Apuntes de clase sobre la introducción a la arqueología del saber linea 26 enero 13
1. APUNTES DE CLASE SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA
DEL SABER
Alejandro Alvarez G.
Foucault quiere dar cuenta de lo que ha hecho metodológicamente en sus
primeros libros: Historia de la locura, El nacimiento de la Clínica, Las palabras y
las Cosas. Inscribe su trabajo dentro de una tendencia de su época que busca
renovar los modos de hacer historia. En esta introducción muestra cómo su
propuesta que llamará Arqueología, hace parte de este movimiento de
renovación historiográfica; precisa qué toma de allí, en qué se distancia y toma
posición frente a la discusión.
La tendencia de renovación historiográfica busca en primer lugar dar cuenta de
los grandes períodos (larga duración), en contra de la historia episódica que se
quedaba en el recuento de sucesos muy puntuales que no dejaban ver los
ritmos de los cambios a la distancia. Esta nueva historia buscaría más los
equilibrios y las tendencias a la estabilidad, antes que los relatos sobre
peripecias políticas de personajes sin tiempo. Señala cómo hicieron uso de
herramientas prestadas de la economía, de la climatología, de la demografía,
de la sociología. De esta manera se habría podido romper la secuencialidad
lineal de unos hechos, como pertenecientes todos a un mismo orden de cosas,
sin diferenciar la temporalidad de procesos que poseerían naturalezas
diferentes. Ya no habría entonces sucesiones lineales, sino desgajamientos en
profundidad, esto es, historias paralelas, cada una de las cuales tendría sus
propios ritmos y sus propias lógicas; al tiempo que habría que recorrer en
dirección vertical (sincrónica), no horizontal (diacrónica), para ir conociendo sus
características, antes que su evolución. Mas que sucesión de gobiernos lo que
se buscaría ahora serían fenómenos cuyo movimiento temporal no importaría
en principio: El fenómeno de la navegación marítima, el del oro, el trigo, en fin,
historias de relaciones entre el hambre y el clima, por ejemplo, como una
constante en la historia. Ya las preguntas no se referían a las continuidades o
los cambios, sino a las permanencias y las estabilidades. Para eso se propuso
mirar las series, las periodizaciones independientes, cuadros que muestran
relaciones internas, en el marco de un fenómeno.
Se comenzaban a hacer entonces la historia de la literatura, de las ciencias, de
la filosofía, no como una preocupación historiográfica, sino de las disciplinas
mismas. Ya la historia no daría cuenta de una cronología, sino de unos
fenómenos que interesarían por su temática a profesionales de áreas del
conocimiento especializadas. Lo que se buscaría entonces no serían las
continuidades, sino las interrupciones, que le serían propias a cada campo. Los
ejemplos que Foucault escoge se refieren especialmente a la historia de las
ciencias, pues ese era el ámbito donde se movía y al cual se refirió de manera
privilegiada con su propuesta de arqueología del saber.
• Se hablará entonces de umbrales epistemológicos (Bachelard). Mas que
una secuencia acumulativa la ciencia habría tenido saltos, de un lugar a
otro, sin que hubiera secuencias.
2. • Desplazamientos y transformaciones (Canguilhem). Los conceptos no
evolucionarían, en este caso tampoco, sino que mutarían o simplemente
cambiarían de lugar. Así un concepto no progresaría ni maduraría, sino
que en ciertas condiciones jugaría un papel, en otras, otro.
• Escalas macro y microscópicas. Los descubrimientos tendrían valor
diferenciado en escalas distintas, sin que eso diga algo sobre la
importancia o la validez de uno u otro.
• Redistribuciones recurrentes (Michel Serres). La historia de una
disciplina se contaría de manera distinta en cada presente.
• Unidades arquitectónicas (M. Geéroult) . Busca la coherencia interna de
un sistema de pensamiento, en un momento determinado, no la
genialidad de un autor, o la procedencia de una idea, la brillantes de un
grupo, una generación o una escuela de pensamiento, sino su fría e
impersonal estructura.
Lo que se hace en estos trabajos es buscar el límite en el que se estructuran
las cosas, no su permanencia, o su evolución. A qué sistema o estructura
pertenecen para entender lo que las configura y les dan su sentido. Así, las
cosas no tendrían un sentido que evoluciona, sino que estarían dotadas de un
significado, dependiendo del marco de relaciones que las estructuren. En cada
nueva estructura, lo que fundamenta algo se cambiaría, lo que funda algo
cambiaría. Es una historia de las discontinuidades y para eso se proponen
nuevas categorías, como: umbral, ruptura, corte, mutación, transformación. En
últimas se estaría dando lugar a una categoría que será fundamental para
entender la propuesta de Foucault: El acontecimiento, como aquello que
irrumpe, como novedad, como ruptura, no como continuidad.
Tanto en la historia de las ciencias, como en la historia de las instituciones o de
la economía, se estaría replanteando entonces algo fundamental para el
historiador: el valor del DOCUMENTO. Este sería el principal material con el
que trabaja el historiador. Los historiadores de lo que se habían ocupado era
de preguntarle al documento que tanto decía la verdad, que tan auténtico era,
que tan bien informado estaba. En todo caso, una vez pasada la prueba, el
documento debía suministrar los datos que el historiador habría de organizar
para que saliera a la luz lo que habían querido decir sus autores. Los
historiadores los harían hablar de nuevo, previa verificación de su legitimidad.
Ahora no se trataría de interpretar el documento, ni verificar su veracidad, sino
de elaborarlo. Los nuevos historiadores lo recortarán, lo parcelarán para buscar
las relaciones que les interesa, sin escrúpulos, sin respetar su unidad. De su
interior sacarán datos para armar series, conjuntos, relaciones. En ese sentido
el documento no sería el fiel testigo de un pasado que esperaría al historiador
para que lo haga hablar de nuevo, que acuda a él para que restituya la
memoria perdida en el silencio de los archivos, recupere la voz de los que
escribieron para que cuenten lo que pasó. No sería una memoria lo que los
documentos guardan, sino una materialidad que da cuenta de las remanencias
que dejó el tiempo, en todo caso dispersas y discontinuas. Las continuidades
serían un invento non santo de los historiadores tradicionales.
3. Esa historia memorística hacía de los monumentos unos documentos, de la
materialidad de los rastros, hacía una historia como si estuviera tejida
previamente esperando salir a la luz. La nueva historia, al contrario, transforma
los documentos en monumentos. Los deja ver en su materialidad pura, en su
aislamiento y su dispersión. Tal como lo hace la arqueología. Las distancias
entre los vestigios hay que conservarlos, porque revelan cosas, así mismo hay
que dejarlos en los estratos en los que se hallan, porque eso también dice
cosas. Los arqueólogos que buscan conectar los vestigios sin respetar su lugar
de emergencia, tienden a la historia. Ahora se trataría de que los historiadores
tiendan a la arqueología, dejando los hallazgos en su lugar de dispersión, sin
pretender hilar lo que no estaba hilado.
Ya no importarían entonces las causalidades, las determinaciones circulares,
las vecindades de los elementos, sino las particularidades, los límites, las leyes
intrínsecas de cada monumento, entendido como una serie. Luego si se podría
establecer relaciones entre cada una de ellas para dar lugar a los cuadros.
Cada monumento tendría su tiempo, su estrato, y no habría continuidad entre
ellos (por eso la revolución de los comuneros de 1781 no es una causa del grito
de independencia de 1810). Cada uno tendría tiempos distintos, unos largos,
otros medianos, otros cortos (larga, corta y mediana duración). No es el mismo
tiempo el de una moneda que el de un producto agrícola. No es el mismo
tiempo el del azadón, que el de los ciclos climáticos.
Consecuencias:
1. Las series. Lo que permite habar hoy de larga duración, no es pensar en
las grandes eras, pues estas dan cuenta de una evolución, sino de las
series que se emparentan en un largo período histórico. Cuando las
series cambian, cambia el momento histórico. Un período histórico ya no
daría cuenta de una totalidad. Una serie que dura un largo período no
necesariamente se relaciona con otras que hubieran existido en su
tiempo. Un conjunto de series pueden cruzarse, coexistir, sobreponerse
unas a otras, sin que se expliquen unas a otras. Por eso no hay origen.
La razón, por ejemplo no ha existido siempre; la razón sería una serie
fechada en el tiempo, que tendría su propia temporalidad, sus tiempos,
recortados en todo caso, no eternos.
2. Las discontinuidades. Ya no habría continuidades sino discontinuidades.
Los accidentes, lo irregular, lo disonante, lo extraño en un momento
dado ya no sería la excepción, lo que habría que eliminar para dejar ver
mas bien la secuencia regular y familiar de las cosas. Ahora, al contrario,
esas rarezas son las que importan. Porque en ellas va a encontrar los
límites de un proceso, aquello que marca una diferencia, algo que
irrumpe diferente es el anuncio de una ruptura, de un cambio, y eso es lo
que le interesa al arqueólogo (el punto de inflexión de una curva). Un
hallazgo arqueológico es más valioso cuando no tiene las
características de lo que ya se ha encontrado en abundancia. Cada serie
tiene su propia discontinuidad. Algo que irrumpe no afecta la totalidad,
sino el lugar donde irrumpe, a propósito de la serie a la que debía
pertenecer. Cuando se sale de la serie, anuncia un cambio de
regularidad de esa serie. Así las discontinuidades son una metodología,
4. porque esa es la mirada del arqueólogo, al tiempo que es su objeto de
estudio, porque eso es lo que busca. La discontinuidad no es una
fatalidad que proviene del exterior y que el historiador debe tapar,
desconocer o eliminar, al contrario, es su herramienta fundamental y la
razón de ser de su oficio.
3. La historia general. Ya no sería posible entonces una historia global,
sino que emergería mas bien una historia general. La historia global era
la que creía que había una civilización griega, o la historia de Colombia,
o la época del renacimiento. Como si poseyeran una unidad, un alma, un
espíritu (Dilthey, Hegel, Spengler). En esa historia global se buscaba un
sistema de relaciones homogéneas que debían servir para entender el
rostro que dibujaba finalmente una época, propia de un territorio y de un
grupo de hombres con las mismas características. Las herramientas
metodológicas buscaban entonces causalidades, relaciones
homogéneas, analogías, donde cada hecho parecido a otro estaría por
eso emparentado, unido por el espíritu de su tiempo. En ese espíritu
cabía la economía, la técnica, la ciencia, la religión, todo haría parte de
un mismo modo de ser marcado por el sello de su época. En la nueva
historia cada serie, tiene sus límites, sus cortes, y entre ellas hay
desfases y destiempos. Pero La Historia general no renuncia a
establecer las relaciones entre las series, no para encontrar
continuidades o causalidades, sino sistemas verticales que las
caractericen, correlaciones que pueden dar cuenta de lo que en una
serie hay de común con otra, a partir de ello es que se pueden
establecer series de series, de donde surgen los CUADROS, que nos
muestran, no una época, sino un modo de ser de ciertos fenómenos (La
escuela, o la pedagogía sistemática puede constituirse en un cuadro que
se dataría entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XX. Así mismo
la locura, la clínica o el sujeto hombre, cada cuadro con su temporalidad,
sus regularidades, sus series de series). La historia global junta todos
los fenómenos y los pone a girar en torno a un centro, que dotaría una
época de un espíritu, hasta formar un todo armónico. La historia general
dibujaría un espacio, un cuadro de dispersiones.
4. El corpus documental. ¿Cómo leer los documentos? Este es un
problema metodológico que aparece como neurálgico. Problema que
antes se resolvía bajo el manto de la filosofía de la historia. La historia
antes no tendría problemas de este tipo porque habiendo planteado la
perspectiva teórica, filosófica, ideológica desde la cual leería los
documentos, todo se reducía a vigilar que en realidad se estuviera en el
marco de tal conjunto de premisas. Ahora se plantean problemas como
los siguientes: ¿qué conjunto de documentos seleccionar? todos? Una
muestra estadística? una muestra representativa?; qué leer en ellos? las
prácticas? los enunciados? las cifras? Las instituciones? Las
biografías?; qué tratamiento darle a las palabras? Se busca su
significado? su campo semántico? sus encadenamientos? su
estructura?; análisis cuantitativo? cualitativo?, interpretativo, análisis de
frecuencias o de distribuciones?, se tiene en cuenta el territorio?, el
período?, el tema?; relaciones numéricas, lógicas?, causales?,
significantes?... en fin. Estos problemas pueden resolverse a la luz de
los planteamientos metodológicos que se planteen en el campo donde
5. se hace la historia: la lingüística, la economía, la ciencia, pero no basta,
hay problemas que son del historiador y eso debe resolverse allí. Lo que
el historiador debe resolver es el asunto del devenir. Si le deja el
problema a cada campo de saber (estructuralización de la historia),
renunciaría al problema que le es propio, el del devenir, la temporalidad.
La estructura sin devenir no se puede concebir.
Esta nueva historia tiene sus primeros aportes en Marx. También ha recibido
aportes importantes de la lingüística. Pero lo que Foucault considera que falta
es llevar esos aportes de la nueva historia hasta sus últimas consecuencias. Lo
que propone es no temerle a lo que se deriva de estas posturas metodológicas.
Ya que se ha renunciado a la búsqueda de los orígenes, de las identidades y
de la evolución, ya que la historia se ha desprendido de la metáfora de la
evolución biológica, debería ser capaz de reflexionar sobre lo que significa en
términos de la destitución de nuestra condición de sujetos que conocen. Invita
a perder el miedo a reconocernos OTROS, en este proceso de extrañamiento
frente a lo que hemos pretendido ser como resultado de una historia que ahora
no nos gusta.
Y tal vez tengamos miedo a abandonar el calor que brinda la certeza de que la
historia es una sola y que pertenecemos a ella irremediablemente. Que somos
una especie que ha sido puesta en la tierra y que desde entonces no cesamos
de avanzar en la búsqueda de respuestas sobre nuestra existencia. Que
estamos evolucionando hacia una conciencia cada vez más lúcida que nos
revelará por fin los secretos de esa esencia que nos constituyó en sujetos
desde que nacimos. Miedo a perder la certeza de que la historia nos permitirá
reivindicarnos de nuestros errores, de nuestros pecados, de nuestros olvidos.
Que la historia nos permitirá la revancha final en la que regresaremos a la
morada donde nacimos y donde está la explicación perdida de lo que somos,,
después de todas las revoluciones que nos han costado tanto, revelaríamos,
por una acto de toma de conciencia, la verdad.
Estos supuestos son, según Foucault, de reciente constitución. Son hijos
justamente de la invención de la historia como sistema de pensamiento.
Proceso que apenas se consolidaría en el siglo XIX, junto a la antropología y el
humanismo. El marxismo habría pervertido a Marx cuando buscó reducir todo a
un sentido único que explicaría el devenir de una humanidad que evolucionaría
sin cesar. Se traicionó igualmente al descentramiento propuesto por Nietzsche
cuando se quiso volver a la existencia de un telos que nos explica. Se traicionó
a Freud cuando se olvidó que el deseo poseía al sujeto y no al revés, o a
Saussure, cuando planteó que el lenguaje había fundado cierta conciencia y no
al revés, o la etnología que reveló el MITO, lugar donde no existía la voluntad
de verdad, sino de autoreferenciación. Se olvidó todo esto y se insistió en la
idea de la libertad, luchando por triunfar (Kant). El triunfo de esa creencia
estaría dificultando asumir el extrañamiento que produce la nueva manera de
hacer historia.
Así, Foucault denuncia los intentos de antropologizar a Marx (cristianizarlo,
humanizarlo), trascendentalizar a Nietzsche, como si estuviera tras la
búsqueda de lo primigenio. Los que se oponen todavía a hacer la historia de
6. los límites, de las series, de los umbrales y de las rupturas, añoran
fundamentalmente la existencia del sujeto trascendental que sería el hijo mayor
de la historia monumental, la historia que tan solo en un siglo de existencia ya
había pretendido adueñarse de todos los tesoros de treinta siglos. En ese
sueño ha vivido cien años el sujeto y quisiera seguir tranquilo allí, protegido por
la promesa de un destino feliz.
La arqueología del saber no sería el intento de trasladar el enfoque
estructuralista a la historia, sino de retomar el camino ya andado de la nueva
historia y ponerla a funcionar a propósito del saber, como un ensayo que se
arriesga a insistir en la muerte de toda antropología. Insiste en ello a propósito
de los trabajos anteriores: la clínica, la locura, las ciencias. De lo que se trata
es de retomar este debate que se abrió allí contra la idea de sujeto que
portaron la clínica, el manicomio y las ciencias del siglo XIX.
“Mas de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me
pregunten quien soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de
estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando
se trata de escribir.”