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Historias para leer de principio a fin 
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El 
ventrílocuo 
que se enamoró 
de su muñeca 
Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se 
separó de su mujer y fabricó una muñeca de látex 
que definiría su historia. Se convertiría en 
ventrílocuo, la llevaría en una valija con él a todos 
lados, le compraría ropa, le haría zapatos a 
medida… Y se enamoraría de ella. PAG 5.
La Revista Sole es un medio de comunicación digital, escrito e 
independiente, que promueve el periodismo narrativo y de investigación 
apuesta 
Así como nos enseña el cronista colom-biano 
Ernesto McCausland (1961-2012), 
reivindicamos los géneros narrativos y la 
crónica en particular para dar cuenta de 
esa infinidad de historias que suceden a 
nuestro alrededor, porque creemos que a 
través de ellos nos aproximamos de 
manera genuina a esos personajes y a esas 
realidades que queremos entender. 
"No defiendo la crónica por algún 
motivo romántico, de poeta nostálgico 
–decía McCausland–. Lo hago porque 
creo que,a través del aprovechamiento 
pleno de los recursos del lenguaje, del 
vuelo del espíritu que ella implica, de 
las herramientas estilísticas que aporta, 
de la honestidad que demanda, de su 
exploración real del ser humano, nos 
aproximamos más a la verdad". 
Nuestra esencia, nuestro ADN, es el 
interés por buscar y contar historias 
que nos sorprendan, que nos conmue-van, 
que nos hagan reír o llorar, o las 
dos al mismo tiempo. Eso sí, con la 
intención de que nunca pasen desaper-cibidas. 
Historias bien contadas, con rigor, 
profundidad y contexto, para aproxi-marnos 
a ese complejo universo de 
realidades existentes en Latinoamérica 
y el mundo. 
Queremos publicar historias que sean 
leídas con interés en cualquier remoto 
lugar de nuestro continente y nuestro 
planeta, historias para leer con pasión 
de principio a fin. 
Aquí encontrarán historias cercanas y 
remotas de personajes cotidianos, comu-nes 
y corrientes, que posiblemente jamás 
saldrán en los medios masivos de comu-nicación, 
a menos que sean protagonistas 
de una gran tragedia. Historias fascinan-tes 
y dignas de ser conocidas y leídas por 
buenos lectores que no se satisfacen con 
las noticias del día, despachadas con 
velocidad por las agencias informativas. 
Filosofía 2 
en Colombia y en Latinoamérica. 
Una 
el periodismo 
narrativo 
por 
Créditos: 
Edición: Rafael Alonso Mayo 
Impresión: Divegráficas 
Diseño: Angie Heredia 
Foto Pablo Tosco
Héctor Lavoe es contratado en Medellín por un grupo de mafiosos que le piden que cante una y otra 
vez la más popular de sus canciones. Lavoe se disgusta y junto con varios de sus músicos es retenido. 
¿Qué ocurrió esa noche en la ciudad de la eterna primavera? 
La historia me la contó un taxista, después 
de la medianoche, mientras íbamos por la 
transversal superior en dirección sur - 
norte, de El Poblado hacia Medellín. En un 
comienzo, me costó trabajo creerla, pero 
luego la vida me dio pruebas más que 
suficientes de que era real. 
El taxista me dijo, señalando con un dedo 
un barranco, al lado de la avenida, que en 
medio de la noche, junto a un resalto en el 
pavimento, tuvo que disminuir la veloci-dad 
y se le apareció un tipo vestido de frac 
y descalzo. El hombre saltó a la vía como si 
fuera un gato y se quedó parado en la 
mitad. Se veía que estaba asustado. Le dijo 
que lo llevara a un hotel. Que iba sin un 
dólar. Le dijo que era Héctor Lavoe. Que 
estaba cantando en una fiesta de mafiosos y 
la cosa se había puesto muy pesada. Que 
estuviera tranquilo, que en el hotel le 
pagaban la carrera. El taxista no le creyó. 
Sin embargo, le abrió la puerta, lo dejó 
subir y se quedó mirándolo por el espejo 
retrovisor. Luego, le dijo: 
-Qué pena, señor, pero para yo creerle ese 
embuste, me va a tener que cantar “Yo soy 
el cantante” si quiere que lo lleve al hotel. 
Héctor Lavoe se mostró contrariado y 
después se indignó: 
-Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema! 
¡Un tipo de esos me hizo repetir como 
diez veces esa canción, amenazándome 
con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a 
la orquesta no canto más, apaguen los 
equipos! 
El taxista insistió. Trató de 
explicarle que el de ellos 
era otro caso. Qué él 
estaba haciéndole un 
favor. Que lo había 
recogido sin saber quién 
era él. Que había acepta-do 
llevarlo hasta el hotel 
sin que le pagara la carrera 
y que la única manera que 
tenía de comprobar que él sí 
era Héctor Lavoe, era oyéndolo 
cantar esa canción. Héctor Lavoe 
no discutió más y empezó a cantar: 
Yo soy el cantante / que hoy han 
Por Juan José Hoyos 
Crónica 3 
venido a escuchar / lo mejor del reperto-rio 
a ustedes voy a brindar. / Y canto a la 
vida / de risas y penas / de momentos 
malos / y de cosas buenas. 
Vinieron a divertirse / y pagaron en la 
puerta / no hay tiempo para la tristeza 
/vamos, cantante, comienza. 
El taxista dice que cuando oyó la primera 
estrofa se le pusieron los pelos de punta. 
¡El que cantaba era el mismísimo Héctor 
Lavoe! ¡Nadie más podía cantar así! Lavoe, 
tal vez sintiéndose un poco humillado, 
pero contento porque el taxi por fin lo 
llevaba hacia el hotel, siguió cantando: 
Y nadie pregunta / si sufro si lloro / si 
tengo una pena /que hiere muy hondo. 
Yo soy el Cantante / porque lo mío es 
cantar / y el público paga / para poderme 
escuchar. 
El taxista dice que esa noche, mientras 
llegaban al Hotel Intercontinental, Lavoe 
cantó toda la canción, de principio a fin. 
Cuando él estacionó el taxi junto a la 
puerta principal del hotel, tal como el 
cantante le había prometido, uno de los 
managers del conjunto bajó de su habita-ción 
y le pagó la carrera. Se despidieron 
como un par de amigos. 
-No se le olvide: recogí a Héctor Lavoe en 
el mismo punto donde lo recogí a usted. 
El tipo salió de un matorral –me dijo el 
taxista, cuando nos despedimos. 
Un tiempo después, le conté la historia a 
Umberto Valverde, en Cali, donde Lavoe 
era un ídolo. Él dijo, abriendo los ojos: 
¡Todo eso es cierto! Y me mostró unos 
testimonios de varios músicos de la 
orquesta de Héctor Lavoe. Gilberto Colon 
Jr. recuerda así el episodio: 
“Para llegar a la casa era necesario viajar 
por helicóptero o ir a pie. Al llegar a la 
montaña, el conductor del autobús dejó a 
la banda. De ahí en adelante, tuvimos que 
caminar, subiendo una colina empinada, 
por más de media hora, para llegar a la 
residencia. No había otra manera de llegar 
a ese lugar tan privado y distante...” 
Eddie Montalvo, el conguero, también 
estaba presente y recuerda: “Como 
Larry Landa perdió su vuelo, no pudo 
llegar a tiempo para ver el espectáculo. 
Su ausencia causó un problema para 
Héctor. Los músicos no tenían un repre-sentante 
para protegerles contra los 
guardaespaldas en esa residencia. El 
contrato les exigía a Héctor Lavoe, 
Vicentico Valdés e Ismael Miranda que 
tocaran hasta las dos de la mañana, pero 
antes de comenzar, el organizador le 
pidió a Héctor que su banda tocara hasta 
las seis. Debido a la naturaleza amena-zante 
de la propuesta, Héctor declaró 
firmemente: nosotros fuimos contrata-dos 
para tocar hasta las dos de la mañana. 
Lo toma o lo deja…” 
“Cuando fueron las dos de la mañana, 
Héctor le dijo a la banda que pararan. El 
organizador los amenazó a punta de 
pistola para obligarlos a continuar 
cantando. Quería que Héctor repitiera 
Yo soy el cantante. Ismael Miranda se 
envalentonó y los guardaespaldas 
también. Hasta que los llevaron a un 
cuarto pequeño que cerraron con llave 
el resto de la noche”. El taxista me dijo 
que el cuarto era un inodoro. 
Montalvo cuenta: “Después de una hora, 
Héctor rompió una ventana y con la 
ayuda de los otros músicos salieron uno 
por uno por ahí, sin sus instrumentos, en 
la oscuridad y con miedo. Por treinta 
minutos se resbalaron, se cayeron, hasta 
que salieron a la carretera. Mientras 
caminaban, Ismael dijo: En la vida, Dios 
nos aprieta, pero no nos ahoga”. 
Después convinieron que Héctor parara 
un taxi y fuera hasta el hotel a pedir 
ayuda. 
“Al otro día vino al hotel alguien de esa 
familia y nos devolvió los instrumentos, 
pero los pasaportes no. Tuvimos que 
acudir a las autoridades para salir del 
país”. 
soyel 
cantante Yo
Crónica 4 
Los héroes 
cansados de 
Alepo 
Una decena de hombres vocifera en lo 
alto de un montículo de escombros en el 
barrio de Ard Al-Hamra de Alepo. Cubier-tos 
de cal y arena tratan de levantar uno de 
los tabiques del edificio que antes se erigía 
en ese lugar. Se doblan sobre sí y empujan 
hacia arriba con fuerza. Resoplan, se 
azuzan con nuevos gritos y desisten por 
enésima vez. Es inútil, el muro no se 
mueve. Están exhaustos. 
Uno de ellos se aleja y regresa al momento 
con un pico, caminando entre hierros 
retorcidos y oxidados, jirones de ropa, 
cortinas desgarradas y enseres de plástico. 
Se turnan la herramienta y golpean con 
rabia a la voz de Allahu Akbar. La pared se 
desmorona lentamente descubriendo el 
cuerpo pálido y apenas sin ropa de una 
pequeña de no más de cinco años. 
Un familiar envuelve el cadáver en una 
manta y se lo lleva consigo mientras los 
hombres de la pila de escombros prosiguen 
sus ruegos a Alá. Ellos mismos encontrarán 
minutos después y bajo parte del mismo 
muro un segundo cuerpo, el de la hermana 
mayor, de unos siete años. Ambas dormían 
la noche anterior cuando un misil Scud 
procedente de las posiciones militares del 
régimen de Bashar Al-Assad caía en el 
vecindario dejando decenas de muertos, 
todos ellos civiles, y engrosando la cifra de 
más de 125.000 víctimas que se han cobra-do 
casi tres años de conflicto. 
Los civiles parecen haberse convertido en 
las últimas semanas en objetivo explícito 
de las tropas gubernamentales sirias. Varios 
misiles tierra-tierra han impactado en 
barrios en los que prácticamente la presen-cia 
del Ejército Libre Sirio (ELS) era nula. 
Abu Mahmod no da crédito. Es un hombre 
que pasa la cincuentena, viste una camisola 
verde oliva y va tocado por una kufiya roja 
y blanca. "Fue terrible. No teníamos cómo 
sacar a los muertos ni a los heridos", 
masculla entre dientes visiblemente altera-do. 
"No entiendo nada. Podemos aguantar 
los disparos de los soldados, incluso los 
tanques, pero esto es imposible". 
Imposible también parece el hecho que 
sostiene la ONG International Rescue 
Committee en su informe Siria: una crisis 
regional en el que se habla de la existencia 
de una "campaña sistemática" basada en 
"bombardeos estratégicos" sobre hospita-les, 
así como de "intimidación, tortura y 
asesinatos” de doctores como represalias 
por atender heridos. No solo milicianos 
sino también civiles en contra del régimen. 
"De los 5.000 médicos que había en Alepo 
antes del conflicto, hoy quedan sólo 
alrededor de 35", reza el estudio. 
"Los médicos sirios nos hemos convertido 
en objetivo para el régimen. Doctores, 
enfermeras y todo el personal sanitario 
que trabajamos en el Alepo controlado por 
los rebeldes estamos en el punto de mira 
de Bashar Al-Assad", dice Monhannad 
Abdulqader, cirujano de 36 años, desde su 
sobrio despacho -apenas un escritorio, dos 
sofás y un desvencijado mueble con un 
televisor encendido pero sin volumen- del 
hospital Al Dakkak, en el barrio de Al 
Sha'ar. 
"La explicación es simple: Al-Assad quiere 
muerta a toda la gente que está en su 
contra. Así que también a todos aquellos 
que atendemos a esa gente", argumenta 
mientras deja a un lado media rebanada de 
pan árabe con la que hasta hace un 
momento daba buena cuenta de varias 
presas de pollo asado servidas en un 
recipiente de papel metálico. 
El pelo castaño claro, los ojos azules y 
unos pómulos pronunciados y levemente 
sonrojados le confieren un aire de chico 
de buena familia. Educado y algo desabri-do 
en el trato. Viste un mono de quirófa-no 
-pantalón y blusa livianos- celeste, del 
mismo tono que sus zuecos de goma. El 
izquierdo, con un par de manchas de 
yodo en la puntera. En las muñecas luce 
sendas pulseras cuyo idéntico trenzado 
conforma la bandera de la “nueva Siria 
libre”. Extiende su mano izquierda y 
alcanza un paquete de Gauloises Blondes, 
cajetilla roja. Enciende un cigarro y 
expulsa una bocanada rápida. "Hasta hace 
dos meses trabajaba en Arabia Saudí. Un 
buen puesto, una vida tranquila. Pero 
decidí regresar a Alepo. Son jornadas 
larguísimas y no se cobra nada. Aunque 
eso no importa, pues no hay cirujanos en 
Alepo. De hecho, tampoco quedan ya 
doctores", apunta sin drama, del mismo 
modo que si estuviera cansado de repetir-lo 
o de pensar en ello una y otra vez. 
Te invitamos a leer la historia 
completa en www.revistasole.com 
Un cirujano que ha regresado a Siria para operar en uno de 
los pocos hospitales que quedan en pie, un desertor del 
ejército que distribuye alimentos junto a otros voluntarios, 
una profesora que ha vuelto a dar clase tras ser perseguida 
por el régimen y un hombre que arriesga su vida bajo los 
francotiradores solo para recoger las basuras de la ciudad, 
tratan de fijar los cimientos de lo que será la nueva Siria. 
Por Ivan M. García. Foto Pablo Tosco 
La guerra en Siria ha 
cobrado la vida de más de 
125 mil personas en los 
últimos tres años
El ventrílocuo 
que se enamoró 
de su muñeca 
Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se separó de 
su mujer y fabricó una muñeca de látex que definiría su 
historia. Se convertiría en ventrílocuo, la llevaría en una 
valija con él a todos lados, le compraría ropa, le haría zapa-tos 
a medida… Y se enamoraría de ella. 
Por Malvina Liberatore. Foto Nolberto Campora 
Crónica 5 
Era el año 1997 y las 12 de la noche de 
un día de invierno. Carlos Domínguez 
–Charly– caminaba por el centro de 
Bahía Blanca con la valija en la mano hasta 
que llegó al cabaret. Se puso el traje en el 
camarín, subió al escenario e hizo lo que 
venía haciendo cada noche en distintos 
pueblos del interior: sentar a su muñeca 
Rosita en la falda y hacerla hablar. 
-Pequeña niña de ojitos azules, quisiera 
que un día pudieras caminar —dijo 
Charly y la miró sin mover los labios. 
-Pequeño señor, no soy una niña, no 
podré caminar —se lamentó Rosita, y 
bajó la mirada. 
-Mi sueño es ver a una niña que quiera 
reír, que quiera cantar… 
-Yo quisiera reír y quisiera cantar y ser esa 
niña que te haga soñar… 
En la primera mesa frente al escenario, 
una pareja llamó con una seña al mozo y 
pidió la tercera botella de cerveza. Charly 
llevaba diez minutos de show y el diálogo 
empezaba a subir de tono. 
-Mirá cómo te beso, viejo calentón 
-Rosita apoyó sus labios en los de Charly. 
-¡Rosita! ¡¿Qué hacés?! ¿Sabés que están 
diciendo que nosotros nos besamos en el 
camarín? 
-¡Entonces nos vieron! -remató la 
muñeca. 
El público reía. Hasta que el hombre de la 
primera mesa se puso de pie, tambaleó, y 
gritó interrumpiendo el show: 
-Oíme, Rosita, ¿cuánto me cobrás por un 
pete (mamada)? 
-¡Lo mismo que me cobra tu madre, 
maldito borracho!-respondió airadamen-te 
Charly y bajó de un salto del escenario. 
Lo que siguió fueron botellas desparrama-das 
en el piso, trompadas, gente separando 
al ventrílocuo del borracho y una muñeca 
tirada en el piso. 
Pasaron 16 años y Charly está de pie en la 
cocina de su casa, con una mano en la nuca 
de la muñeca y la otra en el marco de sus 
lentes. Recuerda esa noche y la define 
como un punto de inflexión en su carrera: 
ese día supo que estaba enamorado de 
Rosita. 
-Pensé que me volvía loco. Casi lo mato a 
trompadas. ¿Cómo voy a reaccionar así? 
Después el tipo fue al camarín, me pidió 
disculpas y yo le dije que él tenía que 
disculparme a mí. Volví a Buenos Aires y 
fui al psicólogo. Le dije que creía que me 
pasaban cosas con la muñeca. El psicólogo 
me dijo que tenía dos opciones: dejar este 
trabajo o hacerme cargo de lo que me 
pasaba y seguir. “¿Vas a dejar de ser ventrí-locuo?”, 
me dijo. “No, pienso seguir con 
ella”, le respondí. Y acá estamos… 
Si Rosita tomara vida –la clásica fantasía de 
todo ventrílocuo– sería una hermosa 
prostituta. 
Tres momentos hicieron de Charly un 
ventrílocuo único en el país. Primero, que 
su herramienta de trabajo no es un 
muñeco sino una muñeca; segundo, que la 
fabricó él mismo inspirado en lo que es su 
ideal de mujer; y tercero, que se enamoró 
de su propia creación. Durante 20 años 
viajó por pueblos y ciudades del interior 
del país haciendo shows de ventriloquía en 
los cabarets; los dueños de estos lugares 
solían pedir mujeres a los dueños de los 
cabarets de Buenos Aires y, cuando no 
llegaban con el número de chicas que 
pedían, les mandaban un ventrílocuo para 
completar el paquete; así Charly se hacía 
conocer y firmaba contratos por uno, dos, 
tres meses o hasta el día en que sus chistes 
aburrieran. 
Pasó buena parte de su vida lejos de sus 
hijos, rodeado de prostitutas, coperas, 
bailarinas y hombres de mala vida. Sus 
shows consistían en dialogar con Rosita, 
hacer chistes subidos de tono e interac-tuar 
con el público sobre temas de actua-lidad. 
Charly tiene hoy 66 años, trabaja como 
electricista y vende veladores artesanales 
por Mercado libre. Cuando tenía 28 años 
se separó de su esposa, creó a Rosita y no 
volvió a estar en pareja nunca más en su 
vida. Lo argumenta ahora, en su casa, 
mientras besa el rostro de látex: 
“ No hay mujer en el mundo que 
sea igual a esta muñeca” 
Te invitamos a leer la historia 
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Tres momentos hicieron de Charly 
un ventrílocuo único en el país. 
Primero, que su herramienta de 
trabajo no es un muñeco sino una 
muñeca; segundo, que la fabricó él 
mismo inspirado en lo que es su ideal 
de mujer; y tercero, que se enamoró 
de su propia creación.
Un francés en Perú quiere revolucionar el mundo de la 
moda desde la cárcel. Thomas Jacob ha creado ‘Pietà’, una 
marca de ropa que rompe con los esquemas tradicionales y 
ya es reconocida por su calidad y rebeldía. 
Por Jhonny Valle. Foto Andrés Valle 
Crónica 6 
Rosa Luz Apaza está sentada en un rincón del taller de tejido 
recordando el instante en que el juez dictó su sentencia: 30 años 
de prisión por secuestro y tráfico de niños. Pero ella niega los 
cargos y jura su inocencia. Está en el penal de mujeres Santa 
Mónica, en Chorrillos, al sur de Lima. Aquí ocho mujeres 
confeccionan chompas, polos, guantes y gorras y hacen los 
bordados de ‘Pietà’ (‘Piedad’, en castellano). “Todos a mano”, 
explica el creador de la marca: Thomas Jacob, un francés de 26 
años que ama el mar. 
“Me demoro una semana en hacer una chompa. Me gusta tejer, lo 
hago desde niña. Vivo de esto”, cuenta Rosa Luz, madre de dos 
hijas a quienes no ha visto desde su encierro. 
Se trata de prendas sin etiquetas, ni tallas, 
unisex, hechas con materiales orgánicos y 
diseños exclusivos que ya se están comercia-lizando 
en Norteamérica y Europa. Un 
proyecto que incluso ha llamado la atención 
del reconocido fotógrafo de modas Mario 
Testino y del diario español El País, que le ha 
dedicado una entrevista a Thomas. Más que 
una empresa, este proyecto es una oportuni-dad 
para los que cumplen una condena: por 
participar en el taller le rebajan un día de 
condena. Además reciben un porcentaje del 
atuendo que se vende. 
Entre los crochés y Rosa Luz hay un vínculo especial: teje para no 
caer en depresión, teje para olvidar que aún le quedan 28 años 
sin libertad. Teje para mantenerse viva y de pie. 
-¿Qué es lo que más extraña de afuera? 
- A mis hijas, porque no las veo hace dos años. 
- ¿Y no la llaman? 
-Yo las llamo, pero no es igual que abrazarlas y decirles cuánto las amo 
-enmudece. Su sonrisa se transfigura hasta convertirse en una mueca de 
dolor. Baja la mirada. Una lágrima intrusa cae sobre la chompa que teje 
durante esta mañana de cielo plomizo en la capital peruana. 
La primera vez que pisó una cárcel fue en Perú, en junio de 2012. 
Llegó por invitación de una amiga para presenciar la obra teatral 
‘Notre Dame de París’ de Víctor Hugo. Thomas quedó tan 
fascinado con la cordialidad y hospitalidad de los presos que 
todos sus prejuicios se derrumbaron al instante. Conversando 
con ellos supo que existían herramientas de costura y zapatería. 
Y, claro, personas talentosas que han sabido perfeccionar sus 
técnicas a punta de soledad y arrepentimiento. 
Sin rodeos propuso su proyecto a las autoridades del Inpe (Insti-tuto 
Nacional Penitenciario): crear una marca que rompiera con 
los esquemas tradicionales, con prendas bordadas y tejidas a 
mano; diseños que no se repitieran y prendas que pudieran 
vestir tanto hombres como mujeres. Ellos aceptaron con 
tranquilidad, sin pensar que aquella iniciativa se expandiría en 
poco tiempo y llegaría a países como Estados Unidos, Dinamar-ca, 
Alemania, España e Italia, donde ‘Pietà’ ya 
tiene un público cautivo. 
“Para mí esto es un reto humano”, dice 
Thomas, quien se ha rebelado desde siempre: 
renunció a la carrera de derecho para estudiar 
diseño gráfico, y abandonó el romanticismo 
parisino para vivir en medio del caos limeño. 
Prefiere pasar más horas en prisión capacitan-do 
a los reclusos que en su casa en San Isidro 
escuchando música electrónica. 
-No quiero que la gente compre por lástima 
–explica con su castellano masticado−, quiero 
que la gente compre la ropa porque es de primera calidad. 
La empresa que ha formado este francés, que bien podría estar 
vacacionando en las playas más exclusivas del mundo, está 
calculada al milímetro. Más allá de que el nombre de ‘Pietà’ - 
venerada escultura de mármol del italiano Miguel Ángel donde 
se observa a la virgen María sosteniendo a Cristo muerto- suene 
melodioso, tiene un motivo: 
-‘Pietá’ representa al destino, a la voluntad de Dios - explica. 
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“No quiero que la 
gente compre por 
lástima, quiero que 
la gente compre la 
ropa porque es de 
primera calidad”
Durante poco menos de dos años - entre 1946 y 1947, y en 1952 - el 
Premio Nobel de literatura vivió en la ciudad peruana de Piura. 
Allí pasó parte de su niñez y adolescencia, estrenó su primera 
obra de teatro, avivó su interés intelectual, su deseo de ser escri-tor, 
y supo que su padre no estaba muerto, como se lo había hecho 
Crónica 7 
Una tarde de 1946 ó 1947 Dora Llosa 
tomó del brazo a su hijo Mario Vargas 
Llosa, de apenas diez años de edad, lo 
sacó a la calle, lo llevó caminando hacia el 
Hotel de Turistas, en el Malecón Eguigu-ren 
de la calurosa Piura, y allí le hizo una 
gran revelación: 
- Tú ya lo sabes, por supuesto - dijo su madre - 
¿No es cierto? 
- ¿Qué cosa? - respondió Mario. 
- Que tu papá no estaba muerto. 
- ¿No me estás mintiendo, mamá? 
- ¿Crees que te voy a mentir en una cosa así? 
- ¿De veras está vivo? 
- Sí. 
- ¿Lo voy a ver? ¿Lo voy a conocer? ¿Dónde está, 
pues? 
- Aquí, en Piura. Lo vas a conocer ahora mismo. 
Aquella noticia paralizó a Mario, quien 
hasta ese momento creyó que su padre 
había muerto y estaba en el cielo. Su 
madre, sus abuelos y tíos le habían oculta-do 
la verdad hasta ese día del cual, asegura 
el escritor, aún no se ha recuperado. 
La imagen que Mario tenía de su padre 
era la de un hombre “alto y buen mozo, de 
uniforme de marino, cuya foto engalana-ba 
mi velador y a la que yo rezaba y besaba 
antes de dormir”. Ese día la imagen de su 
padre cambiaría para siempre, una vez 
que ingresó con su madre al hotel y vio 
que un hombre vestido de terno beige y 
corbata verde se acercaba a ellos. 
La idea que tenía, del apuesto 
joven de la foto que acompa-ñó 
su niñez, cambió 
rápidamente a la de “un 
hombre de carne y hueso, 
con canas en las sienes y 
el cabello ralo”. 
Tenía como el sentimiento 
de una estafa, recuerda 
Mario Vargas Llosa en su 
libro de memorias “El pez 
en el agua” (1993). 
“Este papá no 
se parecía al que yo creía muerto”, enfatiza. 
“¿Éste es mi hijo?”, le escuchó decir Mario. 
“Se inclinó, me abrazó y me besó. Yo estaba 
desconcertado y no sabía qué hacer. Tenía 
una sonrisa falsa, congelada en la cara”. 
La Piura de esa época, que Mario Vargas 
Llosa abandonó el mismo día que conoció a 
su padre para viajar con él y su madre a 
Lima, ya empezaba a dejar una huella en su 
vida. 
Son las 11 de la mañana de un día de inicios 
de enero y en Piura hace calor. El termó-metro 
registra 32 grados en esta ciudad 
rodeada de desiertos; o mejor dicho, 
plantada en medio del desierto del norte 
peruano, a unos mil kilómetros de Lima. 
Los árboles de algarrobo le dan un poco de 
frescura a la ciudad. Las carreras de la 
Navidad han pasado y todo parece tomar su 
curso cotidiano. La avenida Grau, esa calle 
donde se ubican tiendas de ropa, bancos, 
farmacias, almacenes de zapatos y otros 
negocios, está más sosegada que durante la 
última semana de diciembre. 
Por estas mismas calles caminó durante su 
niñez y juventud Mario Vargas Llosa, 
durante los casi dos años que vivió al lado 
de su abuelo Pedro, su madre Dora y sus 
tíos Luis y Olga. El abuelo había sido 
nombrado como prefecto (gobernador) de 
la ciudad y viajó con parte de su familia 
desde Cochabamba, Bolivia, donde Mario 
había vivido sus primeros años. Por estas 
mismas calles caminó Vargas Llosa con el 
sueño de ser un gran escritor, viajar a Paris 
y hacer su vida como dramaturgo o novelis-ta, 
pues sabía que difícilmente en un país 
como Perú podría salir adelante. 
Por estas mismas calles caminó el escritor 
que más adelante un compañero suyo del 
Colegio Militar Leoncio Prado describi-rá 
como “un mozo que nació con un 
don”. 
Son estas mismas calles las que el ahora 
Premio Nobel ha vuelto a recordar en su 
novela “El héroe discreto”, publicada en 
septiembre de 2013, y en la que cuenta 
la historia de Felicito Yanaqué, un empre-sario 
piurano dueño de una empresa de 
transportes que es extorsionado por 
unos mafiosos: 
“… Volvió a sumergirse en el centro de 
la ciudad, lleno de gente, bocinas, calor, 
altoparlantes, mototaxis, autos y ruido-sas 
carretillas. Cruzó la avenida Grau, la 
sombra de los tamarindos de la Plaza de 
Armas y, resistiendo a la tentación de 
entrar a tomarse una cremolada en El 
Chalán, enrumbó hacia el antiguo barrio 
del camal, el de su adolescencia, La 
Gallinacera…” 
Te invitamos a leer la historia 
completa en www.revistasole.com 
La ciudad que 
A inicios de marzo de 2012 
Mario Vargas Llosa regresó a 
Piura. Durante varias horas 
caminó por sus calles, visitó 
pueblos vecinos y conversó 
con algunas personas. 
Observaba los escenarios de 
la que sería su siguiente 
novela, “El héroe discreto”. 
creer su familia. 
Por Rafael Alonso Mayo 
le cambió la vida a 
MarioVargas Llosa
Revista Sole (Fiesta del Libro y la Cultura, Medellín septiembre 12 - 21 - 2014)

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  • 1. /revistasole @revistasole Historias para leer de principio a fin www.revistasole.com El ventrílocuo que se enamoró de su muñeca Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se separó de su mujer y fabricó una muñeca de látex que definiría su historia. Se convertiría en ventrílocuo, la llevaría en una valija con él a todos lados, le compraría ropa, le haría zapatos a medida… Y se enamoraría de ella. PAG 5.
  • 2. La Revista Sole es un medio de comunicación digital, escrito e independiente, que promueve el periodismo narrativo y de investigación apuesta Así como nos enseña el cronista colom-biano Ernesto McCausland (1961-2012), reivindicamos los géneros narrativos y la crónica en particular para dar cuenta de esa infinidad de historias que suceden a nuestro alrededor, porque creemos que a través de ellos nos aproximamos de manera genuina a esos personajes y a esas realidades que queremos entender. "No defiendo la crónica por algún motivo romántico, de poeta nostálgico –decía McCausland–. Lo hago porque creo que,a través del aprovechamiento pleno de los recursos del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica, de las herramientas estilísticas que aporta, de la honestidad que demanda, de su exploración real del ser humano, nos aproximamos más a la verdad". Nuestra esencia, nuestro ADN, es el interés por buscar y contar historias que nos sorprendan, que nos conmue-van, que nos hagan reír o llorar, o las dos al mismo tiempo. Eso sí, con la intención de que nunca pasen desaper-cibidas. Historias bien contadas, con rigor, profundidad y contexto, para aproxi-marnos a ese complejo universo de realidades existentes en Latinoamérica y el mundo. Queremos publicar historias que sean leídas con interés en cualquier remoto lugar de nuestro continente y nuestro planeta, historias para leer con pasión de principio a fin. Aquí encontrarán historias cercanas y remotas de personajes cotidianos, comu-nes y corrientes, que posiblemente jamás saldrán en los medios masivos de comu-nicación, a menos que sean protagonistas de una gran tragedia. Historias fascinan-tes y dignas de ser conocidas y leídas por buenos lectores que no se satisfacen con las noticias del día, despachadas con velocidad por las agencias informativas. Filosofía 2 en Colombia y en Latinoamérica. Una el periodismo narrativo por Créditos: Edición: Rafael Alonso Mayo Impresión: Divegráficas Diseño: Angie Heredia Foto Pablo Tosco
  • 3. Héctor Lavoe es contratado en Medellín por un grupo de mafiosos que le piden que cante una y otra vez la más popular de sus canciones. Lavoe se disgusta y junto con varios de sus músicos es retenido. ¿Qué ocurrió esa noche en la ciudad de la eterna primavera? La historia me la contó un taxista, después de la medianoche, mientras íbamos por la transversal superior en dirección sur - norte, de El Poblado hacia Medellín. En un comienzo, me costó trabajo creerla, pero luego la vida me dio pruebas más que suficientes de que era real. El taxista me dijo, señalando con un dedo un barranco, al lado de la avenida, que en medio de la noche, junto a un resalto en el pavimento, tuvo que disminuir la veloci-dad y se le apareció un tipo vestido de frac y descalzo. El hombre saltó a la vía como si fuera un gato y se quedó parado en la mitad. Se veía que estaba asustado. Le dijo que lo llevara a un hotel. Que iba sin un dólar. Le dijo que era Héctor Lavoe. Que estaba cantando en una fiesta de mafiosos y la cosa se había puesto muy pesada. Que estuviera tranquilo, que en el hotel le pagaban la carrera. El taxista no le creyó. Sin embargo, le abrió la puerta, lo dejó subir y se quedó mirándolo por el espejo retrovisor. Luego, le dijo: -Qué pena, señor, pero para yo creerle ese embuste, me va a tener que cantar “Yo soy el cantante” si quiere que lo lleve al hotel. Héctor Lavoe se mostró contrariado y después se indignó: -Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema! ¡Un tipo de esos me hizo repetir como diez veces esa canción, amenazándome con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a la orquesta no canto más, apaguen los equipos! El taxista insistió. Trató de explicarle que el de ellos era otro caso. Qué él estaba haciéndole un favor. Que lo había recogido sin saber quién era él. Que había acepta-do llevarlo hasta el hotel sin que le pagara la carrera y que la única manera que tenía de comprobar que él sí era Héctor Lavoe, era oyéndolo cantar esa canción. Héctor Lavoe no discutió más y empezó a cantar: Yo soy el cantante / que hoy han Por Juan José Hoyos Crónica 3 venido a escuchar / lo mejor del reperto-rio a ustedes voy a brindar. / Y canto a la vida / de risas y penas / de momentos malos / y de cosas buenas. Vinieron a divertirse / y pagaron en la puerta / no hay tiempo para la tristeza /vamos, cantante, comienza. El taxista dice que cuando oyó la primera estrofa se le pusieron los pelos de punta. ¡El que cantaba era el mismísimo Héctor Lavoe! ¡Nadie más podía cantar así! Lavoe, tal vez sintiéndose un poco humillado, pero contento porque el taxi por fin lo llevaba hacia el hotel, siguió cantando: Y nadie pregunta / si sufro si lloro / si tengo una pena /que hiere muy hondo. Yo soy el Cantante / porque lo mío es cantar / y el público paga / para poderme escuchar. El taxista dice que esa noche, mientras llegaban al Hotel Intercontinental, Lavoe cantó toda la canción, de principio a fin. Cuando él estacionó el taxi junto a la puerta principal del hotel, tal como el cantante le había prometido, uno de los managers del conjunto bajó de su habita-ción y le pagó la carrera. Se despidieron como un par de amigos. -No se le olvide: recogí a Héctor Lavoe en el mismo punto donde lo recogí a usted. El tipo salió de un matorral –me dijo el taxista, cuando nos despedimos. Un tiempo después, le conté la historia a Umberto Valverde, en Cali, donde Lavoe era un ídolo. Él dijo, abriendo los ojos: ¡Todo eso es cierto! Y me mostró unos testimonios de varios músicos de la orquesta de Héctor Lavoe. Gilberto Colon Jr. recuerda así el episodio: “Para llegar a la casa era necesario viajar por helicóptero o ir a pie. Al llegar a la montaña, el conductor del autobús dejó a la banda. De ahí en adelante, tuvimos que caminar, subiendo una colina empinada, por más de media hora, para llegar a la residencia. No había otra manera de llegar a ese lugar tan privado y distante...” Eddie Montalvo, el conguero, también estaba presente y recuerda: “Como Larry Landa perdió su vuelo, no pudo llegar a tiempo para ver el espectáculo. Su ausencia causó un problema para Héctor. Los músicos no tenían un repre-sentante para protegerles contra los guardaespaldas en esa residencia. El contrato les exigía a Héctor Lavoe, Vicentico Valdés e Ismael Miranda que tocaran hasta las dos de la mañana, pero antes de comenzar, el organizador le pidió a Héctor que su banda tocara hasta las seis. Debido a la naturaleza amena-zante de la propuesta, Héctor declaró firmemente: nosotros fuimos contrata-dos para tocar hasta las dos de la mañana. Lo toma o lo deja…” “Cuando fueron las dos de la mañana, Héctor le dijo a la banda que pararan. El organizador los amenazó a punta de pistola para obligarlos a continuar cantando. Quería que Héctor repitiera Yo soy el cantante. Ismael Miranda se envalentonó y los guardaespaldas también. Hasta que los llevaron a un cuarto pequeño que cerraron con llave el resto de la noche”. El taxista me dijo que el cuarto era un inodoro. Montalvo cuenta: “Después de una hora, Héctor rompió una ventana y con la ayuda de los otros músicos salieron uno por uno por ahí, sin sus instrumentos, en la oscuridad y con miedo. Por treinta minutos se resbalaron, se cayeron, hasta que salieron a la carretera. Mientras caminaban, Ismael dijo: En la vida, Dios nos aprieta, pero no nos ahoga”. Después convinieron que Héctor parara un taxi y fuera hasta el hotel a pedir ayuda. “Al otro día vino al hotel alguien de esa familia y nos devolvió los instrumentos, pero los pasaportes no. Tuvimos que acudir a las autoridades para salir del país”. soyel cantante Yo
  • 4. Crónica 4 Los héroes cansados de Alepo Una decena de hombres vocifera en lo alto de un montículo de escombros en el barrio de Ard Al-Hamra de Alepo. Cubier-tos de cal y arena tratan de levantar uno de los tabiques del edificio que antes se erigía en ese lugar. Se doblan sobre sí y empujan hacia arriba con fuerza. Resoplan, se azuzan con nuevos gritos y desisten por enésima vez. Es inútil, el muro no se mueve. Están exhaustos. Uno de ellos se aleja y regresa al momento con un pico, caminando entre hierros retorcidos y oxidados, jirones de ropa, cortinas desgarradas y enseres de plástico. Se turnan la herramienta y golpean con rabia a la voz de Allahu Akbar. La pared se desmorona lentamente descubriendo el cuerpo pálido y apenas sin ropa de una pequeña de no más de cinco años. Un familiar envuelve el cadáver en una manta y se lo lleva consigo mientras los hombres de la pila de escombros prosiguen sus ruegos a Alá. Ellos mismos encontrarán minutos después y bajo parte del mismo muro un segundo cuerpo, el de la hermana mayor, de unos siete años. Ambas dormían la noche anterior cuando un misil Scud procedente de las posiciones militares del régimen de Bashar Al-Assad caía en el vecindario dejando decenas de muertos, todos ellos civiles, y engrosando la cifra de más de 125.000 víctimas que se han cobra-do casi tres años de conflicto. Los civiles parecen haberse convertido en las últimas semanas en objetivo explícito de las tropas gubernamentales sirias. Varios misiles tierra-tierra han impactado en barrios en los que prácticamente la presen-cia del Ejército Libre Sirio (ELS) era nula. Abu Mahmod no da crédito. Es un hombre que pasa la cincuentena, viste una camisola verde oliva y va tocado por una kufiya roja y blanca. "Fue terrible. No teníamos cómo sacar a los muertos ni a los heridos", masculla entre dientes visiblemente altera-do. "No entiendo nada. Podemos aguantar los disparos de los soldados, incluso los tanques, pero esto es imposible". Imposible también parece el hecho que sostiene la ONG International Rescue Committee en su informe Siria: una crisis regional en el que se habla de la existencia de una "campaña sistemática" basada en "bombardeos estratégicos" sobre hospita-les, así como de "intimidación, tortura y asesinatos” de doctores como represalias por atender heridos. No solo milicianos sino también civiles en contra del régimen. "De los 5.000 médicos que había en Alepo antes del conflicto, hoy quedan sólo alrededor de 35", reza el estudio. "Los médicos sirios nos hemos convertido en objetivo para el régimen. Doctores, enfermeras y todo el personal sanitario que trabajamos en el Alepo controlado por los rebeldes estamos en el punto de mira de Bashar Al-Assad", dice Monhannad Abdulqader, cirujano de 36 años, desde su sobrio despacho -apenas un escritorio, dos sofás y un desvencijado mueble con un televisor encendido pero sin volumen- del hospital Al Dakkak, en el barrio de Al Sha'ar. "La explicación es simple: Al-Assad quiere muerta a toda la gente que está en su contra. Así que también a todos aquellos que atendemos a esa gente", argumenta mientras deja a un lado media rebanada de pan árabe con la que hasta hace un momento daba buena cuenta de varias presas de pollo asado servidas en un recipiente de papel metálico. El pelo castaño claro, los ojos azules y unos pómulos pronunciados y levemente sonrojados le confieren un aire de chico de buena familia. Educado y algo desabri-do en el trato. Viste un mono de quirófa-no -pantalón y blusa livianos- celeste, del mismo tono que sus zuecos de goma. El izquierdo, con un par de manchas de yodo en la puntera. En las muñecas luce sendas pulseras cuyo idéntico trenzado conforma la bandera de la “nueva Siria libre”. Extiende su mano izquierda y alcanza un paquete de Gauloises Blondes, cajetilla roja. Enciende un cigarro y expulsa una bocanada rápida. "Hasta hace dos meses trabajaba en Arabia Saudí. Un buen puesto, una vida tranquila. Pero decidí regresar a Alepo. Son jornadas larguísimas y no se cobra nada. Aunque eso no importa, pues no hay cirujanos en Alepo. De hecho, tampoco quedan ya doctores", apunta sin drama, del mismo modo que si estuviera cansado de repetir-lo o de pensar en ello una y otra vez. Te invitamos a leer la historia completa en www.revistasole.com Un cirujano que ha regresado a Siria para operar en uno de los pocos hospitales que quedan en pie, un desertor del ejército que distribuye alimentos junto a otros voluntarios, una profesora que ha vuelto a dar clase tras ser perseguida por el régimen y un hombre que arriesga su vida bajo los francotiradores solo para recoger las basuras de la ciudad, tratan de fijar los cimientos de lo que será la nueva Siria. Por Ivan M. García. Foto Pablo Tosco La guerra en Siria ha cobrado la vida de más de 125 mil personas en los últimos tres años
  • 5. El ventrílocuo que se enamoró de su muñeca Hace poco más de 30 años Carlos Domínguez se separó de su mujer y fabricó una muñeca de látex que definiría su historia. Se convertiría en ventrílocuo, la llevaría en una valija con él a todos lados, le compraría ropa, le haría zapa-tos a medida… Y se enamoraría de ella. Por Malvina Liberatore. Foto Nolberto Campora Crónica 5 Era el año 1997 y las 12 de la noche de un día de invierno. Carlos Domínguez –Charly– caminaba por el centro de Bahía Blanca con la valija en la mano hasta que llegó al cabaret. Se puso el traje en el camarín, subió al escenario e hizo lo que venía haciendo cada noche en distintos pueblos del interior: sentar a su muñeca Rosita en la falda y hacerla hablar. -Pequeña niña de ojitos azules, quisiera que un día pudieras caminar —dijo Charly y la miró sin mover los labios. -Pequeño señor, no soy una niña, no podré caminar —se lamentó Rosita, y bajó la mirada. -Mi sueño es ver a una niña que quiera reír, que quiera cantar… -Yo quisiera reír y quisiera cantar y ser esa niña que te haga soñar… En la primera mesa frente al escenario, una pareja llamó con una seña al mozo y pidió la tercera botella de cerveza. Charly llevaba diez minutos de show y el diálogo empezaba a subir de tono. -Mirá cómo te beso, viejo calentón -Rosita apoyó sus labios en los de Charly. -¡Rosita! ¡¿Qué hacés?! ¿Sabés que están diciendo que nosotros nos besamos en el camarín? -¡Entonces nos vieron! -remató la muñeca. El público reía. Hasta que el hombre de la primera mesa se puso de pie, tambaleó, y gritó interrumpiendo el show: -Oíme, Rosita, ¿cuánto me cobrás por un pete (mamada)? -¡Lo mismo que me cobra tu madre, maldito borracho!-respondió airadamen-te Charly y bajó de un salto del escenario. Lo que siguió fueron botellas desparrama-das en el piso, trompadas, gente separando al ventrílocuo del borracho y una muñeca tirada en el piso. Pasaron 16 años y Charly está de pie en la cocina de su casa, con una mano en la nuca de la muñeca y la otra en el marco de sus lentes. Recuerda esa noche y la define como un punto de inflexión en su carrera: ese día supo que estaba enamorado de Rosita. -Pensé que me volvía loco. Casi lo mato a trompadas. ¿Cómo voy a reaccionar así? Después el tipo fue al camarín, me pidió disculpas y yo le dije que él tenía que disculparme a mí. Volví a Buenos Aires y fui al psicólogo. Le dije que creía que me pasaban cosas con la muñeca. El psicólogo me dijo que tenía dos opciones: dejar este trabajo o hacerme cargo de lo que me pasaba y seguir. “¿Vas a dejar de ser ventrí-locuo?”, me dijo. “No, pienso seguir con ella”, le respondí. Y acá estamos… Si Rosita tomara vida –la clásica fantasía de todo ventrílocuo– sería una hermosa prostituta. Tres momentos hicieron de Charly un ventrílocuo único en el país. Primero, que su herramienta de trabajo no es un muñeco sino una muñeca; segundo, que la fabricó él mismo inspirado en lo que es su ideal de mujer; y tercero, que se enamoró de su propia creación. Durante 20 años viajó por pueblos y ciudades del interior del país haciendo shows de ventriloquía en los cabarets; los dueños de estos lugares solían pedir mujeres a los dueños de los cabarets de Buenos Aires y, cuando no llegaban con el número de chicas que pedían, les mandaban un ventrílocuo para completar el paquete; así Charly se hacía conocer y firmaba contratos por uno, dos, tres meses o hasta el día en que sus chistes aburrieran. Pasó buena parte de su vida lejos de sus hijos, rodeado de prostitutas, coperas, bailarinas y hombres de mala vida. Sus shows consistían en dialogar con Rosita, hacer chistes subidos de tono e interac-tuar con el público sobre temas de actua-lidad. Charly tiene hoy 66 años, trabaja como electricista y vende veladores artesanales por Mercado libre. Cuando tenía 28 años se separó de su esposa, creó a Rosita y no volvió a estar en pareja nunca más en su vida. Lo argumenta ahora, en su casa, mientras besa el rostro de látex: “ No hay mujer en el mundo que sea igual a esta muñeca” Te invitamos a leer la historia completa en www.revistasole.com Tres momentos hicieron de Charly un ventrílocuo único en el país. Primero, que su herramienta de trabajo no es un muñeco sino una muñeca; segundo, que la fabricó él mismo inspirado en lo que es su ideal de mujer; y tercero, que se enamoró de su propia creación.
  • 6. Un francés en Perú quiere revolucionar el mundo de la moda desde la cárcel. Thomas Jacob ha creado ‘Pietà’, una marca de ropa que rompe con los esquemas tradicionales y ya es reconocida por su calidad y rebeldía. Por Jhonny Valle. Foto Andrés Valle Crónica 6 Rosa Luz Apaza está sentada en un rincón del taller de tejido recordando el instante en que el juez dictó su sentencia: 30 años de prisión por secuestro y tráfico de niños. Pero ella niega los cargos y jura su inocencia. Está en el penal de mujeres Santa Mónica, en Chorrillos, al sur de Lima. Aquí ocho mujeres confeccionan chompas, polos, guantes y gorras y hacen los bordados de ‘Pietà’ (‘Piedad’, en castellano). “Todos a mano”, explica el creador de la marca: Thomas Jacob, un francés de 26 años que ama el mar. “Me demoro una semana en hacer una chompa. Me gusta tejer, lo hago desde niña. Vivo de esto”, cuenta Rosa Luz, madre de dos hijas a quienes no ha visto desde su encierro. Se trata de prendas sin etiquetas, ni tallas, unisex, hechas con materiales orgánicos y diseños exclusivos que ya se están comercia-lizando en Norteamérica y Europa. Un proyecto que incluso ha llamado la atención del reconocido fotógrafo de modas Mario Testino y del diario español El País, que le ha dedicado una entrevista a Thomas. Más que una empresa, este proyecto es una oportuni-dad para los que cumplen una condena: por participar en el taller le rebajan un día de condena. Además reciben un porcentaje del atuendo que se vende. Entre los crochés y Rosa Luz hay un vínculo especial: teje para no caer en depresión, teje para olvidar que aún le quedan 28 años sin libertad. Teje para mantenerse viva y de pie. -¿Qué es lo que más extraña de afuera? - A mis hijas, porque no las veo hace dos años. - ¿Y no la llaman? -Yo las llamo, pero no es igual que abrazarlas y decirles cuánto las amo -enmudece. Su sonrisa se transfigura hasta convertirse en una mueca de dolor. Baja la mirada. Una lágrima intrusa cae sobre la chompa que teje durante esta mañana de cielo plomizo en la capital peruana. La primera vez que pisó una cárcel fue en Perú, en junio de 2012. Llegó por invitación de una amiga para presenciar la obra teatral ‘Notre Dame de París’ de Víctor Hugo. Thomas quedó tan fascinado con la cordialidad y hospitalidad de los presos que todos sus prejuicios se derrumbaron al instante. Conversando con ellos supo que existían herramientas de costura y zapatería. Y, claro, personas talentosas que han sabido perfeccionar sus técnicas a punta de soledad y arrepentimiento. Sin rodeos propuso su proyecto a las autoridades del Inpe (Insti-tuto Nacional Penitenciario): crear una marca que rompiera con los esquemas tradicionales, con prendas bordadas y tejidas a mano; diseños que no se repitieran y prendas que pudieran vestir tanto hombres como mujeres. Ellos aceptaron con tranquilidad, sin pensar que aquella iniciativa se expandiría en poco tiempo y llegaría a países como Estados Unidos, Dinamar-ca, Alemania, España e Italia, donde ‘Pietà’ ya tiene un público cautivo. “Para mí esto es un reto humano”, dice Thomas, quien se ha rebelado desde siempre: renunció a la carrera de derecho para estudiar diseño gráfico, y abandonó el romanticismo parisino para vivir en medio del caos limeño. Prefiere pasar más horas en prisión capacitan-do a los reclusos que en su casa en San Isidro escuchando música electrónica. -No quiero que la gente compre por lástima –explica con su castellano masticado−, quiero que la gente compre la ropa porque es de primera calidad. La empresa que ha formado este francés, que bien podría estar vacacionando en las playas más exclusivas del mundo, está calculada al milímetro. Más allá de que el nombre de ‘Pietà’ - venerada escultura de mármol del italiano Miguel Ángel donde se observa a la virgen María sosteniendo a Cristo muerto- suene melodioso, tiene un motivo: -‘Pietá’ representa al destino, a la voluntad de Dios - explica. Te invitamos a leer la historia completa en www.revistasole.com “No quiero que la gente compre por lástima, quiero que la gente compre la ropa porque es de primera calidad”
  • 7. Durante poco menos de dos años - entre 1946 y 1947, y en 1952 - el Premio Nobel de literatura vivió en la ciudad peruana de Piura. Allí pasó parte de su niñez y adolescencia, estrenó su primera obra de teatro, avivó su interés intelectual, su deseo de ser escri-tor, y supo que su padre no estaba muerto, como se lo había hecho Crónica 7 Una tarde de 1946 ó 1947 Dora Llosa tomó del brazo a su hijo Mario Vargas Llosa, de apenas diez años de edad, lo sacó a la calle, lo llevó caminando hacia el Hotel de Turistas, en el Malecón Eguigu-ren de la calurosa Piura, y allí le hizo una gran revelación: - Tú ya lo sabes, por supuesto - dijo su madre - ¿No es cierto? - ¿Qué cosa? - respondió Mario. - Que tu papá no estaba muerto. - ¿No me estás mintiendo, mamá? - ¿Crees que te voy a mentir en una cosa así? - ¿De veras está vivo? - Sí. - ¿Lo voy a ver? ¿Lo voy a conocer? ¿Dónde está, pues? - Aquí, en Piura. Lo vas a conocer ahora mismo. Aquella noticia paralizó a Mario, quien hasta ese momento creyó que su padre había muerto y estaba en el cielo. Su madre, sus abuelos y tíos le habían oculta-do la verdad hasta ese día del cual, asegura el escritor, aún no se ha recuperado. La imagen que Mario tenía de su padre era la de un hombre “alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalana-ba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir”. Ese día la imagen de su padre cambiaría para siempre, una vez que ingresó con su madre al hotel y vio que un hombre vestido de terno beige y corbata verde se acercaba a ellos. La idea que tenía, del apuesto joven de la foto que acompa-ñó su niñez, cambió rápidamente a la de “un hombre de carne y hueso, con canas en las sienes y el cabello ralo”. Tenía como el sentimiento de una estafa, recuerda Mario Vargas Llosa en su libro de memorias “El pez en el agua” (1993). “Este papá no se parecía al que yo creía muerto”, enfatiza. “¿Éste es mi hijo?”, le escuchó decir Mario. “Se inclinó, me abrazó y me besó. Yo estaba desconcertado y no sabía qué hacer. Tenía una sonrisa falsa, congelada en la cara”. La Piura de esa época, que Mario Vargas Llosa abandonó el mismo día que conoció a su padre para viajar con él y su madre a Lima, ya empezaba a dejar una huella en su vida. Son las 11 de la mañana de un día de inicios de enero y en Piura hace calor. El termó-metro registra 32 grados en esta ciudad rodeada de desiertos; o mejor dicho, plantada en medio del desierto del norte peruano, a unos mil kilómetros de Lima. Los árboles de algarrobo le dan un poco de frescura a la ciudad. Las carreras de la Navidad han pasado y todo parece tomar su curso cotidiano. La avenida Grau, esa calle donde se ubican tiendas de ropa, bancos, farmacias, almacenes de zapatos y otros negocios, está más sosegada que durante la última semana de diciembre. Por estas mismas calles caminó durante su niñez y juventud Mario Vargas Llosa, durante los casi dos años que vivió al lado de su abuelo Pedro, su madre Dora y sus tíos Luis y Olga. El abuelo había sido nombrado como prefecto (gobernador) de la ciudad y viajó con parte de su familia desde Cochabamba, Bolivia, donde Mario había vivido sus primeros años. Por estas mismas calles caminó Vargas Llosa con el sueño de ser un gran escritor, viajar a Paris y hacer su vida como dramaturgo o novelis-ta, pues sabía que difícilmente en un país como Perú podría salir adelante. Por estas mismas calles caminó el escritor que más adelante un compañero suyo del Colegio Militar Leoncio Prado describi-rá como “un mozo que nació con un don”. Son estas mismas calles las que el ahora Premio Nobel ha vuelto a recordar en su novela “El héroe discreto”, publicada en septiembre de 2013, y en la que cuenta la historia de Felicito Yanaqué, un empre-sario piurano dueño de una empresa de transportes que es extorsionado por unos mafiosos: “… Volvió a sumergirse en el centro de la ciudad, lleno de gente, bocinas, calor, altoparlantes, mototaxis, autos y ruido-sas carretillas. Cruzó la avenida Grau, la sombra de los tamarindos de la Plaza de Armas y, resistiendo a la tentación de entrar a tomarse una cremolada en El Chalán, enrumbó hacia el antiguo barrio del camal, el de su adolescencia, La Gallinacera…” Te invitamos a leer la historia completa en www.revistasole.com La ciudad que A inicios de marzo de 2012 Mario Vargas Llosa regresó a Piura. Durante varias horas caminó por sus calles, visitó pueblos vecinos y conversó con algunas personas. Observaba los escenarios de la que sería su siguiente novela, “El héroe discreto”. creer su familia. Por Rafael Alonso Mayo le cambió la vida a MarioVargas Llosa