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ECOS DEL LADO OSCURO.

Autor: El Kender

I Parte
Amanecía en Tatooine tras la mayor tormenta de arena que se había conocido en los últimos quince años. Los soles gemelos
ascendían lentamente y el calor era apenas soportable.

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Tatooine, el tercer planeta de un sistema que ya no registraban las cartas de navegación estelar y en el borde mismo de la
galaxia, se había convertido en refugio de toda clase de maleantes, mercaderes sin escrúpulos y los todavía temidos Hutt,
que tras la caída del imperio habían asumido el control total del planeta, dejando a sus habitantes bajo un gobierno de leyes
que alteraban a su libre albedrío.
Sin embargo, el libre comercio de cualquier materia ilegal e incluso el tráfico de esclavos estaba permitido con total
impunidad, por lo que se había convertido en un próspero, a la par que encubierto, centro de la mayoría de las operaciones
"irregulares" de la galaxia. Si su fama como ciudad peligrosa había sido legendaria durante la guerra entre el imperio y la
rebelión, ahora la superaba con creces.
A media mañana, los tenderetes y puestos de toldos color arena se apiñaban en las calles sin orden ni concierto alguno,
ofreciendo toda clase de exóticos alimentos y materias. Desde los condensadores de vapor, tan valiosos para los granjeros de
humedad, hasta las piezas de repuesto para droides de Ajhura de Alderaan una vieja teniente rebelde retirada.
La ciudad bullía en una cacofonía de lenguas extrañas. En la antigua república, sus habitantes se referían irónicamente al
puerto espacial de Moss–Eisley como "El segundo Senado", pues era la ciudad con mayor afluencia de razas de la galaxia.
Pero aquel día, la mayor concentración se encontraba en el centro de la ciudad, abarrotando los puestos del mercado
alrededor de un recientemente construido anfiteatro. Con capacidad para mil personas y los últimos adelantos en refrigeración
de ambiente por vapor, se convirtió en el orgullo de la ciudad dejando en un segundo término al comercio. Tras la pérdida de
interés por las carreras de Vainas, y al ser éstas declaradas ilegales, los Hutt, desesperados al ver disminuir drásticamente
los ingresos, idearon la Arena.
Al principio, las pérdidas fueron mayores que las ganancias pero, al correrse la voz por el borde exterior de que en Eisley se
estaban celebrando luchas a muerte entre combatientes de distintas razas, la afluencia de simples curiosos cambió por las de
adinerados comerciantes y los nuevos ricos de la recién instaurada República.
Los Hutt, y en especial Lur–duzz, el regente, había organizado un combate para un reducido grupo de influyentes familias
que estaban dispuestas a pagar un precio desorbitado en la búsqueda de nuevas y excitantes emociones.
En las celdas de la Arena las criaturas y humanoides que las habitaban gemían de dolor o simplemente se limitaban a
esperar su hora. Si en el exterior hacia calor, aquí el ambiente era agobiante y opresivo. Una calurosa humedad llenaba el
recinto pegándose a las paredes y dificultando la respiración, eso sin contar con el olor a sudor y desperdicios que se
apilaban en los cubículos de apenas tres metros cuadrados.
Al fondo, en la última de las celdas, una figura permanecía sentada en el suelo con las piernas flexionadas una encima de
otra y ambas manos apoyadas en las rodillas, la espalda recta como un poste y los músculos en tensión. Había permanecido
así dos días, sin probar bocado, preparándose para el que se suponía iba a ser su último combate antes de ser liberada.
Escucho los pasos que se acercaban hasta pararse frente a la puerta, el roce de una tarjeta de seguridad al ser manoseada
torpemente y tras unos segundos la puerta se abrió, dejando entrar una tenue luz. Una enorme sombra se cernió sobre ella.
– ¡Tú, afuera!– sonó la voz grave del carcelero.

No necesitó que se lo repitieran dos veces. Abrió los ojos, flexionó el cuello a la derecha y después a la izquierda
desentumeciendo los músculos y se puso en pie.

El grueso guardia gamorreano, con su cara porcina y los colmillos asomando por encima del labio superior, le señaló el
pasillo.

Avanzó con calma por el corredor que conducía a la sala de armas previa a la Arena. Otro guardia le franqueó el paso a la
sala en cuyo interior sólo había una fría mesa de metal negro, este último arrojó unos harapos sobre ella.
– ¡Vístete!– gruñó, cerrando la puerta.

La mujer, que sólo cubría su cuerpo con un pequeño taparrabos, se acercó a la mesa observando una vez más su vieja y
ajada ropa. En una época anterior había sido el tejido más caro del Imperio destinado a confeccionar los ropajes de su orden,
ahora simplemente eran un viejo recuerdo de lo que antaño fueron.
Al acercarse a la mesa para recoger la ropa su rostro se reflejo sobre la pulida superficie.

Los tatuajes que cubrían la cara le otorgaban un aspecto amenazador, sonrío irónicamente. Aún podía sentir el dolor al
recordar cómo todo su cuerpo había sido marcado ritualmente con el Shitta, un polvo negro altamente venenoso. Una
semana tardaron en realizar todos y cada uno de los intrincados anagramas, entre los desmayos y gritos que profirió  por el
dolor. Aunque lo peor venia después. Una vez terminado el ritual, el polvo de Shitta se introducía en el sistema sanguíneo
produciendo ataques de locura, fiebre o rabia, pocos habían sobrevivido al ritual y los que lo hacia quedaban con alguna
secuela para el resto de sus vidas.
Sacudió la cabeza intentando borrar el pasado. Se colocó las polainas de cuero negro y las botas, después la oscura túnica
corta sin mangas, que ella misma había arrancado y, por último, el cinto con el símbolo de su raza, la doble hache invertida.
Las muñequeras que todavía conservaba intactas completaron la vestimenta.
 Los dos guardias que habían observado babeantes el lento proceso de la luchadora, entraron sonrientes. Uno de ellos le dio
un empujón con su arma, la mujer se giro lentamente y le dirigió una mirada con sus profundos ojos rojizos que le hicieron
retroceder.
– Es… es la hora– logró balbucear.
De nuevo la llevaron a través de un largo túnel hasta una enorme puerta que se abrió silenciosamente, la luz de los dos
soles la baño y tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse.

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Las gradas estaban totalmente vacías, cosa que le extraño sobre manera. Por el contrario el palco principal, estaba a
rebosar. Allí se encontraba Lur–duzz, así como su fiel guardaespaldas Senthi, un wookie de más de dos metros y peor
carácter, junto a ellos lo que parecía una familia de Sullust vestidos con sus más ricas galas y otra familia de humanos.
Entrecerró los ojos intentando averiguar a qué casa de Coruscant pertenecían pero no portaban distintivo alguno, lo más
destacable era la gran cantidad de joyas de las que hacían ostentación.
En una rápida mirada vio a unos veinte guardias de seguridad apostados en los rincones en sombras de la grada superior y
otros tantos en las torres que sostenían el gran toldo que cubría la arena del infernal calor. Lur– duzz debería contratar a
mejores mercenarios, si creía que sus hombres hacían bien el trabajo incluso un jawa se ocultaría mejor.
El Hutt, dejó su animada conversación con los invitados y avanzo hacia la balaustrada.

– Y bien, mi pequeña, ¿estás lista para tu última actuación?– sonrió irónicamente–. Espero que sea la mejor de tu vida, no
me gustaría desagradar a nuestros invitados.
Mientas decía esto, se abrió una compuerta justo enfrente de ella y varios guardias salieron a la Arena equipados con
grandes lanzas de disrupción, como las que se utilizaban para controlar a las bestias.
¿Que había ideado esta vez aquel maldito Hutt?

Un atronador rugido sonó y a grandes zancadas salió de la oscuridad un enorme dragón Krayt. La criatura más temida en el
desierto de Tatooine. Medía cinco metros de la cabeza a la cola y casi tres de altura; sus fauces, capaces de partir a un
hombre por la mitad de un sólo bocado, arrojaban saliva entre gritos de furia, intentando morder a sus captores que le
hostigaban con las lanzas.
La mujer entrecerró los ojos aun más frunciendo el ceño y apretando los labios, si Lur– duzz quería un combate
espectacular… se lo iba a dar.

Una vez en el centro de la arena, los guardias se apresuraron a cerrar la compuerta dejando solos al dragón y a la mujer,
que de momento se limitaba a observarle. De fondo, los gritos de animo y la risa del Hutt sólo servia para que su odio hacia
ellos aumentara, por lo visto la idea de liberarla no entraba en los planes de aquella babosa infecta, prefería sacrificarla
después de todo el beneficio que le había dado antes que otorgarle la libertad.
Mientras el Krayt se acercaba lentamente dando un rodeo, la mujer hacia lo mismo hacia el otro lado intentando llegar sin
llamar la atención de la criatura, a la panoplia de arcaicas armas que se encontraban cerca de la puerta por donde había
salido.
De entre los espectadores, una joven que rondaba la veintena miraba concentrada los movimientos de ambos. Hacia días que
venia a ver combatir a la mujer y sabía de ella más de lo que podía tener idea el Hutt, que la trataba simplemente como una
experimentada guerrera. Si aquel día salía victoriosa cosa que dudaba, la compraría como esclava y guardaespaldas personal
con un poco de suerte. Después, le daría la libertad.
Un leve movimiento en la cola del Krayt le advirtió que iba a cargar contra ella, así que mientras lo hacia ya había
emprendido una alocada carrera hacia las armas sin mirar atrás. Al contrario de lo que podía parecer, la fortaleza y rapidez
de su raza era mucho mayor que la de cualquier humano. A tan sólo unos metros de distancia de las fauces de la bestia
llegaron a su destino, tomo una lanza de hoja aserrada y girándose le asesto un golpe a la altura del morro.
El dragón sorprendido en su carrera por el repentino ataque, echó hacia atrás la cabeza al recibir el tajo en tan delicada parte
y sangrando se fue a topar de bruces contra la pared, tirando todas las armas al suelo. Aprovechando la momentánea
distracción, la mujer corrió hacia el centro de la arena para tener mayor campo de acción.
Apenas había hecho mella en su adversario, pues su piel era tan dura que sólo un blaster pesado era capaz de atravesarla. El
corte en la boca no era sino un leve rasguño que sólo consiguió enfurecer más a la bestia; gruñendo y recuperada del golpe
cargaba de nuevo contra la mujer.
Afianzando los pies en el suelo y con el cuerpo ligeramente ladeado para ofrecer el menor blanco posible, flexiono las rodillas
y se preparo para la embestida.
El Krayt agachó la cabeza abriendo las fauces de par en par con la intención de apresar esta vez a su víctima, pero unos
segundos antes, había emprendido la carrera hacia él; apuntaló el mástil de la lanza en el suelo, dio un increíble salto por
encima y girando sobre si misma fue a caer sobre el largo cuello del dragón, justo antes de que las fauces se cerraran donde
había estado hacia sólo unos instantes.
Lur–duzz, complacido por los apuros que estaba pasando su esclava, reía de buena gana junto al resto de los invitados. Tan
sólo la joven parecía no estar disfrutando.
La mujer apenas se sostenía sobre el cuello del dragón que la zarandeaba con fuerza de un lado a otro, de momento sólo
podía agarrarse con todas sus fuerzas a las protuberancias de la cabeza para no salir despedida, y las piernas se le
empezaban a agarrotar con el esfuerzo.
Predio su arma y la gran polvareda que levantaba la cola del dragón empezaba a molestarle en los ojos y la garganta. Fue
entonces cuando se percato de que el cuerno de la frente, al golpearse contra la pared se había desgarrado un poco y
sangraba. Una idea descabellada le paso por la cabeza.
Poco a poco se deslizo por el cuello, los brazos llenos de pequeños cortes del roce con las escamas. Llego hasta su objetivo y
soltándose rápidamente se agarro con ambas manos al cuerno, comenzando a tirar con todas sus fuerzas en un intento de
arrancarlo. El krayt, furioso, golpeaba en vano con la cola a aquella molesta criatura pero no la alcanzaba, daba giros y
volteaba la cabeza pero la mujer se aferraba con obstinación al cuerno con todo el cuerpo en tensión por el esfuerzo.
Ante la desesperación del Hutt que veía indefensa a su criatura y gritaba furioso, palmeando con sus cortos brazos el enorme
pecho, el cuerno empezó a ceder.
Los intentos del Krayt por desprenderse de su jinete hacia más fácil la tarea, pues con cada giro del cuello, el cuerpo de la
mujer ejercía todo el peso sobre el cuerno y ya casi lo había arrancado.
Al final cedió.

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Con un chasquido se desprendió de la frente y una gran cantidad de sangre comenzó a manar por la herida, ahora el dragón
apenas podía controlar sus actos y su instinto natural de depredador había dejado paso a una furia incontrolada. Al quedar
solamente sujeta por las piernas, en una última sacudida la mujer salió arrojada por el aire agarrando con fuerza su trofeo.
Intento en vano mantener el equilibrio cayendo de bruces sobre el costado izquierdo.
En la grada los espectadores gritaban ahora con todas sus fuerzas fuera de sí por tal hazaña, sin embargo, en el rostro de
Lur–duzz una mueca de ira le hacía temblar el labio y babear ostensiblemente.
Sobreponiéndose al dolor, el dragón centro su atención de nuevo en la presa que tantos problemas le estaba dando. Y como,
era de esperar, atacó con furia.
Apoyándose en el cuerno la mujer se incorporó con dificultad, el golpe la había dejado sin aliento y apenas sentía el brazo
izquierdo.
Examinó el cuerno, tenía unos sesenta centímetros de longitud y, a pesar de las apariencias, era bastante ligero.

Una vez más se apartó de las mandíbulas de la bestia en el último instante. Giró sobre sí misma y clavo hasta la mitad la
improvisada arma en la panza del Krayt que rugió de dolor, sin soltarse fue arrastrada en su loca carrera; la sangre seguía
manando del lugar donde había estado el cuerno manchando de carmesí la arena. Al final, las fuerzas parecieron abandonar
a la criatura yendo a desplomarse pesadamente junto a la pared cercana donde se encontraba la grada principal.
Tras unos segundos de silencio en los que sólo se podía escuchar al Hutt riendo y atragantándose con su propia carcajada, el
publico irrumpió en vitorees y aplausos. Aunque ninguno de los dos contendientes parecía haber sobrevivido, el placer de ver
derramarse sangre ajena y el de tratarse de una actividad ilegal había llenado de tal éxtasis a los ricos comerciantes que no
les molestaba en absoluto haber perdido su dinero en las apuestas.
Todos se asomaban por encima de la balaustrada para ver al Krayt con el cuello torcido y la sangre brotando de sus fauces
abiertas. De la mujer ni rastro, posiblemente había muerto aplastada por el peso de la criatura.
Los créditos y las joyas cambiaron de mano, yendo a parar casi todas a las del acaudalado Hutt. Tan sólo la joven humana
seguía asomada con una mueca de desolación en el rostro, había leído mucho sobre aquella legendaria orden y la idea de
comprar su libertad era lo único que la había retenido hasta ahora en Moss– Eisley, pues su fama era de sobra conocida. No
había nadie en la ciudad que no hubiese oído hablar de la legendaria luchadora extrañamente tatuada, que triunfaba una y
otra vez en la Arena.
Debía de tratarse de una impostora que simplemente había sido maquillada para hacer más vistoso el espectáculo pero, aún
así, no podía dejar de mirar el cuerpo del dragón decepcionada.
Ya se retiraba, cuando una de las escamas del costado se agrietó y del interior de la criatura asomaron veinte centímetros de
un ensangrentado cuerno.
La joven abrió los ojos de par en par: una y otra vez el cuerno asomaba y desaparecía del costado dejando una fisura cada
vez mayor. Unas manos abrieron con torpeza la carne desde dentro y, poco a poco, la mujer que había luchado contra el
dragón se arrastró penosamente afuera. Embadurnada de pies a cabeza en la sangre verdosa y las entrañas de la criatura,
quedó junto a su cuerpo resollando, intentando hacer que algo de aire fresco llegara a los pulmones. Una arcada recorrió su
cuerpo y vomitó.
El hedor provocó que los invitados de Lur se taparan la nariz con las mangas de sus lujosas túnicas. El Hutt se apresuró a
acercarse a empellones para ver lo que ocurría y al asomarse emitió un gorgoteo, mezcla de ira y de sorpresa.
– ¡Ughta lar ggnorria!– gritó a su lugarteniente.

Senti, el wookie, desenfundó su blaster y se dispuso a disparar contra la mujer.

"¿Acabar con ella?", pensó la joven. "Después de la increíble hazaña que habían contemplado y la recompensaba con… la
muerte".
– ¡No!– gritó con todas sus fuerzas.
El wookie se giro sobresaltado apuntando a la humana, el resto de los comerciantes se apartaron visiblemente asustados.
Intentó abrirse camino hasta el Hutt pero Senti le bloqueo el camino.
Lur–duzz le ordenó que la dejara pasar.
– ¿Cuánto pides por ella?– señaló a la arena.
– Lo siento, no está en venta– le guiñó un ojo–. Éste era su destino desde el primer día, nadie sale vivo de la Arena. ¿Qué
creerías que pasaría si se corriese la voz de que voy dando la libertad a mis esclavos? Las pérdidas serían desastrosas.
– Puedo ofrecerte todo el dinero que desees– extrajo un disco negro de una bolsita del cinto.
– Te repito que no esta en venta… Además, no creo que tengas lo suficiente– al oír hablar de un posible negocio la mente del
Hutt comenzó a calcular.
– ¿Cien mil créditos de Coruscant serán suficientes?– le alargó el disco.
– Mira, no te llevas un saldo, la has visto actuar y es la mejor… No hay trato– se giró sobre su pesada barriga retirándose.
– ¡Ciento cincuenta!– grito desesperada.
Se paró junto al arco que conducía a sus dependencias personales flanqueado por el wookie, riendo de buena gana.
– Veo que hablamos el mismo idioma– gorgoteó entre dientes– Ciento setenta y cinco y será toda tuya.

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Sacó del cinto otro disco más pequeño y se los entregó al wookie.

– Ciento sesenta es todo lo que llevo encima– le miró fijamente–. Es mi última oferta.
Durante unos instantes el Hutt dudó.

– Puedes llevártela. Y ahora déjame tranquilo– desapareció tras el arco.

Una vez se marcharon todos los comerciantes, un pequeño jawa salió de las dependencias del Hutt y la guío a través de una
escalera de espiral hasta la arena. El servicio de limpieza ya había retirado el cuerpo del dragón y tan sólo la mujer guerrera
permanencia allí tendida inmóvil en la arena. El pequeño ratero del desierto le entregó un transmisor y se marcho con una
corta carrera.
Doblada sobre sí misma la mujer permanecía inmóvil. Al acercarse percibió el hedor de la sangre de la criatura. Arrugando la
nariz con desagrado y venciendo el temor, intentó comprobar si estaba en buen estado o al final había fallecido tocándola con
un dedo.
– Tócame…– resolló con dificultad–... y te mato.

La joven se retiró asustada, mientas la mujer se incorporaba tambaleante, el brazo izquierdo colgando del costado y el
derecho apretando su abdomen.

– Mi… mi nombre es Marla de Telk– procuró aparentar entereza –, de la casa de Veridian en Coruscant, una de las más
influyentes de todo…

–  Eso está muy bien– apenas podía hablar y el costado le ardía–. ¿Vas a ayudarme?– trastabilló– ¿O me darás toda la lista
de tus cargos?
Su visión se nubló y Marla la sujetó apenas en su caída. Había perdido el conocimiento y el excesivo peso la hizo caer con
ella encima. Le costó un gran esfuerzo libarse. Se arrodilló junto al inerte cuerpo y la examinó más detenidamente.
Comprobó que no se trataba de maquillaje sino de auténticos tatuajes que cubrían por completo su piel.

Medía alrededor de metro ochenta y cinco y su constitución era asombrosa; los músculos perfectamente marcados sin llegar
a la exageración de los matones de gimnasio y la ancha espalda, denotaba un gran entrenamiento. Su cabeza estaba
rasurada y unos pequeños cuernecillos asomaban de ella. Por un instante estuvo tentada de tocar la piel marcada pero
recordó la advertencia y se contuvo. Reparo en una fina argolla de color negro en su cuello y cayo en la cuenta del receptor
que le diera el jawa, Lur– duzz  lo debía utilizar para controlarla.

Sacó un comunicador del cinto.

– Dentiles, ven con tres hombres a buscarme a la Arena y trae contigo un kit médico y un transporte.
– A sus órdenes, alteza– afirmó el hombre–. Salimos inmediatamente hacia allí.

siguiente
continuación...
Una vez instalada en la camilla flotante la condujeron hasta el deslizador de arena y así hasta el muelle de carga 123-AA, al
sur de Moss-Eisley, siempre bajo la atenta mirada de Marla, el droide médico inspeccionaba con un escáner manual su
costado.
– Tiene fracturadas tres costillas y una casi le ha perforado el pulmón izquierdo, el hombro se ha dislocado. Por lo demás,
sólo tiene unos leves rasguños en los brazos y piernas producidos por el roce con algún material rugoso- dictaminó con voz
metálica y desinteresada-. Una semana en un tanque Bacta y se recuperará.
El hangar de atraque era lo suficientemente grande como para albergar dos naves de tipo Corelian, pero tan sólo un carguero
Mon-Calamari ocupaba todo el espacio. Los robots de mantenimiento mecánico se apresuraban en sus tareas cambiando
viejas piezas y reparándolas por otras de dudosa procedencia adquiridas en la ciudad. Una gran manguera de refrigerante
para el motor principal colgaba del casco de la nave y al entrar Marla, un hombre de pelo cano se acerco hasta ella
cuadrándose al llegar a su altura.

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– Todo listo y preparado para partir, tan sólo queda ensamblar el nuevo soporte deflector principal- sonrió con aire marcial.
– Sabes que no me gustan todos estos formalismos, Dentiles- se adelantó dándole un efusivo abrazo-. Y menos tratándose
de mi tío favorito.
– Lo sé, pequeña, lo sé, pero es la costumbre del protocolo- sonrió ésta vez de manera más abierta-. Y bien, ¿qué es lo que
nos traes?
Se aproximaron a la camilla que flotaba a un metro de altura del suelo, Marla presiono el botón de apertura de la cubierta y
su tío dio un paso atrás al reconocer a la mujer, a la que habían colocado un respirador artificial.
  Durante un segundo el oficial predio la compostura, obligándose a sí mismo a recuperar la entereza después de la sorpresa.
– Pequeña… ¿sabes qué es esta mujer? ¿Te das cuenta de todos los problemas que nos puede acarrear su simple transporte
hasta Coruscant?- le reprendió con firmeza.
– No creo que nadie deba saber al llegar a casa cuál es mi nueva "adquisición"- sonrió pícaramente-. Y, por supuesto, que sé
de quién se trata.
Su tío no pudo más que encogerse de hombros y saludando de nuevo con una leve inclinación de cabeza, se encamino hasta
los robots mecánicos azuzándoles para que se apresuraran en sus últimas reparaciones.
Ascendieron por la rampa de carga y el robot guió la camilla hasta la sala médica de la nave, con ayuda de otros dos que allí
se encontraban, desnudaron a la mujer, le pusieron un corto traje elástico y la introdujeron con todo cuidado en el tanque
Bacta, suspendida en el líquido ambarino y con la máscara de respiración, el jefe médico tecleó el código de recuperación así
como las zonas donde los microscópicos cristales Bacta reparadores de tejido debían actuar. Después apagó las luces dejando
sólo la de emergencia y se desactivó.
Instantes después, Marla entró con sigilo. Se apoyó contra una de las bandejas médicas de la pared y observó a la mujer.
Había aprendido bastante acerca de su raza en los holo-libros pero jamás pensó que pudiera dar con una. La información que
pagó a aquel mercante de Tilus-2 valía su peso en créditos. Desde pequeña se había sentido fascinada por los Jedis, sus
códigos de honor, la Fuerza y todo lo relacionado con ellos. Tras la caída del emperador, el afamado Skywalker, junto a su
hermana Leia, eran los únicos que parecían estar interesados en reorganizar la orden, así como el extenderla por todo el
Universo conocido. Y les iba muy bien. Sinembargo, cuando la joven se presentó expectante al cumplir la mayoría de edad
ante el consejo, no fue aceptada.
La frustración de saber que su escasa habilidad para entrar en consonancia con la Fuerza, no le permitía entrar a formar
parte de la nueva academia y se sumió en una depresión que la llevó a buscar más información sobre los jedis en un último
intento de ser una de ellos.
Fue una casualidad que aquel hombre tuviese entre sus mercancías media docena de holo-libros preguerras-clon. Dos de
ellos estaban estropeados y eran totalmente inútiles, pero el resto le habían obsequiado con valiosa información sobre la
historia de la antigua República, los hechos que la llevaron a su disolución y el triunfo del Emperador Palpatine.
Pero fue en el último donde encontró una amplia referencia a los Sith, los caballeros oscuros perseguidos y supuestamente
aniquilados totalmente. Si bien los Sith tenían fama de una total falta de bondad o clemencia en sus corazones, tenía la
esperanza de que Ella la aceptara como alumna.
Era una idea descabellada, creía que si aprendía las nociones básicas de la fuerza, una vez desarrollada, llegaría sin dificultad
alguna a ser Jedi.

 

Las últimas defensas caían inexorablemente ante el avance de la rebelión y el reducido grupo corría a través de los pasillos
de la que había sido residencia de Palpatine, tambaleándose, pues el suelo y las paredes retumbaban con cada impacto de
los bombarderos Ala- B.
¿Qué pretendían aquellos locos?, ¿derrumbar todo el maldito edificio sobre sus cabezas?
Tan sólo quedaban cuatro de los cien que formaran la guardia personal del Emperador. Los otros habían sido derrotados por
la superioridad numérica de los rebeldes, no sin antes infringirles un buen numero de bajas. Sin embargo ni todos los sables
de luz ni toda la Fuerza fueron capaces de detenerles.
Ahora huían a la desesperada, el odio reflejado en sus semblantes; Darth-Silen y su compañera se detuvieron en un recodo
frenando inesperadamente la marcha, el resto tropezaron con ellos en la carrera.
  Un grupo de rebeldes entraba por el otro extremo disparando sus rifles blaster, el stih extendió sus brazos con rapidez
intentando bloquear la gran cantidad de haces de luz con un escudo de fuerza. Sin embargo este abrió los ojos de par en par
asombrado cuando dos impactos le atravesaron el costado y el abdomen, cayo pesadamente sobre el frío suelo. El resto ni
siquiera sintieron desaparecer la fuerza de su cuerpo… al fallecer el Emperador junto con la segunda Estrella de la Muerte, se
libero tal cantidad de fuerza Oscura que esta la absorbió momentáneamente de todas las criaturas que la utilizaban.
Yelem, su padawan, se lanzó furiosa contra ellos, blandiendo la hoja verde azulada. Barrio el pasillo frenéticamente,
deteniendo todos los disparos, cortando y sajando la carne de sus adversarios que caían ante tal frenesí. Esto les dio tiempo
de retroceder a las otras. Al poco tiempo, ella también cayo abatida.
Las dos mujeres tomaron otro pasillo transversal que llevaba directamente a un elevador hacia el hangar de las naves. Ya no
importaba el imperio tan sólo la supervivencia.

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Nada más abrirse la puerta y salir, un impacto de blaster atravesó el pecho de la pequeña. Una gran cantidad de soldados
rebeldes llenaba el enorme espacio apostados entre las naves. Sin preocuparse de su propia seguridad dejo caer el sable de
luz y se agacho junto a ella.
– Lo hicimos bien ¿verdad?- sonrió con un hilillo de sangre en la comisura de la boca.
La mujer sith no tenía idea de a qué se refería su padawan.
– Por supuesto, pequeña- le devolvió la sonrisa.

– No dejamos…- tosió- que esos malditos rebeldes nos vencieran.

– No, claro que no- la acunaba entre su regazo mientas los soldados se aproximaban apuntándolas con sus armas -, les
hemos dado una buena -, fanfarroneo.
Pero ya no la oía, la fuerza había abandonado su cuerpo. Un semicírculo de rebeldes la rodeaba sin que les prestara atención.
Abrieron un poco las filas dejando pasar a un hombre vestido con sencillos ropajes oscuros, incluso antes de que lo viera
sintió su imponente presencia. Lentamente extendió el brazo para atraer su sable hasta la mano, pero nada sucedió. La
mezcla de sentimientos: desconcierto, odio y dolor por la perdida hicieron mella en su animo. Como era de esperar, el lado
Oscuro la había abandonado cuando más lo necesitaba.
– Jedi, haz tu trabajo y márchate- murmuro.

– No he venido a terminar con tu vida- dijo con sinceridad-, siento lo de tu amiga.
Se arrodilló junto a ella.

– Percibo el rencor creciendo en tu interior, todavía estas a tiempo de cambiar si quieres- esbozó una media sonrisa.

– No soy el traidor de tu padre- las palabras parecieron herirle -, soy presa fácil, acaba con lo que has venido a hacer y
déjame en paz con todas tus monsergas acerca del bien y el mal.
Luke sacó un fino collar oscuro y lo puso en el cuello de la Sith, una gran pena le invadía. Ahora sabía cómo debería haberse
sentido Obi-Wan cuando su padre aceptó el lado Oscuro como vía para desarrollar sus poderes.
Unos meses después fue encontrada por Lur-duzz. Despertó en una fría cámara de piedra, desnuda de cintura para arriba, la
babosa y un grupo de sus guardaespaldas expectantes.
– Eres muy testaruda, sino quieres ser mi bailarina personal veremos qué tal te defiendes en la Arena. Será un placer ver
cómo te destripan mis criaturas...- rió de buena gana.
El droide de tortura levantó una vez más el látigo-láser disponiéndose a golpear la ensangrentada espalda de la mujer. Cerró
los ojos apretando los dientes, se escuchó un zumbido y luego, el dolor…

 

…Abrió los ojos de golpe.

Se encontraba dentro de un tanque Bacta, pero no recordaba como había llegado  hasta allí. La última imagen que tenía era
la del rostro de una humana de ojos violetas.
Observó la penumbra de la habitación circular, una serie de paneles médicos se alineaban en las paredes y un droide
permanecía de pie con la cabeza gacha en una esquina. Las luces se encendieron y el robot se acercó hasta el tanque, la sith
se colocó en el otro extremo mientras este manipulaba rápidamente un código en el panel.
Lentamente el líquido fue evacuándose a través de unas ranuras en el suelo hasta que la mujer se quedó de pie, a duras
penas, pues los músculos estaban adormecidos a causa de la larga convalecencia.
– La paciente ha despertado- comunicó con voz metálica al aire.
Marla entró rápidamente frenándose en seco ante el recipiente, se quedó mirando expectante a la sith que la miraba con el
ceño fruncido.
– Por fin has despertado...- su voz sonaba entrecortada-. Me alegro.
Se acercó lentamente hasta encararse con la humana que vestía una sencilla túnica roja.
– ¿Quién eres tú y qué demonios hago aquí?- hablaba con firmeza, como quien está acostumbrado a dar órdenes.
– No te preocupes, ahora estás entre amigos- sonrió amablemente-. Saldrás en cuanto termine el código de rehabilitación.
Pudo escuchar el leve zumbido de un temporizador.
– Te has recuperado más rápido de lo que pensábamos, tienes una gran resistencia- dijo con franqueza.
El panel terminó su conteo hacia atrás y el zumbido dejó de oírse. Unas argollas de seguridad bajaron del techo cerca de la
sith.
– Lo siento pero será mejor que de momento te las pongas- dijo azorada-. Mi tío no se sentirá tranquilo si tiene a alguien…
alguien como tú deambulando por la nave a sus anchas.

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– No pienso hacerlo- afirmó cruzándose de brazos levantando la cabeza con orgullo.
– Pero entonces no podrás salir del tanque- titubeó-. Es simple rutina.
– No pienso hacerlo.

La joven dudó unos segundos pensando en las advertencias de su tío y después se dirigió al panel que abría el tubo de
contención de Bacta, "espero no arrepentirme". La sith sonreía de manera poco tranquilizadora.

Una vez abrió, la mujer se abalanzó sobre la humana y la sujetó por el cuello obligándola a ponerse de puntillas.
– Antes te hice una pregunta- le susurró al oído-: quiero escuchar la respuesta.

Marla apenas podía respirar y sujetaba con ambas manos el antebrazo de la sith.

– Estás en el Survivor. Soy Marla, tu… tu nueva propietaria- la miró fijamente a los ojos y algo en su interior le dijo que no
mentía, aún así no soltó su presa.
Desesperada, con una de las manos tanteó nerviosamente el cinto hasta dar con el transmisor, apretándolo con fuerza
accionó el botón y, con un grito mezcla de furia y dolor por la descarga recibida, la mujer arrojó lejos a Marla.
– Un sólo movimiento y no dudaré en ordenar que disparen- sonó una voz a su espalda, mientras se retorcía entre
convulsiones asiendo el collar que le oprimía la garganta.

Dentiles y dos soldados más apuntaban con sus blasters a la mujer, el droide médico había dado aviso al puente de mando
mientras Marla era atacada.
Lentamente se arrodilló levantando los brazos y ofreciéndole las muñecas al hombre que la estaba amenazando.
– A la espalda- ordenó.

Estaba cansada de recibir ordenes, pero las opciones eran pocas cuando te estaban apuntando con tres armas a menos de
dos metros de distancia.
Mientras. La joven se había incorporado frotándose las enrojecidas marcas de los dedos que empezaban a aparecer sobre la
piel.
La sith se giró poniendo las manos atrás, a la altura de la cintura, ofreciéndoles nuevamente las muñecas. Un soldado tomó
las argollas de seguridad y las colocó con sumo cuidado mientas el tío de Marla se le acercaba.
– Te dije que era una mala idea subirla a bordo- la reprendió de mal genio-, ¡ya le habías devuelto su libertad, maldita sea!
Deberíamos haberla dejado a su suerte en Tatooine.
– Lo siento- sollozó-. Creí que podía controlar la situación yo sola. De todas maneras- levantó la cabeza-, no me ha matado
y es buena señal.
– Probablemente no lo ha hecho porque pensaba utilizarte como rehén. Mira, hijita...- su enfado había mitigado al ver la
preocupación en el semblante de su sobrina-, necesitas aprender muchas cosas todavía acerca de la vida, y una de ellas es
que no se puede confiar en gente de su calaña.
La sith sonrió desafiante, entrecerrando los ojos y dejando ver sus afilados dientes.

– De momento y para más seguridad de todos, permanecerá encerrada en uno de los compartimentos de la bodega de
carga.
Marla no se atrevió a contradecir a su tío, suficientes problemas estaba causando como para llevarle la contraria.

 

El compartimiento en el que la recluyeron era lo suficientemente espacioso como para cargar varias toneladas de material,
dos hileras de cajas con piezas de repuesto se apilaban en una esquina. Una vez se marcharon, la dejaron totalmente a
oscuras y se guió por sus sentidos a través del recinto, buscó un camastro o algo que se le pareciera pero ni siquiera le
habían dejado una manta. Aunque el frío era notable, todavía se encontraba cansada y se tumbó en el suelo, con los brazos
detrás de la cabeza a modo de almohada y los pies cruzados uno encima del otro. El dolor de las costillas había
desaparecido.
Así que aquella humana pretendía ser su propietaria, carcajeó divertida por su nueva situación. Al menos sería más
manejable que el Hutt, tal vez podría utilizarla en su propio beneficio.
Lentamente el sueño se apoderó de ella y quedó profundamente dormida en mitad de la sala… Las pesadillas regresaron.

 

En su lujoso camarote, Marla seguía sin comprender la rabia incontrolada con la que había sido atacada. Estaba segura que
la mujer sith sabía cuál era su nueva situación, que no se encontraba entre enemigos y, aúun así, no había dudado un
segundo en reaccionar de aquella manera.

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Accionó uno de los paneles de holo-video e introdujo el único libro que le había servido de ayuda hasta ahora. Tomó asiento
y esperó a que aquella reliquia le ofreciera una vez más la información que tantas y tantas veces había visionado.
Una imagen borrosa surgió del panel proyectada holográficamente en el centro de la habitación, no tenía más de cuarenta
centímetros de tamaño y, aunque fluctuaba con la luz siendo apenas visible, se intuía la imagen a escala de una persona.
Lentamente y entre chasquidos y zumbidos provocados por la mala calidad de sonido, la imagen y la voz se hicieron más
nítidas.
– Saludos, joven aprendiz de la Fuerza- era un anciano que permanecía estático con las manos recogidas en los huecos de
las mangas y con actitud calmada, un sable láser colgaba del costado  y vestía las clásicas ropas de un jedi–. La lección de
hoy versará sobre los sith, una de las más abyectas y temibles órdenes de la Galaxia.
La imagen se tornó borrosa unos segundos para al final aparecer con toda nitidez, a pesar de las veces que había visto aquel
holo- libro no lograba contener un escalofrío cuando contemplaba a un autentico caballero jedi del pasado.
– Los sith, una antigua y legendaria orden de hombres y mujeres guerreras que consagraron sus vidas al servicio del lado
Oscuro de la Fuerza, perdiendo así su poca humanidad. En un principio también pertenecieron a la orden de los caballeros
jedi; siendo una raza fuerte y bien entrenada en los caminos de la Fuerza pronto se convirtieron en sus paladines, haciendo
retroceder al mal a lo largo de toda la galaxia. Las gentes los adoraban e incluso algunas razas los tomaron por sus dioses y
poco a poco sin que apenas pudieran percibirlo, el reverso tenebroso fue extendiendo sus negras garras aprovechándose de
su orgullo, haciendo mella en sus corazones, tornándolos crueles y fanáticos. Acabaron creyendo que sólo ellos tenían
derecho a utilizar la Fuerza pues era un don inherente a su gente, así que atacaron al concilio de los caballeros jedi, dejando
atrás un rastro de sangre y desolación. Pero ése fue el principio de su fatídico final- la imagen fluctuó de nuevo-. Todo buen
aprendiz de los caminos de la Fuerza sabe perfectamente que es el lado Oscuro el que lo utiliza a uno mismo,
aprovechándose de sus debilidades para su propio fin y no al contrario. El que piense que puede controlar el lado Oscuro es
un necio, así pues joven aprendiz, aleja de tus pensamientos todo temor, pues el miedo es el primer paso hacia el reverso
tenebroso de la Fuerza- el anciano permanecía sereno durante toda la alocución, transmitiendo una sensación de paz que
llenaba el corazón de Marla de un serio respeto -, actualmente no se conoce de la existencia de ninguna criatura
perteneciente a los sith, pues su oscuro culto fue abolido y su luz se extinguió hace decenios. Sin embargo la Fuerza siempre
esta en continuo movimiento y no se puede asegurar con toda certeza que en algún oculto rincón de la galaxia pueda quedar
con vida…- la imagen se tornaba de nuevo borrosa hasta desaparecer dejándola expectante como siempre, con la ilusión de
que el anciano continuara con su disertación.
Se acercó a la enorme escotilla del camarote y observo la inmensidad del espacio. La oscuridad y el vacío del exterior le hizo
recordar a la sith, pero incluso en la oscuridad brillaban millones de pequeñas estrellas, pensó. Frotó la enrojecida piel del
cuello y agito la cabeza intentando olvidar lo sucedido.
Había tomado una decisión  mucho antes de encontrarla y, a pesar de todos los impedimentos en su camino, no iba a cejar
en el empeño ahora que tenía la oportunidad de llegar a ser una jedi, a tan sólo unos cientos de metros, en la bodega de
carga de la nave.

Sigue -->
ECOS DEL LADO OSCURO.

Autor: El Kender

II Parte
Despertó empapada en sudor. Hacía meses que sus pesadillas no eran tan intensas y reales. Se incorporó y, durante un
segundo, sintió una leve presencia, pero aquello era imposible. El collar le impedía tener cualquier tipo de sensación o
contacto con la Fuerza, así que lo achacó a la reminiscencia del mal sueño.

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Una vez sus ojos se acostumbraron a la oscuridad deambuló examinando a conciencia los contenedores. Todos eran de
víveres y piezas de repuesto, nada de interés.

Rió de buena gana: ¿qué esperaba encontrar? ¿Un blaster que le permitiera abrir la puerta, llegar al puente de mando y
tomar el gobierno de la nave? ¿Y después qué? "Tal vez un crucero de placer por el borde exterior", sonrió con ironía. Ya no
era tan joven como para pensar en aventuras y ahora se encontraba en manos de una  chiquilla que se alardeaba de
otorgarle la libertad. Si esperaba que con eso iba a ganar su respeto estaba muy equivocada, a la menor ocasión se
marcharía; nadie volvería a decirle a qué hora levantarse, qué comer, qué vestir o cuándo y dónde dar la vida por la suya.
Las luces se encendieron de repente obligándola a cubrirse los ojos con la mano.
Cuatro soldados escoltaban a Marla.
– Hola– saludó amablemente.

La sith ni siquiera se inmutó. Cruzó los brazos poniéndose a la defensiva. 

– Siento haber sido tan brusca el otro día, pero no me dejaste elección– se disculpó visiblemente afectada–. Dejadnos a
solas– ordenó a los soldados.
– Pero señora, yo…

– Sé perfectamente cuáles son las órdenes de mi tío, no tienes de qué preocuparte. Y ahora, si nos disculpas...– miró
fijamente al soldado.
– Está bien, pero si surge cualquier inconveniente no dude en avisarnos.

Una vez se marcharon, la joven se acercó a un pequeño contenedor sentándose en él seguida de cerca por la mirada de la
sith.
– Todavía no sé cuál es tu nombre– sonrió, procurando que no se hiciese evidente su nerviosismo.
– Yadra– el nombre sonó como un mazazo sobre metal.
A Marla le costó tragar y pronunciar la siguiente frase.

– ¿Sólo eso? Creía que los jedis teníais nombres más elaborados– fingió no saber que era.
La sith estalló en crueles carcajadas.

– ¿Una jedi?– calló de repente– ¿Crees que soy una jedi? Mi nombre es Darth Yadra, y si piensas que soy una de esos
"bobalicones bienhechores de la Galaxia" que se auto proclaman como jedis, estás muy equivocada– de nuevo asomó una
rabia contenida a sus ojos.
Con los brazos en jarras, la mujer se había acercado hasta encararse con ella, mucho más amenazante que en el incidente
de la unidad médica. Marla palpaba el cinto para asegurarse que el transmisor disruptor se encontraba allí.
– Lo siento– balbuceó al principio, y después las palabras salieron como un torrente –. Si he comprado tu libertad no es para
que seas mi esclava, ni mi guardaespaldas personal… Quiero que me enseñes los caminos de la Fuerza– dijo con
vehemencia.
Yadra la miró fijamente creyendo que se burlaba de ella.

– Pretendes que te enseñe lo que no está en mi mano– dijo fríamente–. Y aunque fuese así, no lo haría.
– Creí que tú eras…

– ¿Sí? ¿Qué es exactamente lo que piensas que soy?– sonrió con ironía.
– Una sith– bajó la mirada avergonzada.
– Creo que eres un poco dura de oído– se burló–. Sencillamente no puedo. ¿Crees que si pudiera controlar la Fuerza sería la
esclava de un Hutt pudriéndome de asco en ese planetucho?– la joven comenzaba a irritarla.
– Acaso no es inherente a tu raza el conocimiento de…
– Fin de la conversación– se giró apoyándose con el hombre en la pared.
Marla estuvo a punto de añadir algo, sin embargo, dejándose llevar por los sentimientos agarró a Yadra del brazo obligándola
a que no le diese la espalda. Fue un error.
La sith reaccionó instintivamente a su vez. Se dio la vuelta golpeándola con el dorso de la mano, haciéndola retroceder para,
a continuación, darle una patada en el abdomen que la hizo caer de espaldas. Yadra saltó sobre ella sentándose a horcajadas
con el puño levantado a punto e caer sobre su cara. Algo en la expresión de la joven la detuvo. No vio el miedo en sus ojos,
tan sólo determinación.
– Una vez te advertí que no me tocaras– continuaba amenazante.
– Sólo te pido que me ayudes, después serás libre de ir donde quieras.
Tras unos segundos la sith se incorporó.
– Entonces encuentra una manera de quitarme este collar. Es el que inhibe mi control sobre la Fuerza.
Marla se incorporó dolorida pero con una media sonrisa que intentaba ocultar el dolor de los golpes.

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– Quedan unas horas para llegar a Coruscant, creo que allí encontraremos ayuda– le ofreció una mano que fue rechazada.
– Nadie dejará que ponga un pie allí.

– Eso no es problema. Encontraré alguna solución viable– sonrió abiertamente dirigiéndose hacia la salida.
– La próxima vez, intenta ser más precavida y… mantén ese disruptor lejos de mí– entrecerró los ojos.
La sonrisa se borró de su rostro mientas salía.

El resto del viaje continuó sin ninguna otra incidencia. Marla procuró evitar al máximo el contacto con la sith, más para no
levantar las sospechas de su tío sobre sus visitas que por ella misma. Aún así sabía que le sería muy difícil quitar aquel collar
controlador de su cuello.
Ni siquiera creía que Yadra hubiese caído tan fácilmente en la pequeña mentira que había contado, no tenía ni la más remota
idea de por dónde iniciar la búsqueda. Tal vez en la biblioteca de Coruscant encontrase lo que buscaba.
En un principio le pasó por la cabeza la idea de dirigirse a la escuela de jedis, pedir lo más educadamente posible el hablar
con un maestro y que él se lo quitara. Pero aquello sí que era algo descabellado. La mera presencia de Yadra suponía una
alteración que no sería bien recibida… Además se tenía a su raza por extinta. Definitivamente lo descartó.
Mientras, en la bodega de carga Yadra realizaba unos ejercicios de lucha sith. Una forma de combate que tan sólo ella
conocía.

Había dispuesto algunos de los contenedores de forma que obstaculizaran el camino de una parte a otra de la bodega.
Vendándose los ojos con el viejo cinto inspiróo profundamente, se relajó y emprendió la carrera. Saltó por encima de uno
girando sobre sí misma en el aire y al caer, golpeó lateralmente a izquierda y derecha derribando dos pequeños recipientes
de engranajes. Las piezas cayeron esparciéndose por todo el suelo con gran estrépito. Continuó subiendo a grandes saltos
sobre otros tres containeres, dando patadas giratorias a cada salto. Si su maestro pudiera verla asentiría con aprobación.
Allí arriba realizó una serie de golpes y katas tan rápidos que apenas se podía seguir el movimiento, dio un último salto y fue
a parar de bruces contra el suelo.
Se levantó lanzando un grito de furia. Odiaba no poder sentir la fuerza, odiaba a todos los malditos jedis y se odiaba a sí
misma.
Una vez que se había sentido el inmenso poder de la Fuerza, del lado Oscuro, nada volvía a ser igual. Se convertía desde
aquel día en un fiel amante, una especie de droga que podía otorgar más de lo que ningún mortal anhelara… Tan sólo un
leve atisbo de su atractivo y se había transformado en una fiel seguidora.
Pero ahora ya no estaba. Nada. Tan sólo un gran vacío que la llenaba con la desesperación de saber que tal vez jamás podría
sentir, alterar y controlar las cosas como cuando era una auténtica sith.

 

Las luces del puerto de atraque se encendieron en el momento de aproximación de la nave. Decenas de pequeños droides
mecánicos deambulaban de una parte a otra dispuestos a realizar las pertinentes reparaciones que toda nave requería
después de un largo viaje estelar.
Éste había durado menos de lo que pensaban. Los paseos por el Hiper-espacio, como los solía llamar Dentiles, hacían mella
en los cascos de todas a pesar de los deflectores. Adentrarse sin ellos en un viaje a la velocidad luz, a parte de una
insensatez, significaba la muerte segura por desintegración del casco de la nave. Si por un casual el ordenador de abordo
daba un salto sin que los escudos estuviesen alzados, la nave acabaría siendo un mero recuerdo convertida en polvo estelar.
Pero éste no era el caso, sólo un piloto novato o inexperto haría algo así.
El Survivor se posó con la suavidad que le permitían sus más de doscientas mil toneladas. Inmediatamente, los pequeños
droides se pusieron manos a la obra como uno solo. En la otra punta de la pista una comitiva de recepción les esperaba.
La primera en bajar fue Marla, que corrió al encuentro de sus padres con la alegría de regresar al hogar reflejada en el
rostro. Abrazó efusivamente a su madre y después a su padre que la besó en la mejilla sonriente. Keridian había sido un
antiguo piloto rebelde al igual que su tío, uno de los supervivientes al asalto de la Segunda Estrella de la Muerte. Rondaba
los sesenta y siete años pero aparentaba diez menos, el ejercicio como soldado en su juventud aun le mantenía en forma si
bien el paso del tiempo le había formado una incipiente barriga y su pelo era totalmente blanco. Una pequeña cicatriz en la
mejilla izquierda, así como el ceño fruncido le otorgaban  un aspecto de cierta seriedad, pero era una persona afable y
bonachona.
Por el contrario, Deraidala, su madre, poseía la frescura de los treinta; a pesar de haber entrado casi en la cincuentena, una
larga melena pelirroja y rizada como la suya, así como el rostro pecoso le conferían un aspecto aniñado y travieso. Siempre
estaba de buen humor.
– Pero mírate, pequeña– la sujetó por los hombros –, estás delgadísima. ¿Se puede saber qué te dan de comer en ese trasto
que tu tío se empeña en llamar nave?
– Poco más o menos lo que aquí– Dentiles se acercó extendiendo la mano –, y no es ningún trasto– replicó con los brazos en
jarras mirando orgulloso la nave.
– Vamos, tenemos asuntos pendientes que tratar con urgencia– la expresión afable de Keridian había desaparecido mientas
le saludaba–. Hemos tenido algunos problemas desde que os marchásteis.

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– Creo que no son los únicos que tenemos– miró de reojo a Marla, que bajó la cabeza avergonzada.

– ¿En que lío te has metido esta vez jovencita?– le reprendió amablemente– No habrás comprado otra de esas reliquias jedis,
¿verdad?
En ese instante reparó en la decena de soldados armados que formaban una doble fila, flanqueando el paso a una figura
vestida con ropajes oscuros, encapuchada y con argollas de seguridad. Esto no le dio buena espina.
– ¿De quién se trata? ¿Algún saboteador?– entrecerró los ojos intentando ver su rostro.

– De alguien que puede traernos muchos quebraderos de cabeza y todo por una niñería– miró de nuevo a Marla.

Keridian se abrió paso entre los guardias hasta situarse frente a la sith, que le superaba en estatura. Una sola mirada  a los
tatuajes de la cara y los ojos enrojecidos fue suficiente.
Regresó junto a su hija.

– ¿De dónde… cómo…? ¿te has vuelto loca?– estaba visiblemente afectado–. Vayamos a casa– tomó a su esposa del brazo y
se retiraron, seguidos de cerca por la escolta de soldados.
A bordo de una lanzadera se dirigieron al sur de Coruscant evitando los puestos de aduana, que obligaban a todas las naves
que no fuesen del planeta a pasar un riguroso control de mercancías.
Yadra fue recluida en uno de los habitáculos estancos con dos soldados en la puerta, mientas Marla recibía una dura
reprimenda de su padre.

– Esto ha ido demasiado lejos, ¡una jedi oscura! Nada más y nada menos que una sith…– aferraba con fuerza el vaso de licor
Kill que tomaba para calmar los nervios–. Durante años hemos dejado que fantasearas sobre la Fuerza, incluso permitimos
que intentaras pasar las pruebas de la academia jedi porque simplemente lo consideramos una afición pasajera de juventud–
dio un largo sorbo–, pero esto ha ido demasiado lejos. Mañana daremos parte al Consejo para que hagan lo que sea
pertinente con ella.
– Pero…

– No hay pero que valga– dejó el vaso con un golpe sobre la mesa, saliendo airado de la sala de reunión de la lanzadera.
Su madre la tomó suavemente del brazo.

– No te preocupes cariño– le susurró–. Esta noche lo hablaré con tu padre y todo se solucionará.

– Ella me ha prometido no causar problemas, de veras...– murmuró apenas. Jamás había visto con tal enfado a su padre.
– Si eso es cierto, tal vez consiga cambiar su modo de pensar– le revolvió amorosamente la cabellera.

 

Desde su llegada al planeta-ciudad había permanecido en el más absoluto de los silencios. Taciturna, debido a la gran
cantidad de recuerdos que se agolpaban en su mente pugnando por salir. Se había jurado a sí misma que si recuperaba la
libertad, el lugar de la galaxia al que menos gracia le haría regresar era precisamente allí…
... El humo provocado por los bombardeos acabó en unos pocos días y los despojos que quedaban del poderoso Ejército
Imperial fueron recluidos en grandes naves-prisión. Todos a excepción de una orgullosa sith que, aún sin poderes, les hizo
retroceder con la furia de sus ataques.
Pero el orgullo dio paso a la desesperación y por fin al abatimiento cuando se dio cuenta de que era la única superviviente.
La última de una raza de fieles servidores al Emperador Palpatine.
Varios jedis la interrogaron durante días, tanto física como mentalmente hasta dejarla exhausta. Tan sólo su fuerte voluntad
la ayudó a no perecer, cosa que hizo ganarse su aprecio a los miembros del consejo. Al contrario de su despiadado Señor,
ellos se mostraron magnánimos enviándola a Tatooine –por consejo de Luke– donde pagaría por sus actos. Privada de todo
poder y sólo con sus propios recursos, viviría allí hasta el final de sus días pues nadie le prestaría ayuda ni le sería permitido
abandonar el planeta... La estaban condenando a una muerte segura y se jactaban de ser nobles.
Pasó mucho tiempo en el desierto, bajo la ardiente mirada de los dos soles. Aprendió a sobrevivir y a encontrar agua en
aquel árido paraje, incluso llegó a construir un tosco refugio en una de las cavernas abandonadas por los moradores de las
arenas.
Evitaba el contacto con cualquier caravana, con los desagradables jawas y, sobretodo, con los molestos moradores que,
salieron tan mal parados después de dos incursiones en su refugio, que la dejaron en paz.
Casi siete años interminables, en los cuales había cambiado sus ropajes por las pieles de los animales que cazaba cuyos
colores la ayudaban a confundirse con el paisaje. Siete años en los que, por más que meditara y lo intentara, no tuvo la más
leve señal de la Fuerza. Por el contrario, una extraña paz se apoderó de su espíritu, tal vez la soledad y la falta de contacto
con otras razas era lo que necesitaba para calmar el odio y la sed de venganza que la corroía.
Una mañana tuvo la desgracia de toparse con una barcaza Hutt quien, a cambio de las exóticas pieles que tenía
almacenadas, le ofreció su ayuda para escapar de Tatooine. Si sus poderes hubieran seguido vigentes la habrían advertido
sobre la falsedad de sus palabras... pero aceptó. Tiempo después se encontró drogada y despertando con la cabeza dándole
vueltas en una sucia y pequeña celda.

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El odio que parecía haber mitigado regresó con más intensidad y desde entonces y hasta el encuentro con la muchacha de
cabello rojizo, había peleado para enriquecer a Lur–duzz y conservar su vida, con la esperanza de lograr algún día la tan
ansiada libertad que una y otra vez le prometía.
Y ahora se encontraba de regreso al hogar... Apenas pudo esbozar una sonrisa dolorida.

 

El palacio se extendía hacia las alturas más allá de donde alcanzaba la vista. Grandes columnas de verde mármol jaspeado
flanqueaban el pórtico de entrada. Coronado por decenas de torres, cúpulas y bóvedas de todo tipo, era uno de los más
importantes del sector burocrático en el que se encontraban. Al igual que cuando aterrizaran con el Survivor, una pequeña
comitiva de mayordomos y guardia personal les esperaban.
Marla, junto a sus padres y su tío, entró directamente al palacio. La joven lanzaba discretas miradas hacia la sith que era
conducida por la escolta hacia la parte trasera del edificio. No tenían celdas de seguridad, así que imaginó que la encerrarían
en uno de los pequeños habitáculos para droides.
Una vez en el salón principal, Keridian se encaró de nuevo con su hija.

– Esta vez te has pasado de la raya– la reprendió con más calma– Esa... esa criatura es del todo malvada, no podrás
encontrar ni un ápice de bondad en su corazón. ¿Cómo se te ocurre tan siquiera traerla a este planeta? Sabes perfectamente
que a esta hora los jedis ya estarán al tanto de su presencia.
– Ella prometió no causar problemas– evitó contarle lo del collar inhibidor–: tiene una deuda conmigo.

– ¿Una deuda? ¿Acaso crees que alguna de su "secta" está acostumbrada a cumplir sus pactos? Créeme: en el pasado ya
tratamos con los de su calaña y no me gustaría tener a una bajo mi propio techo.
– ¿Por qué no le damos el beneficio de la duda?– intervino Deraidala tomando la mano de su marido para calmarle– Si, como
dice Marla, tiene una deuda con ella tal vez la cumpla.
– ¿¡Pero es que os habéis vuelto locas las dos!?– las miró con expresión de asombro– Estáis diciendo que acatará su deber
para con Marla. Un servidor del Emperador sólo vive para el engaño y la intriga, ¿cómo voy a darle una oportunidad?
Vosotras no vísteis lo que hicieron en el pasado en los últimos días del Imperio. Hasta el mismísimo Vader respetaba a la
guardia personal de Palpatine, y me estáis pidiendo que acepte a una sith en mi casa, en mi propia familia.
– Padre– siempre le llamaba así cuando quería tratar algún asunto importante –, si algo malo ocurriese aceptaría toda mi
responsabilidad. Crees que soy una niña todavía pero ya soy responsable de mis actos. Cuando compré su libertad sabía
perfectamente que no sería de tu agrado– le miró fijamente–. Yo me encargaré de ella, no te preocupes.
Keridian se quedó pensativo unos segundos observándola detenidamente. Había crecido mucho el último año y ya había
cumplido veinte, sin embargo seguía viéndola como a la niña revoltosa que jugaba a ser jedi luchando con los soldados de
asalto del imperio entre las columnas del gran salón. Tenía los mismos ojos violeta de su madre y eso le hacía recordarla
cada vez que los miraba, como también había heredado de ella una testarudez sin límites. Al final no le quedó otro remedio
que ceder.
– Está bien– sonrió acariciando su mejilla–, no sé cómo pero siempre te sales con la tuya. Sólo te pido a cambio una cosa–
Marla le miró expectante–: que la mantengas vigilada todo el tiempo y si pasara algo, tendrás que ser consecuente con tus
actos.
La joven apenas pudo contener la alegría y dio un fuerte abrazo a su padre que se sonrojó ante la disimulada sonrisa de
Deraidala.

 

El lugar donde la encerraron esta vez apenas tenía dos por dos metros y olía a grasa y aceite para engranajes. No había
pasado ni una hora cuando la puerta se abrió de nuevo y Marla entró.
– ¿Cuándo vendrán a buscarme?– interrogó con brusquedad.
– Como te dije, no tienes de que preocuparte. Acompáñame.
Yadra la miró extrañada. ¿Le estaría tendiendo una trampa que la llevase a los jedis sin resistencia?
– Antes quiero saber hacia dónde vamos– entrecerró los ojos.
– A tu habitación personal. ¿O prefieres alojarte aquí, con toda esta suciedad?– señaló el suelo manchado.
Siguiendo los pasos de Marla accedió a un pequeño recibidor con una escalera de caracol doble. Subieron por la izquierda y
recorrieron un largo pasillo flanqueado por enormes puertas que desembocaba en una sala circular abovedada. Las paredes
de la estancia y el suelo de mármol junto con las columnas estaban decoradas como si de una carta de navegación estelar se
tratase, con cientos de pequeños planetas y estrellas. Tal era su realismo que si alguien entraba en aquella sala, tenía la
impresión de hallarse suspendido en mitad del espacio.
Atravesaron el observatorio, tomaron un elevador al final de un corto corredor  y subieron a la última planta.

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Allí se encontraba una estancia en una pequeña torre acristalada desde la cual sé tenía una increíble vista de parte de la
ciudad. La habitación estaba totalmente vacía a excepción de un panel de control en un lateral de la puerta. Marla procedió a
teclear bajo la atenta mirada de Yadra.
Del suelo ascendió una mesa circular metálica, tan sólo un disco que permaneció flotando a un metro del suelo, dos asientos
idénticos en cada extremo. Un pequeño droide de servicio salió de un compartimiento de la pared.
– Buenas tardes, señorita Marla– el droide tenía un vago aspecto humanoide.
– Hola Azul– sonrió.

– Hace tiempo que no viene por aquí– giró sobre sí mismo varias veces.

– He estado ocupada últimamente. Ésta es Yadra, nuestra invitada y a partir de hoy estarás bajo sus órdenes.
Los sensores ópticos se dirigieron hacia la sith que le gruñó entre dientes. El droide se apartó.
– Te servirá bien– dijo sentándose a la mesa.

Se dirigió hacia el ventanal quedándose allí, observando los inmensos edificios y el trafico aéreo. Coruscant había cambiado
poco durante el tiempo que había permanecido fuera.
– Ejem – tosió intentando recabar su atención.
– ¿Sí?– dijo sin girarse.

– En esta mesa encontrarás un panel desde el que cual podrás controlar la habitación. Los primeros accionan una cama y un
pequeño armario a tu derecha, el tercero un monitor desde el que podrás ponerte en contacto conmigo o con el droide.
También podrás buscar información y tener acceso al banco de datos de…
– Mañana– la interrumpió.

– ¿Cómo?– se sorprendió, pues estaba observando la imponente figura de la sith a contraluz.

– Mañana comenzaremos a  buscar la manera de quitarme el collar– se giró con un brillo en los ojos que le produjo un
escalofrío–. Cuanto antes lo hagamos… antes comenzara tu entrenamiento.

Marla se recuperó. La pasión y el fuego que había brillado por unos segundos en sus ojos la habían asustado y atraído a su
vez.
– Está bien, a primera hora pasaré a buscarte– dio una palmada en la cabeza circular del droide y se marchó.

Incluso cuando bajaba por el elevador en dirección a su habitación, sintió de nuevo el escalofrío al recordar aquella mirada.

siguiente...
continuación...
Keridian ofreció un vaso de licor Kill a Dentilles mientras tomaba asiento en la larga mesa del Consejo. El salón de reuniones
donde últimamente pasaba tanto tiempo era impresionante, al igual que el resto del palacio de la familia Telk. Una tenue luz
azulada emitida desde unas esferas acopladas a las paredes iluminaba la estancia, grandes tapices con las enseñas de sus
antepasados adornaban los fríos muros entre ellas.
El viejo piloto observó con más detenimiento a su amigo, unas pequeñas ojeras le hacían parecer cansado, al igual que la
lentitud de gestos. Era como si hubiera envejecido al menos diez años de golpe.
– Dime, viejo amigo, ¿qué es lo que te preocupa?– le ofreció una sonrisa franca dando un sorbo.
– Las cosas no van bien, Dentilles, ya estaban mal cuando os marchásteis y han empeorado– se recostó en el respaldo alto
de la silla, visiblemente agotado.
– ¿Todavía no habéis solucionado ese lío de la esclavitud y el tráfico de armas?– se reclinó sobre la mesa dejando el vaso.

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– Peor, no sólo no hay acuerdo del Consejo sino que los jedis han abandonado las negociaciones sin dar ninguna explicación.
– ¡¿Cómo?!– se atragantó con el segundo sorbo.

– Lo que oyes. Al parecer tienen algún tipo de problema interno. No dieron más explicaciones, ya sabes cómo son siempre de
enigmáticos. Sin embargo eso no me preocupa– se acercó para hablar en susurros–. Esos malditos embajadores Hutt han
puesto de su parte a la mitad de los burócratas del nuevo senado y tal vez no logremos erradicar la esclavitud de la Galaxia–
gesticulaba aparentemente ofuscado–, y no se han conformado con eso, he logrado saber gracias a mis confidentes, que han
sobornado a varios de ellos. Por más que intentemos poner orden en este caos de burocracia y antiguas leyes imperiales,
siempre encontramos trabas de algún tipo.
– ¿Han intentado algo contigo?– frunció el ceño preocupado, pues conocía las artes de los Hutt.

– Por supuesto– sonrió amargamente, su amigo parecía leerle la mente como antaño–. Se hizo una gran fiesta para todos,
creíamos que así los senadores dejarían sus rencillas particulares de lado, pero no fue así. De hecho, los Hutt fueron los que
más tratos realizaron, lo que les habría costado meses conseguir lo lograron en una sola noche– dijo con ironía–. No tengo
idea de lo que les han ofrecido o cómo les han amenazado, pero ya sea por dinero o miedo, la mitad del senado está de su
parte. Si consiguen dos tercios de los votos, será otra ley imperial con la que no podremos terminar.
– Entonces los jedi se han quedado al margen… como en los viejos tiempos...– levantó el vaso brindando con Keridian–.
Siempre he creído que los burócratas no creaban más que complicaciones– palmeó su hombro–, quitando lo presente...–
ambos rieron de buena gana y el cansancio abandonó momentáneamente su ánimo.
– Dentro de dos días habrá otra fiesta– enseñó la holo-tarjeta a Dentilles–. Hemos sido invitados y tengo la sensación de que
van a intentar algo durante los festejos. Ha habido mucho movimiento en los últimos días y eso no es bueno, créeme.
El silencio se hizo entre ellos. Habían combatido en el pasado codo con codo pilotando sus Ala-X, habían salido con vida de
incursiones en las que compañeros de la Academia la perdieron, incluso sobrevivieron al ataque a la segunda Estrella de la
Muerte. Quizá su destino era velar por la seguridad de otros hasta el final de sus vidas.
– El acto será en la residencia del archicanciller Rholok.

– ¿En la casa de ese Mon Calamari chiflado?– sonrieron de nuevo.

– Puede parecer un poco excéntrico, pero tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros– llevaban el tercer vaso y su
conversación se tornaba más animada–. Yahí no termina todo.
– ¿Qué se le ha ocurrido esta vez? ¿Un baile con Gothals de Antar-4? Suéltalo ya, no tenemos toda la noche.
– Un baile de disfraces– terminó de beber y se recostó de nuevo.

Dentilles se atragantó y tosió varias veces ante la aparente expresión de satisfacción de su amigo

– ¿Un baile de disfraces? ¿En mitad de una crisis política como esta?– enarcó las cejas–. Lo que yo decía, chiflado del todo.
– Tal vez haya sido influenciado por algún mal consejero, pero eso nos dará libertad para movernos y tratar de convencer a
los senadores advenedizos que se unan a nuestra causa.
– En fin, creo que he bebido demasiado– se incorporó, no sin esfuerzo–. Todavía no sé cómo dejo que me des ese licor
infecto, hasta un Banta lo rechazaría.
– Hay otra cosa que me preocupa…

– La mujer sith– tomó asiento de nuevo–. También a mí, viejo amigo, también a mí.
Un tenso silencio se alzó entre los dos.

– ¿Qué crees que debemos hacer con ella? He dado orden de que la mantengan vigilada, pero me inquieta sobremanera su
presencia.
– Es lógico, los suyos fueron los más fieles seguidores de Palpatine, él mismo se encargó de aleccionarles en el Lado Oscuro–
hizo un gesto con la mano a modo de burla.
– Marla parece muy segura de su vínculo de libertad– repiqueteaba con los dedos sobre la mesa–. Siempre la hemos dejado
hacer lo que quisiera pero una cosa es ser jedi y otra muy distinta pretender que una sith te enseñe los caminos de la
Fuerza– suspiró agotado.
– Déjala un tiempo, los test que le hicieron en la academia dieron negativo. Es del todo imposible que nunca tenga el más
mínimo atisbo de la Fuerza– sonrió apenado recordando la depresión que le produjo a su sobrina ese hecho–. Una vez se dé
cuenta de ello abandonará como lo hacen todos los jóvenes; a su edad, la cabeza está llena de proyectos y sueños...
¿Recuerdas cuando pretendimos alistarnos a las tropas de asalto del Imperio? Nos parecía algo magnífico el hecho de poder
llegar a pilotar una nave propia…, hasta que vimos lo que de verdad se encontraba detrás.
El droide mayordomo se acercó con un nuevo recipiente de Kill, ambos ofrecieron con prontitud los vasos y se quedaron
mirando. Las canas y arrugas desaparecieron por un momento y se vieron a sí mismos como los jóvenes impetuosos que a
los diecisiete años robaron una lanzadera imperial, esquivaron las defensas rebeldes de Talus y se plantaron en la base,
rodeados de soldados que les apuntaban con sus blasters, exigiendo ver al general rebelde para darle sus respetos,
entregarle la nave y alistarse.
El tiempo siguió su curso y Keridian mandó al droide que se retirarase.
– Éramos jóvenes– murmuró Dentilles–, espero que esto no sea otra locura de juventud– apuró su vaso de un trago, saludó
torpemente y se retiró canturreando por lo bajo.

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Keridian se relajó, la conversación le había quitado algo de peso de encima pero… un vaso más de licor no le iría mal para
descansar del todo. El droide se acercó.

 

Al amanecer, Marla se levantó mucho antes de lo que acostumbraba. Se puso un cómodo traje de color gris, unas botas de
cuero blando y un cinto rojo con el emblema de su casa: una esfera plateada con dos aguamarinas engarzadas. Recogió el
rizado pelo en una larga coleta y ya salía a toda prisa cuando se acordó del disruptor; lo tomó de encima de su escritorio y lo
ocultó en el cinto. Era demasiado pronto como para confirmar en la sith totalmente.
De camino a la torre pasó por las cocinas. Le costó elegir la comida, preparó una bandeja y se dirigió hacia el elevador
sonriente, esperaba que le gustara la sorpresa a su futura mentora.
La puerta se abrió al llegar al torreón pero allí no había señal de Yadra. Tan sólo la mesa y los dos asientos circulares
permanecían en el centro de la estancia como el día anterior.
Alarmada dejó la bandeja sobre la mesa y accionó el teclado. Azul salió de su compartimiento en la pared.

– ¿Dónde esta la mujer que vino ayer aquí conmigo?– preguntó agachándose hasta la altura de sus receptores ópticos.
– ¿Se refiere a la señorita Yadra? Me pidió una túnica oscura y salió– se limitó a responder.

– ¡¿Que salió?!– gritó, la alarma dejaba paso al miedo– ¿A dónde?– miraba de un lado a otro con nerviosismo.

– Necesitaba un medio de transporte, le di el código de acceso a los hangares de las naves– el droide respondía con
sinceridad mecánica.

– ¿Pero cómo… he podido ser tan estúpida?– murmuró entre dientes– ¿Y le has dado el código? ¿Por qué os fabricarán tan
competentes?– refunfuñó para sí misma.
De nuevo a la carrera, recorrió el palacio de parte a parte hasta los hangares, cruzándose en el camino con dos consejeros
de su padre que se apartaron ante su ímpetu. Allí introdujo el código de acceso en una consola, las dobles puertas se
abrieron con un siseo.
Dio un rápido vistazo a la estancia repasando todas las naves y vehículos. Al fondo se veía un espacio vacío, reclamó la
atención de un pequeño droide mecánico que transportaba una bujía que le doblaba en tamaño.
– ¿Quién se ha llevado la nave que falta allí?– señaló y la cabeza del droide giró ciento ochenta grados.

– Anoche una mujer pidió transporte, se lo dimos y marchó– los mecánicos estaban programados sólo para esa tarea así que
no les echó la culpa por haberle entregado con tanta facilidad un vehículo de escape.
Yadra había tomado una rápida moto-jett Indra 1200, la más moderna y veloz de ese modelo, le sería difícil alcanzarla pero
daría con ella, todas las naves tenían un localizador oculto que, en caso de robo, llevabaan rápidamente hasta los ladrones.
Al menos tenía una ventaja sobre la sith que ésta desconocía.
Sacó de una taquilla un casco y se lo ajustó mientras montaba en otra moto- jett, si bien ésta no era tan rápida. Monitorizó
en la pantalla su localización y no le fue difícil encontrarla: se dirigía hacia el antiguo distrito imperial.
Sin pensárselo dos veces, accionó el acelerador a la máxima potencia, se inclinó sobre la carcasa de la moto- jett y partió a
más de trescientos kilómetros por hora.
Avanzando a través del enloquecido tráfico aéreo de la ciudad acortó distancias con Yadra. El antiguo sector imperial era
ahora una zona restringida, pues la mayoría de los edificios amenazaban ruina y se había proclamado por unanimidad en el
senado, declararlo como un monumento que recordase la locura de un hombre que quiso doblegar a toda la Galaxia.
Una enorme cúpula transparente de energía rodeaba todo el lugar, dos enormes droides de vigilancia flanqueaban la entrada
a través de un pórtico hexagonal. Marla se detuvo frente a ellos.
– Soy Marla de Telk, hija del senador Keridian. Necesito entrar para realizar unas investigaciones históricas– les mostró su
identificación y esperó que los droides la creyeran.
Durante unos segundos la observaron y a continuación la puerta energética se abrió para dejarle paso. La joven suspiró
aliviada e, intentando aparentar calma pasó. La puerta se cerró tras ella.
Gran parte de los edificios se hallaban a medio derruir dejando a la vista las vigas metálicas y las estructuras pero
conservando todavía un cierto toque de magnificencia. Grandes boquetes horadaban las calzadas allí donde los bombarderos
rebeldes habían hecho mella. Pasó junto a una fuente de agua estancada y le extrañó que todavía un hilillo de agua saliera
de uno de los surtidores. La vegetación había recubierto algunas paredes dándole un aspecto siniestro, allí todo traía
sensaciones de oscuridad y temor, como si la presencia del emperador se agarrase a cada piedra.
De cuando en cuando miraba en el monitor la lucecita roja que le señalaba la posición de la moto-jett cada vez más cercana.
Dobló una esquina y fue a parar a una amplia calzada de oscuras losas brillantes. El paseo principal hasta la residencia
imperial de Palpatine; una doble fila de enormes figuras encapuchadas de la misma piedra oscura a derecha e izquierda la
invitaban a seguir camino. Algunas de ellas habían sido destruidas y los cascotes inundaban la calzada, con lo que Marla se
vio obligada a realizar varias maniobras para llegar a la enorme escalinata.
Allí se encontraba la Indra que Yadra había robado, pero por más que intentó localizarla no vio ningún rastro.

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¿Que había traído hasta allí a la sith?
Alzó la mirada hasta el imponente palacio, uno de los más grandes de todo Coruscant.

Haciendo acopio de valor, inició la ascensión por la escalinata hasta las puertas. Tan sólo una de las hojas metálicas quedaba
en pie, la otra se hallaba derribada en el suelo, multitud de impactos de blaster se veían en las paredes y las columnas de la
residencia. El combate con las fuerzas imperiales debió ser impresionante.
Se asomó con timidez subiéndose a la puerta de medio metro de grosor que le impedía el paso, apoyada en el quicio echó
una mirada al interior. La tenue luz que entraba apenas dejaba ver más allá de veinte metros con claridad, todo el hall se
hallaba en penumbra. En algunas zonas donde el techo había cedido penetraba un rayo de luz amarillenta que le daba un
aspecto aun más tétrico al lugar.
Respiró profundamente intentando ahuyentar los malos pensamientos y entró.

Cuando la luz se hizo escasa, tomó una pequeña linterna que había cogido de la moto-jett e iluminó el camino. En un
principio, captó todo a su alrededor, paseando el halo de luz por las gigantescas columnas que sostenían las cúpulas y el
techo. El enorme silencio que reinaba no hizo sino ponerla más nerviosa... Avanzó despacio intentando no tropezar con los
restos del suelo procurando hacer el menor ruido posible. Al cabo, dio con las huellas de unos pies que habían revuelto la
capa de polvo que lo cubría todo, enfocó hacia donde se dirigían y descubrió una puerta entreabierta al final del hall. Esta vez
se apresuró a seguir el rastro lanzando nerviosas miradas hacia todos lados.
La puerta dejaba el paso justo para entrar de lado. Intentó moverla para tener más espacio en el caso de que tuviera que
salir corriendo, pero le fue del todo imposible, tan sólo la sith tenía la fuerza suficiente como para hacerla ceder.
Se encontraba ahora en una estancia un poco más pequeña pero no por ello menos impresionante. Las columnas eran mucho
más grandes y estaban grabadas a lo largo de toda su superficie en espirales que se entrelazaban. Quedó impresionada por
la belleza de sus formas.
Continuó siguiendo las pisadas y, de repente, casi a mitad del camino, desaparecieron. Por más que buscó en derredor no
encontró nada, tan sólo las suyas más pequeñas y paralelas a las de Yadra.
Sintió un extraño hormigueo en la nuca y un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿Qué estás haciendo aquí?– la voz de la sith sonaba apenas en un susurró detrás de ella.

Lentamente, Marla se dio la vuelta hasta encararse con Yadra que la observaba a tan sólo un palmo de distancia de su
rostro. Su expresión seria y el brillo de los ojos rojizos la habrían obligado a retroceder pero se había quedado inmovilizada
por el miedo, su pulso se aceleró y respiraba con rapidez.
– ¿¡Qué estás haciendo aquí!?–  elevó el tono de voz que sonaba profunda y grave.
– Es… escapaste– logró balbucear.

Se movió con tal rapidez hacia la oscuridad que la joven dejó de verla, la túnica negra la ayudó a fundirse con las sombras.
Tomó la linterna que había caído al suelo e iluminó las columnas hacia donde suponía se había dirigido. No vio nada.

– ¿¡Por qué me haces esto!? ¿Qué lugar es éste?– gritó furiosa enfocando de lado a lado intentando localizarla de nuevo.
El largo silencio fue interrumpido por la voz de Yadra, ahora suave y cálida, rememorando el pasado…

– Pudimos gobernar la Galaxia– hizo una breve pausa. Marla sujetaba con ambas manos la linterna pues le temblaba el
pulso– ... Pero la traición y un giro inesperado en la Fuerza nos venció. Éramos temidos por muchos y respetados por otros,
que vieron en nosotros una forma de gobierno justa. Teníamos en un puño a la rebelión, pero el orgullo y la sobrestima de
Palpatine sobre las fuerzas rebeldes, así como la traición de Vader supuso el principio del fin.
Marla seguía la voz de Yadra que se movía entre las columnas y ahora se oía desde su izquierda.
– Aquellos que creíamos nuestros aliados se levantaron en masa contra la "opresión" del Imperio y, lenta pero
inexorablemente, fuimos derrotados– soltó un leve suspiro–. Mi padawan fue asesinada por esos a los que tú llamas jedis…
He venido aquí buscando paz, intentando encontrar algo de lo que se nos arrebató, pero no queda nada.
Yadra apareció de improviso a su lado y la joven dio un respingo, comenzaba a estar un poco cansada de las apariciones
fantasmales de la sith y el lugar no acompañaba para nada en su animo.
– Acompáñame– dijo mientras se dirigía hacia el fondo de la estancia.
Marla tuvo que acelerar el paso hasta lograr alcanzarla, no se explicaba cómo podía caminar con tanta rapidez sin apenas
hacer ruido ni levantar polvo con la túnica.
Llegaron al fondo y se pararon frente a la estatua de una figura encapuchada como las que había visto en el exterior, si bien
ésta parecía mucho más amenazante. Durante un segundo Yadra examinó la estatua y con reverencia la tocó. Marla
observaba con detenimiento sin saber quée estaba haciendo la sith. Con una luz mortecina, la estatua comenzó a brillar y
una puerta se deslizó hacia adentro justo en mitad de ella. Yadra entró en la oscuridad sin pensárselo dos veces.
Impresionada, la joven la siguió unos pasos por detrás. Perdió toda noción del tiempo y con la linterna sólo iluminaba la
espalda de la sith, bajaron por un corredor que las obligaba a estar agachadas unos cientos de metros y después por una
escalera de caracol excavada en la roca que parecía interminable.
De repente Yadra se paró y Marla dio de bruces con su espalda. Intentó averiguar porqué se habían detenido y se lo iba a
preguntar, cuando la sith desapareció de nuevo.

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Iluminó hacia delante y vio una enorme cámara circular. Entró y Yadra permanecía en el centro, el silencio era absoluto y tan
sólo escuchaba su propia respiración, la sith permanecía estática.
La luz que caía sobre ella proyectaba la sombra más allá de donde se encontraba.

Con toda solemnidad, Yadra posó sus manos sobre el pedestal que quedaba fuera de la visión de Marla y entonó una breve
letanía en voz baja. Poco a poco y desde el lugar donde se encontraba la sith, la estancia se llenó de luz, tenue al principio
pero brillante al poco tiempo.
Marla se quedó boquiabierta por lo que vio.

La sala era circular y pequeña y daba paso a un largo pasillo de varios metros de anchura. Cientos de pequeñas figuras
geométricas se apilaban sin orden aparente en los estantes que llegaban desde el suelo hasta donde alcanzaba la vista, ni
siquiera el haz de la linterna llegaba tan lejos. Lentamente caminó por mitad del pasillo, sobrecogida por lo que Yadra le
había mostrado. La sith permanecía sin moverse de la sala circular.
– ¿Qué es todo esto?– la pregunta le sonó ridícula, pues estaba segura de que aquello era una biblioteca.

– Aquí se encuentra toda la historia de los sith, desde el inicio hasta el ocaso– sonrió sin gana viendo la expresión
maravillada de Marla que paseaba con deleite entre los estantes sin atreverse a tocar ninguno de los objetos que contenían–.
Pero ahora no vale nada. Nadie más que yo... y ahora tú, conoce su ubicación.
– Esto… esto tiene que saberlo alguien, no sé– dijo visiblemente emocionada–. Hay historiadores que pagarían una fortuna
tan sólo por verlo...– se dirigió hasta Yadra gesticulando con vehemencia.
– No.

– ¿Cómo que no? Esto es parte de la historia de toda la Galaxia y debe formar parte de todos– sonrió con los ojos brillantes.
– Te permito tomar uno– dijo con firmeza –, pero nada más. Debes jurarme que jamás hablarás de este lugar con nadie.
¿La estaría poniendo a prueba?

– Está bien– la sith le había mostrado su confianza enseñándole aquel lugar y no la defraudaría, le había hecho el regalo más
maravilloso de su vida. Quiso agradecérselo pero Yadra se marchaba.
– Recuerda, sólo uno– lanzó una última mirada llena de recuerdos–. Estaré afuera, no tardes.

Marla se quedó a solas, dándose cuenta de la enorme tranquilidad que se respiraba en aquel lugar.

Paseó a lo largo de los estantes, que no parecían tener fin sin saber cual de los objetos que había en ellos tomar. Casi todos
tenían la misma forma, la de dos pirámides unidas por su base aunque había otros en forma de dodecaedros; los tamaños
variaban yendo desde el más pequeño que se podía sostener entre el índice y el pulgar hasta los grandes, que había que
coger con ambas manos.
Se decidió por uno de tamaño medio que cabía en la palma de su mano y, sin mirar atrás, salió.

Yadra ya le esperaba montada en la Indra, con la capucha sobre la cabeza y el motor encendido. Marla le enseñó con
respeto lo que había elegido.

– Es tarde, será mejor que regresemos– se puso a los mandos dirigiéndose hacia un túnel subterráneo a medio derruir.
Entonces fue así como había burlado los droides de la entrada principal, sonrió. La sith tenía muchos recursos guardados en
las mangas de su amplia túnica.

Sigue -->
ECOS DEL LADO OSCURO.

Autor: El Kender

III Parte

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De vuelta al palacio, Marla borró del ordenador central la salida de los dos vehículos para no levantar sospechas y acompañó
a Yadra hasta su habitación. Una vez allí, tomaron asiento y la joven enseñó con reverencia el holocrón que había elegido. La
sith lo examinó unos instantes y esbozó una leve sonrisa que pasó desapercibida a Marla, pues su atención estaba centrada
en la pequeña figura geométrica.
– ¿Cómo funciona?– le daba vueltas sobre la palma con un dedo.

– Dime. ¿percibes algo? Algún tipo de sensación– sus palabras erandistantes, como las de una maestra con su alumna.
– No– respondió frunciendo el ceño–, es frío al tacto y más pesado de lo que aparenta.
Yadra suspiró levemente.

– Para accionarlo deberás entrar en consonancia con la Fuerza– se lo arrebató en un rápido movimiento.

Dejándolo encima de la mesa puso su mano a unos pocos centímetros de este, cerró los ojos y durante un instante Marla
contuvo la respiración como si algo mágico fuera a ocurrir, se le hizo un nudo en la boca del estómago.
– Es inútil...– se desesperó moviendo la cabeza–, mientras tenga esto en el cuello no puedo hacer nada.
Se levantó y deambuló en círculos por la habitación como un banta enjaulado.

Marla miró otra vez el holocrón desesperada. Con determinación, colocó la mano como había visto hacer a Yadra y se
concentró con todas sus fuerzas. La sith se paró a su espalda y por un instante sintió su presencia observándola.
– Vamos, funciona, vamos– murmuraba con un susurro apenas perceptible, Yadra hizo una mueca irónica.
Los segundos pasaban lentamente, Marla respiraba rápidamente y de repente sucedió.

Para su propia sorpresa y la de la sith el holocrón emitió una tenue luz azulada, la joven apartó la mano atemorizada y la
figura comenzó a girar sobre sí misma vertiginosamente, elevándose en el aire con un zumbido que iba en aumento. Marla se
levantó asustada y tropezó de espaldas con Yadra que permanecía sin moverse detrás, intentó girarse pero el holocrón
retenía toda su atención como si la llamara, atrayéndola.
A veinte centímetros de la superficie de la mesa dejó de girar y la mitad superior se separó elevándose a su vez y dejando
un espacio de casi un metro entre ambas. El holograma de una criatura encapuchada apareció con toda nitidez entre las dos.
Yadra sonrío satisfecha ocultando su rostro en el interior de la capucha, la joven temblaba de emoción, si bien hacía muy
poca falta de concentración, lo había hecho funcionar.
– Arlargth no lar tallai– la voz era gangosa, sonando como cuando alguien intentara hablar bajo el agua.

Marla miró a la sith, había tenido la oportunidad de saber más sobre la historia y la forma de vida de los suyos ¿y tomó un
holocrón de un idioma extinto? La tristeza se reflejó en sus ojos.
– Deja aquí tus esperanzas– tradujo con la mirada perdida en el recuerdo.
– ¿Sabes... lo que dice?– interrogó entrecortadamente.

– Olvidas que soy una sith– la voz de la criatura continuaba escuchándose de fondo mientras ambas se miraban fijamente.
– Callhay rar...

– El camino del lado Oscuro no es fácil– Yadra hablaba a la vez que la figura del holograma.
Ensimismada con el momento se centró en el mismo.

– Grandes sacrificios deberás hacer si un sith quieres llegar a ser, dejarás en el camino amigos, familia y recuerdos,
sacrificándote en cuerpo y alma a la causa– hizo una pausa y la figura cambio a otra más pequeña con tres ojos en su frente
–, pero este sacrificio te comportará más poder del que jamás hayas soñado.
Para Marla solo existía el holograma pues había perdido toda noción del entorno, cada vez mas atraída escuchaba la voz de
Yadra como un eco lejano.
– La apertura de este holocrón confirma que al menos hay una pequeña consonancia del lado oscuro contigo. Con él
aprenderás las nociones básicas del pensamiento y la percepción cognitiva del lado Oscuro, sin embargo serás tu quien
deberá poner en practica lo aprendido. Así como la Fuerza es un poderoso aliado para los jedis, el reverso tenebroso es uno
mucho mas fuerte para los sith. Cuanto más odio...– Yadra dejo de traducir devolviendo así a la realidad a la joven.
– ¿Qué dice?– interrogó apremiante.
– Basta por hoy– pasó bruscamente la mano a través del holograma y el octaedro cayó sobre la mesa con sus mitades
unidas.
– ¿Por qué has hecho eso?– dijo enfadada.
– Ya he comprobado que los jedis estaban equivocados y que al menos tienes un leve atisbo de la Fuerza. Tal vez con todos
sus test y pruebas pasaron algo por alto– iba a decir un lado oscuro pero calló, pues ahora sabía que, seguramente, lo
habrían detectado, pero entrenar a alguien en las artes jedis para que luego se convirtiese en un enemigo no era
contemplado por el Concilio. Tal vez por eso le impidieron su entrada en la academia. Ése era el mayor fallo de aquellos
mentecatos, no por haber entrado en contacto con el reverso tenebroso tenía porqué ser vencido por éste. Varios habían
sido los casos en el pasado en los que un jedi, tras pasar por el trance de enfrentarse a la duda, al miedo y al odio que
irreversiblemente lo habrían llevado hacia el lado Oscuro, salieron fortalecidos y con mayor poder.
Marla lo cogió de la mesa y lo metió en el bolsillo de cuero del cinto.

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– Ha sido un día con demasiadas emociones para ti– se quitó la túnica negra –, mañana continuarás el aprendizaje– hizo una
pausa mirándola fijamente a los ojos–, pero recuerda lo que prometiste: más vale que pongas manos a la obra coneste
maldito collar.
Conteniendo un "gracias", pues sabía que no sería del agrado de la sith, se marchó con una leve inclinación de cabeza.
Se detuvo en el observatorio, consciente por primera vez de lo que había hecho. Sonrió abiertamente, emocionada por las
sensaciones que se agolpaban en su corazón pugnando por salir. Nunca antes había experimentado tal poder como cuando
se abrió el holocrón. Y el mero hecho de hacerlo delante de la que sería su mentora la llenaba de orgullo...
Y el orgullo la hizo sentirse poderosa.

 

Los últimos preparativos para la fiesta de disfraces en casa del archicanciller Rholo se realizaban con toda premura bajo sus
propias ordenes. El anciano Mon-calamari, de casi doscientos años, vestía una toga nogoliana esmeralda y un cinto de color
rojo, el símbolo que le identificaba como archicanciller al cuello. Sus enormes ojos oscilaban de un lado a otro observando
todos los detalles y daba ordenes gesticulando con sus anfibias manos.
– ¡No, no! ¡Por todos los Mynoc de la Galaxia! Eso no va ahí, ¡los estandartes de las casas reales a la izquierda!– gritaba
exasperado, esperaba que aquella reunión sirviera para zanjar asuntos importantes y no quería que nada estuviesefuera de
lugar.
Un androide de protocolo se acercó con su habitual torpeza y ruido de engranajes.

– Señor, tiene una visita– su voz metálica y aguda le desagradaba sobremanera pero reconocía la eficacia del droide.
– Ahora no, T4, estoy ocupado– le hizo una seña despidiéndole.

– Señor, me ha insistido que era urgente– le entregó una pequeña insignia–, Dijo que usted lo entendería.

Era una simple placa de arconita con una G grabada en la superficie, Rholo abrió los ojos de par en par y se puso
visiblemente nervioso.
– Esta bien, entreténle unos instantes, lo suficiente para prepararme– murmuró.

En la sala de espera una figura permanecía oculta entre dos columnas, apoyada en la pared y con los brazos cruzados sobre
el pecho.
Pasó el tiempo y comenzaba a impacientarse cuando el canciller acompañado del droide entró en la habitación.
– Déjanos a solas– le ordenó al droide, que salió de la amplia sala.

– Saludos, Archicanciller Rholo– siseó entre dientes con sorna–. Hacía tiempo...

– Tu presencia es non grata aquí– dijo con firmeza, había cambiado sus ropas y ahora vestía un traje de combate calamari–.
¿Qué ignominia has venido a cometer?
– Me ofendéis, milord– salió de su escondrijo–. Si mal no recuerdo tenemos cuentas pendientes, aunque no es a vos a quien
quiero.
La figura sacó de entre los pliegues de la amplia túnica un sable láser y lo accionó, con un siseo el haz de luz violeta brilló.
A su vez, Rholo sacó un blaster del cinto y le apuntó.

– Esta vez no te saldrás con la tuya– le advirtió–. No sé qué te ha traído hasta aquí pero sí puedo impedir que cometas
alguna felonía...
– Si así lo deseas...– rió con crueldad.
La puerta se abrió y el archicanciller salió visiblemente azorado.
– ¿Se encuentra bien, señor?– T4 se acercó preocupado.
– No... no ha sido nada– resolló–. Nuestro invitado ya se ha marchado, continuemos con los preparativos.

 

A la mañana siguiente la lluvia repiqueteando contra los cristales despertó a Yadra. No estaba acostumbrada a las
comodidades y le había costado conciliar el sueño con un colchón tan blando. Se puso en pie y estiró los brazos flexionando
las muñecas para reavivar la circulación.
Incluso la sábana de seda galantiana le resultaba molesta, así que había optado por dormir semidesnuda sin tan siquiera
taparse.
– Azul– llamó al droide.

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Apareció displicente a través del panel de la pared.
– ¿Qué desea, señora?– mantenía la distancia.
– Comida– se limitó a pedir.

Al instante otro droide de servicio apareció por el elevador con dos bandejas llenas de alimentos multicolores. Yadra hizo un
gesto y los dos desaparecieron rápidamente.
Examinó el contenido de las bandejas, en una había una especie de ensalada de color naranja con varias salsas y en la otra
un ave que no identificó, aderezada con verduras azuladas. La sith arrugó la nariz.
– ¿Pero qué porquería comen aquí?– tomó asiento.

Apartó con un cubierto las hojas de la ensalada, algo se movió en el fondo saltando del plato y comenzó a corretear por la
mesa; con rapidez y tras el sobresalto, la sith ensartó a la "verdura corretona" llevándola a la altura de los ojos para
examinarla. Era una espora con cientos de patas que todavía se movía. Soltó el cubierto sobre el plato y decidió dar buena
cuenta del ave, al menos olía bien. Se equivocó, su carne era tan dura que ni los dientes de un krayt la habrían partido.
Enfadada, tiró las bandejas de un golpe y se puso en pie llamando al droide.
– ¡¿Qué clase de estúpida broma es ésta!?– Azul retrocedió asustado– ¡Ni un banta se comería esta bazofia!

– ¿Acaso no le gusta la comida?– preguntó sin demasiado interés–. La verdad, no he tratado nunca con alguien de su
especie, si me permite decirlo, así que me limité a prepararle lo que creí conveniente.
– Pues creíste mal– se sitúo a su altura–. Ahora vas a traerme lo que te pida, ¿entendido...?
Azul temblaba ostensiblemente y emitía pequeños pitidos.
– ¿Tenéis agua Kothlis?– preguntó muy seria.

– No señora, pero sí tenemos Citrium que es muy parecido.

– Eso valdrá, y un poco de pan de algas nemorianas– se incorporó procurando tener un aspecto amenazador.

– Como desee– el droide salió a toda prisa dispuesto a no cometer ningún error,resbaló en las salsas y fue a dar de bruces
contra la pared. Yadra contuvo la risa y Azul se marchó torpemente.
Cuando al fin tuvo la comida, saboreó todos y cada uno de los bocados. No recordaba cuándo fue la última vez que había
podido elegir lo que comer, y el pan de algas, a pesar de su amargo sabor, era un ingrediente básico en la dieta de los sith.
Una pequeña cantidad proporcionaba gran cantidad de energía, si bien el Citrium no se parecía al Kothlis sith ni por asomo,
sabía igual que elbatido energético que le daban a los niños.
Un droide de limpieza se encargó de retirar los restos así como de limpiar el suelo. Yadra accionó el panel de control de la
mesa y una pantalla salió de la misma.
– Veamos, necesito un buen baño– miró el menú de opciones y eligió la de sauna corporal.

Otra sección de la pared se giró. Tenía forma de cilindro, la mitad era parte de la pared y la otra mitad de cristal. La sith se
acercó y la puerta de cristal se deslizó hacia dentro dejando el espacio suficiente para una persona. Se despojó de la poca
ropa que le quedaba y se introdujo en la cámara.
La puerta se cerró y comenzó a caer agua tibia. Yadra se relajó mientras el líquido empapaba su cuerpo. A una orden, el
agua cambió a fría pues no quería acostumbrarse a una vida de lujo y caprichos.
Conforme los músculos de su espalda se relajaban, el dolor y el cansancio desaparecían, igual que el agua a través del
desagüe de la ducha. Si bien los recuerdos seguían allí, al menos su cuerpo comenzaba a estar en plena forma.
La puerta se abrió y Marla entró en la habitación llevando ropajes nuevos para la sith. Yadra no percibió su presencia a causa
del ruido del agua.
El vapor cubría casi todo el cristal dejando sólo a la vista de cintura para arriba de la sith. La joven, sorprendida por haber
encontrado a Yadra en mitad de un baño, bajó la mirada avergonzada, sin embargo no pudo evitar lanzar una mirada de
reojo. Al poco, sin darse cuenta, la miraba con admiración y estupor. Unas largas cicatrices violáceas le recorrían toda la
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Ecos del lado oscuro de El Kender

  • 1. ECOS DEL LADO OSCURO. Autor: El Kender I Parte Amanecía en Tatooine tras la mayor tormenta de arena que se había conocido en los últimos quince años. Los soles gemelos ascendían lentamente y el calor era apenas soportable. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Tatooine, el tercer planeta de un sistema que ya no registraban las cartas de navegación estelar y en el borde mismo de la galaxia, se había convertido en refugio de toda clase de maleantes, mercaderes sin escrúpulos y los todavía temidos Hutt, que tras la caída del imperio habían asumido el control total del planeta, dejando a sus habitantes bajo un gobierno de leyes que alteraban a su libre albedrío. Sin embargo, el libre comercio de cualquier materia ilegal e incluso el tráfico de esclavos estaba permitido con total impunidad, por lo que se había convertido en un próspero, a la par que encubierto, centro de la mayoría de las operaciones "irregulares" de la galaxia. Si su fama como ciudad peligrosa había sido legendaria durante la guerra entre el imperio y la rebelión, ahora la superaba con creces. A media mañana, los tenderetes y puestos de toldos color arena se apiñaban en las calles sin orden ni concierto alguno, ofreciendo toda clase de exóticos alimentos y materias. Desde los condensadores de vapor, tan valiosos para los granjeros de humedad, hasta las piezas de repuesto para droides de Ajhura de Alderaan una vieja teniente rebelde retirada. La ciudad bullía en una cacofonía de lenguas extrañas. En la antigua república, sus habitantes se referían irónicamente al puerto espacial de Moss–Eisley como "El segundo Senado", pues era la ciudad con mayor afluencia de razas de la galaxia. Pero aquel día, la mayor concentración se encontraba en el centro de la ciudad, abarrotando los puestos del mercado alrededor de un recientemente construido anfiteatro. Con capacidad para mil personas y los últimos adelantos en refrigeración de ambiente por vapor, se convirtió en el orgullo de la ciudad dejando en un segundo término al comercio. Tras la pérdida de interés por las carreras de Vainas, y al ser éstas declaradas ilegales, los Hutt, desesperados al ver disminuir drásticamente los ingresos, idearon la Arena. Al principio, las pérdidas fueron mayores que las ganancias pero, al correrse la voz por el borde exterior de que en Eisley se estaban celebrando luchas a muerte entre combatientes de distintas razas, la afluencia de simples curiosos cambió por las de adinerados comerciantes y los nuevos ricos de la recién instaurada República. Los Hutt, y en especial Lur–duzz, el regente, había organizado un combate para un reducido grupo de influyentes familias que estaban dispuestas a pagar un precio desorbitado en la búsqueda de nuevas y excitantes emociones. En las celdas de la Arena las criaturas y humanoides que las habitaban gemían de dolor o simplemente se limitaban a esperar su hora. Si en el exterior hacia calor, aquí el ambiente era agobiante y opresivo. Una calurosa humedad llenaba el recinto pegándose a las paredes y dificultando la respiración, eso sin contar con el olor a sudor y desperdicios que se apilaban en los cubículos de apenas tres metros cuadrados. Al fondo, en la última de las celdas, una figura permanecía sentada en el suelo con las piernas flexionadas una encima de otra y ambas manos apoyadas en las rodillas, la espalda recta como un poste y los músculos en tensión. Había permanecido así dos días, sin probar bocado, preparándose para el que se suponía iba a ser su último combate antes de ser liberada. Escucho los pasos que se acercaban hasta pararse frente a la puerta, el roce de una tarjeta de seguridad al ser manoseada torpemente y tras unos segundos la puerta se abrió, dejando entrar una tenue luz. Una enorme sombra se cernió sobre ella. – ¡Tú, afuera!– sonó la voz grave del carcelero. No necesitó que se lo repitieran dos veces. Abrió los ojos, flexionó el cuello a la derecha y después a la izquierda desentumeciendo los músculos y se puso en pie. El grueso guardia gamorreano, con su cara porcina y los colmillos asomando por encima del labio superior, le señaló el pasillo. Avanzó con calma por el corredor que conducía a la sala de armas previa a la Arena. Otro guardia le franqueó el paso a la sala en cuyo interior sólo había una fría mesa de metal negro, este último arrojó unos harapos sobre ella. – ¡Vístete!– gruñó, cerrando la puerta. La mujer, que sólo cubría su cuerpo con un pequeño taparrabos, se acercó a la mesa observando una vez más su vieja y ajada ropa. En una época anterior había sido el tejido más caro del Imperio destinado a confeccionar los ropajes de su orden, ahora simplemente eran un viejo recuerdo de lo que antaño fueron. Al acercarse a la mesa para recoger la ropa su rostro se reflejo sobre la pulida superficie. Los tatuajes que cubrían la cara le otorgaban un aspecto amenazador, sonrío irónicamente. Aún podía sentir el dolor al recordar cómo todo su cuerpo había sido marcado ritualmente con el Shitta, un polvo negro altamente venenoso. Una semana tardaron en realizar todos y cada uno de los intrincados anagramas, entre los desmayos y gritos que profirió  por el dolor. Aunque lo peor venia después. Una vez terminado el ritual, el polvo de Shitta se introducía en el sistema sanguíneo
  • 2. produciendo ataques de locura, fiebre o rabia, pocos habían sobrevivido al ritual y los que lo hacia quedaban con alguna secuela para el resto de sus vidas. Sacudió la cabeza intentando borrar el pasado. Se colocó las polainas de cuero negro y las botas, después la oscura túnica corta sin mangas, que ella misma había arrancado y, por último, el cinto con el símbolo de su raza, la doble hache invertida. Las muñequeras que todavía conservaba intactas completaron la vestimenta.  Los dos guardias que habían observado babeantes el lento proceso de la luchadora, entraron sonrientes. Uno de ellos le dio un empujón con su arma, la mujer se giro lentamente y le dirigió una mirada con sus profundos ojos rojizos que le hicieron retroceder. – Es… es la hora– logró balbucear. De nuevo la llevaron a través de un largo túnel hasta una enorme puerta que se abrió silenciosamente, la luz de los dos soles la baño y tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Las gradas estaban totalmente vacías, cosa que le extraño sobre manera. Por el contrario el palco principal, estaba a rebosar. Allí se encontraba Lur–duzz, así como su fiel guardaespaldas Senthi, un wookie de más de dos metros y peor carácter, junto a ellos lo que parecía una familia de Sullust vestidos con sus más ricas galas y otra familia de humanos. Entrecerró los ojos intentando averiguar a qué casa de Coruscant pertenecían pero no portaban distintivo alguno, lo más destacable era la gran cantidad de joyas de las que hacían ostentación. En una rápida mirada vio a unos veinte guardias de seguridad apostados en los rincones en sombras de la grada superior y otros tantos en las torres que sostenían el gran toldo que cubría la arena del infernal calor. Lur– duzz debería contratar a mejores mercenarios, si creía que sus hombres hacían bien el trabajo incluso un jawa se ocultaría mejor. El Hutt, dejó su animada conversación con los invitados y avanzo hacia la balaustrada. – Y bien, mi pequeña, ¿estás lista para tu última actuación?– sonrió irónicamente–. Espero que sea la mejor de tu vida, no me gustaría desagradar a nuestros invitados. Mientas decía esto, se abrió una compuerta justo enfrente de ella y varios guardias salieron a la Arena equipados con grandes lanzas de disrupción, como las que se utilizaban para controlar a las bestias. ¿Que había ideado esta vez aquel maldito Hutt? Un atronador rugido sonó y a grandes zancadas salió de la oscuridad un enorme dragón Krayt. La criatura más temida en el desierto de Tatooine. Medía cinco metros de la cabeza a la cola y casi tres de altura; sus fauces, capaces de partir a un hombre por la mitad de un sólo bocado, arrojaban saliva entre gritos de furia, intentando morder a sus captores que le hostigaban con las lanzas. La mujer entrecerró los ojos aun más frunciendo el ceño y apretando los labios, si Lur– duzz quería un combate espectacular… se lo iba a dar. Una vez en el centro de la arena, los guardias se apresuraron a cerrar la compuerta dejando solos al dragón y a la mujer, que de momento se limitaba a observarle. De fondo, los gritos de animo y la risa del Hutt sólo servia para que su odio hacia ellos aumentara, por lo visto la idea de liberarla no entraba en los planes de aquella babosa infecta, prefería sacrificarla después de todo el beneficio que le había dado antes que otorgarle la libertad. Mientras el Krayt se acercaba lentamente dando un rodeo, la mujer hacia lo mismo hacia el otro lado intentando llegar sin llamar la atención de la criatura, a la panoplia de arcaicas armas que se encontraban cerca de la puerta por donde había salido. De entre los espectadores, una joven que rondaba la veintena miraba concentrada los movimientos de ambos. Hacia días que venia a ver combatir a la mujer y sabía de ella más de lo que podía tener idea el Hutt, que la trataba simplemente como una experimentada guerrera. Si aquel día salía victoriosa cosa que dudaba, la compraría como esclava y guardaespaldas personal con un poco de suerte. Después, le daría la libertad. Un leve movimiento en la cola del Krayt le advirtió que iba a cargar contra ella, así que mientras lo hacia ya había emprendido una alocada carrera hacia las armas sin mirar atrás. Al contrario de lo que podía parecer, la fortaleza y rapidez de su raza era mucho mayor que la de cualquier humano. A tan sólo unos metros de distancia de las fauces de la bestia llegaron a su destino, tomo una lanza de hoja aserrada y girándose le asesto un golpe a la altura del morro. El dragón sorprendido en su carrera por el repentino ataque, echó hacia atrás la cabeza al recibir el tajo en tan delicada parte y sangrando se fue a topar de bruces contra la pared, tirando todas las armas al suelo. Aprovechando la momentánea distracción, la mujer corrió hacia el centro de la arena para tener mayor campo de acción. Apenas había hecho mella en su adversario, pues su piel era tan dura que sólo un blaster pesado era capaz de atravesarla. El corte en la boca no era sino un leve rasguño que sólo consiguió enfurecer más a la bestia; gruñendo y recuperada del golpe cargaba de nuevo contra la mujer. Afianzando los pies en el suelo y con el cuerpo ligeramente ladeado para ofrecer el menor blanco posible, flexiono las rodillas y se preparo para la embestida. El Krayt agachó la cabeza abriendo las fauces de par en par con la intención de apresar esta vez a su víctima, pero unos segundos antes, había emprendido la carrera hacia él; apuntaló el mástil de la lanza en el suelo, dio un increíble salto por encima y girando sobre si misma fue a caer sobre el largo cuello del dragón, justo antes de que las fauces se cerraran donde había estado hacia sólo unos instantes. Lur–duzz, complacido por los apuros que estaba pasando su esclava, reía de buena gana junto al resto de los invitados. Tan sólo la joven parecía no estar disfrutando. La mujer apenas se sostenía sobre el cuello del dragón que la zarandeaba con fuerza de un lado a otro, de momento sólo
  • 3. podía agarrarse con todas sus fuerzas a las protuberancias de la cabeza para no salir despedida, y las piernas se le empezaban a agarrotar con el esfuerzo. Predio su arma y la gran polvareda que levantaba la cola del dragón empezaba a molestarle en los ojos y la garganta. Fue entonces cuando se percato de que el cuerno de la frente, al golpearse contra la pared se había desgarrado un poco y sangraba. Una idea descabellada le paso por la cabeza. Poco a poco se deslizo por el cuello, los brazos llenos de pequeños cortes del roce con las escamas. Llego hasta su objetivo y soltándose rápidamente se agarro con ambas manos al cuerno, comenzando a tirar con todas sus fuerzas en un intento de arrancarlo. El krayt, furioso, golpeaba en vano con la cola a aquella molesta criatura pero no la alcanzaba, daba giros y volteaba la cabeza pero la mujer se aferraba con obstinación al cuerno con todo el cuerpo en tensión por el esfuerzo. Ante la desesperación del Hutt que veía indefensa a su criatura y gritaba furioso, palmeando con sus cortos brazos el enorme pecho, el cuerno empezó a ceder. Los intentos del Krayt por desprenderse de su jinete hacia más fácil la tarea, pues con cada giro del cuello, el cuerpo de la mujer ejercía todo el peso sobre el cuerno y ya casi lo había arrancado. Al final cedió. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Con un chasquido se desprendió de la frente y una gran cantidad de sangre comenzó a manar por la herida, ahora el dragón apenas podía controlar sus actos y su instinto natural de depredador había dejado paso a una furia incontrolada. Al quedar solamente sujeta por las piernas, en una última sacudida la mujer salió arrojada por el aire agarrando con fuerza su trofeo. Intento en vano mantener el equilibrio cayendo de bruces sobre el costado izquierdo. En la grada los espectadores gritaban ahora con todas sus fuerzas fuera de sí por tal hazaña, sin embargo, en el rostro de Lur–duzz una mueca de ira le hacía temblar el labio y babear ostensiblemente. Sobreponiéndose al dolor, el dragón centro su atención de nuevo en la presa que tantos problemas le estaba dando. Y como, era de esperar, atacó con furia. Apoyándose en el cuerno la mujer se incorporó con dificultad, el golpe la había dejado sin aliento y apenas sentía el brazo izquierdo. Examinó el cuerno, tenía unos sesenta centímetros de longitud y, a pesar de las apariencias, era bastante ligero. Una vez más se apartó de las mandíbulas de la bestia en el último instante. Giró sobre sí misma y clavo hasta la mitad la improvisada arma en la panza del Krayt que rugió de dolor, sin soltarse fue arrastrada en su loca carrera; la sangre seguía manando del lugar donde había estado el cuerno manchando de carmesí la arena. Al final, las fuerzas parecieron abandonar a la criatura yendo a desplomarse pesadamente junto a la pared cercana donde se encontraba la grada principal. Tras unos segundos de silencio en los que sólo se podía escuchar al Hutt riendo y atragantándose con su propia carcajada, el publico irrumpió en vitorees y aplausos. Aunque ninguno de los dos contendientes parecía haber sobrevivido, el placer de ver derramarse sangre ajena y el de tratarse de una actividad ilegal había llenado de tal éxtasis a los ricos comerciantes que no les molestaba en absoluto haber perdido su dinero en las apuestas. Todos se asomaban por encima de la balaustrada para ver al Krayt con el cuello torcido y la sangre brotando de sus fauces abiertas. De la mujer ni rastro, posiblemente había muerto aplastada por el peso de la criatura. Los créditos y las joyas cambiaron de mano, yendo a parar casi todas a las del acaudalado Hutt. Tan sólo la joven humana seguía asomada con una mueca de desolación en el rostro, había leído mucho sobre aquella legendaria orden y la idea de comprar su libertad era lo único que la había retenido hasta ahora en Moss– Eisley, pues su fama era de sobra conocida. No había nadie en la ciudad que no hubiese oído hablar de la legendaria luchadora extrañamente tatuada, que triunfaba una y otra vez en la Arena. Debía de tratarse de una impostora que simplemente había sido maquillada para hacer más vistoso el espectáculo pero, aún así, no podía dejar de mirar el cuerpo del dragón decepcionada. Ya se retiraba, cuando una de las escamas del costado se agrietó y del interior de la criatura asomaron veinte centímetros de un ensangrentado cuerno. La joven abrió los ojos de par en par: una y otra vez el cuerno asomaba y desaparecía del costado dejando una fisura cada vez mayor. Unas manos abrieron con torpeza la carne desde dentro y, poco a poco, la mujer que había luchado contra el dragón se arrastró penosamente afuera. Embadurnada de pies a cabeza en la sangre verdosa y las entrañas de la criatura, quedó junto a su cuerpo resollando, intentando hacer que algo de aire fresco llegara a los pulmones. Una arcada recorrió su cuerpo y vomitó. El hedor provocó que los invitados de Lur se taparan la nariz con las mangas de sus lujosas túnicas. El Hutt se apresuró a acercarse a empellones para ver lo que ocurría y al asomarse emitió un gorgoteo, mezcla de ira y de sorpresa. – ¡Ughta lar ggnorria!– gritó a su lugarteniente. Senti, el wookie, desenfundó su blaster y se dispuso a disparar contra la mujer. "¿Acabar con ella?", pensó la joven. "Después de la increíble hazaña que habían contemplado y la recompensaba con… la muerte". – ¡No!– gritó con todas sus fuerzas. El wookie se giro sobresaltado apuntando a la humana, el resto de los comerciantes se apartaron visiblemente asustados. Intentó abrirse camino hasta el Hutt pero Senti le bloqueo el camino. Lur–duzz le ordenó que la dejara pasar.
  • 4. – ¿Cuánto pides por ella?– señaló a la arena. – Lo siento, no está en venta– le guiñó un ojo–. Éste era su destino desde el primer día, nadie sale vivo de la Arena. ¿Qué creerías que pasaría si se corriese la voz de que voy dando la libertad a mis esclavos? Las pérdidas serían desastrosas. – Puedo ofrecerte todo el dinero que desees– extrajo un disco negro de una bolsita del cinto. – Te repito que no esta en venta… Además, no creo que tengas lo suficiente– al oír hablar de un posible negocio la mente del Hutt comenzó a calcular. – ¿Cien mil créditos de Coruscant serán suficientes?– le alargó el disco. – Mira, no te llevas un saldo, la has visto actuar y es la mejor… No hay trato– se giró sobre su pesada barriga retirándose. – ¡Ciento cincuenta!– grito desesperada. Se paró junto al arco que conducía a sus dependencias personales flanqueado por el wookie, riendo de buena gana. – Veo que hablamos el mismo idioma– gorgoteó entre dientes– Ciento setenta y cinco y será toda tuya. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Sacó del cinto otro disco más pequeño y se los entregó al wookie. – Ciento sesenta es todo lo que llevo encima– le miró fijamente–. Es mi última oferta. Durante unos instantes el Hutt dudó. – Puedes llevártela. Y ahora déjame tranquilo– desapareció tras el arco. Una vez se marcharon todos los comerciantes, un pequeño jawa salió de las dependencias del Hutt y la guío a través de una escalera de espiral hasta la arena. El servicio de limpieza ya había retirado el cuerpo del dragón y tan sólo la mujer guerrera permanencia allí tendida inmóvil en la arena. El pequeño ratero del desierto le entregó un transmisor y se marcho con una corta carrera. Doblada sobre sí misma la mujer permanecía inmóvil. Al acercarse percibió el hedor de la sangre de la criatura. Arrugando la nariz con desagrado y venciendo el temor, intentó comprobar si estaba en buen estado o al final había fallecido tocándola con un dedo. – Tócame…– resolló con dificultad–... y te mato. La joven se retiró asustada, mientas la mujer se incorporaba tambaleante, el brazo izquierdo colgando del costado y el derecho apretando su abdomen. – Mi… mi nombre es Marla de Telk– procuró aparentar entereza –, de la casa de Veridian en Coruscant, una de las más influyentes de todo… –  Eso está muy bien– apenas podía hablar y el costado le ardía–. ¿Vas a ayudarme?– trastabilló– ¿O me darás toda la lista de tus cargos? Su visión se nubló y Marla la sujetó apenas en su caída. Había perdido el conocimiento y el excesivo peso la hizo caer con ella encima. Le costó un gran esfuerzo libarse. Se arrodilló junto al inerte cuerpo y la examinó más detenidamente. Comprobó que no se trataba de maquillaje sino de auténticos tatuajes que cubrían por completo su piel. Medía alrededor de metro ochenta y cinco y su constitución era asombrosa; los músculos perfectamente marcados sin llegar a la exageración de los matones de gimnasio y la ancha espalda, denotaba un gran entrenamiento. Su cabeza estaba rasurada y unos pequeños cuernecillos asomaban de ella. Por un instante estuvo tentada de tocar la piel marcada pero recordó la advertencia y se contuvo. Reparo en una fina argolla de color negro en su cuello y cayo en la cuenta del receptor que le diera el jawa, Lur– duzz  lo debía utilizar para controlarla. Sacó un comunicador del cinto. – Dentiles, ven con tres hombres a buscarme a la Arena y trae contigo un kit médico y un transporte. – A sus órdenes, alteza– afirmó el hombre–. Salimos inmediatamente hacia allí. siguiente
  • 5. continuación... Una vez instalada en la camilla flotante la condujeron hasta el deslizador de arena y así hasta el muelle de carga 123-AA, al sur de Moss-Eisley, siempre bajo la atenta mirada de Marla, el droide médico inspeccionaba con un escáner manual su costado. – Tiene fracturadas tres costillas y una casi le ha perforado el pulmón izquierdo, el hombro se ha dislocado. Por lo demás, sólo tiene unos leves rasguños en los brazos y piernas producidos por el roce con algún material rugoso- dictaminó con voz metálica y desinteresada-. Una semana en un tanque Bacta y se recuperará. El hangar de atraque era lo suficientemente grande como para albergar dos naves de tipo Corelian, pero tan sólo un carguero Mon-Calamari ocupaba todo el espacio. Los robots de mantenimiento mecánico se apresuraban en sus tareas cambiando viejas piezas y reparándolas por otras de dudosa procedencia adquiridas en la ciudad. Una gran manguera de refrigerante para el motor principal colgaba del casco de la nave y al entrar Marla, un hombre de pelo cano se acerco hasta ella cuadrándose al llegar a su altura. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Todo listo y preparado para partir, tan sólo queda ensamblar el nuevo soporte deflector principal- sonrió con aire marcial. – Sabes que no me gustan todos estos formalismos, Dentiles- se adelantó dándole un efusivo abrazo-. Y menos tratándose de mi tío favorito. – Lo sé, pequeña, lo sé, pero es la costumbre del protocolo- sonrió ésta vez de manera más abierta-. Y bien, ¿qué es lo que nos traes? Se aproximaron a la camilla que flotaba a un metro de altura del suelo, Marla presiono el botón de apertura de la cubierta y su tío dio un paso atrás al reconocer a la mujer, a la que habían colocado un respirador artificial.   Durante un segundo el oficial predio la compostura, obligándose a sí mismo a recuperar la entereza después de la sorpresa. – Pequeña… ¿sabes qué es esta mujer? ¿Te das cuenta de todos los problemas que nos puede acarrear su simple transporte hasta Coruscant?- le reprendió con firmeza. – No creo que nadie deba saber al llegar a casa cuál es mi nueva "adquisición"- sonrió pícaramente-. Y, por supuesto, que sé de quién se trata. Su tío no pudo más que encogerse de hombros y saludando de nuevo con una leve inclinación de cabeza, se encamino hasta los robots mecánicos azuzándoles para que se apresuraran en sus últimas reparaciones. Ascendieron por la rampa de carga y el robot guió la camilla hasta la sala médica de la nave, con ayuda de otros dos que allí se encontraban, desnudaron a la mujer, le pusieron un corto traje elástico y la introdujeron con todo cuidado en el tanque Bacta, suspendida en el líquido ambarino y con la máscara de respiración, el jefe médico tecleó el código de recuperación así como las zonas donde los microscópicos cristales Bacta reparadores de tejido debían actuar. Después apagó las luces dejando sólo la de emergencia y se desactivó. Instantes después, Marla entró con sigilo. Se apoyó contra una de las bandejas médicas de la pared y observó a la mujer. Había aprendido bastante acerca de su raza en los holo-libros pero jamás pensó que pudiera dar con una. La información que pagó a aquel mercante de Tilus-2 valía su peso en créditos. Desde pequeña se había sentido fascinada por los Jedis, sus códigos de honor, la Fuerza y todo lo relacionado con ellos. Tras la caída del emperador, el afamado Skywalker, junto a su hermana Leia, eran los únicos que parecían estar interesados en reorganizar la orden, así como el extenderla por todo el Universo conocido. Y les iba muy bien. Sinembargo, cuando la joven se presentó expectante al cumplir la mayoría de edad ante el consejo, no fue aceptada. La frustración de saber que su escasa habilidad para entrar en consonancia con la Fuerza, no le permitía entrar a formar parte de la nueva academia y se sumió en una depresión que la llevó a buscar más información sobre los jedis en un último intento de ser una de ellos. Fue una casualidad que aquel hombre tuviese entre sus mercancías media docena de holo-libros preguerras-clon. Dos de ellos estaban estropeados y eran totalmente inútiles, pero el resto le habían obsequiado con valiosa información sobre la historia de la antigua República, los hechos que la llevaron a su disolución y el triunfo del Emperador Palpatine. Pero fue en el último donde encontró una amplia referencia a los Sith, los caballeros oscuros perseguidos y supuestamente aniquilados totalmente. Si bien los Sith tenían fama de una total falta de bondad o clemencia en sus corazones, tenía la esperanza de que Ella la aceptara como alumna. Era una idea descabellada, creía que si aprendía las nociones básicas de la fuerza, una vez desarrollada, llegaría sin dificultad alguna a ser Jedi.   Las últimas defensas caían inexorablemente ante el avance de la rebelión y el reducido grupo corría a través de los pasillos de la que había sido residencia de Palpatine, tambaleándose, pues el suelo y las paredes retumbaban con cada impacto de los bombarderos Ala- B. ¿Qué pretendían aquellos locos?, ¿derrumbar todo el maldito edificio sobre sus cabezas? Tan sólo quedaban cuatro de los cien que formaran la guardia personal del Emperador. Los otros habían sido derrotados por
  • 6. la superioridad numérica de los rebeldes, no sin antes infringirles un buen numero de bajas. Sin embargo ni todos los sables de luz ni toda la Fuerza fueron capaces de detenerles. Ahora huían a la desesperada, el odio reflejado en sus semblantes; Darth-Silen y su compañera se detuvieron en un recodo frenando inesperadamente la marcha, el resto tropezaron con ellos en la carrera.   Un grupo de rebeldes entraba por el otro extremo disparando sus rifles blaster, el stih extendió sus brazos con rapidez intentando bloquear la gran cantidad de haces de luz con un escudo de fuerza. Sin embargo este abrió los ojos de par en par asombrado cuando dos impactos le atravesaron el costado y el abdomen, cayo pesadamente sobre el frío suelo. El resto ni siquiera sintieron desaparecer la fuerza de su cuerpo… al fallecer el Emperador junto con la segunda Estrella de la Muerte, se libero tal cantidad de fuerza Oscura que esta la absorbió momentáneamente de todas las criaturas que la utilizaban. Yelem, su padawan, se lanzó furiosa contra ellos, blandiendo la hoja verde azulada. Barrio el pasillo frenéticamente, deteniendo todos los disparos, cortando y sajando la carne de sus adversarios que caían ante tal frenesí. Esto les dio tiempo de retroceder a las otras. Al poco tiempo, ella también cayo abatida. Las dos mujeres tomaron otro pasillo transversal que llevaba directamente a un elevador hacia el hangar de las naves. Ya no importaba el imperio tan sólo la supervivencia. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Nada más abrirse la puerta y salir, un impacto de blaster atravesó el pecho de la pequeña. Una gran cantidad de soldados rebeldes llenaba el enorme espacio apostados entre las naves. Sin preocuparse de su propia seguridad dejo caer el sable de luz y se agacho junto a ella. – Lo hicimos bien ¿verdad?- sonrió con un hilillo de sangre en la comisura de la boca. La mujer sith no tenía idea de a qué se refería su padawan. – Por supuesto, pequeña- le devolvió la sonrisa. – No dejamos…- tosió- que esos malditos rebeldes nos vencieran. – No, claro que no- la acunaba entre su regazo mientas los soldados se aproximaban apuntándolas con sus armas -, les hemos dado una buena -, fanfarroneo. Pero ya no la oía, la fuerza había abandonado su cuerpo. Un semicírculo de rebeldes la rodeaba sin que les prestara atención. Abrieron un poco las filas dejando pasar a un hombre vestido con sencillos ropajes oscuros, incluso antes de que lo viera sintió su imponente presencia. Lentamente extendió el brazo para atraer su sable hasta la mano, pero nada sucedió. La mezcla de sentimientos: desconcierto, odio y dolor por la perdida hicieron mella en su animo. Como era de esperar, el lado Oscuro la había abandonado cuando más lo necesitaba. – Jedi, haz tu trabajo y márchate- murmuro. – No he venido a terminar con tu vida- dijo con sinceridad-, siento lo de tu amiga. Se arrodilló junto a ella. – Percibo el rencor creciendo en tu interior, todavía estas a tiempo de cambiar si quieres- esbozó una media sonrisa. – No soy el traidor de tu padre- las palabras parecieron herirle -, soy presa fácil, acaba con lo que has venido a hacer y déjame en paz con todas tus monsergas acerca del bien y el mal. Luke sacó un fino collar oscuro y lo puso en el cuello de la Sith, una gran pena le invadía. Ahora sabía cómo debería haberse sentido Obi-Wan cuando su padre aceptó el lado Oscuro como vía para desarrollar sus poderes. Unos meses después fue encontrada por Lur-duzz. Despertó en una fría cámara de piedra, desnuda de cintura para arriba, la babosa y un grupo de sus guardaespaldas expectantes. – Eres muy testaruda, sino quieres ser mi bailarina personal veremos qué tal te defiendes en la Arena. Será un placer ver cómo te destripan mis criaturas...- rió de buena gana. El droide de tortura levantó una vez más el látigo-láser disponiéndose a golpear la ensangrentada espalda de la mujer. Cerró los ojos apretando los dientes, se escuchó un zumbido y luego, el dolor…   …Abrió los ojos de golpe. Se encontraba dentro de un tanque Bacta, pero no recordaba como había llegado  hasta allí. La última imagen que tenía era la del rostro de una humana de ojos violetas. Observó la penumbra de la habitación circular, una serie de paneles médicos se alineaban en las paredes y un droide permanecía de pie con la cabeza gacha en una esquina. Las luces se encendieron y el robot se acercó hasta el tanque, la sith se colocó en el otro extremo mientras este manipulaba rápidamente un código en el panel. Lentamente el líquido fue evacuándose a través de unas ranuras en el suelo hasta que la mujer se quedó de pie, a duras penas, pues los músculos estaban adormecidos a causa de la larga convalecencia. – La paciente ha despertado- comunicó con voz metálica al aire. Marla entró rápidamente frenándose en seco ante el recipiente, se quedó mirando expectante a la sith que la miraba con el
  • 7. ceño fruncido. – Por fin has despertado...- su voz sonaba entrecortada-. Me alegro. Se acercó lentamente hasta encararse con la humana que vestía una sencilla túnica roja. – ¿Quién eres tú y qué demonios hago aquí?- hablaba con firmeza, como quien está acostumbrado a dar órdenes. – No te preocupes, ahora estás entre amigos- sonrió amablemente-. Saldrás en cuanto termine el código de rehabilitación. Pudo escuchar el leve zumbido de un temporizador. – Te has recuperado más rápido de lo que pensábamos, tienes una gran resistencia- dijo con franqueza. El panel terminó su conteo hacia atrás y el zumbido dejó de oírse. Unas argollas de seguridad bajaron del techo cerca de la sith. – Lo siento pero será mejor que de momento te las pongas- dijo azorada-. Mi tío no se sentirá tranquilo si tiene a alguien… alguien como tú deambulando por la nave a sus anchas. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – No pienso hacerlo- afirmó cruzándose de brazos levantando la cabeza con orgullo. – Pero entonces no podrás salir del tanque- titubeó-. Es simple rutina. – No pienso hacerlo. La joven dudó unos segundos pensando en las advertencias de su tío y después se dirigió al panel que abría el tubo de contención de Bacta, "espero no arrepentirme". La sith sonreía de manera poco tranquilizadora. Una vez abrió, la mujer se abalanzó sobre la humana y la sujetó por el cuello obligándola a ponerse de puntillas. – Antes te hice una pregunta- le susurró al oído-: quiero escuchar la respuesta. Marla apenas podía respirar y sujetaba con ambas manos el antebrazo de la sith. – Estás en el Survivor. Soy Marla, tu… tu nueva propietaria- la miró fijamente a los ojos y algo en su interior le dijo que no mentía, aún así no soltó su presa. Desesperada, con una de las manos tanteó nerviosamente el cinto hasta dar con el transmisor, apretándolo con fuerza accionó el botón y, con un grito mezcla de furia y dolor por la descarga recibida, la mujer arrojó lejos a Marla. – Un sólo movimiento y no dudaré en ordenar que disparen- sonó una voz a su espalda, mientras se retorcía entre convulsiones asiendo el collar que le oprimía la garganta. Dentiles y dos soldados más apuntaban con sus blasters a la mujer, el droide médico había dado aviso al puente de mando mientras Marla era atacada. Lentamente se arrodilló levantando los brazos y ofreciéndole las muñecas al hombre que la estaba amenazando. – A la espalda- ordenó. Estaba cansada de recibir ordenes, pero las opciones eran pocas cuando te estaban apuntando con tres armas a menos de dos metros de distancia. Mientras. La joven se había incorporado frotándose las enrojecidas marcas de los dedos que empezaban a aparecer sobre la piel. La sith se giró poniendo las manos atrás, a la altura de la cintura, ofreciéndoles nuevamente las muñecas. Un soldado tomó las argollas de seguridad y las colocó con sumo cuidado mientas el tío de Marla se le acercaba. – Te dije que era una mala idea subirla a bordo- la reprendió de mal genio-, ¡ya le habías devuelto su libertad, maldita sea! Deberíamos haberla dejado a su suerte en Tatooine. – Lo siento- sollozó-. Creí que podía controlar la situación yo sola. De todas maneras- levantó la cabeza-, no me ha matado y es buena señal. – Probablemente no lo ha hecho porque pensaba utilizarte como rehén. Mira, hijita...- su enfado había mitigado al ver la preocupación en el semblante de su sobrina-, necesitas aprender muchas cosas todavía acerca de la vida, y una de ellas es que no se puede confiar en gente de su calaña. La sith sonrió desafiante, entrecerrando los ojos y dejando ver sus afilados dientes. – De momento y para más seguridad de todos, permanecerá encerrada en uno de los compartimentos de la bodega de carga. Marla no se atrevió a contradecir a su tío, suficientes problemas estaba causando como para llevarle la contraria.   El compartimiento en el que la recluyeron era lo suficientemente espacioso como para cargar varias toneladas de material, dos hileras de cajas con piezas de repuesto se apilaban en una esquina. Una vez se marcharon, la dejaron totalmente a
  • 8. oscuras y se guió por sus sentidos a través del recinto, buscó un camastro o algo que se le pareciera pero ni siquiera le habían dejado una manta. Aunque el frío era notable, todavía se encontraba cansada y se tumbó en el suelo, con los brazos detrás de la cabeza a modo de almohada y los pies cruzados uno encima del otro. El dolor de las costillas había desaparecido. Así que aquella humana pretendía ser su propietaria, carcajeó divertida por su nueva situación. Al menos sería más manejable que el Hutt, tal vez podría utilizarla en su propio beneficio. Lentamente el sueño se apoderó de ella y quedó profundamente dormida en mitad de la sala… Las pesadillas regresaron.   En su lujoso camarote, Marla seguía sin comprender la rabia incontrolada con la que había sido atacada. Estaba segura que la mujer sith sabía cuál era su nueva situación, que no se encontraba entre enemigos y, aúun así, no había dudado un segundo en reaccionar de aquella manera. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Accionó uno de los paneles de holo-video e introdujo el único libro que le había servido de ayuda hasta ahora. Tomó asiento y esperó a que aquella reliquia le ofreciera una vez más la información que tantas y tantas veces había visionado. Una imagen borrosa surgió del panel proyectada holográficamente en el centro de la habitación, no tenía más de cuarenta centímetros de tamaño y, aunque fluctuaba con la luz siendo apenas visible, se intuía la imagen a escala de una persona. Lentamente y entre chasquidos y zumbidos provocados por la mala calidad de sonido, la imagen y la voz se hicieron más nítidas. – Saludos, joven aprendiz de la Fuerza- era un anciano que permanecía estático con las manos recogidas en los huecos de las mangas y con actitud calmada, un sable láser colgaba del costado  y vestía las clásicas ropas de un jedi–. La lección de hoy versará sobre los sith, una de las más abyectas y temibles órdenes de la Galaxia. La imagen se tornó borrosa unos segundos para al final aparecer con toda nitidez, a pesar de las veces que había visto aquel holo- libro no lograba contener un escalofrío cuando contemplaba a un autentico caballero jedi del pasado. – Los sith, una antigua y legendaria orden de hombres y mujeres guerreras que consagraron sus vidas al servicio del lado Oscuro de la Fuerza, perdiendo así su poca humanidad. En un principio también pertenecieron a la orden de los caballeros jedi; siendo una raza fuerte y bien entrenada en los caminos de la Fuerza pronto se convirtieron en sus paladines, haciendo retroceder al mal a lo largo de toda la galaxia. Las gentes los adoraban e incluso algunas razas los tomaron por sus dioses y poco a poco sin que apenas pudieran percibirlo, el reverso tenebroso fue extendiendo sus negras garras aprovechándose de su orgullo, haciendo mella en sus corazones, tornándolos crueles y fanáticos. Acabaron creyendo que sólo ellos tenían derecho a utilizar la Fuerza pues era un don inherente a su gente, así que atacaron al concilio de los caballeros jedi, dejando atrás un rastro de sangre y desolación. Pero ése fue el principio de su fatídico final- la imagen fluctuó de nuevo-. Todo buen aprendiz de los caminos de la Fuerza sabe perfectamente que es el lado Oscuro el que lo utiliza a uno mismo, aprovechándose de sus debilidades para su propio fin y no al contrario. El que piense que puede controlar el lado Oscuro es un necio, así pues joven aprendiz, aleja de tus pensamientos todo temor, pues el miedo es el primer paso hacia el reverso tenebroso de la Fuerza- el anciano permanecía sereno durante toda la alocución, transmitiendo una sensación de paz que llenaba el corazón de Marla de un serio respeto -, actualmente no se conoce de la existencia de ninguna criatura perteneciente a los sith, pues su oscuro culto fue abolido y su luz se extinguió hace decenios. Sin embargo la Fuerza siempre esta en continuo movimiento y no se puede asegurar con toda certeza que en algún oculto rincón de la galaxia pueda quedar con vida…- la imagen se tornaba de nuevo borrosa hasta desaparecer dejándola expectante como siempre, con la ilusión de que el anciano continuara con su disertación. Se acercó a la enorme escotilla del camarote y observo la inmensidad del espacio. La oscuridad y el vacío del exterior le hizo recordar a la sith, pero incluso en la oscuridad brillaban millones de pequeñas estrellas, pensó. Frotó la enrojecida piel del cuello y agito la cabeza intentando olvidar lo sucedido. Había tomado una decisión  mucho antes de encontrarla y, a pesar de todos los impedimentos en su camino, no iba a cejar en el empeño ahora que tenía la oportunidad de llegar a ser una jedi, a tan sólo unos cientos de metros, en la bodega de carga de la nave. Sigue -->
  • 9. ECOS DEL LADO OSCURO. Autor: El Kender II Parte Despertó empapada en sudor. Hacía meses que sus pesadillas no eran tan intensas y reales. Se incorporó y, durante un segundo, sintió una leve presencia, pero aquello era imposible. El collar le impedía tener cualquier tipo de sensación o contacto con la Fuerza, así que lo achacó a la reminiscencia del mal sueño. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Una vez sus ojos se acostumbraron a la oscuridad deambuló examinando a conciencia los contenedores. Todos eran de víveres y piezas de repuesto, nada de interés. Rió de buena gana: ¿qué esperaba encontrar? ¿Un blaster que le permitiera abrir la puerta, llegar al puente de mando y tomar el gobierno de la nave? ¿Y después qué? "Tal vez un crucero de placer por el borde exterior", sonrió con ironía. Ya no era tan joven como para pensar en aventuras y ahora se encontraba en manos de una  chiquilla que se alardeaba de otorgarle la libertad. Si esperaba que con eso iba a ganar su respeto estaba muy equivocada, a la menor ocasión se marcharía; nadie volvería a decirle a qué hora levantarse, qué comer, qué vestir o cuándo y dónde dar la vida por la suya. Las luces se encendieron de repente obligándola a cubrirse los ojos con la mano. Cuatro soldados escoltaban a Marla. – Hola– saludó amablemente. La sith ni siquiera se inmutó. Cruzó los brazos poniéndose a la defensiva.  – Siento haber sido tan brusca el otro día, pero no me dejaste elección– se disculpó visiblemente afectada–. Dejadnos a solas– ordenó a los soldados. – Pero señora, yo… – Sé perfectamente cuáles son las órdenes de mi tío, no tienes de qué preocuparte. Y ahora, si nos disculpas...– miró fijamente al soldado. – Está bien, pero si surge cualquier inconveniente no dude en avisarnos. Una vez se marcharon, la joven se acercó a un pequeño contenedor sentándose en él seguida de cerca por la mirada de la sith. – Todavía no sé cuál es tu nombre– sonrió, procurando que no se hiciese evidente su nerviosismo. – Yadra– el nombre sonó como un mazazo sobre metal. A Marla le costó tragar y pronunciar la siguiente frase. – ¿Sólo eso? Creía que los jedis teníais nombres más elaborados– fingió no saber que era. La sith estalló en crueles carcajadas. – ¿Una jedi?– calló de repente– ¿Crees que soy una jedi? Mi nombre es Darth Yadra, y si piensas que soy una de esos "bobalicones bienhechores de la Galaxia" que se auto proclaman como jedis, estás muy equivocada– de nuevo asomó una rabia contenida a sus ojos. Con los brazos en jarras, la mujer se había acercado hasta encararse con ella, mucho más amenazante que en el incidente de la unidad médica. Marla palpaba el cinto para asegurarse que el transmisor disruptor se encontraba allí. – Lo siento– balbuceó al principio, y después las palabras salieron como un torrente –. Si he comprado tu libertad no es para que seas mi esclava, ni mi guardaespaldas personal… Quiero que me enseñes los caminos de la Fuerza– dijo con vehemencia. Yadra la miró fijamente creyendo que se burlaba de ella. – Pretendes que te enseñe lo que no está en mi mano– dijo fríamente–. Y aunque fuese así, no lo haría. – Creí que tú eras… – ¿Sí? ¿Qué es exactamente lo que piensas que soy?– sonrió con ironía. – Una sith– bajó la mirada avergonzada. – Creo que eres un poco dura de oído– se burló–. Sencillamente no puedo. ¿Crees que si pudiera controlar la Fuerza sería la esclava de un Hutt pudriéndome de asco en ese planetucho?– la joven comenzaba a irritarla. – Acaso no es inherente a tu raza el conocimiento de…
  • 10. – Fin de la conversación– se giró apoyándose con el hombre en la pared. Marla estuvo a punto de añadir algo, sin embargo, dejándose llevar por los sentimientos agarró a Yadra del brazo obligándola a que no le diese la espalda. Fue un error. La sith reaccionó instintivamente a su vez. Se dio la vuelta golpeándola con el dorso de la mano, haciéndola retroceder para, a continuación, darle una patada en el abdomen que la hizo caer de espaldas. Yadra saltó sobre ella sentándose a horcajadas con el puño levantado a punto e caer sobre su cara. Algo en la expresión de la joven la detuvo. No vio el miedo en sus ojos, tan sólo determinación. – Una vez te advertí que no me tocaras– continuaba amenazante. – Sólo te pido que me ayudes, después serás libre de ir donde quieras. Tras unos segundos la sith se incorporó. – Entonces encuentra una manera de quitarme este collar. Es el que inhibe mi control sobre la Fuerza. Marla se incorporó dolorida pero con una media sonrisa que intentaba ocultar el dolor de los golpes. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Quedan unas horas para llegar a Coruscant, creo que allí encontraremos ayuda– le ofreció una mano que fue rechazada. – Nadie dejará que ponga un pie allí. – Eso no es problema. Encontraré alguna solución viable– sonrió abiertamente dirigiéndose hacia la salida. – La próxima vez, intenta ser más precavida y… mantén ese disruptor lejos de mí– entrecerró los ojos. La sonrisa se borró de su rostro mientas salía. El resto del viaje continuó sin ninguna otra incidencia. Marla procuró evitar al máximo el contacto con la sith, más para no levantar las sospechas de su tío sobre sus visitas que por ella misma. Aún así sabía que le sería muy difícil quitar aquel collar controlador de su cuello. Ni siquiera creía que Yadra hubiese caído tan fácilmente en la pequeña mentira que había contado, no tenía ni la más remota idea de por dónde iniciar la búsqueda. Tal vez en la biblioteca de Coruscant encontrase lo que buscaba. En un principio le pasó por la cabeza la idea de dirigirse a la escuela de jedis, pedir lo más educadamente posible el hablar con un maestro y que él se lo quitara. Pero aquello sí que era algo descabellado. La mera presencia de Yadra suponía una alteración que no sería bien recibida… Además se tenía a su raza por extinta. Definitivamente lo descartó. Mientras, en la bodega de carga Yadra realizaba unos ejercicios de lucha sith. Una forma de combate que tan sólo ella conocía. Había dispuesto algunos de los contenedores de forma que obstaculizaran el camino de una parte a otra de la bodega. Vendándose los ojos con el viejo cinto inspiróo profundamente, se relajó y emprendió la carrera. Saltó por encima de uno girando sobre sí misma en el aire y al caer, golpeó lateralmente a izquierda y derecha derribando dos pequeños recipientes de engranajes. Las piezas cayeron esparciéndose por todo el suelo con gran estrépito. Continuó subiendo a grandes saltos sobre otros tres containeres, dando patadas giratorias a cada salto. Si su maestro pudiera verla asentiría con aprobación. Allí arriba realizó una serie de golpes y katas tan rápidos que apenas se podía seguir el movimiento, dio un último salto y fue a parar de bruces contra el suelo. Se levantó lanzando un grito de furia. Odiaba no poder sentir la fuerza, odiaba a todos los malditos jedis y se odiaba a sí misma. Una vez que se había sentido el inmenso poder de la Fuerza, del lado Oscuro, nada volvía a ser igual. Se convertía desde aquel día en un fiel amante, una especie de droga que podía otorgar más de lo que ningún mortal anhelara… Tan sólo un leve atisbo de su atractivo y se había transformado en una fiel seguidora. Pero ahora ya no estaba. Nada. Tan sólo un gran vacío que la llenaba con la desesperación de saber que tal vez jamás podría sentir, alterar y controlar las cosas como cuando era una auténtica sith.   Las luces del puerto de atraque se encendieron en el momento de aproximación de la nave. Decenas de pequeños droides mecánicos deambulaban de una parte a otra dispuestos a realizar las pertinentes reparaciones que toda nave requería después de un largo viaje estelar. Éste había durado menos de lo que pensaban. Los paseos por el Hiper-espacio, como los solía llamar Dentiles, hacían mella en los cascos de todas a pesar de los deflectores. Adentrarse sin ellos en un viaje a la velocidad luz, a parte de una insensatez, significaba la muerte segura por desintegración del casco de la nave. Si por un casual el ordenador de abordo daba un salto sin que los escudos estuviesen alzados, la nave acabaría siendo un mero recuerdo convertida en polvo estelar. Pero éste no era el caso, sólo un piloto novato o inexperto haría algo así. El Survivor se posó con la suavidad que le permitían sus más de doscientas mil toneladas. Inmediatamente, los pequeños droides se pusieron manos a la obra como uno solo. En la otra punta de la pista una comitiva de recepción les esperaba. La primera en bajar fue Marla, que corrió al encuentro de sus padres con la alegría de regresar al hogar reflejada en el
  • 11. rostro. Abrazó efusivamente a su madre y después a su padre que la besó en la mejilla sonriente. Keridian había sido un antiguo piloto rebelde al igual que su tío, uno de los supervivientes al asalto de la Segunda Estrella de la Muerte. Rondaba los sesenta y siete años pero aparentaba diez menos, el ejercicio como soldado en su juventud aun le mantenía en forma si bien el paso del tiempo le había formado una incipiente barriga y su pelo era totalmente blanco. Una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda, así como el ceño fruncido le otorgaban  un aspecto de cierta seriedad, pero era una persona afable y bonachona. Por el contrario, Deraidala, su madre, poseía la frescura de los treinta; a pesar de haber entrado casi en la cincuentena, una larga melena pelirroja y rizada como la suya, así como el rostro pecoso le conferían un aspecto aniñado y travieso. Siempre estaba de buen humor. – Pero mírate, pequeña– la sujetó por los hombros –, estás delgadísima. ¿Se puede saber qué te dan de comer en ese trasto que tu tío se empeña en llamar nave? – Poco más o menos lo que aquí– Dentiles se acercó extendiendo la mano –, y no es ningún trasto– replicó con los brazos en jarras mirando orgulloso la nave. – Vamos, tenemos asuntos pendientes que tratar con urgencia– la expresión afable de Keridian había desaparecido mientas le saludaba–. Hemos tenido algunos problemas desde que os marchásteis. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Creo que no son los únicos que tenemos– miró de reojo a Marla, que bajó la cabeza avergonzada. – ¿En que lío te has metido esta vez jovencita?– le reprendió amablemente– No habrás comprado otra de esas reliquias jedis, ¿verdad? En ese instante reparó en la decena de soldados armados que formaban una doble fila, flanqueando el paso a una figura vestida con ropajes oscuros, encapuchada y con argollas de seguridad. Esto no le dio buena espina. – ¿De quién se trata? ¿Algún saboteador?– entrecerró los ojos intentando ver su rostro. – De alguien que puede traernos muchos quebraderos de cabeza y todo por una niñería– miró de nuevo a Marla. Keridian se abrió paso entre los guardias hasta situarse frente a la sith, que le superaba en estatura. Una sola mirada  a los tatuajes de la cara y los ojos enrojecidos fue suficiente. Regresó junto a su hija. – ¿De dónde… cómo…? ¿te has vuelto loca?– estaba visiblemente afectado–. Vayamos a casa– tomó a su esposa del brazo y se retiraron, seguidos de cerca por la escolta de soldados. A bordo de una lanzadera se dirigieron al sur de Coruscant evitando los puestos de aduana, que obligaban a todas las naves que no fuesen del planeta a pasar un riguroso control de mercancías. Yadra fue recluida en uno de los habitáculos estancos con dos soldados en la puerta, mientas Marla recibía una dura reprimenda de su padre. – Esto ha ido demasiado lejos, ¡una jedi oscura! Nada más y nada menos que una sith…– aferraba con fuerza el vaso de licor Kill que tomaba para calmar los nervios–. Durante años hemos dejado que fantasearas sobre la Fuerza, incluso permitimos que intentaras pasar las pruebas de la academia jedi porque simplemente lo consideramos una afición pasajera de juventud– dio un largo sorbo–, pero esto ha ido demasiado lejos. Mañana daremos parte al Consejo para que hagan lo que sea pertinente con ella. – Pero… – No hay pero que valga– dejó el vaso con un golpe sobre la mesa, saliendo airado de la sala de reunión de la lanzadera. Su madre la tomó suavemente del brazo. – No te preocupes cariño– le susurró–. Esta noche lo hablaré con tu padre y todo se solucionará. – Ella me ha prometido no causar problemas, de veras...– murmuró apenas. Jamás había visto con tal enfado a su padre. – Si eso es cierto, tal vez consiga cambiar su modo de pensar– le revolvió amorosamente la cabellera.   Desde su llegada al planeta-ciudad había permanecido en el más absoluto de los silencios. Taciturna, debido a la gran cantidad de recuerdos que se agolpaban en su mente pugnando por salir. Se había jurado a sí misma que si recuperaba la libertad, el lugar de la galaxia al que menos gracia le haría regresar era precisamente allí… ... El humo provocado por los bombardeos acabó en unos pocos días y los despojos que quedaban del poderoso Ejército Imperial fueron recluidos en grandes naves-prisión. Todos a excepción de una orgullosa sith que, aún sin poderes, les hizo retroceder con la furia de sus ataques. Pero el orgullo dio paso a la desesperación y por fin al abatimiento cuando se dio cuenta de que era la única superviviente. La última de una raza de fieles servidores al Emperador Palpatine. Varios jedis la interrogaron durante días, tanto física como mentalmente hasta dejarla exhausta. Tan sólo su fuerte voluntad la ayudó a no perecer, cosa que hizo ganarse su aprecio a los miembros del consejo. Al contrario de su despiadado Señor, ellos se mostraron magnánimos enviándola a Tatooine –por consejo de Luke– donde pagaría por sus actos. Privada de todo
  • 12. poder y sólo con sus propios recursos, viviría allí hasta el final de sus días pues nadie le prestaría ayuda ni le sería permitido abandonar el planeta... La estaban condenando a una muerte segura y se jactaban de ser nobles. Pasó mucho tiempo en el desierto, bajo la ardiente mirada de los dos soles. Aprendió a sobrevivir y a encontrar agua en aquel árido paraje, incluso llegó a construir un tosco refugio en una de las cavernas abandonadas por los moradores de las arenas. Evitaba el contacto con cualquier caravana, con los desagradables jawas y, sobretodo, con los molestos moradores que, salieron tan mal parados después de dos incursiones en su refugio, que la dejaron en paz. Casi siete años interminables, en los cuales había cambiado sus ropajes por las pieles de los animales que cazaba cuyos colores la ayudaban a confundirse con el paisaje. Siete años en los que, por más que meditara y lo intentara, no tuvo la más leve señal de la Fuerza. Por el contrario, una extraña paz se apoderó de su espíritu, tal vez la soledad y la falta de contacto con otras razas era lo que necesitaba para calmar el odio y la sed de venganza que la corroía. Una mañana tuvo la desgracia de toparse con una barcaza Hutt quien, a cambio de las exóticas pieles que tenía almacenadas, le ofreció su ayuda para escapar de Tatooine. Si sus poderes hubieran seguido vigentes la habrían advertido sobre la falsedad de sus palabras... pero aceptó. Tiempo después se encontró drogada y despertando con la cabeza dándole vueltas en una sucia y pequeña celda. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m El odio que parecía haber mitigado regresó con más intensidad y desde entonces y hasta el encuentro con la muchacha de cabello rojizo, había peleado para enriquecer a Lur–duzz y conservar su vida, con la esperanza de lograr algún día la tan ansiada libertad que una y otra vez le prometía. Y ahora se encontraba de regreso al hogar... Apenas pudo esbozar una sonrisa dolorida.   El palacio se extendía hacia las alturas más allá de donde alcanzaba la vista. Grandes columnas de verde mármol jaspeado flanqueaban el pórtico de entrada. Coronado por decenas de torres, cúpulas y bóvedas de todo tipo, era uno de los más importantes del sector burocrático en el que se encontraban. Al igual que cuando aterrizaran con el Survivor, una pequeña comitiva de mayordomos y guardia personal les esperaban. Marla, junto a sus padres y su tío, entró directamente al palacio. La joven lanzaba discretas miradas hacia la sith que era conducida por la escolta hacia la parte trasera del edificio. No tenían celdas de seguridad, así que imaginó que la encerrarían en uno de los pequeños habitáculos para droides. Una vez en el salón principal, Keridian se encaró de nuevo con su hija. – Esta vez te has pasado de la raya– la reprendió con más calma– Esa... esa criatura es del todo malvada, no podrás encontrar ni un ápice de bondad en su corazón. ¿Cómo se te ocurre tan siquiera traerla a este planeta? Sabes perfectamente que a esta hora los jedis ya estarán al tanto de su presencia. – Ella prometió no causar problemas– evitó contarle lo del collar inhibidor–: tiene una deuda conmigo. – ¿Una deuda? ¿Acaso crees que alguna de su "secta" está acostumbrada a cumplir sus pactos? Créeme: en el pasado ya tratamos con los de su calaña y no me gustaría tener a una bajo mi propio techo. – ¿Por qué no le damos el beneficio de la duda?– intervino Deraidala tomando la mano de su marido para calmarle– Si, como dice Marla, tiene una deuda con ella tal vez la cumpla. – ¿¡Pero es que os habéis vuelto locas las dos!?– las miró con expresión de asombro– Estáis diciendo que acatará su deber para con Marla. Un servidor del Emperador sólo vive para el engaño y la intriga, ¿cómo voy a darle una oportunidad? Vosotras no vísteis lo que hicieron en el pasado en los últimos días del Imperio. Hasta el mismísimo Vader respetaba a la guardia personal de Palpatine, y me estáis pidiendo que acepte a una sith en mi casa, en mi propia familia. – Padre– siempre le llamaba así cuando quería tratar algún asunto importante –, si algo malo ocurriese aceptaría toda mi responsabilidad. Crees que soy una niña todavía pero ya soy responsable de mis actos. Cuando compré su libertad sabía perfectamente que no sería de tu agrado– le miró fijamente–. Yo me encargaré de ella, no te preocupes. Keridian se quedó pensativo unos segundos observándola detenidamente. Había crecido mucho el último año y ya había cumplido veinte, sin embargo seguía viéndola como a la niña revoltosa que jugaba a ser jedi luchando con los soldados de asalto del imperio entre las columnas del gran salón. Tenía los mismos ojos violeta de su madre y eso le hacía recordarla cada vez que los miraba, como también había heredado de ella una testarudez sin límites. Al final no le quedó otro remedio que ceder. – Está bien– sonrió acariciando su mejilla–, no sé cómo pero siempre te sales con la tuya. Sólo te pido a cambio una cosa– Marla le miró expectante–: que la mantengas vigilada todo el tiempo y si pasara algo, tendrás que ser consecuente con tus actos. La joven apenas pudo contener la alegría y dio un fuerte abrazo a su padre que se sonrojó ante la disimulada sonrisa de Deraidala.   El lugar donde la encerraron esta vez apenas tenía dos por dos metros y olía a grasa y aceite para engranajes. No había
  • 13. pasado ni una hora cuando la puerta se abrió de nuevo y Marla entró. – ¿Cuándo vendrán a buscarme?– interrogó con brusquedad. – Como te dije, no tienes de que preocuparte. Acompáñame. Yadra la miró extrañada. ¿Le estaría tendiendo una trampa que la llevase a los jedis sin resistencia? – Antes quiero saber hacia dónde vamos– entrecerró los ojos. – A tu habitación personal. ¿O prefieres alojarte aquí, con toda esta suciedad?– señaló el suelo manchado. Siguiendo los pasos de Marla accedió a un pequeño recibidor con una escalera de caracol doble. Subieron por la izquierda y recorrieron un largo pasillo flanqueado por enormes puertas que desembocaba en una sala circular abovedada. Las paredes de la estancia y el suelo de mármol junto con las columnas estaban decoradas como si de una carta de navegación estelar se tratase, con cientos de pequeños planetas y estrellas. Tal era su realismo que si alguien entraba en aquella sala, tenía la impresión de hallarse suspendido en mitad del espacio. Atravesaron el observatorio, tomaron un elevador al final de un corto corredor  y subieron a la última planta. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Allí se encontraba una estancia en una pequeña torre acristalada desde la cual sé tenía una increíble vista de parte de la ciudad. La habitación estaba totalmente vacía a excepción de un panel de control en un lateral de la puerta. Marla procedió a teclear bajo la atenta mirada de Yadra. Del suelo ascendió una mesa circular metálica, tan sólo un disco que permaneció flotando a un metro del suelo, dos asientos idénticos en cada extremo. Un pequeño droide de servicio salió de un compartimiento de la pared. – Buenas tardes, señorita Marla– el droide tenía un vago aspecto humanoide. – Hola Azul– sonrió. – Hace tiempo que no viene por aquí– giró sobre sí mismo varias veces. – He estado ocupada últimamente. Ésta es Yadra, nuestra invitada y a partir de hoy estarás bajo sus órdenes. Los sensores ópticos se dirigieron hacia la sith que le gruñó entre dientes. El droide se apartó. – Te servirá bien– dijo sentándose a la mesa. Se dirigió hacia el ventanal quedándose allí, observando los inmensos edificios y el trafico aéreo. Coruscant había cambiado poco durante el tiempo que había permanecido fuera. – Ejem – tosió intentando recabar su atención. – ¿Sí?– dijo sin girarse. – En esta mesa encontrarás un panel desde el que cual podrás controlar la habitación. Los primeros accionan una cama y un pequeño armario a tu derecha, el tercero un monitor desde el que podrás ponerte en contacto conmigo o con el droide. También podrás buscar información y tener acceso al banco de datos de… – Mañana– la interrumpió. – ¿Cómo?– se sorprendió, pues estaba observando la imponente figura de la sith a contraluz. – Mañana comenzaremos a  buscar la manera de quitarme el collar– se giró con un brillo en los ojos que le produjo un escalofrío–. Cuanto antes lo hagamos… antes comenzara tu entrenamiento. Marla se recuperó. La pasión y el fuego que había brillado por unos segundos en sus ojos la habían asustado y atraído a su vez. – Está bien, a primera hora pasaré a buscarte– dio una palmada en la cabeza circular del droide y se marchó. Incluso cuando bajaba por el elevador en dirección a su habitación, sintió de nuevo el escalofrío al recordar aquella mirada. siguiente...
  • 14. continuación... Keridian ofreció un vaso de licor Kill a Dentilles mientras tomaba asiento en la larga mesa del Consejo. El salón de reuniones donde últimamente pasaba tanto tiempo era impresionante, al igual que el resto del palacio de la familia Telk. Una tenue luz azulada emitida desde unas esferas acopladas a las paredes iluminaba la estancia, grandes tapices con las enseñas de sus antepasados adornaban los fríos muros entre ellas. El viejo piloto observó con más detenimiento a su amigo, unas pequeñas ojeras le hacían parecer cansado, al igual que la lentitud de gestos. Era como si hubiera envejecido al menos diez años de golpe. – Dime, viejo amigo, ¿qué es lo que te preocupa?– le ofreció una sonrisa franca dando un sorbo. – Las cosas no van bien, Dentilles, ya estaban mal cuando os marchásteis y han empeorado– se recostó en el respaldo alto de la silla, visiblemente agotado. – ¿Todavía no habéis solucionado ese lío de la esclavitud y el tráfico de armas?– se reclinó sobre la mesa dejando el vaso. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Peor, no sólo no hay acuerdo del Consejo sino que los jedis han abandonado las negociaciones sin dar ninguna explicación. – ¡¿Cómo?!– se atragantó con el segundo sorbo. – Lo que oyes. Al parecer tienen algún tipo de problema interno. No dieron más explicaciones, ya sabes cómo son siempre de enigmáticos. Sin embargo eso no me preocupa– se acercó para hablar en susurros–. Esos malditos embajadores Hutt han puesto de su parte a la mitad de los burócratas del nuevo senado y tal vez no logremos erradicar la esclavitud de la Galaxia– gesticulaba aparentemente ofuscado–, y no se han conformado con eso, he logrado saber gracias a mis confidentes, que han sobornado a varios de ellos. Por más que intentemos poner orden en este caos de burocracia y antiguas leyes imperiales, siempre encontramos trabas de algún tipo. – ¿Han intentado algo contigo?– frunció el ceño preocupado, pues conocía las artes de los Hutt. – Por supuesto– sonrió amargamente, su amigo parecía leerle la mente como antaño–. Se hizo una gran fiesta para todos, creíamos que así los senadores dejarían sus rencillas particulares de lado, pero no fue así. De hecho, los Hutt fueron los que más tratos realizaron, lo que les habría costado meses conseguir lo lograron en una sola noche– dijo con ironía–. No tengo idea de lo que les han ofrecido o cómo les han amenazado, pero ya sea por dinero o miedo, la mitad del senado está de su parte. Si consiguen dos tercios de los votos, será otra ley imperial con la que no podremos terminar. – Entonces los jedi se han quedado al margen… como en los viejos tiempos...– levantó el vaso brindando con Keridian–. Siempre he creído que los burócratas no creaban más que complicaciones– palmeó su hombro–, quitando lo presente...– ambos rieron de buena gana y el cansancio abandonó momentáneamente su ánimo. – Dentro de dos días habrá otra fiesta– enseñó la holo-tarjeta a Dentilles–. Hemos sido invitados y tengo la sensación de que van a intentar algo durante los festejos. Ha habido mucho movimiento en los últimos días y eso no es bueno, créeme. El silencio se hizo entre ellos. Habían combatido en el pasado codo con codo pilotando sus Ala-X, habían salido con vida de incursiones en las que compañeros de la Academia la perdieron, incluso sobrevivieron al ataque a la segunda Estrella de la Muerte. Quizá su destino era velar por la seguridad de otros hasta el final de sus vidas. – El acto será en la residencia del archicanciller Rholok. – ¿En la casa de ese Mon Calamari chiflado?– sonrieron de nuevo. – Puede parecer un poco excéntrico, pero tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros– llevaban el tercer vaso y su conversación se tornaba más animada–. Yahí no termina todo. – ¿Qué se le ha ocurrido esta vez? ¿Un baile con Gothals de Antar-4? Suéltalo ya, no tenemos toda la noche. – Un baile de disfraces– terminó de beber y se recostó de nuevo. Dentilles se atragantó y tosió varias veces ante la aparente expresión de satisfacción de su amigo – ¿Un baile de disfraces? ¿En mitad de una crisis política como esta?– enarcó las cejas–. Lo que yo decía, chiflado del todo. – Tal vez haya sido influenciado por algún mal consejero, pero eso nos dará libertad para movernos y tratar de convencer a los senadores advenedizos que se unan a nuestra causa. – En fin, creo que he bebido demasiado– se incorporó, no sin esfuerzo–. Todavía no sé cómo dejo que me des ese licor infecto, hasta un Banta lo rechazaría. – Hay otra cosa que me preocupa… – La mujer sith– tomó asiento de nuevo–. También a mí, viejo amigo, también a mí. Un tenso silencio se alzó entre los dos. – ¿Qué crees que debemos hacer con ella? He dado orden de que la mantengan vigilada, pero me inquieta sobremanera su presencia. – Es lógico, los suyos fueron los más fieles seguidores de Palpatine, él mismo se encargó de aleccionarles en el Lado Oscuro– hizo un gesto con la mano a modo de burla. – Marla parece muy segura de su vínculo de libertad– repiqueteaba con los dedos sobre la mesa–. Siempre la hemos dejado
  • 15. hacer lo que quisiera pero una cosa es ser jedi y otra muy distinta pretender que una sith te enseñe los caminos de la Fuerza– suspiró agotado. – Déjala un tiempo, los test que le hicieron en la academia dieron negativo. Es del todo imposible que nunca tenga el más mínimo atisbo de la Fuerza– sonrió apenado recordando la depresión que le produjo a su sobrina ese hecho–. Una vez se dé cuenta de ello abandonará como lo hacen todos los jóvenes; a su edad, la cabeza está llena de proyectos y sueños... ¿Recuerdas cuando pretendimos alistarnos a las tropas de asalto del Imperio? Nos parecía algo magnífico el hecho de poder llegar a pilotar una nave propia…, hasta que vimos lo que de verdad se encontraba detrás. El droide mayordomo se acercó con un nuevo recipiente de Kill, ambos ofrecieron con prontitud los vasos y se quedaron mirando. Las canas y arrugas desaparecieron por un momento y se vieron a sí mismos como los jóvenes impetuosos que a los diecisiete años robaron una lanzadera imperial, esquivaron las defensas rebeldes de Talus y se plantaron en la base, rodeados de soldados que les apuntaban con sus blasters, exigiendo ver al general rebelde para darle sus respetos, entregarle la nave y alistarse. El tiempo siguió su curso y Keridian mandó al droide que se retirarase. – Éramos jóvenes– murmuró Dentilles–, espero que esto no sea otra locura de juventud– apuró su vaso de un trago, saludó torpemente y se retiró canturreando por lo bajo. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Keridian se relajó, la conversación le había quitado algo de peso de encima pero… un vaso más de licor no le iría mal para descansar del todo. El droide se acercó.   Al amanecer, Marla se levantó mucho antes de lo que acostumbraba. Se puso un cómodo traje de color gris, unas botas de cuero blando y un cinto rojo con el emblema de su casa: una esfera plateada con dos aguamarinas engarzadas. Recogió el rizado pelo en una larga coleta y ya salía a toda prisa cuando se acordó del disruptor; lo tomó de encima de su escritorio y lo ocultó en el cinto. Era demasiado pronto como para confirmar en la sith totalmente. De camino a la torre pasó por las cocinas. Le costó elegir la comida, preparó una bandeja y se dirigió hacia el elevador sonriente, esperaba que le gustara la sorpresa a su futura mentora. La puerta se abrió al llegar al torreón pero allí no había señal de Yadra. Tan sólo la mesa y los dos asientos circulares permanecían en el centro de la estancia como el día anterior. Alarmada dejó la bandeja sobre la mesa y accionó el teclado. Azul salió de su compartimiento en la pared. – ¿Dónde esta la mujer que vino ayer aquí conmigo?– preguntó agachándose hasta la altura de sus receptores ópticos. – ¿Se refiere a la señorita Yadra? Me pidió una túnica oscura y salió– se limitó a responder. – ¡¿Que salió?!– gritó, la alarma dejaba paso al miedo– ¿A dónde?– miraba de un lado a otro con nerviosismo. – Necesitaba un medio de transporte, le di el código de acceso a los hangares de las naves– el droide respondía con sinceridad mecánica. – ¿Pero cómo… he podido ser tan estúpida?– murmuró entre dientes– ¿Y le has dado el código? ¿Por qué os fabricarán tan competentes?– refunfuñó para sí misma. De nuevo a la carrera, recorrió el palacio de parte a parte hasta los hangares, cruzándose en el camino con dos consejeros de su padre que se apartaron ante su ímpetu. Allí introdujo el código de acceso en una consola, las dobles puertas se abrieron con un siseo. Dio un rápido vistazo a la estancia repasando todas las naves y vehículos. Al fondo se veía un espacio vacío, reclamó la atención de un pequeño droide mecánico que transportaba una bujía que le doblaba en tamaño. – ¿Quién se ha llevado la nave que falta allí?– señaló y la cabeza del droide giró ciento ochenta grados. – Anoche una mujer pidió transporte, se lo dimos y marchó– los mecánicos estaban programados sólo para esa tarea así que no les echó la culpa por haberle entregado con tanta facilidad un vehículo de escape. Yadra había tomado una rápida moto-jett Indra 1200, la más moderna y veloz de ese modelo, le sería difícil alcanzarla pero daría con ella, todas las naves tenían un localizador oculto que, en caso de robo, llevabaan rápidamente hasta los ladrones. Al menos tenía una ventaja sobre la sith que ésta desconocía. Sacó de una taquilla un casco y se lo ajustó mientras montaba en otra moto- jett, si bien ésta no era tan rápida. Monitorizó en la pantalla su localización y no le fue difícil encontrarla: se dirigía hacia el antiguo distrito imperial. Sin pensárselo dos veces, accionó el acelerador a la máxima potencia, se inclinó sobre la carcasa de la moto- jett y partió a más de trescientos kilómetros por hora. Avanzando a través del enloquecido tráfico aéreo de la ciudad acortó distancias con Yadra. El antiguo sector imperial era ahora una zona restringida, pues la mayoría de los edificios amenazaban ruina y se había proclamado por unanimidad en el senado, declararlo como un monumento que recordase la locura de un hombre que quiso doblegar a toda la Galaxia. Una enorme cúpula transparente de energía rodeaba todo el lugar, dos enormes droides de vigilancia flanqueaban la entrada a través de un pórtico hexagonal. Marla se detuvo frente a ellos. – Soy Marla de Telk, hija del senador Keridian. Necesito entrar para realizar unas investigaciones históricas– les mostró su
  • 16. identificación y esperó que los droides la creyeran. Durante unos segundos la observaron y a continuación la puerta energética se abrió para dejarle paso. La joven suspiró aliviada e, intentando aparentar calma pasó. La puerta se cerró tras ella. Gran parte de los edificios se hallaban a medio derruir dejando a la vista las vigas metálicas y las estructuras pero conservando todavía un cierto toque de magnificencia. Grandes boquetes horadaban las calzadas allí donde los bombarderos rebeldes habían hecho mella. Pasó junto a una fuente de agua estancada y le extrañó que todavía un hilillo de agua saliera de uno de los surtidores. La vegetación había recubierto algunas paredes dándole un aspecto siniestro, allí todo traía sensaciones de oscuridad y temor, como si la presencia del emperador se agarrase a cada piedra. De cuando en cuando miraba en el monitor la lucecita roja que le señalaba la posición de la moto-jett cada vez más cercana. Dobló una esquina y fue a parar a una amplia calzada de oscuras losas brillantes. El paseo principal hasta la residencia imperial de Palpatine; una doble fila de enormes figuras encapuchadas de la misma piedra oscura a derecha e izquierda la invitaban a seguir camino. Algunas de ellas habían sido destruidas y los cascotes inundaban la calzada, con lo que Marla se vio obligada a realizar varias maniobras para llegar a la enorme escalinata. Allí se encontraba la Indra que Yadra había robado, pero por más que intentó localizarla no vio ningún rastro. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m ¿Que había traído hasta allí a la sith? Alzó la mirada hasta el imponente palacio, uno de los más grandes de todo Coruscant. Haciendo acopio de valor, inició la ascensión por la escalinata hasta las puertas. Tan sólo una de las hojas metálicas quedaba en pie, la otra se hallaba derribada en el suelo, multitud de impactos de blaster se veían en las paredes y las columnas de la residencia. El combate con las fuerzas imperiales debió ser impresionante. Se asomó con timidez subiéndose a la puerta de medio metro de grosor que le impedía el paso, apoyada en el quicio echó una mirada al interior. La tenue luz que entraba apenas dejaba ver más allá de veinte metros con claridad, todo el hall se hallaba en penumbra. En algunas zonas donde el techo había cedido penetraba un rayo de luz amarillenta que le daba un aspecto aun más tétrico al lugar. Respiró profundamente intentando ahuyentar los malos pensamientos y entró. Cuando la luz se hizo escasa, tomó una pequeña linterna que había cogido de la moto-jett e iluminó el camino. En un principio, captó todo a su alrededor, paseando el halo de luz por las gigantescas columnas que sostenían las cúpulas y el techo. El enorme silencio que reinaba no hizo sino ponerla más nerviosa... Avanzó despacio intentando no tropezar con los restos del suelo procurando hacer el menor ruido posible. Al cabo, dio con las huellas de unos pies que habían revuelto la capa de polvo que lo cubría todo, enfocó hacia donde se dirigían y descubrió una puerta entreabierta al final del hall. Esta vez se apresuró a seguir el rastro lanzando nerviosas miradas hacia todos lados. La puerta dejaba el paso justo para entrar de lado. Intentó moverla para tener más espacio en el caso de que tuviera que salir corriendo, pero le fue del todo imposible, tan sólo la sith tenía la fuerza suficiente como para hacerla ceder. Se encontraba ahora en una estancia un poco más pequeña pero no por ello menos impresionante. Las columnas eran mucho más grandes y estaban grabadas a lo largo de toda su superficie en espirales que se entrelazaban. Quedó impresionada por la belleza de sus formas. Continuó siguiendo las pisadas y, de repente, casi a mitad del camino, desaparecieron. Por más que buscó en derredor no encontró nada, tan sólo las suyas más pequeñas y paralelas a las de Yadra. Sintió un extraño hormigueo en la nuca y un escalofrío le recorrió la espalda. – ¿Qué estás haciendo aquí?– la voz de la sith sonaba apenas en un susurró detrás de ella. Lentamente, Marla se dio la vuelta hasta encararse con Yadra que la observaba a tan sólo un palmo de distancia de su rostro. Su expresión seria y el brillo de los ojos rojizos la habrían obligado a retroceder pero se había quedado inmovilizada por el miedo, su pulso se aceleró y respiraba con rapidez. – ¿¡Qué estás haciendo aquí!?–  elevó el tono de voz que sonaba profunda y grave. – Es… escapaste– logró balbucear. Se movió con tal rapidez hacia la oscuridad que la joven dejó de verla, la túnica negra la ayudó a fundirse con las sombras. Tomó la linterna que había caído al suelo e iluminó las columnas hacia donde suponía se había dirigido. No vio nada. – ¿¡Por qué me haces esto!? ¿Qué lugar es éste?– gritó furiosa enfocando de lado a lado intentando localizarla de nuevo. El largo silencio fue interrumpido por la voz de Yadra, ahora suave y cálida, rememorando el pasado… – Pudimos gobernar la Galaxia– hizo una breve pausa. Marla sujetaba con ambas manos la linterna pues le temblaba el pulso– ... Pero la traición y un giro inesperado en la Fuerza nos venció. Éramos temidos por muchos y respetados por otros, que vieron en nosotros una forma de gobierno justa. Teníamos en un puño a la rebelión, pero el orgullo y la sobrestima de Palpatine sobre las fuerzas rebeldes, así como la traición de Vader supuso el principio del fin. Marla seguía la voz de Yadra que se movía entre las columnas y ahora se oía desde su izquierda. – Aquellos que creíamos nuestros aliados se levantaron en masa contra la "opresión" del Imperio y, lenta pero inexorablemente, fuimos derrotados– soltó un leve suspiro–. Mi padawan fue asesinada por esos a los que tú llamas jedis… He venido aquí buscando paz, intentando encontrar algo de lo que se nos arrebató, pero no queda nada. Yadra apareció de improviso a su lado y la joven dio un respingo, comenzaba a estar un poco cansada de las apariciones fantasmales de la sith y el lugar no acompañaba para nada en su animo.
  • 17. – Acompáñame– dijo mientras se dirigía hacia el fondo de la estancia. Marla tuvo que acelerar el paso hasta lograr alcanzarla, no se explicaba cómo podía caminar con tanta rapidez sin apenas hacer ruido ni levantar polvo con la túnica. Llegaron al fondo y se pararon frente a la estatua de una figura encapuchada como las que había visto en el exterior, si bien ésta parecía mucho más amenazante. Durante un segundo Yadra examinó la estatua y con reverencia la tocó. Marla observaba con detenimiento sin saber quée estaba haciendo la sith. Con una luz mortecina, la estatua comenzó a brillar y una puerta se deslizó hacia adentro justo en mitad de ella. Yadra entró en la oscuridad sin pensárselo dos veces. Impresionada, la joven la siguió unos pasos por detrás. Perdió toda noción del tiempo y con la linterna sólo iluminaba la espalda de la sith, bajaron por un corredor que las obligaba a estar agachadas unos cientos de metros y después por una escalera de caracol excavada en la roca que parecía interminable. De repente Yadra se paró y Marla dio de bruces con su espalda. Intentó averiguar porqué se habían detenido y se lo iba a preguntar, cuando la sith desapareció de nuevo. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Iluminó hacia delante y vio una enorme cámara circular. Entró y Yadra permanecía en el centro, el silencio era absoluto y tan sólo escuchaba su propia respiración, la sith permanecía estática. La luz que caía sobre ella proyectaba la sombra más allá de donde se encontraba. Con toda solemnidad, Yadra posó sus manos sobre el pedestal que quedaba fuera de la visión de Marla y entonó una breve letanía en voz baja. Poco a poco y desde el lugar donde se encontraba la sith, la estancia se llenó de luz, tenue al principio pero brillante al poco tiempo. Marla se quedó boquiabierta por lo que vio. La sala era circular y pequeña y daba paso a un largo pasillo de varios metros de anchura. Cientos de pequeñas figuras geométricas se apilaban sin orden aparente en los estantes que llegaban desde el suelo hasta donde alcanzaba la vista, ni siquiera el haz de la linterna llegaba tan lejos. Lentamente caminó por mitad del pasillo, sobrecogida por lo que Yadra le había mostrado. La sith permanecía sin moverse de la sala circular. – ¿Qué es todo esto?– la pregunta le sonó ridícula, pues estaba segura de que aquello era una biblioteca. – Aquí se encuentra toda la historia de los sith, desde el inicio hasta el ocaso– sonrió sin gana viendo la expresión maravillada de Marla que paseaba con deleite entre los estantes sin atreverse a tocar ninguno de los objetos que contenían–. Pero ahora no vale nada. Nadie más que yo... y ahora tú, conoce su ubicación. – Esto… esto tiene que saberlo alguien, no sé– dijo visiblemente emocionada–. Hay historiadores que pagarían una fortuna tan sólo por verlo...– se dirigió hasta Yadra gesticulando con vehemencia. – No. – ¿Cómo que no? Esto es parte de la historia de toda la Galaxia y debe formar parte de todos– sonrió con los ojos brillantes. – Te permito tomar uno– dijo con firmeza –, pero nada más. Debes jurarme que jamás hablarás de este lugar con nadie. ¿La estaría poniendo a prueba? – Está bien– la sith le había mostrado su confianza enseñándole aquel lugar y no la defraudaría, le había hecho el regalo más maravilloso de su vida. Quiso agradecérselo pero Yadra se marchaba. – Recuerda, sólo uno– lanzó una última mirada llena de recuerdos–. Estaré afuera, no tardes. Marla se quedó a solas, dándose cuenta de la enorme tranquilidad que se respiraba en aquel lugar. Paseó a lo largo de los estantes, que no parecían tener fin sin saber cual de los objetos que había en ellos tomar. Casi todos tenían la misma forma, la de dos pirámides unidas por su base aunque había otros en forma de dodecaedros; los tamaños variaban yendo desde el más pequeño que se podía sostener entre el índice y el pulgar hasta los grandes, que había que coger con ambas manos. Se decidió por uno de tamaño medio que cabía en la palma de su mano y, sin mirar atrás, salió. Yadra ya le esperaba montada en la Indra, con la capucha sobre la cabeza y el motor encendido. Marla le enseñó con respeto lo que había elegido. – Es tarde, será mejor que regresemos– se puso a los mandos dirigiéndose hacia un túnel subterráneo a medio derruir. Entonces fue así como había burlado los droides de la entrada principal, sonrió. La sith tenía muchos recursos guardados en las mangas de su amplia túnica. Sigue -->
  • 18. ECOS DEL LADO OSCURO. Autor: El Kender III Parte V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m De vuelta al palacio, Marla borró del ordenador central la salida de los dos vehículos para no levantar sospechas y acompañó a Yadra hasta su habitación. Una vez allí, tomaron asiento y la joven enseñó con reverencia el holocrón que había elegido. La sith lo examinó unos instantes y esbozó una leve sonrisa que pasó desapercibida a Marla, pues su atención estaba centrada en la pequeña figura geométrica. – ¿Cómo funciona?– le daba vueltas sobre la palma con un dedo. – Dime. ¿percibes algo? Algún tipo de sensación– sus palabras erandistantes, como las de una maestra con su alumna. – No– respondió frunciendo el ceño–, es frío al tacto y más pesado de lo que aparenta. Yadra suspiró levemente. – Para accionarlo deberás entrar en consonancia con la Fuerza– se lo arrebató en un rápido movimiento. Dejándolo encima de la mesa puso su mano a unos pocos centímetros de este, cerró los ojos y durante un instante Marla contuvo la respiración como si algo mágico fuera a ocurrir, se le hizo un nudo en la boca del estómago. – Es inútil...– se desesperó moviendo la cabeza–, mientras tenga esto en el cuello no puedo hacer nada. Se levantó y deambuló en círculos por la habitación como un banta enjaulado. Marla miró otra vez el holocrón desesperada. Con determinación, colocó la mano como había visto hacer a Yadra y se concentró con todas sus fuerzas. La sith se paró a su espalda y por un instante sintió su presencia observándola. – Vamos, funciona, vamos– murmuraba con un susurro apenas perceptible, Yadra hizo una mueca irónica. Los segundos pasaban lentamente, Marla respiraba rápidamente y de repente sucedió. Para su propia sorpresa y la de la sith el holocrón emitió una tenue luz azulada, la joven apartó la mano atemorizada y la figura comenzó a girar sobre sí misma vertiginosamente, elevándose en el aire con un zumbido que iba en aumento. Marla se levantó asustada y tropezó de espaldas con Yadra que permanecía sin moverse detrás, intentó girarse pero el holocrón retenía toda su atención como si la llamara, atrayéndola. A veinte centímetros de la superficie de la mesa dejó de girar y la mitad superior se separó elevándose a su vez y dejando un espacio de casi un metro entre ambas. El holograma de una criatura encapuchada apareció con toda nitidez entre las dos. Yadra sonrío satisfecha ocultando su rostro en el interior de la capucha, la joven temblaba de emoción, si bien hacía muy poca falta de concentración, lo había hecho funcionar. – Arlargth no lar tallai– la voz era gangosa, sonando como cuando alguien intentara hablar bajo el agua. Marla miró a la sith, había tenido la oportunidad de saber más sobre la historia y la forma de vida de los suyos ¿y tomó un holocrón de un idioma extinto? La tristeza se reflejó en sus ojos. – Deja aquí tus esperanzas– tradujo con la mirada perdida en el recuerdo. – ¿Sabes... lo que dice?– interrogó entrecortadamente. – Olvidas que soy una sith– la voz de la criatura continuaba escuchándose de fondo mientras ambas se miraban fijamente. – Callhay rar... – El camino del lado Oscuro no es fácil– Yadra hablaba a la vez que la figura del holograma. Ensimismada con el momento se centró en el mismo. – Grandes sacrificios deberás hacer si un sith quieres llegar a ser, dejarás en el camino amigos, familia y recuerdos, sacrificándote en cuerpo y alma a la causa– hizo una pausa y la figura cambio a otra más pequeña con tres ojos en su frente –, pero este sacrificio te comportará más poder del que jamás hayas soñado. Para Marla solo existía el holograma pues había perdido toda noción del entorno, cada vez mas atraída escuchaba la voz de Yadra como un eco lejano. – La apertura de este holocrón confirma que al menos hay una pequeña consonancia del lado oscuro contigo. Con él aprenderás las nociones básicas del pensamiento y la percepción cognitiva del lado Oscuro, sin embargo serás tu quien deberá poner en practica lo aprendido. Así como la Fuerza es un poderoso aliado para los jedis, el reverso tenebroso es uno mucho mas fuerte para los sith. Cuanto más odio...– Yadra dejo de traducir devolviendo así a la realidad a la joven.
  • 19. – ¿Qué dice?– interrogó apremiante. – Basta por hoy– pasó bruscamente la mano a través del holograma y el octaedro cayó sobre la mesa con sus mitades unidas. – ¿Por qué has hecho eso?– dijo enfadada. – Ya he comprobado que los jedis estaban equivocados y que al menos tienes un leve atisbo de la Fuerza. Tal vez con todos sus test y pruebas pasaron algo por alto– iba a decir un lado oscuro pero calló, pues ahora sabía que, seguramente, lo habrían detectado, pero entrenar a alguien en las artes jedis para que luego se convirtiese en un enemigo no era contemplado por el Concilio. Tal vez por eso le impidieron su entrada en la academia. Ése era el mayor fallo de aquellos mentecatos, no por haber entrado en contacto con el reverso tenebroso tenía porqué ser vencido por éste. Varios habían sido los casos en el pasado en los que un jedi, tras pasar por el trance de enfrentarse a la duda, al miedo y al odio que irreversiblemente lo habrían llevado hacia el lado Oscuro, salieron fortalecidos y con mayor poder. Marla lo cogió de la mesa y lo metió en el bolsillo de cuero del cinto. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Ha sido un día con demasiadas emociones para ti– se quitó la túnica negra –, mañana continuarás el aprendizaje– hizo una pausa mirándola fijamente a los ojos–, pero recuerda lo que prometiste: más vale que pongas manos a la obra coneste maldito collar. Conteniendo un "gracias", pues sabía que no sería del agrado de la sith, se marchó con una leve inclinación de cabeza. Se detuvo en el observatorio, consciente por primera vez de lo que había hecho. Sonrió abiertamente, emocionada por las sensaciones que se agolpaban en su corazón pugnando por salir. Nunca antes había experimentado tal poder como cuando se abrió el holocrón. Y el mero hecho de hacerlo delante de la que sería su mentora la llenaba de orgullo... Y el orgullo la hizo sentirse poderosa.   Los últimos preparativos para la fiesta de disfraces en casa del archicanciller Rholo se realizaban con toda premura bajo sus propias ordenes. El anciano Mon-calamari, de casi doscientos años, vestía una toga nogoliana esmeralda y un cinto de color rojo, el símbolo que le identificaba como archicanciller al cuello. Sus enormes ojos oscilaban de un lado a otro observando todos los detalles y daba ordenes gesticulando con sus anfibias manos. – ¡No, no! ¡Por todos los Mynoc de la Galaxia! Eso no va ahí, ¡los estandartes de las casas reales a la izquierda!– gritaba exasperado, esperaba que aquella reunión sirviera para zanjar asuntos importantes y no quería que nada estuviesefuera de lugar. Un androide de protocolo se acercó con su habitual torpeza y ruido de engranajes. – Señor, tiene una visita– su voz metálica y aguda le desagradaba sobremanera pero reconocía la eficacia del droide. – Ahora no, T4, estoy ocupado– le hizo una seña despidiéndole. – Señor, me ha insistido que era urgente– le entregó una pequeña insignia–, Dijo que usted lo entendería. Era una simple placa de arconita con una G grabada en la superficie, Rholo abrió los ojos de par en par y se puso visiblemente nervioso. – Esta bien, entreténle unos instantes, lo suficiente para prepararme– murmuró. En la sala de espera una figura permanecía oculta entre dos columnas, apoyada en la pared y con los brazos cruzados sobre el pecho. Pasó el tiempo y comenzaba a impacientarse cuando el canciller acompañado del droide entró en la habitación. – Déjanos a solas– le ordenó al droide, que salió de la amplia sala. – Saludos, Archicanciller Rholo– siseó entre dientes con sorna–. Hacía tiempo... – Tu presencia es non grata aquí– dijo con firmeza, había cambiado sus ropas y ahora vestía un traje de combate calamari–. ¿Qué ignominia has venido a cometer? – Me ofendéis, milord– salió de su escondrijo–. Si mal no recuerdo tenemos cuentas pendientes, aunque no es a vos a quien quiero. La figura sacó de entre los pliegues de la amplia túnica un sable láser y lo accionó, con un siseo el haz de luz violeta brilló. A su vez, Rholo sacó un blaster del cinto y le apuntó. – Esta vez no te saldrás con la tuya– le advirtió–. No sé qué te ha traído hasta aquí pero sí puedo impedir que cometas alguna felonía... – Si así lo deseas...– rió con crueldad.
  • 20. La puerta se abrió y el archicanciller salió visiblemente azorado. – ¿Se encuentra bien, señor?– T4 se acercó preocupado. – No... no ha sido nada– resolló–. Nuestro invitado ya se ha marchado, continuemos con los preparativos.   A la mañana siguiente la lluvia repiqueteando contra los cristales despertó a Yadra. No estaba acostumbrada a las comodidades y le había costado conciliar el sueño con un colchón tan blando. Se puso en pie y estiró los brazos flexionando las muñecas para reavivar la circulación. Incluso la sábana de seda galantiana le resultaba molesta, así que había optado por dormir semidesnuda sin tan siquiera taparse. – Azul– llamó al droide. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Apareció displicente a través del panel de la pared. – ¿Qué desea, señora?– mantenía la distancia. – Comida– se limitó a pedir. Al instante otro droide de servicio apareció por el elevador con dos bandejas llenas de alimentos multicolores. Yadra hizo un gesto y los dos desaparecieron rápidamente. Examinó el contenido de las bandejas, en una había una especie de ensalada de color naranja con varias salsas y en la otra un ave que no identificó, aderezada con verduras azuladas. La sith arrugó la nariz. – ¿Pero qué porquería comen aquí?– tomó asiento. Apartó con un cubierto las hojas de la ensalada, algo se movió en el fondo saltando del plato y comenzó a corretear por la mesa; con rapidez y tras el sobresalto, la sith ensartó a la "verdura corretona" llevándola a la altura de los ojos para examinarla. Era una espora con cientos de patas que todavía se movía. Soltó el cubierto sobre el plato y decidió dar buena cuenta del ave, al menos olía bien. Se equivocó, su carne era tan dura que ni los dientes de un krayt la habrían partido. Enfadada, tiró las bandejas de un golpe y se puso en pie llamando al droide. – ¡¿Qué clase de estúpida broma es ésta!?– Azul retrocedió asustado– ¡Ni un banta se comería esta bazofia! – ¿Acaso no le gusta la comida?– preguntó sin demasiado interés–. La verdad, no he tratado nunca con alguien de su especie, si me permite decirlo, así que me limité a prepararle lo que creí conveniente. – Pues creíste mal– se sitúo a su altura–. Ahora vas a traerme lo que te pida, ¿entendido...? Azul temblaba ostensiblemente y emitía pequeños pitidos. – ¿Tenéis agua Kothlis?– preguntó muy seria. – No señora, pero sí tenemos Citrium que es muy parecido. – Eso valdrá, y un poco de pan de algas nemorianas– se incorporó procurando tener un aspecto amenazador. – Como desee– el droide salió a toda prisa dispuesto a no cometer ningún error,resbaló en las salsas y fue a dar de bruces contra la pared. Yadra contuvo la risa y Azul se marchó torpemente. Cuando al fin tuvo la comida, saboreó todos y cada uno de los bocados. No recordaba cuándo fue la última vez que había podido elegir lo que comer, y el pan de algas, a pesar de su amargo sabor, era un ingrediente básico en la dieta de los sith. Una pequeña cantidad proporcionaba gran cantidad de energía, si bien el Citrium no se parecía al Kothlis sith ni por asomo, sabía igual que elbatido energético que le daban a los niños. Un droide de limpieza se encargó de retirar los restos así como de limpiar el suelo. Yadra accionó el panel de control de la mesa y una pantalla salió de la misma. – Veamos, necesito un buen baño– miró el menú de opciones y eligió la de sauna corporal. Otra sección de la pared se giró. Tenía forma de cilindro, la mitad era parte de la pared y la otra mitad de cristal. La sith se acercó y la puerta de cristal se deslizó hacia dentro dejando el espacio suficiente para una persona. Se despojó de la poca ropa que le quedaba y se introdujo en la cámara. La puerta se cerró y comenzó a caer agua tibia. Yadra se relajó mientras el líquido empapaba su cuerpo. A una orden, el agua cambió a fría pues no quería acostumbrarse a una vida de lujo y caprichos. Conforme los músculos de su espalda se relajaban, el dolor y el cansancio desaparecían, igual que el agua a través del desagüe de la ducha. Si bien los recuerdos seguían allí, al menos su cuerpo comenzaba a estar en plena forma. La puerta se abrió y Marla entró en la habitación llevando ropajes nuevos para la sith. Yadra no percibió su presencia a causa del ruido del agua. El vapor cubría casi todo el cristal dejando sólo a la vista de cintura para arriba de la sith. La joven, sorprendida por haber encontrado a Yadra en mitad de un baño, bajó la mirada avergonzada, sin embargo no pudo evitar lanzar una mirada de reojo. Al poco, sin darse cuenta, la miraba con admiración y estupor. Unas largas cicatrices violáceas le recorrían toda la