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Fotonovela La Iliada Por Luz Naida Sosa Y Emmanuel Pérez
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles… ¡Vamos! ¡Congreguémonos a escuchar al maestro Homero! En una calurosa tarde de verano, Homero ha reunido a algunos compueblanos en una de las magníficas plazas de Grecia. Hoy les hablará de lo que hoy conocemos como uno de los más conocidos poemas épicos de la historia, La Iliada.
¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Poned en libertad a mi hija venerando a Apolo, el que hiere de lejos. Crises, sacerdote de Apolo, llega ante Agamenón implorando por la libertad de su hija Criseida.
¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu templo o quemé en tu honor muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas! A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete, no me irrites, para que puedas irte sano y salvo. Agamenón, hombre muy perverso, se niega a devolverle a Crises su hija. Crises, airado le maldice y le pide a Apolo que lo vengue.
Consiento en devolverla, quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido. Y asi fue. Por diez días soldados morían a causa de la peste que los plagaba. Entonces Testórida, el mejor de los augures – conocía el presente, el pasado y el futuro – habló ante Agamenón diciéndole que la causa de la peste era por haberse negado a entregar a Criseida de vuelta a su padre.
Huye, no te ruego que por mí te quedes, otros hay a mi lado que me honrarán. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado. Agamenón, hombre codicioso al fin, para no quedarse con las manos vacías – luego de devolver a Criseida – exigía que le prepararan otro botín. Mandó a sus siervos donde Aquiles para que tomaran a su sierva favorita, Briseida. Al Aquiles ver esto, se enfureció y ordenó la retirada de sus tropas.
Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus. Siéntate a su lado y abraza sus rodillas, quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar y comprenda el poderoso Agamenón a falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos. Aquiles, el de los pies ligeros, le pide a Tetis que tome en cuenta lo sucedido y que sea ella quien tome la venganza en sus manos y le dé a Troya la ventaja en la guerra para que así comprendiera Agamenón el error que había cometido.
Héctor! Te recomiendo encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada cual mande a aquellos de quienes es príncipe y acaudille a sus conciudadanos, después de ponerlos en orden de batalla. Mientras Agamenón seguía jactándose de los botines ajenos, Aquiles y sus soldados permanecían situados y sin ninguna intención de pelear. En Troya el rey, sus hijos y los sabios se reunían para tomar una decisión en cuanto a la guerra. La diosa Iris, la de los pies ligeros como el viento, tomó la figura de Polites, hijo de Príamo rey de Troya y se dirigió a Héctor su hermano.
Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió el ágora. Apresurándose a tomar las armas, abriéndose todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.
¡Ya veremos! ¿Pero a qué se debe esta guerra? ¿Quién pudo haber causado la ira del rey Agamenón? Zeus preocupado por perder su trono, arregló el casamiento de su hija, la Nereida Tetis, con Peleo, un mortal. A esta boda todas las deidades fueron invitadas. Todas, menos Eris la diosa de la discordia.
Eris, siendo una diosa muy ingeniosa, logró entrar a la boda solo para vengarse. Colocó, en el banquete nupcial, la manzana de la discordia con un mensaje que leía: para la más bella.
¡Eso veremos! Paris, en tu opinión, ¿cuál de ellas es la más hermosa entre las diosas? ¿Tú? ¡Jamás! ¡Yo soy la más hermosa! ¿Para la más bella? Tres diosas se disputaban la belleza suprema: Hera, Atenea y Afrodita. Zeus, para poner la paz, trajo a Paris, hijo de Príamo el rey de Troya, para que él fuera quien decidiera a quien le correspondía la manzana de la más bella.
Bueno Paris, ¿cuál es tu decisión? Las tres diosas, muy astutas ellas, trataron de sobornar al joven héroe para comprar su decisión. Cada una le hizo una oferta muy tentadora. Hera le ofreció poder y fuerza. Atenea le ofreció sabiduría. Afrodita le ofreció la mujer más bella.
¡Paris, te arrepentirás de lo que hoy has hecho! Excelente elección Paris. ¡Esto no se quedará así! Paris eligió a Afrodita, por lo que ella se vio obligada a cumplir con su palabra de conseguirle a la mortal más bella. La elección de Paris hizo que las diosas Hera y Atenea, junto a sus aliados odiaran a los troyanos.
Años más tarde llegó a la corte de Menelao, Paris hijo de Príamo el rey de Troya, como emisario. Aprovechando él la ausencia de su anfitrión, raptó a la hermosa Helena. Cumpliéndose así la promesa de Afrodita.
Al Menelao descubrir que su esposa había sido tomada por Paris, fue a donde su hermano Agamenón para que fuera su aliado y tomar a Troya y regresar a Helena a su lado. De ésta manera se desató la guerra entre troyanos y aqueos.
¡Patroclo, del linaje de Zeus, hábil jinete! Ya veo en las naves la impetuosa llama del fuego destructor: no sea que se apoderen de ellas, y ni medios para huir tengamos. Apresúrate a vestir las armas, y yo entre tanto reuniré la gente. Patroclo, fiel y leal amigo de Aquiles al cual lo entrenó en armas, estaba inquieto. Los aqueos llevaban mucho tiempo peleando contra los troyanos y ellos sin hacer nada. Patroclo suplica a Aquiles que, por lo menos, le preste sus armas y le permita ponerse al frente de los mirmidones para ahuyentar a los troyanos. Accede Aquiles, y le recomienda que se vuelva atrás cuando los haya echado de las naves, pues el destino no le tiene reservada la gloria de apoderarse de Troya.
¡Ah, infeliz! Ni Aquiles, con ser valiente, te ha socorrido. Patroclo, ignora la advertencia de Aquiles y va tras los troyanos más allá de las llanuras, y enardecido por sus hazañas, da muerte a Sarpedón. Héctor viéndolo, piensa que es Aquiles mismo y se enfrentan. Patroclo muere por la espada de Héctor. Luego de Héctor haberle matado, procedió a quitarle la armadura y quedarse con ella como premio.
¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Zeus ha cumplido lo que tú le pediste, que todos los aqueos padecieran vergonzosos desastres. ¡Madre mía! El Olímpico lo ha cumplido, pero ¿qué placer puede producirme, habiendo muerto Patroclo, el fiel amigo a quien apreciaba sobre todos los compañeros? Lo he perdido, y Héctor, después de matarlo, le despojó de las armas prodigiosas. Aquiles, al enterarse de la noticia de la muerte de su amigo Patroclo, dio un horrendo gemido. Su madre, la nereida Tetis, fue a socorrerle.
¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, dejemos que ése yazga, ya que sucumbió por la voluntad de los dioses; y tú recibe la armadura fabricada por Hefesto, tan excelente y bella como jamás varón alguno la haya Ilevado para proteger sus hombros. ¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, dejemos que ése yazga, ya que sucumbió por la voluntad de los dioses; y tú recibe la armadura fabricada por Hefesto, tan excelente y bella como jamás varón alguno la haya Ilevado para proteger sus hombros. Tetis, se apiado de su hijo y fue donde Euforbo para que le fabricara una nueva armadura. Al estar lista, ella regreso donde Aquiles y le entregó la nueva armadura.
Sean testigos Zeus, la Tierra  y el Sol y las Furias que bajo la tierra castigan a los muertos que fueron perjuro que jamás he puesto mano sobre Briseida. Tetis le convence de hacer las paces con Agamenón. Agamenón acuerda devolverle a Briseida y le jura que él nunca la tocó. Preparan presentes para Aquiles, queman sacrificios a los dioses y preparan una gran cena.
Yo me quedaré sentado en la cumbre del Olimpo y recrearé mi espíritu contemplando la batalla; y los demás, dos hacia los troyanos y los aqueos y cada uno auxilie a los que quiera. Pues, si Aquiles combatiese sólo con los troyanos, éstos no resistirían ni un instante la acometida del Pelión, el de los pies ligeros. Ya antes huían espantados al verlo; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el ánimo por la muerte de su compañero, destruya el muro de Troya contra la decisión del hado. Mientras los mirmidones y los aqueos se preparaban para nuevamente atacar a los troyanos, en el Monte Olimpo, Zeus reunía a los dioses con el propósito de que cada uno tomara un lado de la batalla. Troyanos o aqueos.
¡Pelida! No esperes amedrentarme con palabras como a un niño; también yo sé proferir injurias y baldones. iAcércate para que más pronto llegues de tu perdición al término! Y así fue, cada dios escogió a quien iba a respaldar. En la tierra de Troya se desató una guerra campal. Mientras luchaban, Héctor vio como Aquiles mató a Polidoro, su hermano. No pudo resistir y salió en dirección de Aquiles, ignorando las advertencias de que lo confundiera en batalla.
¡Otra vez te has librado de la muerte, perro! Muy cerca tuviste la perdición, pero te salvó Apolo. Yo acabaré contigo si más tarde te encuentro y un dios me ayuda. Y ahora perseguiré a los demás que se me pongan al alcance. Héctor de lejos tira su lanza, pero la diosa Atenea, de un soplo hace que la lanza llegue a los pies de Aquiles sin tocarle. Aquiles le arremete, pero Apolo cubre a Héctor con una densa niebla que hace fallar a Aquiles.
¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre, para que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel! Ven adentro del muro para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete de mí. Aquiles iba por todo el campo de batalla dando muerte a troyano tras troyano, sin piedad alguna, creando el pánico entre ellos. Viendo esto, Príamo rey de Troya, manda a abrir las puertas de la muralla y le ruega a Héctor que entre, al ver que Aquiles venía tras él.
Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga Apolo, el que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente. Héctor al ver que Aquiles se acercaba, se puso a temblar y dejó las puertas y huyó espantado. Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, pasando cerca de unos lavaderos de piedra donde las mujeres de Troya solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz. Por allí pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante, un valiente huía, pero otro más fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por una víctima o una piel de buey, premios que suelen darse a los vencedores en la carrera, sino por la vida de Héctor. A la tercera vuelta que le dieran a la ciudad amurallada, Atenea le habló a Aquiles.
No huiré más de ti. Tres veces di la vuelta, huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tú. Ea, pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas, oh Aquiles, entregaré el cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera. ¡Héctor! No me hables de convenios. No puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la pica. Aquiles obedeció a la diosa. Atenea, transformándose en Deífobo hermano de Héctor, se le apareció y le convenció de que parara de correr y entre los dos se enfrentaran a Aquiles. Héctor, convencido de que su hermano estaría con él en la lucha, paró y se dirigió donde Aquiles.
¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, benévolos para conmigo, me salvaban de los peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los venideros. Airado, Aquiles atacó a Héctor y le tiró con la lanza. Héctor logró esquivarla y la misma calló en el suelo. Héctor le tiró con su lanza a Aquiles,  pero le dio en el escudo. Al ver esto, él le grita a su hermano Deífobo pidiéndole que le de otra lanza. Al no recibir contestación, mira atrás y ve que no hay nadie. Entonces Héctor comprendió todo.
Héctor desenvainó su espada y se enfrentó mano a mano contra Aquiles. Aquiles solo pensaba en que parte del cuerpo de Héctor estaba más desprotegido para así atacarle fatalmente. Héctor estaba bien protegido por la armadura que le había quitado a Patroclo, pero su cuello estaba completamente desprotegido y allí fue por donde Aquiles le hirió, cayendo Héctor en el polvoriento suelo. ¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales dispongan que se cumpla mi destino. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te darán la muerte.
Al Héctor dar el último suspiro, como mismo Héctor trató a Patroclo luego de matarle, Aquiles hizo. Le ató por los pies y lo arrastró en su carro hasta llegar al campamento de los aqueos. Su cabeza arrastrando por toda la arena. Todos los troyanos le lloraban desconsoladamente.
Acuérdate de tu padre, Aquiles, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Más yo, desdichadísimo, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos. El que era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero, respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos. Aquiles y los aqueos celebran unos espléndidos funerales en honor de Patroclo, mientras ata el cadáver de Héctor por los pies a su carro y se lo lleva arrastrándolo por el polvo. Todos los días, al aparecer la aurora, lo vuelve a arrastrar hasta dar tres vueltas alrededor del túmulo de Patroclo. En Troya todos le lloraban. Príamo desconsolado, decide ir donde Aquiles a reclamar el cuerpo de su amado hijo.
Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé la guerra tanto tiempo como me pides. Aquiles se recordó de su padre y lloró. Y lloró por Patroclo. El se apiadó de Príamo, rey de Troya. Ambos dialogaron y llegaron a un acuerdo de paz en un tiempo de 12 días para poder hacer los preparativos fúnebres y honrar al fallecido Héctor.
¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón! Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y por mí, desgraciada, que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues todos me detestan. Por nueve días los troyanos hicieron los preparativos y trajeron leña para preparar la pira en la cual despedirían a Héctor, domador de caballos.
Habían puesto centinelas por todos lados, para no ser sorprendidos si los aqueos, de hermosas grebas, los acometían. Levantado el túmulo, volviéronse y, reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno de Zeus, celebraron un espléndido banquete fúnebre. Así hicieron las honras de Héctor, domador de caballos. Y así finalizó Homero su poema. El mismo contiene 24 rapsodas o cantos y 28,000 versos. Homero trata con tanta vitalidad y detalles la narración de la Iliada, que hizo que muchos historiadores pensaran que Homero tenía que haber escrito sobre algo que realmente vivió.
Créditos Emmanuel Pérez – Aquiles, Paris, Peleo. Crises, Héctor, Pólites Luz Naida Sosa – Priamo, Criseida, Briseida, Testórida, Atenea, Eris Lwiillo Gonzalez – Menelao, Priamo, extras Eric Molina – Homero, Agamenón, Zeus JhorisPérez - Héctor Vasti Torres – Helena, Afrodita, extras

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Huma 101 35 Fotonovela la Iliada Test

  • 1. Fotonovela La Iliada Por Luz Naida Sosa Y Emmanuel Pérez
  • 2. Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles… ¡Vamos! ¡Congreguémonos a escuchar al maestro Homero! En una calurosa tarde de verano, Homero ha reunido a algunos compueblanos en una de las magníficas plazas de Grecia. Hoy les hablará de lo que hoy conocemos como uno de los más conocidos poemas épicos de la historia, La Iliada.
  • 3. ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Poned en libertad a mi hija venerando a Apolo, el que hiere de lejos. Crises, sacerdote de Apolo, llega ante Agamenón implorando por la libertad de su hija Criseida.
  • 4. ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu templo o quemé en tu honor muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas! A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete, no me irrites, para que puedas irte sano y salvo. Agamenón, hombre muy perverso, se niega a devolverle a Crises su hija. Crises, airado le maldice y le pide a Apolo que lo vengue.
  • 5. Consiento en devolverla, quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido. Y asi fue. Por diez días soldados morían a causa de la peste que los plagaba. Entonces Testórida, el mejor de los augures – conocía el presente, el pasado y el futuro – habló ante Agamenón diciéndole que la causa de la peste era por haberse negado a entregar a Criseida de vuelta a su padre.
  • 6. Huye, no te ruego que por mí te quedes, otros hay a mi lado que me honrarán. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado. Agamenón, hombre codicioso al fin, para no quedarse con las manos vacías – luego de devolver a Criseida – exigía que le prepararan otro botín. Mandó a sus siervos donde Aquiles para que tomaran a su sierva favorita, Briseida. Al Aquiles ver esto, se enfureció y ordenó la retirada de sus tropas.
  • 7. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus. Siéntate a su lado y abraza sus rodillas, quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar y comprenda el poderoso Agamenón a falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos. Aquiles, el de los pies ligeros, le pide a Tetis que tome en cuenta lo sucedido y que sea ella quien tome la venganza en sus manos y le dé a Troya la ventaja en la guerra para que así comprendiera Agamenón el error que había cometido.
  • 8. Héctor! Te recomiendo encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada cual mande a aquellos de quienes es príncipe y acaudille a sus conciudadanos, después de ponerlos en orden de batalla. Mientras Agamenón seguía jactándose de los botines ajenos, Aquiles y sus soldados permanecían situados y sin ninguna intención de pelear. En Troya el rey, sus hijos y los sabios se reunían para tomar una decisión en cuanto a la guerra. La diosa Iris, la de los pies ligeros como el viento, tomó la figura de Polites, hijo de Príamo rey de Troya y se dirigió a Héctor su hermano.
  • 9. Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió el ágora. Apresurándose a tomar las armas, abriéndose todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.
  • 10. ¡Ya veremos! ¿Pero a qué se debe esta guerra? ¿Quién pudo haber causado la ira del rey Agamenón? Zeus preocupado por perder su trono, arregló el casamiento de su hija, la Nereida Tetis, con Peleo, un mortal. A esta boda todas las deidades fueron invitadas. Todas, menos Eris la diosa de la discordia.
  • 11. Eris, siendo una diosa muy ingeniosa, logró entrar a la boda solo para vengarse. Colocó, en el banquete nupcial, la manzana de la discordia con un mensaje que leía: para la más bella.
  • 12. ¡Eso veremos! Paris, en tu opinión, ¿cuál de ellas es la más hermosa entre las diosas? ¿Tú? ¡Jamás! ¡Yo soy la más hermosa! ¿Para la más bella? Tres diosas se disputaban la belleza suprema: Hera, Atenea y Afrodita. Zeus, para poner la paz, trajo a Paris, hijo de Príamo el rey de Troya, para que él fuera quien decidiera a quien le correspondía la manzana de la más bella.
  • 13. Bueno Paris, ¿cuál es tu decisión? Las tres diosas, muy astutas ellas, trataron de sobornar al joven héroe para comprar su decisión. Cada una le hizo una oferta muy tentadora. Hera le ofreció poder y fuerza. Atenea le ofreció sabiduría. Afrodita le ofreció la mujer más bella.
  • 14. ¡Paris, te arrepentirás de lo que hoy has hecho! Excelente elección Paris. ¡Esto no se quedará así! Paris eligió a Afrodita, por lo que ella se vio obligada a cumplir con su palabra de conseguirle a la mortal más bella. La elección de Paris hizo que las diosas Hera y Atenea, junto a sus aliados odiaran a los troyanos.
  • 15. Años más tarde llegó a la corte de Menelao, Paris hijo de Príamo el rey de Troya, como emisario. Aprovechando él la ausencia de su anfitrión, raptó a la hermosa Helena. Cumpliéndose así la promesa de Afrodita.
  • 16. Al Menelao descubrir que su esposa había sido tomada por Paris, fue a donde su hermano Agamenón para que fuera su aliado y tomar a Troya y regresar a Helena a su lado. De ésta manera se desató la guerra entre troyanos y aqueos.
  • 17. ¡Patroclo, del linaje de Zeus, hábil jinete! Ya veo en las naves la impetuosa llama del fuego destructor: no sea que se apoderen de ellas, y ni medios para huir tengamos. Apresúrate a vestir las armas, y yo entre tanto reuniré la gente. Patroclo, fiel y leal amigo de Aquiles al cual lo entrenó en armas, estaba inquieto. Los aqueos llevaban mucho tiempo peleando contra los troyanos y ellos sin hacer nada. Patroclo suplica a Aquiles que, por lo menos, le preste sus armas y le permita ponerse al frente de los mirmidones para ahuyentar a los troyanos. Accede Aquiles, y le recomienda que se vuelva atrás cuando los haya echado de las naves, pues el destino no le tiene reservada la gloria de apoderarse de Troya.
  • 18. ¡Ah, infeliz! Ni Aquiles, con ser valiente, te ha socorrido. Patroclo, ignora la advertencia de Aquiles y va tras los troyanos más allá de las llanuras, y enardecido por sus hazañas, da muerte a Sarpedón. Héctor viéndolo, piensa que es Aquiles mismo y se enfrentan. Patroclo muere por la espada de Héctor. Luego de Héctor haberle matado, procedió a quitarle la armadura y quedarse con ella como premio.
  • 19. ¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Zeus ha cumplido lo que tú le pediste, que todos los aqueos padecieran vergonzosos desastres. ¡Madre mía! El Olímpico lo ha cumplido, pero ¿qué placer puede producirme, habiendo muerto Patroclo, el fiel amigo a quien apreciaba sobre todos los compañeros? Lo he perdido, y Héctor, después de matarlo, le despojó de las armas prodigiosas. Aquiles, al enterarse de la noticia de la muerte de su amigo Patroclo, dio un horrendo gemido. Su madre, la nereida Tetis, fue a socorrerle.
  • 20. ¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, dejemos que ése yazga, ya que sucumbió por la voluntad de los dioses; y tú recibe la armadura fabricada por Hefesto, tan excelente y bella como jamás varón alguno la haya Ilevado para proteger sus hombros. ¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, dejemos que ése yazga, ya que sucumbió por la voluntad de los dioses; y tú recibe la armadura fabricada por Hefesto, tan excelente y bella como jamás varón alguno la haya Ilevado para proteger sus hombros. Tetis, se apiado de su hijo y fue donde Euforbo para que le fabricara una nueva armadura. Al estar lista, ella regreso donde Aquiles y le entregó la nueva armadura.
  • 21. Sean testigos Zeus, la Tierra y el Sol y las Furias que bajo la tierra castigan a los muertos que fueron perjuro que jamás he puesto mano sobre Briseida. Tetis le convence de hacer las paces con Agamenón. Agamenón acuerda devolverle a Briseida y le jura que él nunca la tocó. Preparan presentes para Aquiles, queman sacrificios a los dioses y preparan una gran cena.
  • 22. Yo me quedaré sentado en la cumbre del Olimpo y recrearé mi espíritu contemplando la batalla; y los demás, dos hacia los troyanos y los aqueos y cada uno auxilie a los que quiera. Pues, si Aquiles combatiese sólo con los troyanos, éstos no resistirían ni un instante la acometida del Pelión, el de los pies ligeros. Ya antes huían espantados al verlo; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el ánimo por la muerte de su compañero, destruya el muro de Troya contra la decisión del hado. Mientras los mirmidones y los aqueos se preparaban para nuevamente atacar a los troyanos, en el Monte Olimpo, Zeus reunía a los dioses con el propósito de que cada uno tomara un lado de la batalla. Troyanos o aqueos.
  • 23. ¡Pelida! No esperes amedrentarme con palabras como a un niño; también yo sé proferir injurias y baldones. iAcércate para que más pronto llegues de tu perdición al término! Y así fue, cada dios escogió a quien iba a respaldar. En la tierra de Troya se desató una guerra campal. Mientras luchaban, Héctor vio como Aquiles mató a Polidoro, su hermano. No pudo resistir y salió en dirección de Aquiles, ignorando las advertencias de que lo confundiera en batalla.
  • 24. ¡Otra vez te has librado de la muerte, perro! Muy cerca tuviste la perdición, pero te salvó Apolo. Yo acabaré contigo si más tarde te encuentro y un dios me ayuda. Y ahora perseguiré a los demás que se me pongan al alcance. Héctor de lejos tira su lanza, pero la diosa Atenea, de un soplo hace que la lanza llegue a los pies de Aquiles sin tocarle. Aquiles le arremete, pero Apolo cubre a Héctor con una densa niebla que hace fallar a Aquiles.
  • 25. ¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre, para que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel! Ven adentro del muro para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete de mí. Aquiles iba por todo el campo de batalla dando muerte a troyano tras troyano, sin piedad alguna, creando el pánico entre ellos. Viendo esto, Príamo rey de Troya, manda a abrir las puertas de la muralla y le ruega a Héctor que entre, al ver que Aquiles venía tras él.
  • 26. Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga Apolo, el que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente. Héctor al ver que Aquiles se acercaba, se puso a temblar y dejó las puertas y huyó espantado. Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, pasando cerca de unos lavaderos de piedra donde las mujeres de Troya solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz. Por allí pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante, un valiente huía, pero otro más fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por una víctima o una piel de buey, premios que suelen darse a los vencedores en la carrera, sino por la vida de Héctor. A la tercera vuelta que le dieran a la ciudad amurallada, Atenea le habló a Aquiles.
  • 27. No huiré más de ti. Tres veces di la vuelta, huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tú. Ea, pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas, oh Aquiles, entregaré el cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera. ¡Héctor! No me hables de convenios. No puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la pica. Aquiles obedeció a la diosa. Atenea, transformándose en Deífobo hermano de Héctor, se le apareció y le convenció de que parara de correr y entre los dos se enfrentaran a Aquiles. Héctor, convencido de que su hermano estaría con él en la lucha, paró y se dirigió donde Aquiles.
  • 28. ¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, benévolos para conmigo, me salvaban de los peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los venideros. Airado, Aquiles atacó a Héctor y le tiró con la lanza. Héctor logró esquivarla y la misma calló en el suelo. Héctor le tiró con su lanza a Aquiles, pero le dio en el escudo. Al ver esto, él le grita a su hermano Deífobo pidiéndole que le de otra lanza. Al no recibir contestación, mira atrás y ve que no hay nadie. Entonces Héctor comprendió todo.
  • 29. Héctor desenvainó su espada y se enfrentó mano a mano contra Aquiles. Aquiles solo pensaba en que parte del cuerpo de Héctor estaba más desprotegido para así atacarle fatalmente. Héctor estaba bien protegido por la armadura que le había quitado a Patroclo, pero su cuello estaba completamente desprotegido y allí fue por donde Aquiles le hirió, cayendo Héctor en el polvoriento suelo. ¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales dispongan que se cumpla mi destino. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te darán la muerte.
  • 30. Al Héctor dar el último suspiro, como mismo Héctor trató a Patroclo luego de matarle, Aquiles hizo. Le ató por los pies y lo arrastró en su carro hasta llegar al campamento de los aqueos. Su cabeza arrastrando por toda la arena. Todos los troyanos le lloraban desconsoladamente.
  • 31. Acuérdate de tu padre, Aquiles, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Más yo, desdichadísimo, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos. El que era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero, respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos. Aquiles y los aqueos celebran unos espléndidos funerales en honor de Patroclo, mientras ata el cadáver de Héctor por los pies a su carro y se lo lleva arrastrándolo por el polvo. Todos los días, al aparecer la aurora, lo vuelve a arrastrar hasta dar tres vueltas alrededor del túmulo de Patroclo. En Troya todos le lloraban. Príamo desconsolado, decide ir donde Aquiles a reclamar el cuerpo de su amado hijo.
  • 32. Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé la guerra tanto tiempo como me pides. Aquiles se recordó de su padre y lloró. Y lloró por Patroclo. El se apiadó de Príamo, rey de Troya. Ambos dialogaron y llegaron a un acuerdo de paz en un tiempo de 12 días para poder hacer los preparativos fúnebres y honrar al fallecido Héctor.
  • 33. ¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón! Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y por mí, desgraciada, que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues todos me detestan. Por nueve días los troyanos hicieron los preparativos y trajeron leña para preparar la pira en la cual despedirían a Héctor, domador de caballos.
  • 34. Habían puesto centinelas por todos lados, para no ser sorprendidos si los aqueos, de hermosas grebas, los acometían. Levantado el túmulo, volviéronse y, reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno de Zeus, celebraron un espléndido banquete fúnebre. Así hicieron las honras de Héctor, domador de caballos. Y así finalizó Homero su poema. El mismo contiene 24 rapsodas o cantos y 28,000 versos. Homero trata con tanta vitalidad y detalles la narración de la Iliada, que hizo que muchos historiadores pensaran que Homero tenía que haber escrito sobre algo que realmente vivió.
  • 35. Créditos Emmanuel Pérez – Aquiles, Paris, Peleo. Crises, Héctor, Pólites Luz Naida Sosa – Priamo, Criseida, Briseida, Testórida, Atenea, Eris Lwiillo Gonzalez – Menelao, Priamo, extras Eric Molina – Homero, Agamenón, Zeus JhorisPérez - Héctor Vasti Torres – Helena, Afrodita, extras