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Detalle de un misil Taurus
Tomahawk para la Armada, definitivamente ... quizás
César Pintado
La adquisición de misiles de crucero Tomahawk para la Armada Española es una aspiración
largamente acariciada que tuvo su origen en abril de 2002. En aquellos días la relación con
Washington era de clara sintonía y comenzaron los contactos entre los estados mayores de la US
Navy y de la Armada para la transferencia de hasta 40 unidades.
En junio de 2005, en un clima muy distinto, fue el secretario de Defensa Ronald Rumsfeld quien
aprobó la venta de los Tomahawk una vez la US Navy se pronunció a favor. La Armada ya había
terminado entonces el estudio de viabilidad para la instalación en las fragatas F-100 y los
submarinos S-80. En el camino se descartaron otras opciones como el Scalp, la versión naval del
británico Storm Shadow.
Unos dos años después se anunció la compra de 24 misiles Tomahawk por un total de 72 millones
de euros, decisión muy celebrada en la Armada. El salto cualitativo era enorme: por primera vez
dispondría de un misil capaz de alcanzar objetivos a 1.600 Kms con un margen de error de 10
metros y sin necesidad de arriesgar pilotos ni aviones. La versión elegida fue la Tac-Tom (el RGM-
109E Block IV SVL), un misil subsónico de ataque a tierra y menor alcance que sus antecesores,
pero que presentaba interesantes mejoras como la posibilidad de reprogramación en vuelo o elegir
entre 15 blancos alternativos.
Con los 72 millones no sólo se cubría el coste de los misiles (aunque cada uno de ellos supera el
medio millón), sino que también se incluía la formación de las tripulaciones, diverso equipamiento
técnico y la adaptación de las plataformas. Respecto a esto último, la adaptación de las F-100 no
era complicada ya que incluyen lanzadores verticales; en los S-80 lo era un poco más, al tener
que lanzarse con los tubos lanzatorpedos, pero tampoco suponía un obstáculo. El valor total del
contrato, en caso de ejecutarse todas las opciones de compra, rondaría los 100 millones de euros.
La justificación doctrinal para tamaña
compra se apoya en el principio de disuasión,
es decir, hacer ver a cualquier posible
agresor que las consecuencias de un ataque
contra España exceden cualquier posible
beneficio. El principal vector de esa
estrategia sería entonces la Armada y no es
difícil imaginar quién sería el objeto de esa
disuasión. Ahora bien, esa capacidad
estratégica no sería utilizable sin el visto
bueno de Washington, con lo que el efecto
disuasorio quedaría seriamente mermado.
En una primera fase, la capacidad de la
Armada no sería más quela de realizar el
disparo, mientras que el Pentágono
seleccionaría o aprobaría los blancos. El uso
del Tomahawk se limitaría pues a las
ocasiones en que España operase en coalición con EEUU. Según los militares, se podría alcanzar a
medio plazo cierta autonomía usando el misil sin apoyo externo, aunque se perdiese precisión.
Todos los sistemas de armamento de última generación están sujetos a restricciones técnicas,
pero en el caso del Tomahawk éstas hacen casi imposible su empleo, ya que necesita el apoyo de
una red de satélites (el GPS) que está fuera de nuestro alcance. Se hace urgente la puesta en
marcha de la red de satélites de navegación Galileo, auspiciada por la Unión Europea.
Si España quiere contar con una serie de blancos al margen de los establecidos y/o aprobados por
Washington, tiene que estudiar y actualizar sus propias rutas de aproximación. Tal sería la misión
del Centro de Planeamiento Nacional del Tomahawk que la Armada pretendía poner en marcha para
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realmente dotar a España de un misil de crucero autónomo que entrase en servicio para 2012.
Claro que todo esto quedó en una discusión académica en mayo de 2009, cuando Defensa
comunicó al Pentágono que España renunciaba definitivamente a la compra pactada en 2005.
Según informó el diario El País, se alegaron motivos como la existencia de otras prioridades, los
recortes presupuestarios y la posible adopción de un misil de crucero europeo. Lo que choca de
ese comunicado es "definitivamente". En realidad, Defensa se reservó el derecho de comprar la
tecnología para dotar a las F-100 y a los S-80 de los tubos lanzadores para el Tomahawk, de
forma que sea posible incorporarlos en un futuro más económicamente propicio.
No hay que olvidar que un mes antes el Ejército del Aire probó con éxito otro misil crucero desde
un F-18, el Taurus KEPD 350, del que ya se han encargado 46 unidades. Con un alcance de 500
Kms, al que hay que añadir el radio de acción de los F-18 españoles (unos 780 Kms, dependiendo
de la configuración), y una ojiva de 500 Kg, el Taurus ofrece una capacidad estratégica nada
desdeñable. Es más, la Luftwaffe tiene previsto adquirir hasta 600 unidades, lo que constituye una
importantísima reserva en manos de un socio tecnológico como Alemania, que no afrontaría los
conflictos de intereses de Francia o Estados Unidos en determinados casos.
Misil Taurus integrados en un F-18
La conclusión más obvia es que en un contexto de drásticos recortes, el Tomahawk no parece una
prioridad para Defensa. En su lugar, parece adoptarse una solución de circunstancias como la
formada por el tándem F-18-Taurus. Basta mirar el cuadro de características para ver que el
segundo no es un sustituto del primero, pero en opinión de quien esto escribe sí es una solución
aceptable para una fase previa a la adopción definitiva del Tomahawk.
Hablemos claro: no hay un equivalente europeo al Tomahawk ni lo habrá en un futuro previsible.
¿Necesita España dotarse de un medio de disuasión autónomo de ese calibre? Rotundamente sí,
incluso enfatizando la autonomía sobre el "calibre". No es de recibo hacer esa inversión y
convertirnos en el tercer usuario del Tomahawk si su empleo está condicionado a la aprobación de
terceras partes, incluso si están en juego intereses estratégicos vitales o la propia integridad
territorial.
Esperemos pues tiempos mejores, cuando la coyuntura económica y el sistema Galileo nos
permitan entrar en ese restringido club por la puerta grande. Nuestra cerviz ya está lo bastante
baja.
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