café,
galletas, que ponían de manifiesto la solidaridad de las personas que apoyaban el reclamo.
En tanto, en el sector del Rectorado, se presentaban diferentes artistas; un grupo de estudiantes
de Chile cantaron temas de su país; luego fue el turno de las chacareras y también de las baladas
en inglés. El público siempre acompañó con palmas. La alegría se palpaba en cada rincón de la
Universidad.
Una madrugada de guardia
Ya era hora de cumplir el turno de guardia. Nos correspondía cuidar la primera escalera, la que
comunicaba con las oficinas de los Departamentos académicos. El paso estaba clausurado con
sillas y abajo, cerca del cajero automático, había carpas donde dormían algunos. Cerca, estaba
una docente que acampaba con su hijo en el patio.
La guardia en aquella ocasión fue compartida con alumnos de Trabajo Social, nos sentamos
acompañados de café y galletas. Algunos habíamos llevado frazadas, otros se abrigaron con las
que fueron donadas. Nos acomodamos en el suelo, intentamos disponer las colchas como si fueran una cama, pero no, no eran una cama y se notaba. A medida que las horas pasaban, el frío era
más intenso y nos íbamos juntando, acercándonos, para entrar en calor. Para algunos, el sueño
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

venció al frío y se durmieron. Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que
yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada allí con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella
noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia.
A las seis y media de la mañana terminó nuestro turno de guardia, nos dirigimos al aula y vimos que había
pocos alumnos. Una compañera nos brindó una taza de café bien caliente con unas ricas facturas. Después
salimos al patio, todo estaba tranquilo, algunos dormían y otros ya estaban cuidando. Seguimos caminando
en dirección a la cocina, allí ya estaban preparando el desayuno para todos los que se habían quedado a dormir. En el portón de ingreso, un grupo de jóvenes tomaba su turno de guardia. Otros, como yo, nos marchábamos a descansar. La Universidad despertaba a un nuevo día de toma.
Cuando los días pasaron y las actividades se normalizaron con las nuevas autoridades elegidas por la Asamblea Soberana, mientras recorría los pasillos, recordé aquella noche. Ahora percibía quietud, tranquilidad,
hasta en el portón había silencio, sólo un policía lo custodiaba. Extrañé aquellos sonidos de música, voces,
movimiento de gente constante, todos juntos, todos reclamando democracia. Otra vez volví a pensar que lo
vivido había sido histórico y me sentí feliz de haber sido parte.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los
abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños.
Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida
a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir.
Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos
recuerdos”.

Nunca el cambio fue tan bueno:
Crónica de una (por primera vez) vocera
Por Candela Romero

D

omingo. Si bien asumí el rol con mucho gusto, era tranquilizante saber que un día como
éste, La Rioja duerme (incluso los Medios). 10.30 de la mañana y yo llego, casi rutinariamente, a pisar el suelo del aula 102. De la montonera de colchas, elijo las más vistosas
para cubrir a mis compañeros que todavía duermen y me dispongo a ordenar lo que
dejó la noche (vasos de agua, bidones vacíos, restos de pizza y los micrófonos del karaoke). Tres o
cuatro viajes con mis compañeros en busca de agua para lavar las tazas para el desayuno, las bandejas y los cubiertos para el almuerzo. Posteriormente nos toca, casi silenciosamente, el lavado de
pisos de nuestra zona en el pasillo y dejar todo listo para quienes desean el café y el budín para el
desayuno. Sí, parece un día más en la Toma.
El módulo I se activa nuevamente: La cocina está en marcha, los compañeros desfilan por los baños con cepillo de diente en mano y caras de dolor de espalda. La mañana transcurre como todas,
nos contamos anécdotas de la noche que pasó, entre risas y bostezos. Después del mediodía,
comienzan a sonar los teléfonos. Eso, eso era. No era un día más, era EL día. El domingo. A las 20,
se estaba por llevar a cabo la primera Marcha Social en apoyo a nuestro pedido de una UNLaR
democrática. “¿A qué hora es?”, “Te veo allá”, “Fuerza, estamos con ustedes” son algunos de los
mensajes que quedaron almacenados durante la siesta y la primera etapa de la tarde.
Los delegados en Asamblea, los demás almorzando, escribiendo carteles y decidiendo quiénes
irán a la marcha, dejando guardias mínimas: “No vaya a ser que volvamos y estén los tellistas
adentro”, decíamos. Se hacen las 18 y los delegados vuelven a la 102: “¿Lees?”, me preguntan y, lo
pensé…: Pensé en el día 1 (el 17 de Septiembre) en donde no me animé a tomar el megáfono para
convocar a la gente. Pero sin dudas la Cande que fui había quedado atrás. “Dale”, contesté. “Te
acompaña Emilio”, me respondieron. Emilio, un gringo simpaticón y barbudo que moviliza hasta a
un celeste.
Una delegación de siete mujeres salió a bordo del gol de una docente; todas con mucha incertidumbre, incertidumbre que nos soltó la mano en 25 de Mayo y San Nicolás de Bari, cuando
empezamos a ver banderas, velas, rostros, enojo, risas, y familia. Mucha familia. Familias completas. Mis compañeros de trabajo, mis amigos y sus hijos, personas que no me detuve a abrazar con
todas las ganas que me salían de los poros; ya comenzaba la marcha.
Me uní a los compañeros que llevaban nuestra bandera mayor, la de Argentina y, aunque quería,
era inútil: no se escuchaba mi canto. Era una literal garganta con arena y un dolor de cabeza potenciado cada vez que subía la voz, los pómulos colorados, los pelos despeinados. Pero no, seguí,
seguí cantando frente a la risa de los docentes de Arquitectura que me abrazaban y me decían:
“Vamos Romero, somos pocos, pero somos, eso es importante”. Al llegar a Pelagio B. Luna, me
alcanzaron el megáfono y lo primero que tuve que decir fue: “¡Chicos, paren, el final está acá, acá
cerca, nos chocamos!”, mientras todos nos mirábamos asombrados.
Me temblaban las manos, estaban húmedas; no me hacía frío, o sí. Llegamos al Palacio de Tribunales: Los encargados de logística me dijeron: “Acá, Cande, no nos vamos a organizar para llegar a
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

la Casa de Gobierno”. “¿A dónde? ¿Yo?”, pregunté.
No existe teoría, palabra, canción, Benedetti, Cortázar o algo que pueda describir mi sentir, parada en las
escalinatas ante… “Ocho mil, fácil, hay acá, ¿eh?”, según la mujer policía que estaba a mi lado. Y Cande nunca
había superado las 25 o 30 almas escuchando algo de lo que decía. Pasé de 30 a 8.000.
Era sinceramente indescriptible.
“Los estudiantes tenemos tres objetivos innegociables: la renuncia de forma pública del Rector Tello Roldán,
que los cargos docentes se concursen y que se reforme el Estatuto que actualmente está en vigencia”, decía
con voz ronca que se perdía entre los aplausos. Llegado el final del discurso y mientras el rubio simpaticón se
dirigía a todos con lágrimas en los ojos, me sentía aplastada; la energía y la fuerza de cada uno de esos ciudadanos, el pedido de todos en conjunto, podían con todo, hasta incluso con la fuerza de los que luchamos.
Frente a toda esa fuerza, estábamos nosotros, estaba yo, sintiendo dos manos que me sostenían la espalda,
la de Emilio y Maico, su compañera, que no dudó en emocionarse. Ellos saben lo que intento explicar ahora.
Cuando cedí el lugar, el doctor me miraba. Papá me miraba con unos ojos que yo no conocía, ojos de orgullo,
ojos de sorpresa, me miraba con ojos raros. Me abrazó. No había sentido, en tantos días de toma, un abrazo
tan sincero y tan enorme. Desde ese momento no logro encontrar todo lo que dejé atrás, la persona que fui
no apareció más.
Mientras tanto escuchaba a Emilio: “De ahora en más, somos amigos”, y ya nada más importaba. Un cambio
estaba en marcha y la sociedad prometía acompañarnos.
En las escaleras, velas; más atrás, manos que sostenían más velas y lágrimas; ojeras; cansancio.
“Soy todo lo que recuerdo”, canta el gran Gabo Ferro. Yo recuerdo abrazos entre los pares de lucha, recuerdo el
abrazo a mi docente (y compañera) frente a su mirada de orgullo y la de su bebé, algo confundido. Recuerdo a
profesores mordiéndose la comisura de los labios, sintiéndose con ganas de reventar en aplausos y no poder
al tener cámaras, luces, velas o banderas.
Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo.
Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no
paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos.
Ese domingo todo cambió. Lo que fue un “día como todos” pasó a ser “un día de aquellos”; ese domingo
unió lazos entre los estamentos y todos juntos nos unimos al pueblo, a esa generación dormida que soltó la
sábana para caminar el cambio junto a nosotros. Ese domingo volvimos, las siete mujeres en el gol, con otra
actitud, con otra semblanza, con otra expresión.
Los días venideros fueron mucho más pesados y dramáticos, pero desde ese día cruzamos el portón de la
UNLaR convencidas de nuestro reclamo, dejando atrás esas dudas que nos atacaban. Volvimos a caminar
el pasillo del módulo I abrazadas, tapadas con banderas, ansiando cruzar la puerta y aplaudir junto con los
que quedaron haciendo guardias o cumpliendo las funciones de prensa. Ese día mi tarea comenzó a tener
sentido. Todo comenzó a tenerlo.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida,
el primero fue ´Pastel revolucionario´; el segundo, ´Pastel democrático a la napolitana´ y cerramos con unas ´Tapizza”

El reto de cocinar en la Toma

Por Carla Cholota

U

nirme a la lucha fue una decisión que me costó mucho porque, por un lado, reinaba el
miedo y, por el otro, las ganas de luchar por nuestros derechos, por la democracia, por una
Universidad libre. Después de pensar y pensar, entendí que mi lugar estaba junto a mis
compañeros, en la Toma.
Los días pasaron y llegó el momento de asumir un nuevo reto. Era casi la medianoche de un domingo, el primero desde que la Universidad estaba tomada. Se escuchó una voz que decía: “Chicos, necesito que alguien vaya a una reunión de cocina en la carpa blanca”. Todos nos quedamos
mirándonos, nadie decía nada hasta que con una compañera decidimos ir. Al llegar a la reunión,
nos encontramos con un grupo muy motivado, empezamos a organizarnos y las horas pasaron, sin
darnos cuenta estaba por amanecer y con él otro desafío estaba por empezar.
Armar una cocina de la nada no era tarea fácil, más cuando nunca se habían presentado oportunidades como ésas. Lo que más pensaba era qué compañeros me tocarían, acoplarse a la forma de
cocinar de otros no es sencillo, sentía muchos nervios y, a la vez, adrenalina.
Con un sol radiante y con muchas expectativas y, también, incertidumbre, empezó nuestra mañana corriendo por los pasillos, pidiendo que nos presten todo lo necesario para cocinar y hablando
con nuestros conocidos para conseguir cosas. Así fue pasando la jornada, me retiré a almorzar y al
regresar, en la tarde, fue algo emocionante ver que de la nada se comenzaba a improvisar una cocina
y empezaban a llegar las cosas. Nos reunimos con los delegados de cocina, escogimos el lugar y en
ese momento sentimos que la cena estaba en nuestras manos.
Los nervios y las preguntas surgían: “¿qué cocinaremos?” “¿para cuántos?” En mi caso, había cocinado hasta para diez personas como máximo, pero tener en un módulo ocho carreras era una situación
que asustaba a cualquiera.
Arrancó el trabajo, recorrí curso por curso, preguntando cuántos chicos se quedaban a cenar, cuántos
estaban en las guardias y, al hacer cálculos, me llevé la sorpresa de que eran 290 personas. ¡Era una
cosa de locos cocinar para tantos! Allí decidimos preparar, con lo que nos habían dado en la carpa
blanca que estaba en la entrada de la Universidad, polenta con salsa. Era lo más sencillo. Por suerte
nos sobraron manos, mientras unos lloraban por picar cebolla, otros reían y no faltaba tema de
conversación. Unas chicas decían: “Si mi mamá se entera que acá estoy cocinando, no lo va a poder
creer”; otras preguntaban cómo se pelaban las cebollas; y estaban los que “peleaban” con la carne
porque era una masa de hielo. La noche fue avanzando y la cena estaba casi lista. Para organizarnos
mejor, a cada curso se le entregó una cierta cantidad de vales de comida. Cuando todo estuvo listo,
se avisó que se acercaran a retirar la cena. De un momento a otro vimos una avalancha de personas, todos llegaban con sus bandejitas. Los nervios nos comían, temíamos que no alcanzara lo que
habíamos preparado. A todos se les fue entregando la cena y, con una enorme sonrisa en el rostro,
nos agradecían.
Terminamos de servir, empecé a recorrer el pasillo para asegurarme que todos habían comido. Al
pasar, escuchaba que comentaban que “la cena estuvo muy buena” y me ponía contenta, pero lo
que más me emocionó fue llegar a mi curso y ver a todos con cara de felicidad. Los días anteriores
habíamos estado comiendo pan y fiambres y cambiar el menú no vino nada mal. Se me puso la “piel
de gallina” cuando pidieron un aplauso para “la Cholota, que gracias a ella hemos comido”.
Tanto para mis compañeros de cocina como para mí, esa noche fue una gran satisfacción, para ser
la primera vez, nos fue muy bien. En la madrugada, estuvimos reunidos los delegados de cocina de
todos los módulos y nosotros habíamos sido los únicos que no habíamos tenido problemas. Fijamos
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

el menú del día siguiente y así concluyó nuestra jornada inaugural en la cocina. Fue un día agotador pero feliz.
Los días pasaron y nos fuimos organizando mejor, porque cocinar un día para 300 y al siguiente para 250 no era
cosa fácil, así que se estableció una cifra exacta para cada curso en cuanto a sus vales, tanto para la mañana
como para la noche.
El cansancio se hacía presente cada jornada pero seguíamos trabajando. Recuerdo una anécdota de la primera
semana: las reuniones de los delegados de cocina eran a las dos de la madrugada, una noche terminé mis tareas
a la una y decidí acostarme hasta que fuera la hora de la reunión. Me acosté en uno de los colchones que había
en el curso donde estaban mis compañeros, dejé puesta la alarma en mi celular y me dormí. Estaba tan cansada
que cuando sonó, abrí los ojos sin entender si había amanecido, si era el mismo día. Me levanté y salí envuelta
en una frazada; empecé a caminar y recuerdo que, al llegar al segundo módulo, alguien se interpuso sin dejarme
avanzar. Entonces, me detuve y ví que era uno de los chicos ecuatorianos. Al parecer notó que seguía un poco
dormida y me preguntó a dónde iba, le dije: “Creo que voy a una reunión al tercer módulo”. Me acompañó y
puedo decir que terminé de despertarme cuando estaba en la reunión preguntándome cómo había llegado allí.
El tiempo siguió corriendo y llegó el sábado y nuestro primer fin de semana en la cocina. Hasta entonces éramos
cuatro los que siempre cocinábamos, tanto en la mañana como en la noche. Ese día yo sentía que ya no tenía
espalda ni brazos y que estaba a punto de perder mis piernas. Había sido una semana muy intensa, más intentando seguir una rutina que era nueva. Mis compañeros estaban igual que yo, así que decidimos que nuestra
labor en la cocina terminaba con el almuerzo, que ya nuestros cuerpos no respondían y que cada curso podía
encargarse de su cena y de la comida del domingo. Por una parte, sentía que debía descansar pero también me
preocupaba qué pasaría, qué comerían los demás esos dos días. Me sentía como si fuera la madre de ellos.
Ese domingo que no fui a la Universidad, el tiempo me pesaba muchísimo, me preguntaba qué hacía en casa,
pero también sabía que debía descansar. Mi vida había cambiado, ya no era la misma que tenía antes de la
Toma, aquella donde iba a clases, veía tele, usaba mi computadora, dormía las horas normales, me comunicaba con mi familia. En las semanas de la Toma, tenía comunicación con mis padres porque ellos me llamaban
constantemente, pero del resto no sabía nada. Soy muy futbolera y no tenía noción de los resultados de los
partidos. Decía: “Pregúntenme de la Uni y de la cocina, y les doy información; de la vida fuera de la Universidad,
no sé nada”.
No todo color de rosa
Llegó una nueva semana y tocaba volver a la cocina. Ese lunes estaba cumpliendo un año más de vida, quise
pasarlo allí, mi responsabilidad era estar allí. Con unos rayos de sol que entraban por mi ventana, me levanté
muy temprano, motivada, con muchas energías y feliz. Entré a la Universidad, al llegar al primer módulo, escuché que decían “ahí viene la morocha, cantémosle el feliz cumpleaños”. No faltaron abrazos y felicitaciones y el
canto en cada curso al que entraba, en la noche hasta serenata me regalaron los chicos de Ciencia Política. Pasé
un día increíble.
Pero como todo no es color de rosa, llegó la noche y los reclamos también. De los cuatro que éramos al principio, una chica se había ido y los otros dos habían estado a la mañana, así que a esa hora yo estaba sólo con unas
nuevas ayudantes. Me tocó oír las quejas, se cuestionaba que hubiéramos cerrado la cocina el fin de semana,
que lo que se servía era muy poco, que pensaban armar otra cocina, etcétera. Me dolieron tanto esos reclamos,
es como si olvidaran que estuvimos colaborando de forma voluntaria, que no éramos empelados de nadie sino
seres humanos que habíamos asumido un reto nuevo para nosotros y muy difícil. No se trataba de sentarse y
decirle a las ollas: “llénense”; las cebollas, papas y zanahorias no se pelaban ni se picaban solas; tampoco los
vales se repartían solos, menos las bandejitas se servían solas. Teníamos merecido un día de descanso y si la
porción era pequeña, era porque teníamos que cocinar con lo que nos entregaban y debía alcanzar para todos.
Esa noche terminé sintiéndome muy mal, pero había que seguir. Esos momentos estuvieron como también de
los otros. De ninguno me arrepiento porque luché por mis derechos y conocí a muchas personas - ¿dónde estaban que nunca las había visto? -, en especial, con las que compartimos la tarea de la cocina, personas únicas.
De los cuatro que empezamos, sólo resistimos dos y luego se sumaron tres chicas más que nos acompañaron
hasta el final.
Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de
comida, el primero fue “Pastel revolucionario”; el segundo,
“Pastel democrático a la napolitana” y cerramos con unas
“Tapizza”.
El lunes, cuando empezamos a desarmar lo que había
sido hasta entonces el lugar de la cocina, sentí una gran
tristeza, nos tocaba abandonar nuestra segunda casa.
Habíamos formado un buen grupo y nos acostumbramos
a vernos cada día y preguntarnos: “¿Qué cocinamos hoy?”
Haber formado parte de esta lucha histórica fue una
experiencia inolvidable y, si otra vez pudiera hacerlo, no
lo pensaría dos veces.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando,
que el pueblo los va a acompañar. Mire, mire, aquí todos apoyamos´, dice el hombre mientras señala un enorme cartel de
cartón, colgado de un gancho sobre la balanza: ´UNLaR somos
todos´, se leía.

“UNLaR somos todos” o cómo los
riojanos hicieron suya a la Universidad
Por Nancy Fátima Roldán

A

veces, el destino se confabula y conjuga lo imposible para que las cosas que tienen que
ser, sean.
Un rayo de sol se coló por la ventana. Descorro las cortinas y descubro la mañana. Me
alisto rápido para desayunar apurada un café, me siento ansiosa, no he dormido bien.
El reloj ya marca las siete. Se hace tarde, pero igual decido caminar hacia el trabajo, antes recojo
el diario colgado en una reja del portón de casa, leo un título en letras grandes que anuncia:
“Hoy nueva marcha de estudiantes de la UNLaR, exigen renuncia del Rector y autoridades”. Ya
voy en camino y, a cada paso que doy, una canción de los 80´ da vueltas en mi cabeza y, sin
querer, empiezo a tararearla, aunque no estoy segura creo que es de Marilina Ross y dice algo
así: “Algo está sucediendo y tiene que ver contigo, trata de comprenderlo, estás comprometido…
Algo de lo deseado se va viendo despacio, lo que querés o lo inevitable se da paso a paso… No te
detengas, cree en tus sueños, si alguien te los cuenta anímate a ser el primero…Ser el primero,
sin prepotencias. Ya hubo bastante. Trata de mejorar lo que buscas, es lo importante… Algo está
sucediendo y tiene que ver con todos, ponerse en movimiento, tal vez sea el modo”. Pienso y me
digo en voz baja: “Sí, claro que algo está sucediendo”. Ya va casi un mes de la Toma y se siente en
el ambiente que la paciencia se agota.
Voy llegando a la Plaza, me detengo frente a una vidriera, hay un cartel pintado a mano que dice:
“Nosotros apoyamos a la UNLaR” y, a medida que avanzo, más carteles de apoyo y adhesión en
locales comerciales que nunca hubiera imaginado. La Provincia está en plena campaña electoral,
sin embargo los afiches, los letreros y mensajes que predominan son los de solidaridad con los
estudiantes de la Universidad. Los colectivos, taxis y remises; las columnas del alumbrado público, los cordones de la vereda, una pared cedida por los vecinos, cualquier lugar en la vía pública
es bueno para hacer visible y sensibilizar a la sociedad acerca de lo que se vive en este conflicto
que se dilata en el tiempo y parece no acabar.
“Dígales que no aflojen”
Ya ha pasado el mediodía, salgo de mi trabajo y busco una verdulería, necesito comprar frutas y
verduras para llevar a mis compañeros que están en la Toma. Camino por la avenida Perón, a unas
cuadras hay una Feria. De repente me sobresaltan los bocinazos, son los autos que responden
dando su apoyo. En una esquina los chicos de Medicina, con un pasacalle, se paran en los semáforos y entregan volantes hechos a mano; solicitan colaboración con alimentos, agua, colchones,
etcétera. Piden permiso y pegan un cartel en la luneta de un automóvil. Veo los gestos de simpatía y adhesión. Esos guardapolvos blancos despiertan ternura, se compran el corazón de la gente.
Llego a la verdulería, le comento al dueño que deseo llevar fruta de estación y verduras frescas,
que son para los chicos de la UNLaR. “Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con
papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes
que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va acompañar. Mire, mire, aquí todos apo27
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

yamos”, dice el hombre al tiempo que señala un enorme cartel de cartón que colgaba de un gancho sobre la
balanza: “UNLaR somos todos”, se leía.
Las bolsas de las compras pesan demasiado, exceden mis fuerzas para llevarlas caminando, llamo un taxi.
El taxista me saluda:
- ¿A dónde la llevo?
- A la UNLaR, por favor.
– Ah, ¿usted está con esos chicos?
– Si, también soy estudiante.
- ¡Qué bien! ¡Son muy valientes, una lección nos está dando la juventud! Tantos años aguantándonos cada
cosa, ahí tiene el gobernador que tenemos, hace como 30 años que está en el poder. Son iguales que Tello,
ocupan un cargo y se atornillan en el sillón por la eternidad. Yo no fui a la Universidad, mis hijos que ya son
hombres tampoco, pero tengo tres nietitos pequeños y yo pienso en ellos. A mí me gustaría que se sientan
libres y sin miedo cuando vayan a estudiar… ¿Usted cree que puedo entrar? Me gustaría conocer el edificio
por dentro, nunca vine acá.
Le digo que sí. El taxista camina conmigo, me ayuda a llevar las bolsas. Vamos llegando a la improvisada
cocina de Sociales, allí me detengo entrego los víveres y saludo a mi compañera Carly, la chica ecuatoriana
que, a esta altura, es una eximia cocinera. Y el taxista continúa su “tour” por los pasillos de los módulos, lo
observo mientras se va, camina muy derecho, ensancha los hombros y el pecho, todo lo mira con asombro
como quien no quiere perderse nada. Creo que siente que está ante algo muy importante.
Se escuchan cánticos, palmas, se ven dibujos, pinturas alegóricas a la Toma; el palpitar de la lucha y la resistencia se respira; se siente en la piel y embriaga los sentidos en un estallido de color, donde antes sólo se veía
el aburrido y monocromático celeste.
Los artistas también dicen presente y cada noche le dan un toque creativo y musical. Es una fiesta del espíritu, donde convive lo distinto, lo diverso, lo plural. Nos inspiran los mismos ideales y todos hacemos nuestro
esfuerzo desde el lugar que podemos, aportamos con alegría nuestro granito de arena.

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Nueva marcha: golpe al autoritarismo
Hoy es domingo y muchas familias vienen a la Universidad a acompañar a sus hijos en la Toma, traen conservadoras y canastas para pasarlo juntos, porque hace tiempo no almuerzan todos en casa.
Es hoy un día muy especial, a la tarde se hará la tercera marcha desde que comenzó el conflicto y la segunda
llamada “Marcha social”. Hay nervios, reuniones y preparativos. Se definen los carteles, la guardia que permanecerá en la Toma, quiénes van a conducir la marcha, etcétera.
Son las seis de la tarde, me escapo y voy rápido a casa para darme un baño, buscar nuestros carteles y a mi
sobrina que me está esperando para ir juntas. Llegamos temprano, antes de las 20. Observamos la columna
que viene desde la UNLaR, pero en la Plaza no cabe un alfiler más, es prácticamente imposible moverse. Estoy
conmovida, miro alrededor y veo rostros conocidos, están los de gente que siempre participa de reclamos
populares y también los de personas que jamás vi en una marcha.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

Camino entre la muchedumbre que, como una marea, me lleva hacia adelante. Encabezando la marcha van
los alumnos de la licenciatura en Artes Escénicas, llevan las marcas simbólicas en la piel: Justicia, Democracia, Igualdad, Libertad, Derechos, Solidaridad. Una capucha negra en la cabeza (por el terrible mote de “terroristas” que recibimos los estudiantes por parte de las autoridades “tellistas”) y las manos atadas con gruesas
sogas que buscan librarse de la esclavitud de años.
La gente mayor, ubicada a la orilla de la calzada, aplaude emocionada; se ven abuelos con bastón y sillas de
ruedas; están los comerciantes, los maestros, las asambleas ambientales, los candidatos políticos que van
sin banderas de sus partidos ya que se les había advertido públicamente: “Que vayan como uno más, que
nadie intente sacar réditos de esta lucha”.
Avanzamos, son cuadras interminables de gente. Una abuela, la madre y la nieta pequeña que lleva un cartel:
“Tres generaciones apoyamos a la UNLaR”. Hay niños y bebés en sus cochecitos, “Mi mamá lucha por mí” o
“Mis hijos sabrán que he luchado por ellos”, se lee en los carteles que los acompañan. Las madres, los padres,
los jóvenes entienden, convencidos, que esa transformación universitaria es parte de una mejor educación,
más libre, para las nuevas generaciones.
La marcha continúa. “Son cerca de 40 mil personas”, nos dice un policía y mi sobrina me aprieta la mano, se
le caen las lágrimas. Ella no lo puede creer, a mí me cuesta también y pienso si al día siguiente los diarios nos
darán la primera plana, si aquellos medios que apenas hacían mención de la Toma, ahora decidirán por fin
hablar de nosotros. Es que, como es sabido, no se puede tapar el sol con un dedo.
Es muy tarde ya, me voy convencida de que esa noche, con ese gran hito estudiantil, se ha dado un golpe al
autoritarismo. Tello Roldán es un símbolo de lo que La Rioja ya no quiere más para el pueblo. Al día siguiente
lucha continuaría, pero esa noche, en esa Plaza, se ganó una gran batalla. Una pueblada expresando su reclamo y su sentir como nunca antes vimos. El orgullo de ser riojanos se reflejaba en las miradas.
La parte del mundo que cambia
En la Toma, sobre todo, se ha vivido una experiencia que nos revela en nuestra más profunda humanidad.
Silencios cómplices, risas, momentos compartidos llenos de emociones y también desencuentros. Para muchos, se sentaron las bases de grandes y duraderas amistades y de un compañerismo que va más allá de los
roles académicos.
La pregunta que hacían varios con desconfianza cuando esta quijotada comenzaba era: “¿Quieren cambiar
el mundo los jóvenes?”, “¿Se puede?” Nuestra parte de mundo está cambiando, algo nuevo se va gestando.
Y para asumir esas inquietudes, tomarlas, potenciarlas en un camino que esquiva los dogmas, las fórmulas
mágicas y los mandatos políticamente correctos, se está impulsando el debate entre todos los protagonistas.
Porque siempre es más importante y trascendente la creación colectiva que la individual.
Yo contemplo el paisaje humano en silencio y me digo a mi misma, como una reafirmación en lo que creo,
que los sueños dejan de serlo cuando emprendemos la acción. Ya lo decía Edgar Morín: “No olvides que la
realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir”.
Este es un sueño que surgió y quedó reflejado en la frase, repetida como un rezo a lo largo de estos días, una
frase que ha estado en las redes sociales, en las paredes, en el cuerpo, en las voces: “UNLaR somos todos,
todos somos UNLaR”.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al
otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde buscarlas… pero cada vez éramos más y eso sacaba
lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía”.

Compromiso y organización,
aspectos clave en un edificio tomado
Por Facundo Romero

L

os primeros días de la Toma se vivían como caóticos, todos moviéndose, nadie quieto. Se
respiraban aires de cambio o, al menos, aires que buscaban fuerzas para conseguirlo.
Desde aquel histórico 17 de septiembre, un sinfín de voces exclamaban una y mil veces que
la Universidad es de todos y, rápidamente, con una fuerza pocas veces vista, el grito se hizo
escuchar: “¡Democracia en la UNLaR!”.
Aquella noche inolvidable del comienzo de la Toma nos señaló que ya nada volvería a ser lo mismo. Se notaba que todos peleábamos por algo en común, con una firmeza y un convencimiento
tal que ningún batallón de ejercito podría frenarnos.
Comenzaba todo, por el momento, como se podía, simplemente ayudándonos los unos a los
otros, era la Universidad que se movía, todos juntos apoyándonos, tratando de hacer las cosas de
la manera más correcta y con el mayor compromiso.
Guardo todavía y, lo haré por siempre, ese cartelito de “Prensa y seguridad” que los miembros
de cada Carrera entregaban a sus pares y que a mí me dieron los compañeros de Comunicación
Social. Esas eran mis tareas y trataba de realizarlas con mucha responsabilidad y también buen
humor, entre risas y charlas con amigos.
Se habían designado a los delegados por Carrera y eran ellos quienes nos representaban en las
asambleas diarias, mientras el resto nos ayudábamos en lo que pudiéramos. Las tareas que realizábamos dentro del establecimiento eran cada vez más ordenadas y, la verdad, también eran cada
vez eran más. Recibíamos donaciones de comida, artículos de limpieza, electrodomésticos, por
parte de instituciones y colaboraciones de familias que nos manifestaban su apoyo no sólo con lo
material sino también con afecto, cariño y respeto por la lucha que estábamos llevando adelante.
Aquellas noches de seguridad en las que algo pasaba realmente, que recuerdo fueron dos o tres,
ya estaban atrás y todo se manejaba en un marco de cierta tranquilidad, más allá de que muchas
otras veces parecía que sucedía algo pero siempre terminaba en “falsas alarmas” si es que podría
decirse así sabiendo lo que estaba en juego, pero por eso justamente la alarma siempre estaba
encendida.
Pasaban las primeras semanas y nos encontrábamos con imprevistos con los que no contábamos;, el frío, la lluvia, y las frazadas o alguna cosa que nos pudiera dar siquiera un poco de calor
se volvían imprescindibles en aquellas noches de guardia, de desvelo que nos tocaba realizar en
cualquier sector de la universidad. Cualquier sector en sentido literal, hasta el cuarto módulo,
donde no pasaba nadie, donde el frío se hacía sentir más porque no era un lugar tan concurrido,
allí hacíamos guardias y cuidábamos con placer y ganas.
Es por eso que el concepto de organización fue el más sobresaliente en toda la etapa de Toma.
Jamás en mi vida vi a la Universidad tan limpia, cada rincón, desde el Rectorado hasta el cuarto
modulo, estaba sencillamente impecable. No había nada fuera de lugar ni un simple papel de
caramelo que uno a veces tira en forma descuidada. Todavía recuerdo los baños, esos que en otra
época estaban clausurados porque eran impresentables, de lejos se podían percibir los olores nauseabundos y el agua estancada. Esos mismos baños ahora contaban con jabón y papel higiénico.
Es que todos éramos conscientes que había que cuidar la Universidad y para ello nos organizamos.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

Los chicos de Comunicación Social teníamos guardias todos los días de 20 a 22 horas, a continuación de los
de Odontología, pero en una ocasión nos comprometimos, con un grupo de chicos de diferentes años de
nuestra Carrera, a hacer guardia toda la noche. Recuerdo el frío que pasamos y, al mismo tiempo, cuánto nos
divertimos. Algunos se dormían, otros comían, cantaban o bailaban, todo servía para pasar esa noche tan
helada que hasta costaba asomar los ojos fuera de las frazadas.
Días de 72 horas
Las semanas transcurrían y los días parecían tener 72 horas en lugar de 24. No era sencillo porque con el
correr de los días, el agotamiento, el cansancio, el hecho de estar tantas horas en un mismo lugar y con la
misma gente, muchas veces provocaban mal humor, cambios de ánimos constantes, y eso repercutía en la
convivencia. A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde
buscarlas. Mientras que las viejas autoridades no daban el brazo a torcer, dentro de la Universidad se respiraban aires diferentes, de libertad, de democracia, donde cada uno era dueño de manifestarse, a veces distinto,
aunque todos terminábamos recordando el objetivo que teníamos en común. Cada vez éramos más, en todo
sentido, y eso lógicamente sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía. El compromiso, la
fidelidad, el compañerismo crecía cada día y eso nos fortalecía.
La organización seguía siendo perfecta, los pasillos de la Universidad eran alfombras rojas, por lo impecables
y brillantes que se veían, si querías encontrar algo tirado en el piso tenías que buscarlo con la lupa de Sherlock Holmes, de otro modo, imposible.
Sin dudas, aquellos días que parecieron tantos y, a la vez, pocos, serán recordados por siempre. Profesores,
no docentes, alumnos, los llevarán consigo por lo que significó, por su trascendencia y porque fue un hecho
histórico del cual todos nos sentimos parte. Marcó un antes y un después en nuestra amada Universidad y en
cada uno de nosotros porque está claro que no somos los de antes, nos dimos cuenta de lo que se puede lograr cuando uno pelea por un objetivo con un convencimiento pleno. Y también fue histórico para el resto de
la sociedad, convencida, comprometida como pocas veces suele ocurrir, al menos que me haya tocado verlo
en mi vida. Estaré eternamente agradecido y orgulloso por haber acompañado este cambio en la historia. Sí,
eso fue la Toma, nada más y nada menos que un verdadero cambio en la historia de la Universidad Nacional
de La Rioja.

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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

“Estaban allí, en el escenario, vestidos y pintados de blanco, con
sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto.
Las damas y los caballeros de la ética, el futuro y la esperanza,
la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi,
casi perdida- pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes”.

Tercera Marcha Social: la semilla de
la victoria
Por Noris Gómez

L

a congoja prevaleciente. Nada estaba cambiando, nadie se quería ir. Se corría entonces
la voz: “¡Que se vayan todos!” Albores de la nueva marcha se apresuraban en llegar. La
fecha estipulada, el 8 de Octubre, a las 20, nuevamente en la querida Plaza 25 de Mayo.
Aquella que cobijó aquel 17 de Setiembre a los primeros caminantes que, casi tímidamente, decidieron marchar. Aquella que albergó a miles de ciudadanos convocados para luchar
pacíficamente por la Casa de Altos Estudios. Aquella donde la danza, la fuerza y la pasión se
unieron para contrarrestar el dolor de la injusticia y la desesperanza, alimentadas por falsas
acusaciones de los temerosos opositores a la causa, cuando todavía nada cambiaba para los
llamados “terroristas”.
Minutos antes de las 19, alisté mi cámara fotográfica y mi celular -por si se acababa la batería-,
no quería quedarme sin registrar ni un instante de lo que eso iba a ser. Recordaba lo que había
sucedido en las otras marchas y ésta sería mayor, así que había que documentar.
Mi cuerpo apenas podía moverse pero yo quería estar allí, así que pedí compañía y ayuda para
llegar al lugar. De paso, otro celular más, por si el mío no alcanzaba. Y emprendimos viaje. A
cuatro cuadras a la redonda ya se volvía muy difícil pasar, quince minutos más de caminata y,
llegando a la Plaza, mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Nunca vi algo así. Nunca sentí
algo así. Las otras marchas fueron muy convocantes pero ésta ya lo era antes del horario y
lugar estipulado. El alma se me salía del pecho y pensé que no iba a volver a mí. El sonido era
atronador. Una mezcla de murga, silbatinas y comparsas se apoderaron de las calles. La gente
iba y venía. Todos sabíamos adónde. Todos éramos parte de lo mismo, pero no nos conocíamos. Me volví tres cuadras y dije: “Ya no puedo estar aquí”. Crucé para hacer la cuarta y me
detuve, “tengo que estar allí”, pensé. ¡Qué contradicción! “No he faltado a las anteriores, ¿por
qué hacerlo ahora?” Si el esfuerzo, ya estaba hecho…Y volví.
Otra vez quince minutos para llegar. Pero ya había el doble de gente o mucha más. ¿De dónde
salieron todos? ¿Quiénes eran? Era el pueblo. Estudiantes y sus padres, sus hijos y también sus
abuelos; amigos; vecinos. Muchos llevaban envueltos en sus cuerpos una bandera o un cartel
con frases para defender nuestra Universidad. Todas las carreras representadas por distintos grupos de alumnos. Profesores, docentes, co-docentes, egresados, referentes de algunas
sedes de la UNLaR y de distintas universidades, institutos, colegios secundarios, incluyendo el
Pre-Universitario “Gral. San Martín”. Diferentes asociaciones, sectores sociales, movimientos,
agrupaciones reunidos para un mismo fin.
La caminata
El sonido de los bombos, tambores y redoblantes nos llevó nuevamente al punto de encuentro.
No faltaron los platillos, las guitarras y también las cornetas con las panderetas. Gorras, bonetes, sombreros y galerones. ¡Eso sí que era una fiesta! Ya había empezado la función. “¡Alcen
banderas!”, “¡Levanten pancartas!”, brazos en alto y La Marcha comenzó, paso a paso, por calle
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

San Nicolás de Bari (O) entre cánticos constantes. La
bandera celeste y blanca también marchaba abrazando cálidamente a quienes la llevaban.
Continuamos hasta la intersección de la calle San
Martín tomando registro de cada segundo posible.
En mi retina quedó cada instante de los que
caminaban y la lente los inmortalizó. El impacto:
el puño firme de “Docentes en Lucha” que se veía
en varios carteles, quienes los llevaban tenían
rostros sonrientes, se los veía unidos y fuertes.
“Ni terroristas ni delincuentes, estudiantes conscientes”, decía otro cartel que sujetaba un joven,
también alegre.
Corriendo ya por la calle 25 de Mayo, intentando
llegar antes para tomarlos de frente y desde
lo alto. Lo logramos. Lo mejor que encontré
fue una estructura de cemento que servía de
sostén a una publicidad. Estaba sobre la grieta
del mármol que la cubría, ahí me quedé. Sabía
que, más allá del piso, no terminaría en caso
que se desmoronara. Y allí venían todos, otra
vez. Pero desde ese lugar se veía todo diferente. El contraste de la belleza del atardecer y
la furia de los ambulantes es algo difícil de
definir. Simplemente, una cosa hermosa.
Globos de colores sostenidos entre las
manos, a lo ancho de la calle, adornaban
la marcha. Sus dueños, los que venían
adelante. Las caritas pintadas de algunos,
otros con antifaces, máscaras y caretas,
y algunos más con banderines en mano,
agitándose veloces. Silbatos apretados
entre los labios al compás de los cánticos
y palmas constantes acompañando.
“Todos somos UNLaR”, “UNLaR resiste”,
“Queremos estudiar, queremos libertad,
queremos elegir, queremos democracia
en la UNLaR”, se leía entre otras frases. Y, en medio del
tumulto, un hombre vestido de violeta, caminando sobre sus zancos, nos saludaba con
su galera naranja. Él también marchaba.
En un instante, ya no estaban. Dos o tres iban quedando. ¡A bajar! De un salto al piso llegué, pero en pie. Sin
duda, fue más rápido que subir, el propósito lo valía. Emprendimos la corrida, como persiguiendo al tiempo,
para llegar a la esquina de la Plaza. Allí era la concentración.
El reencuentro
Frente de la Casa de Gobierno, el escenario de madera me invitó a subir (o al menos eso me parecía). Y ahí
estaba yo, otra vez arriba, para ver mejor. Sólo se distinguían los rostros de adelante, los del final… ¿dónde
estaba el final? no se veía. ¡Eran muchos!
Al frente, la Iglesia Catedral. Los globos también vestían el borde de sus rejas. Grandes banderas de colores
danzaban entrelazadas, al paso de la bailanta, festejando entre los dedos de los artistas. Pensé que era la
fiesta más grande que podía haber para fotógrafos y camarógrafos. No alcanzaban las diez huellas ni las dos
pupilas para tomar cada instante, ninguno se podía dejar pasar. Repito, nunca vi algo igual. Los flashes, cual
luciérnagas en la noche, no dejaban de titilar.
Y fue ver juntos a los futuros trabajadores del arte, de la tecnología, de la construcción, de la ley, de la salud;
a los que danzan y a los que cantan; a los que van a hacer política; a los que traducirán otras lenguas; a los
que enseñarán; a los que se dedicarán a las letras; a los que acariciarán la tierra y a los que al suelo estudiarán; a los que inmortalizan vivencias en una imagen o en un papel, construyendo pirámides o derribándolas;
al que hará poesías; al orador y al que modulará su voz; a los que tratarán de hacer justicia; a los que con un
diseño pueden también vender; a los que escribirán la historia, una historia como la de hoy. Una lista de nunca acabar, imposible nombrarlos a todos, pero lo posible es decir que verlos juntos me emocionó. Los cuatro
puntos cardinales parecían haber desaparecido. No había ni un rinconcito vacío.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

El acto
Se encendieron nuevamente las cámaras, los micrófonos y grabadores. Por un segundo, la voluntad del silencio reinó. Sólo por un segundo. Luego, palabras de encanto, de lucha y de poder. Ese poder que te permite
avanzar a paso firme para no claudicar en la batalla. Manos en alto y no “¡alto, las manos!” como les hicieron
a nuestros profesores, encubierta y silenciosamente, hasta que la verdad salió a la luz.
La euforia y los aplausos. Mucha, mucha emoción. Sólo ver sus rostros era necesario para interpretar el designio de sus almas. ¡Ay, Dios!
Sus voces y sus palabras embelesaron a los presentes. A todos. Palabras de aliento, dichas con decisión y
coraje, continuaban el acto para defender la justicia perdida de los inocentes. Y allí estaba otra vez, don David
y su cabellera verde, que también marchó con todos. Don David ahora protagonista. Fotografiado él, no le
faltaron primeros planos. Con su elegante manta que atravesaba su cuerpo y los infaltables globos y pequeñas cintas que llevaba colgados en uno de sus brazos. Todo al tono con su peinado nuevo. ¿Vestido para la
ocasión?
De repente, irrumpieron en el escenario ellas y ellos. Con sus manos impedidas por las cuerdas de la maldad
y sus rostros escondidos, entenebrecidos. Entre los dientes, anudaron sus lenguas en la tortura, que quedó
atorada en sus gargantas. Estaban allí, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto. Las damas y caballeros de la ética, el futuro y la esperanza; la democracia, la
conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi,
casi perdida-, pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes.
Después, el rostro de la niña se dirigía hacia el horizonte. Sus manos sostenían un pequeño cartel que decía:
“La resistencia no es terrorismo”. Luego, unos, otros y otros más subieron a brindarnos sus palabras para la
noble causa. Todos tuvieron su lugar.
Nueva suelta de globos. ¡Qué belleza! Todos los discursos que continuaron llegaron hasta mis entrañas.
Ciertamente, fue una noche sin igual. La pantalla se encendió. Enseguida, las palabras de una madre y varias
personas más. Se representó aquello por lo que se estaba luchando.
Al último, el infaltable Himno Nacional Argentino. Un dúo interpretó para todos sus dulces y más bellas que
nunca estrofas. “¡Oh juremos con gloria morir!”, se escuchó tronar. Claro está que la idea nunca fue morir.
Quien deseó que nuestra Universidad muriera, sepa, no lo lograría. Mientras, la bandera argentina agitándose
entre las manos del estudiante, al lado de los intérpretes, majestuosa como siempre.
Las lágrimas y la alegría eran una sola cosa. A la luz de las velas, “¡Feliz cumple!” y algo más decía un cartel.
Ya nos íbamos. “Oíd el ruido”, escribió la doncella que sentada posó. Pura algarabía. Separándonos un poco
del lugar, el “facepaint” de la calavera posó también para mí, “Fuerzas UNLaR”, escribió.
La noche de los 50.000, ¡Qué noche! Quedará documentado en la historia de La Rioja y del país lo que mis
ojos vieron aquella jornada.
Y las orugas salieron a volar…

35
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática

36
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Libro "Cronicas de La Toma. Por una UNLaR democrática"

  • 1. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática
  • 2. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática Crónicas de La Toma. Por una UNLaR democrática. 2013 Primera Edición. 2013 Editado por Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja y Proyecto Libro –E Universidad Nacional de La Rioja Argentina Diseño de portada: Lic. Rodolfo Varela Diseño y diagramación: Lic. Rodolfo Varela y Lic. Alfredo Parada Larrosa Foto de portada: Julieta Herrera La edición imprensa de este libro se imprimió en los talleres de la Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja, en la ciudad de La Rioja, provincia de La Rioja, en el mes de diciembre de 2013. Moreno Castro, Leila Mabel Crónicas de la Toma. Por una UNLaR democrática. - 1a ed. - La Rioja: Proyecto Libro - E, 2013. E-Book. ISBN 978-987-1999-04-0 1. Crónicas. 2. Relatos. I. Título CDD 302.2
  • 3. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática AUTORIDADES Rector: Prof. Lic. Fabián Calderón Vicerrector: Prof. Ing. José Gaspanello Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas Decano: Prof. Cr. Hugo Riboldi Secretario Académico: Prof. Dr. Rodrigo Torres Licenciatura en Comunicación Social Director: Prof. Lic. Rodolfo Varela Coordinadora: Prof. Lic. Leila Torres Proyecto Libro - E Coordinador: Prof. Lic. Maximiliano Bron 3
  • 4. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática AGRADECIMIENTOS Los integrantes de este proyecto colectivo y colaborativo, formado por estudiantes bajo la coordinación de la Prof. Lic. Leila Moreno Castro, de la Licenciatura en Comunicación Social, orientación Periodismo, de la Universidad Nacional de La Rioja, dependiente del Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas, agradecen: El acompañamiento de la comunidad de la Carrera de Comunicación Social, integrada por estudiantes, docentes y graduados, quienes caminaron a la par en el proceso histórico que este libro relata; y en especial a las autoridades de la misma, el Director, Prof. Lic. Rodolfo Varela, y la coordinadora, Prof. Lic. Leila Torres, que dieron el impulso necesario para que esta publicación viera la luz; La predisposición y la colaboración del coordinador de Libro –E, editora de libros digitales de la Universidad Nacional de La Rioja, Prof. Lic. Maximiliano Bron, al abrirnos las puertas de un espacio de distribución libre de contenidos generados en esta Casa de Altos Estudios, mediante la modalidad Copyleft bajo licencias Creative commons. Sin dudas, una excelente propuesta que estudiantes, profesores y graduados de la UNLaR tienen a su disposición para generar conocimientos y difundirlos en el marco de una cultura libre. La cooperación del Secretario General Lic. Carlos Vilte Y el apoyo permanente a este tipo de proyectos por parte de las autoridades departamentales, Decano, Prof. Cr. Hugo Riboldi y Secretario Académico, Prof. Dr. Rodrigo Torres; como así también de las máximas autoridades de nuestra Universidad, Rector Prof. Lic. Fabián Calderón y Vicerrector, Prof. Ing. José Gaspanello. Finalmente, vaya el reconocimiento y el agradecimiento eterno a nuestras familias porque sin su sostén, su amor y su fortaleza no hubiéramos llegado hasta aquí. 4
  • 5. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática INDICE Introducción Por Leila Moreno Castro 7 La marcha en la que vencimos el miedo Por Daniel Ramayo 9 La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar Por Ayelén Silva 11 Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre Por Julio Marinelli 13 Y los colores caminaron por los pasillos universitarios Por María Inés Chumbita 17 Resistiendo, de pie, un jueves sin fin Por Juliana Segovia 19 De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto Por Bertha Silvestre 21 Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez) vocera Por Candela Romero 23 El reto de cocinar en la Toma Por Carla Cholota 25 “UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Universidad Por Nancy Fátima Roldán 27 Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado Por Facundo Romero 31 Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria Por Noris Gómez 33 Y como no sabíamos que era imposible… lo hicimos Por Micaela Campagna 37 9 de Octubre: El día en que otra Universidad comenzó a ser posible Por Belinda Dávila 39 Cuando el sol riojano se despidió con un nuevo rector Por Diego Daniel Castro 43 Epílogo. Hoy más que nunca, Democracia en la UNLaR Por Estudiantes de la Lic. en Comunicación Social 46 5
  • 6. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática 6
  • 7. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática INTRODUCCIÓN “La decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer… surgió en el convencimiento de que el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra el miedo, contra el olvido”. Las palabras como antídoto Por Leila Moreno Castro Prof. Titular Cátedra Seminario de Periodismo Cultural Universidad Nacional de La Rioja La Rioja/ Argentina L a crónica, como sustantivo, es definida por el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) como una “historia en que se observa el orden de los tiempos” y, en relación al periodismo, como un artículo o información “sobre temas de actualidad”. Historia, observación, orden temporal, actualidad, todas palabras reflejadas en este libro que reúne crónicas sobre un periodo histórico para la Universidad Nacional de La Rioja (UNLaR) y también para la Provincia. Son textos que partieron de la observación, de vivir tal experiencia, de hacerla propia. La decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer nació en el marco de la Cátedra Seminario de Periodismo Cultural, de la orientación Periodismo, de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLaR. Surgió en el convencimiento de que el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra el miedo, contra el olvido. Es también un modo de celebrar las posibilidades de expresión que nos brindan las palabras y por ello el género elegido para trabajar fue la crónica que, en su momento, fue la única forma de contar el mundo que nos rodeaba. En nuestra América Latina los primeros “cronistas de las Indias” relataban, maravillados o escandalizados, lo que los sorprendía, los conmovía, los asombraba, los aterrorizaba de aquel nuevo mundo. Claramente, se trataban de escritos signados por una visión enclavada en el etnocentrismo, que impulsaba a ver con cristales colonizadores. Pero, aún entonces, las crónicas incluían los ingredientes de narración y enfoque personal que las caracterizarían, luego, como un género particular dentro del periodismo. Después vendría la era de la imagen, con la fotografía, el cine, la televisión, las pantallas. El lenguaje se potenciaría así en nuevos formatos. Y el desafío de esta Cátedra fue recurrir a las palabras para contar aquellos días históricos, y enriquecerlas con fotografías que son también testimonios de lo vivido. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo relatar tanto? Hay momentos que nos atraviesan, que que- 7
  • 8. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática dan congelados en nuestra memoria porque movieron nuestras fibras, porque hicieron acelerar el corazón, porque pensamos que todo estaba perdido o caímos en la cuenta de que habíamos vencido. En fin, instantes que sintetizan un mundo, una lucha. Así, reconstruyendo esos instantes únicos, se fueron conformando pequeñas historias y el proceso de la Toma de la UNLaR, la gran historia, comenzó a escribirse. Se trata de un relato coral, múltiples voces contando días y noches de incertidumbres y certezas, de esperanzas y frustraciones, de acuerdos y desencuentros, de mucho frío y calor. ¿Es la historia verdadera de todo lo que sucedió en aquellas jornadas? Pues no, con seguridad, no. No es una historia, son muchas. Todas son posibles retazos de verdad. “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas”, escribía Tomás Eloy Martínez y, en este libro, eso queda plasmado. El valor de las narraciones está en que quienes alzan sus voces para contar lo que fue la Toma de la UNLaR son los que la vivieron desde adentro, son los que la padecieron y la disfrutaron casi en igual medida. ¿Quiénes son ellos? Estudiantes universitarios que decidieron levantar sus banderas pidiendo democracia y excelencia académica. Jóvenes, en su mayoría, son los hijos de la era de las imágenes y la sociedad de redes. En las primeras décadas del siglo XXI respiran los aires de la hibridez cultural que borra las fronteras geográficas y redefine las concepciones de comunidad e identidad, gracias al desarrollo inédito de las tecnologías de la información y la comunicación. Son jóvenes que reflejan las crisis de los sistemas de creencias, valores, conocimientos que sostuvieron las instituciones tradicionales en décadas y siglos pasados, y que hoy se ven imposibilitadas de dar respuestas a la generación que hace nuevas preguntas. Muchos han afirmado que son jóvenes descomprometidos; otros, en cambio, han llamado la atención diciendo que el compromiso que se les exige es el apegado a los viejos paradigmas sociales, los mismos que se vieron jaqueados por el propio paso de la historia. Por su parte, los jóvenes demuestran compromiso con aquello que les genera, ante todo, esperanzas de cambio, de transformación verdadera. Esos son los jóvenes que emprendieron una lucha intensa, sin respiro, que se extendió por casi un mes y que tuvo como epicentro a la Universidad Nacional de La Rioja, pero que la sociedad riojana en su conjunto observó, sorprendida en un principio, y acompañó, masivamente, después. Los que escribieron las crónicas de este libro son los que observaron el proceso de la Toma de la Universidad, sí, fueron testigos, pero también protagonistas. De allí que la subjetividad, la mirada personal, el “yo” esté presente en cada texto. Lejos de los parámetros que nos enseñaron las escuelas tradicionales de periodismo acerca de la obligación de perseguir una objetividad inalcanzable; lejos de la despersonalización y los márgenes estrechos que nos establece la redacción de la “pirámide invertida”; lejos de la búsqueda de lo extraordinario, lo insólito, lo raro; estas crónicas son el reflejo de un acontecer cotidiano en medio de un hecho inédito. Son crónicas escritas desde adentro, con una primera persona que va relatando y se hace cargo. Son voces que dicen: “Esto lo ví, lo sentí, lo pensé”. Son voces que gritan: “Yo estuve”, “yo lo cuento”, “yo existo”. En estos textos hay narración, descripción, diálogos, monólogos interiores, que van hilando distintos momentos de la Toma. Así podremos enterarnos de la organización de las marchas, de los preparativos y también del “durante” y del “después”, a partir de las sensaciones que dejaron en cada cronista. Compartiremos el miedo, la incertidumbre, el frío, combinados con la decisión, la unión y el coraje en la primera madrugada de un rectorado tomado. Conoceremos las lógicas de organización para mantener la seguridad y la limpieza, y también para difundir las actividades realizadas. Caminaremos por la Ciudad Universitaria tomada, apreciaremos cómo está vestida con múltiples colores y no con un monocorde celeste. Veremos a los estudiantes cumpliendo con las guardias nocturnas, a la intemperie, tapados con colchas y peléandole al frío y al sueño con mates y anécdotas. Percibiremos los olores de las cocinas improvisadas en el edificio. Y podremos revivir las interminables horas de aquel 9 de Octubre que significó el cierre de una etapa y el inicio de otra. Las palabras y las imágenes nos llevarán a esos “aquí y ahora” que cobrarán vida nuevamente con el correr de las páginas. Relatos de un tiempo histórico, eso son, nada más, nada menos. Constituyen un intento de nuestros futuros profesionales del periodismo de luchar contra el olvido de lo vivido, valorando la fuerza del lenguaje para transmitir, para registrar, para dejar huellas que otros, los que vengan, encontrarán. Como sociedad, es una invitación a conocer y a recordar para construir juntos, con memoria y esperanzas, un presente y un futuro con democracia y excelencia académica en la UNLaR, la Universidad de todos. La Rioja, Noviembre de 2013. 8
  • 9. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “El maltrato hacia mis profesores fue lo que me decidió a ir a la marcha, a luchar en contra de ese sistema, y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue algo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos”. La marcha en la que vencimos el miedo Por Daniel Ramayo A quel 17 de septiembre, pocos imaginaban lo que iba a pasar más adelante. Se convocaba a una marcha en la plaza 25 de mayo en contra de los despidos de algunos profesores, bajas en las designaciones de muchos otros y manejos pocos claros que ya tenían un historial de más de 20 años. Pero esa jornada en la que se conmemoraba el aniversario de la Universidad y el día del Profesor (¿Habrá sido una simple casualidad?, no lo creo) no comenzó todo. Días atrás había escuchado comentarios de cesantías a docentes con una larga trayectoria académica en la Universidad, basadas en justificaciones tales como que ya estaban en edad de jubilarse o que eso ya era sabido y hasta acordado con los mismos profesores. En ese momento algo empezó a generarme ruido, más allá que docentes de Comunicación Social, mi carrera, todavía no eran afectados o por lo menos no se conocía que lo fueran. Percibí un clima enrarecido, disconformidad por parte de compañeros, profesores y amigos de otras carreras que comenzaban a dar a conocer, mediante el “boca en boca”, lo que realmente estaba pasando puertas adentro. En un principio fue eso, y el panorama incierto se acentuaba. “¿Qué va a pasar con ese profesor de tal materia que me había ´guardado´ la regularidad?”, “¿Cómo van a ser los exámenes ahora en esa materia?”, “¿Quién se quedará a cargo?” Todas estas preguntas que nos hacíamos se expandían en los pasillos, en charlas de grupos de chicos preocupados. Con el correr de los días, los profesores o ayudantes de cátedra afectados por las medidas en contra de su fuente de trabajo, eran cada vez más. En las clases, los docentes poco sabían sobre cómo iba a seguir esta situación. La incertidumbre ya se había trasladado a ellos. “La carrera y la Universidad están atravesando un momento complicado”, “No sabemos cómo va a seguir todo esto”, eran las frases que podíamos escuchar cuando tratábamos de despejar dudas con ellos. Ese era el cuadro. ¿Por qué estoy describiendo todo esto, si yo me planteé escribir sobre la primera marcha y comencé esta crónica hablando de aquel 17 de septiembre? Lo describo porque todo lo que fui detallando fue lo que pasó por mi cabeza aquel día en el que decidí concurrir a la marcha. El miedo de ir y quedar “marcado” era real. Desde que ingresé a la UNLaR, he escuchado decenas de historias referidas a casos en los que alumnos y profesores habrían sido denigrados por el sistema que reinaba en la Universidad desde hacía dos décadas; chicos y chicas a los que se les pondrían obstáculos para recibirse por haber estado alguna vez en contra del rector o por el sólo hecho de no compartir un mismo pensamiento. Todo eso daba vueltas en mi cabeza aquel día. En la balanza ponía, por un lado, todo lo malo que estaba sucediendo en la Universidad y eso hacía convencerme aún más de que debía estar en la marcha. Pero, por otro lado, el contrapeso era ese temor remarcado anteriormente, porque, a su vez, pensaba en el poco tiempo que quedaba para que terminara de cursar mi carrera y las complicaciones que me podría traer asistir a una protesta. Sin embargo, cuando nos enteramos que los profesores de nuestra Carrera, con los cuales hemos creado un vínculo fuerte (ya que tenemos la posibilidad de tenerlos en varias cátedras a lo largo de los cuatro años de cursado) eran maltratados, denigrados, ahí se inclinó la balanza. Era el momento de 9
  • 10. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática jugarse por ellos. Ese fue claramente el punto de inflexión para que la mayoría de los alumnos de la Comunicación se decida a ir a la marcha. Un especial día del Profesor Martes 17 de septiembre. La marcha estaba convocada para las 19. Me reuní con unas compañeras para ir juntos. En la charla, camino a la Plaza principal, el tema que primaba era ese miedo a quedar “señalado” pero, a su vez, internamente estábamos convencidos de lo que hacíamos y lo que queríamos que cambiara en la Universidad. De a poco, el miedo se iba esfumando. Otra de las dudas era saber cuánta gente se iba a sumar, cuántos alumnos iban a dar ese paso fundamental, a cruzar esa línea del temor para pasar al otro lado, al de la lucha por una causa justa, al de la valentía. Llegamos a la Plaza y pude observar una cantidad de gente “aceptable” (tampoco pretendíamos llenar la plaza en una primera marcha), pero lo que me motivó y siguió convenciéndome, aún más de que lo que hacía era lo correcto, fue ver a mis compañeros y a chicos de otros años de la carrera allí. Se percibía en cierto modo una unión que pocas veces había visto. También gente mayor nos acompañaba. Algunos se acercaban y nos brindaban palabras de aliento, remarcaban el orgullo que les causaba ver que “los jóvenes luchen por la educación, por la Universidad”; otros buscaban interiorizarse más sobre la causa de la marcha, querían saber qué pasaba. De a poco, la gente se sumaba a ese grupo de alumnos y alumnas de la UNLaR que rodeaban la Plaza principal con pedidos de “Democracia”, “Calidad educativa”, “Libertad”, “Pluralidad”, “Diálogo”, entre otros. A medida que pasaba el tiempo, trataba de observar qué cantidad de personas apoyaba la lucha, nuestra lucha y, para mi sorpresa, el número crecía y crecía, las calles adyacentes estaban colmadas prácticamente. Sin embargo, aunque todo esto era muy sorprendente, hubo algo que fue lo que me marcó ese día: observar entre quienes marchaban a un grupo de profesores, a mis profesores de Comunicación Social. Era por ellos por los que luchábamos, por los que estábamos allí. El maltrato hacia ellos fue lo que me decidió a ir a la marcha, a luchar en contra de ese sistema y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue lo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos. Sin dudas, esa vuelta a casa fue con aires renovados, de esperanzas de que algo se pudiera cambiar. Los estudiantes habíamos dado el primer paso, le hicimos frente a un sistema de corrupción, de propagación del miedo y de sumisión que resistía por años en la Universidad Nacional de La Rioja. Pero esto sólo había sido el comienzo de lo que estaba por venir. La voluntad de lucha y las convicciones estaban más presentes que nunca en el espíritu de los jóvenes. La sociedad riojana poco a poco iba a entender esta lucha y a tomarla como propia. El sistema de poder vigente durante más de dos décadas se empezaba a quebrantar y a mostrar sus grietas. Ya nada volvería a ser lo mismo en la UNLaR ni en la Provincia. Una página importante de la historia se comenzaba a escribir y no había vuelta atrás. Aquella tarde fue una de las más importantes en el proceso de cambio de nuestra Universidad porque fue el día en donde se venció el miedo, se le dijo “basta” a una etapa nefasta. Aquel 17 de septiembre algo empezó a cambiar en todos.
  • 11. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos, con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato”. La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar Por Ayelén Silva M iro las fotos en mi cámara, mi computadora, los videos y sobreviene la nostalgia. Quizás se pregunten cómo una persona puede extrañar dormir en el piso, hacer guardias en escaleras, lidiar con pericotes, aguantar que en el aula donde estabas entre todo el tiempo gente pidiéndote cosas, correr a las tres o cuatro de la mañana por “infiltrados” y tantas cosas más. Sí, se extraña, se extraña eso y la amistad que se construyó en 28 días de la Toma, se extrañan las risas, los cantos, los bailes, las peleas, el trabajo en equipo. Se extraña todo. Viendo fotos, encuentro las de la primera marcha, esas caras tímidas, mis compañeros, mis profes y, de repente, aparecen unas imágenes que me ponen la piel de gallina. Son las de la Escuela de Arquitectura, esa primera tarde noche que marcó un antes y un después en mi vida. Recuerdo estar en la casa de mi abuela cuando recibí ese mensaje de texto que decía: “Somos cada vez más, parece que vamos a pasar la noche acá”. Sin entender lo que pasaba, busqué en los noticieros alguna noticia sobre el tema y al ver ahí todo ese clima de tensión, no dudé en ir y acompañarlos. Al saludar a mi abuela, sus palabras fueron: “Mi´ja no vaya a meterse ahí, tenga cuidado”. Salí lo más rápido que pude y, al llegar a mi casa, antes que decir “hola”, sólo dije: “Los chicos necesitan gente en la Escuela de Arquitectura, van a pasar la noche ahí y yo quiero ir”. A las 21:30 del día 18 de septiembre, yo ya tenía mi mate listo y partía para la Universidad. Al llegar, veo un montón de autos y gente dentro del último edificio, saludé a mis papás que me dejaban con un poco de temor y entré. Era un clima raro, nuevo. Adentro, no sólo me encontré con compañeros, ví profesores, mis profesores, ví parientes, ví amigos. Y, un rato después, se llamó a reunión. Todos estábamos ahí con un mismo propósito, todos, más allá de las diferentes posturas personales estábamos allí por una sola razón y era decir: “¡Basta!” Basta de subestimarnos como jóvenes, basta de dejarnos sin docentes, basta de callarnos la boca, basta de miedo, basta de autoridades eternas… ¡Basta! A partir de ese momento ya no habría horarios. Luego de varios planteos y muchísimas propuestas, se decidió que debíamos tomar el Rectorado, rodearlo y no permitir que nadie saliera de allí con nuestros archivos en la mano. No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato. Sólo se escuchaban cánticos: “Tello decime: ¿Qué se siente haber perdido la UNLaR? Te juro que acá los estudiantes, siempre nos vamos a organizar” o “Che, celeste, no existís, con Tello te vas a ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”. Cuando llegó la policía, nos dijo: “Chicos no tengan miedo. Sigan así, tranquilos, pacíficos, que nosotros estamos con ustedes” y ayudó a salir a quienes estaban adentro y llamaban desesperados pidiendo auxilio porque unos “estudiantes terroristas y caprichosos no los dejaban salir” y tenían “mucho miedo”. Algunos de ellos se quedaron en el edificio con la excusa de “cuidar papeles importantes” y al edificio, de nosotros. ¡De nosotros! Fue la noche más fría de la que tenga memoria. Nos dividimos los pocos que éramos en guardias, cada uno cuidaba una puerta. Nadie entraba, nadie salía. Todavía me recuerdo observando la Universidad vacía, sólo seis chicos/as a mi lado. Sin conocernos, compartíamos el frío envueltos en tres colchas, mirando que el móvil de la policía no se vaya 11
  • 12. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática y esperando que amanezca. Se decía que mucha gente llegaría al amanecer a ayudarnos, a apoyarnos, sólo había que esperar y confiar. Nadie pensó entonces que ése sería el comienzo de un hecho histórico tan grande. Nadie en ese momento pensó que movilizaríamos a una provincia dormida y con miedo. Nunca nadie pensó que nos íbamos a atrever a gritar tan fuerte. Y lo hicimos. 12
  • 13. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Fue la primera victoria y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil. Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en contra de sus compañeros”. Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre Por Julio Marinelli C ruzar el portón de entrada de la UNLaR, ese jueves, era no saber con qué se iba a encontrar uno. Recuerdo haber manejado hasta allí, cansado y sin dormir, pensando cuál podía ser la situación, la magnitud de todo esto, pero sobre todo, cuál iba a ser mi postura. Tenía en claro que estaba de acuerdo, que apoyaba, pero a esa altura había cambiado todo y no iba a bastar con acompañar platónicamente o por internet. Había que poner la cara. Repasé mentalmente lo que nos había llevado a esta situación: el conflicto con los docentes, la virtual pérdida de cátedras por carecer de titulares. Las últimas semanas habían sido un hervidero de rumores, noticias desalentadoras que premonizaban una purga “tellista” como ya había ocurrido antes. La situación escaló de golpe cuando el domingo 15 de septiembre, Virginia Gorosito, estudiante de Comunicación Social, organizó un escrache por twitter para hacer repetir el hashtag #FueraTelloRoldánDeLaUNLaR para el lunes en la madrugada. Fue una jugada agresiva, con una demanda mucho mayor de lo que se pedía originalmente, pero resultó un éxito. El martes 17, Día del Profesor y aniversario de la UNLaR, se convocó a una marcha a la que asistimos unas 1500 personas. Pocas para lo que se vería luego, pero cruciales para garantizar lo que vendría. Esa mañana, mientras muchos se cuestionaban qué hacer, el rector Tello Roldán desafiaba a “ver cuántos son” los que marchaban. El miércoles, compañeros más involucrados participaron de una sentada pacífica en el rectorado. No pensaba en ese momento que el reclamo fuera a crecer, me parecía que nos habíamos jugado por algo que daría frutos amargos. Desde el trabajo seguía los acontecimientos por redes sociales y algún medio que se hacía eco -pocos-, pero no tenía idea la olla a presión que estaba por estallar. Por eso fue grande la sorpresa cuando me enteré, tarde ese mismo miércoles, que se había tomado la Universidad. Era una movida inconcebible, estaba maravillado por la noticia. Todavía me había quedado trabajo para hacer pero me mantuve en contacto con compañeros que habían permanecido toda la noche. No dormí tampoco. Al abrigo de una estufa, adelanté laburo y, a las cuatro de la madrugada, metí lo que pude en un bolso y partí. Estacioné el auto sobre la avenida De la Fuente, frente al Predio Ferial. Al bajarme me repetí lo que finalmente había decido en el viaje: sería profesional, un corresponsal, cubriría los hechos objetivamente y brindaría mi apoyo en la medida en que pudiera, si se armaba lío, me iba. Simple. Todavía era de noche cuando entré, los faroles naranja de la avenida no dejaban adivinar el alba. Hacía mucho frío, demasiado para mediados de septiembre. No había mucha gente, sin dudas no la cantidad que me habían dicho por mensaje más temprano. Se me hizo un nudo en el estómago: “Esto tiene poca vida”, pensé. Tímidamente me acerqué a las escaleras del rectorado. Sobre ellas me recibió efusivamente Ayelén Silva, una compañera y la primera persona conocida que veía. A pesar del saludo enérgico y el abrazo, todo en ella se veía mal: las ojeras le llegaban al piso, estaba afónica y temblaba levemente, envuelta en una colcha. Yo no podía ni empezar a imaginar lo que había sido pasar la noche ahí. La explanada del rectorado tampoco tenía buena pinta, sólo cinco o seis personas permanecían, algunos parados, otros sentados, todos envueltos en frazadas y hablando en susurros. Ayelén me explicó que hubo mucha gente durante la noche pero se habían retirado para descansar o cambiarse, prometiendo volver al amanecer; el resto se había desplegado en las dos puertas del rectorado para controlar. Ahí fue cuando me enteré que todavía quedaba gente en el edificio del 13
  • 14. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática rectorado, funcionarios de alto rango que se negaban a salir y que se los había visto muy atareados durante la noche con papeles y documentos. Me dirigí a la Escuela de Arquitectura, un edificio aislado que se encuentra sobre el lado opuesto del predio universitario. El lugar ya era todo un símbolo porque allí se había iniciado todo la tarde anterior y era, me sorprendió saberlo, el único recinto tomado de toda la UNLaR. El resto estaba libre y preparado para dar clases como de costumbre. En la puerta de Arquitectura me salió al paso Pablo Rojas, “el Juje”, también compañero y quien me había estado actualizando la situación durante la noche. Se lo veía cansado pero de buen humor y, en el edificio del que acababa de salir, se notaba mayor actividad y mejor ánimo que adelante. Mientras la luz solar comenzaba a diluir la noche, recorrimos los módulos de la universidad de regreso al portón. Pablo me contó de la presencia de políticos, profesores, y familiares la noche anterior: había sido grande, dijo, pero le extrañaba que aún no volviera nadie. También él desconocía si cumplirían sus promesas y volverían, pero ambos sabíamos que, si no lo hacían, esto se terminaba. Adelante nos sentamos a charlar con Ayelén y Virginia sobre lo que había pasado y lo que se haría en adelante. La idea era resistir y exigir el desalojo de los funcionarios del rectorado; se pensaba que si se tomaba el edificio poca gente aguantaría mucho tiempo adentro, sobre todo, no tener que pasar el frío de dormir en la intemperie. Pero el consenso era no hacerlo por la fuerza -tomar una universidad nacional ya era un delito grave- y un grupo de estudiantes de abogacía se ofreció a redactar un amparo para que la justicia federal forzara el desalojo. El único problema era conseguir transporte para presentarlo en el Juzgado federal en el centro de la ciudad y, como yo tenía auto disponible, me ofrecí a llevarlos. Durante el viaje, conversando con los chicos de Abogacía, me enteré de los “aprietes” que habrían estado sufriendo muchos de sus compañeros: se trataba de la carrera insignia del rector, su fuerte más seguro y donde con más saña había impuesto su autoridad. A muchos alumnos los habrían llamado a sus celulares con amenazas de serias sanciones y el fin de sus vidas académicas, y no eran pocos los que tenían miedo. Todos habíamos escuchado, en un momento u otro, las historias de abusos y arbitrariedades que se habrían cometido durante más de 20 años de gobierno del Dr. Enrique Tello Roldán: nepotismo, listas negras, elecciones a candidato único, compra de voluntades, “aprietes”. Concluido el trámite judicial, pasamos frente a la casa del ahora ex rector. Todos en el auto coincidimos que las estatuas de leones blancos en el jardín de entrada nos recordaba a escenas del cine negro y nos reímos hasta que llegamos a la Universidad. Dientes apretados Eran las 8:30 de la mañana y el rostro de la Universidad había cambiado notablemente. La salida del sol había levantado el ánimo sombrío y había congregado a los pies del rectorado a un buen número de medios de comunicación. Había más gente en las escalinatas y varios chicos – entre ellos Virginia y Valentín Maraga- ya estaban dando las primeras notas a lo móviles de radio y televisión. 14
  • 15. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática Sin embargo, no fue lo único que trajo el sol de la mañana. Es difícil describir el pánico que sentimos cuando vimos surgir una columna de profesores y estudiantes “celestes” –el color del partido hegemónico de Tello Roldán-. Se pidió que todo el bando de la toma se ubicara en las escaleras del Rectorado mientras los tellistas se desplegaban frente nuestro. La “objetividad” y la “imparcialidad” llegaron hasta ahí, hasta el momento en que tuvimos que juntarnos todos en esas escaleras para aguantar el miedo. No éramos más que 200 personas y no sabíamos si podríamos convocar a más. Nadie se fue, sin embargo, y mantuvimos nuestras posiciones mientras un grupo de asambleístas se dispersaron por las aulas para llamar a quien sea posible –las clases en el resto de la Universidad no se habían suspendido-. Sabíamos que alumnos y docentes fieles al rector habían estado amenazando y “apretando” para que, si no conseguían sumarlos a sus filas, al menos que no vinieran con nosotros. Para compensar, luego supimos que muchos de los que nos hicieron frente ese día no habrían sido más que barrabravas contratados por un sobrino del rector con el objetivo de intimidar y hacer ruido. Fue un momento de dientes apretados en que creímos ver el fin de la protesta muy cerca. Y, de repente... guardapolvos blancos. Un grupo enorme de alumnos de Medicina marchó justo en frente de los “tellistas” y se aglutinó en círculo a los pies de las escalinatas para debatir. Los arengamos y festejábamos cada vez que un grupo se separaba para subir con nosotros. En poco tiempo, el círculo se había consumido como un banco de sardinas atacado por peces espada. Éramos, tranquilamente, tres veces más que nuestros rivales que, descorazonados, se sentaron a masticar bronca. Al frente nuestro, la algarabía forzada de los “celestes” se fue apagando al ver que lo que ocurría no era un pequeño caso aislado, sino un verdadero movimiento. En las aulas se levantaban cada vez más estudiantes y cada minuto que pasaba ya no nos jugaría en contra sino a favor, erosionando el miedo de los indecisos. Hacia el mediodía los “tellistas” se habían sentado algunos, marchado otros, y las cámaras y móviles les habían dado decididamente la espalda. Fue la primera victoria, y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil. Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en contra de sus compañeros. En el amontonamiento estudiantil que eran ahora las escaleras todavía había pocas certezas. Pero ya no se sentía el frío. Siempre había una mano lista para cebar un mate, o pasar bizcochos, otros pintaban carteles que iban a empezar a ocupar las paredes célebremente vacías de la UNLaR. Todo estaba por verse aún, nos quedaban, sin saberlo, 28 días de toma por delante. Serían días de frío, nervios, miedo, alegría, como pocas veces hemos experimentado. Luchando por nuestro derecho a una educación superior de calidad, maravillándonos por descubrir que amamos nuestra Universidad como no creíamos posible, convencidos de que al compañero que tenemos a nuestro lado, que pone el cuerpo como nosotros, no podíamos dejarlo pelear solo. 15
  • 16. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática 16
  • 17. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos y animándonos a alzar la voz, dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y queríamos defenderla”. Y los colores caminaron por los pasillos universitarios Por María Inés Chumbita E l malestar era evidente. Los rumores se hacían más fuertes a medida que pasaban los días. Era cuestión de tiempo, la bomba iba a explotar. Los años de persecución, de voces acalladas, de un sistema que no permitía estar en contra y que manejaba a su antojo y según su conveniencia la Universidad Nacional de La Rioja, empezaban a producir un sentimiento de indignación y se respiraba en los pasillos la tensión y la incertidumbre. Muchos profesores estaban perdiendo parte de su sueldo y hasta su puesto de trabajo y fue entonces cuando un grupo de valientes, hastiados por tanta injusticia, decidió convocar a la primera Asamblea General de Estudiantes. En este punto, la tecnología sirvió como medio de comunicación y, gracias a las redes sociales, la revolución se fue gestando. No fue simple y debieron enfrentarse a quienes quisieron amedrentarlos mediante amenazas pero, siempre decididos y sabiendo lo que querían, siguieron adelante. A esa asamblea le siguió la marcha del 17 de septiembre en la plaza 25 de Mayo, la primera de varias en las que el pueblo caminó junto a los estudiantes para pedir #DemocraciaEnLaUNLaR. Esta numerosa marcha fue la respuesta al desafío que hizo el entonces Rector Tello Roldan cuando declaró “vamos a ver cuántos son” y fue también el primer paso de lo que vendría después. Los estudiantes fueron más allá y al día siguiente, luego de una nueva asamblea, organizaron una sentada en la Escuela de Arquitectura. Fue en ese momento, y de manera casi espontanea, que se decidió: “De acá no nos vamos”. Los portales de noticias comenzaron a informar tímidamente sobre la toma en ese sector de la Universidad y, sin duda, lo que más animó a la gente que aún no se había sumado fue saber que no sólo eran estudiantes los que estaban allí, sino también sus profesores, acompañando, reclamando por sus derechos laborales y por un cambio en las políticas universitarias. Esto fue un punto de inflexión, no había vuelta atrás, el cambio ya era inevitable. Lo que durante mucho tiempo había estado dormido despertaba lentamente en cada uno de esos jóvenes que buscaban algo tan justo y necesario como la excelencia académica y la democracia. Una democracia pisoteada y burlada por aquellos que sólo persiguen el beneficio propio y que actúan guiados por las ansias de poder. La maquinaria celeste llegaba a su fin. La mañana siguiente a la primera noche que los estudiantes pasaron en la Universidad, los medios de comunicación ya anunciaban la toma del rectorado y se decía mucho, se hacían las más variadas conjeturas sobre lo que pasaría. Hasta ese momento, sólo seguía este movimiento a través de esos medios, pero a partir de entonces, con un sentimiento de gran admiración hacia los valientes sublevados y, contagiada por ese espíritu de lucha, decidí que quería estar allí, que mi deber era dejar de mirar desde afuera y sumarme. Una marcha multicolor Ese primer día en la toma fue emocionante, el entusiasmo ganaba espacio en los estudiantes que entendían que el único camino posible era la unión y la resistencia. Reconocí las caras de 17
  • 18. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática mis compañeros entre la gente, sentados en el pasto tomando mate y me sentí feliz de ver a mis profesores acompañarnos también en ese momento difícil, correspondernos con su presencia, con su apoyo. No existía mejor lugar para estar que ese, rodeada de mis pares y junto a mis docentes exigiendo y resistiendo por mis derechos. Cuando el sol comenzaba a calentar un poco más, se organizó una marcha interna. Los alumnos de las diferentes Carreras se distribuyeron para no abandonar la entrada y la mayoría marchó hacia la Escuela de Arquitectura para comenzar desde allí la caminata. El calor, que se hacía cada vez más intenso, no funcionó como impedimento para que con carteles y bombos atravesáramos, lentamente, cada uno de los módulos de nuestra querida Universidad entonando diversos canticos. Un cartel me llamó particularmente la atención, decía: “No más celeste, que brillen todos los colores”. Pensé que justamente eso era lo que estaba pasando, los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos, animándonos a alzar la voz y dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y queríamos defenderla. La marcha culminó en el patio contiguo al rectorado y allí vimos caer los últimos vestigios del “tellismo” cuando, de a uno, salieron del edificio los funcionarios que aún resistían en las oficinas. Para ese momento, los estudiantes eran ya una marea irrefrenable que dio la espalda a los que colaboraron para que este gobierno se perpetuara por más de 20 años, sembrando el miedo a cuestionar y a pensar distinto. Esa misma noche “La Toma” dejó de ser sólo en el rectorado y se extendió a las aulas. Así comenzaba una gesta que por más de 20 días mantendría en vilo al pueblo riojano, un hecho histórico que culminó con la caída del tirano y todo su séquito y que le devolvió los colores a la UNLaR, la esperanza, las ganas de luchar, el sentido de pertenencia a sus alumnos y trabajadores y que logró unir a miles de jóvenes consientes, en pos de lograr un cambio para su futuro y el de toda una sociedad. 18
  • 19. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar. Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño ni mantas que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba apagarla”. Resistiendo, de pie, un jueves sin fin Por Juliana Segovia E ran casi las 8 de la mañana, mi conciencia y mi espíritu sabían lo que estaba pasando, y lo que se estaba viviendo en la Universidad; me levanté sin pereza ni quejidos. Como nunca, a esa hora quería estar de pie. Una fuerza enardecedora e inexplicable brotó dentro de mí generando unas ganas insaciables de estar presente en la lucha, acompañar a todos aquellos estudiantes que desde la noche anterior ya se encontraban acampando y defendiendo a nuestra Universidad. Sin dudas no era un día cualquiera, era un jueves de septiembre que comenzaba a escribir los primeros versos de un hecho que quedará marcado en la historia de los riojanos. Las flores, el verde y los pájaros, comenzaban a surgir por los alrededores de la Universidad, intentando advertir la llegada de su amiga primavera. Al ingresar, parecía estar todo tranquilo, a cada paso que daba me topaba con miradas perdidas, dormidas, pero con una fortaleza y luminosidad en los ojos que hasta me transmitían armonía y serenidad al observarlas. Yo también estaba desorientada, no encontraba ningún rostro amigo, ni siquiera conocido, y mientras avanzaba hacia el rectorado, colores, sonidos y cantos a viva voz se hacían más potentes. Dentro del edificio se encontraban aquellas mentes que por años mintieron, dañaron e hicieron de la Universidad un lugar donde sólo reinaba la ambición, el autoritarismo y un miedo desgarrador que parecía no irse más. Por otro lado, en las afueras, estaba el pueblo estudiantil, una comunidad entera que se había despertado y levantado contra los avasallamientos causados por el dictador y su gobierno. El temor ya no corría por sus venas y eso se reflejaba en las miradas, en las acciones, en los espíritus de cientos de alumnos, profesores, co-docentes, que gritaban: “¡Nunca más!” El sol comenzaba a quemar, las horas pasaban y las personas buscaban refugiarse de los rayos. Con mis compañeros encontramos el lugar ideal para estar, debajo de un árbol, donde su sombra lograba abrigarnos. Sentada en un rincón no podía creer lo que estaba percibiendo, unidad y compañerismo tomados de la mano. En ese momento no existían rivalidades, sólo una meta fija y compartida. Los mates iban y venían, las carcajadas se hacían notar, los carteles comenzaban a llenar de color y de luz a toda la Universidad, era sin duda un ambiente desconocido y, a la vez, esperanzador. El inmenso predio universitario comenzaba a encogerse, cada vez más personas, alumnos, amigos, docentes se unían a la lucha. De pronto, me llamó la atención la enorme cantidad de estudiantes que vestían una prenda blanca, eran, sin duda, estudiantes de Medicina. No era la única sorprendida ante la avalancha de luchadores que comenzaban a avanzar hacia el campo de batalla, mis compañeros también lo estaban. Uno de ellos me preguntó: “¿Tu hermana estudia Medicina, verdad? ¿Sabías que ellos recién se suman a la lucha?” Yo le contesté: “Mi hermana está estudiando Medicina pero ella desde la marcha decidió sumarse, al igual que yo”. Dejé a mi compañero para seguir escribiendo un cartel que estaba a medio terminar. Sin embargo detrás de mí seguían comentando sobre la llegada de los estudiantes, logré escuchar a una chica que, con impotencia y bronca, decía: “Ellos recién se suman porque los amenazaron de que iban a perder 19
  • 20. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática el año. A muchos chicos se les quitaron las libretas y nunca se las devolvieron, muchos ya estaban a punto de recibirse y temían por lo que podría llegar a pasarles”. Tal historia me desconcertó y la rabia aumentó como también la adrenalina y las ganas de continuar gritando, exigiendo la renuncia del tirano y de sus secuaces. El futuro era incierto, las dudas crecían como hiedra viva, muchas preguntas, pocas respuestas giraban en el aire, sin embargo la revolución y las ansias de cambios se instalaron en la mente de cada uno de nosotros, allí reinaba una sola postura, firme, sólida: terminar con el gobierno dictador. Los minutos pasaron y el cielo comenzó a teñirse de rojo, el viento frío rozaba mis mejillas y los signos de cansancio empezaban a aparecer, pero las ganas de quedarme y seguir de pie eran más fuertes que mi agotamiento físico. En eso pensaba mientras caminaba por los pasillos en búsqueda de un cigarrillo que lograra calmar mi ansiedad. En una de esas caminatas, no pude evitar percibir a un señor, ya mayor, que reflejaba emoción a simple vista. El charlaba con un joven y le decía: “Ustedes están haciendo historia, nunca se vivió algo así en esta Universidad. Están cumpliendo nuestros sueños y estamos totalmente agradecidos y orgullosos de esta juventud”. No pude contener las lágrimas al escuchar tan sinceras y profundas palabras. Esas frases quedaron marcadas en mi mente y en mi corazón todo ese eterno día. Rock en una fría madrugada Sin darnos cuenta, la noche nos visitó y, con ella, un frío antártico que congelaba el aliento de todo ser. En medio de la oscuridad, se descubrió a una sabandija que merodeaba por el lugar, era evidente que buscaba corromper la armonía que juntos habíamos logrado, intentaba inyectarnos miedo, como siempre. Sin embargo eso nos fortaleció en nuestra convicción de cuidar cada rincón de la Universidad. Como dice la conocida frase “Unidos jamás serán vencidos”, eso es lo que se estaba viviendo: unidad, organización y compañerismo. Las amenazas, el temor y la presencia de seres dañinos sólo hicieron redoblar las fuerzas para seguir luchando. A raíz de lo sucedido, comenzó la etapa de organización, donde cada carrera se instaló en un aula, con las respectivas donaciones de toda la sociedad riojana, que apoyaba la medida y colaboraba con los jóvenes luchadores. Nosotros, los de Comunicación, nos albergamos en la 102. La madrugada fue intensa. El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar. Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño, ni mantas que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba apagarla. Los chicos iban y venían, un aliento congelado salía por sus labios y de los míos también. El aroma a comida casera se hacía más presente a mi alrededor, los cocineros de la toma, habían preparado un guiso de arroz. Fui en busca de ese alimento que iba a saciar el hambre que tenía, lo saboreé y también lo compartí con mis compañeros de guardia quienes, como yo, vivían el calvario de la madrugada. El viento soplaba más fuerte, la luna emprendía su partida, las melodías de un rock and roll lograron sacudirme. Las personas que estaban cerca buscaban que pase el tiempo y el frío. El sonido de la guitarra encendía corazones, sus dulces melodías daban la bienvenida al amanecer, que destilaba un naranja enceguecedor, pintando un paisaje tan, tan difícil de explicar. Los primeros rayos del sol iluminaron las nuevas ilusiones. Necesitaba descansar, mi cuerpo enfermo lo pedía a gritos. Quería recuperar energías para seguir luchando junto a los demás. Fue un día agotador, un jueves sin fin, que mi memoria siempre guardará. 20
  • 21. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada allí, con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia”. De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto Por Bertha Silvestre L a noche del 20 de Setiembre llegué a la Universidad para sumarme a mis compañeros que mantenían la Toma reclamando por democracia en la UNLaR. En el aula destinada a Comunicación, estaban en ese momento nuestros profesores Darío Bazán, Carlos Navarro, Alfredo Parada Larrosa, Rodolfo Varela y Maximiliano Bron; en los módulos se veía mucha gente que acompañaba a sus hijos en su lucha. A las doce, iniciando el 21 de Setiembre, día de la primavera y del estudiante, mi compañera Candela Romero fue la primera que me abrazó y nos deseamos un felíz día, mientras algunos reconocían que nunca habían pensado pasar ese día en la Universidad y en esas circunstancias. Brindamos con gaseosas y mates. Salí del salón y caminé hacia el Rectorado, allí era el punto de concentración de la Toma. Había un grupo de estudiantes de Medicina que estaban cocinando guiso de arroz para todos. Muchos se abrazaban celebrando el día que empezaba. La música llenaba todo el ambiente, junto a los estudiantes, estaban padres, niños, profesores, trabajadores administrativos y algunos periodistas que seguían lo que pasaba en la Universidad. De fondo, colgaban carteles en las puertas del Rectorado: “Fuera Tello”, “Queremos democracia”. Pasaron unos minutos, se encendieron velas y se cantó el himno como una forma de recordar que la Toma era pacífica y que se pedía democracia. Fue el inicio de la celebración por el día del estudiante. Después caminamos hasta la Escuela de Arquitectura, algunos chicos estaban haciendo asado fuera, otros escuchaban música y bailaban. Un módulo más adelante se veía a los estudiantes de Medicina, un grupo cuidaba las escaleras y otro, de Odontología, compartía mates. Más allá se ubicaban los de Abogacía, que habían colocado una mesa fuera y sintonizaban una radio, otra vez música y baile, otra vez brindar con gaseosas y mates. Ya de regreso al salón de Comunicación Social, mis compañeros se ponían de acuerdo con un profesor para armar un grupo de prensa, muchas manos se levantaban para formar parte. Otros debatían sobre la reunión de delegados del día siguiente. En una mesa había agua, mate, café, galletas, que ponían de manifiesto la solidaridad de las personas que apoyaban el reclamo. En tanto, en el sector del Rectorado, se presentaban diferentes artistas; un grupo de estudiantes de Chile cantaron temas de su país; luego fue el turno de las chacareras y también de las baladas en inglés. El público siempre acompañó con palmas. La alegría se palpaba en cada rincón de la Universidad. Una madrugada de guardia Ya era hora de cumplir el turno de guardia. Nos correspondía cuidar la primera escalera, la que comunicaba con las oficinas de los Departamentos académicos. El paso estaba clausurado con sillas y abajo, cerca del cajero automático, había carpas donde dormían algunos. Cerca, estaba una docente que acampaba con su hijo en el patio. La guardia en aquella ocasión fue compartida con alumnos de Trabajo Social, nos sentamos acompañados de café y galletas. Algunos habíamos llevado frazadas, otros se abrigaron con las que fueron donadas. Nos acomodamos en el suelo, intentamos disponer las colchas como si fueran una cama, pero no, no eran una cama y se notaba. A medida que las horas pasaban, el frío era más intenso y nos íbamos juntando, acercándonos, para entrar en calor. Para algunos, el sueño 21
  • 22. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática venció al frío y se durmieron. Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada allí con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia. A las seis y media de la mañana terminó nuestro turno de guardia, nos dirigimos al aula y vimos que había pocos alumnos. Una compañera nos brindó una taza de café bien caliente con unas ricas facturas. Después salimos al patio, todo estaba tranquilo, algunos dormían y otros ya estaban cuidando. Seguimos caminando en dirección a la cocina, allí ya estaban preparando el desayuno para todos los que se habían quedado a dormir. En el portón de ingreso, un grupo de jóvenes tomaba su turno de guardia. Otros, como yo, nos marchábamos a descansar. La Universidad despertaba a un nuevo día de toma. Cuando los días pasaron y las actividades se normalizaron con las nuevas autoridades elegidas por la Asamblea Soberana, mientras recorría los pasillos, recordé aquella noche. Ahora percibía quietud, tranquilidad, hasta en el portón había silencio, sólo un policía lo custodiaba. Extrañé aquellos sonidos de música, voces, movimiento de gente constante, todos juntos, todos reclamando democracia. Otra vez volví a pensar que lo vivido había sido histórico y me sentí feliz de haber sido parte. 22
  • 23. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos”. Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez) vocera Por Candela Romero D omingo. Si bien asumí el rol con mucho gusto, era tranquilizante saber que un día como éste, La Rioja duerme (incluso los Medios). 10.30 de la mañana y yo llego, casi rutinariamente, a pisar el suelo del aula 102. De la montonera de colchas, elijo las más vistosas para cubrir a mis compañeros que todavía duermen y me dispongo a ordenar lo que dejó la noche (vasos de agua, bidones vacíos, restos de pizza y los micrófonos del karaoke). Tres o cuatro viajes con mis compañeros en busca de agua para lavar las tazas para el desayuno, las bandejas y los cubiertos para el almuerzo. Posteriormente nos toca, casi silenciosamente, el lavado de pisos de nuestra zona en el pasillo y dejar todo listo para quienes desean el café y el budín para el desayuno. Sí, parece un día más en la Toma. El módulo I se activa nuevamente: La cocina está en marcha, los compañeros desfilan por los baños con cepillo de diente en mano y caras de dolor de espalda. La mañana transcurre como todas, nos contamos anécdotas de la noche que pasó, entre risas y bostezos. Después del mediodía, comienzan a sonar los teléfonos. Eso, eso era. No era un día más, era EL día. El domingo. A las 20, se estaba por llevar a cabo la primera Marcha Social en apoyo a nuestro pedido de una UNLaR democrática. “¿A qué hora es?”, “Te veo allá”, “Fuerza, estamos con ustedes” son algunos de los mensajes que quedaron almacenados durante la siesta y la primera etapa de la tarde. Los delegados en Asamblea, los demás almorzando, escribiendo carteles y decidiendo quiénes irán a la marcha, dejando guardias mínimas: “No vaya a ser que volvamos y estén los tellistas adentro”, decíamos. Se hacen las 18 y los delegados vuelven a la 102: “¿Lees?”, me preguntan y, lo pensé…: Pensé en el día 1 (el 17 de Septiembre) en donde no me animé a tomar el megáfono para convocar a la gente. Pero sin dudas la Cande que fui había quedado atrás. “Dale”, contesté. “Te acompaña Emilio”, me respondieron. Emilio, un gringo simpaticón y barbudo que moviliza hasta a un celeste. Una delegación de siete mujeres salió a bordo del gol de una docente; todas con mucha incertidumbre, incertidumbre que nos soltó la mano en 25 de Mayo y San Nicolás de Bari, cuando empezamos a ver banderas, velas, rostros, enojo, risas, y familia. Mucha familia. Familias completas. Mis compañeros de trabajo, mis amigos y sus hijos, personas que no me detuve a abrazar con todas las ganas que me salían de los poros; ya comenzaba la marcha. Me uní a los compañeros que llevaban nuestra bandera mayor, la de Argentina y, aunque quería, era inútil: no se escuchaba mi canto. Era una literal garganta con arena y un dolor de cabeza potenciado cada vez que subía la voz, los pómulos colorados, los pelos despeinados. Pero no, seguí, seguí cantando frente a la risa de los docentes de Arquitectura que me abrazaban y me decían: “Vamos Romero, somos pocos, pero somos, eso es importante”. Al llegar a Pelagio B. Luna, me alcanzaron el megáfono y lo primero que tuve que decir fue: “¡Chicos, paren, el final está acá, acá cerca, nos chocamos!”, mientras todos nos mirábamos asombrados. Me temblaban las manos, estaban húmedas; no me hacía frío, o sí. Llegamos al Palacio de Tribunales: Los encargados de logística me dijeron: “Acá, Cande, no nos vamos a organizar para llegar a 23
  • 24. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática la Casa de Gobierno”. “¿A dónde? ¿Yo?”, pregunté. No existe teoría, palabra, canción, Benedetti, Cortázar o algo que pueda describir mi sentir, parada en las escalinatas ante… “Ocho mil, fácil, hay acá, ¿eh?”, según la mujer policía que estaba a mi lado. Y Cande nunca había superado las 25 o 30 almas escuchando algo de lo que decía. Pasé de 30 a 8.000. Era sinceramente indescriptible. “Los estudiantes tenemos tres objetivos innegociables: la renuncia de forma pública del Rector Tello Roldán, que los cargos docentes se concursen y que se reforme el Estatuto que actualmente está en vigencia”, decía con voz ronca que se perdía entre los aplausos. Llegado el final del discurso y mientras el rubio simpaticón se dirigía a todos con lágrimas en los ojos, me sentía aplastada; la energía y la fuerza de cada uno de esos ciudadanos, el pedido de todos en conjunto, podían con todo, hasta incluso con la fuerza de los que luchamos. Frente a toda esa fuerza, estábamos nosotros, estaba yo, sintiendo dos manos que me sostenían la espalda, la de Emilio y Maico, su compañera, que no dudó en emocionarse. Ellos saben lo que intento explicar ahora. Cuando cedí el lugar, el doctor me miraba. Papá me miraba con unos ojos que yo no conocía, ojos de orgullo, ojos de sorpresa, me miraba con ojos raros. Me abrazó. No había sentido, en tantos días de toma, un abrazo tan sincero y tan enorme. Desde ese momento no logro encontrar todo lo que dejé atrás, la persona que fui no apareció más. Mientras tanto escuchaba a Emilio: “De ahora en más, somos amigos”, y ya nada más importaba. Un cambio estaba en marcha y la sociedad prometía acompañarnos. En las escaleras, velas; más atrás, manos que sostenían más velas y lágrimas; ojeras; cansancio. “Soy todo lo que recuerdo”, canta el gran Gabo Ferro. Yo recuerdo abrazos entre los pares de lucha, recuerdo el abrazo a mi docente (y compañera) frente a su mirada de orgullo y la de su bebé, algo confundido. Recuerdo a profesores mordiéndose la comisura de los labios, sintiéndose con ganas de reventar en aplausos y no poder al tener cámaras, luces, velas o banderas. Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos. Ese domingo todo cambió. Lo que fue un “día como todos” pasó a ser “un día de aquellos”; ese domingo unió lazos entre los estamentos y todos juntos nos unimos al pueblo, a esa generación dormida que soltó la sábana para caminar el cambio junto a nosotros. Ese domingo volvimos, las siete mujeres en el gol, con otra actitud, con otra semblanza, con otra expresión. Los días venideros fueron mucho más pesados y dramáticos, pero desde ese día cruzamos el portón de la UNLaR convencidas de nuestro reclamo, dejando atrás esas dudas que nos atacaban. Volvimos a caminar el pasillo del módulo I abrazadas, tapadas con banderas, ansiando cruzar la puerta y aplaudir junto con los que quedaron haciendo guardias o cumpliendo las funciones de prensa. Ese día mi tarea comenzó a tener sentido. Todo comenzó a tenerlo. 24
  • 25. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida, el primero fue ´Pastel revolucionario´; el segundo, ´Pastel democrático a la napolitana´ y cerramos con unas ´Tapizza” El reto de cocinar en la Toma Por Carla Cholota U nirme a la lucha fue una decisión que me costó mucho porque, por un lado, reinaba el miedo y, por el otro, las ganas de luchar por nuestros derechos, por la democracia, por una Universidad libre. Después de pensar y pensar, entendí que mi lugar estaba junto a mis compañeros, en la Toma. Los días pasaron y llegó el momento de asumir un nuevo reto. Era casi la medianoche de un domingo, el primero desde que la Universidad estaba tomada. Se escuchó una voz que decía: “Chicos, necesito que alguien vaya a una reunión de cocina en la carpa blanca”. Todos nos quedamos mirándonos, nadie decía nada hasta que con una compañera decidimos ir. Al llegar a la reunión, nos encontramos con un grupo muy motivado, empezamos a organizarnos y las horas pasaron, sin darnos cuenta estaba por amanecer y con él otro desafío estaba por empezar. Armar una cocina de la nada no era tarea fácil, más cuando nunca se habían presentado oportunidades como ésas. Lo que más pensaba era qué compañeros me tocarían, acoplarse a la forma de cocinar de otros no es sencillo, sentía muchos nervios y, a la vez, adrenalina. Con un sol radiante y con muchas expectativas y, también, incertidumbre, empezó nuestra mañana corriendo por los pasillos, pidiendo que nos presten todo lo necesario para cocinar y hablando con nuestros conocidos para conseguir cosas. Así fue pasando la jornada, me retiré a almorzar y al regresar, en la tarde, fue algo emocionante ver que de la nada se comenzaba a improvisar una cocina y empezaban a llegar las cosas. Nos reunimos con los delegados de cocina, escogimos el lugar y en ese momento sentimos que la cena estaba en nuestras manos. Los nervios y las preguntas surgían: “¿qué cocinaremos?” “¿para cuántos?” En mi caso, había cocinado hasta para diez personas como máximo, pero tener en un módulo ocho carreras era una situación que asustaba a cualquiera. Arrancó el trabajo, recorrí curso por curso, preguntando cuántos chicos se quedaban a cenar, cuántos estaban en las guardias y, al hacer cálculos, me llevé la sorpresa de que eran 290 personas. ¡Era una cosa de locos cocinar para tantos! Allí decidimos preparar, con lo que nos habían dado en la carpa blanca que estaba en la entrada de la Universidad, polenta con salsa. Era lo más sencillo. Por suerte nos sobraron manos, mientras unos lloraban por picar cebolla, otros reían y no faltaba tema de conversación. Unas chicas decían: “Si mi mamá se entera que acá estoy cocinando, no lo va a poder creer”; otras preguntaban cómo se pelaban las cebollas; y estaban los que “peleaban” con la carne porque era una masa de hielo. La noche fue avanzando y la cena estaba casi lista. Para organizarnos mejor, a cada curso se le entregó una cierta cantidad de vales de comida. Cuando todo estuvo listo, se avisó que se acercaran a retirar la cena. De un momento a otro vimos una avalancha de personas, todos llegaban con sus bandejitas. Los nervios nos comían, temíamos que no alcanzara lo que habíamos preparado. A todos se les fue entregando la cena y, con una enorme sonrisa en el rostro, nos agradecían. Terminamos de servir, empecé a recorrer el pasillo para asegurarme que todos habían comido. Al pasar, escuchaba que comentaban que “la cena estuvo muy buena” y me ponía contenta, pero lo que más me emocionó fue llegar a mi curso y ver a todos con cara de felicidad. Los días anteriores habíamos estado comiendo pan y fiambres y cambiar el menú no vino nada mal. Se me puso la “piel de gallina” cuando pidieron un aplauso para “la Cholota, que gracias a ella hemos comido”. Tanto para mis compañeros de cocina como para mí, esa noche fue una gran satisfacción, para ser la primera vez, nos fue muy bien. En la madrugada, estuvimos reunidos los delegados de cocina de todos los módulos y nosotros habíamos sido los únicos que no habíamos tenido problemas. Fijamos 25
  • 26. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática el menú del día siguiente y así concluyó nuestra jornada inaugural en la cocina. Fue un día agotador pero feliz. Los días pasaron y nos fuimos organizando mejor, porque cocinar un día para 300 y al siguiente para 250 no era cosa fácil, así que se estableció una cifra exacta para cada curso en cuanto a sus vales, tanto para la mañana como para la noche. El cansancio se hacía presente cada jornada pero seguíamos trabajando. Recuerdo una anécdota de la primera semana: las reuniones de los delegados de cocina eran a las dos de la madrugada, una noche terminé mis tareas a la una y decidí acostarme hasta que fuera la hora de la reunión. Me acosté en uno de los colchones que había en el curso donde estaban mis compañeros, dejé puesta la alarma en mi celular y me dormí. Estaba tan cansada que cuando sonó, abrí los ojos sin entender si había amanecido, si era el mismo día. Me levanté y salí envuelta en una frazada; empecé a caminar y recuerdo que, al llegar al segundo módulo, alguien se interpuso sin dejarme avanzar. Entonces, me detuve y ví que era uno de los chicos ecuatorianos. Al parecer notó que seguía un poco dormida y me preguntó a dónde iba, le dije: “Creo que voy a una reunión al tercer módulo”. Me acompañó y puedo decir que terminé de despertarme cuando estaba en la reunión preguntándome cómo había llegado allí. El tiempo siguió corriendo y llegó el sábado y nuestro primer fin de semana en la cocina. Hasta entonces éramos cuatro los que siempre cocinábamos, tanto en la mañana como en la noche. Ese día yo sentía que ya no tenía espalda ni brazos y que estaba a punto de perder mis piernas. Había sido una semana muy intensa, más intentando seguir una rutina que era nueva. Mis compañeros estaban igual que yo, así que decidimos que nuestra labor en la cocina terminaba con el almuerzo, que ya nuestros cuerpos no respondían y que cada curso podía encargarse de su cena y de la comida del domingo. Por una parte, sentía que debía descansar pero también me preocupaba qué pasaría, qué comerían los demás esos dos días. Me sentía como si fuera la madre de ellos. Ese domingo que no fui a la Universidad, el tiempo me pesaba muchísimo, me preguntaba qué hacía en casa, pero también sabía que debía descansar. Mi vida había cambiado, ya no era la misma que tenía antes de la Toma, aquella donde iba a clases, veía tele, usaba mi computadora, dormía las horas normales, me comunicaba con mi familia. En las semanas de la Toma, tenía comunicación con mis padres porque ellos me llamaban constantemente, pero del resto no sabía nada. Soy muy futbolera y no tenía noción de los resultados de los partidos. Decía: “Pregúntenme de la Uni y de la cocina, y les doy información; de la vida fuera de la Universidad, no sé nada”. No todo color de rosa Llegó una nueva semana y tocaba volver a la cocina. Ese lunes estaba cumpliendo un año más de vida, quise pasarlo allí, mi responsabilidad era estar allí. Con unos rayos de sol que entraban por mi ventana, me levanté muy temprano, motivada, con muchas energías y feliz. Entré a la Universidad, al llegar al primer módulo, escuché que decían “ahí viene la morocha, cantémosle el feliz cumpleaños”. No faltaron abrazos y felicitaciones y el canto en cada curso al que entraba, en la noche hasta serenata me regalaron los chicos de Ciencia Política. Pasé un día increíble. Pero como todo no es color de rosa, llegó la noche y los reclamos también. De los cuatro que éramos al principio, una chica se había ido y los otros dos habían estado a la mañana, así que a esa hora yo estaba sólo con unas nuevas ayudantes. Me tocó oír las quejas, se cuestionaba que hubiéramos cerrado la cocina el fin de semana, que lo que se servía era muy poco, que pensaban armar otra cocina, etcétera. Me dolieron tanto esos reclamos, es como si olvidaran que estuvimos colaborando de forma voluntaria, que no éramos empelados de nadie sino seres humanos que habíamos asumido un reto nuevo para nosotros y muy difícil. No se trataba de sentarse y decirle a las ollas: “llénense”; las cebollas, papas y zanahorias no se pelaban ni se picaban solas; tampoco los vales se repartían solos, menos las bandejitas se servían solas. Teníamos merecido un día de descanso y si la porción era pequeña, era porque teníamos que cocinar con lo que nos entregaban y debía alcanzar para todos. Esa noche terminé sintiéndome muy mal, pero había que seguir. Esos momentos estuvieron como también de los otros. De ninguno me arrepiento porque luché por mis derechos y conocí a muchas personas - ¿dónde estaban que nunca las había visto? -, en especial, con las que compartimos la tarea de la cocina, personas únicas. De los cuatro que empezamos, sólo resistimos dos y luego se sumaron tres chicas más que nos acompañaron hasta el final. Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida, el primero fue “Pastel revolucionario”; el segundo, “Pastel democrático a la napolitana” y cerramos con unas “Tapizza”. El lunes, cuando empezamos a desarmar lo que había sido hasta entonces el lugar de la cocina, sentí una gran tristeza, nos tocaba abandonar nuestra segunda casa. Habíamos formado un buen grupo y nos acostumbramos a vernos cada día y preguntarnos: “¿Qué cocinamos hoy?” Haber formado parte de esta lucha histórica fue una experiencia inolvidable y, si otra vez pudiera hacerlo, no lo pensaría dos veces.
  • 27. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va a acompañar. Mire, mire, aquí todos apoyamos´, dice el hombre mientras señala un enorme cartel de cartón, colgado de un gancho sobre la balanza: ´UNLaR somos todos´, se leía. “UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Universidad Por Nancy Fátima Roldán A veces, el destino se confabula y conjuga lo imposible para que las cosas que tienen que ser, sean. Un rayo de sol se coló por la ventana. Descorro las cortinas y descubro la mañana. Me alisto rápido para desayunar apurada un café, me siento ansiosa, no he dormido bien. El reloj ya marca las siete. Se hace tarde, pero igual decido caminar hacia el trabajo, antes recojo el diario colgado en una reja del portón de casa, leo un título en letras grandes que anuncia: “Hoy nueva marcha de estudiantes de la UNLaR, exigen renuncia del Rector y autoridades”. Ya voy en camino y, a cada paso que doy, una canción de los 80´ da vueltas en mi cabeza y, sin querer, empiezo a tararearla, aunque no estoy segura creo que es de Marilina Ross y dice algo así: “Algo está sucediendo y tiene que ver contigo, trata de comprenderlo, estás comprometido… Algo de lo deseado se va viendo despacio, lo que querés o lo inevitable se da paso a paso… No te detengas, cree en tus sueños, si alguien te los cuenta anímate a ser el primero…Ser el primero, sin prepotencias. Ya hubo bastante. Trata de mejorar lo que buscas, es lo importante… Algo está sucediendo y tiene que ver con todos, ponerse en movimiento, tal vez sea el modo”. Pienso y me digo en voz baja: “Sí, claro que algo está sucediendo”. Ya va casi un mes de la Toma y se siente en el ambiente que la paciencia se agota. Voy llegando a la Plaza, me detengo frente a una vidriera, hay un cartel pintado a mano que dice: “Nosotros apoyamos a la UNLaR” y, a medida que avanzo, más carteles de apoyo y adhesión en locales comerciales que nunca hubiera imaginado. La Provincia está en plena campaña electoral, sin embargo los afiches, los letreros y mensajes que predominan son los de solidaridad con los estudiantes de la Universidad. Los colectivos, taxis y remises; las columnas del alumbrado público, los cordones de la vereda, una pared cedida por los vecinos, cualquier lugar en la vía pública es bueno para hacer visible y sensibilizar a la sociedad acerca de lo que se vive en este conflicto que se dilata en el tiempo y parece no acabar. “Dígales que no aflojen” Ya ha pasado el mediodía, salgo de mi trabajo y busco una verdulería, necesito comprar frutas y verduras para llevar a mis compañeros que están en la Toma. Camino por la avenida Perón, a unas cuadras hay una Feria. De repente me sobresaltan los bocinazos, son los autos que responden dando su apoyo. En una esquina los chicos de Medicina, con un pasacalle, se paran en los semáforos y entregan volantes hechos a mano; solicitan colaboración con alimentos, agua, colchones, etcétera. Piden permiso y pegan un cartel en la luneta de un automóvil. Veo los gestos de simpatía y adhesión. Esos guardapolvos blancos despiertan ternura, se compran el corazón de la gente. Llego a la verdulería, le comento al dueño que deseo llevar fruta de estación y verduras frescas, que son para los chicos de la UNLaR. “Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va acompañar. Mire, mire, aquí todos apo27
  • 28. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática yamos”, dice el hombre al tiempo que señala un enorme cartel de cartón que colgaba de un gancho sobre la balanza: “UNLaR somos todos”, se leía. Las bolsas de las compras pesan demasiado, exceden mis fuerzas para llevarlas caminando, llamo un taxi. El taxista me saluda: - ¿A dónde la llevo? - A la UNLaR, por favor. – Ah, ¿usted está con esos chicos? – Si, también soy estudiante. - ¡Qué bien! ¡Son muy valientes, una lección nos está dando la juventud! Tantos años aguantándonos cada cosa, ahí tiene el gobernador que tenemos, hace como 30 años que está en el poder. Son iguales que Tello, ocupan un cargo y se atornillan en el sillón por la eternidad. Yo no fui a la Universidad, mis hijos que ya son hombres tampoco, pero tengo tres nietitos pequeños y yo pienso en ellos. A mí me gustaría que se sientan libres y sin miedo cuando vayan a estudiar… ¿Usted cree que puedo entrar? Me gustaría conocer el edificio por dentro, nunca vine acá. Le digo que sí. El taxista camina conmigo, me ayuda a llevar las bolsas. Vamos llegando a la improvisada cocina de Sociales, allí me detengo entrego los víveres y saludo a mi compañera Carly, la chica ecuatoriana que, a esta altura, es una eximia cocinera. Y el taxista continúa su “tour” por los pasillos de los módulos, lo observo mientras se va, camina muy derecho, ensancha los hombros y el pecho, todo lo mira con asombro como quien no quiere perderse nada. Creo que siente que está ante algo muy importante. Se escuchan cánticos, palmas, se ven dibujos, pinturas alegóricas a la Toma; el palpitar de la lucha y la resistencia se respira; se siente en la piel y embriaga los sentidos en un estallido de color, donde antes sólo se veía el aburrido y monocromático celeste. Los artistas también dicen presente y cada noche le dan un toque creativo y musical. Es una fiesta del espíritu, donde convive lo distinto, lo diverso, lo plural. Nos inspiran los mismos ideales y todos hacemos nuestro esfuerzo desde el lugar que podemos, aportamos con alegría nuestro granito de arena. 28 Nueva marcha: golpe al autoritarismo Hoy es domingo y muchas familias vienen a la Universidad a acompañar a sus hijos en la Toma, traen conservadoras y canastas para pasarlo juntos, porque hace tiempo no almuerzan todos en casa. Es hoy un día muy especial, a la tarde se hará la tercera marcha desde que comenzó el conflicto y la segunda llamada “Marcha social”. Hay nervios, reuniones y preparativos. Se definen los carteles, la guardia que permanecerá en la Toma, quiénes van a conducir la marcha, etcétera. Son las seis de la tarde, me escapo y voy rápido a casa para darme un baño, buscar nuestros carteles y a mi sobrina que me está esperando para ir juntas. Llegamos temprano, antes de las 20. Observamos la columna que viene desde la UNLaR, pero en la Plaza no cabe un alfiler más, es prácticamente imposible moverse. Estoy conmovida, miro alrededor y veo rostros conocidos, están los de gente que siempre participa de reclamos populares y también los de personas que jamás vi en una marcha.
  • 29. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática Camino entre la muchedumbre que, como una marea, me lleva hacia adelante. Encabezando la marcha van los alumnos de la licenciatura en Artes Escénicas, llevan las marcas simbólicas en la piel: Justicia, Democracia, Igualdad, Libertad, Derechos, Solidaridad. Una capucha negra en la cabeza (por el terrible mote de “terroristas” que recibimos los estudiantes por parte de las autoridades “tellistas”) y las manos atadas con gruesas sogas que buscan librarse de la esclavitud de años. La gente mayor, ubicada a la orilla de la calzada, aplaude emocionada; se ven abuelos con bastón y sillas de ruedas; están los comerciantes, los maestros, las asambleas ambientales, los candidatos políticos que van sin banderas de sus partidos ya que se les había advertido públicamente: “Que vayan como uno más, que nadie intente sacar réditos de esta lucha”. Avanzamos, son cuadras interminables de gente. Una abuela, la madre y la nieta pequeña que lleva un cartel: “Tres generaciones apoyamos a la UNLaR”. Hay niños y bebés en sus cochecitos, “Mi mamá lucha por mí” o “Mis hijos sabrán que he luchado por ellos”, se lee en los carteles que los acompañan. Las madres, los padres, los jóvenes entienden, convencidos, que esa transformación universitaria es parte de una mejor educación, más libre, para las nuevas generaciones. La marcha continúa. “Son cerca de 40 mil personas”, nos dice un policía y mi sobrina me aprieta la mano, se le caen las lágrimas. Ella no lo puede creer, a mí me cuesta también y pienso si al día siguiente los diarios nos darán la primera plana, si aquellos medios que apenas hacían mención de la Toma, ahora decidirán por fin hablar de nosotros. Es que, como es sabido, no se puede tapar el sol con un dedo. Es muy tarde ya, me voy convencida de que esa noche, con ese gran hito estudiantil, se ha dado un golpe al autoritarismo. Tello Roldán es un símbolo de lo que La Rioja ya no quiere más para el pueblo. Al día siguiente lucha continuaría, pero esa noche, en esa Plaza, se ganó una gran batalla. Una pueblada expresando su reclamo y su sentir como nunca antes vimos. El orgullo de ser riojanos se reflejaba en las miradas. La parte del mundo que cambia En la Toma, sobre todo, se ha vivido una experiencia que nos revela en nuestra más profunda humanidad. Silencios cómplices, risas, momentos compartidos llenos de emociones y también desencuentros. Para muchos, se sentaron las bases de grandes y duraderas amistades y de un compañerismo que va más allá de los roles académicos. La pregunta que hacían varios con desconfianza cuando esta quijotada comenzaba era: “¿Quieren cambiar el mundo los jóvenes?”, “¿Se puede?” Nuestra parte de mundo está cambiando, algo nuevo se va gestando. Y para asumir esas inquietudes, tomarlas, potenciarlas en un camino que esquiva los dogmas, las fórmulas mágicas y los mandatos políticamente correctos, se está impulsando el debate entre todos los protagonistas. Porque siempre es más importante y trascendente la creación colectiva que la individual. Yo contemplo el paisaje humano en silencio y me digo a mi misma, como una reafirmación en lo que creo, que los sueños dejan de serlo cuando emprendemos la acción. Ya lo decía Edgar Morín: “No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir”. Este es un sueño que surgió y quedó reflejado en la frase, repetida como un rezo a lo largo de estos días, una frase que ha estado en las redes sociales, en las paredes, en el cuerpo, en las voces: “UNLaR somos todos, todos somos UNLaR”. 29
  • 30. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática 30
  • 31. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde buscarlas… pero cada vez éramos más y eso sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía”. Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado Por Facundo Romero L os primeros días de la Toma se vivían como caóticos, todos moviéndose, nadie quieto. Se respiraban aires de cambio o, al menos, aires que buscaban fuerzas para conseguirlo. Desde aquel histórico 17 de septiembre, un sinfín de voces exclamaban una y mil veces que la Universidad es de todos y, rápidamente, con una fuerza pocas veces vista, el grito se hizo escuchar: “¡Democracia en la UNLaR!”. Aquella noche inolvidable del comienzo de la Toma nos señaló que ya nada volvería a ser lo mismo. Se notaba que todos peleábamos por algo en común, con una firmeza y un convencimiento tal que ningún batallón de ejercito podría frenarnos. Comenzaba todo, por el momento, como se podía, simplemente ayudándonos los unos a los otros, era la Universidad que se movía, todos juntos apoyándonos, tratando de hacer las cosas de la manera más correcta y con el mayor compromiso. Guardo todavía y, lo haré por siempre, ese cartelito de “Prensa y seguridad” que los miembros de cada Carrera entregaban a sus pares y que a mí me dieron los compañeros de Comunicación Social. Esas eran mis tareas y trataba de realizarlas con mucha responsabilidad y también buen humor, entre risas y charlas con amigos. Se habían designado a los delegados por Carrera y eran ellos quienes nos representaban en las asambleas diarias, mientras el resto nos ayudábamos en lo que pudiéramos. Las tareas que realizábamos dentro del establecimiento eran cada vez más ordenadas y, la verdad, también eran cada vez eran más. Recibíamos donaciones de comida, artículos de limpieza, electrodomésticos, por parte de instituciones y colaboraciones de familias que nos manifestaban su apoyo no sólo con lo material sino también con afecto, cariño y respeto por la lucha que estábamos llevando adelante. Aquellas noches de seguridad en las que algo pasaba realmente, que recuerdo fueron dos o tres, ya estaban atrás y todo se manejaba en un marco de cierta tranquilidad, más allá de que muchas otras veces parecía que sucedía algo pero siempre terminaba en “falsas alarmas” si es que podría decirse así sabiendo lo que estaba en juego, pero por eso justamente la alarma siempre estaba encendida. Pasaban las primeras semanas y nos encontrábamos con imprevistos con los que no contábamos;, el frío, la lluvia, y las frazadas o alguna cosa que nos pudiera dar siquiera un poco de calor se volvían imprescindibles en aquellas noches de guardia, de desvelo que nos tocaba realizar en cualquier sector de la universidad. Cualquier sector en sentido literal, hasta el cuarto módulo, donde no pasaba nadie, donde el frío se hacía sentir más porque no era un lugar tan concurrido, allí hacíamos guardias y cuidábamos con placer y ganas. Es por eso que el concepto de organización fue el más sobresaliente en toda la etapa de Toma. Jamás en mi vida vi a la Universidad tan limpia, cada rincón, desde el Rectorado hasta el cuarto modulo, estaba sencillamente impecable. No había nada fuera de lugar ni un simple papel de caramelo que uno a veces tira en forma descuidada. Todavía recuerdo los baños, esos que en otra época estaban clausurados porque eran impresentables, de lejos se podían percibir los olores nauseabundos y el agua estancada. Esos mismos baños ahora contaban con jabón y papel higiénico. Es que todos éramos conscientes que había que cuidar la Universidad y para ello nos organizamos. 31
  • 32. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática Los chicos de Comunicación Social teníamos guardias todos los días de 20 a 22 horas, a continuación de los de Odontología, pero en una ocasión nos comprometimos, con un grupo de chicos de diferentes años de nuestra Carrera, a hacer guardia toda la noche. Recuerdo el frío que pasamos y, al mismo tiempo, cuánto nos divertimos. Algunos se dormían, otros comían, cantaban o bailaban, todo servía para pasar esa noche tan helada que hasta costaba asomar los ojos fuera de las frazadas. Días de 72 horas Las semanas transcurrían y los días parecían tener 72 horas en lugar de 24. No era sencillo porque con el correr de los días, el agotamiento, el cansancio, el hecho de estar tantas horas en un mismo lugar y con la misma gente, muchas veces provocaban mal humor, cambios de ánimos constantes, y eso repercutía en la convivencia. A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde buscarlas. Mientras que las viejas autoridades no daban el brazo a torcer, dentro de la Universidad se respiraban aires diferentes, de libertad, de democracia, donde cada uno era dueño de manifestarse, a veces distinto, aunque todos terminábamos recordando el objetivo que teníamos en común. Cada vez éramos más, en todo sentido, y eso lógicamente sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía. El compromiso, la fidelidad, el compañerismo crecía cada día y eso nos fortalecía. La organización seguía siendo perfecta, los pasillos de la Universidad eran alfombras rojas, por lo impecables y brillantes que se veían, si querías encontrar algo tirado en el piso tenías que buscarlo con la lupa de Sherlock Holmes, de otro modo, imposible. Sin dudas, aquellos días que parecieron tantos y, a la vez, pocos, serán recordados por siempre. Profesores, no docentes, alumnos, los llevarán consigo por lo que significó, por su trascendencia y porque fue un hecho histórico del cual todos nos sentimos parte. Marcó un antes y un después en nuestra amada Universidad y en cada uno de nosotros porque está claro que no somos los de antes, nos dimos cuenta de lo que se puede lograr cuando uno pelea por un objetivo con un convencimiento pleno. Y también fue histórico para el resto de la sociedad, convencida, comprometida como pocas veces suele ocurrir, al menos que me haya tocado verlo en mi vida. Estaré eternamente agradecido y orgulloso por haber acompañado este cambio en la historia. Sí, eso fue la Toma, nada más y nada menos que un verdadero cambio en la historia de la Universidad Nacional de La Rioja. 32
  • 33. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática “Estaban allí, en el escenario, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto. Las damas y los caballeros de la ética, el futuro y la esperanza, la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi, casi perdida- pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes”. Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria Por Noris Gómez L a congoja prevaleciente. Nada estaba cambiando, nadie se quería ir. Se corría entonces la voz: “¡Que se vayan todos!” Albores de la nueva marcha se apresuraban en llegar. La fecha estipulada, el 8 de Octubre, a las 20, nuevamente en la querida Plaza 25 de Mayo. Aquella que cobijó aquel 17 de Setiembre a los primeros caminantes que, casi tímidamente, decidieron marchar. Aquella que albergó a miles de ciudadanos convocados para luchar pacíficamente por la Casa de Altos Estudios. Aquella donde la danza, la fuerza y la pasión se unieron para contrarrestar el dolor de la injusticia y la desesperanza, alimentadas por falsas acusaciones de los temerosos opositores a la causa, cuando todavía nada cambiaba para los llamados “terroristas”. Minutos antes de las 19, alisté mi cámara fotográfica y mi celular -por si se acababa la batería-, no quería quedarme sin registrar ni un instante de lo que eso iba a ser. Recordaba lo que había sucedido en las otras marchas y ésta sería mayor, así que había que documentar. Mi cuerpo apenas podía moverse pero yo quería estar allí, así que pedí compañía y ayuda para llegar al lugar. De paso, otro celular más, por si el mío no alcanzaba. Y emprendimos viaje. A cuatro cuadras a la redonda ya se volvía muy difícil pasar, quince minutos más de caminata y, llegando a la Plaza, mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Nunca vi algo así. Nunca sentí algo así. Las otras marchas fueron muy convocantes pero ésta ya lo era antes del horario y lugar estipulado. El alma se me salía del pecho y pensé que no iba a volver a mí. El sonido era atronador. Una mezcla de murga, silbatinas y comparsas se apoderaron de las calles. La gente iba y venía. Todos sabíamos adónde. Todos éramos parte de lo mismo, pero no nos conocíamos. Me volví tres cuadras y dije: “Ya no puedo estar aquí”. Crucé para hacer la cuarta y me detuve, “tengo que estar allí”, pensé. ¡Qué contradicción! “No he faltado a las anteriores, ¿por qué hacerlo ahora?” Si el esfuerzo, ya estaba hecho…Y volví. Otra vez quince minutos para llegar. Pero ya había el doble de gente o mucha más. ¿De dónde salieron todos? ¿Quiénes eran? Era el pueblo. Estudiantes y sus padres, sus hijos y también sus abuelos; amigos; vecinos. Muchos llevaban envueltos en sus cuerpos una bandera o un cartel con frases para defender nuestra Universidad. Todas las carreras representadas por distintos grupos de alumnos. Profesores, docentes, co-docentes, egresados, referentes de algunas sedes de la UNLaR y de distintas universidades, institutos, colegios secundarios, incluyendo el Pre-Universitario “Gral. San Martín”. Diferentes asociaciones, sectores sociales, movimientos, agrupaciones reunidos para un mismo fin. La caminata El sonido de los bombos, tambores y redoblantes nos llevó nuevamente al punto de encuentro. No faltaron los platillos, las guitarras y también las cornetas con las panderetas. Gorras, bonetes, sombreros y galerones. ¡Eso sí que era una fiesta! Ya había empezado la función. “¡Alcen banderas!”, “¡Levanten pancartas!”, brazos en alto y La Marcha comenzó, paso a paso, por calle 33
  • 34. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática San Nicolás de Bari (O) entre cánticos constantes. La bandera celeste y blanca también marchaba abrazando cálidamente a quienes la llevaban. Continuamos hasta la intersección de la calle San Martín tomando registro de cada segundo posible. En mi retina quedó cada instante de los que caminaban y la lente los inmortalizó. El impacto: el puño firme de “Docentes en Lucha” que se veía en varios carteles, quienes los llevaban tenían rostros sonrientes, se los veía unidos y fuertes. “Ni terroristas ni delincuentes, estudiantes conscientes”, decía otro cartel que sujetaba un joven, también alegre. Corriendo ya por la calle 25 de Mayo, intentando llegar antes para tomarlos de frente y desde lo alto. Lo logramos. Lo mejor que encontré fue una estructura de cemento que servía de sostén a una publicidad. Estaba sobre la grieta del mármol que la cubría, ahí me quedé. Sabía que, más allá del piso, no terminaría en caso que se desmoronara. Y allí venían todos, otra vez. Pero desde ese lugar se veía todo diferente. El contraste de la belleza del atardecer y la furia de los ambulantes es algo difícil de definir. Simplemente, una cosa hermosa. Globos de colores sostenidos entre las manos, a lo ancho de la calle, adornaban la marcha. Sus dueños, los que venían adelante. Las caritas pintadas de algunos, otros con antifaces, máscaras y caretas, y algunos más con banderines en mano, agitándose veloces. Silbatos apretados entre los labios al compás de los cánticos y palmas constantes acompañando. “Todos somos UNLaR”, “UNLaR resiste”, “Queremos estudiar, queremos libertad, queremos elegir, queremos democracia en la UNLaR”, se leía entre otras frases. Y, en medio del tumulto, un hombre vestido de violeta, caminando sobre sus zancos, nos saludaba con su galera naranja. Él también marchaba. En un instante, ya no estaban. Dos o tres iban quedando. ¡A bajar! De un salto al piso llegué, pero en pie. Sin duda, fue más rápido que subir, el propósito lo valía. Emprendimos la corrida, como persiguiendo al tiempo, para llegar a la esquina de la Plaza. Allí era la concentración. El reencuentro Frente de la Casa de Gobierno, el escenario de madera me invitó a subir (o al menos eso me parecía). Y ahí estaba yo, otra vez arriba, para ver mejor. Sólo se distinguían los rostros de adelante, los del final… ¿dónde estaba el final? no se veía. ¡Eran muchos! Al frente, la Iglesia Catedral. Los globos también vestían el borde de sus rejas. Grandes banderas de colores danzaban entrelazadas, al paso de la bailanta, festejando entre los dedos de los artistas. Pensé que era la fiesta más grande que podía haber para fotógrafos y camarógrafos. No alcanzaban las diez huellas ni las dos pupilas para tomar cada instante, ninguno se podía dejar pasar. Repito, nunca vi algo igual. Los flashes, cual luciérnagas en la noche, no dejaban de titilar. Y fue ver juntos a los futuros trabajadores del arte, de la tecnología, de la construcción, de la ley, de la salud; a los que danzan y a los que cantan; a los que van a hacer política; a los que traducirán otras lenguas; a los que enseñarán; a los que se dedicarán a las letras; a los que acariciarán la tierra y a los que al suelo estudiarán; a los que inmortalizan vivencias en una imagen o en un papel, construyendo pirámides o derribándolas; al que hará poesías; al orador y al que modulará su voz; a los que tratarán de hacer justicia; a los que con un diseño pueden también vender; a los que escribirán la historia, una historia como la de hoy. Una lista de nunca acabar, imposible nombrarlos a todos, pero lo posible es decir que verlos juntos me emocionó. Los cuatro puntos cardinales parecían haber desaparecido. No había ni un rinconcito vacío. 34
  • 35. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática El acto Se encendieron nuevamente las cámaras, los micrófonos y grabadores. Por un segundo, la voluntad del silencio reinó. Sólo por un segundo. Luego, palabras de encanto, de lucha y de poder. Ese poder que te permite avanzar a paso firme para no claudicar en la batalla. Manos en alto y no “¡alto, las manos!” como les hicieron a nuestros profesores, encubierta y silenciosamente, hasta que la verdad salió a la luz. La euforia y los aplausos. Mucha, mucha emoción. Sólo ver sus rostros era necesario para interpretar el designio de sus almas. ¡Ay, Dios! Sus voces y sus palabras embelesaron a los presentes. A todos. Palabras de aliento, dichas con decisión y coraje, continuaban el acto para defender la justicia perdida de los inocentes. Y allí estaba otra vez, don David y su cabellera verde, que también marchó con todos. Don David ahora protagonista. Fotografiado él, no le faltaron primeros planos. Con su elegante manta que atravesaba su cuerpo y los infaltables globos y pequeñas cintas que llevaba colgados en uno de sus brazos. Todo al tono con su peinado nuevo. ¿Vestido para la ocasión? De repente, irrumpieron en el escenario ellas y ellos. Con sus manos impedidas por las cuerdas de la maldad y sus rostros escondidos, entenebrecidos. Entre los dientes, anudaron sus lenguas en la tortura, que quedó atorada en sus gargantas. Estaban allí, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto. Las damas y caballeros de la ética, el futuro y la esperanza; la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi, casi perdida-, pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes. Después, el rostro de la niña se dirigía hacia el horizonte. Sus manos sostenían un pequeño cartel que decía: “La resistencia no es terrorismo”. Luego, unos, otros y otros más subieron a brindarnos sus palabras para la noble causa. Todos tuvieron su lugar. Nueva suelta de globos. ¡Qué belleza! Todos los discursos que continuaron llegaron hasta mis entrañas. Ciertamente, fue una noche sin igual. La pantalla se encendió. Enseguida, las palabras de una madre y varias personas más. Se representó aquello por lo que se estaba luchando. Al último, el infaltable Himno Nacional Argentino. Un dúo interpretó para todos sus dulces y más bellas que nunca estrofas. “¡Oh juremos con gloria morir!”, se escuchó tronar. Claro está que la idea nunca fue morir. Quien deseó que nuestra Universidad muriera, sepa, no lo lograría. Mientras, la bandera argentina agitándose entre las manos del estudiante, al lado de los intérpretes, majestuosa como siempre. Las lágrimas y la alegría eran una sola cosa. A la luz de las velas, “¡Feliz cumple!” y algo más decía un cartel. Ya nos íbamos. “Oíd el ruido”, escribió la doncella que sentada posó. Pura algarabía. Separándonos un poco del lugar, el “facepaint” de la calavera posó también para mí, “Fuerzas UNLaR”, escribió. La noche de los 50.000, ¡Qué noche! Quedará documentado en la historia de La Rioja y del país lo que mis ojos vieron aquella jornada. Y las orugas salieron a volar… 35
  • 36. CRÓNICAS DE LA TOMA Por una UNLaR democrática 36