La mano diestra del capitalismo, de Leo Strauss al movimiento neoconservador II
La expansión del modelo político norteamericano
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LA EXPANSIÓN DEL MODELO POLÍTICO NORTEAMERICANO
Francisco José Fernández-Cruz Sequera.
Diciembre 2012.
Publicado en: lagranpartida.blogspot.com.es/2012_12_01_archive.html
A partir de 1974 y hasta 1996,
el sistema democrático de
partidos se extendió por todo el
planeta. De un total de 191
países, 117 se consideraban
ajustados a los parámetros
democráticos definidos por los
EE.UU. y sus aliados. Y como en
política nada ocurre por
casualidad, presumir que esta
propagación del modelo político
marcado por la potencia
dominante es fruto de la
casualidad o del convencimiento
que las ejemplares bondades del
mismo ofrecen del mundo es
pecar de ingenuidad e
infantilismo. Este proceso de
difusión del modelo político
democrático tampoco puede
afirmarse que responda al
desarrollo de procesos internos
de cada país,; ni cabe decir que
las influencias externas e
internacionales jugaron un
papel secundario; y como los
hechos posteriores han
demostrado, tampoco puede afirmarse que nos encontremos ante una evolución
natural hacia el “Fin de la Historia” en donde la democracia capitalista es la etapa
última del desarrollo político-social. Ninguna de estas explicaciones coincide con
los datos objetivos de la realidad. Esta súbita expansión del sistema democrático
hegemónico, coincide con otros dos fenómenos paralelos relacionados con el
mismo y que también se han producido súbitamente: lo que hemos dado en llamar
”globalización” en el ámbito internacional, y las “privatizaciones” en el seno de los
Estados.
La oleada comenzó en Europa siguió por Hispanoamérica y terminó con su
expansión por los países que formaban el antiguo bloque comunista. Sin olvidar la
incidencia que ha tenido en África que, si bien ha sido más limitada, no por ello
puede decirse que no se haya producido. Si analizamos la evolución que ha tenido
este proceso, pronto encontramos varias de las causas económicas que lo han
originado, que en conjunto dan explicación a lo ocurrido y que pueden ser
enumeradas del siguiente modo:
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Crecimiento demográfico. El aumento de la población mundial y la progresiva
complejidad de las finanzas y de los métodos de producción y distribución, han
generado sociedades mucho más difíciles de controlar. Los regímenes dictatoriales
no supieron generar alternativas políticas que permitiesen controlar la situación
en un nuevo escenario.
Tecnología. La dificultad de
control de la población se vio
aumentada aún más por las
posibilidades de las nuevas
formas de comunicación,
especialmente por el fenómeno
de “internet” y el llamado “efecto
CNN”. Las posibilidades de
“adoctrinamiento” a gran escala
y las influencias de la
“inteligentsia” neoliberal a nivel
planetario aumentaron
exponencialmente. Frente a ello,
los regímenes no liberales no
tuvieron capacidad de reacción.
Crisis económicas. Las sucesivas crisis económicas mundiales ocurridas desde
que EE.UU. abandonó la convertibilidad del dólar en oro, y se produjo la crisis del
petróleo de 1973, generaron un descontento en la población frente a los políticos
que los gobernaban, estableciendo un paralelismo entre prosperidad económica y
sistema democrático no siempre cierto, que condujo a la caída de muchos de los
regímenes dictatoriales.
Deuda externa. A partir de la recesión de 1981 se disparó la deuda externa de los
países, que con la subida de los tipos de interés por la Reserva Federal (FED) de los
EE.UU. quedaron a merced de los acreedores internacionales, en una maniobra de
expansión-restricción del crédito repetida hasta la saciedad en los últimos cien
años por los EE.UU. primero y por los organismos internacionales dependientes de
este país después. Esto llevó a que los gobiernos tomaran medidas deflacionarias y
de devaluación de sus monedas que extendieron la pobreza por continentes
enteros, destruyendo las clases medias de los lugares donde éstas existían. Los
gobiernos de las naciones con regímenes no democráticos que habían contraído las
deudas, cayeron a resultas de la agitación y el descontento social.
Globalización. En un entorno internacional fuertemente endeudado, dependiente
en muchos casos energéticamente del petróleo, que necesariamente debe pagarse
en dólares, la soberanía política de los Estados se convirtió en un obstáculo para la
captación de nuevos préstamos por estos. El capital internacional podía elegir
acudir a aquellos lugares en los que los gobiernos no pretendieran ejercer un
control sobre el mismo, abandonando aquellos otros que se empeñaran en este
control. De esta manera la libertad de circulación de capitales se convirtió en un
requisito exigido a todos los Estados, por las más poderosas instituciones
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internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Agencia para el
Desarrollo Internacional de los EE.UU.).
Todas estas circunstancias pusieron de manifiesto otro hecho: la izquierda
revolucionaria y utópica no tenía respuesta convincente para los problemas, y se
quedó sin explicación de la realidad que la rodeaba desde su propia dogmática.
A las causas económicas hay que sumarle otras de carácter geopolítico, estratégico
e ideológico que vienen apuntando progresivamente hacia un universalismo, en el
que coinciden tanto los EE.UU., Europa o el Vaticano, que además coinciden todos
ellos con el “internacionalismo” de la izquierda y el “humanismo” de la masonería
internacional. Si a esto le sumamos que el modelo democrático cuenta con la mejor
financiación imaginable, el mejor equipamiento militar y sus características le
hacen el más fácilmente adaptable a realidades nacionales diferentes,
entenderemos como ha podido producirse esta expansión del modelo democrático,
y cómo se ha producido el advenimiento del nuevo “Imperium” de la democracia
liberal como régimen político
dominante impuesto por la hegemonía
norteamericana y el poder financiero
mundial.
Distintas causas concurren a abonar
esta explicación de la actual hegemonía
de la democracia liberal, empezaremos
explicando las de orden poítico:
El predominio cultural
norteamericano. La democratización
ha tenido un éxito paralelo a la
proximidad cultural con los EE.UU. En
el llamado “Occidente” el triunfo ha sido
pleno y absoluto, indiscutible. Sin
embargo en América, al sur del Río
Grande, el proceso ha alcanzado menos
intensidad, y en África y Asia éste se ha
visto muy reducido. Pero dónde no le
ha sido posible imponerse sino muy superficialmente es en el mundo islámico. En
los países de religión musulmana la ofensiva democrática ha encontrado una gran
resistencia, muy probablemente debido a la inexistente secularización de estas
sociedades. La Coca Cola no ha desplazado al Corán, y el proceso de expansión del
régimen democrático y la influencia de sus principios jurídicos y filosóficos, ha
quedado restringido principalmente al ámbito de influencia de la cultura
judeocristiana, donde por medio del puritanismo protestante-sionista de los
EE.UU. todavía se sostiene.
La Política exterior norteamericana. Mientras el contradictorio enfrentamiento
de los EE.UU. con la URSS tuvo lugar, los norteamericanos apoyaron todos los
golpes de estado que juzgaron necesarios, para mantener su predominio en
diversos lugares del mundo. Pero una vez llegada la caída del comunismo en
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Europa, el Departamento de Estado dejó claro que las dictaduras estaban fuera de
lugar en sus planes. El cambio de política de Whasington quedó claro no sólo a
través de las declaraciones de sus embajadores y portavoces, sino que desde ese
momento se llevaron a cabo actuaciones concretas: se promovió a los intelectuales
comprometidos con su modelo; se canalizaron los programas de ayuda y asistencia
provenientes de la “National Foundation for Democracy” creada en 1984 a las
entidades que en cada país promovían sus valores y se ajustaban a las directrices
norteamericanas; el “Center for Electoral promotion and Assistance”, operando
desde Costa Rica, financió, supervisó y controló los censos de votantes y las
elecciones, envió consultores experimentados para diseñar campañas políticas y
obligó a la adopción del sistema bajo la amenaza de retirada de la ayuda militar.
Cuando todo lo anterior no fue suficiente se decidió la intervención militar directa
como en los casos de Panamá, Granada y Haití.
La “religión” de los Derechos
Humanos. En 1977, bajo la
Presidencia de Jimmy Carter, los
EE.UU. decidieron utilizar esta
nueva e indiscutible “religión”,
como argumento esencial
justificativo de su actuación
política. El Departamento de
Estado comenzó a publicar su
evaluación de la situación de los
llamados ”Derechos Humanos” en
los diversos países del mundo, y a
los funcionarios norteamericanos
se les dio instrucciones de tomar
este informe, como referente para
definir las políticas de ayuda
militar. Desde ese momento, y con
la excepción de Reagan que se
apartó de este criterio durante un breve período de tiempo, todos los presidentes
de los EE.UU. han continuado esta política.
La caída del comunismo en Europa. Como ya hemos anticipado más arriba, el
colapso del bloque soviético, supuso la pérdida de su principal referente para toda
la izquierda, la desaparición del antagonista de los EE.UU. y la desaparición de las
dictaduras militares en Hispanoamérica. De este modo se creaban distintos
“vacíos” políticos, tanto para la izquierda revolucionaria como para la derecha
neoliberal. Esto dejó a los partidos comunistas, socialistas y marxistas de todos las
clases “huérfanos” y carentes de un proyecto estratégico viable; al tiempo liberó a
los EE.UU. de su estrategia de enfrentamiento en forma de compromiso con las
dictaduras militares de medio mundo, cuya exclusiva misión era mantener al
enemigo ideológico bajo control en cada país de su “patio trasero”. Los EE.UU.
optaron así por promover gobiernos ideológicamente afines, y económicamente
comprometidos con su proyecto globalizador. La democracia he devenido en el
régimen de gobierno exigido por el Imperio, para garantizar la gobernabilidad y el
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control de su área de influencia, su hegemonía cultural y la depredación económica
de los recursos de todo orden que le son necesarios.
Como cabe esperar de todo proceso político las causas son complejas, y las mismas
son sostenidas por una base de orden filosófico y dogmático. Como avanzó
Gramsci, uno de los más grandes enemigos de la civilización occidental, la
revolución cultural generalmente precede a la revolución política. Por esta razón, y
a modo de síntesis en cuanto a las causas ideológicas de la expansión del modelo
político imperial, podemos citar a las siguientes:
Liberalismo. A mediados de los años ochenta, los medios de comunicación y
difusión occidentales se lanzaron a una campaña sin precedentes dirigida a
promover la doctrina neoliberal apoyada en su mayor parte sobre los pilares de la
partitocracia política y la economía de mercado, entendida como la total ausencia
de restricciones para la circulación de capitales. Este esquema doctrinal fue
aceptado de buena gana por la izquierda desprovista de alternativa alguna y por la
derecha burguesa, lo que dio lugar a la aparición de una nueva generación de
políticos dispuestos a aceptar las nuevas ”reglas del juego”, ya fuera desde el
liberalismo político clásico enfocado en la democracia, o del neoliberalismo
económico enfocado en los mercados internacionales. Lo que importa de ello, es el
hecho concreto de que todo el espectro político quedó determinado por los
postulados liberales adoptados en las centrales de poder internacional, y
difundidos como la doctrina oficial del Imperio norteamericano.
Universalización jurídica. La creación de un cuerpo de doctrina legal y de una
jurisdicción internacional, tuvo su punto de partida en 1946 con el linchamiento de
los líderes nazis de Nuremberg en aberrante aplicación retroactiva del Derecho
Penal. La imposición de la “religión” de los “Derechos Humanos” como patrón de
conducta de los Estados, ha significado, en realidad, la posibilidad de hacer
judiciable ante instancias transnacionales las decisiones políticas de un Estado-
nación, con la excepción del gobierno de los EE.UU. que no firmado ninguno de los
tratados internacionales, que podría someterlo a dicha nueva jurisdicción. Se ha
conseguido así instrumentar la intención manifiesta de impedir que actos
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considerados inaceptables para la ideología imperial, puedan ampararse en el
principio de soberanía nacional. De esta manera, apoyándose en valores éticos y
morales previos, lo que se juzga no es la moralidad de un gobierno, sino su
adecuación a los postulados políticos y económicos, si fuera la cuestión moral lo
que se juzgara no habría dirigente de los EE.UU. que no subiera al cadalso que
levantaron para los dirigentes alemanes al final de la guerra mundial. Esta
concepción individualista de la sociedad, ha conducido en muchos países a elevar
los derechos del individuo por encima de los de la sociedad, los de la parte por
encima del todo, lo que ha desarrollado todo un sistema jurídico “ultragarantista”
que protege más a los delincuentes que a los ciudadanos honrados. Pero esto no ha
ocurrido casualmente, el individualismo ideológico liberal que exalta el individuo
hasta el paroxismo, no sólo lo hace con la persona física, sino también con la
jurídica, es decir: las
empresas, el dinero. Y
esto explica este
hipergarantismo
jurídico liberal.
Religiosas. Más arriba
he señalado como la
expansión del modelo
democrático ha
quedado circunscrita al
área de influencia
judeocristiana. El
proceso de claudicación
de la Iglesia Católica
abierto con el Concilio
Vaticano II, y el predominio político del movimiento fundamentalista protestante
cristiano-sionista en los EE.UU., han favorecido la actual ecumenización religiosa.
Ambas iglesias protestante y católica han terminado reconociendo la primacía de
“nuestros hermanos mayores en la fe”, según dijo Juan Pablo II de los judíos. Al
tiempo, el descrédito de los cristianos ha secularizado la sociedad, y los
sucedáneos religiosos en forma de importación de religiones orientales o modas al
estilo de la “new age”, han terminado por abonar el terreno de forma propicia a la
fundación de una nueva religión de corte humanista filomasónico, coincidente en
todo con los valores y criterios imperiales.
En conclusión, afirmar que la democracia ha sido aceptada mundialmente por ser
el sistema “menos malo de los conocidos” es propio de una mente políticamente
infantil. La realidad demuestra que no ha sido una convergencia de la voluntad
soberana de los diferentes pueblos lo que ha propiciado la expansión del modelo
llamado democrático, sino que éste es exigido como norma de aceptación por el
Imperio, que desacredita sistemáticamente cualquier otra orientación política con
el arsenal de medios más poderoso de la historia, lo que lleva a la claudicación
intelectual de cualquier persona al considerarlo inevitable. En resumen, no es que
sea el menos malo de los sistemas, sino que es el único posible para evitar la
muerte civil de cualquiera que quiera actuar en política.