El documento describe la rutina semanal de un hombre que le gusta dejar libros anónimamente en una biblioteca pública los jueves. Describe cómo elige un libro de su colección personal, lo deja en la mesa de la biblioteca y luego observa discretamente a las personas que toman los libros, imaginando sus vidas y razones para elegirlos. Disfruta especialmente cuando los libros tienen notas o dedicatorias manuscritas que permiten más fantasías sobre sus antiguos dueños.
2. ME GUSTA HACERLO CADA JUEVES.
Supongo que en la elección del día influye que el jueves es ese día de la
semana en el que estás algo cansado del trabajo, en el que la rutina
diaria empieza a pesar demasiado, pero en el cual se preludia ya el
descanso del fin de semana. Sin duda este hecho te proporciona ráfagas
de buen humor y te predispone a imaginar, a idear maneras de
recuperar el tiempo perdido de lunes a viernes; por eso me levanto y
desayuno, acompaño a los niños al colegio y luego inicio mi particular
ritual.
Regreso a casa, entro en el despacho y me dirijo a la librería con una
bolsa en la mano; agarro un libro de los de la segunda fila, de ese estante
donde están en espera los libros que he seleccionado antes, como en un
peculiar “corredor de la muerte”.
Luego salgo a grandes pasos y me dirijo por el camino más corto a la
calle de la Reina, tan llena de vida, con esos edificios tan alegres y
populares. Paso por la puerta de la papelería, el bar, la notaría con sus
geniales forjados de hierro, por enfrente del Ateneo Marítimo (benditos
bingos, ¡qué habría sido de muchos de los ateneos y casinos culturales si
no se hubiese inventado los bingos…!), por enfrente de la parroquia de
Cristo Redentor, y finalmente llego a mi destino.
La Casa de la Reina te impacta cuando la ves, es sobria, elegante, y
sobre todo muy diferente. Entras y te encuentras en un ancho pasillo
empedrado, cubierto hasta media altura por un zócalo de azulejos y allí,
en un lado, se encuentra una pequeña mesa rectangular con un cartel
que reza: “biblioteca libre”, y sobre ella unos diez o doce libros y un cartel
que indica que puedes coger uno si quieres.
Al entrar me fijo si hay alguna persona en el vestíbulo, o miro con detalle
a quienes entran delante de mí o a quienes me cruzo cuando salen.
Espero con disimulo mirando el tablón de anuncios hasta que nadie me
observa y entonces me acerco a la mesa. Normalmente es un momento
del que me gusta gozar con cierta intimidad: observo los títulos y el
aspecto de las obras y finalmente cojo uno, abro mi bolsa y lo guardo,
sacando al tiempo mi ejemplar, que coloco en el centro de la mesa pero
un poco hacia la izquierda y hacia la parte de arriba: no sé por qué, pero
siempre me fijo primero en los libros que están colocados en ese lugar, así
que imagino que es el sitio más visible para el mío, el que lo hace más
apetecible. Suelo entretenerme en reorganizar los libros de la mesa con
un criterio estético, porque no es lo mismo poner un libro con tapas de
colorines junto a uno marrón que junto a uno rojo, y suelo hacerlo de
3. forma que todo contribuya a hacer más atractivo mi regalo anónimo. A
veces pongo el mío bocabajo, para que el observador compulsivo no
pueda evitar cogerlo para colocarlo correctamente y que así se vea
tentado de leer su título y ojear su contenido.
Al principio llevaba esos libros que me resultaban muy malos, los que no
pude terminar de leer o los que acabé más por amor propio que por
placer. Pero poco a poco fui añadiendo algún libro al que le tenía un
cariño especial, o algún libro que esté de acuerdo con mi estado de
ánimo, o simplemente como un juego: hoy una novela policiaca, hoy
teatro clásico, hoy un libro de pedagogía, uno de poesía… Así, poco a
poco voy reduciendo mi biblioteca, se van quedando los libros más
escogidos, mis libros más amados, y aún éstos también los voy llevando,
como ofrendas a un dios peculiar. Son libros que ya han cumplido su
función: unos ser leídos, otros ser regalados, otros apagar la curiosidad o
las ganas de aprender. Los que cojo nunca me los quedo más de un par
de semanas, rara vez los leo, para mí son objetos que han atrapado
momentos de la vida de otras personas y son esos momentos prisioneros
los que me interesan, no el libro en si.
Me gusta volver a casa con el libro en la mano, pero sin abrirlo. Cruzo el
mercadillo del Cabañal repleto de gente, y me entretengo mirando las
paradas sin excesivo interés, más pendiente de las personas que de las
mercancías; me gusta pensar que alguna de esas personas a lo mejor se
4. dirigirá luego a la biblioteca a buscar uno de los libros de la mesilla, o
que a lo mejor viene al igual que yo de depositar uno de sus libros
liberados, incluso a veces fantaseo sobre si por su aspecto una persona a
la que veo con una bolsa de compras podría ser la anterior propietaria
del libro que he cogido: el aspecto intelectual de esa mujer tan seria le
pega o no, o si le pegaría coger el libro que he dejado hoy.
En casa lo dejo sobre la mesa hasta la noche, y después de cenar, con la
tranquilidad y el sosiego del final del día, me siento en el sofá con el libro
en la mano y lo observo por fuera detenidamente, igual que un filatélico
observaría con la lupa una nueva adquisición para su colección: si está
muy manoseado es porque se ha leído mucho, ha tenido una vida
intensa; si las tapas están bien conservadas puede que sea por todo lo
contrario, su utilidad es posible que haya sido pequeña o que haya
tenido una función muy concreta o un uso muy limitado; si está
amarillento por el paso del tiempo me dispongo a indagar sobre su fecha
de edición; observo si es una edición barata o una edición buena, porque
los libros de ediciones baratas suelen ser libros que se leen, los de ediciones
caras no siempre cumplen esa función.
Me gusta leer la contraportada y ojear el índice para ver un poco de qué
va, y si es un libro con solapas me leo la mini-biografía del autor y los
“Otros libros de la Colección”. Si es un libro de estudio me gusta seguir los
párrafos subrayados para ver cómo sintetizaba su anterior dueño los
contenidos ¿realmente aprovechó la lectura de ese libro?¿Aprobó la
5. asignatura?¿Le gustó el libro o simplemente lo tuvo que “sufrir” para
aprobar? Estos últimos son los libros más inútiles que se leen, los libros que
antes se olvidan, libros que luego se abandonan con desdén en un
estante hasta que los años o una mudanza los van “matando”.
La semana que viene ya he escogido el libro que voy a llevar. Se trata de
un libro editado por el ayuntamiento de un pequeño pueblo valenciano,
un libro que recoge relatos breves presentados a un certamen de una
asociación cultural local. Como podéis imaginar son relatos muy variados,
sencillos, escritos la mayoría por gente que no se dedica a la literatura,
pero todos tienen algo de autobiográfico, reflejan los gustos, la forma de
ver la vida, la forma de relacionarse de sus autores. Está casi nuevo
porque se editó este mismo año, y aunque puede que alguna vez en el
futuro lo volviese a releer, prefiero que tenga otra vida menos previsible,
más azarosa.
Creo que esta semana, después de dejarlo en la mesa, me apostaré en la
puerta con disimulo, como si esperase, o en la sala de lectura junto a la
ventana del patio, y observaré durante un rato. A veces me gusta
esperar con disimulo para ver si alguien coge mi libro; otras veces soy más
indiscreto y me acerco cuando alguien está mirando los libros y ojeo
alguno, esperando que mi vecina o vecino tome otro: muchas veces
actuamos por imitación compulsiva. Observo su elección, y si finalmente
se lo lleva fantaseo acerca de las razones por las que lo hace, intento
asociar su aspecto y el contenido del libro, fantaseo sobre si lo leerá
completo o no, sobre si le gustará, si lo regalará o lo volverá a traer a la
mesa al cabo de unos días.
Los libros más especiales son los que llevan notas manuscritas al margen,
y sobre todo los que llevan dedicatorias: ¡lo que permite fantasear una
dedicatoria! Dedicatorias sencillas y escuetas, dedicatorias de
compromiso, dedicatorias de amor, enigmáticas… ¿Es cierto lo que se
pone en una dedicatoria o es sólo una impresión que se quiere causar?
“Para Ana con todo mi amor”, firmado “Enric”.
Hoy estoy juguetón y me entretengo poniendo una dedicatoria falsa en
mi libro. Probablemente quien lo coja no le prestará mayor atención,
pero a lo mejor se da cuenta de que el libro se editó hace apenas tres
meses y de que igual de breves que son los relatos fue el amor de Ana
por Enric…
Pensaréis que estoy algo trastornado, pero lo cierto es que este juego
solitario me proporciona muy buenos ratos, ratos en los que la lectura no
es el medio ni es el fin, sino que es sólo un pretexto para el mayor placer
con el que cuenta el ser humano, un placer para el que los libros, se lean
o no, pueden ser la excusa perfecta, la excusa para imaginar.