1. “NACIMIENTO Y BAUTIZO DE
ROSA VIRGINIA”
ÁREA : TUTORÍA
I. E. P. Santa María Eufrasia
2. - ¡Victoria! ¡Victoria! ¿Dónde
estás niña?
El Doctor Julián Pelletier se inclinó
ansiosamente por encima de la
balaustrada, al final de la escalera.
- Aquí estoy, papá. ¿Puedes
verme?
De solo cinco años, Victoria subió
rápidamente las escaleras.
- Mi aya me dijo, que no me
moviera ni hiciera ningún ruido,
porque podría perturbar a los
ángeles que han venido a
nuestra casa esta mañana. ¿Por
qué han venido los ángeles
papá? Nunca hemos sabido que
los ángeles hayan venido antes.
LA PEQUEÑA SE PARECE AL NIÑO JESÚS
3. El Dr. Pelletier sonrió.
- Oh, por cierto, Victoria, ¡los ángeles han venido antes! Yo
recuerdo una vez… hace solamente cinco años, cuando los
ángeles nos trajeron a tu mamá y a mí, un encantador presente
cuando naciste tú.
Ahora te llevaré a ver el regalo que los ángeles trajeron esta
mañana. El Dr. Pelletier descendió por las escaleras hasta el
vestíbulo del segundo piso. Se detuvo delante de una puerta grande
y, poniendo el dedo en sus labios dijo:
- Recuerda que debes estar quieta, Victoria.
Suavemente empujó la puerta entreabierta y tomando la mano de
su hija, caminó hacia la cama rodeada de cortinas, donde la Señora
Pelletier, madre de Victoria, descansaba sonriente y feliz.
- ¡Oh, mamá!
La Señora Pelletier abrió los brazos e indicó a su esposo que dejara
acercarse a la pequeña.
- ¡Ven, besa a tu madre, Victoria! Ella tiene una linda sorpresa
para ti. Espera un momento.
4. La madre estrecha contra su cara, la rizada cabecita de su hija.
Un débil gemido que provenía de la esquina del cuarto donde
estaba sentada la aya María, llegó a los oídos de la pequeña que
se volvió a mirar rápidamente.
- ¿Qué es eso, mamá? Gritó Victoria. Me parece el llanto de un
bebé, un pequeño bebé. Y… ¡ah! ¡Y está en mi vieja cunita!...
¿Quién es el bebé? ¿De dónde vino?... ¿Se quedará con
nosotros?
- Bueno, bueno, mi pequeña, te gusta la sorpresa ¿verdad?...
- A tu madre y a mí también nos gusta, a Julián, a Andrés y a
Ana Josefina… y a todos nos gusta. Ella es tu hermanita. Y…
ella vino… ¿de dónde?... ¡Claro, estoy segurísimo, ella vino del
cielo!
5. La idea encantó a Victoria. Miró la
rosada carita de la bebé que dormía.
El Sr. Pelletier estaba de pie,
sosteniendo en una de sus manos, la
diminuta manecita de su hija y, en la
otra, la de su esposa. Luego, habló
despacio, tan bajito, que Victoria
pudo escasamente escuchar.
- ¿Feliz, madre?
- Oh feliz, Julián, muy feliz. Nunca
pensé tener semejante felicidad,
una vez más -dijo la madre,
levantando los ojos para mirar a
su esposo- ¡Pero, esta terrible
guerra!, Julián, ¿cuándo
terminará?
- No más tristes pensamientos,
querida mía -murmuro él- con
este pequeño rayo de sol que nos
hace felices.
6. - ¿Cuál será su nombre? -preguntó alegremente, mientras
envolvía en la blanca frazadita los rosados bracitos de su
pequeña. Ella es chiquita, muy chiquita, como una florecita,
como una pálida rosa… ¡Como una linda rosa! ¿Qué dices,
madre feliz, si la llamamos Rosa?... Es un bello nombre.
- ¡Rosa Pelletier! Es muy hermoso nombre, Julián, pero…
- Pero ¿qué? preguntó el padre suavemente. Ella lo miró
pensativamente y le dijo:
- Julián, yo he deseado que lleve el nombre de la Virgen. Siento
que fue Ella, quien nos la trajo. Rosa es un bello nombre,
pero… ¿cuál otro?...
El Dr. Pelletier pensó unos momentos, después su faz se iluminó.
- ¡Ya lo tengo! -exclamó- la rosa y el lirio virginal se unirán en
nuestra pequeña hija. La llamaremos: ¡Rosa Virginia!
7. Y el ángel guardián de la bebé,
escuchando atentamente
hablar al padre y a la madre,
sonrió satisfecho.
¡Oh, qué felicidad haber sido
elegido Ángel Guardián de tan
preciosa criatura!
Hizo una reverencia y
descendió rápidamente a la
Tierra.
Llegó casi sin respiración y
tomó su sitio cerca de la recién
nacida.
8. La emoción del Ángel Guardián fue
creciendo, cuando supo que Rosa
Virginia iba a ser bautizada
inmediatamente después de su
nacimiento. Allí estaba él siguiendo
con gran interés los preparativos.
Gozaba mirando a Victoria, Andrés,
Julián y Ana Josefina, los cuatro
menores hijos de la Familia Pelletier.
- Madre -dijo Andrés, el mayor de
los cuatro, de doce años- cuando
yo fui bebé me bautizaron en una
Iglesia, ¿verdad? ¿Por qué no
llevamos a nuestra hermanita a la
Iglesia también?
EL BAUTIZO DE ROSA VIRGINIA
9. La señora Pelletier sonrió a su hijo.
Hijo mío cuán felices seríamos tu padre y yo, si pudiéramos llevar
a nuestra hijita a la Iglesia. Los ojos de la señora Pelletier se
llenaron de tristeza y Andrés se emocionó.
- Mamá yo entiendo la razón. Papá nos lo explicó a Ana Josefina
y a mí, él dijo que los Gobernantes en Francia eran hombres
malos que no dejaban a los sacerdotes estar con el pueblo ni
administrar los Sacramentos. Si los sacerdotes lo hacían,
entonces los mataban. Papá dijo que es como en los tiempos de
santa Inés y santa Cecilia.
- Esa es la verdad Andrés.
Algunos amigos íntimos de la señora Pelletier habían sido muertos
por guardar sacerdotes fugitivos en sus hogares.
- Pero, mamá, ¡tú dejas que vengan sacerdotes a nuestra casa!
- Nosotros quisiéramos conseguir un sacerdote para hoy, pero no
hay uno que pueda ser encontrado fácilmente. No somos
cobardes y con cuanta alegría recibiríamos uno en nuestra casa,
pero es imposible por ahora. Así, papá, ha decidido bautizar él
mismo a la pequeña.
10. - ¿Qué día es hoy mamá? –preguntó
Julián que volvía con su
hermanita- ¿Qué día nació la niña?
- Hoy, Julián, es 31 de Julio. Ella ha
nacido hoy día, fiesta de un gran
santo fundador de los Jesuitas.
Todos vamos a rezar a San
Ignacio, para que haga de nuestra
pequeñita una gran santa como él
lo fue.
El Ángel Guardian de Rosa Virginia
sonrió oyendo las palabras de la
señora Pelletier. Si la madre supiera
mi secreto -pensó él– ¡qué feliz sería!
Bueno, algún día lo sabrá; pero,
ahora, yo debo estar muy quieto. Va
a comenzar la ceremonia del
Bautismo.
11. - Ana Josefina -dijo la señora Pelletier– anda, niña, y levanta
a tu hermanita de la cuna. Sostenla entre tus brazos, para
que tu padre pueda verter el agua sobre su cabeza.
Anita obedeció inmediatamente a su madre, feliz de poder
sostener en sus brazos a su hermanita. El papá tomo una
pequeña jarra con agua, de encima de la mesa, y vertió el
líquido sobre la cabecita de su hija.
12. Victoria y Julián escuchaban cuidadosamente mientras su padre decía
las palabras: “Rosa Virginia, yo te bautizo en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo”.
La bebé gritó cuando el agua resbaló sobre su cabeza. Esto fue todo lo
que sucedió en ese momento. Victoria la vigilaba cuidadosamente,
esforzando sus ojitos para ver todo en sus menores detalles. Sacudía
sus oscuros rulos sin apartar su mirada del rostro de su hermanita.
Todavía se quedó mirándola largamente después que su papá terminó
la ceremonia. Entonces, volviéndose hacia su madre, con una
expresión de desconcierto en sus ojos, le dijo:
- Mamá, mi hermanita no ha cambiado en nada cuando mi papá le
echó el agua. Yo la estuve mirando todo el tiempo, y ella está
igualita ahora, como antes del bautizo.
La señora Pelletier respondió:
- Tú esperabas ver otra hermanita diferente después del bautizo…
¿verdad?... Pero, no es así. Por fuera la bebé parece la misma,
pero… ¡ah!... si tú pudieras penetrar en el alma de tu hermanita,
ciertamente quedarías sorprendida.
13. - ¿Qué hay en su alma, mamá? Preguntó Julián, ansiosamente. Él
tampoco había notado ningún cambio en su pequeña hermanita,
y estaba disgustado como Victoria.
- Oyeron ustedes a su papá cuando dijo: Yo te bautizo… etc.
¿verdad?
-Los niños asintieron con la cabeza- Bien, tan pronto como el
papá pronunció estas palabras el alma de la pequeña Rosa
Virginia cambió completamente.
Ella, vino a ser “hija de Dios”, cuando Dios Padre, Dios Hijo, y
Dios Espíritu Santo, entraron en su alma para hacer allí su
morada. Rosa Virginia es desde ese momento, algo propio de
Dios y las TRES DIVINAS PERSONAS han empezado a vivir
dentro de ella.
Ustedes saben cómo Jesús vive en el Sagrario, ¿no es así?
Pues bien, de la misma manera, tan pronto como Rosa Virginia
fue bautizada, ella vino a ser el Sagrario viviente de Dios.
14. Dios vive en su alma. Ahora ya saben ustedes por qué papá y
yo estamos tan felices y por qué besó a la pequeñita en el
corazón. ¡Dios está en el corazón de Rosa Virginia!, hijitos.
Nunca olviden esto.
- ¿Está Dios en mi corazón también, mamá? ¿Por qué no me
habla?
- A Dios le encanta estar en el corazón de los niños, por eso se
pone muy triste cuanto tiene que irse del corazón de los niños
que cometen pecados.
- Y ¿cuándo habla Dios?, preguntó Andrés.
- Decimos que Dios habla “cuando queremos ser muy buenos”.
Ese deseo de ser buenos es la palabra de Dios en el corazón.
- Si yo hablo a Dios en mi corazón ¿Él me oye mamá?
El Sr. Pelletier sonrió al ansioso grupo y escuchó la respuesta de
la Señora Pelletier.
- Sí, Julián, Dios te oirá y será muy feliz de tener un niño con
quien conversar. Dios se pone triste cuando lo dejas todo el
tiempo solo en tu corazón.
15. Victoria corrió al pie de la cuna, y miró largamente a su
hermanita. El Ángel Guardián de Rosa Virginia sonrió a la niña.
Súbitamente, Victoria dio un grito de alegría…
- ¡Mamá, mamá! -exclamó palmoteando- la bebita se parece al
niño Jesús… ¡Mírala!… ¡Mírala como brilla!...
La señora Pelletier se sobresaltó; miró a la diminuta Rosa
Virginia. ¡Era verdad!... Un brillante rayo de sol iluminaba la cuna
y descansaba como una nube dorada sobre la cabecita de la niña,
formando como un halo de luz a su alrededor.
- “Luz y Paz en mi corazón”, dijo la señora Pelletier, hablando
consigo misma. Yo me pregunto ¿qué hay en esta hijita mía
que la hace diferente de mis otros hijos?
- Sí, tu hermanita será como el Niño Jesús, Victoria… Yo lo
siento… sé que esta niña será bendición especial de Dios.
16. Fue hermoso el bautismo realizado por papá, pensó Victoria
cuando todo hubo terminado y se encontraban reunidos con sus
padres y hermanos. Miraba a su padre fascinada, mientras él
mecía la cuna y cantaba dulcemente, en voz baja.
¡Qué bueno, qué bondadoso era su padre! Todos lo amaban y él
amaba a todos. Era médico y todo lo hacía bien, y era feliz.
Victoria puso su manecita, entre la grande y fuerte de su padre.
Él se volvió hacia su hija y depositó un beso sobre la blanca
frente.
- Ahora, niña, -dijo el padre con dulzura, mientras levantaban a
Rosa Virginia de entre las almohadas- abre bien tus brazos y
ten cuidado para sostener este tesoro… aquí tienes una Rosa
para ti… pon tu brazo por aquí… y el otro alrededor de ella…
así, muy bien.
- Victoria, vas a tener que ayudarme ahora. Yo solo no podría
cuidar a la niña.
17. Victoria sostenía estrecha-
mente a su hermanita.
Miraba a su padre y a su
madre, y después a Rosa
Virginia.
Bajó la cabeza prontamente
para ocultar su alegría.
Sus rizos castaños
acariciaban la carita de la
pequeña.
- Nosotros dos, papá y yo,
tomaremos el cuidado de
Rosa Virginia, suspiró
gozosa Victoria.