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La hibridez cultural europea-mexica en dos cuentos de Juan Rulfo 
Pedro Lasarte 
Boston University 
Se reconoce que una de las lecturas más interesantes de la obra literaria de Juan Rulfo es la que 
logra descubrir en ella un controvertido diálogo cultural entre las tradiciones precortesianas de México y 
las de la Europa occidental, tanto clásicas como modernas. Es en este sentido que la obra del autor 
mexicano expresa las complejidades del México de hoy; y es bajo esta aproximación que quisiera 
acercarme a dos cuentos de su colección El Llano en llamas. Se trata de No oyes ladrar los perros y Macario(1). 
La trama del primero es muy conocida y nos recuerda a uno de los arquetipos favoritos de Rulfo, 
la del homo viator o peregrino, figura que se remonta tanto a la cultura clásica como a su valorización 
judeo-cristiana. Un padre, de noche, y a la luz de una luna llena, lleva a su hijo recientemente herido 
sobre los hombros en busca del pueblo Tonaya donde quizás pueda hallar ayuda médica. Se ha visto 
reiteradamente que este cuento expresa la angustiosa, y muy humana relación entre el padre y su hijo, a 
quien por amor y deber paternal, debe llevarlo en busca de alivio, aunque este último haya sido un 
criminal y no lo merezca. 
Por otro lado, Macario también ha sido visto como un cuento profundamente humano, y a la vez 
crítico de la sociedad. Recordando, quizás, al Benyi de William Faulkner, el cuento se narra bajo el fluir 
de la conciencia de un hombre con la mentalidad de un niño inocente. Durante la narración éste se halla 
en la calle matando ranas para que no hagan ruido y su madrina pueda dormir. La inocencia del personaje 
sirve para reflejar muy directamente la crueldad de una sociedad y familia pueblerina católico-mejicana 
que a lo largo de sus años lo ha llevado a convencerse de que irá al infierno por sus muchos pecados. A 
lo largo del cuento sus preocupaciones delatan el sentimiento de culpa que inculca la religión católica, y se 
enfocan también obsesiva y reiteradamente en el hambre que siente y en el maltrato de su madrina. Por 
otro lado, sus pensamientos también recuerdan constantemente la añoranza de estar con otra mujer, 
quizás la criada, Felipa, que le habría mostrado compasión, pero mujer cuyo cariño se acompaña de 
acusaciones y amenazas de que Macario acabará en el infierno. A través de una lectura atenta, como 
veremos más adelante, el lector puede comprender que las caricias de esta mujer eran más bien 
interesadas, como parte de un aprovechamiento sexual, acciones que Macario, inocentemente, no lograba 
comprender como tales. En ambos cuentos hay, entonces, una narración que podríamos llamar 
psicológica, humana y/o crítica de la sociedad; pero como veremos, hay algo más, de orden cultural o 
filosófico, que es lo que nos interesa a nosotros. 
En No oyes ladrar los perros, imposibilitado de ver y oír bajo el peso de su hijo, el padre, angustiado 
y ansioso por llegar al pueblo Tonaya en busca de ayuda médica, dice: 
«—tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en 
alguna parte. 
—no se ve nada. 
—ya debemos estar cerca. 
—Si, pero no se oye nada. 
—Mira bien» (RULFO J. 1988 [1953]: 146). 
Y luego el narrador, uniendo controvertidamente a padre e hijo, los describe como una «una sola sombra, 
tambaleante» (RULFO J. 1988 [1953]: 146), figura que en su precario y penoso peregrinaje—sugiero—nos 
recuerda el conocido sentido simbólico de la vida humana como pase fugaz hacia una anhelada patria 
celestial(2). Tal recuerdo escatológico-cristiano, sin embargo, es rescrito irónicamente en términos de una 
salvación física del hijo herido, y no una salvación moral o espiritual: «me derrengaré, pero llegaré con 
usted a Tonaya, para que alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta 
usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no 
vuelva a saber de usted» (RULFO J. 1988 [1953]: 148). 
Ahora, hay que ver que la inversión paródica del simbolismo cristiano del peregrinaje también se
remonta a la tradición clásica. La representación del ciego que lleva a cuestas, como guía, a un cojo, 
servía para moralizar sobre las virtudes de la caridad y la fraternidad. Así la encontramos, por ejemplo, 
en un epigrama declamatorio, probablemente de Phillipus de Thessalonica (en las cercanías del siglo II), 
que se halla en la Antología Griega: 
«One man was maimed in his legs, while another had lost his eyesight, but each contributed to 
the other that of which mischance had deprived him. For the blind man, taking the lame man 
on his shoulders, kept a straight course, by listening to the other's orders . . . dividing 
their imperfections between them, to make a perfect whole» (The Greek Anthology, c. siglo X 
[1925-27]: 7). 
De modo semejante, este cuento de Rulfo también establece un diálogo interesante con la Eneida de 
Virgilio. Vale recordar que en el libro II Eneas, al huir de una Troya en llamas, en última instancia hacia 
la fundación de Roma, lleva a su padre Anquises sobre los hombros: 
«Daos prisa, padre mio: confuso exclamó; 
Sube sobre mis hombros, que tu peso, 
Con tal que libre seas, me será grato 
. . . . 
Una misma salud tendremos ambos 
Y unos mismos peligros correremos» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 90). 
Pero hay que resaltar otras coincidencias con el cuento: en los dos casos la travesía es de noche, y en 
ambos los personajes se encaminan hacia un cerro. En la Eneida, «Me dirijo del monte hacia las faldas / A 
mi padre llevando sobre las espaldas» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 95); y en Rulfo, «Nos dijeron que 
detrás del cerro estaba Tonaya» (RULFO J. 1988 [1953]: 147). Nuevamente, entonces, se nota una 
relación paródica: si en el primer caso, en Rulfo, el padre lleva a cuestas al hijo, en la Eneida es el hijo 
quien carga al padre, y es una inversión que deviene en procesos y resultados invertidos. En la Eneida la 
travesía, difícil y peligrosa, va guiada por la providencia divina hacia un resultado positivo. Momentos 
antes de salir de Troya, Anquises, el padre, pide un indicio, un vaticinio, que es acatado: 
«¡Omniponete Jove! 
. . . 
Préstanos tus auxilios de lo alto 
Y confirma propicio estas señales 
. . . 
Y cayendo del cielo despeñado 
Un astro luminoso, por el aire 
Corrió, las negras sombras disipando 
. . . 
Nuestra senda y destino señalando» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 89). 
Este astro luminoso que les anuncia, teleológicamente, el destino feliz que les espera tiene una 
correspondencia inversa en el cuento de Rulfo. Hay allí una luna, «como un llamarada redonda» que lejos 
de guiar el camino, aumenta la ceguera e incertidumbre de los caminantes: 
«La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó 
de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente» (RULFO J. 1988 [1953]: 148). 
No estaría demás sugerir un guiño irónico en el diálogo entre los dos textos. Eneas abandona 
Troya para fundar Roma, la futura sede de la religión católica, pero la pareja rulfiana va en busca de un 
pueblo Tonaya, donde, como veremos, no se hallará ninguna salvación. Y hay que ver que la relación 
entre los dos textos se enfatiza—sugiero—al escucharse una relación paronímica entre los vocablos Troya
y Tonaya—juego literario bastante común en Rulfo—y relación que nos lleva a reiterar, entonces, la 
sugerencia de destinos invertidos para los dos peregrinajes. 
Aun más, un tercer referente clásico que se entronca con este cuento de Rulfo es el del género 
emblemático, de conocida intencionalidad moralizante y de gran divulgación en el Renacimiento. Si 
vemos las láminas al final del ensayo, que provienen del conocido Andrea Alciati (1492-1550), hallamos 
nuevamente reminiscencias invertidas. En la primera se recuerda el ya visto epigrama, y en la segunda, 
que representa a Eneas, se lee «La piedad de los hijos para con sus padres». 
Pero más importante aún, es el tercer emblema, el de los perros que le ladran a la luna, emblema 
cuyo título es «vano acometimiento», y en cuya cifra leemos que el perro «en vano sus voces echa al 
viento». La correspondencia con el cuento de Rulfo es significativa. Como en el emblema, allí también 
hay una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos a los caminantes. Al llegar a Tonaya, vemos 
que el padre, sin saber que su hijo ya ha muerto sobre sus hombros, «destrabó difícilmente [sus] dedos 
con que . . . había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes 
ladraban los perros» (RULFO J. 1988 [1953]: 150). En ese momento el padre exclama, irónicamente en 
vano, «Y tu no los oías Ignacio? . . . No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza» (RULFO J. 1988 
[1953]: 150). 
El deseo de oir a los perros, que anunciarían la llegada a Tonaya y así la posible salvación del hijo, 
aquí, en diálogo con la tradición emblemática rescribe—o parodia—muy modernamente los tradicionales 
pasos del caminante cristiano hacia la salvación. Se trata ahora, con un sentido absurdista, de un 
frustrado intento. Se trata ahora de—como nos dice el título del emblema, un «vano acometimiento»—. 
La referencia emblemática se sitúa, pues, en un mundo contemporáneo y a la vez sugiere las frustraciones 
que conforman la condición humana del hombre moderno. 
Hemos visto, entonces, un diálogo de este cuento con la tradición occidental, pero, como 
anunciaba al principio, hay también un posible cruce—también típico de Rulfo—con la cultura mexicana 
precortesiana, aunque cruce que solo se descubre (o se sugiere) bajo una lectura sutil. Dejando de lado 
por ahora una primera relación con el hecho de que los mitos de fundación mexicanos se refieren 
precisamente a un peregrinaje, divinamente guiado, de Aztlán a Tenochtitlán, prefiero enfocarme en un 
concepto médico de los Mexica. 
Según los estudios de Burr Cartwright Brundage, en el momento de su nacimiento el hombre 
recibía cierto tonalli, una suerte de espíritu que predestinaba su personalidad y su futuro moral y físico 
(BRUNDAGE B. C. 1979: 181). De modo semejante, según Alfredo López Austin, el mexicano temía 
perder ese tonalli, esencia cuyo escape del cuerpo por lo general desembocaba en una rápida muerte, 
curiosamente, por medio de una hemorragia o herida, muerte que normalmente era de noche ya que el sol 
podía regenerar el tonalli perdido (LÓPEZ AUSTIN A. 1988 [1980]: 211). No creo que sería descabellado 
pensar que Rulfo tenía en mente otra relación paronímica que entroncaría su cuento con la tradición 
precortesiana; aquí por medio de la semejanza fónica de los vocablos Tonaya y tonalli. Ambos se ven 
como metas de salvación, aunque frustrada, para el hijo herido: una, moderna u occidental como la 
búsqueda de un médico en el pueblo Tonaya, y la otra una creencia mexica precortesiana, la de recuperar 
el tonalli perdido. Se visualiza así, entonces, un cruce de los antecedentes culturales que componen la 
cultura mexicana, pero reescritos dentro de un absurdo que nuevamente nos deja vislumbrar el nihilismo 
filosófico moderno. Pero, dadas las limitaciones de espacio, dejo ahora este cuento para acercarme de 
inmediato a Macario. 
La trama de este segundo cuento es lo suficientemente conocida para no tener que llevar a cabo 
un mayor recuento. Un primer y más obvio diálogo paródico con la tradición occidental es con la Biblia. 
Sólo hay que recordar a Mateo: 5, donde se nos advierte que la entrada al paraíso será mas fácil para los 
pobres de espíritu, los que pasan hambre, los perseguidos, etc., todos sufrimientos por los cuales, 
irónicamente pasa el "bienaventurado" de Macario. Pero hay que entrar en mayor diálogo con la religión 
cristiana, basándonos en el nombre del personaje. Un rápido oteo a la tradición nos lleva a descubrir 
varias referencias interesantes. Primero, se hallan documentados dos Macarios, San Macario, también 
llamado Macario de Egipto, y Abba Macarios de Alexandría, ambos conocidos por sus prácticas ascéticas, 
entre ellas el constante ayuno. Según Palladius, en su Historia Lausiaca, el segundo de estos personajes 
«was counted worthy to possess such great discernment that he was called the aged youth» (PALLADIUS, 
419-220 [2004]: XVII, 2). En ambos casos el cuento de Rulfo parece tener reminiscencias paródicas de
estos personajes de la tradición: recordemos el hambre constante del cual se queja el Macario rulfiano, y 
recordemos también que lejos de ser un "joven viejo" es, al contrario, un viejo joven y retrasado. 
Pero hay también otra referencia a Macario en la tradición legendaria, que en este caso se 
relaciona con el deseo, teleológicamente cristiano, de llegar al paraíso, deseo que ya vimos como 
frustración paródica en No oyes ladrar los perros, y que también será tematizado irónicamente en este 
cuento. Juerguen Hahn, en su libro The origins of the baroque concept of "peregrinatio", nos recuerda que «The 
search for Paradise [estaba] inextricably bound up with the excercise of an ascetic life [pero] it may not be 
reachable at all, as in the case of Macarios who spends a life time in the vicinty of Paradise, but is 
forbidden by an angel to enter it (HAHN Juerguen 1973: 36-37). Este Macario, en su busca ascética del 
paraíso también tiene, entonces, un entronque interesante, e irónico, con el personaje de Rulfo. La 
existencia de este último es "ascética", pero es un ascetismo forzado por la pobreza y el abandono: 
«después de comer [mi madrina] hace dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces 
Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso yo quiero a Felipa, 
porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca» (RULFO J. 1988 [1953]: 88). 
Aún mas, habrá que ver que el supuesto ascetismo irónico de Macario es invertido al deducirse 
que el cariño que siente por Felipa se halla, como sugerimos al principio, entremezclado con recuerdos 
inocentemente sexuales. Dice que 
«Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero . . . La leche de Felipa es dulce como las flores 
del obelisco . . . Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que 
ella tiene donde nosotros tenemos solamente las costillas . . . Felipa antes iba todas las noches al 
cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí . . . luego se las 
ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en 
chorros por la lengua . . . Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. 
Y la leche de Felipa era de ese sabor solo que a mí me gustaba mas porque, al mismo tiempo que 
me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes» (RULFO J. 1988 [1953]: 88-89). 
En este sentido, se trata de una relación sexual incitada por Felipa, quien chantajea y desplaza la culpa 
hacia el inocente Macario. Le oímos pensar, por ejemplo, que «cuando tiene ganas de estar conmigo. . . 
ella le contará al Señor todos mis pecados. . . Ella se confiesa todos los días, no por que ella sea mala, sino 
porque yo estoy repleto por dentro de demonios» (RULFO J. 1988 [1953]: 89). 
Lo que nos interesa ahora es ver que el deseo de Macario, el deseo de satisfacer su hambre, 
conlleva reminiscencias de la búsqueda del paraíso. Dejando de lado las conocidas y muy posibles 
conexiones freudianas en torno a la fijación oral y el deseo de regresión al vientre materno como 
añoranza paradisíaca, prefiero encaminarme por vías más culturales. El cuento termina con la siguiente 
frase, que retoma la memoria frustrada de Macario: «de lo que más ganas tengo es de volver a probar 
algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las 
flores del obelisco» (RULFO J. 1988 [1953]: 92). Tal deseo de Macario inmediatamente nos lleva a la 
conocida referencia bíblica, de Éxodo: 3, de la tierra prometida como la «tierra de leche y miel», pero tal 
paraíso nunca llegará. Nuevamente, entonces, el cuento entronca irónicamente la tradición católica 
cristiana con las preocupaciones o frustraciones modernas ante un mundo sin esperanza. 
Pero debo regresar a lo anunciando y, aunque rápidamente, mostrar cómo este cuento, como No 
oyes ladrar los perros, también entronca la tradición occidental cristiana con la precortesiana. Aunque hemos 
hallado muchas referencias, aquí nos ceñiremos a dos casos. Primero, Macario, como hombre-niño e 
inocente—algo que nos ha mostrado el cuento, y como hemos señalado—ha comido flores del obelisco 
para saciar su constante hambre y ansia de leche. Estos deseos, curiosamente, concuerdan con una 
tradición del antiguo México. Bernardino de Sahagún en su Código Florentino recoge la creencia que los 
niños que morían no iban a un inframundo negativo, sino más bien a un cielo para juntarse con 
Tonacatecutli, la deidad que le daba a cada persona su vida. Allí los niños vivían en un jardín o lugar fértil 
donde—y esto es importante—bebían néctar de flores, en particular aquellas que crecían en árboles 
(MCKEEVER FURST J.L.: 25), creencia que entra en juego con el deseo paradisíaco y el recuerdo de las 
flores que comía Macario. Aún más interesante, sin embargo, es el dato que hallamos en el Códice Ríos, 
donde leemos que «the tree at the "Place of the Nursemaid Tree" (Chichihualcuauhco) was the destination of
the souls of dead children who had not reached the age of reason. Milk dripped from its leaves, 
nourished them, and kept their life force alive» (MCKEEVER FURST J.L.: 25-26). Interesante coincidencia, 
diría yo, con el deseo de Macario de beber la leche de Felipa. 
Pero concluyamos: creo haber, si no demostrado, por lo menos sugerido convincentemente la 
notoria habilidad de Rulfo para entregarnos narraciones en las cuales las tradiciones culturales que 
conforman la cultura mexicana, la occidental cristiana y la mexica precortesiana, se hallan en interesante 
trabazón, pero en una trabazón que a la vez abraza las frustraciones y añoranzas del ser occidental 
moderno en su mundo ausente de promesas trascendentales. 
Notas 
(1) Una primera aproximación mía a No oyes ladrar los perros fue publicada en LASARTE P. 1990: 101-118. 
(2) Al respecto véase VILANOVA Antonio [1952]: 432 y 437. 
Bibliografía 
ALCIATI Andrea, 1549, Los emblemas de Alciato traducidos en rima española. Añadidos de figuras y nuevos emblemas 
en la tercera parte de la obra. Dirigida al Ilustre S. Vázquez de Molina, Mathias Bonhome, Lyon. 
BRUNDAGE Burr Cartwright, 1979, The Fifth Sun, Aztec Gods, Aztec World, Austin, University of Texas 
Press. 
LÓPEZ AUSTIN Alfredo, 1988 [1980], The Human Body and Ideology. Concepts of the Ancient Nahuas, Tomo I, 
Salt Lake City, University of Utah Press. 
HAHN Juerguen 1973, The origins of the baroque concept of 'peregrinatio'. Chapel Hill, The University of North 
Carolina Press. 
LASARTE Pedro, 1990, "No oyes ladrar los perros" de Juan Rulfo: peregrinaje hacia el origen, "Inti", n. 29, 
Providence, Providence College, Rhode Island, pp. 101-118. 
MCKEEVER FURST Jill Leslie, 1995, The Natural History of the Soul in Ancient Mexico, New Haven and 
London, Yale University Press. 
PALLADIUS, 419-220 [2004], The Lausiac History, Crestwood, NY: St. Vladimir Seminary Press. 
RULFO Juan, 1988 [1953], El llano en llamas, Cátedra, Madrid. 
The Greek Anthology, c. siglo X [1925-27], Tomo III, London, W. Heinemann. 
VILANOVA Antonio [1952], El peregrino de amor en Las soledades de Góngora, en Estudios dedicados a Menéndez 
Pidal, Tomo III, Madrid, 1952, pp. 421-460. 
VIRGILIO 29-19 BC [1945], La Eneida, Bogotá, Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana.
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La hibridez cultural europea-mexica en dos cuentos de Juan Rulfo - Pedro Lasarte

  • 1. La hibridez cultural europea-mexica en dos cuentos de Juan Rulfo Pedro Lasarte Boston University Se reconoce que una de las lecturas más interesantes de la obra literaria de Juan Rulfo es la que logra descubrir en ella un controvertido diálogo cultural entre las tradiciones precortesianas de México y las de la Europa occidental, tanto clásicas como modernas. Es en este sentido que la obra del autor mexicano expresa las complejidades del México de hoy; y es bajo esta aproximación que quisiera acercarme a dos cuentos de su colección El Llano en llamas. Se trata de No oyes ladrar los perros y Macario(1). La trama del primero es muy conocida y nos recuerda a uno de los arquetipos favoritos de Rulfo, la del homo viator o peregrino, figura que se remonta tanto a la cultura clásica como a su valorización judeo-cristiana. Un padre, de noche, y a la luz de una luna llena, lleva a su hijo recientemente herido sobre los hombros en busca del pueblo Tonaya donde quizás pueda hallar ayuda médica. Se ha visto reiteradamente que este cuento expresa la angustiosa, y muy humana relación entre el padre y su hijo, a quien por amor y deber paternal, debe llevarlo en busca de alivio, aunque este último haya sido un criminal y no lo merezca. Por otro lado, Macario también ha sido visto como un cuento profundamente humano, y a la vez crítico de la sociedad. Recordando, quizás, al Benyi de William Faulkner, el cuento se narra bajo el fluir de la conciencia de un hombre con la mentalidad de un niño inocente. Durante la narración éste se halla en la calle matando ranas para que no hagan ruido y su madrina pueda dormir. La inocencia del personaje sirve para reflejar muy directamente la crueldad de una sociedad y familia pueblerina católico-mejicana que a lo largo de sus años lo ha llevado a convencerse de que irá al infierno por sus muchos pecados. A lo largo del cuento sus preocupaciones delatan el sentimiento de culpa que inculca la religión católica, y se enfocan también obsesiva y reiteradamente en el hambre que siente y en el maltrato de su madrina. Por otro lado, sus pensamientos también recuerdan constantemente la añoranza de estar con otra mujer, quizás la criada, Felipa, que le habría mostrado compasión, pero mujer cuyo cariño se acompaña de acusaciones y amenazas de que Macario acabará en el infierno. A través de una lectura atenta, como veremos más adelante, el lector puede comprender que las caricias de esta mujer eran más bien interesadas, como parte de un aprovechamiento sexual, acciones que Macario, inocentemente, no lograba comprender como tales. En ambos cuentos hay, entonces, una narración que podríamos llamar psicológica, humana y/o crítica de la sociedad; pero como veremos, hay algo más, de orden cultural o filosófico, que es lo que nos interesa a nosotros. En No oyes ladrar los perros, imposibilitado de ver y oír bajo el peso de su hijo, el padre, angustiado y ansioso por llegar al pueblo Tonaya en busca de ayuda médica, dice: «—tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. —no se ve nada. —ya debemos estar cerca. —Si, pero no se oye nada. —Mira bien» (RULFO J. 1988 [1953]: 146). Y luego el narrador, uniendo controvertidamente a padre e hijo, los describe como una «una sola sombra, tambaleante» (RULFO J. 1988 [1953]: 146), figura que en su precario y penoso peregrinaje—sugiero—nos recuerda el conocido sentido simbólico de la vida humana como pase fugaz hacia una anhelada patria celestial(2). Tal recuerdo escatológico-cristiano, sin embargo, es rescrito irónicamente en términos de una salvación física del hijo herido, y no una salvación moral o espiritual: «me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted» (RULFO J. 1988 [1953]: 148). Ahora, hay que ver que la inversión paródica del simbolismo cristiano del peregrinaje también se
  • 2. remonta a la tradición clásica. La representación del ciego que lleva a cuestas, como guía, a un cojo, servía para moralizar sobre las virtudes de la caridad y la fraternidad. Así la encontramos, por ejemplo, en un epigrama declamatorio, probablemente de Phillipus de Thessalonica (en las cercanías del siglo II), que se halla en la Antología Griega: «One man was maimed in his legs, while another had lost his eyesight, but each contributed to the other that of which mischance had deprived him. For the blind man, taking the lame man on his shoulders, kept a straight course, by listening to the other's orders . . . dividing their imperfections between them, to make a perfect whole» (The Greek Anthology, c. siglo X [1925-27]: 7). De modo semejante, este cuento de Rulfo también establece un diálogo interesante con la Eneida de Virgilio. Vale recordar que en el libro II Eneas, al huir de una Troya en llamas, en última instancia hacia la fundación de Roma, lleva a su padre Anquises sobre los hombros: «Daos prisa, padre mio: confuso exclamó; Sube sobre mis hombros, que tu peso, Con tal que libre seas, me será grato . . . . Una misma salud tendremos ambos Y unos mismos peligros correremos» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 90). Pero hay que resaltar otras coincidencias con el cuento: en los dos casos la travesía es de noche, y en ambos los personajes se encaminan hacia un cerro. En la Eneida, «Me dirijo del monte hacia las faldas / A mi padre llevando sobre las espaldas» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 95); y en Rulfo, «Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya» (RULFO J. 1988 [1953]: 147). Nuevamente, entonces, se nota una relación paródica: si en el primer caso, en Rulfo, el padre lleva a cuestas al hijo, en la Eneida es el hijo quien carga al padre, y es una inversión que deviene en procesos y resultados invertidos. En la Eneida la travesía, difícil y peligrosa, va guiada por la providencia divina hacia un resultado positivo. Momentos antes de salir de Troya, Anquises, el padre, pide un indicio, un vaticinio, que es acatado: «¡Omniponete Jove! . . . Préstanos tus auxilios de lo alto Y confirma propicio estas señales . . . Y cayendo del cielo despeñado Un astro luminoso, por el aire Corrió, las negras sombras disipando . . . Nuestra senda y destino señalando» (VIRGILIO 29-19 BC [1945]: 89). Este astro luminoso que les anuncia, teleológicamente, el destino feliz que les espera tiene una correspondencia inversa en el cuento de Rulfo. Hay allí una luna, «como un llamarada redonda» que lejos de guiar el camino, aumenta la ceguera e incertidumbre de los caminantes: «La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente» (RULFO J. 1988 [1953]: 148). No estaría demás sugerir un guiño irónico en el diálogo entre los dos textos. Eneas abandona Troya para fundar Roma, la futura sede de la religión católica, pero la pareja rulfiana va en busca de un pueblo Tonaya, donde, como veremos, no se hallará ninguna salvación. Y hay que ver que la relación entre los dos textos se enfatiza—sugiero—al escucharse una relación paronímica entre los vocablos Troya
  • 3. y Tonaya—juego literario bastante común en Rulfo—y relación que nos lleva a reiterar, entonces, la sugerencia de destinos invertidos para los dos peregrinajes. Aun más, un tercer referente clásico que se entronca con este cuento de Rulfo es el del género emblemático, de conocida intencionalidad moralizante y de gran divulgación en el Renacimiento. Si vemos las láminas al final del ensayo, que provienen del conocido Andrea Alciati (1492-1550), hallamos nuevamente reminiscencias invertidas. En la primera se recuerda el ya visto epigrama, y en la segunda, que representa a Eneas, se lee «La piedad de los hijos para con sus padres». Pero más importante aún, es el tercer emblema, el de los perros que le ladran a la luna, emblema cuyo título es «vano acometimiento», y en cuya cifra leemos que el perro «en vano sus voces echa al viento». La correspondencia con el cuento de Rulfo es significativa. Como en el emblema, allí también hay una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos a los caminantes. Al llegar a Tonaya, vemos que el padre, sin saber que su hijo ya ha muerto sobre sus hombros, «destrabó difícilmente [sus] dedos con que . . . había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros» (RULFO J. 1988 [1953]: 150). En ese momento el padre exclama, irónicamente en vano, «Y tu no los oías Ignacio? . . . No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza» (RULFO J. 1988 [1953]: 150). El deseo de oir a los perros, que anunciarían la llegada a Tonaya y así la posible salvación del hijo, aquí, en diálogo con la tradición emblemática rescribe—o parodia—muy modernamente los tradicionales pasos del caminante cristiano hacia la salvación. Se trata ahora, con un sentido absurdista, de un frustrado intento. Se trata ahora de—como nos dice el título del emblema, un «vano acometimiento»—. La referencia emblemática se sitúa, pues, en un mundo contemporáneo y a la vez sugiere las frustraciones que conforman la condición humana del hombre moderno. Hemos visto, entonces, un diálogo de este cuento con la tradición occidental, pero, como anunciaba al principio, hay también un posible cruce—también típico de Rulfo—con la cultura mexicana precortesiana, aunque cruce que solo se descubre (o se sugiere) bajo una lectura sutil. Dejando de lado por ahora una primera relación con el hecho de que los mitos de fundación mexicanos se refieren precisamente a un peregrinaje, divinamente guiado, de Aztlán a Tenochtitlán, prefiero enfocarme en un concepto médico de los Mexica. Según los estudios de Burr Cartwright Brundage, en el momento de su nacimiento el hombre recibía cierto tonalli, una suerte de espíritu que predestinaba su personalidad y su futuro moral y físico (BRUNDAGE B. C. 1979: 181). De modo semejante, según Alfredo López Austin, el mexicano temía perder ese tonalli, esencia cuyo escape del cuerpo por lo general desembocaba en una rápida muerte, curiosamente, por medio de una hemorragia o herida, muerte que normalmente era de noche ya que el sol podía regenerar el tonalli perdido (LÓPEZ AUSTIN A. 1988 [1980]: 211). No creo que sería descabellado pensar que Rulfo tenía en mente otra relación paronímica que entroncaría su cuento con la tradición precortesiana; aquí por medio de la semejanza fónica de los vocablos Tonaya y tonalli. Ambos se ven como metas de salvación, aunque frustrada, para el hijo herido: una, moderna u occidental como la búsqueda de un médico en el pueblo Tonaya, y la otra una creencia mexica precortesiana, la de recuperar el tonalli perdido. Se visualiza así, entonces, un cruce de los antecedentes culturales que componen la cultura mexicana, pero reescritos dentro de un absurdo que nuevamente nos deja vislumbrar el nihilismo filosófico moderno. Pero, dadas las limitaciones de espacio, dejo ahora este cuento para acercarme de inmediato a Macario. La trama de este segundo cuento es lo suficientemente conocida para no tener que llevar a cabo un mayor recuento. Un primer y más obvio diálogo paródico con la tradición occidental es con la Biblia. Sólo hay que recordar a Mateo: 5, donde se nos advierte que la entrada al paraíso será mas fácil para los pobres de espíritu, los que pasan hambre, los perseguidos, etc., todos sufrimientos por los cuales, irónicamente pasa el "bienaventurado" de Macario. Pero hay que entrar en mayor diálogo con la religión cristiana, basándonos en el nombre del personaje. Un rápido oteo a la tradición nos lleva a descubrir varias referencias interesantes. Primero, se hallan documentados dos Macarios, San Macario, también llamado Macario de Egipto, y Abba Macarios de Alexandría, ambos conocidos por sus prácticas ascéticas, entre ellas el constante ayuno. Según Palladius, en su Historia Lausiaca, el segundo de estos personajes «was counted worthy to possess such great discernment that he was called the aged youth» (PALLADIUS, 419-220 [2004]: XVII, 2). En ambos casos el cuento de Rulfo parece tener reminiscencias paródicas de
  • 4. estos personajes de la tradición: recordemos el hambre constante del cual se queja el Macario rulfiano, y recordemos también que lejos de ser un "joven viejo" es, al contrario, un viejo joven y retrasado. Pero hay también otra referencia a Macario en la tradición legendaria, que en este caso se relaciona con el deseo, teleológicamente cristiano, de llegar al paraíso, deseo que ya vimos como frustración paródica en No oyes ladrar los perros, y que también será tematizado irónicamente en este cuento. Juerguen Hahn, en su libro The origins of the baroque concept of "peregrinatio", nos recuerda que «The search for Paradise [estaba] inextricably bound up with the excercise of an ascetic life [pero] it may not be reachable at all, as in the case of Macarios who spends a life time in the vicinty of Paradise, but is forbidden by an angel to enter it (HAHN Juerguen 1973: 36-37). Este Macario, en su busca ascética del paraíso también tiene, entonces, un entronque interesante, e irónico, con el personaje de Rulfo. La existencia de este último es "ascética", pero es un ascetismo forzado por la pobreza y el abandono: «después de comer [mi madrina] hace dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso yo quiero a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca» (RULFO J. 1988 [1953]: 88). Aún mas, habrá que ver que el supuesto ascetismo irónico de Macario es invertido al deducirse que el cariño que siente por Felipa se halla, como sugerimos al principio, entremezclado con recuerdos inocentemente sexuales. Dice que «Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero . . . La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco . . . Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde nosotros tenemos solamente las costillas . . . Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí . . . luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua . . . Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor solo que a mí me gustaba mas porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes» (RULFO J. 1988 [1953]: 88-89). En este sentido, se trata de una relación sexual incitada por Felipa, quien chantajea y desplaza la culpa hacia el inocente Macario. Le oímos pensar, por ejemplo, que «cuando tiene ganas de estar conmigo. . . ella le contará al Señor todos mis pecados. . . Ella se confiesa todos los días, no por que ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios» (RULFO J. 1988 [1953]: 89). Lo que nos interesa ahora es ver que el deseo de Macario, el deseo de satisfacer su hambre, conlleva reminiscencias de la búsqueda del paraíso. Dejando de lado las conocidas y muy posibles conexiones freudianas en torno a la fijación oral y el deseo de regresión al vientre materno como añoranza paradisíaca, prefiero encaminarme por vías más culturales. El cuento termina con la siguiente frase, que retoma la memoria frustrada de Macario: «de lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco» (RULFO J. 1988 [1953]: 92). Tal deseo de Macario inmediatamente nos lleva a la conocida referencia bíblica, de Éxodo: 3, de la tierra prometida como la «tierra de leche y miel», pero tal paraíso nunca llegará. Nuevamente, entonces, el cuento entronca irónicamente la tradición católica cristiana con las preocupaciones o frustraciones modernas ante un mundo sin esperanza. Pero debo regresar a lo anunciando y, aunque rápidamente, mostrar cómo este cuento, como No oyes ladrar los perros, también entronca la tradición occidental cristiana con la precortesiana. Aunque hemos hallado muchas referencias, aquí nos ceñiremos a dos casos. Primero, Macario, como hombre-niño e inocente—algo que nos ha mostrado el cuento, y como hemos señalado—ha comido flores del obelisco para saciar su constante hambre y ansia de leche. Estos deseos, curiosamente, concuerdan con una tradición del antiguo México. Bernardino de Sahagún en su Código Florentino recoge la creencia que los niños que morían no iban a un inframundo negativo, sino más bien a un cielo para juntarse con Tonacatecutli, la deidad que le daba a cada persona su vida. Allí los niños vivían en un jardín o lugar fértil donde—y esto es importante—bebían néctar de flores, en particular aquellas que crecían en árboles (MCKEEVER FURST J.L.: 25), creencia que entra en juego con el deseo paradisíaco y el recuerdo de las flores que comía Macario. Aún más interesante, sin embargo, es el dato que hallamos en el Códice Ríos, donde leemos que «the tree at the "Place of the Nursemaid Tree" (Chichihualcuauhco) was the destination of
  • 5. the souls of dead children who had not reached the age of reason. Milk dripped from its leaves, nourished them, and kept their life force alive» (MCKEEVER FURST J.L.: 25-26). Interesante coincidencia, diría yo, con el deseo de Macario de beber la leche de Felipa. Pero concluyamos: creo haber, si no demostrado, por lo menos sugerido convincentemente la notoria habilidad de Rulfo para entregarnos narraciones en las cuales las tradiciones culturales que conforman la cultura mexicana, la occidental cristiana y la mexica precortesiana, se hallan en interesante trabazón, pero en una trabazón que a la vez abraza las frustraciones y añoranzas del ser occidental moderno en su mundo ausente de promesas trascendentales. Notas (1) Una primera aproximación mía a No oyes ladrar los perros fue publicada en LASARTE P. 1990: 101-118. (2) Al respecto véase VILANOVA Antonio [1952]: 432 y 437. Bibliografía ALCIATI Andrea, 1549, Los emblemas de Alciato traducidos en rima española. Añadidos de figuras y nuevos emblemas en la tercera parte de la obra. Dirigida al Ilustre S. Vázquez de Molina, Mathias Bonhome, Lyon. BRUNDAGE Burr Cartwright, 1979, The Fifth Sun, Aztec Gods, Aztec World, Austin, University of Texas Press. LÓPEZ AUSTIN Alfredo, 1988 [1980], The Human Body and Ideology. Concepts of the Ancient Nahuas, Tomo I, Salt Lake City, University of Utah Press. HAHN Juerguen 1973, The origins of the baroque concept of 'peregrinatio'. Chapel Hill, The University of North Carolina Press. LASARTE Pedro, 1990, "No oyes ladrar los perros" de Juan Rulfo: peregrinaje hacia el origen, "Inti", n. 29, Providence, Providence College, Rhode Island, pp. 101-118. MCKEEVER FURST Jill Leslie, 1995, The Natural History of the Soul in Ancient Mexico, New Haven and London, Yale University Press. PALLADIUS, 419-220 [2004], The Lausiac History, Crestwood, NY: St. Vladimir Seminary Press. RULFO Juan, 1988 [1953], El llano en llamas, Cátedra, Madrid. The Greek Anthology, c. siglo X [1925-27], Tomo III, London, W. Heinemann. VILANOVA Antonio [1952], El peregrino de amor en Las soledades de Góngora, en Estudios dedicados a Menéndez Pidal, Tomo III, Madrid, 1952, pp. 421-460. VIRGILIO 29-19 BC [1945], La Eneida, Bogotá, Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana.