La renovación litúrgica es el fruto más visible del Concilio Vaticano II. Se pueden seguir las distintas etapas de la reforma litúrgica antes, durante y después del concilio. Sin embargo, es difícil determinar hasta qué punto las inspiraciones del documento sobre liturgia han renovado realmente la apreciación y vivencia de la liturgia en los corazones y comunidades. Algunos hablan de la necesidad de una nueva renovación litúrgica para entender plenamente el espíritu de la liturgia y su celebración. La única man
2. El sínodo Extraordinario celebrado en 1985, a los veinte años de
la clausura del Vaticano II, afirmó: “LA RENOVACIÓN LITÚRGICA
ES EL FRUTO MÁS VISIBLE DE TODA LA OBRA CONCILIAR”
(Relatio finalis).
Esta visibilidad consiste fundamentalmente en la facilidad con
que se pueden seguir las distintas etapas de la reforma: LA
PREvia, la PROpiamente conciliar y la POSTconciliar. Así lo
hemos contemplado a través de este panorama general que les
he compartido.
3. Sin embargo, es más difícil preguntarse hasta què punto las inspiraciones
fundamentales del documento sobre liturgia han llegado realmente hasta el
corazón de nosotros y de nuestras comunidades, y que tanto han renovado
nuestra apreciación y vivencia de la liturgia.
Mons. Manuel F. Díaz Sánchez, Arzobispo de Calabozo, Venezuela, dice que:
“Desde hace algunos años muchos hablan de la necesidad de una nueva
renovación litúrgica, de un movimiento en cierto sentido análogo al que
sentó las bases de la reforma promovida por el Concilio Vaticano II, que nos
ayude a entender el autèntico espíritu de la liturgia y de su celebración,
llevando así a cumplimiento esa providencial reforma de la liturgia que los
padres conciliares propusieron pero que no siempre, en su aplicación
práctica, ha podido realizarse de una manera oportuna y feliz.
4. Uniendo mi pensar el de Mons. Manuel, concluyo diciendo que, la única
disposición que nos permite alcanzar el auténtico espíritu de la liturgia, con
gozo y verdadero gusto espiritual, es considerar el pasado y el presente de la
liturgia de la Iglesia como un patrimonio en continuo desarrollo. Este espíritu
tenemos que recibirlo de la Iglesia, no lo inventamos ni lo creamos nosotros,
por más hábiles, instruidos o experimentados que seamos. Ese espíritu, en
lugar de desarrollar un mero gusto estético, o una tendencia a lo accesorio,
nos lleva a lo esencial de la liturgia, es decir, a la oración inspirada y guiada
por el Espíritu Santo, en quien Cristo continúa haciéndose presente entre
nosotros hoy, e irrumpe en nuestras vidas.