2. Nacimiento
• Nace en Kassa, dentro del
imperio austrohúngaro.
• Su verdadero nombre,
Sándor Grosschmid.
• Es la actual Kosice
(Eslovaquia).
3.
4. Hijo de la burguesía (1)
Rama paterna
• La familia [la de su padre]
era de origen sajón; sus
ancestros habían llegado a
Hungría en el siglo XVII y
habían sido fieles servidores
de los Habsburgo, así que el
emperador Leopoldo II
había concedido un titulo
nobiliario a nuestro
bisabuelo.
Confesiones...
5. Hijo de la burguesía (2)
El desayuno
• Aquella era todavía una vida de señores,
ajena a los problemas económicos. El
desayuno parecía una fiesta de cumpleaños o
una boda. Mi padre llegaba del cuarto de
baño vestido con su bata oscura, recién
afeitado y oliendo a colonia para ocupar su
lugar en la cabecera de la mesa, coger el
periódico local, de corte clerical, y echar un
vistazo a los titulares mientras "reposaba el
té" en la tetera de porcelana de Meissen,
decorada con cebollas pintadas.
Confesiones de un burgués.
• Pensábamos que simplemente estábamos
comiendo. Más adelante comprenderíamos
que estábamos haciendo historia.
Tierra, tierra
6. Hijo de la burguesía (3)
Clase social: su importancia
• No era posible que nada ni nadie
lo perturbara; estaba protegido
por haber conseguido lo que tenía,
por haber llegado hasta donde se
encontraba. Aunque en realidad
mi padre ni había conseguido
nada ni había llegado a ninguna
parte, era su clase social la que
había conseguido lo que tenía [...].
Los hombres que pertenecían a su
clase podían empezar el día con la
mayor tranquilidad.
Confesiones de un burgués.
7. Hijo de la burguesía (4)
¡El servicio!
• Cuando se despedía a una criada, la señora
examinaba las pertenencias que ésta pretendía
llevarse. La cacheaba de arriba abajo, abría su hato y
lo examinaba todo en busca de una toalla o de una
cucharilla de plata, porque era obvio que "toda
criada era una ladrona". El cacheo se realizaba
incluso si la criada despedida había servido durante
una década en la casa sin que hubiese desaparecido
ni una aguja entre sus manos.
Confesiones de un burgués.
8. Hijo de la burguesía (5)
Lo cotidiano
• La huida nunca resultaba fácil: en
casa a mí me vigilaban
constantemente mi madre, la
señorita, las criadas; en la
habitación de los niños, encima de
mi escritorio, colgaba un "horario"
escrito con letra redonda que
consignaba cómo debía usar mi
tiempo: levantarse, rezar, asearse,
desayunar, pasear y divertirse [...].
Era la voluntad de mi madre, que
ponía en práctica sin descanso las
teorías pedagógicas que había
aprendido.
Confesiones de un burgués.
9. Hijo de la burguesía (6)
Los pobres
• Sin embargo, nadie me inculcó el
"odio de clases". Los adultos, la
familia, la escuela preferían no
hablar del tema, pues se trataba
de algo molesto, complicado y de
mal gusto. Nuestros educadores
nos enseñaban a volver la cabeza
discretamente porque no era de
buena educación mirarlos cara a
cara [a los pobres].
• Yo pertenecía, con todas mis
aspiraciones, a mi familia y mi
familia pertenecía, con todos sus
instintos a su clase social.
Confesiones de un burgués.
10. Infancia y juventud (1)
Príncipe destronado
• Ese idilio [familiar] duró hasta que
cumplí seis años. Entonces mi
hermana menor ocupó mi rango y
mi sitio; a lo mejor fui yo el único
en darme cuenta, pero era obvio
que algo había cambiado porque yo
ya no era la persona más
importante de la familia y tuve que
replegarme en un exilio voluntario.
"¡La niña!", decían los miembros de
la familia con cariño y admiración,
y mi madre decía también: "¡La
niña!" Yo intentaba portarme bien,
ser un "niño bueno" para poder
regresar al paraíso perdido.
Confesiones de un burgués.
11. Infancia y juventud (2)
Pertenencia frágil
• De pequeño, cuando me sentaba
a la mesa con las manos limpias
y el comportamiento adecuado,
ni siquiera los ojos curiosos de mi
madre llegaron a observar que
yo ya era sólo un huésped en la
casa, alguien que pertenecía a un
mundo bien distinto [...]. Ahora
intento mantener el frágil
equilibrio que hay entre esas dos
facetas de mi existencia: en eso
se resume mi vida.
Confesiones de un burgués.
12. Infancia y juventud (3)
Ruptura definitiva
• Yo mismo compartía con ellos la
angustiosa sensación de que
terminaría mal, así que intentaba
encontrar mi sitio en la familia: tocaba
el piano, me aprendí de memoria lo
que me mandaban y me aburría
soberanamente. La familia me
rodeaba con sus formas bien definidas,
rígidas e inamovibles, y sus miembros,
dóciles y obedientes, pululábamos
dentro de tales límites como las abejas
en sus celdillas hexagonales de miel.
Hasta que un día todo ese idilio acabó
estallando. Una buena mañana, a los
catorce años, me escapé de casa.
Confesiones de un burgués,
13. Infancia y juventud (4)
Experiencia y tragedia
• En la vida no suelen ocurrir "cosas
importantes". Al volver la vista atrás,
al buscar el instante en que ocurrió
algo decisivo e irremediable [...] tan
sólo encontramos algunas huellas sin
importancia, a veces ni siquiera eso.
En realidad no existe más
"experiencia" que la familia, como
tampoco existe más "tragedia" que el
momento en que te ves obligado a
decidir si permaneces en el seno de la
familia [...], o bien te marchas por tu
propio camino, a sabiendas de que te
quedas solo para siempre, de que eres
libre, estás a merced de todo el mundo
y sólo puedes contar contigo mismo.
Confesiones de un burgués.
14. Infancia y juventud (5)
Naturaleza y crueldad
• (Con 14 años. Su primer día de internado)
• Comprendí que la familia ya no me
protegía, que de aquel día en adelante
debería vivir con la "sociedad", y que la
sociedad era aquel grupo de muchachos
desconocidos, extraños e indisciplinados,
dispuestos para el bien y para el mal,
decididos a todo; unos muchachos
vigilados, quebrantados, disciplinados,
amaestrados y castigados por una
voluntad superior [...] Lo primero que
tuve que aprender es que los seres
humanos son crueles unos con otros sin
ningún motivo ni explicación, que esa
característica procede de su naturaleza y
que, por tanto, nada hay que lamentar.
Confesiones de un burgués.
15. Infancia y juventud (6)
Independencia
• El sacerdote y yo mantenemos una
estrecha relación, pero, como ya no creo
en él, debo demostrar mi
independencia. Al llegar ante la puerta
de su despacho, siento que al otro lado
está esperándome un hombre más
fuerte y más experimentado que yo,
contra quien nada puedo hacer. Me
invade un intenso sentimiento de odio.
Debe de tratarse de un odio muy
complicado porque "no ha ocurrido
nada", debo convencer a ese hombre de
que no me rindo, de que soy un rebelde
y de que ya no puede contar conmigo.
Confesiones de un burgués.
16. Estudios (1)
Latín
• Teníamos una clase de latín diaria,
podían aprender francés los que
querían, desde quinto curso nos
enseñaban alemán y a nadie se le
ocurría estudiar inglés. Yo era muy
bueno en latín, me encantaba
desmenuzar los textos latinos, me sentía
feliz cuando lograba analizar y
comprender las complicadas frases de
algunos autores; la estructura de esa
lengua me sugería claridad, firmeza y
sencillez, cada palabra estaba en el sitio
adecuado, las frases subordinadas nunca
daban la sensación de estar de sobra, no
se imponían por encima de la frase
principal...
Confesiones de un burgués.
17. Estudios (2)
Esgrima
• En resumen: cualquier hijo de
una familia burguesa debía
tocar el piano, hablar algún
idioma occidental e instruirse
para ello dos veces a la semana
con Miss o Mademoiselle, y
también ejercitarse en el arte
de la esgrima bajo las
instrucciones y cuidados del
maestro Salomon: la esgrima
era el único deporte que la
opinión pública aceptaba.
Confesiones de un burgués.
18. Estudios (3)
Resultados
• Pronto me di cuenta de que
los "resultados" que me
exigían apenas sobrepasaban
la habilidad manual de
cualquier mono, la capacidad
matemática de un caballo y la
docilidad de una bestia salvaje
amaestrada que a veces sigue
enseñando los dientes, pero
que se doblega ante el látigo.
Confesiones de un burgués.
19. Ser escritor (1)
Hacerse
• ¿Cómo se convierte uno en escritor?
No lo sé. No me acuerdo de ninguna
"experiencia" única que me ocurriese
en una ocasión concreta y que fuese
"decisiva" para mí, nada que
predeterminase una visión literaria del
mundo [...] Yo me preparaba para
convertirme en escritor desde que
tenía uso de razón [...] Creo que a la
edad de catorce años estaba tan
preparado como hoy; quiero decir
que, aunque no supiera escribir,
concebía la vida como una posibilidad
de expresarme.
Confesiones de un burgués.
20. Ser escritor (2)
In media res
• No confío en los estetas que huyen
de las manifestaciones de la vida,
de la misma forma que aborrezco a
los escritores "naturalistas", esos
virtuosos de la pluma que
"describen la vida", que escriben lo
que les "dicta el corazón, pero de
una manera tan escrupulosa como
si pretendieran que hablase la vida
misma... Entre esos dos extremos
se sitúa el escritor, entre esos dos
extremos escribe, a duras penas.
Confesiones de un burgués.
21. Ser escritor (3)
Ética
• Escribir significa, ante todo, una
manera de comportarse, una
manera ética de comportarse,
para decirlo con una palabra
altisonante. Me di cuenta de que
me esperaba una tarea que
debía realizar en solitario, sin
aguardar ninguna ayuda
exterior; y como me sentía débil
y sabía que no estaba preparado,
esa tarea me causaba angustia y,
a veces, hasta pánico.
Confesiones de un burgués.
22. Ser escritor (4)
Primer libro
• Allí [...], sentí por primera vez
la extraña excitación, la
aplastante responsabilidad que
sientes cuando creas algo de la
nada a tu imagen y semejanza.
Algo imperfecto pero
totalmente tuyo, algo que ni
antes de ti ni después de ti
sabrá hacer nadie más. Quien
la haya conocido se ha perdido
para la vida...
Confesiones de un burgués.
23. Ser escritor (5)
Trabajo
• El trabajo es el único principio
en cuyo nombre un escritor
puede permitirse el lujo de la
humildad; en todo lo demás
debe mantener siempre una
actitud de duda ante los
fenómenos vitales, porque en
cuanto se sumerja en la vida, en
la "aventura" o en la "vivencia"
con toda su existencia espiritual,
perderá el rango de escritor.
Confesiones de un burgués.
24. Ser escritor (6)
Escritor vs periodista
• Llega un día en que hay que
elegir: el escritor pide la palabra,
y entonces el periodista debe
callar; no se puede vivir en dos
direcciones, creer en dos cosas
distintas [...] un día dejé de creer
que debía acabar con la maldad,
la mezquindad y el mal gusto que
había en el mundo [...] Y empecé
a cuidar toda palabra escrita, a
trabajar menos y a recibir cada
día más de la escritura.
Confesiones de un burgués.
25. Ser escritor (7)
Clase y violencia
• A veces advierto con sorpresa que
me siento más cerca de las
personas de sesenta años que de la
gente joven. Somos así todos los
que nacimos en uno de esos
últimos momentos gloriosos de
nuestra "clase" [...] Quiero dar fe
de una generación que deseaba
celebrar el triunfo de la razón por
encima de los instintos y que creía
en la fuerza y en la resistencia de la
inteligencia y del espíritu, capaces
de detener el avance de las hordas
ansiosas de sangre y muerte.
Confesiones de un burgués.
26. Ser escritor (8)
La patria: la lengua
• No tenía más patria que la
zona del mundo en la que se
habla húngaro. Un escritor
no tiene más patria que su
lengua materna.
Confesiones de un burgués.
27. Ser escritor (9)
Éxito
• Durante los años treinta y
cuarenta fue traducido a un
buen número de idiomas.
También en castellano,
aunque se han perdido las
ediciones de aquel tiempo.
• Se le comparó con Stefan
Zweig y con Thomas Mann.
28. Ser escritor (10)
El silencio
• En 1945 se opone a los nazis. Dice: "De
hecho, los alemanes son magos. Han
acertado a realizar el milagro de que
cualquier ser humano decente espere
honestamente y lleno de anhelo a los
rusos, a los bolcheviques que llegan como
libertadores".
• Los rusos lo silencian. Se marcha de
Hungría. Su obra se "olvida".
• Es redescubierto después de su muerte en
1989.
• Buena parte de su vida vivirá en Estados
Unidos.
29. Influencias
Kafka, Goethe, proust...
• Yo nunca "imité" a Kafka,
pero soy consciente de que
algunas obras suyas, algunas
características de su visión del
mundo han contribuido a
aclarar ciertas cosas dentro de
mí. Es difícil definir las
"influencias" literarias, es
difícil ser sincero con aquellos
que motivan a un escritor en
ciernes.
Confesiones de un burgués.
30. Matrimonio
Ilona. Toda una vida
• Lola [Ilona, en realidad].
• En todos los momentos de nuestra
vida sería así: ella callaría y yo no
dejaría de hablar. Ella había nacido
en la misma ciudad que yo. Nos
conocíamos desde siempre: nuestro
primer encuentro se perdía entre los
mitos de la infancia, nos
relacionábamos por gestos o miradas;
desde que llegamos al mundo, ambos
habíamos crecido en la misma ciudad
de provincias, en el seno de la misma
clase social, y era evidente que no
éramos dueños de nuestro destino.
Confesiones de un burgués.
31. Muerte
• Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy
prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa
de mis dudas. Ha llegado la hora.
• Vuelvo a casa en taxi; el chofer me pregunta qué he
comprado y asiente al saber que se trata de un
revólver. “Siempre viene bien”, me dice. Es la
primera vez que siento algo parecido a la
tranquilidad. No tengo planes de suicidio, pero si el
envejecimiento, la debilitación, la pérdida de mis
capacidades avanzan al mismo ritmo, es bueno saber
quepodré acabar con ese humillante deterioro en
cualquier momento...
• Qué lento muero” —decía L.—. Sería tranquilizador
saber que todavía puedo disponer mi propia muerte y
que no estoy obligado a someterme al proceso de la
impotencia y de la descomposición... pienso en la
muerte con sosiego, como el último gran regalo
• Textos extraídos de Diarios 1984-1989