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24 Domingo Ordinario - C
1. DIOS TUVO COMPASIÓN Y SE FIÓ DE
MÍ
24º DOMINGO ORDINARIO – CICLO C
Las lecturas de hoy son preciosos broches en este Año de la
Misericordia. Todas nos muestran distintos retratos de Dios, visto desde
diferentes lados. Pero todas nos muestran que nuestro Dios, Padre, tiene
un corazón tierno de madre, incapaz de juzgar y de condenar. Siempre
está dispuesto a perdonar y a olvidarlo todo, listo para festejar el
regreso del hijo que se alejó y vuelve al hogar.
En la lectura del Éxodo vemos cómo el pueblo en el desierto se cansa y
se pone a idolatrar un dios-novillo, una imagen fabricada en oro. Es
como si hoy adoráramos algo visible, material, el fruto de nuestro
esfuerzo y nuestro trabajo, nuestra propia obra. Moisés se enfurece,
¡defiende la causa de Dios! Pero Dios no se enfada como él y se
muestra paciente. ¿Cómo va a castigar al pueblo que ama? Igualmente
hoy podríamos pensar que Dios no se irrita contra los ateos, los
materialistas y los despistados que corren en pos de diosecillos falsos
(fama, dinero, confort, tecnología o bienestar material…) En cambio, se
muestra paciente y pide a los creyentes que sepamos dar un testimonio
de auténtica caridad y empatía con los dramas que sufren nuestros
contemporáneos. Queremos ser más exigentes que Dios… ¡qué osados!
San Pablo relata con honestidad conmovedora su conversión. Se
describe como un arrogante, descreído y violento. Pero Dios tampoco lo
castigó. Lo miró con compasión, lo llamó… ¡y se fió de él para darle
una gran misión! De perseguidor a apóstol ferviente. La conversión de
Pablo debería animarnos a todos: si Dios pudo obrar tal cambio en él,
¿qué no podrá hacer en nosotros, si nos dejamos? Ah, pero falta que,
como Pablo, caigamos de nuestro caballo y escuchemos la llamada.
Jesús, ante los criticones que le acusan de comer con pecadores,
responde con tres parábolas sencillas y de gran hondura. Los pecadores
somos ovejas descarriadas del rebaño, monedas perdidas, tesoros
extraviados. Somos hijos pródigos que hemos dilapidado nuestra vida (el
gran bien que Dios nos ha dado) invirtiendo nuestro tiempo y energía
quizás en cosas que no valen la pena. No hace falta gastar el dinero en
juego y en mujeres para ser hijos perdidos. Podemos gastar la vida
estresándonos en tareas inútiles, dispersos con el whatsapp, Internet, la
tele o los comadreos frívolos, amasando una fortuna para nada,
descuidando nuestras relaciones con la pareja, los hijos, la familia… Dios
tiene paciencia. Dios nos espera, como el padre de la parábola. Jesús
nos busca, como el pastor valiente o la mujer que barre su casa.
¿Puede una madre condenar al más criminal de sus hijos? Pues Dios,
que es aún más amoroso que una madre, tampoco lo hará. Ablandemos
nuestro corazón y descubriremos que Dios tiene su corazón abierto de
par en par para recibirnos, siempre.