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FRATERNITAS
CRUCIS
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BEATI SERVIENDI
[1] FELICES DE SERVIR a Dios a través de la Iglesia mediante un llamado
especial, queremos consagrar nuestra vida al Señor y dedicar por entero nuestra
existencia a esparcir el amor de Cristo en este mundo, a extender la misericordia de
Dios por la oración y la donación de nuestras vidas y a defender nuestra fe con
nuestras palabras y obras.
[2] Llamados, pues, para servir en el amor de Cristo, permanecemos firmes
en la fe, fieles al magisterio y siempre obedientes al Santo Padre, a él, Vicario de
Cristo en la tierra, a quien amamos con todo el corazón. Juramos solemnemente
mantenernos a perpetuidad como hijos entregados y obedientes a la Santa Madre
Iglesia, aún a costa del derramamiento de sangre. Fieles hasta el martirio: Mártires
por el Evangelio, mártires por Cristo, nuestro Camino, Verdad y Vida.
DISPOSICIONES GENERALES
[3] Nuestra fraternidad no es nuestra, sino de Aquél que nos ha llamado a
vivir, ya desde la tierra, los tesoros del Cielo. Sólo somos hijos de Dios, hermanos
de Cristo, que buscando ser agradables a Dios, queremos hacernos pequeños ante su
mirada, de modo que nuestra grandeza sea sólo dada y cimentada en nuestro
Creador.
[4] Queremos llamar a nuestra pequeña hermandad Fraternitas Crucis
(Fraternidad de la Cruz), porque es en ella donde se consuma el sacrificio de Cristo,
siendo como una puerta que nos abrió los cielos cuando no lo merecíamos. Y,
siguiendo a Cristo, que se entregó por nosotros para salvación del género humano y
la redención del universo, así también nosotros queremos ser entregados y
crucificados con Él, nuestro maestro y Señor, centro de nuestras vidas. Lo aspiramos
para mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
3
[5] Nos queremos entregar como víctimas de amor por la salvación de un
mundo en decadencia. Y siendo conscientes de que no somos necesarios deseamos
entregarnos por amor siguiendo las palabras de Cristo cuando dijo: «Nadie me
quita la vida, yo la doy porque quiero.» Jn 10, 18. Éste será nuestro principal
carisma: el ofrecimiento de nosotros mismos para que todos los pueblos lleguen al
conocimiento de la verdad; y posterior a éste: el amor y la misericordia. Nuestra
fraternidad toma como norma las palabras de san Pablo dirigiéndose a los romanos
«Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a
vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será
vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.» Rom
12, 1-2.
[6] El fin de nuestra fraternidad no es otro que el del amor, pues creemos que
sólo el amor nos puede salvar. Queremos hacer todo por amor: por amor, orar; por
amor, obrar en favor de nuestros hermanos; por amor, trabajar; por amor, vivir.
Todo por amor.
[7] Nuestra regla de vida es el Evangelio: centro, fuente y culmen de nuestra
fraternidad, constituyéndose así como el origen de nuestra espiritualidad, nuestra
razón en la fe y nuestro credo en la razón.
[8] El modo de vivir este amor será en diversos aspectos de la cotidianeidad
de la vida; así, creyendo que Dios nos llama a expresar el amor que nos tiene,
deseamos expresar nuestro amor por él, en la vida en comunidad, en la oración
contemplativa, en la dirección espiritual, en el santo abandono, en la santa
indiferencia, en la pobreza, en la castidad, en la obediencia, en la mortificación, en
la liturgia, todo esto con un corazón de niños, capaz de elevar todo cuanto es vivido
al culmen de la vida cristiana que es la caridad, teniéndola como punto de partida y
meta.
[9] Nuestra fraternidad no busca ser grande en número ni extensión. Tampoco
buscamos ser elitistas ni exclusivistas, simplemente creemos que Dios nos ha
llamado como una mínima comunidad que se ofrezca a él, buscando siempre crecer
más en santidad que en número. Por ello, sólo queremos ser pocos monjes, que en
reclusión quieran derramar el amor de Cristo por sus hermanos en la Iglesia.
[10] Nuestra fraternidad pretende ser un oasis de amor y misericordia para
todos aquellos necesitados y desamparados, tanto en lo espiritual como en lo
material, de modo que en el desierto de la indiferencia podamos comunicar el amor
de Cristo, siguiendo las palabras del Señor que dice: «Venid a mí todos los que
estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre
4
vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera.» Mt 11, 28-30.
[11] Queremos llegar a todos los que son despreciados, a todos los que no son
importantes para el mundo y acompañarlos con oración, con penitencia, con
dirección espiritual, y los otros medios que la Santa Madre Iglesia pone a
disposición de todos sus hijos (laicos o consagrados), siendo para ellos hermanos y
compañeros de camino, sirviéndoles con nuestras vidas.
EL MANDAMIENTO MÁS IMPORTANTE: EL AMOR
[I] «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le dijo: «Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda
la Ley y los Profetas.» Mt 22, 36-40.
[12] Sólo el amor nos puede salvar. Creemos de todo corazón que sólo el
hombre es hombre cuanto más ama, sobre todo cuando ama a su Señor sobre todas
las cosas, pues como lo ha dicho Nuestro Señor, quien ama a Dios amará a su
prójimo y amando a Dios y a su hermano, cumplirá la ley, siendo el cumplimiento
de ésta una consecuencia del amor y no su finalidad primera en cuanto tal.
[13] Así, nosotros queremos amar al Señor con todo el corazón, con toda el
alma, con toda nuestras fuerzas, de modo que en nuestras vidas no haya otra razón
más que la de amar y amar mucho. Y así, de tal manera, que nuestro amor por Dios
se refleje en el amor por nuestros hermanos. Tomemos en cuenta, pues, las palabras
de san Pablo que nos enseña la importancia del amor en la vida de todo cristiano ya
que sólo el amor justifica las buenas obras, el amor es el artífice de los milagros, el
amor da sentido a los sacrificios, el amor santifica nuestras vidas, el amor nos abre
las puertas del Cielo:
[II] «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombre y de los ángeles; si no tengo
amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Ya podría yo tener el
don de profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, o poseer una fe
capaz de trasladar montañas; si no tengo amor, nada soy. Ya podría repartir
todos mis bienes, e incluso entregar mi cuerpo a las llamas; si no tengo amor,
nada me aprovecha. El amor es paciente y bondadoso; el amor no es envidioso,
no es jactancioso ni orgulloso; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no
toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no
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acabará nunca; (…). Ahora subsiste la fe, la esperanza y el amor, estas tres
realidades. Pero la mayor de todas ellas es el amor.» 1Cor 13, 1-8a.13.
[14] Nuestra vocación pues, es el amor, es nuestra misión en esta vida a dar
testimonio del amor que hemos recibido de lo alto. Tengamos en el corazón estas
palabras de san Pablo, pues nada de lo que hagamos vale si carece de amor.
[III] «Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo lo he
amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el
siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.» Jn 15, 12-15.
[15] Cristo es el amigo fiel que se ha entregado por nosotros. Nosotros hemos
sido elevados de siervos a amigos suyos sólo por voluntad suya por medio del amor.
Sepamos esto, cada vez que llevamos a Cristo a nuestros hermanos, en cualquier
medio posible, nosotros siendo instrumentos de Nuestro Señor, quitamos las cadenas
de la servidumbre de sus almas, los liberamos y les damos, primero, la condición de
hombres libres, y simultáneamente, la condición de amigos de él. Es él el que
entregó su vida por nosotros, nosotros demos la vida por él, incluso seamos valientes
de dar la vida por Jesús en aquellos que nos odien, persigan y calumnien, pues dice
el Señor: «(…) Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para
que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y lloves sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué
recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no
saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No
hacen eso mismo también los paganos? Vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre del cielo.» Mt 5, 44-48.
[16] Esto es parte también del morir a uno mismo, es parte también del
ofrecimiento como víctimas de amor, es manifestación clara de la cruz que se lleva
para santificación de ellos y de nosotros, recordemos, hermanos que nuestro juicio
será conforme al juicio que hayamos tenido para con nuestro prójimo cf. Mt 7, 2. Así,
Nuestro Señor lo explica en casa de Simón, el fariseo: «(…)Por eso te digo que
quedan perdonados sus numerosos pecados, porque ha mostrado mucho amor.
A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Lc 7, 47.
[17] Tengamos siempre en el corazón esto: si estamos aquí, si hemos sido
llamados, es porque Dios se ha dignado perdonar, no poco, sino TODO pecado que
hemos hecho. Haciendo esto consciente nos debemos sentir sobrecogidos por tanto
amor hacia nosotros pecadores, de modo que sólo reconociendo que no merecemos
tanto amor de su parte, no seamos ingratos con él y paguemos a su amor con mucho
amor y gratitud de nuestra parte.
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«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como
yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois
discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros.» Jn 13, 34-
35.
[18] Si tan sólo quisiéramos cumplir este mandato del Señor, nuestro mundo
sería diferente. Los invito hermanos a que nos esforcemos por realizar, entre
nosotros y entre los demás, estas palabras de Cristo, pues sólo el testimonio de
nuestro amor por el Señor Jesús en medio de nosotros será un poderoso ejemplo
contra el odio y la desconfianza en el otro. Quiero creer que Nuestro Señor nos lo
pide con tal de seamos sal de la tierra cf. Mt 5, 13. Seamos discípulos del Señor en el
amor entre nosotros.
CARIDAD
[IV] «Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre,
recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo,
y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le
responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o
sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a
verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de
estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”» Mt 25, 34-40.
[19] Todos nuestros esfuerzos estarán destinados a la caridad, pues es la
caridad la expresión más viva del amor de Dios que se manifiesta a través de los
cristianos. No es que seamos los miembros más caritativos de la Iglesia,
simplemente queremos desgastar nuestra vida en beneficio de nuestros hermanos,
atendiendo a Nuestro Señor en la carne del otro. Queremos ser “testigos del amor
en sumisión callada (…) testigos de cansancio de una vida inmolada, a golpe de
Evangelio, a golpe de la espada” (Himno de Laudes del común de mártires, extractos), es
decir, sacrificar nuestra vida por el Cristo encarnado en el prójimo, sobre todo en el
prójimo olvidado, el prójimo triste y desconsolado, el prójimo despreciado del
mundo, el prójimo hambriento y sediento en el cuerpo y en el alma, el prójimo preso
de sí mismo y cautivo del pecado. Queremos ser esa luz, ese consuelo, ese pan que
es comido para dar vida, ese vino derramado sobre las heridas para sanarlas cf. Lc 10,
34; queremos ser, pues, la mano de Cristo que acaricia a sus hermanos y los saca de
sus sepulcros.
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VOCACIÓN: LA CRUZ POR AMOR
[V] «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los
pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año
de gracia del Señor.» Lc 4, 18-19.
[20] Estas palabras del profeta Isaías leídas por Nuestro Señor en la sinagoga
deben ser tomadas por nosotros como el sentido y orientación de nuestras vidas,
como aquello que ordena nuestro existir y que nos hace sentir emoción en la
humildad ante tan profundo designio y misterio, pues, de instrumentos insuficientes
como nosotros, el Señor ha tenido a bien disponer de nuestro ser para darnos a sus
hijos predilectos: los pobres de espíritu (para enriquecerlos), los esclavos del pecado
(para ser liberados), los ciegos (para disipar las tinieblas del error y la ignorancia),
los oprimidos (para suavizar su yugo), de modo que cada día, cada acontecimiento,
cada año esté lleno de la gracia del Señor.
[VI] «No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, de modo que todo lo que pidáis
al Padre en mi nombre él os lo conceda.» Jn 15, 16.
[21] El Señor nos ha llamado, y nos ha llamado a amar, para que, amando,
enseñemos a otros a amar y, así lleguemos a ser santos junto con todos aquellos a los
que Dios nos haya encomendado en nuestras vidas. Ése será nuestro trabajo: ser
sembradores de semillas de amor, para que así el mundo se convierta en un bosque
de amor. Ése será nuestro fruto: la santidad alcanzada por medio del amor; para que
así se cumpla lo que dijo el Señor: «Por sus frutos los conoceréis.» Mt 7, 16a.
[VII]¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios
según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido
más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha
elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Dios ha escogido lo
plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que
es. De ese modo, ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios. 1 Cor 1, 26-29.
[22] San Pablo nos lo advierte, nosotros no somos grandes a los ojos del
mundo, debemos tener muy presente eso, siempre presente. Que no nos creamos
más que los demás, ni tampoco hijos predilectos de Nuestro Señor, pues todos
estamos llamados a servir a Dios en nuestros hermanos; nosotros, sólo por
misericordia y compasión suya, nos ha invitado a seguirlo, pero nuestro seguimiento
particular es ser como otro Cireneo, que carga la cruz de Cristo hasta el Calvario, ser
8
otro Juan que lo acompañe hasta su crucifixión. Estamos llamados a ser crucificados
con Cristo y en esto está nuestra grandeza: en nuestra pequeñez y el desprecio del
mundo por nosotros, pues sin desearlo, seremos como bofetadas de amor para los
grandes y poderosos, para los soberbios y orgullosos, de modo que se haga en
nosotros verdad lo que dijo Nuestro Señor: «(…) no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores.» Mc 2, 17b.
[23] Hemos sido llamados a morir ¡sí, hermanos! ¡Hemos sido llamados a
morir! Pero no una muerte que entristece, como en la ausencia de un ser querido, ni
tampoco una muerte espiritual que aniquila la esperanza del alma ¡no! Estamos
llamados a morir a nosotros mismos, morir en la cruz de cada día, ahí
encontraremos nuestra gloria, ahí encontraremos nuestra recompensa.
[24] Este morir sólo se da como consecuencia del amor, porque la cruz sólo
se carga por amor y sólo se muere en la cruz por amor. Sólo este tipo de muerte
enriquece como la semilla que muere para dar fruto cf. Jn 12, 24. Pero, ¿cómo es este
morir? ¿qué significa? Significa cansarse y desgastarse por los demás, renunciar a
nuestros gustos, dejar atrás las comodidades, considerar al otro como mayor y más
importante que uno mismo. La cruz resume todo, en la cruz se consuma todo cf. Jn
19, 30; crucifiquémonos con Cristo porque en su muerte los justos renacerán y vivirán
eternamente; pues ya lo dice san Pablo a los romanos: «Si verdaderamente hemos
muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos
que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere; la muerte no
tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para
siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también, considerad vosotros
que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo
Jesús.» Rom 6, 8-11.
POBREZA
[VIII] «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre
que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en
el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que
socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Mt
6, 19-20.
[25] La pobreza es una extraordinaria actitud de vida, pero también una
altísima virtud. Ciertamente, no es un don infundido por Dios de manera
sobrenatural, pero la gracia divina si dispone al corazón, para que aceptando la
pobreza, acoja con mayor benignidad las riquezas y los tesoros del Cielo.
9
[26] Hermanos, esforcémonos por vivir en la pobreza, pues el que es pobre de
corazón no tiene nada que perder, nada estorba tampoco para entregarle el corazón
al Señor, pues quien no necesita de nada para vivir, tampoco necesitará de sí mismo
y será todo de Dios. Vivamos en la pobreza de espíritu reflejada en la pobreza
material, de tal manera que no tiendo nada, en el cuerpo y el espíritu, lo ganemos
todo del Cielo. No hay que temer a la pobreza, pues si sólo tenemos al Señor como
pertenencia, ¿nos hará falta algo más? Recordemos también las palabras de Nuestro
Señor «no sólo de pan vive el hombre (…)» Mt 4, 4a, vivamos pues de su palabra
para que nuestro corazón esté sólo en los tesoros del Cielo.
[27] Que el mundo no sea, con sus seducciones de fama, riqueza, poder, la
cadena que nos ate y nos impida emprender el vuelo, lo que sea del mundo
dejémoslo en el mundo, y lo que sea del cielo, démoslo al cielo, «Pues lo del César
devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.» Mc 12, 17.
[IX] Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda,
cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo;
luego, ven y sígueme.» Mc 10, 21.
[28] El señor ha fijado su mirada bondadosa y misericordiosa en cada uno de
nosotros, no por mérito nuestro sino por amor. Él, como a ese joven nos repite lo
mismo y nos invita a “vender” todo lo que tengamos y se lo demos a los “pobres”,
es decir, a sus hijos más desprotegidos. ¡qué hermosa exhortación, qué bello
llamado! Pues nos llama para que empobreciéndonos enriquezcamos a sus hijos
desamparados, Jesús quiere que “vendamos” nuestras vidas por ellos, y que en ellos,
los “pobres” se la entreguemos a él.
[29] La escritura dice, «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, me ha
tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.» Sal 15, 5-6. Antiguamente los
levitas, quienes no tenían una porción física de la Tierra Prometida, poseían
únicamente como herencia a Dios mismo, pues ellos serían la tribu sacerdotal. Que
nosotros seamos, pues, como otros levitas en medio de este mundo, a nosotros no
nos pertenece nada, que solamente sea el Señor nuestro Dios nuestra pertenencia,
que sea nuestro lote hermoso, y seamos para él su heredad reflejada con nuestras
vidas.
CASTIDAD
[X] «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha
concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron
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tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que
entienda.»
Mt 19, 11-12.
[30] La castidad no es castración, sino la concentración de todo el poder del
amor que una persona es capaz de dar, pero reorientada la consecución de la obra de
Dios.
[31] Hermanos, Nuestro Señor nos llama a ser Eunucos por el Reino de los
Cielos, nos llama a amar más de una manera indivisa. San Pablo afirma que el
soltero se preocupa de las cosas del Señor, preocupémonos pues de entregarle toda
nuestra existencia al amor divino para que ese fuego del amor, que en el mundo nos
quemaría hasta morir, pueda hacernos morir de amor para transformar al mundo y
hacerlo renacer desde las cenizas de la pureza.
[32] No tengamos miedo de la castidad, ¿qué podemos perder? Es poco a lo
que renunciamos, con tal de ganar todo en Cristo, para nosotros y para la salvación
del mundo. Reconozcamos en nuestros prójimos a nuestros hijos a semejanza del
Padre que está en los cielos; reconozcamos en nuestros prójimos a nuestros
hermanos y amigos por quienes al entregar la vida demostramos que no hay amor
más grande que darla por ellos a semejanza del Hijo que está sentado a la derecha
del Padre; reconozcamos en nuestros prójimos el amor que nos inunda y nos
consume a semejanza del Espíritu Santo que al devorar en todo en el fuego del amor,
lo renueva.
OBEDIENCIA
[XI] Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz. Flp 2, 8.
[33] Jesús es nuestro perfectísimo ejemplo de obediencia. Él que siendo todo,
se hizo poco, y siendo el más grande se humillo como quien no tiene dignidad.
Ahora bien, todos nosotros hemos sido dignificados por Cristo por su muerte y
resurrección, así, buscando obedecer primero la voluntad de nuestro Padre Dios y
luego la voluntad de nuestros superiores, renunciemos a nuestra voluntad propia, de
modo que no haya lucha de intereses a causa de la diferencia natural entre nuestra
voluntad y la de Dios, despojémonos pues de la nuestra y sólo tengamos la de Dios
en nuestras vidas. Así, cumpliremos todo cuanto él desee aún muy por encima de
nuestros gustos, preferencias y reticencias.
[XII] Obedeced a vuestros guías y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras
almas como quienes han de dar cuenta de ellas; así harán todo con alegría y sin
lamentarse. De lo contrario, no sacaríais provecho alguno. Hb 13, 17.
11
[34] La obediencia es difícil, pero no lo es tanto para quien por su libre
voluntad la cede y la pone en manos de Dios en sus superiores. La obediencia
siempre es una cruz, pero ¿acaso no estamos aquí para ser crucificados con Cristo?
Vayamos pues hermanos a obedecer, tal como Nuestro Señor espera de nosotros,
hasta la muerte propia. Quisiera, sin embargo, invitarlos a ver más allá del precepto,
sino la mística de este consejo evangélico, pues la obediencia no es más que la plena
confianza en los designios de Dios que se manifiesta de una manera amorosa y
misericordiosa, aunque a veces desconcertante, pero que Dios lo permite y, de algún
modo, así le ha parecido bien. Dejemos pues que Dios sea Dios y nosotros seamos
hijos obedientes de él, de modo que se haga vida lo que dice la Escritura: Hijos,
obedeced en todo a vuestros padres porque esto es grato a Dios en el Señor. Col
3, 20.
SANTO ABANDONO Y SANTA INDIFERENCIA
[XIII] «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, pensando qué
comeréis, ni por vuestro cuerpo, discurriendo con qué os vestiréis. ¿No vale
más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del
cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, pero vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién
de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de
su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo,
cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en todo su
esplendor, se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del
campo, que hoy es y mañana se echa al horno, ¿no lo hará mucho más con
vosotros, hombre de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué
vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?, pues por
todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que
tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y
todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del
mañana, pues el mañana se preocupará de sí mismo: cada día tiene bastante
con su propio mal.» Mt 6, 25-34.
[35] El santo abandono no significa vivir a la ligera, sino todo lo contrario, viviendo
siempre atentos, siempre esforzados, pero con una confianza tal en Dios, que no
tengamos otro gozo y consuelo que lo propiamente dictado por el Señor para cada
uno de nosotros. No se trata tampoco de una actitud resignada ante los
acontecimientos de la vida, sino una postura llena de fe en el Señor, es decir, una
manera de afrontar la vida como lo hizo Nuestro Señor antes de su pasión y que fue
anunciado a sus discípulos: «(…) yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
12
Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión
conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero
tened ánimo, yo he vencido al mundo.» Jn 16, 32b-33.
[36] El santo abandono nos impulsa a estar siempre puestos en los brazos de
Dios que no suelta de la mano a sus pequeños hijos, sino que los toma y los guía por
el camino de la vida.
[37] El santo abandono significa vivir cada día como si fuera el último, para
vivirlo en plenitud a pesar de las contrariedades mismas de la vida. El santo
abandono para nosotros significa, darlo todo, confiando en que, el Señor en su
infinita sabiduría y en su Providencia divina permite que sucedan las cosas para bien
de quienes lo aman y que nos utiliza como indignos instrumentos para llevar a cabo
su plan de salvación.
[38] El santo abandono significa no hacer nuestra voluntad sino la del Padre,
a imitación de Cristo, el más sublime ejemplo de abandono en Dios, cuando en
Getsemaní decía: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea
como yo quiero, sino como quieres tú.» Lc 22, 42.
[XIV] El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios
nuestro señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de
la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del
fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de
ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para
ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas
criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no
le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud
que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que
corta, y por consiguiente en todo los demás; solamente deseando y eligiendo lo
que más nos conduce para el fin que somos criados. (EE 23, Principio y fundamento).
[39] Queremos tomar de san Ignacio de Loyola su manera de hablar de la
santa indiferencia y tomarla como regla para nuestra vida. La santa indiferencia no
significa olvidarnos del mundo y pretender que no exista, tampoco significa dejar a
un lado aquello que nos estorba o incomoda, no, no es eso. La santa indiferencia
para nosotros es una sublime expresión de amor por Dios que nos pide tener libre el
corazón, libre la vida, sin cadenas que nos aten a este mundo, de tal manera que
siendo humildes ante el Señor reconozcamos que nada de lo que tenemos es
necesario y que si lo tenemos es sólo por gracia de Dios que, sin mérito nuestro, se
ha dignado otorgárnoslo. También significa que, desprendidos de las cosas de este
mundo, podamos tener una fuerza de voluntad tan grande pero también tan humilde
que sea capaz de renunciar a todo aquello que el Señor nos pida, teniendo siempre
13
puesta nuestra mirada y nuestro corazón en el Señor, pues no busca algo de
nosotros, sino todo.
[40] La santa indiferencia significa, pues, que teniendo algo, cualquier cosa,
seamos capaces de dejarla atrás con tal de seguir a Cristo, como nos lo ejemplifica el
Evangelio con el ciego de Jericó: «Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino
ante Jesús.» Mc 10, 50. De tal modo que, no nos importe el ser ricos o pobres, sanos o
enfermos, pues sabemos que si somos ricos, lo somos por Cristo Jesús, si somos
pobres, lo somos por Cristo Jesús, si estamos sanos, lo estamos por Cristo Jesús, o si
enfermos, lo es por Cristo Jesús.
RENUNCIA
[XV] Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por
el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si arruina su vida? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Mc 8, 34-37.
[41] ¿A qué somos capaces de renunciar por Cristo? Meditemos esa pregunta.
Imaginemos, hermanos, todo aquello que anhelamos tener, todo aquello que siempre
hemos deseado, todo aquello por lo cual suspiramos y que, sin ser prohibido por la
ley de Dios, sea lícito poseer. ¿Qué pasaría si, nos dijeran, ve con Dios, pero deja
aquí, al inicio del viaje todo eso que has anhelado, deseado y por lo cual has
suspirado? Pero, hay una condición más: lleva esta cruz sobre tus hombros.
[42] Hermanos, ¿a qué estamos dispuestos a renunciar? Realmente lo
dejaríamos todo por seguir a Cristo. Quisiera que siempre llevásemos estas palabras
en el corazón, pues el Señor quiero que dejándolo todo lo sigamos, como lo hicieron
los santos apóstoles Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo; quiere que no
busquemos nuestra vida de una manera egoísta, superficial o intimista, sino que la
busquemos en Cristo mismo, desinteresadamente, generosamente, desprendidamente
y en compañía de los demás. Pensemos pues, ¿de qué nos sirve ganar todo si eso nos
hace perder a Cristo? Además, san Pablo advierte, «todo me está permitido, pero no
todo me conviene», pero ¡cuánto nos cuesta desprendernos de lo que no nos
conviene! Renunciemos, hermanos, renunciemos a todo lo que nos ata al mundo.
[XVI] Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te
hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa,
hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos,
hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo
14
venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos,
primeros.» Mc 10, 28-31.
[43] Podemos, incluso, caer en la tentación de recriminarle a Nuestro Señor
las renuncias que, en apariencia, hacemos por él, (pero que en el fondo no son más
que reflejos de un egocentrismo manifestado en mayor o menor grado), como
esperando que nos clarifique cuál va a ser nuestra recompensa, y aun así, Jesús, con
tanto amor nos dice que nos dará aún en mayor medida cada cosa que hayamos
renunciado por él, pero advierte también que junto a ello también vendrán las
pruebas, que serán como el fuego que purifica el oro.
[44] Quiero abundar aún más en el tema de la renuncia, pues quien desee
pertenecer a esta fraternidad deberá renunciar por amor a muchas cosas, quizá la
renuncia más difícil no será la renuncia del mundo, sino la renuncia del Yo, pues las
cosas materiales se quitan y se dejan, pero yo mismo, ¿cómo renuncio a mí mismo?
Ese es algo que el fiel cristiano aprenderá durante toda su vida, ya que la vida del
discípulo de Cristo es una constante renuncia, con mayor razón lo será para el fiel
que es llamado por el mismo Dios a vivir más de cerca con él, el maestro que «no
tiene donde recostar su cabeza» Mt 8, 20b y que sin embargo nos colma de
bendiciones.
[45] El que renuncia a sí mismo, renuncia al mundo con mayor facilidad,
pues muchas veces nuestro peor enemigo es uno mismo. Renunciar significa morir,
como dijo el apóstol «Vayamos también nosotros a morir con él.» Jn 11, 16.
Vayamos pues a morir para resucitar a una vida nueva, que es a eso a lo que nos
llama el Señor. Si nuestro Yo no muere, será como una pared manchada a la que
solamente se le agregan capas de pintura para cubrir sus inmundicia sin antes
rasparla y que con el tiempo, sólo es un cúmulo de capas de pintura que termina por
caerse y deja al descubierto la inmundicia original. No, no seamos así, renunciemos
para poder decir como san Pablo: (…) Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo
que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama
desde lo alto en Cristo Jesús. Flp 3, 13b-14 después de todo, como dijo el mismo
Cristo: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el
Reino de Dios.» Lc 9, 62.
CORAZÓN DE NIÑO
[XVII] En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron:
«¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?» Él llamo a un niño, lo puso en
medio de ellos y dijo: «Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, el mayor en el Reino de
los Cielos será el que se humille como este niño. Mt 18, 1-4.
15
[XVIII] Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las
manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los
niños vengan a mí; y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el
Reino de los Cielos.» Mt 19, 13-14.
[XIX] Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les
reñían. Mas Jesús, al ver la escena, se enfadó y les dijo: « Dejad que los niños
vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de
los Dios. Yo os aseguro: el que no acoja el Reino de Dios como un niño no
entrará en él.» Y abrazaba a los niños y los bendecía poniendo las manos sobre
ellos. Mc 10, 13-16.
[XX] Y tomando a un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus
brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha
enviado.» Mc 9, 36-37.
[46] Estos cuatro pasajes que sean para nosotros no sólo un fundamento sino
también una meta, pues Nuestro Señor considera en tan alta estima la pureza, la
limpieza, la sinceridad, la confianza, el amor de los niños que asegura que siendo
como ellos entraremos en el Reino de los Cielos. Pero, ¿cómo se llega a ser niños?
Ciertamente no se trata de ser infantiles, sino que, asombrosamente Cristo pone de
manifiesto que la madurez espiritual equivale la simpleza y sencillez de los niños.
¡Imaginémonos, hermanos, cuán grande es un niño en el cielo! El cardenal Ratzinger
en su libro El Dios de los cristianos reflexiona sobre la infancia de Jesús y dice que
debió haber sido tan significativa que la pone de ejemplo para llegar al cielo.
[47] Hermanos, seamos como niños, ¡seamos como niños porque Dios nos
quiere así para él! Un padre no quiere separarse de su hijo bebé cuando éste está en
sus brazos durmiendo, así, nuestro Padre Dios no quiere que nos separemos de sus
brazos y que permanezcamos recostados en su regazo, pues apartándonos de él
seremos como los racimos que se separan de la vid.
[48] Exponemos aquí las palabras del Cardenal Ratzinger, del libro citado arriba:
«Jesús se hizo niño. ¿Qué es eso de ser niño? Significa, ante todo, que se depende, que se
recurre, que se necesita, que se remite uno a otro. En cuanto niño, Jesús procede no sólo de
Dios, sino de otro ser humano. Se ha gestado en el seno de una mujer de la que ha recibido su
carne, su sangre, su latido, su garbo, su habla. Ha recibido vida de la vida de otro ser humano.
Lo propio, que procede así de lo ajeno, no es meramente biológico. Quiere decirse que Jesús
recibió de los hombres que le precedieron, y en último término de su madre, los modos de
pensar, de contemplar, la impronta de su alma humana. Quiere decirse que, con la herencia de
los antepasados, asumió el largo camino recorrido que lleva de María a Abrahán, y aun a
16
Adán. Cargó con el peso de esa historia; la vivió y la sufrió de nuevo, sacándola de todas sus
negaciones y tergiversaciones a la pura afirmación: ‹El Hijo de Dios, Jesucristo, no fue sí y
no, antes bien, en él se halla realizado el sí› (2 Cor 1,19).
Llama la atención lo señalado puesto que Jesús asigna a la infancia en la condición
humana ‹Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino
de los cielos› (Mt 18, 3). Para Jesús, pues, la niñez no es un estadio transitorio de la vida
humana, que deriva de su condición biológica y que luego se borra sin dejar huella; en la
infancia se realiza hasta tal punto lo específico del ser humano, que está perdido quien perdió
lo esencial de la niñez. (…) Jesús recordaba su infancia como unos años felices, ya que siguió
considerando tan preciosa la niñez, e incluso ésta tuvo para él el valor del modo más puro de
existir como hombre. Se podría aprender ahí el respeto al niño, que precisamente en su
indefensión reclama nuestro amor. (…) ¿Qué es eso tan propio de la niñez, para que Jesús lo
tenga por tan insustituible? (…) La niñez ocupa un lugar tan destacado en la predicación de
Jesús porque está en la más profunda correspondencia con su más personal misterio, con su
filiación. Su dignidad más alta, la que remite a su divinidad, no es en último término un poder
del que él disfruta, sino que se funda en su referencia al otro, a Dios, al Padre…(…) ser niño
en el sentido de Jesús es aprender a decir Padre.
El hombre quiere ser Dios y debe serlo. Pero cuando intenta alcanzarlo, como en la
eterna charla con la serpiente del paraíso, emancipándose de Dios y de su creación, alzándose
sobre y ante sí, cuando, en una palabra, se hace completamente adulto, totalmente
emancipado y echa a un lado la niñez como forma de existencia, entonces termina en nada,
porque se pone en contra de su verdad, que consiste en remitirse a alguien. sólo cuando
conserva el núcleo más íntimo de la niñez, la existencia filial vivida por Jesús, entra con el
Hijo en la divinidad de Dios.
(…) Otro aspecto de lo que Jesús quiere cifrar en la niñez se percibe en su bienaventuranza
de los pobres: ‹Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios› (Lc 6, 20). En esta
frase los pobres ocupan el lugar de los niños. De nuevo, no se trata de contemplar
románticamente la pobreza, de emitir juicios morales sobre pobres y ricos individuales, sino
de la hondura de la condición humana misma. En la condición de pobre se deja ver algo de lo
que significa la niñez: de suyo, el niño no posee nada. Vive de los demás y es, de ese modo,
libre en su carencia de poder y de propiedad. No tiene aún posición alguna que ahogue, como
una máscara, lo que le es característico. La posesión y el poder son las dos grandes
tentaciones del hombre, que se hace prisionero de su propiedad y pone en ella su alma. Quien
aun siendo poseedor, no puede permanecer pobre y no reconoce que el mundo está en manos
de Dios y no en sus manos, ha perdido una vez más aquella niñez sin la cual no hay acceso al
Reino.»1
SER PEQUEÑOS
[XXI] Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las
dominan como señores absolutos, y los grandes los oprimen con su poder. No
ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre,
1
J. RATZINGER, El Dios de los Cristianos. Meditaciones, 71-74.
17
que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos.» Mt 20, 25-28.
[49] Que ésta sea la regla fundamental de nuestra grandeza, pues sólo los
pequeños, sólo los humildes, sólo los que se hacen esclavos de los demás, serán
grandes, serán exaltados, serán liberados en y para el Reino de los Cielos.
Hermanos, no estamos aquí para quitar la lana de las ovejas, y mucho menos,
trasquilar las ovejas ajenas, pues nosotros somos, a imitación de Cristo Buen Pastor,
los buenos pastores que dan la vida por ellas y que no las dejan desprotegidas. No
estamos llamados para ser servidos sino para servir, y en el servicio manifestaremos
la caridad, pues es la caridad la expresión más alta de amor. De tal modo que,
atendiendo las palabras de Jesús que dice «Si uno quiere ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos.» Mc 9, 35; así, y sólo así, podremos dar
cumplimiento a nuestro deber de amor para con los demás, para que cuando estemos
en la presencia de Dios, nuestro amo y Señor, seamos capaces de decir «No somos
más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer.» Lc
17, 10. Atendiendo de un modo significativo las palabras del apóstol san Pablo:
«Efectivamente, a pesar de sentirme libre respecto de todos, me he hecho
esclavo de todos para ganar a los más que pueda. (…) Me he hecho débil con los
débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para salvar a algunos
al precio que sea. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del
mismo.» 1 Cor 9, 19.22-23.
[50] Que nuestra recompensa en el cielo sean las almas ganadas para Dios
aquí en la tierra, que nuestras fuerzas desgastadas tengan su descanso en el cielo,
para poder decir como san Pablo: «Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me
desgastaré por vosotros.» 2 Cor 12, 15a.
ORACIÓN
[XXII] «Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de
cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve
en lo secreto, te recompensará. Ahora bien, cuando oréis, no charléis mucho,
como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.
No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo.» Mt 6, 6-7.
[51] Nosotros estamos llamados a ofrecernos por los que no se ofrecen, orar
por los que no oran, amar por los que no aman, adorar por lo que no adoran, creer
por los que no creen y ser siempre ofrendas que se entregan a Dios por los
hermanos. Oraremos pues, por la conversión del mundo y la salvación de las almas.
18
[52] Oraremos mediante la Eucaristía, centro y culmen de nuestra vida diaria.
No escatimemos nada para glorificar a Dios en la Santa Misa, pues es la acción de
gracias más grande que los hijos de Dios podemos ofrecer al Padre: el Cuerpo y la
Sangre santísimos de Nuestro Señor Jesucristo. En consecuencia, no se limite en
nada el esplendor, la devoción y la reverencia por Nuestro Señor en la sagrada
liturgia, no sólo en la Eucaristía, sino en todos los sacramentos.
[53] Se cantará siempre en canto gregoriano y, en lo posible, en polifonía,
tanto en lengua vulgar como en lengua latina.
[54] La Liturgia de las horas será cantada en comunidad en las Laudes, las
Vísperas y las Completas. El Oficio de Lectura se rezará de manera personal,
mientras que las Horas Tercia, Sexta y Nona, serán rezadas de manera libre, es decir,
personalmente o en compañía de algún(os) otro(s) monje(s), o bien, en comunidad
según lo exijan las circunstancias.
[55] Se guardará siempre una profunda reverencia y respeto por el Santísimo
Sacramento. Habrá diariamente al menos una hora para la adoración en comunidad.
La comunidad determinará el método más adecuado según las circunstancias.
[56] Se guardará siempre el silencio y se caminará con paso orante,
reverencial y meditativo siempre en la capilla u oratorio, pues es un lugar sagrado,
consagrado a Dios.
[57] Habrá devoción por la Santísima Virgen de manera especial, siendo
consagrado a ella nuestras vocaciones, y recordando eso todos los sábados. El Santo
Rosario será rezado todos los días, ya sea en comunidad o de manera personal según
lo exijan las circunstancias.
[58] El silencio sagrado se guardará desde las Completas hasta la Santa Misa,
la cual siempre será celebrada por la mañana después del canto de las Laudes.
[XXIII] Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión
por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por
todos los santos. Y orad también por mí, para que Dios me conceda la palabra
adecuada cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del
Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él
valientemente, como conviene. Ef 6, 18-20.
19
TRABAJO
[XXIV] No nos cansemos de obrar el bien, que a su debido tiempo podremos
cosechar, si no desfallecemos. Por tanto, mientras mantengamos oportunidad,
hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. Ga 6,
9-10.
[XXV] Pero os exhortamos, hermanos, a que sigáis progresando más y más, y a
esmeraros en vivir con tranquilidad, ocupándoos en vuestros asuntos y
trabajando con vuestras manos, como os lo tenemos ordenado, a fin de que
viváis dignamente antes los de fuera, y no necesitéis de nadie. 1 Tes 4, 10b-12.
[XXVI] Ya sabéis cómo debéis imitarnos. Recordad que, cuando estuvimos
entre vosotros, no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de
nadie, sino que día y noche, con fatiga y cansancio, trabajamos para no ser una
carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros
en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estuvimos entre vosotros os
mandamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. (…) A ésos
les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con
sosiego para comer su propio pan. 2 Tes 3, 7-10.12-13.
[XXVII] Cuando estuve entre vosotros, me vi necesitado; pero no fui gravoso a
nadie. 2 Cor 11, 9a.
[59] El trabajo ha de ser un medio de santificación, que dignifica al hombre
por su esfuerzo, que ofrece a su Señor el sudor de su frente con el que ha de ganarse
el pan.
[60] El trabajo será una parte importante de nuestra jornada en la que
mediante él, transformamos el mundo y lo llevemos a Dios.
[61] El trabajo será manual, buscaremos tener labores de agricultura y el
cuidado de algunos animales que nos suministren alimentos y que puedan garantizar,
hasta cierto punto, una autosuficiencia.
HÁBITO
[XXVIII] Os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis
revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador. (…) Así que, como
elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y
perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como le Señor os
20
perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del
amor, que es el broche de la perfección. Col 3, 9b-10.12-14.
[XXIX] Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas
de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia,
soportándoos unos a todos y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja
contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por
encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Col 3,
12-14.
[62] El hábito será la manifestación externa de nuestra renuncia al mundo y
nuestra pertenencia a Cristo.
[63] El hábito será: traje talar negro, con escapulario negro y una cruz blanca
bordada en el pecho, cíngulo blanco con tres nudos que simbolizan la pobreza, la
castidad, y la obediencia. También llevará esclavina negra con capucha. Y según el
caso también podrá llevar capa negra. El calzado será sandalia cerrada de cuero.
[64] Los miembros de la fraternidad, con el objetivo de vivir más
perfectamente la pobreza, no tendrán más que cuatro pantalones negros y cuatro
camisas blancas.
VIDA EN COMUNIDAD
[XXX] Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la
comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. (…) Todos los creyentes
estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes
y repartían el importe de las ventas entre todos, según la necesidad de cada
uno. Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo
espíritu; partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y
sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el
pueblo. Hch 2, 42.44-47a.
[XXXI] La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y un solo espíritu.
Nadie consideraba sus viene como propios, sino que todo lo tenían en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran
poder. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún
necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el
importe de las ventas y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada
uno según su necesidad. Hch 4, 32-35.
21
[65] Queremos vivir en comunidad, pues en la relación con los hermanos en
donde nos encontraremos más cerca de Nuestro Señor, sabiendo que cualquier cosa
que hagamos a ellos estaremos haciéndolo a Cristo mismo.
[66] Ningún miembro de la fraternidad tenga propiedades, pero que quien las
tenga decida si las pone a disposición de la comunidad o las hereda a alguien más
fuera de la fraternidad. Para asegurar esto, la fraternidad sólo contará con su casa
general, es decir, con un único monasterio. Éste será lugar de residencia, oración,
trabajo, etc.
[67] Que todo lo que haya, lo haya en común, excepto los bienes propios
necesarios e indispensables para el aseo personal y que le aseguren una vida digna y
decorosa pero sin lujos ni holguras.
[68] Todos han de recibir los alimentos juntos. Sólo habrá tres comidas al día,
sin nada entre comidas a excepción del agua natural. Se procurará que la comida sea
suficiente para dar fuerza sin comprometer la salud de los monjes, pero sin
prodigalidades que relajen la mortificación del cuerpo, de tal modo que se ponga en
riesgo el ejercicio de la fortaleza y el fortalecimiento de la voluntad. Es bueno comer
a su tiempo y dar muchas gracias por los alimentos recibidos. Que la comunidad los
reciba como si no los mereciera y sea capaz de desprenderse de ellos si algún
hermano interno o no, esté más necesitado del pan de cada día.
[69] Sólo los enfermos podrán comer a otras horas, según lo establezcan los
médicos y mejor convenga a los pacientes.
[70] Habrá también un tiempo diario de recreación y de descanso, de modo
que los monjes puedan recuperar las fuerzas necesarias para la consecución de sus
labores diarias. Es obligatorio que cada cierto tiempo la comunidad pueda hacer
algún paseo fuera del monasterio que le permita recrearse y además entrar en mayor
intimidad con su Creador.
[XXXII] Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor; a que viváis de una
manera digna de la llamada que habéis recibido: con toda humildad,
mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo
empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Pues
uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a que
habéis sido llamados. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo
Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos. Ef 4,
1-5.
22
MARÍA
[XXXIII] Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra.» Y el ángel la dejó y se fue. Lc 1, 38.
[XXXIV] Pero su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Jn 2, 5.
[XXXV] Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo
a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a
tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Jn 19, 26-27.
[71] La Santísima Virgen María será para nosotros modelo de vida cristiana,
madre de todos nosotros, protectora de nuestras vocaciones y Reina de nuestros
corazones. Todo lo haremos para la mayor gloria de Dios por medio de María, para
que nuestras miserias puedan ser dignificadas por sus manos.
EXHORTACIONES FINALES
[72] Ya que no es mi deseo ser juez, ni ser mediador entre el cielo y nosotros,
los exhorto hermanos a que nuestra vida sea como perfume derramado a los pies del
Señor, tomando en cuenta no mis palabras sino las palabras de la Sagrada Escritura,
que dice: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.» Sal 119
(118), 105. Así pues, meditemos, hermanos la Palabra de Dios y prestemos atención al
mensaje divino que nos manifiesta la voluntad del Padre para nosotros sus hijos, sus
siervos.
[XXXVI] Lo que importa es que llevéis una conducta digna del Evangelio
de Cristo, para que, tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga que os
mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis unánimes por la fe del
Evangelio sin dejaros intimidar en nada por los adversarios. Flp 1, 27.
[XXXVII] Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un
estímulo de amor; una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia,
colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo
ánimo, y buscando todos lo mismo. No hagáis nada por ambición o vanagloria,
sino con humildad, considerando a los demás superiores a uno mismo, y sin
buscar el propio interés, sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo (…). Flp 2, 1-5.
23
[XXXVIII] En cuanto a mí, ¡Dios me libre de presumir si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y
yo un crucificado para el mundo! Ga 6, 14.
[XXXIX] Pretendo así conocerle a él, sentir el poder de su resurrección y
participar en sus padecimientos, haciéndome semejante a él en la muerte y
tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que lo dé ya por
conseguido o que crea que ya soy perfecto; más bien continúo mi carrera por
ver si puedo alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí. Flp 3, 10-12.
[XL] Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre
toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza,
os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que
Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y
cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a
todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda plenitud de Dios. Ef 3, 14-19.
[XLI] Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo
todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni
a la iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en
todo, sin procurar mi propio interés, sino el de todos, para que se salven. 1 Cor
10, 31-33.
[XLII] Que la paz de Cristo reino en vuestros corazones, pues a ella
habéis sido llamados formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la
palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza. Instruíos y
amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos,
salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuando hagáis, de palabra y de
obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por medio de él. Col 3, 15-17.
TERMINADA ESTA REGLA EN LA CIUDAD DE GUADALAJARA, JAL.
EL VI DOMINGO DE PASCUA, SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA, BAJO EL TERCER AÑO DE
PONTIFICADO DE SU SANTIDAD FRANCISCO PAPA. MAYO 17, 2015.

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  • 2. 2 BEATI SERVIENDI [1] FELICES DE SERVIR a Dios a través de la Iglesia mediante un llamado especial, queremos consagrar nuestra vida al Señor y dedicar por entero nuestra existencia a esparcir el amor de Cristo en este mundo, a extender la misericordia de Dios por la oración y la donación de nuestras vidas y a defender nuestra fe con nuestras palabras y obras. [2] Llamados, pues, para servir en el amor de Cristo, permanecemos firmes en la fe, fieles al magisterio y siempre obedientes al Santo Padre, a él, Vicario de Cristo en la tierra, a quien amamos con todo el corazón. Juramos solemnemente mantenernos a perpetuidad como hijos entregados y obedientes a la Santa Madre Iglesia, aún a costa del derramamiento de sangre. Fieles hasta el martirio: Mártires por el Evangelio, mártires por Cristo, nuestro Camino, Verdad y Vida. DISPOSICIONES GENERALES [3] Nuestra fraternidad no es nuestra, sino de Aquél que nos ha llamado a vivir, ya desde la tierra, los tesoros del Cielo. Sólo somos hijos de Dios, hermanos de Cristo, que buscando ser agradables a Dios, queremos hacernos pequeños ante su mirada, de modo que nuestra grandeza sea sólo dada y cimentada en nuestro Creador. [4] Queremos llamar a nuestra pequeña hermandad Fraternitas Crucis (Fraternidad de la Cruz), porque es en ella donde se consuma el sacrificio de Cristo, siendo como una puerta que nos abrió los cielos cuando no lo merecíamos. Y, siguiendo a Cristo, que se entregó por nosotros para salvación del género humano y la redención del universo, así también nosotros queremos ser entregados y crucificados con Él, nuestro maestro y Señor, centro de nuestras vidas. Lo aspiramos para mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
  • 3. 3 [5] Nos queremos entregar como víctimas de amor por la salvación de un mundo en decadencia. Y siendo conscientes de que no somos necesarios deseamos entregarnos por amor siguiendo las palabras de Cristo cuando dijo: «Nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero.» Jn 10, 18. Éste será nuestro principal carisma: el ofrecimiento de nosotros mismos para que todos los pueblos lleguen al conocimiento de la verdad; y posterior a éste: el amor y la misericordia. Nuestra fraternidad toma como norma las palabras de san Pablo dirigiéndose a los romanos «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.» Rom 12, 1-2. [6] El fin de nuestra fraternidad no es otro que el del amor, pues creemos que sólo el amor nos puede salvar. Queremos hacer todo por amor: por amor, orar; por amor, obrar en favor de nuestros hermanos; por amor, trabajar; por amor, vivir. Todo por amor. [7] Nuestra regla de vida es el Evangelio: centro, fuente y culmen de nuestra fraternidad, constituyéndose así como el origen de nuestra espiritualidad, nuestra razón en la fe y nuestro credo en la razón. [8] El modo de vivir este amor será en diversos aspectos de la cotidianeidad de la vida; así, creyendo que Dios nos llama a expresar el amor que nos tiene, deseamos expresar nuestro amor por él, en la vida en comunidad, en la oración contemplativa, en la dirección espiritual, en el santo abandono, en la santa indiferencia, en la pobreza, en la castidad, en la obediencia, en la mortificación, en la liturgia, todo esto con un corazón de niños, capaz de elevar todo cuanto es vivido al culmen de la vida cristiana que es la caridad, teniéndola como punto de partida y meta. [9] Nuestra fraternidad no busca ser grande en número ni extensión. Tampoco buscamos ser elitistas ni exclusivistas, simplemente creemos que Dios nos ha llamado como una mínima comunidad que se ofrezca a él, buscando siempre crecer más en santidad que en número. Por ello, sólo queremos ser pocos monjes, que en reclusión quieran derramar el amor de Cristo por sus hermanos en la Iglesia. [10] Nuestra fraternidad pretende ser un oasis de amor y misericordia para todos aquellos necesitados y desamparados, tanto en lo espiritual como en lo material, de modo que en el desierto de la indiferencia podamos comunicar el amor de Cristo, siguiendo las palabras del Señor que dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre
  • 4. 4 vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» Mt 11, 28-30. [11] Queremos llegar a todos los que son despreciados, a todos los que no son importantes para el mundo y acompañarlos con oración, con penitencia, con dirección espiritual, y los otros medios que la Santa Madre Iglesia pone a disposición de todos sus hijos (laicos o consagrados), siendo para ellos hermanos y compañeros de camino, sirviéndoles con nuestras vidas. EL MANDAMIENTO MÁS IMPORTANTE: EL AMOR [I] «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» Mt 22, 36-40. [12] Sólo el amor nos puede salvar. Creemos de todo corazón que sólo el hombre es hombre cuanto más ama, sobre todo cuando ama a su Señor sobre todas las cosas, pues como lo ha dicho Nuestro Señor, quien ama a Dios amará a su prójimo y amando a Dios y a su hermano, cumplirá la ley, siendo el cumplimiento de ésta una consecuencia del amor y no su finalidad primera en cuanto tal. [13] Así, nosotros queremos amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda nuestras fuerzas, de modo que en nuestras vidas no haya otra razón más que la de amar y amar mucho. Y así, de tal manera, que nuestro amor por Dios se refleje en el amor por nuestros hermanos. Tomemos en cuenta, pues, las palabras de san Pablo que nos enseña la importancia del amor en la vida de todo cristiano ya que sólo el amor justifica las buenas obras, el amor es el artífice de los milagros, el amor da sentido a los sacrificios, el amor santifica nuestras vidas, el amor nos abre las puertas del Cielo: [II] «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombre y de los ángeles; si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Ya podría yo tener el don de profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, o poseer una fe capaz de trasladar montañas; si no tengo amor, nada soy. Ya podría repartir todos mis bienes, e incluso entregar mi cuerpo a las llamas; si no tengo amor, nada me aprovecha. El amor es paciente y bondadoso; el amor no es envidioso, no es jactancioso ni orgulloso; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no
  • 5. 5 acabará nunca; (…). Ahora subsiste la fe, la esperanza y el amor, estas tres realidades. Pero la mayor de todas ellas es el amor.» 1Cor 13, 1-8a.13. [14] Nuestra vocación pues, es el amor, es nuestra misión en esta vida a dar testimonio del amor que hemos recibido de lo alto. Tengamos en el corazón estas palabras de san Pablo, pues nada de lo que hagamos vale si carece de amor. [III] «Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo lo he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.» Jn 15, 12-15. [15] Cristo es el amigo fiel que se ha entregado por nosotros. Nosotros hemos sido elevados de siervos a amigos suyos sólo por voluntad suya por medio del amor. Sepamos esto, cada vez que llevamos a Cristo a nuestros hermanos, en cualquier medio posible, nosotros siendo instrumentos de Nuestro Señor, quitamos las cadenas de la servidumbre de sus almas, los liberamos y les damos, primero, la condición de hombres libres, y simultáneamente, la condición de amigos de él. Es él el que entregó su vida por nosotros, nosotros demos la vida por él, incluso seamos valientes de dar la vida por Jesús en aquellos que nos odien, persigan y calumnien, pues dice el Señor: «(…) Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y lloves sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo.» Mt 5, 44-48. [16] Esto es parte también del morir a uno mismo, es parte también del ofrecimiento como víctimas de amor, es manifestación clara de la cruz que se lleva para santificación de ellos y de nosotros, recordemos, hermanos que nuestro juicio será conforme al juicio que hayamos tenido para con nuestro prójimo cf. Mt 7, 2. Así, Nuestro Señor lo explica en casa de Simón, el fariseo: «(…)Por eso te digo que quedan perdonados sus numerosos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Lc 7, 47. [17] Tengamos siempre en el corazón esto: si estamos aquí, si hemos sido llamados, es porque Dios se ha dignado perdonar, no poco, sino TODO pecado que hemos hecho. Haciendo esto consciente nos debemos sentir sobrecogidos por tanto amor hacia nosotros pecadores, de modo que sólo reconociendo que no merecemos tanto amor de su parte, no seamos ingratos con él y paguemos a su amor con mucho amor y gratitud de nuestra parte.
  • 6. 6 «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros.» Jn 13, 34- 35. [18] Si tan sólo quisiéramos cumplir este mandato del Señor, nuestro mundo sería diferente. Los invito hermanos a que nos esforcemos por realizar, entre nosotros y entre los demás, estas palabras de Cristo, pues sólo el testimonio de nuestro amor por el Señor Jesús en medio de nosotros será un poderoso ejemplo contra el odio y la desconfianza en el otro. Quiero creer que Nuestro Señor nos lo pide con tal de seamos sal de la tierra cf. Mt 5, 13. Seamos discípulos del Señor en el amor entre nosotros. CARIDAD [IV] «Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”» Mt 25, 34-40. [19] Todos nuestros esfuerzos estarán destinados a la caridad, pues es la caridad la expresión más viva del amor de Dios que se manifiesta a través de los cristianos. No es que seamos los miembros más caritativos de la Iglesia, simplemente queremos desgastar nuestra vida en beneficio de nuestros hermanos, atendiendo a Nuestro Señor en la carne del otro. Queremos ser “testigos del amor en sumisión callada (…) testigos de cansancio de una vida inmolada, a golpe de Evangelio, a golpe de la espada” (Himno de Laudes del común de mártires, extractos), es decir, sacrificar nuestra vida por el Cristo encarnado en el prójimo, sobre todo en el prójimo olvidado, el prójimo triste y desconsolado, el prójimo despreciado del mundo, el prójimo hambriento y sediento en el cuerpo y en el alma, el prójimo preso de sí mismo y cautivo del pecado. Queremos ser esa luz, ese consuelo, ese pan que es comido para dar vida, ese vino derramado sobre las heridas para sanarlas cf. Lc 10, 34; queremos ser, pues, la mano de Cristo que acaricia a sus hermanos y los saca de sus sepulcros.
  • 7. 7 VOCACIÓN: LA CRUZ POR AMOR [V] «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.» Lc 4, 18-19. [20] Estas palabras del profeta Isaías leídas por Nuestro Señor en la sinagoga deben ser tomadas por nosotros como el sentido y orientación de nuestras vidas, como aquello que ordena nuestro existir y que nos hace sentir emoción en la humildad ante tan profundo designio y misterio, pues, de instrumentos insuficientes como nosotros, el Señor ha tenido a bien disponer de nuestro ser para darnos a sus hijos predilectos: los pobres de espíritu (para enriquecerlos), los esclavos del pecado (para ser liberados), los ciegos (para disipar las tinieblas del error y la ignorancia), los oprimidos (para suavizar su yugo), de modo que cada día, cada acontecimiento, cada año esté lleno de la gracia del Señor. [VI] «No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre él os lo conceda.» Jn 15, 16. [21] El Señor nos ha llamado, y nos ha llamado a amar, para que, amando, enseñemos a otros a amar y, así lleguemos a ser santos junto con todos aquellos a los que Dios nos haya encomendado en nuestras vidas. Ése será nuestro trabajo: ser sembradores de semillas de amor, para que así el mundo se convierta en un bosque de amor. Ése será nuestro fruto: la santidad alcanzada por medio del amor; para que así se cumpla lo que dijo el Señor: «Por sus frutos los conoceréis.» Mt 7, 16a. [VII]¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Dios ha escogido lo plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. De ese modo, ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios. 1 Cor 1, 26-29. [22] San Pablo nos lo advierte, nosotros no somos grandes a los ojos del mundo, debemos tener muy presente eso, siempre presente. Que no nos creamos más que los demás, ni tampoco hijos predilectos de Nuestro Señor, pues todos estamos llamados a servir a Dios en nuestros hermanos; nosotros, sólo por misericordia y compasión suya, nos ha invitado a seguirlo, pero nuestro seguimiento particular es ser como otro Cireneo, que carga la cruz de Cristo hasta el Calvario, ser
  • 8. 8 otro Juan que lo acompañe hasta su crucifixión. Estamos llamados a ser crucificados con Cristo y en esto está nuestra grandeza: en nuestra pequeñez y el desprecio del mundo por nosotros, pues sin desearlo, seremos como bofetadas de amor para los grandes y poderosos, para los soberbios y orgullosos, de modo que se haga en nosotros verdad lo que dijo Nuestro Señor: «(…) no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» Mc 2, 17b. [23] Hemos sido llamados a morir ¡sí, hermanos! ¡Hemos sido llamados a morir! Pero no una muerte que entristece, como en la ausencia de un ser querido, ni tampoco una muerte espiritual que aniquila la esperanza del alma ¡no! Estamos llamados a morir a nosotros mismos, morir en la cruz de cada día, ahí encontraremos nuestra gloria, ahí encontraremos nuestra recompensa. [24] Este morir sólo se da como consecuencia del amor, porque la cruz sólo se carga por amor y sólo se muere en la cruz por amor. Sólo este tipo de muerte enriquece como la semilla que muere para dar fruto cf. Jn 12, 24. Pero, ¿cómo es este morir? ¿qué significa? Significa cansarse y desgastarse por los demás, renunciar a nuestros gustos, dejar atrás las comodidades, considerar al otro como mayor y más importante que uno mismo. La cruz resume todo, en la cruz se consuma todo cf. Jn 19, 30; crucifiquémonos con Cristo porque en su muerte los justos renacerán y vivirán eternamente; pues ya lo dice san Pablo a los romanos: «Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también, considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.» Rom 6, 8-11. POBREZA [VIII] «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Mt 6, 19-20. [25] La pobreza es una extraordinaria actitud de vida, pero también una altísima virtud. Ciertamente, no es un don infundido por Dios de manera sobrenatural, pero la gracia divina si dispone al corazón, para que aceptando la pobreza, acoja con mayor benignidad las riquezas y los tesoros del Cielo.
  • 9. 9 [26] Hermanos, esforcémonos por vivir en la pobreza, pues el que es pobre de corazón no tiene nada que perder, nada estorba tampoco para entregarle el corazón al Señor, pues quien no necesita de nada para vivir, tampoco necesitará de sí mismo y será todo de Dios. Vivamos en la pobreza de espíritu reflejada en la pobreza material, de tal manera que no tiendo nada, en el cuerpo y el espíritu, lo ganemos todo del Cielo. No hay que temer a la pobreza, pues si sólo tenemos al Señor como pertenencia, ¿nos hará falta algo más? Recordemos también las palabras de Nuestro Señor «no sólo de pan vive el hombre (…)» Mt 4, 4a, vivamos pues de su palabra para que nuestro corazón esté sólo en los tesoros del Cielo. [27] Que el mundo no sea, con sus seducciones de fama, riqueza, poder, la cadena que nos ate y nos impida emprender el vuelo, lo que sea del mundo dejémoslo en el mundo, y lo que sea del cielo, démoslo al cielo, «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.» Mc 12, 17. [IX] Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Mc 10, 21. [28] El señor ha fijado su mirada bondadosa y misericordiosa en cada uno de nosotros, no por mérito nuestro sino por amor. Él, como a ese joven nos repite lo mismo y nos invita a “vender” todo lo que tengamos y se lo demos a los “pobres”, es decir, a sus hijos más desprotegidos. ¡qué hermosa exhortación, qué bello llamado! Pues nos llama para que empobreciéndonos enriquezcamos a sus hijos desamparados, Jesús quiere que “vendamos” nuestras vidas por ellos, y que en ellos, los “pobres” se la entreguemos a él. [29] La escritura dice, «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.» Sal 15, 5-6. Antiguamente los levitas, quienes no tenían una porción física de la Tierra Prometida, poseían únicamente como herencia a Dios mismo, pues ellos serían la tribu sacerdotal. Que nosotros seamos, pues, como otros levitas en medio de este mundo, a nosotros no nos pertenece nada, que solamente sea el Señor nuestro Dios nuestra pertenencia, que sea nuestro lote hermoso, y seamos para él su heredad reflejada con nuestras vidas. CASTIDAD [X] «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron
  • 10. 10 tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda.» Mt 19, 11-12. [30] La castidad no es castración, sino la concentración de todo el poder del amor que una persona es capaz de dar, pero reorientada la consecución de la obra de Dios. [31] Hermanos, Nuestro Señor nos llama a ser Eunucos por el Reino de los Cielos, nos llama a amar más de una manera indivisa. San Pablo afirma que el soltero se preocupa de las cosas del Señor, preocupémonos pues de entregarle toda nuestra existencia al amor divino para que ese fuego del amor, que en el mundo nos quemaría hasta morir, pueda hacernos morir de amor para transformar al mundo y hacerlo renacer desde las cenizas de la pureza. [32] No tengamos miedo de la castidad, ¿qué podemos perder? Es poco a lo que renunciamos, con tal de ganar todo en Cristo, para nosotros y para la salvación del mundo. Reconozcamos en nuestros prójimos a nuestros hijos a semejanza del Padre que está en los cielos; reconozcamos en nuestros prójimos a nuestros hermanos y amigos por quienes al entregar la vida demostramos que no hay amor más grande que darla por ellos a semejanza del Hijo que está sentado a la derecha del Padre; reconozcamos en nuestros prójimos el amor que nos inunda y nos consume a semejanza del Espíritu Santo que al devorar en todo en el fuego del amor, lo renueva. OBEDIENCIA [XI] Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Flp 2, 8. [33] Jesús es nuestro perfectísimo ejemplo de obediencia. Él que siendo todo, se hizo poco, y siendo el más grande se humillo como quien no tiene dignidad. Ahora bien, todos nosotros hemos sido dignificados por Cristo por su muerte y resurrección, así, buscando obedecer primero la voluntad de nuestro Padre Dios y luego la voluntad de nuestros superiores, renunciemos a nuestra voluntad propia, de modo que no haya lucha de intereses a causa de la diferencia natural entre nuestra voluntad y la de Dios, despojémonos pues de la nuestra y sólo tengamos la de Dios en nuestras vidas. Así, cumpliremos todo cuanto él desee aún muy por encima de nuestros gustos, preferencias y reticencias. [XII] Obedeced a vuestros guías y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas; así harán todo con alegría y sin lamentarse. De lo contrario, no sacaríais provecho alguno. Hb 13, 17.
  • 11. 11 [34] La obediencia es difícil, pero no lo es tanto para quien por su libre voluntad la cede y la pone en manos de Dios en sus superiores. La obediencia siempre es una cruz, pero ¿acaso no estamos aquí para ser crucificados con Cristo? Vayamos pues hermanos a obedecer, tal como Nuestro Señor espera de nosotros, hasta la muerte propia. Quisiera, sin embargo, invitarlos a ver más allá del precepto, sino la mística de este consejo evangélico, pues la obediencia no es más que la plena confianza en los designios de Dios que se manifiesta de una manera amorosa y misericordiosa, aunque a veces desconcertante, pero que Dios lo permite y, de algún modo, así le ha parecido bien. Dejemos pues que Dios sea Dios y nosotros seamos hijos obedientes de él, de modo que se haga vida lo que dice la Escritura: Hijos, obedeced en todo a vuestros padres porque esto es grato a Dios en el Señor. Col 3, 20. SANTO ABANDONO Y SANTA INDIFERENCIA [XIII] «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, pensando qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, discurriendo con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, pero vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en todo su esplendor, se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombre de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?, pues por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana, pues el mañana se preocupará de sí mismo: cada día tiene bastante con su propio mal.» Mt 6, 25-34. [35] El santo abandono no significa vivir a la ligera, sino todo lo contrario, viviendo siempre atentos, siempre esforzados, pero con una confianza tal en Dios, que no tengamos otro gozo y consuelo que lo propiamente dictado por el Señor para cada uno de nosotros. No se trata tampoco de una actitud resignada ante los acontecimientos de la vida, sino una postura llena de fe en el Señor, es decir, una manera de afrontar la vida como lo hizo Nuestro Señor antes de su pasión y que fue anunciado a sus discípulos: «(…) yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
  • 12. 12 Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo.» Jn 16, 32b-33. [36] El santo abandono nos impulsa a estar siempre puestos en los brazos de Dios que no suelta de la mano a sus pequeños hijos, sino que los toma y los guía por el camino de la vida. [37] El santo abandono significa vivir cada día como si fuera el último, para vivirlo en plenitud a pesar de las contrariedades mismas de la vida. El santo abandono para nosotros significa, darlo todo, confiando en que, el Señor en su infinita sabiduría y en su Providencia divina permite que sucedan las cosas para bien de quienes lo aman y que nos utiliza como indignos instrumentos para llevar a cabo su plan de salvación. [38] El santo abandono significa no hacer nuestra voluntad sino la del Padre, a imitación de Cristo, el más sublime ejemplo de abandono en Dios, cuando en Getsemaní decía: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú.» Lc 22, 42. [XIV] El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo los demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados. (EE 23, Principio y fundamento). [39] Queremos tomar de san Ignacio de Loyola su manera de hablar de la santa indiferencia y tomarla como regla para nuestra vida. La santa indiferencia no significa olvidarnos del mundo y pretender que no exista, tampoco significa dejar a un lado aquello que nos estorba o incomoda, no, no es eso. La santa indiferencia para nosotros es una sublime expresión de amor por Dios que nos pide tener libre el corazón, libre la vida, sin cadenas que nos aten a este mundo, de tal manera que siendo humildes ante el Señor reconozcamos que nada de lo que tenemos es necesario y que si lo tenemos es sólo por gracia de Dios que, sin mérito nuestro, se ha dignado otorgárnoslo. También significa que, desprendidos de las cosas de este mundo, podamos tener una fuerza de voluntad tan grande pero también tan humilde que sea capaz de renunciar a todo aquello que el Señor nos pida, teniendo siempre
  • 13. 13 puesta nuestra mirada y nuestro corazón en el Señor, pues no busca algo de nosotros, sino todo. [40] La santa indiferencia significa, pues, que teniendo algo, cualquier cosa, seamos capaces de dejarla atrás con tal de seguir a Cristo, como nos lo ejemplifica el Evangelio con el ciego de Jericó: «Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino ante Jesús.» Mc 10, 50. De tal modo que, no nos importe el ser ricos o pobres, sanos o enfermos, pues sabemos que si somos ricos, lo somos por Cristo Jesús, si somos pobres, lo somos por Cristo Jesús, si estamos sanos, lo estamos por Cristo Jesús, o si enfermos, lo es por Cristo Jesús. RENUNCIA [XV] Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Mc 8, 34-37. [41] ¿A qué somos capaces de renunciar por Cristo? Meditemos esa pregunta. Imaginemos, hermanos, todo aquello que anhelamos tener, todo aquello que siempre hemos deseado, todo aquello por lo cual suspiramos y que, sin ser prohibido por la ley de Dios, sea lícito poseer. ¿Qué pasaría si, nos dijeran, ve con Dios, pero deja aquí, al inicio del viaje todo eso que has anhelado, deseado y por lo cual has suspirado? Pero, hay una condición más: lleva esta cruz sobre tus hombros. [42] Hermanos, ¿a qué estamos dispuestos a renunciar? Realmente lo dejaríamos todo por seguir a Cristo. Quisiera que siempre llevásemos estas palabras en el corazón, pues el Señor quiero que dejándolo todo lo sigamos, como lo hicieron los santos apóstoles Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo; quiere que no busquemos nuestra vida de una manera egoísta, superficial o intimista, sino que la busquemos en Cristo mismo, desinteresadamente, generosamente, desprendidamente y en compañía de los demás. Pensemos pues, ¿de qué nos sirve ganar todo si eso nos hace perder a Cristo? Además, san Pablo advierte, «todo me está permitido, pero no todo me conviene», pero ¡cuánto nos cuesta desprendernos de lo que no nos conviene! Renunciemos, hermanos, renunciemos a todo lo que nos ata al mundo. [XVI] Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo
  • 14. 14 venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros.» Mc 10, 28-31. [43] Podemos, incluso, caer en la tentación de recriminarle a Nuestro Señor las renuncias que, en apariencia, hacemos por él, (pero que en el fondo no son más que reflejos de un egocentrismo manifestado en mayor o menor grado), como esperando que nos clarifique cuál va a ser nuestra recompensa, y aun así, Jesús, con tanto amor nos dice que nos dará aún en mayor medida cada cosa que hayamos renunciado por él, pero advierte también que junto a ello también vendrán las pruebas, que serán como el fuego que purifica el oro. [44] Quiero abundar aún más en el tema de la renuncia, pues quien desee pertenecer a esta fraternidad deberá renunciar por amor a muchas cosas, quizá la renuncia más difícil no será la renuncia del mundo, sino la renuncia del Yo, pues las cosas materiales se quitan y se dejan, pero yo mismo, ¿cómo renuncio a mí mismo? Ese es algo que el fiel cristiano aprenderá durante toda su vida, ya que la vida del discípulo de Cristo es una constante renuncia, con mayor razón lo será para el fiel que es llamado por el mismo Dios a vivir más de cerca con él, el maestro que «no tiene donde recostar su cabeza» Mt 8, 20b y que sin embargo nos colma de bendiciones. [45] El que renuncia a sí mismo, renuncia al mundo con mayor facilidad, pues muchas veces nuestro peor enemigo es uno mismo. Renunciar significa morir, como dijo el apóstol «Vayamos también nosotros a morir con él.» Jn 11, 16. Vayamos pues a morir para resucitar a una vida nueva, que es a eso a lo que nos llama el Señor. Si nuestro Yo no muere, será como una pared manchada a la que solamente se le agregan capas de pintura para cubrir sus inmundicia sin antes rasparla y que con el tiempo, sólo es un cúmulo de capas de pintura que termina por caerse y deja al descubierto la inmundicia original. No, no seamos así, renunciemos para poder decir como san Pablo: (…) Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Flp 3, 13b-14 después de todo, como dijo el mismo Cristo: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» Lc 9, 62. CORAZÓN DE NIÑO [XVII] En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?» Él llamo a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, el mayor en el Reino de los Cielos será el que se humille como este niño. Mt 18, 1-4.
  • 15. 15 [XVIII] Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí; y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Mt 19, 13-14. [XIX] Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver la escena, se enfadó y les dijo: « Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de los Dios. Yo os aseguro: el que no acoja el Reino de Dios como un niño no entrará en él.» Y abrazaba a los niños y los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Mc 10, 13-16. [XX] Y tomando a un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.» Mc 9, 36-37. [46] Estos cuatro pasajes que sean para nosotros no sólo un fundamento sino también una meta, pues Nuestro Señor considera en tan alta estima la pureza, la limpieza, la sinceridad, la confianza, el amor de los niños que asegura que siendo como ellos entraremos en el Reino de los Cielos. Pero, ¿cómo se llega a ser niños? Ciertamente no se trata de ser infantiles, sino que, asombrosamente Cristo pone de manifiesto que la madurez espiritual equivale la simpleza y sencillez de los niños. ¡Imaginémonos, hermanos, cuán grande es un niño en el cielo! El cardenal Ratzinger en su libro El Dios de los cristianos reflexiona sobre la infancia de Jesús y dice que debió haber sido tan significativa que la pone de ejemplo para llegar al cielo. [47] Hermanos, seamos como niños, ¡seamos como niños porque Dios nos quiere así para él! Un padre no quiere separarse de su hijo bebé cuando éste está en sus brazos durmiendo, así, nuestro Padre Dios no quiere que nos separemos de sus brazos y que permanezcamos recostados en su regazo, pues apartándonos de él seremos como los racimos que se separan de la vid. [48] Exponemos aquí las palabras del Cardenal Ratzinger, del libro citado arriba: «Jesús se hizo niño. ¿Qué es eso de ser niño? Significa, ante todo, que se depende, que se recurre, que se necesita, que se remite uno a otro. En cuanto niño, Jesús procede no sólo de Dios, sino de otro ser humano. Se ha gestado en el seno de una mujer de la que ha recibido su carne, su sangre, su latido, su garbo, su habla. Ha recibido vida de la vida de otro ser humano. Lo propio, que procede así de lo ajeno, no es meramente biológico. Quiere decirse que Jesús recibió de los hombres que le precedieron, y en último término de su madre, los modos de pensar, de contemplar, la impronta de su alma humana. Quiere decirse que, con la herencia de los antepasados, asumió el largo camino recorrido que lleva de María a Abrahán, y aun a
  • 16. 16 Adán. Cargó con el peso de esa historia; la vivió y la sufrió de nuevo, sacándola de todas sus negaciones y tergiversaciones a la pura afirmación: ‹El Hijo de Dios, Jesucristo, no fue sí y no, antes bien, en él se halla realizado el sí› (2 Cor 1,19). Llama la atención lo señalado puesto que Jesús asigna a la infancia en la condición humana ‹Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos› (Mt 18, 3). Para Jesús, pues, la niñez no es un estadio transitorio de la vida humana, que deriva de su condición biológica y que luego se borra sin dejar huella; en la infancia se realiza hasta tal punto lo específico del ser humano, que está perdido quien perdió lo esencial de la niñez. (…) Jesús recordaba su infancia como unos años felices, ya que siguió considerando tan preciosa la niñez, e incluso ésta tuvo para él el valor del modo más puro de existir como hombre. Se podría aprender ahí el respeto al niño, que precisamente en su indefensión reclama nuestro amor. (…) ¿Qué es eso tan propio de la niñez, para que Jesús lo tenga por tan insustituible? (…) La niñez ocupa un lugar tan destacado en la predicación de Jesús porque está en la más profunda correspondencia con su más personal misterio, con su filiación. Su dignidad más alta, la que remite a su divinidad, no es en último término un poder del que él disfruta, sino que se funda en su referencia al otro, a Dios, al Padre…(…) ser niño en el sentido de Jesús es aprender a decir Padre. El hombre quiere ser Dios y debe serlo. Pero cuando intenta alcanzarlo, como en la eterna charla con la serpiente del paraíso, emancipándose de Dios y de su creación, alzándose sobre y ante sí, cuando, en una palabra, se hace completamente adulto, totalmente emancipado y echa a un lado la niñez como forma de existencia, entonces termina en nada, porque se pone en contra de su verdad, que consiste en remitirse a alguien. sólo cuando conserva el núcleo más íntimo de la niñez, la existencia filial vivida por Jesús, entra con el Hijo en la divinidad de Dios. (…) Otro aspecto de lo que Jesús quiere cifrar en la niñez se percibe en su bienaventuranza de los pobres: ‹Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios› (Lc 6, 20). En esta frase los pobres ocupan el lugar de los niños. De nuevo, no se trata de contemplar románticamente la pobreza, de emitir juicios morales sobre pobres y ricos individuales, sino de la hondura de la condición humana misma. En la condición de pobre se deja ver algo de lo que significa la niñez: de suyo, el niño no posee nada. Vive de los demás y es, de ese modo, libre en su carencia de poder y de propiedad. No tiene aún posición alguna que ahogue, como una máscara, lo que le es característico. La posesión y el poder son las dos grandes tentaciones del hombre, que se hace prisionero de su propiedad y pone en ella su alma. Quien aun siendo poseedor, no puede permanecer pobre y no reconoce que el mundo está en manos de Dios y no en sus manos, ha perdido una vez más aquella niñez sin la cual no hay acceso al Reino.»1 SER PEQUEÑOS [XXI] Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes los oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, 1 J. RATZINGER, El Dios de los Cristianos. Meditaciones, 71-74.
  • 17. 17 que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.» Mt 20, 25-28. [49] Que ésta sea la regla fundamental de nuestra grandeza, pues sólo los pequeños, sólo los humildes, sólo los que se hacen esclavos de los demás, serán grandes, serán exaltados, serán liberados en y para el Reino de los Cielos. Hermanos, no estamos aquí para quitar la lana de las ovejas, y mucho menos, trasquilar las ovejas ajenas, pues nosotros somos, a imitación de Cristo Buen Pastor, los buenos pastores que dan la vida por ellas y que no las dejan desprotegidas. No estamos llamados para ser servidos sino para servir, y en el servicio manifestaremos la caridad, pues es la caridad la expresión más alta de amor. De tal modo que, atendiendo las palabras de Jesús que dice «Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Mc 9, 35; así, y sólo así, podremos dar cumplimiento a nuestro deber de amor para con los demás, para que cuando estemos en la presencia de Dios, nuestro amo y Señor, seamos capaces de decir «No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer.» Lc 17, 10. Atendiendo de un modo significativo las palabras del apóstol san Pablo: «Efectivamente, a pesar de sentirme libre respecto de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. (…) Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo.» 1 Cor 9, 19.22-23. [50] Que nuestra recompensa en el cielo sean las almas ganadas para Dios aquí en la tierra, que nuestras fuerzas desgastadas tengan su descanso en el cielo, para poder decir como san Pablo: «Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré por vosotros.» 2 Cor 12, 15a. ORACIÓN [XXII] «Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Ahora bien, cuando oréis, no charléis mucho, como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.» Mt 6, 6-7. [51] Nosotros estamos llamados a ofrecernos por los que no se ofrecen, orar por los que no oran, amar por los que no aman, adorar por lo que no adoran, creer por los que no creen y ser siempre ofrendas que se entregan a Dios por los hermanos. Oraremos pues, por la conversión del mundo y la salvación de las almas.
  • 18. 18 [52] Oraremos mediante la Eucaristía, centro y culmen de nuestra vida diaria. No escatimemos nada para glorificar a Dios en la Santa Misa, pues es la acción de gracias más grande que los hijos de Dios podemos ofrecer al Padre: el Cuerpo y la Sangre santísimos de Nuestro Señor Jesucristo. En consecuencia, no se limite en nada el esplendor, la devoción y la reverencia por Nuestro Señor en la sagrada liturgia, no sólo en la Eucaristía, sino en todos los sacramentos. [53] Se cantará siempre en canto gregoriano y, en lo posible, en polifonía, tanto en lengua vulgar como en lengua latina. [54] La Liturgia de las horas será cantada en comunidad en las Laudes, las Vísperas y las Completas. El Oficio de Lectura se rezará de manera personal, mientras que las Horas Tercia, Sexta y Nona, serán rezadas de manera libre, es decir, personalmente o en compañía de algún(os) otro(s) monje(s), o bien, en comunidad según lo exijan las circunstancias. [55] Se guardará siempre una profunda reverencia y respeto por el Santísimo Sacramento. Habrá diariamente al menos una hora para la adoración en comunidad. La comunidad determinará el método más adecuado según las circunstancias. [56] Se guardará siempre el silencio y se caminará con paso orante, reverencial y meditativo siempre en la capilla u oratorio, pues es un lugar sagrado, consagrado a Dios. [57] Habrá devoción por la Santísima Virgen de manera especial, siendo consagrado a ella nuestras vocaciones, y recordando eso todos los sábados. El Santo Rosario será rezado todos los días, ya sea en comunidad o de manera personal según lo exijan las circunstancias. [58] El silencio sagrado se guardará desde las Completas hasta la Santa Misa, la cual siempre será celebrada por la mañana después del canto de las Laudes. [XXIII] Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos. Y orad también por mí, para que Dios me conceda la palabra adecuada cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente, como conviene. Ef 6, 18-20.
  • 19. 19 TRABAJO [XXIV] No nos cansemos de obrar el bien, que a su debido tiempo podremos cosechar, si no desfallecemos. Por tanto, mientras mantengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. Ga 6, 9-10. [XXV] Pero os exhortamos, hermanos, a que sigáis progresando más y más, y a esmeraros en vivir con tranquilidad, ocupándoos en vuestros asuntos y trabajando con vuestras manos, como os lo tenemos ordenado, a fin de que viváis dignamente antes los de fuera, y no necesitéis de nadie. 1 Tes 4, 10b-12. [XXVI] Ya sabéis cómo debéis imitarnos. Recordad que, cuando estuvimos entre vosotros, no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche, con fatiga y cansancio, trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estuvimos entre vosotros os mandamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. (…) A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. 2 Tes 3, 7-10.12-13. [XXVII] Cuando estuve entre vosotros, me vi necesitado; pero no fui gravoso a nadie. 2 Cor 11, 9a. [59] El trabajo ha de ser un medio de santificación, que dignifica al hombre por su esfuerzo, que ofrece a su Señor el sudor de su frente con el que ha de ganarse el pan. [60] El trabajo será una parte importante de nuestra jornada en la que mediante él, transformamos el mundo y lo llevemos a Dios. [61] El trabajo será manual, buscaremos tener labores de agricultura y el cuidado de algunos animales que nos suministren alimentos y que puedan garantizar, hasta cierto punto, una autosuficiencia. HÁBITO [XXVIII] Os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador. (…) Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como le Señor os
  • 20. 20 perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Col 3, 9b-10.12-14. [XXIX] Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a todos y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Col 3, 12-14. [62] El hábito será la manifestación externa de nuestra renuncia al mundo y nuestra pertenencia a Cristo. [63] El hábito será: traje talar negro, con escapulario negro y una cruz blanca bordada en el pecho, cíngulo blanco con tres nudos que simbolizan la pobreza, la castidad, y la obediencia. También llevará esclavina negra con capucha. Y según el caso también podrá llevar capa negra. El calzado será sandalia cerrada de cuero. [64] Los miembros de la fraternidad, con el objetivo de vivir más perfectamente la pobreza, no tendrán más que cuatro pantalones negros y cuatro camisas blancas. VIDA EN COMUNIDAD [XXX] Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. (…) Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el importe de las ventas entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu; partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. Hch 2, 42.44-47a. [XXXI] La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y un solo espíritu. Nadie consideraba sus viene como propios, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de las ventas y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad. Hch 4, 32-35.
  • 21. 21 [65] Queremos vivir en comunidad, pues en la relación con los hermanos en donde nos encontraremos más cerca de Nuestro Señor, sabiendo que cualquier cosa que hagamos a ellos estaremos haciéndolo a Cristo mismo. [66] Ningún miembro de la fraternidad tenga propiedades, pero que quien las tenga decida si las pone a disposición de la comunidad o las hereda a alguien más fuera de la fraternidad. Para asegurar esto, la fraternidad sólo contará con su casa general, es decir, con un único monasterio. Éste será lugar de residencia, oración, trabajo, etc. [67] Que todo lo que haya, lo haya en común, excepto los bienes propios necesarios e indispensables para el aseo personal y que le aseguren una vida digna y decorosa pero sin lujos ni holguras. [68] Todos han de recibir los alimentos juntos. Sólo habrá tres comidas al día, sin nada entre comidas a excepción del agua natural. Se procurará que la comida sea suficiente para dar fuerza sin comprometer la salud de los monjes, pero sin prodigalidades que relajen la mortificación del cuerpo, de tal modo que se ponga en riesgo el ejercicio de la fortaleza y el fortalecimiento de la voluntad. Es bueno comer a su tiempo y dar muchas gracias por los alimentos recibidos. Que la comunidad los reciba como si no los mereciera y sea capaz de desprenderse de ellos si algún hermano interno o no, esté más necesitado del pan de cada día. [69] Sólo los enfermos podrán comer a otras horas, según lo establezcan los médicos y mejor convenga a los pacientes. [70] Habrá también un tiempo diario de recreación y de descanso, de modo que los monjes puedan recuperar las fuerzas necesarias para la consecución de sus labores diarias. Es obligatorio que cada cierto tiempo la comunidad pueda hacer algún paseo fuera del monasterio que le permita recrearse y además entrar en mayor intimidad con su Creador. [XXXII] Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor; a que viváis de una manera digna de la llamada que habéis recibido: con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Pues uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos. Ef 4, 1-5.
  • 22. 22 MARÍA [XXXIII] Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel la dejó y se fue. Lc 1, 38. [XXXIV] Pero su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Jn 2, 5. [XXXV] Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Jn 19, 26-27. [71] La Santísima Virgen María será para nosotros modelo de vida cristiana, madre de todos nosotros, protectora de nuestras vocaciones y Reina de nuestros corazones. Todo lo haremos para la mayor gloria de Dios por medio de María, para que nuestras miserias puedan ser dignificadas por sus manos. EXHORTACIONES FINALES [72] Ya que no es mi deseo ser juez, ni ser mediador entre el cielo y nosotros, los exhorto hermanos a que nuestra vida sea como perfume derramado a los pies del Señor, tomando en cuenta no mis palabras sino las palabras de la Sagrada Escritura, que dice: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.» Sal 119 (118), 105. Así pues, meditemos, hermanos la Palabra de Dios y prestemos atención al mensaje divino que nos manifiesta la voluntad del Padre para nosotros sus hijos, sus siervos. [XXXVI] Lo que importa es que llevéis una conducta digna del Evangelio de Cristo, para que, tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis unánimes por la fe del Evangelio sin dejaros intimidar en nada por los adversarios. Flp 1, 27. [XXXVII] Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor; una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. No hagáis nada por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás superiores a uno mismo, y sin buscar el propio interés, sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo (…). Flp 2, 1-5.
  • 23. 23 [XXXVIII] En cuanto a mí, ¡Dios me libre de presumir si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Ga 6, 14. [XXXIX] Pretendo así conocerle a él, sentir el poder de su resurrección y participar en sus padecimientos, haciéndome semejante a él en la muerte y tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que lo dé ya por conseguido o que crea que ya soy perfecto; más bien continúo mi carrera por ver si puedo alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí. Flp 3, 10-12. [XL] Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda plenitud de Dios. Ef 3, 14-19. [XLI] Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de todos, para que se salven. 1 Cor 10, 31-33. [XLII] Que la paz de Cristo reino en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza. Instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuando hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Col 3, 15-17. TERMINADA ESTA REGLA EN LA CIUDAD DE GUADALAJARA, JAL. EL VI DOMINGO DE PASCUA, SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA, BAJO EL TERCER AÑO DE PONTIFICADO DE SU SANTIDAD FRANCISCO PAPA. MAYO 17, 2015.