Este documento habla sobre las causas de los gritos y discusiones entre las personas cuando están enojadas, y cómo esto puede alejar sus corazones y distanciarlos. También contrasta esto con cómo la cercanía y el amor entre dos personas los hace hablar suavemente y susurrarse, acercando sus corazones. Finalmente, advierte que durante las discusiones no se debe permitir que los corazones se alejen ni usar palabras que aumenten la distancia, o de lo contrario será difícil volver a unirse.
1. Efrén Martín, gerente de FV y profesor de Deusto Business School
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“¿Por qué los humanos se gritan cuando están enfadados? Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar.
¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente. Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.
Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y su amor les acerca aun más. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así de cerca están dos personas cuando se aman.
Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más; o llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán el camino de regreso”.
Nº 92 Agosto 2014 http://confidenciasdeungerente.blogspot.com www.fvmartin.net
Decía Gandhi: “La percepción de la realidad sólo es posible desde la no violencia total”. Meta improbable sin alejarnos del diálogo interno y externo de la agresividad: Desear. Depredar bienes y estatus de otros, por ambición o envidia, sin necesidad real. Un ansia que no es exclusiva de las clases altas, según defiende Carlos Martín: “El odio que inspiran los protegidos y favoritos no es más que nuestro deseo por ocupar su posición... Les negamos nuestro respeto al no poderles quitar lo que les vale el respeto de todos… Estamos rodeados de cortesanos: en el trabajo, en la política, en la religión, en la economía y en la familia. Estos últimos son los más peligrosos ya que ante ellos bajamos la guardia”. Juzgar. Vemos en nosotros buena intención sin mala conducta y mala conducta con peor intención en los demás. Una doble vara de medir, perfecta para crear conflictos por doquier. Aconsejaba J. M. Barrie: “Nunca atribuyas a un adversario motivaciones más viles que las tuyas”; como base de la regla de oro de la relaciones humanas, que sugiere dar a los demás el trato que nos gustaría recibir; incluyendo comprensión. Malinterpretar. Toda comunicación implica idea y emoción, siendo ésta la más relevante.
Mientras el lenguaje verbal es el sistema rico en reglas y pobre en significado, que transmite las ideas; las emociones se expresan con un sistema gestual rico en significado y pobre en reglas. Sin ser plenamente conscientes, nos ofendemos con actos, tonos y miradas; que restan interés hacia los objetivos que pudieran acercarnos y llevan la atención a cuestiones triviales y de orgullo mal entendido. Todo deriva en la pérdida de cercanía, tiempo y energía. Insultar. Actividad propia de un pensamiento culturalmente condicionado, que rebosa costumbres nada encomiables. Nos es más cómodo, para resolver ingratas disonancias, pensar que deben cambiar los demás; en lugar de cambiar nosotros. Preferimos justificamos y criticarles. Pero cuanto más se hace, más fuerte se hace el hábito; y lo que comienza como pretexto requiere ir “in crescendo” para aliviar un creciente malestar. Prueba irrefutable de lo absurdo de esta usanza es su tendencia a alimentarse a sí misma: “Cuanto más se insulta a una persona… más apetece insultarla”.
Tanto ruido, interior y exterior, impide el entendimiento, nos distancia y ensordece; degenerando fácilmente en agresión física, o en ruptura, gracias a un efecto chocante:
¡No me grites, que no te oigo!