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UN SUEÑO PERFECTO
Prólogo
Renata, sentada en una banca de la iglesia, hubiera deseado más que nada en el
mundo ser ella la que se iba a convertir en la esposa de José Carlos. No era justo
que Andrea, la niña bonita y popular de la universidad, hubiera conseguido que el
hombre más perfecto del mundo la llevara al altar.
Incómoda de andar en tacones por la falta de costumbre, Renata buscó el asiento
más retirado dónde pudiera ver toda la iglesia, dónde solo oyó las palabras del
sacerdote uniendo para siempre en matrimonio a Andrea con el hombre que ella
había amado en secreto desde el momento en que lo conoció, como el amigo de
su hermano adoptivo.
Renata en ese entonces tenía solo catorce años, y aun así, habría dado cualquier
cosa por llevar puestos aquellos hermosos tacones y aquel hermoso vestido de
novia con el que siempre había soñado. Y eso que normalmente prefería unos
cómodos tenis antes que llevar algo que tuviera que ver con tacones. La verdad
era que no era culpa de Andrea que José Carlos nunca se hubiera fijado en
Renata, una marimacha, que prefería siempre ir a caminar por las montañas o ir
con los chicos a pescar antes que hacer cosas de chica, como maquillarse, ir de
compras o cocinar. En cambio, Andrea, por supuesto era la chica perfecta, con la
que todos querían andar.
Renata se colocó trenza que le habían hecho por primera vez para la ocasión y
bajó la mirada para no tener que ver a José Carlos besando muy feliz a la novia.
Cuando empezó la alegre música que anunciaba que dos personas habían puesto
un para siempre a su compromiso, levantó la vista para ver cómo la feliz pareja
salía feliz caminando por el pasillo, entre las felicitaciones de todos los invitados.
Sus padres adoptivos insistían en que tenía toda la vida por delante, pero Renata
no lo veía así. Se negó a llorar y no aceptaba que su corazón estaba roto, pues
otra mujer se había llevado al único hombre en el mundo con el que ella hubiera
querido vivir toda la vida. José Carlos siempre sería el único amor de su vida.
-Edward, tú no eres mi padre.
-No Renata, pero soy tu hermano mayor, ¿me vas a hacer ese pequeño favor, o
no? , dijo Edward en tono de enojado.
Renata hablaba sujetando el teléfono entre la cabeza y el hombro. Estaba sentada
tras su escritorio. Edward sabía que Renata se saldría con la suya. Renata deseó
poder resistirse, al menos esa vez, a las tontas ideas de su hermano adoptivo.
Detestaba que la chantajearan, especialmente si lo hacía la única persona en el
mundo a la que podía considerar familia.
-No estoy diciendo que lo vaya a hacer, pero ¿podrías repetirme qué es lo que
quieres que haga?
Renata ya se había resignado a ayudarlo en ese apuro, como siempre. Pero esta
vez, estaba decidida a hacerlo luchar por esa victoria.
-La campaña a la que pertenezco está organizando una cena de beneficencia, y
como vamos a gastar mucho vamos a llevar a cabo un juego de cita a ciegas, y
habrá una boda simulada al final...
-No puedes hablar en serio... –Renata era consciente de que había subido mucho
el volumen de su voz cuando se hermano le dijo lo que quería hacer, pero no le
importó.
-Sí que hablo en serio. Lo tenemos todo preparado para el sábado por la noche y
resulta que ahora una de las chicas se ha arrepentido.
Renata ignoró el tono suplicante con el que Edward intentaba convencerla. Era un
tono que ya conocía de tantas ocasiones en las que su hermano le pedía favores.
Edward lo usaba siempre que quería salirse con la suya.
-Supongo que no estarás insinuando que reemplace yo a esa chica en esta
tontería tuya. Sabes que no me gustan las citas a ciegas ni las cosas que tienen
que ver con la beneficencia, ni de ningún otro tipo, dijo Renata con firmeza, con la
esperanza de que su hermano cambiara de opinión. Fue una esperanza inútil.
-Por favor Renta. Ya te dije que estoy metido en un lío con este asunto. Te
necesito. Esto es muy importante para muchas personas... y también para mí.
Renata detestaba que Edward usara esa voz tan dulce y que venía usando desde
sus años de adolescencia, chantaje emocional, eso es lo que era. Y aunque la
sacaba de sus casillas, siempre terminaba diciéndole que sí.
-Está bien Edward, lo haré porque te quiero porque esas otras personas no me
interesan, no significan nada para mí.
-Muchas gracias Renata. Eres la mejor y una...
-Sí, ya, claro, interrumpió Renata, que no quería aceptar su suplica de niño
consentido
-Mira, dijo Edward, nos vemos mañana por la tarde en el salón de fiestas Paris
para hablar de los detalles. Quedé de verme con un amigo a las cinco, pero para
las seis habré terminado. Te quiero hermanita.
Y todo lo que quedó de Edward y su loco plan fue el tono del teléfono en el oído
de Renata.
José Carlos observó a su amigo con tanta alegría en el interior del salón.
Era imposible que Edward conociera sus planes de encontrar esposa.
Pues Edward no tenía ni idea de que desde que la esposa de José Carlos había
fallecido hacía 9 años siguiera con la búsqueda de una mujer. Ver a Ryan, él hijo
de José Carlos adaptándose a que su madre ya no estaba más junto a él, lo ayudó
a tomar su decisión de seguir en busca de la mujer con la quisiera casarse.
José Carlos recordaba la muerte de su madre cuando apenas era un adolescente.
La echaba mucho de menos y no quería que Ryan creciera con el mismo
sentimiento de pérdida.
Perdido en sus recuerdos, José Carlos, secaba con su mano el agua que escurría
de su fría jarra de cerveza. No buscaba amor. Había sido muy afortunado. Había
conocido el amor una vez. Eso no era algo que ocurriera dos veces en la vida. A lo
más que aspiraba era a conocer a alguien a quien pudiera respetar, y con quien
pudiera vivir a gusto.
José Carlos se acordó de las dos listas que ocultaba en el despacho de su casa.
En una, había escrito todas las cualidades que buscaba en una esposa. En la otra,
todas la mujeres solteras que conocía que podían cumplir esos requisitos. Esta
última no era muy larga, pero era un comienzo.
-... así que, como puedes ver, estoy en un aprieto, dijo Edward
-¿Qué aprieto?, José Carlos se llevó la cerveza a la boca lamentando tener que
admitir que se había perdido una buena parte de la conversación de su amigo.
-Necesito que me hagas un favor. Necesito un hombre para el sábado por la
noche, dijo Edward con una voz dulce, como si hablara con un niño pequeño.
José Carlos dejó la jarra de cerveza en la mesa.
-Lo siento, pero tengo muchas cosas en la cabeza. Hay un caso muy complicado
que estoy revisando
-Ya no trabajas en los tribunales, eres profesor de Derecho en la universidad. Así
que… -¿Qué caso es ese?
José Carlos no tenía ninguna intención de hablar de su último proyecto con
Edward. José Carlos, Recordando todas las citas a ciegas en las que su amigo lo
había metido cuando estaban en la universidad, antes de empezar a salir con
Andrea el último año, le dio un escalofrío de imaginarse con qué tipo de mujer
estaría intentando enredarlo.
-¿Cómo está tu hermana?, preguntó José Carlos con la intención de distraer a
Edward.
-¿Renata? Está bien. Oye, tienes que hacerlo por mí...
Por un momento sintió un dolor en el estómago. No era posible que Edward
quisiera que saliera con su hermana. La recordaba como una tímida niña que los
seguía a todas partes. Si la memoria no le fallaba, poco después de su boda con
Andrea, ella se había ido a Francia para ir a la universidad.
-¿Hacer qué por ti? -preguntó con timidez
-La campaña a la que pertenezco está preparando una cena de beneficencia de
citas a ciegas para que, con lo que ganemos, apoyar a comunidades con bajos
recursos. Habrá una subasta y un poco de baile, pero la mayor parte del evento va
a consistir en un concurso de citas a ciegas, y el tipo de la campaña que iba a
concursar se ha arrepentido en el último minuto.
José Carlos dio un trago largo de su cerveza con alivio. Su mejor amigo no estaba
intentando emparejarlo con su hermana pequeña. Pues el mismo Edward le había
contado que se había convertido en una adicta al trabajo.
-¿Qué le pasó a ese tipo?
-Se casó, y ahora su esposa no quiere que él participe.
-¿Y no hay otros?
-Están todos de meseros, y yo, como seré el maestro de ceremonias, voy a estar
demasiado ocupado para concursar, así que ni preguntes.
Como miembro de un una campaña de beneficencia de la comunidad, Edward se
tomaba sus misiones muy en serio, incluyendo esta.
-¿Y cuándo se llevará a cabo este importante evento? , preguntó José Carlos,
preocupado por el retraso que sufrirían los planes que ya tenía. Pero tenía que
encontrar un hueco para hacerlo. Le debía demasiados favores a Edward. Sin su
fiel amigo, no sabía cómo podría haber superado la muerte de Andrea.
-Este sábado. Siento avisarte con tan poco tiempo, pero estoy desesperado. Y, a
lo mejor, después del espectáculo, tú y la afortunada dama podrán pasar algún
tiempo juntos, Edward, que era un romántico ya le había insistido hasta el
cansancio en que era hora de que empezara a salir de nuevo y a conocer mujeres.
-No creo que sea muy probable, si tenemos en cuenta el tipo de mujeres que
sueles conseguir para estos eventos tuyos.
Durante unos instantes, José Carlos se preguntó si estaba loco por dejarse
involucrar en algo así. Es por una buena obra, pensó José Carlos.
-Está bien, lo haré. De todas formas, no tenía mucho que hacer esa noche.
-Genial, dijo Edward levantando su cerveza para brindar por el triunfo, y porque
José Carlos pudiera encontrar a la mujer perfecta que en tanto tiempo no había
podido encontrar después de la muerte de Andrea. José Carlos tenía ciertos
presentimientos, pero era imposible que Edward supiera que él estaba buscando
esposa. Aquello no era más que otro de los planes locos pero bien intencionados
de su amigo.
Mientras terminaba su cerveza, echó un vistazo a su alrededor y su mirada se
detuvo en una mujer que acababa de entrar.
Sin poder evitarlo, se despertó en José Carlos su instinto de hombre macho. ¿De
dónde había salido esa mujer? La curiosidad lo mataba, no podía evitar perderse
en la mirada de aquella mujer que deslumbraba el salón.
El cabello rubio le caía por debajo de los hombros como una hermosa cascada. La
mujer tenía los labios rojos, como en forma de corazón y caminaba mientras
recorría el lugar con cuidado, mesa por mesa.
Está buscando a alguien, fue lo primero que pensó José Carlos, mientras
observaba con toda su atención a aquella hermosa mujer. Su mirada fue bajando
por el cuello, pasando por unos hombros tan perfectos, para terminar en la figura
tan perfecta que tenía y que lo cautivó con sus curvas a pesar de llevar una ropa
tan seria. La mujer entonces se acercó hacia José Carlos.
Mientras se acercaba, José Carlos se quedó admirando aquellas piernas
larguísimas y delgadas que ella tenía, y que resaltaban por unos zapatos prácticos
y poco extravagantes. Al levantar la vista después de examinarla a la perfección,
se dio cuenta de que ella lo estaba mirando a él. Sintió mariposas en el estómago.
Por un pequeño momento, ella permaneció quieta, como sorprendida, pero
enseguida volvió a empezar a recorrer el salón por segunda vez.
José Carlos no estaba acostumbrado a que lo ignoraran como si fuera un
periódico viejo, y por alguna razón, no le gustó nada que ella lo ignorara. La mujer
siguió avanzando, nuevamente, hacia la mesa de ellos.
Se acercan los problemas, fue la segunda cosa que pensó José Carlos,
acomodándose en la silla. La mujer se acercaba con un gesto de enojo que
apenas podía contener.
Esta mujer no es ninguna ama de casa perfecta, fue la tercera cosa que pensó de
ella.
-Edward, dijo Renata con un tono de voz de, frío y calmado, no conseguía ocultar
su ira. Sabía que Edward se traía algo entre manos. Y allí estaba la prueba.
Sabía que su hermano terminaría trayéndola algún día ante ese hombre por el que
una vez habría movido cielo, mar y tierra. Pero aquel enamoramiento infantil se
había terminado el día en que José Carlos se casó con Andrea. Habían pasado
nueve años desde que se casaron. La verdad es que ella había seguido adelante
con su vida y le había ido muy bien.
Ahora, en una décima de segundo, le observó hasta el último detalle. Su camisa
vaquera le quedaba muy bien. Llevaba el pelo tan despeinado, que le daban
ganas de pasarle un peine por la cabeza para peinárselo. Y además, tenía una
mirada tan penetrante que le daba la impresión de que podía ver hasta sus
secretos más íntimos.
Renata sintió algo hermoso en el corazón al recordar el interés con el que la
había mirado al entrar en el salón
¡Cuántas veces había luchado por no quedarse mirando la foto de que José
Carlos le había dado de él!
Aunque sabía que era imposible, durante mucho tiempo había buscado un amor
así para ella. Finalmente, convencida de que no iba a tener tanta suerte, enterró la
foto en el fondo de su caja de recuerdos, y con ella el sueño de encontrar el amor
verdadero. Comenzó entonces una vida independiente y llena de éxitos en la que
no había lugar para esa emoción llamada “amor”.
-Hola Renata, dijo Edward poniéndose de pie y abrazándola cariñosamente. Su
metro ochenta apenas rebasaba el metro setenta y cinco de ella.
Viendo de re ojo, Renata vio cómo José Carlos también se levantaba. Era mucho
más alto que su hermano Edward, y sus ojos, del color de un bello bosque, la
miraban cuidadosamente. Después, sus expresivas facciones se volvieron
inexpresivas y la tensión que recorría su cuerpo desapareció.
-¡Suéltame Edward!, exclamó Renata empujándolo.
-De acuerdo, Edward agarró la silla que tenía más cerca, invitándola a sentarse.
Sus ojos brillaban con maldad diciendo
-Recuerdas a José Carlos, ¿verdad?
Renata le lanzó a Edward una mirada asesina y estiró su mano para saludar al
hombre que había deseado no volver a ver en su vida.
-Claro que sí, dijo Renata tratando de mostrar desinterés.
Sin embargo, al tener contacto con la mano de José Carlos sintió como si algo se
estuviera derritiendo en su interior.
Rápidamente, Renata quitó la mano y se la puso detrás de la espalda, donde él no
pudiera volver a tocarla. Él la observó de nuevo con sus penetrantes ojos verdes y
enseguida la reconoció.
-¡Hola, Renata! ¡Cuánto tiempo sin verte!, dijo Edward
Al juzgar la expresión de José Carlos, Renata dedujo que al parecer no le
agradaba demasiado ese reencuentro, pero no le importaba. Renata se sentó en
la silla que Edward le ofrecía. Desde la última vez que vio a José Carlos, se había
enfrentado ya a muchas personas desagradables en salas de reuniones, fiestas,
etc. y había salido victoriosa. Así que podía enfrentarse perfectamente a ese
hombre, que no significaba ya nada para ella, sin que nada alterara la ordenada
vida que había construido.
-Edward, tengo que irme. Tengo que volver a casa con Ryan. Renata, me alegro
de volver a verte, dijo José Carlos
Renata, intranquila, vio a José Carlos alejarse.
Se sentía profundamente decepcionada. Era evidente que ella le resultaba tan
poco atractiva ahora como hacía años, cuando lo seguía a todas partes con el
corazón en la mano.
-Creo que esta vez te voy a matar de verdad, advirtió a su hermano Edward. Se
dio cuenta de que las manos se le habían quedado rojas de tanto apretar los
puños.
José Carlos no entendía por qué pero desde que se había ido, o mejor dicho,
huido de aquel encuentro con Renata, no podía concentrarse ni en sus clases, ni
en sus listas ni en nada.
Por milésima vez, pensó en ella con curiosidad. Se había dado cuenta de su
intento de mantener las distancias, y de su indiferencia cuando se vio obligada a
saludarlo.
Aquella mujer que había visto en el salón de fiestas, se parecía poco a la
adolescente que él recordaba. Había cambiado, y mucho. Aquella chica de mal
genio a la que Edward siempre estaba protegiendo se había transformado en toda
una mujer de negocios. Para su gusto, era demasiado distante e independiente,
no cumplía con los requisitos para entrar en su lista de esposas con potencial.
Entonces, ¿cuál era el problema?
No entraba en sus planes sentirse atraído por una ejecutiva agresiva. Pero no
podía apartar de su cabeza aquellos bellos ojos de color café claro, ni aquella
esbelta figura de piernas largas y tentadoras, que él imaginaba rodeando su
cintura, ni la fantasía de pasar sus dedos por aquella cascada de cabello rubio.
¿Qué había sido de aquella mujer que él recordaba?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo al verse tan aferrado a esas imágenes que le
invadían contra su sentido común.
-Papá, no puedo atarme esto, dijo Ryan
José Carlos vio el reflejo de su hijito de seis años en el espejo. Ryan le recordaba
mucho a Andrea. Le traía recuerdos de su esposa, que ya no eran dolorosos, pero
que lo hacían sentirse solo y vacío por dentro. Aunque hacía ya cuatro años de su
muerte, echaba de menos su risa y la alegría de volver a casa cada día y
encontrarse con el amor y la seguridad que ella le daba.
Apartó de su mente aquellos recuerdos por los que tanto había luchado por
aceptar y se puso en cuclillas junto a Ryan para hacerle el nudo de la corbata.
-Estás muy elegante campeón.
Se puso de pie y miró de nuevo al espejo. El niño parecía una versión pequeña de
su padre. Los dos llevaban traje negro, camisas blancas y tenían los mismos ojos
verdes. Uno era más joven e inseguro, el otro más triste y sabio.
-¿Vamos a encontrar una mamá esta noche?, interrumpió la vocecita de su hijo
-No. Recuerda que te dije que va a ser de mentiras. Es para recaudar fondos
para...
-Una buena obra, dijo Ryan. Pero pensé que ya que ibas a elegir una mujer
imaginaria...
-Imaginaria, tú lo has dicho campeón, dijo José Carlos con seguridad
preguntándose si no habría sido un error invitar a su hijo a la fiesta.
-Ya lo sé papá, dijo Ryan con un suspiro infantil, pero enseguida se animó
diciendo
-A lo mejor puede ser también mi mamá imaginaria.
A José Carlos casi se le rompió el corazón al ver esa esperanza en la cara de su
hijo. No le gustaba que Ryan no recordara a su madre. Se parecía a ella en tantas
cosas: tenía su pelo oscuro, su sonrisa, el sentido del humor. Estaba claro que
Ryan quería una mamá, igual que la tenían sus amiguitos.
-Todo va a salir bien campeón. Oye, ¿quieres ayudarme a elegir a mi esposa
imaginaria?
José Carlos lo dijo sin pensar, y por nada del mundo hubiera retirado la pregunta
después de ver la emoción de Ryan.
-¿De verdad?
-De verdad, no creo que a Edward le importe un pequeño cambio en el orden del
juego.
-¿Crees que podremos encontrar una a la que le gustemos?
José Carlos se miró junto a su hijo en el espejo por última vez y dijo
-Claro que le gustaremos. ¿Qué dama podría resistirse a dos tipos estilo James
Bond tan guapos como nosotros?, preguntó José Carlos contento de haber hecho
sonreír al pequeño con su respuesta.
-James Bond, repitió el niño.
Ryan se puso firme, echando los hombros para atrás, mientras su padre le
ajustaba la corbata, y dijo imitando la voz de James Bond:
-Estoy preparado.
-Muy bien campeón, porque yo no sé si lo estoy, dijo José Carlos mientras se
dirigía hacia su camioneta.
-Invitarte fue una gran idea Ryan. Una pareja de padre e hijo solteros.
Al llegar al salón de fiestas, Edward condujo a José Carlos a las cabinas del
concurso
-Desde aquí no podrás ver a las concursantes femeninas. Siéntate aquí.
Empezaremos cuando la cena esté servida, dijo Edward
-Parece que has conseguido llenar esto, dijo José Carlos observando el lugar.
Si tenía que participar en otra de las tonterías de Edward, al menos lo alegraba
que fuera por algo importante.
-Sí, esto está a reventar. Vamos a sacar un montón de dinero para las
comunidades esta noche. Tengo que ir a sentar a las damas en sus cabinas.
-Ryan, siéntate aquí con tu papá. Si quieres, hasta puedes hacer alguna
pregunta, dijo Edwarad
-¡Vaya! -exclamó el niño tomando asiento.
José Carlos se sentía aliviado de que a Edward no le hubiera parecido un
problema que llevara a su hijo.
Edward despeinó cariñosamente al niño mientras le colocaba el micrófono.
Después miró sonriente a José Carlos.
-Mucha suerte. Apuesto a que esta noche vas a encontrar a la mujer perfecta, le
dijo Edward a José Carlos.
Edward lanzó una carcajada y desapareció detrás del panel que los separaba de
los demás concursantes, dejando a José Carlos lleno de intriga. Esa tontería que
estaba haciendo José Carlos en parte era debido a Edward, que insistió en que
necesitaba un cambio, ahora sí, José Carlos tenía la sensación de que su amigo
se traía algo entre manos. Era muy común de él.
Desde su cabina, José Carlos veía a los elegantes invitados llegar a las mesas
que quedaban.
-Muy bien, damas y caballeros, ha llegado el momento de comenzar, déjenme
empezar dándoles las gracias a todos por venir aquí esta noche para apoyar una
buena causa. Recuerden que en la parte de atrás, se llevara a cabo una subasta y
todo el dinero que se recaude esta noche irá directamente a las comunidades con
bajos recursos, anunció Edward.
Al otro lado del panel había tres mujeres que se acercaban perfectamente a lo que
José Carlos estaba buscando. Una de ellas podría ser la indicada.
-Como elemento sorpresa, no vamos a tener un solo soltero, sino dos, padre e
hijo, que elegirán a una afortunada dama, dijo Edward
Renata se quedó paralizada en su cabina. Su impresión adoptó primero la forma
de un pánico frío, para rápidamente convertirse en ira.
-No sería capaz, pensó Renata.
La única persona en el mundo en la que confiaba no sería capaz de hacerle eso.
¿O sí? Una voz le decía que sí, que era capaz. Renata lanzó todo tipo de
maldiciones silenciosas contra su hermano. No podía ponerle la mano encima ni ir
a decirle algo, pues el cubículo en el que estaba, solo estaba abierto por el lado
del público, que en ese momento empezaba a cenar y que esperaba con
entusiasmo el comienzo del juego.
-Soltero padre ¿por qué no empieza con su primera pregunta? Tenemos a tres
encantadoras damas para que elija. ¿Para quién es su primera pregunta? ¿Para la
número uno? ¿Para la número dos? ¿O para la número tres?, dijo Edward
comenzando con el juego
-Para la número tres, respondió José Carlos ¿Cuáles son tus aficiones?, preguntó
A Renata casi se le escapó un grito cuando oyó aquella voz familiar hacer su
pregunta en medio del entusiasmo y los silbidos del público. No estaba preparada
para el impacto de su voz, que encendió algo en su interior al igual que cuando
veía a José Carlos
-¿Número tres?, dijo la profunda voz de Edward
Renata sentía un nudo en la garganta
-No tengo ninguna afición, respondió finalmente sin pensar.
-Ya veo. ¿Y tú, número dos?, dijo José Carlos
El tono dulce que usaban las otras concursantes en sus respuestas la
enfermaban. De ninguna manera iba ella a responder de esa manara
-Para la número tres. ¿Cuál es tu comida favorito?, dijo José Carlos
Esta vez, Renata estaba preparada. Respiró profundo, y con cuidado respondió
-Soy vegetariana
-¿Y...?, dijo José Carlos
-Y me gustan las verduras, le respondió Renata
Continuará….

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  • 1. UN SUEÑO PERFECTO Prólogo Renata, sentada en una banca de la iglesia, hubiera deseado más que nada en el mundo ser ella la que se iba a convertir en la esposa de José Carlos. No era justo que Andrea, la niña bonita y popular de la universidad, hubiera conseguido que el hombre más perfecto del mundo la llevara al altar. Incómoda de andar en tacones por la falta de costumbre, Renata buscó el asiento más retirado dónde pudiera ver toda la iglesia, dónde solo oyó las palabras del sacerdote uniendo para siempre en matrimonio a Andrea con el hombre que ella había amado en secreto desde el momento en que lo conoció, como el amigo de su hermano adoptivo. Renata en ese entonces tenía solo catorce años, y aun así, habría dado cualquier cosa por llevar puestos aquellos hermosos tacones y aquel hermoso vestido de novia con el que siempre había soñado. Y eso que normalmente prefería unos cómodos tenis antes que llevar algo que tuviera que ver con tacones. La verdad era que no era culpa de Andrea que José Carlos nunca se hubiera fijado en Renata, una marimacha, que prefería siempre ir a caminar por las montañas o ir con los chicos a pescar antes que hacer cosas de chica, como maquillarse, ir de compras o cocinar. En cambio, Andrea, por supuesto era la chica perfecta, con la que todos querían andar. Renata se colocó trenza que le habían hecho por primera vez para la ocasión y bajó la mirada para no tener que ver a José Carlos besando muy feliz a la novia. Cuando empezó la alegre música que anunciaba que dos personas habían puesto un para siempre a su compromiso, levantó la vista para ver cómo la feliz pareja salía feliz caminando por el pasillo, entre las felicitaciones de todos los invitados. Sus padres adoptivos insistían en que tenía toda la vida por delante, pero Renata no lo veía así. Se negó a llorar y no aceptaba que su corazón estaba roto, pues otra mujer se había llevado al único hombre en el mundo con el que ella hubiera querido vivir toda la vida. José Carlos siempre sería el único amor de su vida. -Edward, tú no eres mi padre. -No Renata, pero soy tu hermano mayor, ¿me vas a hacer ese pequeño favor, o no? , dijo Edward en tono de enojado. Renata hablaba sujetando el teléfono entre la cabeza y el hombro. Estaba sentada tras su escritorio. Edward sabía que Renata se saldría con la suya. Renata deseó poder resistirse, al menos esa vez, a las tontas ideas de su hermano adoptivo. Detestaba que la chantajearan, especialmente si lo hacía la única persona en el mundo a la que podía considerar familia. -No estoy diciendo que lo vaya a hacer, pero ¿podrías repetirme qué es lo que quieres que haga?
  • 2. Renata ya se había resignado a ayudarlo en ese apuro, como siempre. Pero esta vez, estaba decidida a hacerlo luchar por esa victoria. -La campaña a la que pertenezco está organizando una cena de beneficencia, y como vamos a gastar mucho vamos a llevar a cabo un juego de cita a ciegas, y habrá una boda simulada al final... -No puedes hablar en serio... –Renata era consciente de que había subido mucho el volumen de su voz cuando se hermano le dijo lo que quería hacer, pero no le importó. -Sí que hablo en serio. Lo tenemos todo preparado para el sábado por la noche y resulta que ahora una de las chicas se ha arrepentido. Renata ignoró el tono suplicante con el que Edward intentaba convencerla. Era un tono que ya conocía de tantas ocasiones en las que su hermano le pedía favores. Edward lo usaba siempre que quería salirse con la suya. -Supongo que no estarás insinuando que reemplace yo a esa chica en esta tontería tuya. Sabes que no me gustan las citas a ciegas ni las cosas que tienen que ver con la beneficencia, ni de ningún otro tipo, dijo Renata con firmeza, con la esperanza de que su hermano cambiara de opinión. Fue una esperanza inútil. -Por favor Renta. Ya te dije que estoy metido en un lío con este asunto. Te necesito. Esto es muy importante para muchas personas... y también para mí. Renata detestaba que Edward usara esa voz tan dulce y que venía usando desde sus años de adolescencia, chantaje emocional, eso es lo que era. Y aunque la sacaba de sus casillas, siempre terminaba diciéndole que sí. -Está bien Edward, lo haré porque te quiero porque esas otras personas no me interesan, no significan nada para mí. -Muchas gracias Renata. Eres la mejor y una... -Sí, ya, claro, interrumpió Renata, que no quería aceptar su suplica de niño consentido -Mira, dijo Edward, nos vemos mañana por la tarde en el salón de fiestas Paris para hablar de los detalles. Quedé de verme con un amigo a las cinco, pero para las seis habré terminado. Te quiero hermanita. Y todo lo que quedó de Edward y su loco plan fue el tono del teléfono en el oído de Renata. José Carlos observó a su amigo con tanta alegría en el interior del salón. Era imposible que Edward conociera sus planes de encontrar esposa. Pues Edward no tenía ni idea de que desde que la esposa de José Carlos había fallecido hacía 9 años siguiera con la búsqueda de una mujer. Ver a Ryan, él hijo de José Carlos adaptándose a que su madre ya no estaba más junto a él, lo ayudó a tomar su decisión de seguir en busca de la mujer con la quisiera casarse. José Carlos recordaba la muerte de su madre cuando apenas era un adolescente. La echaba mucho de menos y no quería que Ryan creciera con el mismo sentimiento de pérdida.
  • 3. Perdido en sus recuerdos, José Carlos, secaba con su mano el agua que escurría de su fría jarra de cerveza. No buscaba amor. Había sido muy afortunado. Había conocido el amor una vez. Eso no era algo que ocurriera dos veces en la vida. A lo más que aspiraba era a conocer a alguien a quien pudiera respetar, y con quien pudiera vivir a gusto. José Carlos se acordó de las dos listas que ocultaba en el despacho de su casa. En una, había escrito todas las cualidades que buscaba en una esposa. En la otra, todas la mujeres solteras que conocía que podían cumplir esos requisitos. Esta última no era muy larga, pero era un comienzo. -... así que, como puedes ver, estoy en un aprieto, dijo Edward -¿Qué aprieto?, José Carlos se llevó la cerveza a la boca lamentando tener que admitir que se había perdido una buena parte de la conversación de su amigo. -Necesito que me hagas un favor. Necesito un hombre para el sábado por la noche, dijo Edward con una voz dulce, como si hablara con un niño pequeño. José Carlos dejó la jarra de cerveza en la mesa. -Lo siento, pero tengo muchas cosas en la cabeza. Hay un caso muy complicado que estoy revisando -Ya no trabajas en los tribunales, eres profesor de Derecho en la universidad. Así que… -¿Qué caso es ese? José Carlos no tenía ninguna intención de hablar de su último proyecto con Edward. José Carlos, Recordando todas las citas a ciegas en las que su amigo lo había metido cuando estaban en la universidad, antes de empezar a salir con Andrea el último año, le dio un escalofrío de imaginarse con qué tipo de mujer estaría intentando enredarlo. -¿Cómo está tu hermana?, preguntó José Carlos con la intención de distraer a Edward. -¿Renata? Está bien. Oye, tienes que hacerlo por mí... Por un momento sintió un dolor en el estómago. No era posible que Edward quisiera que saliera con su hermana. La recordaba como una tímida niña que los seguía a todas partes. Si la memoria no le fallaba, poco después de su boda con Andrea, ella se había ido a Francia para ir a la universidad. -¿Hacer qué por ti? -preguntó con timidez -La campaña a la que pertenezco está preparando una cena de beneficencia de citas a ciegas para que, con lo que ganemos, apoyar a comunidades con bajos recursos. Habrá una subasta y un poco de baile, pero la mayor parte del evento va a consistir en un concurso de citas a ciegas, y el tipo de la campaña que iba a concursar se ha arrepentido en el último minuto. José Carlos dio un trago largo de su cerveza con alivio. Su mejor amigo no estaba intentando emparejarlo con su hermana pequeña. Pues el mismo Edward le había contado que se había convertido en una adicta al trabajo. -¿Qué le pasó a ese tipo?
  • 4. -Se casó, y ahora su esposa no quiere que él participe. -¿Y no hay otros? -Están todos de meseros, y yo, como seré el maestro de ceremonias, voy a estar demasiado ocupado para concursar, así que ni preguntes. Como miembro de un una campaña de beneficencia de la comunidad, Edward se tomaba sus misiones muy en serio, incluyendo esta. -¿Y cuándo se llevará a cabo este importante evento? , preguntó José Carlos, preocupado por el retraso que sufrirían los planes que ya tenía. Pero tenía que encontrar un hueco para hacerlo. Le debía demasiados favores a Edward. Sin su fiel amigo, no sabía cómo podría haber superado la muerte de Andrea. -Este sábado. Siento avisarte con tan poco tiempo, pero estoy desesperado. Y, a lo mejor, después del espectáculo, tú y la afortunada dama podrán pasar algún tiempo juntos, Edward, que era un romántico ya le había insistido hasta el cansancio en que era hora de que empezara a salir de nuevo y a conocer mujeres. -No creo que sea muy probable, si tenemos en cuenta el tipo de mujeres que sueles conseguir para estos eventos tuyos. Durante unos instantes, José Carlos se preguntó si estaba loco por dejarse involucrar en algo así. Es por una buena obra, pensó José Carlos. -Está bien, lo haré. De todas formas, no tenía mucho que hacer esa noche. -Genial, dijo Edward levantando su cerveza para brindar por el triunfo, y porque José Carlos pudiera encontrar a la mujer perfecta que en tanto tiempo no había podido encontrar después de la muerte de Andrea. José Carlos tenía ciertos presentimientos, pero era imposible que Edward supiera que él estaba buscando esposa. Aquello no era más que otro de los planes locos pero bien intencionados de su amigo. Mientras terminaba su cerveza, echó un vistazo a su alrededor y su mirada se detuvo en una mujer que acababa de entrar. Sin poder evitarlo, se despertó en José Carlos su instinto de hombre macho. ¿De dónde había salido esa mujer? La curiosidad lo mataba, no podía evitar perderse en la mirada de aquella mujer que deslumbraba el salón. El cabello rubio le caía por debajo de los hombros como una hermosa cascada. La mujer tenía los labios rojos, como en forma de corazón y caminaba mientras recorría el lugar con cuidado, mesa por mesa. Está buscando a alguien, fue lo primero que pensó José Carlos, mientras observaba con toda su atención a aquella hermosa mujer. Su mirada fue bajando por el cuello, pasando por unos hombros tan perfectos, para terminar en la figura tan perfecta que tenía y que lo cautivó con sus curvas a pesar de llevar una ropa tan seria. La mujer entonces se acercó hacia José Carlos. Mientras se acercaba, José Carlos se quedó admirando aquellas piernas larguísimas y delgadas que ella tenía, y que resaltaban por unos zapatos prácticos y poco extravagantes. Al levantar la vista después de examinarla a la perfección,
  • 5. se dio cuenta de que ella lo estaba mirando a él. Sintió mariposas en el estómago. Por un pequeño momento, ella permaneció quieta, como sorprendida, pero enseguida volvió a empezar a recorrer el salón por segunda vez. José Carlos no estaba acostumbrado a que lo ignoraran como si fuera un periódico viejo, y por alguna razón, no le gustó nada que ella lo ignorara. La mujer siguió avanzando, nuevamente, hacia la mesa de ellos. Se acercan los problemas, fue la segunda cosa que pensó José Carlos, acomodándose en la silla. La mujer se acercaba con un gesto de enojo que apenas podía contener. Esta mujer no es ninguna ama de casa perfecta, fue la tercera cosa que pensó de ella. -Edward, dijo Renata con un tono de voz de, frío y calmado, no conseguía ocultar su ira. Sabía que Edward se traía algo entre manos. Y allí estaba la prueba. Sabía que su hermano terminaría trayéndola algún día ante ese hombre por el que una vez habría movido cielo, mar y tierra. Pero aquel enamoramiento infantil se había terminado el día en que José Carlos se casó con Andrea. Habían pasado nueve años desde que se casaron. La verdad es que ella había seguido adelante con su vida y le había ido muy bien. Ahora, en una décima de segundo, le observó hasta el último detalle. Su camisa vaquera le quedaba muy bien. Llevaba el pelo tan despeinado, que le daban ganas de pasarle un peine por la cabeza para peinárselo. Y además, tenía una mirada tan penetrante que le daba la impresión de que podía ver hasta sus secretos más íntimos. Renata sintió algo hermoso en el corazón al recordar el interés con el que la había mirado al entrar en el salón ¡Cuántas veces había luchado por no quedarse mirando la foto de que José Carlos le había dado de él! Aunque sabía que era imposible, durante mucho tiempo había buscado un amor así para ella. Finalmente, convencida de que no iba a tener tanta suerte, enterró la foto en el fondo de su caja de recuerdos, y con ella el sueño de encontrar el amor verdadero. Comenzó entonces una vida independiente y llena de éxitos en la que no había lugar para esa emoción llamada “amor”. -Hola Renata, dijo Edward poniéndose de pie y abrazándola cariñosamente. Su metro ochenta apenas rebasaba el metro setenta y cinco de ella. Viendo de re ojo, Renata vio cómo José Carlos también se levantaba. Era mucho más alto que su hermano Edward, y sus ojos, del color de un bello bosque, la miraban cuidadosamente. Después, sus expresivas facciones se volvieron inexpresivas y la tensión que recorría su cuerpo desapareció. -¡Suéltame Edward!, exclamó Renata empujándolo. -De acuerdo, Edward agarró la silla que tenía más cerca, invitándola a sentarse. Sus ojos brillaban con maldad diciendo
  • 6. -Recuerdas a José Carlos, ¿verdad? Renata le lanzó a Edward una mirada asesina y estiró su mano para saludar al hombre que había deseado no volver a ver en su vida. -Claro que sí, dijo Renata tratando de mostrar desinterés. Sin embargo, al tener contacto con la mano de José Carlos sintió como si algo se estuviera derritiendo en su interior. Rápidamente, Renata quitó la mano y se la puso detrás de la espalda, donde él no pudiera volver a tocarla. Él la observó de nuevo con sus penetrantes ojos verdes y enseguida la reconoció. -¡Hola, Renata! ¡Cuánto tiempo sin verte!, dijo Edward Al juzgar la expresión de José Carlos, Renata dedujo que al parecer no le agradaba demasiado ese reencuentro, pero no le importaba. Renata se sentó en la silla que Edward le ofrecía. Desde la última vez que vio a José Carlos, se había enfrentado ya a muchas personas desagradables en salas de reuniones, fiestas, etc. y había salido victoriosa. Así que podía enfrentarse perfectamente a ese hombre, que no significaba ya nada para ella, sin que nada alterara la ordenada vida que había construido. -Edward, tengo que irme. Tengo que volver a casa con Ryan. Renata, me alegro de volver a verte, dijo José Carlos Renata, intranquila, vio a José Carlos alejarse. Se sentía profundamente decepcionada. Era evidente que ella le resultaba tan poco atractiva ahora como hacía años, cuando lo seguía a todas partes con el corazón en la mano. -Creo que esta vez te voy a matar de verdad, advirtió a su hermano Edward. Se dio cuenta de que las manos se le habían quedado rojas de tanto apretar los puños. José Carlos no entendía por qué pero desde que se había ido, o mejor dicho, huido de aquel encuentro con Renata, no podía concentrarse ni en sus clases, ni en sus listas ni en nada. Por milésima vez, pensó en ella con curiosidad. Se había dado cuenta de su intento de mantener las distancias, y de su indiferencia cuando se vio obligada a saludarlo. Aquella mujer que había visto en el salón de fiestas, se parecía poco a la adolescente que él recordaba. Había cambiado, y mucho. Aquella chica de mal genio a la que Edward siempre estaba protegiendo se había transformado en toda una mujer de negocios. Para su gusto, era demasiado distante e independiente, no cumplía con los requisitos para entrar en su lista de esposas con potencial. Entonces, ¿cuál era el problema? No entraba en sus planes sentirse atraído por una ejecutiva agresiva. Pero no podía apartar de su cabeza aquellos bellos ojos de color café claro, ni aquella esbelta figura de piernas largas y tentadoras, que él imaginaba rodeando su
  • 7. cintura, ni la fantasía de pasar sus dedos por aquella cascada de cabello rubio. ¿Qué había sido de aquella mujer que él recordaba? Un escalofrío le recorrió el cuerpo al verse tan aferrado a esas imágenes que le invadían contra su sentido común. -Papá, no puedo atarme esto, dijo Ryan José Carlos vio el reflejo de su hijito de seis años en el espejo. Ryan le recordaba mucho a Andrea. Le traía recuerdos de su esposa, que ya no eran dolorosos, pero que lo hacían sentirse solo y vacío por dentro. Aunque hacía ya cuatro años de su muerte, echaba de menos su risa y la alegría de volver a casa cada día y encontrarse con el amor y la seguridad que ella le daba. Apartó de su mente aquellos recuerdos por los que tanto había luchado por aceptar y se puso en cuclillas junto a Ryan para hacerle el nudo de la corbata. -Estás muy elegante campeón. Se puso de pie y miró de nuevo al espejo. El niño parecía una versión pequeña de su padre. Los dos llevaban traje negro, camisas blancas y tenían los mismos ojos verdes. Uno era más joven e inseguro, el otro más triste y sabio. -¿Vamos a encontrar una mamá esta noche?, interrumpió la vocecita de su hijo -No. Recuerda que te dije que va a ser de mentiras. Es para recaudar fondos para... -Una buena obra, dijo Ryan. Pero pensé que ya que ibas a elegir una mujer imaginaria... -Imaginaria, tú lo has dicho campeón, dijo José Carlos con seguridad preguntándose si no habría sido un error invitar a su hijo a la fiesta. -Ya lo sé papá, dijo Ryan con un suspiro infantil, pero enseguida se animó diciendo -A lo mejor puede ser también mi mamá imaginaria. A José Carlos casi se le rompió el corazón al ver esa esperanza en la cara de su hijo. No le gustaba que Ryan no recordara a su madre. Se parecía a ella en tantas cosas: tenía su pelo oscuro, su sonrisa, el sentido del humor. Estaba claro que Ryan quería una mamá, igual que la tenían sus amiguitos. -Todo va a salir bien campeón. Oye, ¿quieres ayudarme a elegir a mi esposa imaginaria? José Carlos lo dijo sin pensar, y por nada del mundo hubiera retirado la pregunta después de ver la emoción de Ryan. -¿De verdad? -De verdad, no creo que a Edward le importe un pequeño cambio en el orden del juego. -¿Crees que podremos encontrar una a la que le gustemos? José Carlos se miró junto a su hijo en el espejo por última vez y dijo
  • 8. -Claro que le gustaremos. ¿Qué dama podría resistirse a dos tipos estilo James Bond tan guapos como nosotros?, preguntó José Carlos contento de haber hecho sonreír al pequeño con su respuesta. -James Bond, repitió el niño. Ryan se puso firme, echando los hombros para atrás, mientras su padre le ajustaba la corbata, y dijo imitando la voz de James Bond: -Estoy preparado. -Muy bien campeón, porque yo no sé si lo estoy, dijo José Carlos mientras se dirigía hacia su camioneta. -Invitarte fue una gran idea Ryan. Una pareja de padre e hijo solteros. Al llegar al salón de fiestas, Edward condujo a José Carlos a las cabinas del concurso -Desde aquí no podrás ver a las concursantes femeninas. Siéntate aquí. Empezaremos cuando la cena esté servida, dijo Edward -Parece que has conseguido llenar esto, dijo José Carlos observando el lugar. Si tenía que participar en otra de las tonterías de Edward, al menos lo alegraba que fuera por algo importante. -Sí, esto está a reventar. Vamos a sacar un montón de dinero para las comunidades esta noche. Tengo que ir a sentar a las damas en sus cabinas. -Ryan, siéntate aquí con tu papá. Si quieres, hasta puedes hacer alguna pregunta, dijo Edwarad -¡Vaya! -exclamó el niño tomando asiento. José Carlos se sentía aliviado de que a Edward no le hubiera parecido un problema que llevara a su hijo. Edward despeinó cariñosamente al niño mientras le colocaba el micrófono. Después miró sonriente a José Carlos. -Mucha suerte. Apuesto a que esta noche vas a encontrar a la mujer perfecta, le dijo Edward a José Carlos. Edward lanzó una carcajada y desapareció detrás del panel que los separaba de los demás concursantes, dejando a José Carlos lleno de intriga. Esa tontería que estaba haciendo José Carlos en parte era debido a Edward, que insistió en que necesitaba un cambio, ahora sí, José Carlos tenía la sensación de que su amigo se traía algo entre manos. Era muy común de él. Desde su cabina, José Carlos veía a los elegantes invitados llegar a las mesas que quedaban. -Muy bien, damas y caballeros, ha llegado el momento de comenzar, déjenme empezar dándoles las gracias a todos por venir aquí esta noche para apoyar una buena causa. Recuerden que en la parte de atrás, se llevara a cabo una subasta y todo el dinero que se recaude esta noche irá directamente a las comunidades con bajos recursos, anunció Edward.
  • 9. Al otro lado del panel había tres mujeres que se acercaban perfectamente a lo que José Carlos estaba buscando. Una de ellas podría ser la indicada. -Como elemento sorpresa, no vamos a tener un solo soltero, sino dos, padre e hijo, que elegirán a una afortunada dama, dijo Edward Renata se quedó paralizada en su cabina. Su impresión adoptó primero la forma de un pánico frío, para rápidamente convertirse en ira. -No sería capaz, pensó Renata. La única persona en el mundo en la que confiaba no sería capaz de hacerle eso. ¿O sí? Una voz le decía que sí, que era capaz. Renata lanzó todo tipo de maldiciones silenciosas contra su hermano. No podía ponerle la mano encima ni ir a decirle algo, pues el cubículo en el que estaba, solo estaba abierto por el lado del público, que en ese momento empezaba a cenar y que esperaba con entusiasmo el comienzo del juego. -Soltero padre ¿por qué no empieza con su primera pregunta? Tenemos a tres encantadoras damas para que elija. ¿Para quién es su primera pregunta? ¿Para la número uno? ¿Para la número dos? ¿O para la número tres?, dijo Edward comenzando con el juego -Para la número tres, respondió José Carlos ¿Cuáles son tus aficiones?, preguntó A Renata casi se le escapó un grito cuando oyó aquella voz familiar hacer su pregunta en medio del entusiasmo y los silbidos del público. No estaba preparada para el impacto de su voz, que encendió algo en su interior al igual que cuando veía a José Carlos -¿Número tres?, dijo la profunda voz de Edward Renata sentía un nudo en la garganta -No tengo ninguna afición, respondió finalmente sin pensar. -Ya veo. ¿Y tú, número dos?, dijo José Carlos El tono dulce que usaban las otras concursantes en sus respuestas la enfermaban. De ninguna manera iba ella a responder de esa manara -Para la número tres. ¿Cuál es tu comida favorito?, dijo José Carlos Esta vez, Renata estaba preparada. Respiró profundo, y con cuidado respondió -Soy vegetariana -¿Y...?, dijo José Carlos -Y me gustan las verduras, le respondió Renata Continuará….