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AUTOBIOGRAFÍA

Nací el 18 de mayo de 1964, en Guadalupe (Santander), como hija segunda del matrimonio, pues
mi papá (q.e.p.d.) le dio su apellido a una niña que ya tenía mi mamá.



Me dieron por nombre María Eugenia en honor a la virgen y como tradición de colocar el nombre
del padre al primogénito. Mi mamá cuenta que empecé a caminar y a hablar más o menos al año y
medio, que era muy inquieta, que la pasaba sacando corotos y miqueando. Me encantaba ir a baño
al pozo de “Los Ojitos” un nacimiento de agua cristalina que quedaba en uno de los límites de la
finca.



Soy hija de un hombre agricultor, muy laborioso, humilde, honrado, honorable, de temple, recio en
el actuar, firme en sus decisiones, serio en sus compromisos, de esos que sí conocieron el valor de
la palabra. Un hombre noble, que educó con su ejemplo, pues no tuvo la oportunidad de avanzar
más del segundo de primaria ya que la vida le arrebató a su padre a muy temprana edad y, por ser
hijo mayor, tuvo que responsabilizarse de trece hermanos que le seguían. Mi madre, una lavandera,
mujer humilde, huérfana a los once años, una de esas santandereanas verracas, echada pa´lante, una
de esas que nada les queda grande, trabajó incansablemente, hombro a hombro, con mi padre
consiguiendo educar a sus hijos, para eso trabajaron.



En esas condiciones de educación, ocupación y cultura de mis padres crecí en un ambiente de
cariño, calor de hogar y de una calidez y familiaridad propia de las gentes que valoran mucho lo
poco que tienen. Tuvimos, con mis hermanos, la fortuna de crecer en un hogar nuclear, con
necesidades y problemas pero con el suficiente amor para soportarlo todo.



Mis primeros meses de vida los pasé en una finca que quedaba en la periferia de mi pueblo natal,
luego mi infancia a viví en el campo, en una finca mucho más grande, y donde la naturaleza hace el
milagro de despertar nuestros sentidos.



Allí, en esta finca, desde que tengo uso de razón, recuerdo que tuve que trabajar al lado de mis
padres realizando labores como dar de comer a las gallinas, engordar pavos y cerdos, arrear ganado,
encerrar terneros, ayudar a ordeñar, cortar y picar pasto para las vacas; coger, descerezar, lavar,
asolear, tostar y moler café; ayudar a preparar y llevar comida a los obreros, colaborar en el cuidado
y crianza de los seis hermanos que nacieron después de mí, arrancar y pelar yuca, acompañar a mi
padre a las labores de cultivo y dormir en rancho labrancero donde se acampaba por semanas, desde
que se empezaba la tumba del monte hasta que se hacía la siembra.
Las primeras tecnologías que conocí en mi vida fueron el cuchillo para las labores de la cocina; el
machete, la pala, el azadón, la pica, el martillo, la descerezadora, la pica pasto para los oficios del
campo. Ahora que recuerdo y hago conciencia de ello también había una dínamo para producir
energía eléctrica para ocasiones especiales y la pica pasto que funcionaba con un pequeño motor
que funcionaba con A.C.P.M. y un tocadiscos para las parrandas que se celebraban en San Pedro y
en navidad.



Otro oficio que nunca faltó fueron los mandados: debía ir a las fincas vecinas, donde los compadres
y comadres de mis papás, a llevar y conseguir cosas, a comprar leche cuando en la finca no había
vacas paridas para ordeñar, a llevar razones, a entregar presentes, a devolver elementos prestados.
El mandado más dispendioso era el viaje al pueblo, a dos horas, a pie a comprar los víveres cuando
estos se agotaban y no alcanzaban para la semana. Me causaba pánico, normalmente, porque en el
camino una se cruzaba con personas, especialmente hombres, que tenía la fama de ser abusivos y
entonces tocaba buscar escondederos de tal suerte que cruzaran y no se dieran cuenta que alguien
estaba a la orilla del camino y si por mala suerte tropezaba con ellos no había de otra que
amenazarlos con que papá o mamá venían atrás y que se exponían a lo peor, porque el miedo
alcanzó para todos. Así fue en alguna ocasión mi mamá, para evitar darle disgustos y problemas a
papá, encaró a uno de ellos y le amenazó con un garrote y le juró que si me volvía a molestar ella
era capaz de matarlo. Después de esa vez pasaba y solo se limitaba a decir adiós señorita y no
volvió nunca más a molestarme.



Pero eso no era lo único, en tiempo de lluvia, llegaba la angustia en estos viajes pues las quebradas
crecían y como era tan chica era riesgoso que el agua de la corriente me arrastrara. Debía estar
pendiente de divisar o encontrar alguno de los vecinos de la finca para caminar a su lado y rogarle
el favor de tomarme de la mano mientras pasaba el puente en cada quebrada. Tampoco podía
olvidar alguno de los encargos porque se me convertía en un problema y como todavía no asistía a
la escuela y no sabía leer debía grabar muy bien qué representaba cada una de las líneas que mamá
dibujaba en un cartoncito amarillo al que solían venir enganchados los paqueticos de condimentos.



Los viajes al pueblo no sólo eran para comparar víveres, como ya lo expresé, mi mamá fue una
lavandera y por supuesto se ganaba la vida, además de todo lo que hacía e la finca, lavando ropas de
las niñas que venían de otros municipios y estudiaban viviendo como internas en los claustros de la
Normal Nacional María Auxiliadora de Guadalupe, los domingos se retiraban los talegos con la
ropa sucia de las estudiantes y los sábados se regresaba la ropa limpia. Mi mamá lavaba dos cargas
de ropa y esos días yo debía ir al pueblo, desde la finca, a llevar la ropa limpia y a dejarla en el
lugar asignado para que en su momento las niñas la recogieran para llevarla a su dormitorio.
También debía colaborar en el lavado de esa ropa. En la finca había un tanque grande donde se
recogía el agua de un aljibe y a su alrededor construyeron dos lavaderos: uno para mi mamá y otro
para mí. En ese lavadero aprendí cómo limpiar una pieza de ropa de la mugre, de la grasa del sudor
y de algunas manchas. Luego los jueves y viernes en la tarde debía ayudar a planchar, esa misma
ropa, con plancha de carbón.



Entrada en mis ocho años de edad inicié la escuela. Esta había sido construida cerca a la finca, yo
había ido antes allí a llevar las comidas que mi mamá había preparado para los obreros que
trabajaron levantando este claustro educativo. Recuerdo que el maestro Chucho, el que dirigía la
obra, sólo tomaba leche y alguna vez que fui donde la comadre Rosario a recoger la leche, para este
señor, se me regó toda y me gane una tunda tenaz.



Habiendo iniciado mi primer grado de primaria murió mi abuela y entonces me trasladaron a la
escuela urbana pues debía acompañar a mi abuela que había quedado viuda y sola. La experiencia
de vivir en el pueblo no fue tan agradable pues perdía muchas cosas que siempre me gustaban
mucho de la naturaleza. La profesora Rosa Saavedra a quien siempre he recordado con mucho
afecto me trataba con cariño y me tenía confianza, me encargaba de las ventas de helados en los
recreos y me entregaba las llaves de su casa y me mandaba allí con toda familiaridad.



Mi abuela me peinaba todas las mañanas para ir a la escuela y a mí no me gustaba porque me halaba
el cabello y me lo recogía con unas bandas de caucho que se me perdían mientras jugaba en los
recreos y por lo cual me regañaba todos los días. Durante los tiempos en que no iba a la escuela
debía colaborar en los oficios como empacar sal, arroz, organizar víveres y en la atención de los
clientes de la tienda de mi abuela, además de sacar tiempo para lavar mi ropa, hacer las tareas y
ayudar en la preparación de la comida.



Los tres primeros años de primaria los cursé en la escuela urbana. También recuerdo a la señorita
Avelina Arenas (q.e.p.d.) quien fue mi maestra de segundo y tercero. Con ella aprendí cosas que
nunca he olvidado pues siempre fue tan exigente como buena maestra. Cuando salían las culonas
yo no asistía a clases por ir a coger hormigas que luego tostaba y le llevaba su parte y se ponía muy
contenta. También nos castigaba muy fuerte cuando cometíamos alguna falta. Todos la queríamos,
la respetábamos y la apreciábamos mucho al punto que en tercero nos cambiaron de maestra y
nosotros dejamos de asistir a clases hasta que nos regresaron nuevamente con ella.
El cuarto y quinto los cursé en la anexa una escuela adscrita a la normal donde se preparaban las
nuevas maestras. Allí conocí nuevas compañeras de clase, otras experiencias escolares muy
positivas. Además de mi maestra de grupo, me dictaban clases las practicantes de la normal y me
parecía muy bonito porque hacíamos actividades muy diferentes de las que hacíamos a diario con
mi maestra.



A este tiempo mis padres también se habían venido a vivir a pueblo pues mi abuela vendió la finca,
donde viví mi niñez, luego de la muerte de mi abuelo. Entonces ellos pusieron una especie de
restaurante en el que debía participar de los quehaceres que éste requería. Ayudar a alistar y preparar
cierto tipo de comidas que fueran con el gusto de la clientela. Había que trabajar duro pues además
de los oficios del restaurante estaba también la atención a la familia y éramos ocho integrantes por
todos. El domingo se debía madrugar bastante para poner a cocinar los alimentos pues era día de
mercado y llegaba mucha gente que había que atender.



Llegó el momento de iniciar el bachillerato y empezó el tiempo de conocer a muchas personas pues
venían niñas de regiones muy apartadas ya que en ese entonces eran muy pocos los pueblos que
contaban con instituciones educativas para este nivel y si los habían quedaban muy lejos del sitio de
residencia y los papás preferían llevarlas y dejarlas internas para que tuvieran la oportunidad de
estudiar.



Mientras cursaba mis estudios de normalista debí seguir trabajando, en lo que se pudiera para
ayudarme en los estudios y para subsidiarme mis cosas personales, pues siendo ocho hijos la vida
era muy difícil para que mis papás nos proveieran de todo lo necesario. Continuaba ayudándole a
mamá en el negocio, lavando y planchando ropa, haciendo mandados, entre otros oficios. Había que
trabajar pero se vivía tranquila y feliz.



Por este tiempo mi papá pudo comprar su casita y entonces nos trasladamos a ella. El negocio ya no
continuó pero mamá seguía con su lavandería. Yo continuaba con mis estudios y colaboraba con los
oficios de la casa, me ganaba algunas monedas haciéndole mandados a las vecinas, haciendo aseos
en otras casas. Durante las vacaciones, de lunes a sábado me encargaba de cuidar los niños a las
vecinas que trabajaban y necesitaban este servicio y con esa platica compraba mis cosas para iniciar
el nuevo año escolar. Si no cuidaba niños, entonces trabaja en el único hotel que había en el pueblo
y que se ubicaba contiguo a nuestra casa.



Estando cursando noveno grado se me dio la oportunidad de trabajar los domingos como vigilante
en una cooperativa, ganaba alrededor de dos mil pesos por los cuatro domingos del mes y eso era
una fortuna para mí. Esta actividad me hizo sentir interesante además que me sirvió darme una
noción de lo que era el ambiente laboral, para desarrollar el valor de la confianza, para afianzar el
valor del trabajo y para establecer nuevas relaciones personales en un ambiente completamente
diferente al escolar y familiar.



Algo inolvidable fue que a partir de entonces, con lo que ganaba pude empezar a comprar y usar mi
desodorante y mis toallas higiénicas pues en esa época una se desarrollaba a una edad más avanzada
que las niñas de ahora. Me sentía feliz, grande. Tenía una nueva visión de lo que es el bienestar y
unas mejores condiciones de higiene personal. Entonces me organicé una mesita de noche teniendo
como base una canasta de cerveza que en ese entonces eran de madera, la forré con tela y le
acomodé unas tablitas horizontalmente y una cortinita de tela simulando la estructura de cajones y
allí guardaba mis cosas personales.



A través de mi tiempo de estudió aprendí a manejar algunas tecnologías como un teléfono fijo, un
reloj de pulso, un reloj despertador, una grabadora, una caja registradora, una máquina de escribir,
la máquina de coser, un televisor, el VH que en su momento cada una de ellas representó un
adelanto interesante en la vida e historia del hombre.



A raíz de mi desempeño en ese trabajo entonces me pasaron como cajera y en la época de
vacaciones me contrataban para relevar a las empleadas que trabajaban de tiempo completo y para
laborar en los días de revisión de inventario que se realizaba a principio de año. Así pasó hasta
terminar mi bachillerato, en diciembre de 1964, pues estando atendiendo allí el segundo domingo
de febrero de 1985 me mandaron a llamar de la alcaldía municipal para ofrecerme trabajo como
maestra en una de las escuelas rurales del municipio, cargo que acepté inmediatamente.



Al día siguiente, mi papá (q.e.p.d.), me acompañó hasta mi nuevo sitio de trabajo, fue algo muy
duro pues quedaba a tres horas de camino y era la primera vez que tenía que alejarme de casa,
dejarlo todo y enfrentarme a un mundo desconocido para mí, pero la vida seguía, necesitaba trabajar
y empezar a responder completamente por mí misma y ver cómo le ayudaba a mi madre. Los
viernes después de la jornada laboral viajaba al pueblo para visitar la familia, colaborarle a mi
mamá en el lavado de la ropa de la familia pues ella se había ocupado durante la semana de lavar las
ropas ajenas.



La experiencia de enseñar me pareció gratificante más aun al compartir con seres tan humildes
como lo son las gentes del campo. En esta escuela trabaje durante cuatro años, allí conocí a quien
hoy es día es mi esposo y padre de mis tres hijos: Diego Leonardo, Sergio Andrés y Oscar Adolfo.
Por cuestiones políticas la plaza que yo cubría en esta escuela le fue entregada a otra persona y a
raíz de esto me quedé sin trabajo por un año.



Por intermedio de una paisana y gracias a la experiencia que como docente tenía en el momento
viajé a la ciudad de Barbosa (Santander) y presenté mi hoja de vida en un colegio privado llamado
Torcoroma, en honor a la virgen ocañera, en el cual trabajé durante dieciséis años y medio motivada
especialmente por poder estar al lado de mis hijos y verlos crecer a mi lado pues siempre que acudía
a la secretaría de educación en busca de una oportunidad de trabajo con el gobierno me ofrecían
escuelas en regiones demasiado apartadas a donde no podía llevarme a mis hijos pues el ambiente y
las condiciones de vida no eran tan favorables para ofrecerles lo que de mi corazón nacía para ellos.



En Diciembre de 2000, me gradué como licenciada en educación básica con énfasis en Ciencias
Naturales y Educación Ambiental, logro que alcancé con grandes esfuerzos y sacrificios tanto
económicos como personales. Al tiempo también estudiaba mi esposo su tecnología en Gestión
Empresarial con la Universidad Industrial de Santander que para ese tiempo acababa de crear su
sede en Barbosa. Mis hijos chicos también estudiaban.



Durante estos años ya conocí otras tecnologías como la televisión a control remoto, la lavadora, los
primeros celulares (panelas), se masificó en nuestro medio el uso del computador.



En el 2005, después de concursar, pude empezar a trabajar con el Estado y gracias a Dios pude
ubicarme bien, geográficamente hablando, pues en principio estuve lejos de mi hogar y, eso, me
trajo muchos problemas al punto que casi pierdo mi hogar. Por gracia de Dios pude conseguir
traslado y regresar al lado de los míos, salvar mi hogar.



Este ambiente me ha exigido tener contacto continuo con las tecnologías de la información y la
comunicación, que debo aplicar a mi trabajo, lo cual me ha servido para familiarizarme más con
ellas y lo que hoy en día manejo de estas es prácticamente por cuestiones empíricas más que de
estudio y conocimiento de las mismas. Aunque hay muchas cosas que desconozco sobre el tema
puedo decir que para los procesos y las cosas más sencillas me defiendo, que he aprendido a
manejar la plataforma del SENA, que puedo hacer consultas cibernéticas y elaborar trabajos
sencillos de aplicación de las TIC´S.
Esta es, a grandes rasgos, la historia de mi vida aunque probablemente se me escapen algunos
detalles pero a veces el tiempo cumple su cometido y nos abre el espacio del olvido involuntario,
sin embargo considero que aquello que ha sido más relevante e mi vida está plasmado en estas
líneas.

                                  María Eugenia López Cetina

                                     Grupo Cinco Barbosa

     ESPECIALIZACIÓN EN ADMINISTRACIÓN DE LA INFORMÁTICA EDUCATIVA
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Autobiografía de una mujer santandereana

  • 1. AUTOBIOGRAFÍA Nací el 18 de mayo de 1964, en Guadalupe (Santander), como hija segunda del matrimonio, pues mi papá (q.e.p.d.) le dio su apellido a una niña que ya tenía mi mamá. Me dieron por nombre María Eugenia en honor a la virgen y como tradición de colocar el nombre del padre al primogénito. Mi mamá cuenta que empecé a caminar y a hablar más o menos al año y medio, que era muy inquieta, que la pasaba sacando corotos y miqueando. Me encantaba ir a baño al pozo de “Los Ojitos” un nacimiento de agua cristalina que quedaba en uno de los límites de la finca. Soy hija de un hombre agricultor, muy laborioso, humilde, honrado, honorable, de temple, recio en el actuar, firme en sus decisiones, serio en sus compromisos, de esos que sí conocieron el valor de la palabra. Un hombre noble, que educó con su ejemplo, pues no tuvo la oportunidad de avanzar más del segundo de primaria ya que la vida le arrebató a su padre a muy temprana edad y, por ser hijo mayor, tuvo que responsabilizarse de trece hermanos que le seguían. Mi madre, una lavandera, mujer humilde, huérfana a los once años, una de esas santandereanas verracas, echada pa´lante, una de esas que nada les queda grande, trabajó incansablemente, hombro a hombro, con mi padre consiguiendo educar a sus hijos, para eso trabajaron. En esas condiciones de educación, ocupación y cultura de mis padres crecí en un ambiente de cariño, calor de hogar y de una calidez y familiaridad propia de las gentes que valoran mucho lo poco que tienen. Tuvimos, con mis hermanos, la fortuna de crecer en un hogar nuclear, con necesidades y problemas pero con el suficiente amor para soportarlo todo. Mis primeros meses de vida los pasé en una finca que quedaba en la periferia de mi pueblo natal, luego mi infancia a viví en el campo, en una finca mucho más grande, y donde la naturaleza hace el milagro de despertar nuestros sentidos. Allí, en esta finca, desde que tengo uso de razón, recuerdo que tuve que trabajar al lado de mis padres realizando labores como dar de comer a las gallinas, engordar pavos y cerdos, arrear ganado, encerrar terneros, ayudar a ordeñar, cortar y picar pasto para las vacas; coger, descerezar, lavar, asolear, tostar y moler café; ayudar a preparar y llevar comida a los obreros, colaborar en el cuidado y crianza de los seis hermanos que nacieron después de mí, arrancar y pelar yuca, acompañar a mi padre a las labores de cultivo y dormir en rancho labrancero donde se acampaba por semanas, desde que se empezaba la tumba del monte hasta que se hacía la siembra.
  • 2. Las primeras tecnologías que conocí en mi vida fueron el cuchillo para las labores de la cocina; el machete, la pala, el azadón, la pica, el martillo, la descerezadora, la pica pasto para los oficios del campo. Ahora que recuerdo y hago conciencia de ello también había una dínamo para producir energía eléctrica para ocasiones especiales y la pica pasto que funcionaba con un pequeño motor que funcionaba con A.C.P.M. y un tocadiscos para las parrandas que se celebraban en San Pedro y en navidad. Otro oficio que nunca faltó fueron los mandados: debía ir a las fincas vecinas, donde los compadres y comadres de mis papás, a llevar y conseguir cosas, a comprar leche cuando en la finca no había vacas paridas para ordeñar, a llevar razones, a entregar presentes, a devolver elementos prestados. El mandado más dispendioso era el viaje al pueblo, a dos horas, a pie a comprar los víveres cuando estos se agotaban y no alcanzaban para la semana. Me causaba pánico, normalmente, porque en el camino una se cruzaba con personas, especialmente hombres, que tenía la fama de ser abusivos y entonces tocaba buscar escondederos de tal suerte que cruzaran y no se dieran cuenta que alguien estaba a la orilla del camino y si por mala suerte tropezaba con ellos no había de otra que amenazarlos con que papá o mamá venían atrás y que se exponían a lo peor, porque el miedo alcanzó para todos. Así fue en alguna ocasión mi mamá, para evitar darle disgustos y problemas a papá, encaró a uno de ellos y le amenazó con un garrote y le juró que si me volvía a molestar ella era capaz de matarlo. Después de esa vez pasaba y solo se limitaba a decir adiós señorita y no volvió nunca más a molestarme. Pero eso no era lo único, en tiempo de lluvia, llegaba la angustia en estos viajes pues las quebradas crecían y como era tan chica era riesgoso que el agua de la corriente me arrastrara. Debía estar pendiente de divisar o encontrar alguno de los vecinos de la finca para caminar a su lado y rogarle el favor de tomarme de la mano mientras pasaba el puente en cada quebrada. Tampoco podía olvidar alguno de los encargos porque se me convertía en un problema y como todavía no asistía a la escuela y no sabía leer debía grabar muy bien qué representaba cada una de las líneas que mamá dibujaba en un cartoncito amarillo al que solían venir enganchados los paqueticos de condimentos. Los viajes al pueblo no sólo eran para comparar víveres, como ya lo expresé, mi mamá fue una lavandera y por supuesto se ganaba la vida, además de todo lo que hacía e la finca, lavando ropas de las niñas que venían de otros municipios y estudiaban viviendo como internas en los claustros de la Normal Nacional María Auxiliadora de Guadalupe, los domingos se retiraban los talegos con la ropa sucia de las estudiantes y los sábados se regresaba la ropa limpia. Mi mamá lavaba dos cargas de ropa y esos días yo debía ir al pueblo, desde la finca, a llevar la ropa limpia y a dejarla en el lugar asignado para que en su momento las niñas la recogieran para llevarla a su dormitorio.
  • 3. También debía colaborar en el lavado de esa ropa. En la finca había un tanque grande donde se recogía el agua de un aljibe y a su alrededor construyeron dos lavaderos: uno para mi mamá y otro para mí. En ese lavadero aprendí cómo limpiar una pieza de ropa de la mugre, de la grasa del sudor y de algunas manchas. Luego los jueves y viernes en la tarde debía ayudar a planchar, esa misma ropa, con plancha de carbón. Entrada en mis ocho años de edad inicié la escuela. Esta había sido construida cerca a la finca, yo había ido antes allí a llevar las comidas que mi mamá había preparado para los obreros que trabajaron levantando este claustro educativo. Recuerdo que el maestro Chucho, el que dirigía la obra, sólo tomaba leche y alguna vez que fui donde la comadre Rosario a recoger la leche, para este señor, se me regó toda y me gane una tunda tenaz. Habiendo iniciado mi primer grado de primaria murió mi abuela y entonces me trasladaron a la escuela urbana pues debía acompañar a mi abuela que había quedado viuda y sola. La experiencia de vivir en el pueblo no fue tan agradable pues perdía muchas cosas que siempre me gustaban mucho de la naturaleza. La profesora Rosa Saavedra a quien siempre he recordado con mucho afecto me trataba con cariño y me tenía confianza, me encargaba de las ventas de helados en los recreos y me entregaba las llaves de su casa y me mandaba allí con toda familiaridad. Mi abuela me peinaba todas las mañanas para ir a la escuela y a mí no me gustaba porque me halaba el cabello y me lo recogía con unas bandas de caucho que se me perdían mientras jugaba en los recreos y por lo cual me regañaba todos los días. Durante los tiempos en que no iba a la escuela debía colaborar en los oficios como empacar sal, arroz, organizar víveres y en la atención de los clientes de la tienda de mi abuela, además de sacar tiempo para lavar mi ropa, hacer las tareas y ayudar en la preparación de la comida. Los tres primeros años de primaria los cursé en la escuela urbana. También recuerdo a la señorita Avelina Arenas (q.e.p.d.) quien fue mi maestra de segundo y tercero. Con ella aprendí cosas que nunca he olvidado pues siempre fue tan exigente como buena maestra. Cuando salían las culonas yo no asistía a clases por ir a coger hormigas que luego tostaba y le llevaba su parte y se ponía muy contenta. También nos castigaba muy fuerte cuando cometíamos alguna falta. Todos la queríamos, la respetábamos y la apreciábamos mucho al punto que en tercero nos cambiaron de maestra y nosotros dejamos de asistir a clases hasta que nos regresaron nuevamente con ella.
  • 4. El cuarto y quinto los cursé en la anexa una escuela adscrita a la normal donde se preparaban las nuevas maestras. Allí conocí nuevas compañeras de clase, otras experiencias escolares muy positivas. Además de mi maestra de grupo, me dictaban clases las practicantes de la normal y me parecía muy bonito porque hacíamos actividades muy diferentes de las que hacíamos a diario con mi maestra. A este tiempo mis padres también se habían venido a vivir a pueblo pues mi abuela vendió la finca, donde viví mi niñez, luego de la muerte de mi abuelo. Entonces ellos pusieron una especie de restaurante en el que debía participar de los quehaceres que éste requería. Ayudar a alistar y preparar cierto tipo de comidas que fueran con el gusto de la clientela. Había que trabajar duro pues además de los oficios del restaurante estaba también la atención a la familia y éramos ocho integrantes por todos. El domingo se debía madrugar bastante para poner a cocinar los alimentos pues era día de mercado y llegaba mucha gente que había que atender. Llegó el momento de iniciar el bachillerato y empezó el tiempo de conocer a muchas personas pues venían niñas de regiones muy apartadas ya que en ese entonces eran muy pocos los pueblos que contaban con instituciones educativas para este nivel y si los habían quedaban muy lejos del sitio de residencia y los papás preferían llevarlas y dejarlas internas para que tuvieran la oportunidad de estudiar. Mientras cursaba mis estudios de normalista debí seguir trabajando, en lo que se pudiera para ayudarme en los estudios y para subsidiarme mis cosas personales, pues siendo ocho hijos la vida era muy difícil para que mis papás nos proveieran de todo lo necesario. Continuaba ayudándole a mamá en el negocio, lavando y planchando ropa, haciendo mandados, entre otros oficios. Había que trabajar pero se vivía tranquila y feliz. Por este tiempo mi papá pudo comprar su casita y entonces nos trasladamos a ella. El negocio ya no continuó pero mamá seguía con su lavandería. Yo continuaba con mis estudios y colaboraba con los oficios de la casa, me ganaba algunas monedas haciéndole mandados a las vecinas, haciendo aseos en otras casas. Durante las vacaciones, de lunes a sábado me encargaba de cuidar los niños a las vecinas que trabajaban y necesitaban este servicio y con esa platica compraba mis cosas para iniciar el nuevo año escolar. Si no cuidaba niños, entonces trabaja en el único hotel que había en el pueblo y que se ubicaba contiguo a nuestra casa. Estando cursando noveno grado se me dio la oportunidad de trabajar los domingos como vigilante en una cooperativa, ganaba alrededor de dos mil pesos por los cuatro domingos del mes y eso era
  • 5. una fortuna para mí. Esta actividad me hizo sentir interesante además que me sirvió darme una noción de lo que era el ambiente laboral, para desarrollar el valor de la confianza, para afianzar el valor del trabajo y para establecer nuevas relaciones personales en un ambiente completamente diferente al escolar y familiar. Algo inolvidable fue que a partir de entonces, con lo que ganaba pude empezar a comprar y usar mi desodorante y mis toallas higiénicas pues en esa época una se desarrollaba a una edad más avanzada que las niñas de ahora. Me sentía feliz, grande. Tenía una nueva visión de lo que es el bienestar y unas mejores condiciones de higiene personal. Entonces me organicé una mesita de noche teniendo como base una canasta de cerveza que en ese entonces eran de madera, la forré con tela y le acomodé unas tablitas horizontalmente y una cortinita de tela simulando la estructura de cajones y allí guardaba mis cosas personales. A través de mi tiempo de estudió aprendí a manejar algunas tecnologías como un teléfono fijo, un reloj de pulso, un reloj despertador, una grabadora, una caja registradora, una máquina de escribir, la máquina de coser, un televisor, el VH que en su momento cada una de ellas representó un adelanto interesante en la vida e historia del hombre. A raíz de mi desempeño en ese trabajo entonces me pasaron como cajera y en la época de vacaciones me contrataban para relevar a las empleadas que trabajaban de tiempo completo y para laborar en los días de revisión de inventario que se realizaba a principio de año. Así pasó hasta terminar mi bachillerato, en diciembre de 1964, pues estando atendiendo allí el segundo domingo de febrero de 1985 me mandaron a llamar de la alcaldía municipal para ofrecerme trabajo como maestra en una de las escuelas rurales del municipio, cargo que acepté inmediatamente. Al día siguiente, mi papá (q.e.p.d.), me acompañó hasta mi nuevo sitio de trabajo, fue algo muy duro pues quedaba a tres horas de camino y era la primera vez que tenía que alejarme de casa, dejarlo todo y enfrentarme a un mundo desconocido para mí, pero la vida seguía, necesitaba trabajar y empezar a responder completamente por mí misma y ver cómo le ayudaba a mi madre. Los viernes después de la jornada laboral viajaba al pueblo para visitar la familia, colaborarle a mi mamá en el lavado de la ropa de la familia pues ella se había ocupado durante la semana de lavar las ropas ajenas. La experiencia de enseñar me pareció gratificante más aun al compartir con seres tan humildes como lo son las gentes del campo. En esta escuela trabaje durante cuatro años, allí conocí a quien hoy es día es mi esposo y padre de mis tres hijos: Diego Leonardo, Sergio Andrés y Oscar Adolfo.
  • 6. Por cuestiones políticas la plaza que yo cubría en esta escuela le fue entregada a otra persona y a raíz de esto me quedé sin trabajo por un año. Por intermedio de una paisana y gracias a la experiencia que como docente tenía en el momento viajé a la ciudad de Barbosa (Santander) y presenté mi hoja de vida en un colegio privado llamado Torcoroma, en honor a la virgen ocañera, en el cual trabajé durante dieciséis años y medio motivada especialmente por poder estar al lado de mis hijos y verlos crecer a mi lado pues siempre que acudía a la secretaría de educación en busca de una oportunidad de trabajo con el gobierno me ofrecían escuelas en regiones demasiado apartadas a donde no podía llevarme a mis hijos pues el ambiente y las condiciones de vida no eran tan favorables para ofrecerles lo que de mi corazón nacía para ellos. En Diciembre de 2000, me gradué como licenciada en educación básica con énfasis en Ciencias Naturales y Educación Ambiental, logro que alcancé con grandes esfuerzos y sacrificios tanto económicos como personales. Al tiempo también estudiaba mi esposo su tecnología en Gestión Empresarial con la Universidad Industrial de Santander que para ese tiempo acababa de crear su sede en Barbosa. Mis hijos chicos también estudiaban. Durante estos años ya conocí otras tecnologías como la televisión a control remoto, la lavadora, los primeros celulares (panelas), se masificó en nuestro medio el uso del computador. En el 2005, después de concursar, pude empezar a trabajar con el Estado y gracias a Dios pude ubicarme bien, geográficamente hablando, pues en principio estuve lejos de mi hogar y, eso, me trajo muchos problemas al punto que casi pierdo mi hogar. Por gracia de Dios pude conseguir traslado y regresar al lado de los míos, salvar mi hogar. Este ambiente me ha exigido tener contacto continuo con las tecnologías de la información y la comunicación, que debo aplicar a mi trabajo, lo cual me ha servido para familiarizarme más con ellas y lo que hoy en día manejo de estas es prácticamente por cuestiones empíricas más que de estudio y conocimiento de las mismas. Aunque hay muchas cosas que desconozco sobre el tema puedo decir que para los procesos y las cosas más sencillas me defiendo, que he aprendido a manejar la plataforma del SENA, que puedo hacer consultas cibernéticas y elaborar trabajos sencillos de aplicación de las TIC´S.
  • 7. Esta es, a grandes rasgos, la historia de mi vida aunque probablemente se me escapen algunos detalles pero a veces el tiempo cumple su cometido y nos abre el espacio del olvido involuntario, sin embargo considero que aquello que ha sido más relevante e mi vida está plasmado en estas líneas. María Eugenia López Cetina Grupo Cinco Barbosa ESPECIALIZACIÓN EN ADMINISTRACIÓN DE LA INFORMÁTICA EDUCATIVA