1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 15, julio-agosto 2007
Foto:Baharri http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto
www.fvmartin.net
“Una ostra que no ha sido herida no puede
producir perlas. Las perlas son producto del
dolor, resultado de la entrada de una sustancia
extraña e indeseable en el interior de la ostra,
como un parásito o un grano de arena.
Cuando penetra en la ostra un grano de arena,
ésta segrega su nácar cubriendo el grano de
arena con capas y más capas de esta sustancia
para proteger su débil cuerpo.
Como resultado, se va formando una hermosa
perla. Una ostra que no fue herida de algún
modo no puede producir perlas, porque las
perlas son heridas cicatrizadas...”
(Autor desconocido)
Las personas actuamos de forma similar a las
ostras. Cuando nos acontece una adversidad o
una pérdida (de salud, riqueza, afecto, etc.),
nuestra debilidad se manifiesta con un
sufrimiento de mayor o menor intensidad. Para
protegernos del dolor recurrimos a nuestro
nácar mental, que consiste en darle muchas
vueltas al asunto, de forma que amplificamos el
trauma o lo reconducimos.
A diferencia de las ostras, unas veces
logramos una solución elegante y otras no;
ya que en una misma dirección hay dos
sentidos contrarios:
Son muchas las personas que usan el
nácar de la justificación y la queja,
proclamándose inocentes y buscando
culpables. Esta actitud, tranquilizante y
aparentemente eficaz, no les permitirá
descubrir cómo evitar nuevas catástrofes.
Se convertirán en cultivadores de perlas de
amargura, que terminarán por ahogarles.
Otros, en cambio, usan el nácar de la
reflexión logrando construir al final una
perla de sabiduría, que incluirá en su
interior un error o un horror, pero que les
capacitará para evitar -o afrontar con más
habilidad- futuros infortunios.
Sócrates, Platón y Aristóteles dudaban de
que un ser humano pudiese llegar a la
sabiduría en la juventud, por la evidente falta
de experiencia, sin haber tenido tiempo de
vivir ni reflexionar sobre un gran número de
acontecimientos. El segundo de los tres llegó
incluso a aventurar una cifra de madurez:
¡nadie puede ser sabio antes de los 50 años!
Condición necesaria pero no suficiente.
Está en nuestra naturaleza buscar el placer y
evitar el dolor, disfrutar el éxito y lamentar el
fracaso. Cuando aparecen por sorpresa,
conviene detenerse a cuestionar y meditar
sobre los mecanismos que uno y otro
encierran, para repetirlos y evitarlos,
respectivamente. No es lo mismo utilizar un
nácar mental de soberbia, cinismo y rencor,
que otro de modestia, sensatez y amor.
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