1. Arzobispado de Arequipa
Domingo
26 de julio
del 2015
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba
NUESTRA PATRIA
Con la Misa Te Deum, la Sesión Solemne y el
Desfile Cívico Militar, enArequipa comenzamos
a celebrar hoy las Fiestas Patrias. Son días
festivos, en los cuales nos felicitamos por ser
parte de este Perú tan bello y rico en su variedad
de recursos naturales, tradiciones culturales y
generosidad de su gente. Perú es un enorme don
de Dios, ya desde la grandeza del mar que baña
nuestras costas, la majestuosidad de los Andes y
la exótica belleza de la selva amazónica.
Tenemos también la riqueza de la
multiculturalidad y del legado que las culturas
ancestrales han ido aportando a la configuración
de nuestra actual identidad nacional. A ello se
añade la nobleza de los peruanos, que se traduce
en la capacidad de acogida a quienes nos visitan,
el espíritu de sacrificio y emprendimiento que
nos caracteriza, la solidaridad que en no pocas
ocasiones nos ha permitido superar tiempos y
situacionesdifíciles.
Sin embargo, y sin perjuicio de todos esos
atributos, creo que el principal don que Dios ha
dado al Perú es la Iglesia Católica que, como
reconoce el artículo 50 de la actual Constitución
Política de nuestro país, ha contribuido en el
desarrollo histórico de nuestra nación y, al mismo
tiempo, en la conformación de nuestra cultura e
identidad nacional. Uno de los elementos que
más ha ayudado a la unidad nacional ha sido,
desde los tiempos del Virreinato y más aún
durante la República, nuestra fe católica. En ella
se han forjado la mayoría de los grandes héroes y
personajes ilustres de nuestra patria. En esa fe se
han cimentado los grandes valores que han
caracterizado a nuestra sociedad. De ella, la
mayoría de los peruanos hemos sacado y
continuamos sacando las fuerzas para superar las
adversidades que, periódicamente o de modo
permanente,nos tocaatravesar.
Ahora bien, pese a todo lo dicho, todavía nos
queda mucho por hacer. El Perú adolece de
graves contrastes sociales y económicos que
afectan a una parte muy considerable de la
población, especialmente a los más pobres y
marginados. El pecado, que habita en el corazón
de los hombres, nos enceguece y muchas veces
nos lleva a no mirar al otro, al prójimo, como a un
hermano, sino a ignorarlo o verlo como un
adversario. Ese mismo pecado nos vuelve
egoístas e insensibles. La cultura de la muerte,
como la llamó el santo Papa Juan Pablo II y que
ahora el Papa Francisco llama cultura del
descarte, acecha a nuestra patria y quiere diluirla
en una globalización de la indiferencia y de la
idolatríadeldinero,delpodery delplacer.
La fe cristiana, que compartimos la casi totalidad
de los peruanos, nos debe llevar a participar en la
tarea de evitar que el Perú se convierta en una
colonia del imperialismo ideológico y
económico que está haciendo tanto daño en otras
partes del mundo. Ante la cercanía del
bicentenario de la Independencia nacional,
estamos llamados a unir esfuerzos para no perder
nuestra identidad católica sino más bien,
apoyados en la fe, superar las lamentables y
drásticas desigualdades que aún existen entre
nosotros. Si todos los peruanos somos hijos de
Dios, es decir de un mismo Padre, entonces
somos miembros de una misma familia y, por
tanto, hemos de contribuir al bien común, que es
el bien de todos y cada uno. Nuestra patria ganará
mucho cuando todos nos unamos en un proyecto
común de país, en el cual nadie se sienta
descartado sino, por el contrario, acogido y
ayudado.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa