Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Liturgia e-historia-salvacion
1. LA LITURGIA Y LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
I. El Concilio y su principal aporte litúrgico
En 1959, el Papa Juan XXIII sorprendió al mundo convocando a un Concilio
para que la Iglesia se replanteara su actitud ante el mundo. En efecto, para ese
encuentro:
«El “aggiornamento” aparece como la indicación que
sintetizaba la dirección en la que el concilio habría
debido abrir el camino de la Iglesia. No tanto como una
reforma institucional o una modificación doctrinal, sino
como una plena inmersión en la Tradición en aras de un
rejuvenecimiento de la vida cristiana y de la Iglesia.
Una fórmula en la que la fidelidad a la Tradición y la
renovación profética estaban destinadas a conjugarse; la
lectura de “los signos de los tiempos” debía coexistir con
el testimonio del anuncio evangélico.»1.
El primer fruto de ese Concilio Vaticano II fue la Constitución sobre la sagrada
liturgia “Sacrosanctum Concilium”, a partir de la cual se dieron importantes cambios
en las acciones cultuales; como la Misa que dejó de ser celebrada en latín por un
sacerdote de espalda al pueblo. Pero, más allá de los cambios rituales, el Concilio
Vaticano II nos ha enseñado una forma de entender la liturgia que no es nueva,
pero que sí había sido y sigue siendo olvidada por una buena parte de la Iglesia.
A esa renovada comprensión de la liturgia consagramos ahora nuestra reflexión…
II. El numeral quinto de la constitución conciliar sobre la liturgia
El primer aspecto que deseamos señalar lo tomamos del numeral quinto de
la Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”, en donde se
nos da a entender que la liturgia debe verse siempre como parte de la “historia de
salvación”, a propósito de lo cual debemos recordar que «[…] el hombre no sólo tiene
que esperar y aceptar la gracia dentro de la historia, sino que la gracia misma es historia
[…]»2. De modo que, sin caer en las imprecisiones de algunas corrientes
ideológicas, debemos entender cómo Dios se nos hace encontradizo en “lo
humano”, realidad que el Hijo de Dios no sólo ha asumido, sino también
transformado en camino de salvación.
Al comprenderla desde esta perspectiva, la liturgia se nos manifiesta en
primer lugar como un espacio de salvación o redención. Entendemos que su
objetivo específico es suscitar un encuentro del hombre con Dios. Los distintos
elementos que la conforman tienen sentido en función de ese aspecto salvífico. De
1 G. ALBERIGO, “Critères herméneutiques pour une histoire de Vatican II”: M. LAMBERIGTS ― Cl. SOETENS (ed.),
À la veille du Concile Vatican II. Vota et Réactions en Europe et dans le Catholicisme Oriental, p. 21.
2 Cf. Karl RAHNER ― Herbert VORGRIMLER, Diccionario de Teología, col. 672.
2. modo que la normativa litúrgica no se concibe como un bien en sí mismo, existe
para facilitar que las celebraciones desarrollen toda su potencialidad.
Lo mismo debemos decir respecto de la dimensión estética y del factor
emotivo. Lo que importa no es que los lugares litúrgicos y los ritos sean bonitos y
elegantes, tampoco es esencial que la gente se sienta a gusto. Lo que realmente
interesa es que las personas se encuentren con Dios y reciban su salvación. Y esto
muchas veces se dará a través de momentos agradables y emotivos, pero en
muchas otras ocasiones eso sólo podrá realizarse a través de imágenes toscas como
las cuaresmales y en celebraciones donde la emotividad y exaltación ceden su
lugar a ejercicios de interiorización humanamente poco agradables.
Finalmente, a partir de las definiciones que hemos venido dando, digamos
que al hablar de la liturgia como parte de la historia de salvación, también estamos
afirmando que la salvación que allí recibimos nos llega a través de medios
humanos. Por eso, en el ámbito litúrgico, actuar en conformidad con la gracia
significa tomar en consideración los condicionamientos y los procesos humanos a
partir de los cuales está construida la misma liturgia.
Un ejemplo de esto lo encontramos en los procesos de preparación
establecidos para los adultos que, no habiendo sido bautizados en su infancia,
piden personalmente este sacramento. Pues en esos casos, la liturgia pide un
camino largo y no una catequesis abreviada en unos cuantos meses o unas pocas
semanas. No porque la Iglesia quiera complicar la vida de las personas, sino
porque sabe que el ser humano requiere de tiempo para madurar sus más
trascendentales opciones. De tal forma que la premura entrañaría un grave riesgo
de realizar opciones tan débiles que no se mantendrían a lo largo de la vida.
Como podemos ver, la manera de entender la liturgia afecta nuestra manera
de vivirla. Por eso, así como hemos hecho con el numeral quinto de la Constitución
sobre la liturgia “Sacrosanctum Concilium”, en los próximos numerales de La Misa de
Cada Día seguiremos reflexionando acerca de la visión conciliar de este importante
ámbito eclesial.