La Revista Sole es un medio de comunicación digital, escrito e independiente, que promueve el periodismo narrativo y de investigación en Colombia y en Latinoamérica.
Aquí encontrarán historias cercanas y remotas de personajes cotidianos, comunes y corrientes, que posiblemente jamás saldrán en los medios masivos de comunicación, a menos que sean protagonistas de una gran tragedia. Historias fascinantes y dignas de ser conocidas y leídas por buenos lectores que no se satisfacen con las noticias del día, despachadas con velocidad por las agencias informativas.
Revista Sole (Fiesta del Libro y la Cultura, Medellín septiembre 12 - 21 - 2014)
1. /revistasole
@revistasole
Historias para leer de principio a fin
www.revistasole.com
El
ventrílocuo
que se enamoró
de su muñeca
Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se
separó de su mujer y fabricó una muñeca de látex
que definiría su historia. Se convertiría en
ventrílocuo, la llevaría en una valija con él a todos
lados, le compraría ropa, le haría zapatos a
medida… Y se enamoraría de ella. PAG 5.
2. La Revista Sole es un medio de comunicación digital, escrito e
independiente, que promueve el periodismo narrativo y de investigación
apuesta
Así como nos enseña el cronista colom-biano
Ernesto McCausland (1961-2012),
reivindicamos los géneros narrativos y la
crónica en particular para dar cuenta de
esa infinidad de historias que suceden a
nuestro alrededor, porque creemos que a
través de ellos nos aproximamos de
manera genuina a esos personajes y a esas
realidades que queremos entender.
"No defiendo la crónica por algún
motivo romántico, de poeta nostálgico
–decía McCausland–. Lo hago porque
creo que,a través del aprovechamiento
pleno de los recursos del lenguaje, del
vuelo del espíritu que ella implica, de
las herramientas estilísticas que aporta,
de la honestidad que demanda, de su
exploración real del ser humano, nos
aproximamos más a la verdad".
Nuestra esencia, nuestro ADN, es el
interés por buscar y contar historias
que nos sorprendan, que nos conmue-van,
que nos hagan reír o llorar, o las
dos al mismo tiempo. Eso sí, con la
intención de que nunca pasen desaper-cibidas.
Historias bien contadas, con rigor,
profundidad y contexto, para aproxi-marnos
a ese complejo universo de
realidades existentes en Latinoamérica
y el mundo.
Queremos publicar historias que sean
leídas con interés en cualquier remoto
lugar de nuestro continente y nuestro
planeta, historias para leer con pasión
de principio a fin.
Aquí encontrarán historias cercanas y
remotas de personajes cotidianos, comu-nes
y corrientes, que posiblemente jamás
saldrán en los medios masivos de comu-nicación,
a menos que sean protagonistas
de una gran tragedia. Historias fascinan-tes
y dignas de ser conocidas y leídas por
buenos lectores que no se satisfacen con
las noticias del día, despachadas con
velocidad por las agencias informativas.
Filosofía 2
en Colombia y en Latinoamérica.
Una
el periodismo
narrativo
por
Créditos:
Edición: Rafael Alonso Mayo
Impresión: Divegráficas
Diseño: Angie Heredia
Foto Pablo Tosco
3. Héctor Lavoe es contratado en Medellín por un grupo de mafiosos que le piden que cante una y otra
vez la más popular de sus canciones. Lavoe se disgusta y junto con varios de sus músicos es retenido.
¿Qué ocurrió esa noche en la ciudad de la eterna primavera?
La historia me la contó un taxista, después
de la medianoche, mientras íbamos por la
transversal superior en dirección sur -
norte, de El Poblado hacia Medellín. En un
comienzo, me costó trabajo creerla, pero
luego la vida me dio pruebas más que
suficientes de que era real.
El taxista me dijo, señalando con un dedo
un barranco, al lado de la avenida, que en
medio de la noche, junto a un resalto en el
pavimento, tuvo que disminuir la veloci-dad
y se le apareció un tipo vestido de frac
y descalzo. El hombre saltó a la vía como si
fuera un gato y se quedó parado en la
mitad. Se veía que estaba asustado. Le dijo
que lo llevara a un hotel. Que iba sin un
dólar. Le dijo que era Héctor Lavoe. Que
estaba cantando en una fiesta de mafiosos y
la cosa se había puesto muy pesada. Que
estuviera tranquilo, que en el hotel le
pagaban la carrera. El taxista no le creyó.
Sin embargo, le abrió la puerta, lo dejó
subir y se quedó mirándolo por el espejo
retrovisor. Luego, le dijo:
-Qué pena, señor, pero para yo creerle ese
embuste, me va a tener que cantar “Yo soy
el cantante” si quiere que lo lleve al hotel.
Héctor Lavoe se mostró contrariado y
después se indignó:
-Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema!
¡Un tipo de esos me hizo repetir como
diez veces esa canción, amenazándome
con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a
la orquesta no canto más, apaguen los
equipos!
El taxista insistió. Trató de
explicarle que el de ellos
era otro caso. Qué él
estaba haciéndole un
favor. Que lo había
recogido sin saber quién
era él. Que había acepta-do
llevarlo hasta el hotel
sin que le pagara la carrera
y que la única manera que
tenía de comprobar que él sí
era Héctor Lavoe, era oyéndolo
cantar esa canción. Héctor Lavoe
no discutió más y empezó a cantar:
Yo soy el cantante / que hoy han
Por Juan José Hoyos
Crónica 3
venido a escuchar / lo mejor del reperto-rio
a ustedes voy a brindar. / Y canto a la
vida / de risas y penas / de momentos
malos / y de cosas buenas.
Vinieron a divertirse / y pagaron en la
puerta / no hay tiempo para la tristeza
/vamos, cantante, comienza.
El taxista dice que cuando oyó la primera
estrofa se le pusieron los pelos de punta.
¡El que cantaba era el mismísimo Héctor
Lavoe! ¡Nadie más podía cantar así! Lavoe,
tal vez sintiéndose un poco humillado,
pero contento porque el taxi por fin lo
llevaba hacia el hotel, siguió cantando:
Y nadie pregunta / si sufro si lloro / si
tengo una pena /que hiere muy hondo.
Yo soy el Cantante / porque lo mío es
cantar / y el público paga / para poderme
escuchar.
El taxista dice que esa noche, mientras
llegaban al Hotel Intercontinental, Lavoe
cantó toda la canción, de principio a fin.
Cuando él estacionó el taxi junto a la
puerta principal del hotel, tal como el
cantante le había prometido, uno de los
managers del conjunto bajó de su habita-ción
y le pagó la carrera. Se despidieron
como un par de amigos.
-No se le olvide: recogí a Héctor Lavoe en
el mismo punto donde lo recogí a usted.
El tipo salió de un matorral –me dijo el
taxista, cuando nos despedimos.
Un tiempo después, le conté la historia a
Umberto Valverde, en Cali, donde Lavoe
era un ídolo. Él dijo, abriendo los ojos:
¡Todo eso es cierto! Y me mostró unos
testimonios de varios músicos de la
orquesta de Héctor Lavoe. Gilberto Colon
Jr. recuerda así el episodio:
“Para llegar a la casa era necesario viajar
por helicóptero o ir a pie. Al llegar a la
montaña, el conductor del autobús dejó a
la banda. De ahí en adelante, tuvimos que
caminar, subiendo una colina empinada,
por más de media hora, para llegar a la
residencia. No había otra manera de llegar
a ese lugar tan privado y distante...”
Eddie Montalvo, el conguero, también
estaba presente y recuerda: “Como
Larry Landa perdió su vuelo, no pudo
llegar a tiempo para ver el espectáculo.
Su ausencia causó un problema para
Héctor. Los músicos no tenían un repre-sentante
para protegerles contra los
guardaespaldas en esa residencia. El
contrato les exigía a Héctor Lavoe,
Vicentico Valdés e Ismael Miranda que
tocaran hasta las dos de la mañana, pero
antes de comenzar, el organizador le
pidió a Héctor que su banda tocara hasta
las seis. Debido a la naturaleza amena-zante
de la propuesta, Héctor declaró
firmemente: nosotros fuimos contrata-dos
para tocar hasta las dos de la mañana.
Lo toma o lo deja…”
“Cuando fueron las dos de la mañana,
Héctor le dijo a la banda que pararan. El
organizador los amenazó a punta de
pistola para obligarlos a continuar
cantando. Quería que Héctor repitiera
Yo soy el cantante. Ismael Miranda se
envalentonó y los guardaespaldas
también. Hasta que los llevaron a un
cuarto pequeño que cerraron con llave
el resto de la noche”. El taxista me dijo
que el cuarto era un inodoro.
Montalvo cuenta: “Después de una hora,
Héctor rompió una ventana y con la
ayuda de los otros músicos salieron uno
por uno por ahí, sin sus instrumentos, en
la oscuridad y con miedo. Por treinta
minutos se resbalaron, se cayeron, hasta
que salieron a la carretera. Mientras
caminaban, Ismael dijo: En la vida, Dios
nos aprieta, pero no nos ahoga”.
Después convinieron que Héctor parara
un taxi y fuera hasta el hotel a pedir
ayuda.
“Al otro día vino al hotel alguien de esa
familia y nos devolvió los instrumentos,
pero los pasaportes no. Tuvimos que
acudir a las autoridades para salir del
país”.
soyel
cantante Yo
4. Crónica 4
Los héroes
cansados de
Alepo
Una decena de hombres vocifera en lo
alto de un montículo de escombros en el
barrio de Ard Al-Hamra de Alepo. Cubier-tos
de cal y arena tratan de levantar uno de
los tabiques del edificio que antes se erigía
en ese lugar. Se doblan sobre sí y empujan
hacia arriba con fuerza. Resoplan, se
azuzan con nuevos gritos y desisten por
enésima vez. Es inútil, el muro no se
mueve. Están exhaustos.
Uno de ellos se aleja y regresa al momento
con un pico, caminando entre hierros
retorcidos y oxidados, jirones de ropa,
cortinas desgarradas y enseres de plástico.
Se turnan la herramienta y golpean con
rabia a la voz de Allahu Akbar. La pared se
desmorona lentamente descubriendo el
cuerpo pálido y apenas sin ropa de una
pequeña de no más de cinco años.
Un familiar envuelve el cadáver en una
manta y se lo lleva consigo mientras los
hombres de la pila de escombros prosiguen
sus ruegos a Alá. Ellos mismos encontrarán
minutos después y bajo parte del mismo
muro un segundo cuerpo, el de la hermana
mayor, de unos siete años. Ambas dormían
la noche anterior cuando un misil Scud
procedente de las posiciones militares del
régimen de Bashar Al-Assad caía en el
vecindario dejando decenas de muertos,
todos ellos civiles, y engrosando la cifra de
más de 125.000 víctimas que se han cobra-do
casi tres años de conflicto.
Los civiles parecen haberse convertido en
las últimas semanas en objetivo explícito
de las tropas gubernamentales sirias. Varios
misiles tierra-tierra han impactado en
barrios en los que prácticamente la presen-cia
del Ejército Libre Sirio (ELS) era nula.
Abu Mahmod no da crédito. Es un hombre
que pasa la cincuentena, viste una camisola
verde oliva y va tocado por una kufiya roja
y blanca. "Fue terrible. No teníamos cómo
sacar a los muertos ni a los heridos",
masculla entre dientes visiblemente altera-do.
"No entiendo nada. Podemos aguantar
los disparos de los soldados, incluso los
tanques, pero esto es imposible".
Imposible también parece el hecho que
sostiene la ONG International Rescue
Committee en su informe Siria: una crisis
regional en el que se habla de la existencia
de una "campaña sistemática" basada en
"bombardeos estratégicos" sobre hospita-les,
así como de "intimidación, tortura y
asesinatos” de doctores como represalias
por atender heridos. No solo milicianos
sino también civiles en contra del régimen.
"De los 5.000 médicos que había en Alepo
antes del conflicto, hoy quedan sólo
alrededor de 35", reza el estudio.
"Los médicos sirios nos hemos convertido
en objetivo para el régimen. Doctores,
enfermeras y todo el personal sanitario
que trabajamos en el Alepo controlado por
los rebeldes estamos en el punto de mira
de Bashar Al-Assad", dice Monhannad
Abdulqader, cirujano de 36 años, desde su
sobrio despacho -apenas un escritorio, dos
sofás y un desvencijado mueble con un
televisor encendido pero sin volumen- del
hospital Al Dakkak, en el barrio de Al
Sha'ar.
"La explicación es simple: Al-Assad quiere
muerta a toda la gente que está en su
contra. Así que también a todos aquellos
que atendemos a esa gente", argumenta
mientras deja a un lado media rebanada de
pan árabe con la que hasta hace un
momento daba buena cuenta de varias
presas de pollo asado servidas en un
recipiente de papel metálico.
El pelo castaño claro, los ojos azules y
unos pómulos pronunciados y levemente
sonrojados le confieren un aire de chico
de buena familia. Educado y algo desabri-do
en el trato. Viste un mono de quirófa-no
-pantalón y blusa livianos- celeste, del
mismo tono que sus zuecos de goma. El
izquierdo, con un par de manchas de
yodo en la puntera. En las muñecas luce
sendas pulseras cuyo idéntico trenzado
conforma la bandera de la “nueva Siria
libre”. Extiende su mano izquierda y
alcanza un paquete de Gauloises Blondes,
cajetilla roja. Enciende un cigarro y
expulsa una bocanada rápida. "Hasta hace
dos meses trabajaba en Arabia Saudí. Un
buen puesto, una vida tranquila. Pero
decidí regresar a Alepo. Son jornadas
larguísimas y no se cobra nada. Aunque
eso no importa, pues no hay cirujanos en
Alepo. De hecho, tampoco quedan ya
doctores", apunta sin drama, del mismo
modo que si estuviera cansado de repetir-lo
o de pensar en ello una y otra vez.
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Un cirujano que ha regresado a Siria para operar en uno de
los pocos hospitales que quedan en pie, un desertor del
ejército que distribuye alimentos junto a otros voluntarios,
una profesora que ha vuelto a dar clase tras ser perseguida
por el régimen y un hombre que arriesga su vida bajo los
francotiradores solo para recoger las basuras de la ciudad,
tratan de fijar los cimientos de lo que será la nueva Siria.
Por Ivan M. García. Foto Pablo Tosco
La guerra en Siria ha
cobrado la vida de más de
125 mil personas en los
últimos tres años
5. El ventrílocuo
que se enamoró
de su muñeca
Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se separó de
su mujer y fabricó una muñeca de látex que definiría su
historia. Se convertiría en ventrílocuo, la llevaría en una
valija con él a todos lados, le compraría ropa, le haría zapa-tos
a medida… Y se enamoraría de ella.
Por Malvina Liberatore. Foto Nolberto Campora
Crónica 5
Era el año 1997 y las 12 de la noche de
un día de invierno. Carlos Domínguez
–Charly– caminaba por el centro de
Bahía Blanca con la valija en la mano hasta
que llegó al cabaret. Se puso el traje en el
camarín, subió al escenario e hizo lo que
venía haciendo cada noche en distintos
pueblos del interior: sentar a su muñeca
Rosita en la falda y hacerla hablar.
-Pequeña niña de ojitos azules, quisiera
que un día pudieras caminar —dijo
Charly y la miró sin mover los labios.
-Pequeño señor, no soy una niña, no
podré caminar —se lamentó Rosita, y
bajó la mirada.
-Mi sueño es ver a una niña que quiera
reír, que quiera cantar…
-Yo quisiera reír y quisiera cantar y ser esa
niña que te haga soñar…
En la primera mesa frente al escenario,
una pareja llamó con una seña al mozo y
pidió la tercera botella de cerveza. Charly
llevaba diez minutos de show y el diálogo
empezaba a subir de tono.
-Mirá cómo te beso, viejo calentón
-Rosita apoyó sus labios en los de Charly.
-¡Rosita! ¡¿Qué hacés?! ¿Sabés que están
diciendo que nosotros nos besamos en el
camarín?
-¡Entonces nos vieron! -remató la
muñeca.
El público reía. Hasta que el hombre de la
primera mesa se puso de pie, tambaleó, y
gritó interrumpiendo el show:
-Oíme, Rosita, ¿cuánto me cobrás por un
pete (mamada)?
-¡Lo mismo que me cobra tu madre,
maldito borracho!-respondió airadamen-te
Charly y bajó de un salto del escenario.
Lo que siguió fueron botellas desparrama-das
en el piso, trompadas, gente separando
al ventrílocuo del borracho y una muñeca
tirada en el piso.
Pasaron 16 años y Charly está de pie en la
cocina de su casa, con una mano en la nuca
de la muñeca y la otra en el marco de sus
lentes. Recuerda esa noche y la define
como un punto de inflexión en su carrera:
ese día supo que estaba enamorado de
Rosita.
-Pensé que me volvía loco. Casi lo mato a
trompadas. ¿Cómo voy a reaccionar así?
Después el tipo fue al camarín, me pidió
disculpas y yo le dije que él tenía que
disculparme a mí. Volví a Buenos Aires y
fui al psicólogo. Le dije que creía que me
pasaban cosas con la muñeca. El psicólogo
me dijo que tenía dos opciones: dejar este
trabajo o hacerme cargo de lo que me
pasaba y seguir. “¿Vas a dejar de ser ventrí-locuo?”,
me dijo. “No, pienso seguir con
ella”, le respondí. Y acá estamos…
Si Rosita tomara vida –la clásica fantasía de
todo ventrílocuo– sería una hermosa
prostituta.
Tres momentos hicieron de Charly un
ventrílocuo único en el país. Primero, que
su herramienta de trabajo no es un
muñeco sino una muñeca; segundo, que la
fabricó él mismo inspirado en lo que es su
ideal de mujer; y tercero, que se enamoró
de su propia creación. Durante 20 años
viajó por pueblos y ciudades del interior
del país haciendo shows de ventriloquía en
los cabarets; los dueños de estos lugares
solían pedir mujeres a los dueños de los
cabarets de Buenos Aires y, cuando no
llegaban con el número de chicas que
pedían, les mandaban un ventrílocuo para
completar el paquete; así Charly se hacía
conocer y firmaba contratos por uno, dos,
tres meses o hasta el día en que sus chistes
aburrieran.
Pasó buena parte de su vida lejos de sus
hijos, rodeado de prostitutas, coperas,
bailarinas y hombres de mala vida. Sus
shows consistían en dialogar con Rosita,
hacer chistes subidos de tono e interac-tuar
con el público sobre temas de actua-lidad.
Charly tiene hoy 66 años, trabaja como
electricista y vende veladores artesanales
por Mercado libre. Cuando tenía 28 años
se separó de su esposa, creó a Rosita y no
volvió a estar en pareja nunca más en su
vida. Lo argumenta ahora, en su casa,
mientras besa el rostro de látex:
“ No hay mujer en el mundo que
sea igual a esta muñeca”
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Tres momentos hicieron de Charly
un ventrílocuo único en el país.
Primero, que su herramienta de
trabajo no es un muñeco sino una
muñeca; segundo, que la fabricó él
mismo inspirado en lo que es su ideal
de mujer; y tercero, que se enamoró
de su propia creación.
6. Un francés en Perú quiere revolucionar el mundo de la
moda desde la cárcel. Thomas Jacob ha creado ‘Pietà’, una
marca de ropa que rompe con los esquemas tradicionales y
ya es reconocida por su calidad y rebeldía.
Por Jhonny Valle. Foto Andrés Valle
Crónica 6
Rosa Luz Apaza está sentada en un rincón del taller de tejido
recordando el instante en que el juez dictó su sentencia: 30 años
de prisión por secuestro y tráfico de niños. Pero ella niega los
cargos y jura su inocencia. Está en el penal de mujeres Santa
Mónica, en Chorrillos, al sur de Lima. Aquí ocho mujeres
confeccionan chompas, polos, guantes y gorras y hacen los
bordados de ‘Pietà’ (‘Piedad’, en castellano). “Todos a mano”,
explica el creador de la marca: Thomas Jacob, un francés de 26
años que ama el mar.
“Me demoro una semana en hacer una chompa. Me gusta tejer, lo
hago desde niña. Vivo de esto”, cuenta Rosa Luz, madre de dos
hijas a quienes no ha visto desde su encierro.
Se trata de prendas sin etiquetas, ni tallas,
unisex, hechas con materiales orgánicos y
diseños exclusivos que ya se están comercia-lizando
en Norteamérica y Europa. Un
proyecto que incluso ha llamado la atención
del reconocido fotógrafo de modas Mario
Testino y del diario español El País, que le ha
dedicado una entrevista a Thomas. Más que
una empresa, este proyecto es una oportuni-dad
para los que cumplen una condena: por
participar en el taller le rebajan un día de
condena. Además reciben un porcentaje del
atuendo que se vende.
Entre los crochés y Rosa Luz hay un vínculo especial: teje para no
caer en depresión, teje para olvidar que aún le quedan 28 años
sin libertad. Teje para mantenerse viva y de pie.
-¿Qué es lo que más extraña de afuera?
- A mis hijas, porque no las veo hace dos años.
- ¿Y no la llaman?
-Yo las llamo, pero no es igual que abrazarlas y decirles cuánto las amo
-enmudece. Su sonrisa se transfigura hasta convertirse en una mueca de
dolor. Baja la mirada. Una lágrima intrusa cae sobre la chompa que teje
durante esta mañana de cielo plomizo en la capital peruana.
La primera vez que pisó una cárcel fue en Perú, en junio de 2012.
Llegó por invitación de una amiga para presenciar la obra teatral
‘Notre Dame de París’ de Víctor Hugo. Thomas quedó tan
fascinado con la cordialidad y hospitalidad de los presos que
todos sus prejuicios se derrumbaron al instante. Conversando
con ellos supo que existían herramientas de costura y zapatería.
Y, claro, personas talentosas que han sabido perfeccionar sus
técnicas a punta de soledad y arrepentimiento.
Sin rodeos propuso su proyecto a las autoridades del Inpe (Insti-tuto
Nacional Penitenciario): crear una marca que rompiera con
los esquemas tradicionales, con prendas bordadas y tejidas a
mano; diseños que no se repitieran y prendas que pudieran
vestir tanto hombres como mujeres. Ellos aceptaron con
tranquilidad, sin pensar que aquella iniciativa se expandiría en
poco tiempo y llegaría a países como Estados Unidos, Dinamar-ca,
Alemania, España e Italia, donde ‘Pietà’ ya
tiene un público cautivo.
“Para mí esto es un reto humano”, dice
Thomas, quien se ha rebelado desde siempre:
renunció a la carrera de derecho para estudiar
diseño gráfico, y abandonó el romanticismo
parisino para vivir en medio del caos limeño.
Prefiere pasar más horas en prisión capacitan-do
a los reclusos que en su casa en San Isidro
escuchando música electrónica.
-No quiero que la gente compre por lástima
–explica con su castellano masticado−, quiero
que la gente compre la ropa porque es de primera calidad.
La empresa que ha formado este francés, que bien podría estar
vacacionando en las playas más exclusivas del mundo, está
calculada al milímetro. Más allá de que el nombre de ‘Pietà’ -
venerada escultura de mármol del italiano Miguel Ángel donde
se observa a la virgen María sosteniendo a Cristo muerto- suene
melodioso, tiene un motivo:
-‘Pietá’ representa al destino, a la voluntad de Dios - explica.
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“No quiero que la
gente compre por
lástima, quiero que
la gente compre la
ropa porque es de
primera calidad”
7. Durante poco menos de dos años - entre 1946 y 1947, y en 1952 - el
Premio Nobel de literatura vivió en la ciudad peruana de Piura.
Allí pasó parte de su niñez y adolescencia, estrenó su primera
obra de teatro, avivó su interés intelectual, su deseo de ser escri-tor,
y supo que su padre no estaba muerto, como se lo había hecho
Crónica 7
Una tarde de 1946 ó 1947 Dora Llosa
tomó del brazo a su hijo Mario Vargas
Llosa, de apenas diez años de edad, lo
sacó a la calle, lo llevó caminando hacia el
Hotel de Turistas, en el Malecón Eguigu-ren
de la calurosa Piura, y allí le hizo una
gran revelación:
- Tú ya lo sabes, por supuesto - dijo su madre -
¿No es cierto?
- ¿Qué cosa? - respondió Mario.
- Que tu papá no estaba muerto.
- ¿No me estás mintiendo, mamá?
- ¿Crees que te voy a mentir en una cosa así?
- ¿De veras está vivo?
- Sí.
- ¿Lo voy a ver? ¿Lo voy a conocer? ¿Dónde está,
pues?
- Aquí, en Piura. Lo vas a conocer ahora mismo.
Aquella noticia paralizó a Mario, quien
hasta ese momento creyó que su padre
había muerto y estaba en el cielo. Su
madre, sus abuelos y tíos le habían oculta-do
la verdad hasta ese día del cual, asegura
el escritor, aún no se ha recuperado.
La imagen que Mario tenía de su padre
era la de un hombre “alto y buen mozo, de
uniforme de marino, cuya foto engalana-ba
mi velador y a la que yo rezaba y besaba
antes de dormir”. Ese día la imagen de su
padre cambiaría para siempre, una vez
que ingresó con su madre al hotel y vio
que un hombre vestido de terno beige y
corbata verde se acercaba a ellos.
La idea que tenía, del apuesto
joven de la foto que acompa-ñó
su niñez, cambió
rápidamente a la de “un
hombre de carne y hueso,
con canas en las sienes y
el cabello ralo”.
Tenía como el sentimiento
de una estafa, recuerda
Mario Vargas Llosa en su
libro de memorias “El pez
en el agua” (1993).
“Este papá no
se parecía al que yo creía muerto”, enfatiza.
“¿Éste es mi hijo?”, le escuchó decir Mario.
“Se inclinó, me abrazó y me besó. Yo estaba
desconcertado y no sabía qué hacer. Tenía
una sonrisa falsa, congelada en la cara”.
La Piura de esa época, que Mario Vargas
Llosa abandonó el mismo día que conoció a
su padre para viajar con él y su madre a
Lima, ya empezaba a dejar una huella en su
vida.
Son las 11 de la mañana de un día de inicios
de enero y en Piura hace calor. El termó-metro
registra 32 grados en esta ciudad
rodeada de desiertos; o mejor dicho,
plantada en medio del desierto del norte
peruano, a unos mil kilómetros de Lima.
Los árboles de algarrobo le dan un poco de
frescura a la ciudad. Las carreras de la
Navidad han pasado y todo parece tomar su
curso cotidiano. La avenida Grau, esa calle
donde se ubican tiendas de ropa, bancos,
farmacias, almacenes de zapatos y otros
negocios, está más sosegada que durante la
última semana de diciembre.
Por estas mismas calles caminó durante su
niñez y juventud Mario Vargas Llosa,
durante los casi dos años que vivió al lado
de su abuelo Pedro, su madre Dora y sus
tíos Luis y Olga. El abuelo había sido
nombrado como prefecto (gobernador) de
la ciudad y viajó con parte de su familia
desde Cochabamba, Bolivia, donde Mario
había vivido sus primeros años. Por estas
mismas calles caminó Vargas Llosa con el
sueño de ser un gran escritor, viajar a Paris
y hacer su vida como dramaturgo o novelis-ta,
pues sabía que difícilmente en un país
como Perú podría salir adelante.
Por estas mismas calles caminó el escritor
que más adelante un compañero suyo del
Colegio Militar Leoncio Prado describi-rá
como “un mozo que nació con un
don”.
Son estas mismas calles las que el ahora
Premio Nobel ha vuelto a recordar en su
novela “El héroe discreto”, publicada en
septiembre de 2013, y en la que cuenta
la historia de Felicito Yanaqué, un empre-sario
piurano dueño de una empresa de
transportes que es extorsionado por
unos mafiosos:
“… Volvió a sumergirse en el centro de
la ciudad, lleno de gente, bocinas, calor,
altoparlantes, mototaxis, autos y ruido-sas
carretillas. Cruzó la avenida Grau, la
sombra de los tamarindos de la Plaza de
Armas y, resistiendo a la tentación de
entrar a tomarse una cremolada en El
Chalán, enrumbó hacia el antiguo barrio
del camal, el de su adolescencia, La
Gallinacera…”
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La ciudad que
A inicios de marzo de 2012
Mario Vargas Llosa regresó a
Piura. Durante varias horas
caminó por sus calles, visitó
pueblos vecinos y conversó
con algunas personas.
Observaba los escenarios de
la que sería su siguiente
novela, “El héroe discreto”.
creer su familia.
Por Rafael Alonso Mayo
le cambió la vida a
MarioVargas Llosa