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LA CANCIÓN POPULAR TESTIMONIAL
Entre 1870 y 1900, y como consecuencia del desarrollo industrial de los países europeos, nuestro país se convirtió en
dependiente de la economía inglesa. Aparecieron las grandes inversiones y se puso en movimiento el territorio.
Comenzó el trazado de líneas férreas desde Buenos Aires hacia los lugares más productivos y se abrieron las puertas a
la inmigración masiva.
La exportación millonaria de granos y carnes arrojó como resultado una acumulación de divisas que hicieron
inmensamente rica a una minoría que se alojó en un barrio selecto. A ella le esperaban la vida nocturna con sus
teatros, restaurantes de moda y fiestas de alto vuelo, los viajes, los clubes y la moda importada de Inglaterra o Francia.
El resto, carente de medios y en gran parte productor de esas riquezas, debió conformarse con las zonas periféricas de
los barrios y el suburbio, el salario escaso, la falta de trabajo, el ambiente sórdido y miserable, el delito y la
prostitución. Los conventillos cobijaron a los inmigrantes (españoles e italianos en su mayoría) que no eran
precisamente –como los ideólogos creían- artistas, intelectuales o científicos.
ACQUAFORTE
Carlos Marambio Catán
Es medianoche, el cabaret despierta,
muchas mujeres, música y champán,
va a comenzar la eterna y triste fiesta
de los que viven al ritmo del gotán.
Un viejo verde que gasta su dinero
emborrachando a Lulú con su champán
hoy le negó el aumento a un pobre obrero
que le pidió un pedazo más de pan.
Y aquella pobre mujer que vende flores
y fue en sus tiempos la reina de Montmartre
me ofrece con dolor unas violetas
para alegrar tal vez mi soledad.
Y pienso en la vida... la madres que sufren,
los¡Qué triste es todo esto! Quisiera llorar.
Orígenes del tango
No se conoce con exactitud el origen del tango (cuándo y dónde nació) pues no se posee documentación adecuada. Las
generaciones literarias finiseculares tenían sus sentidos puestos en Francia y no en la vida del país. Ignoraban lo que ocurría
en torno de ellas y no captaron el fenómeno. No obstante esto, puede afirmarse que para 1870 aparece como HÍBRIDO,
producto de la HABANERA y la MILONGA.
Se llamó “tango americano” a las habaneras que traían al puerto de Buenos Aires los marineros cubanos que de la HABANA
venían. También se habla de la influencia del TANGO ANDALUZ.
Se pueden establecer 3 épocas:
El proceso de difusión y propagación de la nueva música se llevó a cabo por varios caminos:
El tango y el prostíbulo
Contrariamente a la opinión general, el prostíbulo no fue cuna del tango sino el lugar donde se bailaba tango, pues se lo
anexó como una atracción más para mantener y acrecentar la clientela. De allí que se haya confundido y relacionado al tango
con el sexo.
En una ciudad carente de distracciones para la gente del suburbio como fuera Buenos Aires, el auge de la milonga y del
tango provocó la instalación de bailes públicos que se denominaron ACADEMIAS. Allí concurrían orilleros y la juventud
masculina de las clases acomodadas.
Si bien el tango se inició bailando muy juntos, la función de la mujer en el tiempo que duraba la interpretación de la
coreografía no era la de excitar al hombre, sino seguir a este y realizar las figuras que le exigía la pareja. El aspecto físico y
El Tango nació en un ambiente de gente sin posibilidades de conquistas económicas, que no visualizaban un empleo
de salario asegurado en el porvenir. Fue el producto de un grupo social al que pertenecían individuos desorientados,
resentidos, en un ambiente estático.
1 Tango milonga (hasta 1895).
3 Tango argentino o porteño (entre 1905 y 1910), sale de las orillas y llega al centro. En el avance se transforma
en tango definitivamente.
1 Los organitos italianos que recorrían la ciudad con sus loros y papelitos de la buena suerte.
2 Los mayorales de los tranvías que anunciaban su paso con trozos de tangos con sus cornetas.
3 Los "niños bien" que lo bailaron -a escondidas primero- con sus hermanas, primas, novias y luego adecentado,
con "luz", "derecho viejo", sin cortes ni quebradas, en las reuniones bailables de su ambiente.
4 El cine y el teatro que mostraron a las masas el placer del buen vivir de los privilegiados, poniendo el dedo índice
acusador sobre los señoritos, causantes de las desgracias de las "milonguitas".
Es medianoche, el cabaret despierta,
muchas mujeres, música y champán,
va a comenzar la eterna y triste fiesta
de los que viven al ritmo del gotán.
Cuarentaaños de vida me encadenan.
Blanca la testa, viejo el corazón,
hoy vengo de mirar con mucha pena
lo que otros años miréconilusión:
las pobres milongas dopadas de besos
me miran, extrañas, con curiosidad.
Ya no me conocen, estoy solo y viejo.
No hay luz en mis ojos; la vida se va.
Un viejo verde que gasta su dinero
emborrachando a Lulú con su champán
hoyle negó elaumentoa un pobreobrero
que le pidió unpedazo másde pan.
Y aquella pobre mujer que vende flores
y fue en sus tiempos la reina de Montmartre
me ofrece con dolor unas violetas
para alegrar tal vez mi soledad.
Y pienso enlavida...las madres que sufren,
los hijos que vagan sin techo y sin pan
vendiendoLaPrensa,ganando dos guitas.
¡Qué triste es todo esto!¡Quisiera llorar!
2 Tango criollo (hasta 1905, un primer desarrollo del tango propiamente dicho).
2
sus atractivos femeninos no contaban para nada. Sólo importaba que supieran bailar muy bien. Se abonaba una tarifa por
cada pieza y la casa pagaba a las mujeres una asignación por cada día de trabajo.
No había lujuria en el labrado. Se bailaba con la honda fruición de bailar, pero se bailaba peleando. La rivalidad entre los
danzantes, la pugna entre los barrios consumían la atención y requerían cuidado. No podía el hombre bailar retrocediendo
pues la espalda no debe acercarse a la del enemigo potencial. El orgullo de saber bailar bien era típico del orillero que se
preciaba como tal. Mostrarse "patadura" podía resultar tan negativo para el prestigio viril como ser "chambón" con el
cuchillo.
El tango mantiene a la pareja enlazada e introduce la suspensión del desplazamiento. Las dominantes danzas de enlace
exigían "movimiento continuo", debían enhebrar acompasados paseos o vueltas sin detenerse un instante. En el tango, los
integrantes se aquietan de pronto. Suele pararse el hombre mientras la mujer caracolea o gira en torno y a la inversa, firme la
mujer, puede moverse el hombre.
Las "figuras" se elaboran en el instante de la realización y van en serie, sin parar. Persiste la inventiva y se trata de un
espectáculo que se renueva en cada presentación; crea cada vez una versión del tango que nunca acertará a repetir con total
exactitud.
El tango y la moral burguesa
La concepción burguesa de que el tango era sinónimo de sexo surgió cuando los hombres del centro que frecuentaban los
prostíbulos, academias o casas de baile (como "Laura" en Paraguay 2515, o "María La Vasca" Carlos Calvo 2721), de
regreso a los lugares habituales de vida, difundieron dentro del círculo de amistades y en su propio hogar, esa imagen que,
por otra parte, no podía ser otra para ellos. De esa circunstancia nace la enconada lucha y permanente rechazo de la
burguesía hacia el tango, no por ser un baile nuevo sino por ser practicado en lugares lascivos.
En un principio, la moral burguesa no permitió bajo ningún concepto que la danza del suburbio llegara a los salones de baile
familiares, pero no impidió ni condenó en ningún momento, que el varón concurriese al suburbio para practicarlo. Cerró
los ojos ante esta situación y dejó hacer, pues, por este camino, la juventud masculina halló salida a los ímpetus sexuales, al
mismo tiempo que preservó la moral de las jóvenes casaderas.
Hacia 1910, el tango triunfó en París y luego conquistó la "high life" porteña, la "failaife" con que se reían los letristas. La
señorita de sociedad lo comienza a bailar y cantar; su letra le da a conocer los secretos de la angustia plebeya.
NIÑO BIEN
Víctor Soliño y Roberto Fontaina
Niño bien, pretencioso y engrupido,
que tenés berretín de figurar,
niño bien que llevás dos apellidos
y que usás de escritorio el "petit-bar".
Pelandrún que la vas de distinguido
y siempre hablás de la estancia de papá,
mientras tu viejo pa' ganarse el puchero
todos los días sale a vender fainá.
Vos te creés que porque hablás de "ti",
fumás tabaco inglés, paseás por Sarandí
y te cortás las patillas a lo Rodolfo
sos un fifí.
Porque usás la corbata carmín
y allá en el Chantecler
la vas de bailarín
y te mandás la viava de gomina,
te creés que sos un rana
y sos un pobre gil.
Niño bien que saliste del suburbio,
de un bulín alumbrado a querosén,
que tenés pedigré bastante turbio
y batís que sos de familia bien.
¿No manyás que estás mostrando la hilacha?
Y al caminar con aire triunfador,
se ve bien claro que tenés mucha clase
GARUFA
Víctor Soliño y Roberto Fontaina
Del barrio "La Mondiola", sos el más rana
y te llaman "Garufa" por lo bacán,
tenés más pretensiones que bataclana
que hubiera "hecho suceso" con un "gotán".
Durante la semana, meta laburo
y el sábado a la noche, sos un doctor.
Te encajás las polainas y el cuelo duro
y te venís pa'l centro de rompedor.
Garufa, ¡pucha que sos divertido!
Garufa, ¡vos sos un caso perdido!
Tu vieja dice que sos un bandido
porque supo que te vieron la otra noche
en el Parque Japonés.
Caés a la milonga en cuanto empieza
y sos para las minas el vareador.
Sos capaz de bailarte "La Marsellesa",
"La marcha a Garibaldi" y "El Trovador".
Con un café con leche y una ensaimada,
rematás las noches de bacanal
y al volver a tu casa de madrugada,
decís: "Yo soy un rana fenomenal".
Las letras del tango
A través de las letras, se puede tener una visión muy cercana de la realidad del medio y se puede penetrar en el mundo
interior de sus protagonistas. Las letras dan testimonio de una época.
En la línea del TANGO TESTIMONIAL, se encuentran Ángel Villoldo, quien con su milonga Matufias, se adelanta a
Cambalache de Enrique Santos Discépolo y al tango Al mundo le falta un tornillo de Enrique Cadícamo.
GARUFA
Víctor Soliño y Roberto Fontaina
Del barrio "La Mondiola", sos el más rana
y te llaman "Garufa" por lo bacán,
tenés más pretensiones que bataclana
que hubiera "hecho suceso" con un "gotán".
Durante la semana, meta laburo
y el sábado a la noche, sos un doctor.
Te encajás las polainas y el cuello duro
y te venís pa'l centro de rompedor.
Garufa, ¡pucha que sos divertido!
Garufa, ¡vos sos un caso perdido!
Tu vieja dice que sos un bandido
porque supo que te vieron la otra noche
en el Parque Japonés.
Caés a la milonga en cuanto empieza
y sos para las minas el vareador.
Sos capaz de bailarte "La Marsellesa",
"La marcha a Garibaldi" y "El Trovador".
Con un café con leche y una ensaimada,
rematás las noches de bacanal
y al volver a tu casa de madrugada,
decís:"Yo soy un rana fenomenal".
NIÑO BIEN
Víctor Soliño y Roberto Fontaina
Niño bien, pretencioso y engrupido,
que tenés berretín de figurar,
niño bien que llevás dos apellidos
y que usás de escritorio el "petit-bar".
Pelandrún que la vas de distinguido
y siempre hablás de la estancia de papá,
mientras tu viejo pa' ganarse el puchero
todos los días sale a vender fainá.
Vos te creés que porque hablás de "ti",
fumás tabaco inglés, paseás por Sarandí
y te cortás las patillas a lo Rodolfo
sos un fifí.
Porque usás la corbata carmín
y allá en el Chantecler
la vas de bailarín
y te mandás la viava de gomina,
te creés que sos un rana
y sos un pobre gil.
Niño bien que saliste del suburbio,
de un bulín alumbrado a querosén,
que tenés pedigré bastante turbio
y batís que sos de familia bien.
¿No manyás que estás mostrando la hilacha?
Y al caminar con aire triunfador,
se ve bien claro que tenés muchas clase
para lucirte detrás de un mostrador.
3
MATUFIAS
Ángel Villoldo
En el siglo en que vivimos
de lo más original,
el progreso nos ha dado
una vida artificial.
Muchos andan a máquina
porque es viejo andar a pie,
hay extractos de alimentos
y hay quien pasa sin comer.
Siempre hablamos del progreso
buscando la perfección
y reina el arte moderno
en todita su extensión.
La chanchuya y la matufia
hoy forman la sociedad
y nuestra vida moderna
es una calamidad.
De unas drogas hacen vino
y de porotos, café;
de maní es el chocolate
y de yerba se hace el té.
Las medicinas, veneno
que quitan fuerza y salud;
los licores vomitivos
que llevan al ataúd.
Cuando sirven plato
en algún lujoso hotel
por liebre nos dan un gato
y una torta por pastel.
El aceite de la oliva
hoy no se puede encontrar
pues el aceite de potro
lo ha venido a desbancar.
El tabaco que fumamos
es “habano pour reclam”
pues así lo bautizaron
cuando nació en Tucumán.
La leche se “pastoriza”
con el agua y almidón
y con carne de ratones,
se fabrica el salchichón.
Los curas las bendiciones
las venden y hasta el misal;
y sin que nunca proteste
la gran corte celestial.
Siempre suceden desfalcos
en muchas reparticiones,
pero nunca a los rateros
los meten en las prisiones.
Se presenta un candidato,
diputado nacional,
y a la faz de todo el mundo
compra el voto popular.
Se come asado con cuero
y se chupa a discreción
celebrando la matufia
de una embrollada elección.
Hoy la matufia está en boga
y siempre crecerá más
y mientras, el pobre trabaja
y no hace más que pagar.
Señores, abrir el ojo
y no acostarse a dormir.
Hay que estudiar con provecho
el gran arte de vivir.
CAMBALACHE
Enrique Santos Discépolo
Que el mundo fue y será una
porquería
ya lo sé.
En el quinientos seis y en el dos mil
también;
que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y doblez...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue de maldad
insolente
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo, todos
manoseaos.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual, nada es mejor.
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos
ni escalafón.
Los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro afana en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.
¡Qué falta de respeto!
¡Qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclaos con Stavinsky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida
y herida por un sable sin remaches,
ves llorar la Biblia contra un calefón.
Siglo veinte, cambalache
problemático y febril,
el que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale nomás! ¡Dale que va!
Que allá en el horno
nos vamo'a encontrar.
Nos pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao.
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de las minas,
que el que mata que el cura
o está fuera de la ley.
AL MUNDO LE FALTA UN TORNILLO
Enrique Cadícamo
Todo el mundo está en la estufa:
triste, amargo, sin garufa,
melancólico y cortao.
Se acabaron los robustos.
¡Si hasta yo, que daba gusto,
cuatro kilos he bajao!
Hoy no hay guita ni de asalto
y el puchero está tan alto
que hay que usar un trampolín.
¡Si habrá crisis, bronca y hambre,
que el que compra un poco de fiambre
hoy se morfa hasta el piolín!
Hoy se vive de prepo
y se duerme apurao
y la barba hasta a Cristo
se la han afeitao.
Hoy se lleva a empeñar
al amigo más fiel.
Nadie invita a morfar,
todo el mundo en el riel.
Al mundo le falta un tornillo:
¡que venga un mecánico
pa' ver si lo puede arreglar!
¿Qué sucede? ¡Mama mía!
Se cayó la estantería
o San Pedro abrió el portón.
La creación anda a las piñas
y de puro arrebatiña,
apoliya sin colchón.
El ladrón es hoy decente
y a la fuerza, se hizo gente:
ya no encuentra a quien robar.
Y el honrao se ha vuelto chorro
porque en su fiebre de ahorro,
él "se afana" por guardar.
4
Por lo general, las letras son pesimistas y reflejan el conventillo, la paica, el malevo, la obrerita, el delincuente, los sueños,
las realidades, las injusticias, los deseos de modificar las distorsiones de la vida y por sobre todo, lo irreversible de los
hechos.
Sin embargo, un análisis profundo lleva más allá de las palabras y de los personajes. El pintoresquismo de la anécdota
debe dejarse de lado, pues la profundidad del tango no radica en ello, sino en su protesta y su crítica a la sociedad que lo
engendra y somete. Muchos han caído en el error de decir que el tango es sólo reflejo del ambiente del mal vivir de la
sociedad argentina, cuando el tango no sólo refleja un sector sino que sirve para comprender a la sociedad toda.
Bajos fondos y mala vida no son exclusivos del tango sino de la sociedad que los contiene, pues una sociedad estructurada
sobre el privilegio da a la fuerza una distorsión de los valores morales y religiosos para todos aquellos que deben luchar por
el pan diario. Entonces, a la larga, la posición de estos será la negación de esos valores que sustenta la misma sociedad en
que conviven, una sociedad donde unos pocos con poder ordenan, exhiben cultura y dinero sin necesidad de "agachar el
lomo" todos los días, un grupo que amasa una gran fortuna sin reparos éticos ni religiosos para poder vivir en el ocio.
El hombre y la mujer en el tango
El hombre no se expresa tanto por despecho hacia la ex amante que tiene coche, chofer y perrito pequinés. Se rebela ante la
existencia de otro hombre que logró llevársela porque tiene dinero. La mujer debe "dar el mal paso" e irse al centro,
renunciar a sus principios cristianos y prostituirse para poder comer y huir de la miseria. El hombre, por su parte, traicionado
y abandonado, recurre a la droga, al alcohol o al suicidio.
La trayectoria degradante del hombre tiene 2 etapas:
MI NOCHE TRISTE
Pascual Contursi
Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
dejándome el alma herida
y espina en el corazón,
sabiendo que te quería,
que vos eras mi alegría
y mi sueño abrasador.
Para mí ya no hay consuelo
y por eso me encurdelo:
pa' olvidarme de tu amor.
Cuando voy pa' mi cotorro
y lo veo desarreglado,
todo triste, abandonado,
me dan ganas de llorar.
Me detengo largo rato
campaneando tu retrato
pa' poderme consolar.
Ya no hay en el bulín
aquellos lindos frasquitos
adornados con moñitos,
todos del mismo color.
El espejo está empañado
y parece que ha llorado
por la ausencia de tu amor.
De noche, cuando me acuesto,
no puedo cerrar la puerta,
porque dejándola abierta,
me hago ilusión que volvés.
Siempre llevo bizcochitos
pa' tomar con matecitos
como si estuvieras vos,
y si vieras la catrera,
cómo se pone cabrera
cuando no nos ve a los dos.
La guitarra en el ropero
todavía está colgada.
Nadie en ella canta nada
ni hace sus cuerdas vibrar.
Y la lámpara del cuarto
también tu ausencia ha sentido
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.
Las letras en su conjunto demuestran la vieja raíz de la concepción bíblica (Génesis), donde la mujer es un elemento
demoníaco para incitar al pecado, ya que en el tango sexo y pecado son una misma cosa. Esto quedó patentizado en las letras
que narran las "desgracias" a causa de la infidelidad femenina y que la mujer es un ser sin moral, pues no valora y desprecia
los esfuerzos masculinos.
Las letras que mencionan personajes del cabaret pueden dividirse en 3 grupos: 1) las que hablan de muchachas argentinas;
2) las que mencionan a las francesas; y 3) las que se refieren al hombre de cabaret.
Las más famosa de las del primer grupo es, sin duda, Milonguita de Samuel Linning. Los versos se inician con una
referencia al pasado idílico y concluyen comparándolo con su vida actual. "Milonguita" era el término habitual con el que se
designaba a las prostitutas jóvenes, diminutivo de "milonguera", que era la mujer contratada para bailar en sitios públicos.
La otra especie de cabaretera que nombra el tango es la francesa que, enamorada, deja su patria para seguir al hombre que
con engaños, la trae a la Argentina, donde constituye uno de los productos mejor pagados en el mercado de la trata de
blancas. Griseta de José González Castillo y Madame Ivonne de Enrique Cadícamo reflejan esta situación.
Los años de cabaret son años de derroche en la Argentina, pues el magnate despilfarra un capital que recuperará sin mucho
esfuerzo y en París, donde los argentinos "tiran manteca al techo".
B Aceptación de la versatilidad de las relaciones sexuales de la mujer con la condición de tenerla en el momento en
que se la necesita, especialmente si esa necesidad es sexual.
A Comprensión de las faltas de la mujer con un atisbo de tolerancia y justificación al aceptarlas de vuelta en el bulín
pese a la traición pasada.
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MILONGUITA
Samuel Linning
¿Te acordás, Milonguita? Vos eras
la pebeta más linda 'e Chiclana.
La pollera cortona y en las trenzas...
y en las trenzas, un beso de sol.
¿Y en aquellas noches de verano
que soñaba tu almita, mujer,
al oír en la esquina algún tango
chamuyarte bajito de amor?
chamuyarte bajito de amor?
Estercita,
hoy te llaman Milonguita,
flor de lujo y de placer,
flor de noche y cabaret.
Milonguita,
los hombres te han hecho mal
y hoy darías todas tu alma
por vestirte de percal.
Cuando sales por la madrugada,
Milonguita, de aquel cabaret,
toda tu alma temblando de frío,
dices: "¡Ay, si pudiera querer!"
Y entre el vino y el último tango,
pa'l cotorro te saca un bacán.
¡Ay, qué sola, Estercita, te sientes!
Si llorás, decís que es el champán.
GRISETA
José González Castillo
Mezcla rara de Museta y de Mimí,
con caricias de Rodolfo y de
Schaunard,
era la flor de París
que un sueño de novela trajo al
arrabal.
Y en el loco divagar del cabaret,
al arrullo de un tango compadrón,
alentaba una ilusión:
soñaba con Des Grieux,
quería ser Manon.
quería ser Manon.
Francesita
que trajiste, pizpireta,
sentimental y coqueta,
la poesía del quartier,
¿quién diría
que tu poema de griseta
sólo una estrofa tendría:
la silenciosa agonía
de Margarita Gauthier?
Mas la fría sordidez del arrabal,
agostando la pureza de su fe,
sin hallar a su Duval,
secó su corazón lo mismo que un
muguet.
Y una noche de champán y de cocó,
al arrullo funeral de un bandoneón,
pobrecita, se durmió,
lo mismo que Mimí,
lo mismo que Manon.
INFAMIA
Enrique Santos Discépolo
La gente que es brutal cuando se ensaña,
la gente que es feroz cuando hace un mal,
buscó para hacer títeres en su guignol
la imagen de tu amor y mi esperanza.
¿A mí qué me importaba tu pasado,
si tu alma entraba pura a un porvenir?
Dichoso abrí los brazos a tu afán
y con mi amor, salimos de payasos a vivir.
Fue inútil gritar que querías ser buena,
fue estúpido aullar la promesa de tu redención.
La gente es brutal y odia siempre al que sueña;
lo burla y con risas, despena su intento mejor.
Tu historia y mi honor, desnudados en la feria,
bailaron su danza de horror sin compasión.
Tu angustia comprendió que era imposible.
(Luchar contra la gente es infernal).
Por eso me dejaste sin decirlo, amor,
y fuiste a hundirte al fin en tu destino.
Tu vida desde entonces fue un suicidio,
vorágine de horrores y de alcohol.
Anoche te mataste ya del todo, y mi emoción
te llora en tu descanso, corazón.
Quisiera que Dios
amparara tu sueño,
muñeca de amor
que no pudo alcanzar su ilusión.
Yo quise hacer más, pero sólo fue un ansia.
Que tu alma perdone a mi vida su intento mejor.
De blanco al morir, llegará tu esperanza,
vestida de novia ante Dios
como soñó.
EL TEATRO NACIONAL Y EL GROTESCO
La trayectoria del teatro rioplatense
Hasta mediados del siglo XIX se representan en su mayoría, obras de autores europeos y las que
escriben los poetas románticos no hacen más que reproducir los lineamientos temáticos del
Romanticismo español o francés.
A partir de la Generación del 80 se advierte un intento por emancipar el teatro de esos modelos y
poco a poco, va surgiendo un drama nacional, el drama gauchesco. La mayoría de los criollos sitúan
su origen en 1884, fecha en que se estrena en Buenos Aires Juan Moreira, mimodrama o pantomima
basada en el folletinesco relato del mismo nombre, debido a la pluma fácil de Eduardo Gutiérrez (autor
también de Juan Cuello y Hormiga Negra), especialista en convertir en héroes a delincuentes famosos.
Juan Moreira. Por supuesto, se siguen haciendo en Buenos Aires representaciones de obras de
procedencia europea, a las que asiste una minoría culta, pero la gran masa del público acudía para
divertirse a los espectáculos circenses. Uno famoso había por entonces: el de los Hermanos Carlo, en el
que actuaba como payaso comentador de la realidad política José J. Podestá, que se hizo famoso por el
nombre de “Pepino el 88”.
En el citado año de 1884, se representa, con la actuación de Podestá, la pantomima adaptada de la
novela de Gutiérrez, a la que este mismo había añadido cantos, danzas, gauchos a caballo y duelos a
cuchilladas y a balazos. Obtuvo tal éxito que, dos años después, Podestá decide convertir la pantomima
en un drama hablado, con diálogos proporcionados por Gutiérrez y otros de su invención.
Así empezó el teatro criollo sobre la base de una novela ya existente. En 1889, el espectáculo
obtiene un clamoroso éxito en Montevideo y vuelve a Buenos Aires para ser representada, con igual
fortuna en 1890 y 1891.
El verismo dramático. Se entra ya, con el albor del siglo XX, en la llamada “década gloriosa”, que va
de 1900 a 1910, con el auge del Realismo que favorece el descubrimiento del rasgo propio y original.
Conviven la intención cómica y la dramática: con la primera nos divierte Gregorio de Laferrère (Las de
Barranco, Locos de verano, Jettatore), cuya gracia no es suficiente para borrar el rictus amargo de los
personajes de Florencio Sánchez (M’hijo el dotor, Barranca abajo, La gringa).
Son estos -junto con Roberto J. Payró y Julio Sánchez Gardel- los introductores del verismo
dramático de gran aceptación en los teatros europeos de entresiglos. Se dice de ellos, sin embargo, que
“si bien su dramática es de sabor vernáculo en cuanto al lenguaje, temas, idiosincrasia de sus criaturas,
es menos original en cuanto a formas que los rudimentarios dramas gauchescos del circo, porque los
nuevos autores se enganchan a la tradición teatral europea para resolver sus problemas técnicos.”
Paralelamente se ha venido desarrollando el sainete criollo, de tono satírico-político.
Los saineteros crearon un teatro típico que refleja la vida local. Refieren sucesos de actualidad y
hacen subir la oposición política a las tablas, con continuas alusiones a acontecimientos y personas.
Al principio imitan las formas llegadas de España con el llamado ‘género chico’, clase de obras
teatrales de menor importancia que comprenden sainetes, comedias y zarzuelas de uno o dos actos.
Luego este género declina y lo reemplaza definitivamente el sainete criollo, más afín con el gusto popular. En
ellos, se reproduce una parte reducida de la realidad. Sus personajes son gentes humildes que se han
quedado en la orilla de la ciudad: no se animan a llegar al centro; no quieren adentrarse en la campaña.
En esa franja limítrofe viven personajes típicos en su modo de actuar, de vestirse, de hablar. Son los del
suburbio.
El grotesco
“Desde la época remota de su estreno, ha dicho Enrique García Velloso, Juan Moreira ha salvado
todas las cambiantes del gusto y de las aficiones populares, emocionando e interesando no solamente a
varias generaciones argentinas, sino a los distintos públicos formados en el país por la evolución
cosmopolita. Su asunto y los incidentes fundamentales de su acción pasional son tan humanos que
incluso vertido el drama a un idioma como el italiano, mantuvo intacto su vigor escénico.”
De las dos líneas iniciales -drama gauchesco y sainete- la que sale favorecida es la primera por las
posibilidades en la gama de conflictos que se plantean. El sainete, si bien reflorecido, acabará siendo
desplazado por la presencia de una forma que cavará en lo hondo de la condición humana: el grotesco.
Varios son los factores que darán lugar a esta nueva modalidad del teatro argentino.
Por un lado, el advenimiento de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que dividirá la opinión
pública según los bandos bélicos europeos y producirá un auge en la inmigración hacia la Argentina.
La falta de originalidad y el surgimiento del divismo (el actor o actriz se ha vuelto ‘vedette’). Los
dramaturgos escriben a pedido de esas estrellas y por supuesto, las piezas no tienen la calidad de la
obra de creación, pues las intenciones son más económicas que artísticas. No será extraño entonces,
que compañías de actores se vean repentinamente trabajando en salas semivacías.
Sobreviene la necesidad de actualizar la escena con temas candentes, representativos del
pensamiento y sentir popular.
Pero aún en esta época de declinación existe un grupo de dramaturgos nuevos que intentan dar
nuevo aliento a la dramática ‘porteña’ por el espacio donde se desarrolla y por sus temas. A este grupo
pertenecen Francisco Defilippis Novoa (He visto a Dios, Yo tuve veinte años), Samuel Eichelbaum (Un
guapo del 900, Un tal Servando Gómez), Roberto Arlt (Saverio el cruel, La isla desierta) y Armando
Discépolo.
Armando Discépolo (1887-1971)
Es el máximo creador del grotesco criollo.
Ya desde sus primeras obras se advierte la búsqueda de las caracterizaciones sociales del momento,
con matices entre dramáticos y cómicos.
Son exteriorizaciones de un modo de vida en una ciudad que va colmando sus arrabales con el
pintoresquismo de razas y oficios, de intereses encontrados, de seres que ven crecer la injusticia y
agigantarse la vergüenza de ser honestos en un ambiente donde prospera quien transige con las
exigencias, no siempre decentes y justas, del progreso.
Origen. Pero si se buscan la fuentes del grotesco de Discépolo, debemos evocar al dramaturgo
italiano Roberto Bracco, autor de Don Pietro Carusso (1895), pieza donde se conjugan lo cómico y lo
trágico, la sonrisa y la amargura, y a Luigi Chiarelli con La máscara y el rostro (1913): por primera vez
aparece la denominación ‘grotesco’, ya que califica a su obra como ‘grotesco en tres actos’. Otros
autores como Rosso di San Secondo, Antonelli y más tarde, Pirandello abordarán también de alguna
manera esa modalidad nueva.
Es bajo la influencia de este último, Pirandello, que se va gestando en la producción discepolina el
conflicto entre el individuo y la sociedad que lo caracteriza: el ‘ser auténtico’ frente al ‘ser exterior’, la
reflexión íntima del personaje que se mira a sí mismo, a su interioridad verdadera y no a la máscara que
presenta a los demás, lo que se es y lo que se aparenta (como lo hace Luigi Pirandello en Cada cual a
su juego).
¿Qué es el grotesco?
Es la íntima relación de lo trágico y lo cómico, la simultaneidad de ambas especies dramáticas en
una misma situación y en un mismo personaje. A esta situación se llega a través de un mundo en
descomposición, cuando los valores están en crisis, cuando la risa franca no tiene cabida porque
adentro hay algo que se derrumba.
En ese mundo desnivelado se forman la ‘máscara’ y el ‘rostro’, el parecer y el ser auténtico, la
imagen para los otros, para la sociedad, y el yo íntimo que es autenticidad. Cuando esos dos elementos
se ponen en juego y comienza el rostro a desplazar a la máscara, va proyectándose el grotesco en forma
de personaje.
En el caso de Discépolo, la sociedad en cambio va erigiendo nuevas pautas de conducta, nuevos
mecanismos para el desenvolvimiento del hombre, nuevos métodos para arribar con mayor celeridad al
éxito económico, al progreso que, en el aspecto espiritual, será un retroceso.
En esta atmósfera asoman los desilusionados inmigrantes europeos, italianos y españoles en su
mayoría, que se apiñaron en los alrededores de Buenos Aires tratando de abrirse camino hacia un
porvenir que no fue, en general, tan accesible y promisorio como lo habían soñado.
Al desbaratarse el espejismo, ante la imposibilidad de revertir la situación y volver a enfrentarse con
esa pequeña felicidad, aflora el drama. Todo girará a partir de la desesperanza ante un ideal que no se
cumplió y la consiguiente realidad nefasta.
El grotesco es desproporción, desequilibrio. Los personajes se debaten en un conflicto sin salida, el
de querer y no poder, el deseo y el hecho concreto, el rostro y la realidad, conflicto que irá creciendo
hasta hacerse insoportable: una salida, cualquiera sea será mejor que nada. Quedarse donde se está es
simplemente fracaso seguro.
Atrapados en un dilema irresoluble, se mueven dentro de las cuatro paredes de un conventillo o un
comedor humilde de casa pobre. Ya no son los espacios abiertos del sainete -los célebres patios de
diálogos chispeantes y enredos múltiples-, sino la opresión del encierro, donde encaja mejor la soledad
abrumadora de los personajes. Ya no es tampoco el diálogo lo que interesa sino el soliloquio, lo que cada
criatura se dice -aunque aparentemente se dirija a su interlocutor- a sí misma, hablándole a su
desamparo, a su desaliento, exasperada por el fracaso.
Hasta el clima incide: las piezas transcurren en invierno o bien van de un verano que declina hacia el
frío, como si la temperatura fuera un factor más de la desventura del vivir oprimido.
Las obras giran alrededor del personaje, funcionan en razón del protagonista, un ser mutilado que el
autor atrapa en el momento de la crisis final, cuando el dolor del alma va a estallar en la muerte
(Stéfano) o en la cárcel (Mateo).
¿Cuáles son las características del grotesco?
Podemos resumirlas en tres:
A) La oposición realidad-interioridad, (la ya mencionada dualidad apariencia-ser auténtico).
B) La expresión crítica de esa oposición mediante el monólogo.
El monólogo es el enfrentamiento del personaje consigo mismo. La pieza adquiere su clímax en esta
situación, pues la reflexión balancea el desajuste entre la realidad y la ilusión. Por medio de la
confidencia solitaria las criaturas toman conciencia del fracaso, porque se miran tal cual son, se
despojan de la máscara y dejan ver el rostro. Los pensamientos se sueltan frente a testigos mudos como
para confirmar el peso de una existencia que no ha logrado identificarse con sus aspiraciones.
El personaje que en el punto inicial de la acción es máscara se percata de que se está convirtiendo en
rostro a medida que la máscara se resquebraja y cae al choque de los acontecimientos.
Es la representación de la contradicción advertida, experimentada y finalmente superada, entre la
máscara y el rostro, entre las ideas exteriores, abstractas, sociales del yo superficial, y los sentimientos
íntimos, concretos, individuales del yo profundo.
C) El lenguaje desfigurado por el desencuentro de dos lenguas.
El lenguaje es primordial para la interpretación básica del texto y su contenido. Cada personaje hace
uso de la lengua según su propio código fonético. En esa anárquica babilonia lingüística se notan
diferencias entre el inmigrante que mezcla los idiomas y desfigura el español que a tropezones ha
logrado más o menos aprender y los hijos argentinos que instrumentan su propia lengua con los matices
típicos del porteño, fundamentalmente el del arrabal.
Esta diferenciación lingüística es un modo más de señalar la grieta generacional entre los
inmigrantes y sus hijos argentinos. Los diálogos entre unos y otros son una muestra cabal de esa brecha
que los separa e incomunica. Priva en ellos la agresión constante, la incomprensión, la falta de afecto,
de ternura.
Se suma a lo ridículo de su aspecto exterior un vocabulario sembrado de italianismos,
aplebeyamientos fonéticos, donde se produce la deformación lingüística como prolongación de una
deformación interior más profunda. Estos niveles de lenguaje obedecen a los modelos que el ambiente
porteño ofrecía en las primeras décadas del siglo.
El grotesco criollo simboliza el límite de un grupo humano para integrarse a la realidad que le
propone Buenos Aires. Es el lenguaje de la desilusión y la desesperanza, del choque con un mundo
hostil que enfrenta al personaje con sus limitaciones, con sus frustraciones, con su impotencia para
modificar las circunstancias. Bloqueados por esa impotencia, todo en ellos se manifiesta como una
deformación de su ‘personalidad aniquilada’ (personalidad que es en parte lo que han traído del país
natal y lo que han aprendido en su nueva tierra).
La palabra y los gestos participan de esa anormalidad, en realidad, son integrantes básicos de ella.
Armando Discépolo: el creador del grotesco criollo
Nació en 1887 "en una casa de Paraná y Corrientes", como señaló en diversas oportunidades, cuando se
declaraba "porteño de raíz". Murió en 1971 después de marcar una época definida en el teatro rioplatense con la
creación del grotesco criollo gestado a lo largo de los años. Podemos dividir su obra en dos etapas:
(1) Primera etapa: se extendió desde 1910, fecha de estreno de Entre hierro e iniciación del autor en el teatro,
hasta 1923, fecha de estreno de Mateo. Durante ese período ingresó en el sistema teatral iniciado por Florencio
Sánchez, con una inclinación a la temática social. Escribió sus obras en colaboración con distintos autores como
Mario Folco, Rafael José de Rosa y Federico Mertens, así como también a su hermano, el célebre Enrique
Santos Discépolo. Las obras se escribían en los géneros del sainete, el vodevil, la opereta y la comedia
asainetada, es decir, lo que se dio en llamar "teatro por sesiones". Cabe destacar que para esta época, Discépolo
no había logrado el estilo homogéneo y la estética coherente que concretará con el grotesco. Sin embargo, ya
comenzaban a perfilarse en Mustafá, un sainete escrito junto con Rafael José de Rosa en 1921.
(2) Segunda etapa: abarcó desde 1923 hasta 1934. En este período se observa la madurez del estilo de un autor
que ya no escribe en colaboración. Se inicia con Mateo, que representa la transición de una a otra etapa, ya que
en esta obra podemos observar detalles del período anterior que no aparecerán en obras posteriores, y también
elementos nuevos. Por ejemplo:
a) el protagonista tiene conciencia de su problema y por ello trata de encontrar alguna salida. En Stefano, la obra
más representativa del segundo período, el personaje no comprende lo que le ocurre;
b) en la "mirada fija" del desenlace de Mateo, no existe el tono trágico que sí se manifestará en obras
posteriores. Miguel va preso pero su familia lo acompaña. El hijo, muy a pesar de su padre, adopta el automóvil
como nuevo recurso económico;
c) en Mateo, todavía aparece el patio como lugar feliz, escenario propio del sainete pero luego, la acción se
desarrollará en la opresión del hogar;
d) la risa es franca y no distanciada como en el grotesco;
e) la "caída de la máscara" no se produce en escena como ocurrirá en obras posteriores. Llamamos "caída de la
máscara" al momento en que el personaje advierte su error, es decir que la "máscara", lo que los otros ven, deja
lugar al "rostro", al ser auténtico.
Con estos cambios, Discépolo intentaba encontrar un modo distinto de expresar sus ideas. El sainete, como
género teatral, se había automatizado alejándose de las necesidades del nuevo público, constituido ahora por
hijos de inmigrantes integrantes de la clase media en ascenso.
Su obra estuvo dirigida a aquellos que buscaron escalar en la sociedad pero, a su vez, no tuvieron lugar definido
dentro del proyecto de hegemonía político-económica. Esta gente no le dedicó sus aplausos, porque prefería
recrearse con obras que hacían reír antes que sufrir el dolor al ver reflejado el conflicto social y económico.
El término "grotesco" surgió del italiano "grottesco", "grotta", "gruta", y quiere decir ridículo, extravagante,
chocante, grosero, de mal gusto, fuera de lo común. Este término fue tomado de la pintura del Renacimiento.
En la literatura se dio el grotesco con el dramaturgo italiano Roberto Bracco en 1895 y más tarde, en 1913con
Luigi Chiarelli que escribió La máscara y el rostro y utilizó por primera vez la palabra "grotesco".
[Este texto se lee en combinación con Mateo de armando Discépolo]
MATEO
de Armando Discépolo
Estrenado en el Teatro Nacional de Buenos Aires por la Compañía Nacional de Pascual E. Carcavallo, el 14 de
marzo de 1923.
La acción en Buenos Aires. Derecha e izquierda del espectador.
REPARTO DEL ESTRENO
Doña Carmen ..................................ROSA CATA
Lucia ...............................................MARÍA ESTHER LAGOS
Don Miguel ......................................GREGORIO CICARELLI
Don Severino ..................................EFRAÍN CANTELLO
Chichilo …………..............................PACO BUSTO
Carlos …………….............................JOSÉ OTAL
El Loro …… .....................................VALERIO CASTELLINI
Narigueta Lucia .............................. TITO LUSIARDO
CUADRO PRIMERO
La familia de don Miguel ocupa dos habitaciones en el conventillo. En el rincón izquierdo del escenario, la alta
cama matrimonial; en el derecho, la de Lucía. Mesitas de luz en cada cabecera. Alfombrines raídos. La puerta
del lateral izquierdo lleva al cuarto de Carlos y Chichilo; la del foro, al patio. A la izquierda de esta, ventana sin
hierros, con visillos. Entre puerta y ventana, dos alambres sostienen una cortina de cretona que, corrida, oculta
entre sí ambas camas. Cristalero en primer término de izquierda y mesa con hojas "de media luna". Sillas de
Viena y de paja. Baúles debajo de las camas. Una vieja palangana montada sobre armazón de madera hace de
estufa. En el muro derecho cuelgan ropas cubiertas por un paño. Sobre la cama de los viejos, un cromo de la
Virgen con palmas cruzadas y una repisa sosteniendo un acordeón. En la cabecera de la otra cama, un crucifijo
con gran moño. Las siete de la mañana. Invierno. Doña Carmen, sentada en silla baja, calienta sus manos en el
brasero. Los enseres del mate en el suelo; la "pava" en el fuego. Lucía termina de vestirse. Chichilo, enroscado
en las colchas, duerme sobre un colchón, a los pies de la cama de la hermana.
LUCÍA.- ¿No vino papá, todavía?
DOÑA CARMEN.- No.
LUCÍA.- ¡Qué frío!
DOÑA CARMEN (Brindándole el mate).- Toma. Caliéntase. (Lucía sorbe en silencio mirándose en el espejo del
cristalero.) Cuida que no hirva el café.
LUCÍA.- Espere que me lave la cara, siquiera. Haga levantar a ese atorrante. (Por Chichilo.) Viene el viejo y
empieza la tragedia. ¿Dónde habrán puesto la toalla?
DOÑA CARMEN.- La tiene Carlito afuera.
LUCÍA (Abriendo la puerta).- ¡Brrr...! ¡Qué frío! (Mutis.)
CHICHILO (Soñando).- ¡Se la pianta! ¡Pst! ¡Pst!
DOÑA CARMEN.- Chichilo.
CHICHILO (Retorciéndose).- ¡Uh!... ¡Se la pianta! ¡Cretino!
DOÑA CARMEN (Tocándolo).- Chichilo. Dormelón. Levántase, le digo.
CHICHILO (Incorporándose).- ¡Corran! ¡Corran!
DOÑA CARMEN.- ¡Eh!... ¡Despiértase! (Chichilo abre los ojos.)
CHICHILO.- ¿Dónde está Lucía? (Se sienta en el suelo.)
DOÑA CARMEN.- Lavándose. Toma. Caliéntase.
CHICHILO (Con ira).- ¡Qué sueño fulero! (Aparte.) Soñé que se la piantaban. (Devolviendo el mate.) ¿Los
manubrios?
DOÑA CARMEN.- Qué sé yo.
CHICHILO (Sacando dos planchas de debajo del colchón).- Aquí están. (Hace flexiones. Carlos aparece por el
foro, secándose la cara).
DOÑA CARMEN (A Carlos).- Toma. Caliéntase. (Le brinda el mate.)
CARLOS (Sorbiendo.).- ¿Qué hacé, Densey?
CHICHILO.- Cerrá la puerta.
LUCÍA (Desde forillo.).- Dame la toalla.
CARLOS (Arrojándosela.).- Ahí la tiene.
LUCÍA.- ¡Eh! (Doña Carmen cierra la puerta.)
CARLOS.- ¿Cuándo será ese día que te vea no-cau a vo... con la cabeza hinchada y la carretilla colgada de la
oreja? (Mueca. Da el mate a doña Carmen. Chichilo continúa sus flexiones conteniendo apenas su ira.
Respira acompasadamente.) ¡Chifladura! (Mutis izquierda.)
DOÑA CARMEN.- Toma. (Da el mate a Chichilo.)
CHICHILO.- ¿No ve que no he terminado el run?
DOÑA CARMEN.- ¿Qué?
CHICHILO.- Que no me haga hablar.
DOÑA CARMEN.- ¿Por qué?
CHICHILO.- Porque no puedo respirar, ¿no comprende?
CARLOS (Adentro. Grita).- ¡No grite, mocoso!
CHICHILO (Arrojando las planchas.).- ¡Ah, no se puede hacer nada! ¡Injusticia! Algún día me va a llevar en
anda ese. "¡Yo soy el hermano!", va a decir. "¡Yo soy el hermano!". (Salta a la cuerda.)
DOÑA CARMEN.- Calláte. No lo pinchá. (Mutis izquierda con el mate.)
LUCÍA (De foro.).- Hacés mover toda la casa.
CHICHILO.- ¡La otra! ¡Andá al espejo a hacer ejercicios con los ojos, vo!
LUCÍA.- Mejor.
CHICHILO.- Pa meter a los cajetilla.
LUCÍA.- Mejor. (Se riza las patillas ante el espejo colgado.)
CHICHILO.- Coqueta.
LUCÍA.- Mejor. (Chichilo le arroja la cuerda.) ¡Burro!
CHICHILO.- ¡Loca!
LUCÍA.- ¡Burro!
DOÑA CARMEN (En la izquierda. Deteniendo a Chichilo que va a tirar una plancha.).- ¡Chichilo!
CHICHILO.- Esta va a ser la desgracia de la familia, mamá.
CARLOS (Adentro.).- ¡A ver si empiezo a repartir castañas!
LUCÍA (Ante el espejo de la cabecera de su cama.).- ¡Ja, ja!... ¡Qué miedo! (Mutis foro.)
DOÑA CARMEN.- Vamo, hijo, vamo. Cómo son, también. (Mutis detrás de Lucía, Chichilo pelea con la sombra.)
CARLOS (Por izquierda, luego de una pausa.).- Vamo; sacá ese colchón de ahí.
CHICHILO.- Ya voy; me falta un run.
CARLOS.- ¡Llevá el colchón! (Chichilo obedece de mala gana.) ¡Esa es otra! ¿Se puede saber pa qué dormís
ahí todas las noches ahora?
CHICHILO.- Qué sabé vo. Vo no ve nada. (Levanta el colchón.) Vo... no me dejé entrenar. Vo... seguí sin ver.
CARLOS.- ¿Y qué hay que ver? (Impidiéndole el mutis.) Hablá: ¿qué hay que ver?
CHICHILO (Dejando el colchón.).- Hay que ver el honor.
CARLOS.- ¿Qué honor? (Susto.)
CHICHILO.- ¡El honor de las mujeres! (Levanta el colchón.)
CARLOS (Asustado de lo que piensa.).- ¿Qué mujeres? (Lo agarra.)
CHICHILO.- ¡Che, golpes prohibidos, no!
CARLOS.- ¡Hablá!
CHICHILO.- ¡Largá! (Arroja el colchón.)
CARLOS.- ¿Lucía?
CHICHILO.- Sí.
CARLOS.- ¿Qué?
CHICHILO.- ¿No ves qué linda se ha puesto?
CARLOS.- ¿Y?
CHICHILO.- Que andan así los cajetillas.
CARLOS.- ¿Y?
CHICHILO.- ¿Y? ¡Qué pregunta! Que hay que cuidarla para que no se la pianten. (Levanta el colchón.)
CARLOS (Arrebatándoselo.).- ¿Para eso me has hecho asustar?
CHICHILO.- ¡Ja! Te parece poco. Así… como moscas están. Me tienen loco.
CARLOS.- Pero... ¿vos sos un otario, entonces?
CHICHILO.- ¡Ja, otario! Tan difícil que es trabajarse una mina: le hablan de la seda, del capelín, del champán,
de la milonga; le hacen oír un tango, le muestran un reló pulsera, y se la remolcan. Después los viejos lloran y
los hermanos atropellan, pero ya es tarde, ya es flor de fango que se arrastra, sin perfume. ¿No has visto en
el teatro? Andá a ver. Te hacen llorar.
CARLOS.- Pero, gil, ¿vos creés que a las mujeres se les engaña? ¡Las mujeres rajan cuando están hartas de
miseria!
CHICHILO.- Y bueno, ¿qué querés? ¿Somo rico nosotro? (Por Lucía que vuelve.) Cuidao.
LUCÍA.- El café. (Lo deja en la mesa. La miran los dos.)
CHICHILO.- Mirála cómo camina.
CARLOS.- ¿Qué tiene?
CHICHILO.- ¿No manyás cómo hace? ¡Tienen razón los cajetillas! ¡Se nos van a meter en el patio! (Levanta el
colchón. Lucía se ha ido por foro.)
CARLOS (Pensativo.).- Dejála que raje. Mejor para ella. Por lo que le espera aquí. En cualquier parte va a estar
mejor… aunque esté mal.
CHICHILO (Deteniéndose con el colchón al hombro.).- ¿Ah, sí? Ahora caigo; vos sos de esos hermanos que
después las shacan. Eso también lo dan en el teatro. ¿No tenés vergüenza?
CARLOS (Atropellándolo.).- ¿Qué?
CHICHILO.- ¡Araca, que soy tu hermano! (Huye, Carlos se detiene.)
DOÑA CARMEN (Seguida por Lucía que va al espejo del foro.).- Pronto. Se enfría. (Sirve.)
LUCÍA.- Yo no quiero.
DOÑA CARMEN.- ¿Por qué?
LUCÍA.- No tengo ganas.
DOÑA CARMEN.- No come nada esta chica.
CARLOS (Después de observar a la hermana.).- Dale, metéle a la pastilla. Ya sé dónde vas a ir a parar vo.
LUCÍA.- Mejor.
DOÑA CARMEN.- Dejála tranquila. Toma el café. (Va al fuego otra vez. Tiene frío; se cubre la cabeza con la
pañoleta.)
CARLOS.- Linda familia: un hijo loco, el padre sonso y la hija rea. ¿No hay pan fresco?
DOÑA CARMEN.- No, hijo. Hasta que no venga el viejo... Anoche no ha quedado un centavo en casa.
CARLOS.- ¡Hágame el favor! ¡Ni para pan!
LUCÍA (Desde el foro.).- Trabaje.
CARLOS.- “Trabaje”. ¡Ju!... Está bien. Pronto se va a acabar. ¿Esta es toda la azúcar que hay?
DOÑA CARMEN.- ¿E poca? (Chichilo entra por foro y se sienta a la mesa.)
CARLOS.- ¡Hágame el favor! (Parece que va a tirar la azucarera, pero vuelca el contenido en su taza.)
CHICHILO.- Araca, ¿y para mí no hay?
CARLOS.- Trabaje. (Come con buen apetito.)
CHICHILO.- ¿Qué? ¿Lo voy a tomar amargo? No me gusta.
CARLOS.- Vaya acostumbrándose.
CHICHILO.- ¡Como para estar en treining!... ¿No calotiaste en el café?
CARLOS (Dándole un paquetito de azúcar.).- Tome. Si no pienso yo... pobre familia. (Por el desayuno.) ¡Ya
está frío! (Comen.) Lucía.
LUCÍA.- ¿Qué?
CARLOS.- Pedíle "La Nación" a la encargada.
LUCÍA.- ¡Uffa! (Sale al forillo.)
CARLOS.- ¡Cerrá la puerta!
LUCÍA (Reaparece.).- ¡El viejo!
CARLOS.- ¿Viene hecho?
LUCÍA.- No: trae la galera sobre los ojos.
CHICHILO.- ¡Araca! ¡Bronca entonce!
CARLOS.- Ni el café con leche se puede tomar. ¡Qué gana de revoliar todo!... (Pero se lo bebe
precipitadamente y va a sentarse en primer término derecha. Lucía prepara la cama para que el viejo se
acueste.)
DOÑA CARMEN (Renovando el mate.).- No le contestá, Carlito por favor. No lo haga enojá.
CARLOS.- Que no me pinche.
CHICHILO.- Hágalo acostar en seguida, mama.
DOÑA CARMEN.- Séamo bueno. Pobre viejo; viene cansado, muerto de frío. Séamo bueno.
MIGUEL (Gabán de lana velluda hasta los tobillos, "media galera", bufanda y látigo. Trae una cabezada colgada
al brazo; los bolsillos laterales llenos de diarios.).- Bon día. (Le contestan todos, mientras él los mira. Deja a
los pies de su cama, galera, látigo y cabezada.). ¿Ha venido…? (Un estornudo que viene de muy lejos lo
detiene.) ¿Ha venido...? (Estornuda estruendosamente, con rabia.). ¡Achírrepe!
DOÑA CARMEN.- Salute.
MIGUEL.- ¡Achírrepe! ... E dos. ¡Schiatta!... ¡Achírrepe!... E tres. ¡Revienta!
CHICHILO (Aparte.).- ¡Manyá qué presión trae!
MIGUEL.- Otro más... e que sea l'último... ¡Achírrepe! (Se suena.) ¿Ha venido Severino?
DOÑA CARMEN.- No. ¿Por qué?
MIGUEL.- Pregunto.
DOÑA CARMEN (El mate.).- Toma; caliéntase. (El viejo sorbe con fruición.) Sentáte.
MIGUEL (Se sienta.).- Estoy cansado de estar sentado. (Le preocupa la actitud de Carlos. A Doña Carmen.)
¿Cómo estás? ¿Tiene frío?
DOÑA CARMEN.- Un poco.
MIGUEL.- Ha caído yelo esta noche. (Por Carlos.) ¿Qué tiene?
DOÑA CARMEN.- Nada. Piensa.
MIGUEL.- ¿Igual que una persona? (Arrojándole un diario a sus pies.) ¡"La Prensa"!
CARLOS.- Gracia. Leo "La Nación".
MIGUEL (Arrebatándose.).- ¡La...!
DOÑA CARMEN.- Miquele…
MIGUEL.- ¡La...! (Conteniéndose, a doña Carmen.) ¿Comprende? ¡Qué hijo macanudo! Tremendo. Un día de
esto lo ato al coche.
CARLOS (Aparte.).- ¡Se lo rompo a patadas!
MIGUEL.- Levanta el diario. (Silencio.) ¡Levanta el diario! (Carlos obedece.) Bravo.
CHICHILO (Sonriendo a don Miguel que se le acerca. Bajo, a doña Carmen).- Ahora se la cacha conmigo.
MIGUEL.- Bon provecho.
CHICHILO (Queriendo serle grato.).- Ya me lo dijo, viejo.
MIGUEL.- E se lo digo otra vez, ¿qué hay?
CHICHILO.- Y… no hay nada... ni siquiera azúcar.
MIGUEL.- ¡Cállase la boca! ¡Sácase la gorra!... Bravo.
CHICHILO.- Diga.
MIGUEL.- ¿Qué quiere?
CHICHILO.- ¿No tiene sueño?
MIGUEL.- No. ¿Por qué?
CHICHILO.- Y... yo tendría sueño.
MIGUEL.- Porque usté es un haragán, ¿comprende? Lucía. (Va hacia su cama.)
CHICHILO (A doña Carmen.).- Hágalo acostar, mama. Dele el opio, que si no... pago siempre yo. (Mutis
izquierda.)
MIGUEL.- Lucía.
LUCÍA (Que se da colorete a escondidas.).- ¿Qué?... ¿Llamaba?
MIGUEL (Viéndole las dos manchas de carmín.).- ¿Qué se ha hecho?
LUCÍA (Tonta.).- ¿El qué?
MIGUEL (Apartándola, discreto.).- ¿Por qué hace eso?
LUCÍA.- No sé de qué habla.
MIGUEL (Mostrándole un dedo que tiñe en sus mejillas.).- Hablo de esto.
LUCÍA.- Y bueno...
MIGUEL.- E muy feo, hijita.
LUCÍA.- No; si se usa.
MIGUEL.- Hay mucha cosa que se usan... e que son una porquería.
DOÑA CARMEN (Brindándole un mate, sin mirarle.).- Toma, Miquele.
MIGUEL.- Levanta la cabeza. (Le limpia con su pañuelo.).- No me haga más esto.
LUCÍA.- ¡Uff! ¡Qué olor a toscano!
MIGUEL.- Otra vez que yo la veo pintada... (Irritación contenida.) ¡la castigo co’l látigo! (La empuja.)
LUCÍA.- Y bueno... si se usa…
DOÑA CARMEN.- Miquele, toma el mate.
MIGUEL.- ¡Tómaselo usté! (Brusco.)
DOÑA CARMEN.- ¿No quiere más? ¿Está feo?
MIGUEL (Arrepentido.).- No. Traiga. (Sorbe.) ¡Está riquísimo! (Cariñoso.) Lucía, venga. ¿Sabe? Tiene que
hacer una almohadilla para la cabezada de Mateo.
LUCÍA (Fastidiada.).- ¿Más almohadillas?
MIGUEL.- Sí. El pobrecito caminaba dormido, seguramente, e se ha dado un cabezazo tremendo contra un
automóvil. ¡Así se quemaran todo!
CARLOS (Que está leyendo.).- ¿No te digo?
DOÑA CARMEN.- ¿Se ha lastimado mucho?
MIGUEL.- Se ha hecho a la frente un patacone así de carne viva. ¡Tiene una desgracia este caballo! Siempre
que pega... pega co la cabeza. Yo no sé. Una almohadilla igual, igual a aquella que le hicimo para el batecola,
¿recuerda?
LUCÍA.- Sí. (Toma con asco la guarnición.)
MIGUEL.- Bravo. Tiene tiempo hasta la noche.
LUCÍA (A doña Carmen, al pasar.).- La dejo ahí, mama; después la hace usté.
DOÑA CARMEN.- Bueno. (Mutis de Lucía por izquierda.)
MIGUEL (Sacándose el capote.).- Al principio yo no hice caso al golpe e ha seguido caminando por Corriente
arriba -el choque fue a la esquina de Suipacha-, pero Mateo cabeceaba de una manera sospechosa, se daba
vuelta, me meraba -con esa cara tan expresiva que tiene-, e me hacía una mueca... así... como la seña del
siete bravo.
CARLOS (Comentario.).- ¿No ve? Si hasta juega al truco, ahora.
MIGUEL.- Yo no sé... (Ríe complacido, recordando.) Este Mateo... e tremendo. Hay vece que me asusta.
N'entendemo como dos hermanos. Pobrecito. Me ha bajado e con un fóforo so ido a ver. ¡Animalito de Dios!
Tenía la matadura acá... (Sobre un ojo.) e de este otro lado un chichón que parecía un casco de vigilante
requintado. Pobrecito. Se lo meraba como diciéndome: "Miquele, sacame esto de la cabeza". Le ha puesto un
trapo mojado a la caniya de Río Bamba e Rauch, mordiéndome de estrilo. ¡L'automóvil! ¡Lindo
descubrimiento! Puede estar orgolloso el que I'ha hecho. Habría que levantarle una estatua... ¡arriba de una
pila de muertos, peró! ¡Vehículo diabólico, máquina repuñante a la que estoy condenado a ver ir e venir llena
siempre de pasajero con cara de loco, mientra que la corneta, la bocina, lo pito e lo chancho me pifian e me
déjano sordo.
CARLOS.- Es el progreso.
MIGUEL.- Sí. El progreso de esta época de atropelladores. Sí, ya sé. Uno protesta, pero es inútil: son cada día
más, náceno de todo lo rincone; so como la cucaracha. Ya sé. ¡Qué se le va hacer! ¡Adelante, que sígano
saliendo, que se llene Bonos Aire, que hágono puente e soterráneo para que téngano sitio... yo espero… yo
espero que llegue aquel que me tiene que aplastar a mí, al coche e a Mateo! ¡E ojalá que sea noche misma!
DOÑA CARMEN.- Acostáte, Miquele.
CARLOS.- Claro, usté respira por la herida, pero... hay que entrar, viejo: hay que hacerse chofer.
MIGUEL (En el colmo del asombro.).- ¡¿Quién?! ¡¿Yo?! ¿E usté e mi hijo? Cármene, ¿este es hijo mío, seguro?
DOÑA CARMEN.- No le haga caso; acostáte.
MIGUEL.- ¿Yo chofer? Ante de hacerme chofer -que son lo que me han quitado el pane de la boca- ¡me hago
ladrón! ¡Yo voy a morir col látigo a la mano e la galera puesta, como murió me padre, e como murió me
abuelo! Chofer. .. ¡No! Lo que yo tendría que ser so do minuto presidente. ¡Ah, qué piachere!... Agarraba los
automóvile con chofer e todo, hacía un montón así, lo tiraba al dique, lo tapaba con una montaña de tierra e
ponía a la punta este cartel: "Pueden pasar. Ya no hay peligro. ¡S 'acabó I'automóvile! ¡Tómeno coche!".
DOÑA CARMEN.- Ha trabajado poco anoche.
CARLOS.- ¡La pregunta! ¿No ve cómo viene?
MIGUEL.- No; mucho. Un viaje de ocho cuadra. Se bajaron para tomar un automóvil. Estaban apurados... E
todavía me discutían el taxímetro: "¡Está descompuesto! ¡Está descompuesto! ¡Ladrones!". "¡El que está
descompuesto soy yo!", le ho contestado. He tenido que revoliar el fierro para cobrar.
CARLOS.- ¡También... con ese coche!
MIGUEL.- ¿Qué tiene el coche?
CARLOS.- Nada. Cada rendija así; la capota como una espumadera. Yo no subía ni desmayao.
MIGUEL.- Natural, no es un coche para príncipe.
CARLOS.- ¡Qué príncipe! ¿Y el caballo?
MIGUEL.- ¿Qué va a decir de Mateo?
CARLOS.- Ese no es un llobaca.
MIGUEL.- ¿E qué es?
CARLOS.- Es una bolsa de leña.
MIGUEL.- ¡Mateo, una bolsa de leña!
CARLOS.- Una cabeza grande así, el anca más alta que el cogote, partido en dos, los vasos como budineras,
lleno de verrugas, casi ciego... ¿qué quiere? Da lástima. La gente lo mira, le da gana de llorar y raja.
MIGUEL.- Y sin embargo, tiene más corazón que usté. Hace quince años que trabaja para usté sin una queja.
CARLOS.- Por eso: jubileló.
MIGUEL.- Cuando usté me compre otro. Yo no puedo.
CARLOS.- No se queje, entonces.
MIGUEL.- Yo no me quejo de él, me quejo de usté. Mateo reventado e viejo me ayuda a mantener la familia.
¿Me ayuda? ¡La mantiene! Yo me quejo de usté, que se burla de él e vale mucho meno.
CARLOS.- Ese berretín va a ser su ruina. No veo la hora de que se le muera.
MIGUEL.- Es claro. Cuando Mateo se muera, usté se va a reír. E cuando me muera yo, como él, reventado,
viejo y triste... usté también se va a reír.
DOÑA CARMEN.- Miquele, ¿qué dice?
CARLOS.- No tome las cosas al revés.
MIGUEL.- Eh... te conozco, mascarita.
CARLOS.- ¡Ah! Dice cada cosa... Todo porque no traigo plata. Siempre la plata. Un día de estos, ¡lo voy a
ahogar en la plata! (Mutis hacia la calle.)
MIGUEL (Lo corre. En la puerta.).- ¡Porquería! ¡Malevito!... ¡Chofer!
DOÑA CARMEN.- No haga caso, Miquele. Está con la luna. Acostáte.
MIGUEL.- ¡No me acuesto nada!
DOÑA CARMEN.- ¿No tiene sueño?
MIGUEL.- Sí, pero no tengo gana de dormir. Espero a Severino.
DOÑA CARMEN.- ¿Severino? ¿Vas a pedirle plata otra vez?
MIGUEL.- ¿E qué quiere hacer? (Pausa.)
DOÑA CARMEN.- ¿Cuánto le debe?
MIGUEL.- Tresciento peso. Respondo con coche e co Mateo. Pobrecito... lo tengo hipotecado.
DOÑA CARMEN.- ¿No hay otro amigo a quién pedir?
MIGUEL.- ¿Cuál? Diga. Amigo tengo mucho, pero so toda persona decente: no tiene ninguno un centavo. Al
único que conozco con la bolsa llena es a Severino.
DOÑA CARMEN.- ¿E tú sabe cómo la ha llenado?
MIGUEL.- ¿E quién lo sabe? Con su sudor no será. Nadie llena la bolsa col sólo sudor suyo...
DOÑA CARMEN.- Díceno que de noche ayuda col coche a lo ladrone.
MIGUEL.- No diga macana. ¿Usté lo ha visto? Yo tampoco. Después... no hay otro remedio. La plata hay que
pedirla a quien la tiene.
DOÑA CARMEN.- Es un tipo que me da que pensar.
MIGUEL.- Cuando se tienen hijo, no hay que pensar. Hay que darle de comer; ¿comprende? (Meditan
silenciosos.)
DOÑA CARMEN.- ¿Para el mercado... ha traído?
MIGUEL.- No. Se me pone pata arriba, no me cae un cobre.
DOÑA CARMEN.- ¿E cómo hacemo?
MIGUEL.- ¿No te fía?
DOÑA CARMEN.- No. Le debo once peso ya. ¡Es un carnicero tan antipático!
MIGUEL.- ¡Ah! (Se despeina.)
DOÑA CARMEN.- No te enojá... A lo mejor me fía. A lo mejor me fía. No te enojá.
MIGUEL (La atrae hacia sí, conmovido.).- Bah, bah. Esperemo a Severino. (Pausa.) El corralón tampoco I'ho
pagado. Me lo quieren echar a la calle a Mateo. No sé donde lo voy a llevar... (Para alegrarla.) Lo traigo acá.
Lo ponemo a dormir con Carlito; así se ríe. (La vieja lo mira desolada. Silencio.) Sí; con la carrindanga ya no
hay nada que hacer a Bono Saria. El coche ha terminado, Carmené. L'ha matado el automóvil. La gente está
presenciando un espectáculo terrible a la calle: I'agonía del coche... pero no se le mueve un pelo. Uno que
otro te mira nel pescante, así... con lástima. Tú ves el viaje e te párase... ¡manco pe I'idea! Por arriba del
caballo te chista un automóvil. (Pausa.) ¿Tú has sentido hablar del muerto que camina? Es el coche. (Pausa.)
DOÑA CARMEN (Compungida.).- ¿E qué hacemo, Miquele?
MIGUEL.- Eh... Tirare la manga a Severino. ¿Qué quiere hacer? (Meditan, el viejo apoyado en el hombro de la
vieja.)
LUCÍA (De izquierda.).- Papá, ¿me trajo los siete pesos para reformarme el vestidito?
MIGUEL.- No he podido.
LUCÍA.- ¿Tampoco puedo ir a ese casamiento, entonces?
DOÑA CARMEN.- Va col vestido que tiene.
LUCÍA-. ¡Ah, sí, cómo no! ¡Como una rea!
MIGUEL.- No vaya, entonce. Cuando no se puede, no se puede. No hay que ser tan cascarilla.
LUCÍA.- ¡Sí, cascarilla! ¡Un día de estos me conchabo en la fábrica!
DOÑA CARMEN (Súbita.).- ¡No, a la fábrica no quiero! ¡Tengo miedo!
LUCÍA (A don Miguel.).- ¿No ve? (Por su indumentaria.) Yo no puedo verme más así.
MIGUEL.- ¡E yo tampoco!
DOÑA CARMEN.- ¡Cállate, Lucía!
LUCÍA.- Sí; cállate. No sé para qué es linda una si no puede ponerse encima un trapo que le quede bien.
MIGUEL (A doña Carmen.).- ¿Comprende? (A Lucía.) Usté, señorita pretenciosa, es linda, pero es pobre.
LUCÍA.- Sí, ya sé; ¡pero es muy triste, muy triste! (Mutis foro.)
MIGUEL.- ¿Comprende? E tiene razón. La culpa es mía. Yo no tengo derecho a hacer sufrir a mis hijos. E ello
se quejan. E tienen razón. ¡La culpa e mía!
CHICHILO (De izquierda.).- ¡Lucía!... Mama, ¿dónde está Lucía? (Fintea.)
DOÑA CARMEN (Señalando.).- Ha salido.
MIGUEL.- ¿Qué tiene?
CHICHILO.- Nada. (Mutis hacia la calle.)
MIGUEL.- Cada día está más sonso.
CHICHILO (Reapareciendo.).- Ahí viene don Severino. (Mutis.)
MIGUEL.- Meno mal. Alegráte, Cármene. Este nos salva.
SEVERINO.- Bon día. (Es un "funebrero". Levita. Galera tubo. Plastrón. Afeitado. Pómulos prominentes. Dos
grandes surcos hacen un triángulo a su boca de comisuras bajas.)
DOÑA CARMEN.- Bon día. (Le disgusta la visita. Pero hasta su disgusto es dulce.)
MIGUEL.- Adelante, Severino, adelante. ¿Trabaja hoy?
SEVERINO (Arrastra las palabras. Tiene una voz de timbre falso, metálico. De pronto sus ojos relampaguean.).-
Sí; tengo un entierro a la nueve. Al coche de duelo.
MIGUEL.- Siéntase. (Indica a la vieja que se siente.)
SEVERINO.- Gracias. (Se sienta.)
DOÑA CARMEN.- ¿La familia?
SEVERINO.- Vive.
MIGUEL.- ¿Mucho trabajo? (Se sienta entre los dos.)
SEVERINO.- ¡Uh!... (Las diez yemas de los dedos juntas.) Así; a montone. (Silencio.) ¿Sabe quién ha muerto
ayere?
MIGUEL.- ¿Quién?
SEVERINO.- Cumpá Anyulino.
DOÑA CARMEN.- ¡Oh, pobrecito!
MIGUEL-. ¿Y de qué?
SEVERINO.- Na bronca-neumonía. (Triste.) Lo hemo llevado a la Chacarita. Yo iba al fúnebre. (Despectivo.)
Con do caballo nada más.
DOÑA CARMEN.- ¡Oh, qué pena, qué pena! (Tiene lágrimas ya.)
MIGUEL.- Mejor para él; ya está tranquilo. (Silencio.)
SEVERINO.- ¿Sabe quién ha muerto el sábado?
DOÑA CARMEN.- ¿Otro?
SEVERINO.- Una hija de Mastrocappa.
DOÑA CARMEN.- ¡Oh, poveretta!
SEVERINO.- Vente año. Tubercolosa. (Don Miguel ya está fastidiado.) La hemos llevado a la Chacarita,
también. (Despectivo.) A un nicho, al último piso, allá arriba. (Silencio.) Hoy voy a la Recoleta. Ha muerto el
teniente cura de la parroquia.
DOÑA CARMEN.- ¡Vérgine Santa! ¿E de qué?
MIGUEL.- ¡De un acchidente!
SEVERINO.- No. A un choque de automóvil.
MIGUEL.- ¿Ah sí? ¡Me gusta, estoy contento! ¡Mata, aplasta, revienta, no perdone ni al Patreterno! Me gusta.
SEVERINO (Sin inmutarse.).- En medio menuto ha entregado el rosquete. Se moere la gente a montone. Da
miedo. Ayer, a la Chacarita, entraron ciento cincuenta cadáveres. Ante de ayer, ciento cuarenta y cuatro...
(Doña Carmen llora moviendo la cabeza.) Ante de ante de ayere...
MIGUEL (Señalándole a la vieja.).- ¡Eh, Severino! ¡No cuente más...!
SEVERINO.- ¿Qué? ¿Le hace mal efecto, doña Cármene? Eh, la vida es así. Todo tenemo que termenar allá.
Mañana usté... pasado mañana él, dentro de muchos años yo... pero todos... todos.
DOÑA CARMEN.- Cuanto má tarde mejore, don Severino.
SEVERINO (Con un relámpago.).- ¡Eh, se comprende!... (Triste.) Pero es inútile, no hay salvación. ¡Usté corre,
corre, pero la Parca te alcanza! (La mandíbula desencajada y las manos como garras.)
MIGUEL.- ¡Uh, cumpá, cómo tráese la guadaña esta mañana!
SEVERINO.- E que la vida e triste, Mequele.
MIGUEL.- Pero tú la hace chiú puerca todavía. Parece una capilla ardiente. Traes olor a muerto.
SEVERINO.- E la ropa.
MIGUEL.- ¡Sacáte esa chemenea!
SEVERINO.- ¿Me queda male? (Se la quita. Tiene una pelada diabólica.)
MIGUEL.- Asusta. Parece el cuco.
SEVERINO.- La falta de costumbre. (Lustra el tubo.) Al principio, en casa, lo chico lloraban. Ahora, si se la dejo,
I'escupen adentro. (Busca sitio seguro para dejarla.)
DOÑA CARMEN (Aparte a Miguel.).- Yo voy. Te dejo solo, así puede hablar.
MIGUEL (Ídem).- Sí. (Por Severino.) Este está en casa. Dígale al carnicero que mañana pagamo. Mañana
pagamo todo. Está tranquila, alegráte.
SEVERINO.- ¿A dónde la puedo dejar que no s'ansucie?
DOÑA CARMEN.- Aquí no más. (La cama de Lucía.) Con permiso.
SEVERINO.- ¿Va al mercado? No compre fruta que tiene la fiebre tifu. (Mutis de doña Carmen. A Miguel,
mirándolo de soslayo.) Bueno.
MIGUEL.- Bueno... Sentáte, Severino.
SEVERINO.- Acá estoy. Ha hecho biene, Mequele, de acordarte de mí. Estaba precisando esta plata que te ho
dado.
MIGUEL.- ¿La precisa?
SEVERINO.- Sí. Esta mañana se me vence na cuota de la casita que estoy levantando a Matadero. ¿Me vas a
pagare todo?
MIGUEL.- Este... (Aparte.) ¡Linda entrada! (Alto.) Yo quisiera pagarte, Severino, pero... resulta que... no puedo
pagarte nada porque estoy así. (Cierra los ojos.)
SEVERINO.- ¿Para qué me ha hecho venire, entonce?
MIGUEL.- Pensando que… (Está corrido.) como siempre te has portado tan bien... en fin… ¿comprende?... si
quisiera prestarme... todavía... por última vez...
SEVERINO (Como dijo: Parca.).- ¿Más plata?
MIGUEL (Afirmando).- Ah… ma poca…
SEVERINO.- No, Mequele; ne poca ne mucha. Basta. La plata, a mí me cuesta ganarla. Estoy cansado de
cargar muerto.
MIGUEL.- El muerto sería yo.
SEVERINO.- No, yo. Usté está así porque quiere. Es un caprichoso usté. Tiene la cabeza llena de macana
usté. Eh, e muy difíchile ser honesto e pasarla bien. ¡Hay que entrare, amigo! Sí, yo comprendo: saría lindo
tener plata e ser un galantuomo; camenare co la frente alta e tenere la familia gorda. Sí, saría moy lindo
agarrar el chancho e lo vente, ¡ya lo creo!, pero la vida e triste, mi querido colega, e hay que entrare o
reventare.
MIGUEL.- Severino... yo te pido plata e tú me das consejo.
SEVERINO.- Consejo que so plata. Yo también he sido como usté: cosquiyoso. Me moría de hambre. Ahora sé
que el pane e duro e que lo agarra cada cuale co las uñas que tiene.
MIGUEL.- ¿Esto quiere decir que me deja a la intemperie?
SEVERINO.- Esto quiere decir que te espero uno cuanto día más e se no me págase, te vendo la carrindanga y
el burro.
MIGUEL.- ¿Tú?
SEVERINO.- ¡Io!
MIGUEL.- ¿Es posible?
SEVERINO.- ¡Tanto!
MIGUEL.- ¿E qué tengo que hacer?
SEVERINO.- Lo que hago yo.
MIGUEL.- ¿E qué hace usté?
SEVERINO.- No pido limosna.
MIGUEL.- ¡Ah, quisto no!
SEVERINO-. ¡Ah, quisto sí!
MIGUEL.- ¡Uí Severí!
SEVERINO.- ¡Ui, Mequé!
MIGUEL.- ¡Tú si nu mal amigo! (Avanza iracundo.)
SEVERINO.- ¡E tú nu aprovechadore que quiere hacer el hombre honesto co la plata mía!
MIGUEL (Deteniéndose. Aparte.).- ¡La Madona... qué zapallazo!
SEVERINO (Regocijado.).- Parece que tengo razone, ¿eh? ¿Le duele? ¡Ah! (Está detrás de él.) ¿Te
acuérdase de aquel día que me rechazaste uno vaso de vino "por qué no sabía cómo lo ganaba"?
MIGUEL.- ¿Io?
SEVERINO.- Tú.
MIGUEL.- No m'acuerdo.
SEVERINO.- Yo sí; e lo tengo acá todavía. (En la garganta.) Me despreciaste porque yo había dejado de hacer
el puntilloso. Me insultaste, Mequele, e hiciste male, porque yo ahora tengo una casa mía, la mojer contenta e
los hijo gordo, mientras tú, con tu orgullo, tiénese que pedirme la lemosna a mí para seguir viviendo a esta
pieza miserable, esperando que la familia, cansada de hambre, te eche por inútile.
MIGUEL.- Calláte... ¿por qué me trabaja así?
SEVERINO.- ¡Eh!... Hay que entrare, amigo. La vida es una sola, e a lo muerto lo llóramo iguale cuando han
sido honesto que cuando han sido deshonesto.
MIGUEL.- Calláte, Mefestófele.
SEVERINO.- Ascucha, San Mequele Arcángelo: está a tiempo todavía. Aprenda a vivir. Hay mucho trabajito
por ahí... secreto... sin peligro... que lo págano bien.
MIGUEL.- No me trabaje... no me trabajé más... que me agarra cansado.
SEVERINO.- Cuando usté quiera le consigo uno. (Yendo hacia el foro.) Nadie se entera de nada... sigue siendo
don Mequele... págase a los amigo... e da de comer a los hijo, que so más sagrado que l'apellido.
MIGUEL.- ¡Andáte, Satanás... que te estoy viendo la cola! ¡Tú si nu mal amigo! ¡Tú eres un mal amigo!
SEVERINO.- Ahora, se no quiere entrare... hay una manera de salire.
MIGUEL.- ¿Cómo?
SEVERINO (Señalando al Cristo.).- Mira, ahí lo tiene. Pídale a Yesu-Crísto que te salve. Puede ser que
t'ascucha. Yo no. (Se encaja la galera y mutis.)
MIGUEL.- ¡Cruz diablo! (Yendo hacia el cromo.) ¡Madona doloratta, tú que si tanto buena, hágale morder la lengua;
así se avelena! (Se echa sobre la cama. Lucía, huyendo de alguien, pasa por forillo. Chichilo aparece con un ojo
negro. Anda como un boxeador. En medio de la escena repite el "round" que acaba de sostener. Fintas, golpes,
esquivadas, recibe el directo el ojo, queda knock -down, reacciona, atropella y golpea furiosamente.)
MIGUEL (Que lo mira hace rato como a un loco.).- ¡Chichilo!
CHICHILO.- ¡Ay, dió! No se ha dormido todavía. (Se dirige hacia la izquierda ocultando el ojo a don Miguel.)
MIGUEL (Deteniéndolo.).- ¿Qué le pasa? (Ve el ojo.) ¿Qué se ha hecho?
CHICHILO.- Nada... me caí.
MIGUEL.- ¿Contra una castaña?
CHICHILO.- Vaya a ver al otro cómo quedó. No-cau. Un cross a la mandíbula. La está buscando.
MIGUEL.- Bueno... esto no puede seguire. Aquí el único que está no-cau soy yo. ¡No puedo más! Tiene que
hacer juicio, hijo mío. Ya ha pasado la edá de la calesita. Yo, a su edá, ya estaba sentado al pescante para
ayudar a mi padre. (Se enternece.) E usté juega, salta e mira la luna, mientra su mama se muere de tristeza,
hijo mío...
CHICHILO (Acongojado.).- ¿Por qué me habla así?
MIGUEL.- Para despertarlo. Hijo mío, a mí me da mucha pena hacerlo trabajar en vez de estudiar, como yo
quisiera, pero no tengo más remedio, l'agua me ha llegado al cuello e me ahogo... me ahogo...
CHICHILO (Llorando.).- Tata, no me hable así... que me hace llorar…
MIGUEL.- Hijo, ¿usté no piensa trabajar?
CHICHILO.- Sí, pienso... pero me distraigo.
MIGUEL (Airado.).- ¡L’ánima que t'ha creato!
CHICHILO.- Yo tengo la idea en otra parte. No me mande trabajar, viejo. Si usté me hace trabajar, me arruina.
MIGUEL (Susto.).- ¿Está enfermo?
CHICHILO.- No. Yo lo ayudaré, pero no ahora.
MIGUEL.- ¿E cuándo? ¿Cuando Severino me lleve a la Chacarita? .
CHICHILO.- Más adelante. Usté no sabe... Yo tengo un gran porvenir. Voy a ser célebre. Voy a tener plata,
mucha... para llenar de seda a Lucía, para comprarle una casa a mamá y a usté una cochería. Dejemé. No
me diga nada. Va a ver. Vamo a vivir como reye... pero no me apure, no me apure, que me arruina.
MIGUEL (Asustado. Zamarreándolo.).- ¡Eh, Chichilo!... ¿de dónde va a sacar todo eso?
CHICHILO.- ¿De dónde? Mire. (Se quita el saco. Muestra su contextura. Anda sacando el pecho.) ¡Toque!...
¡Esto es plata!... ¡Toque! ...
MIGUEL.- ¿Qué dice?
CHICHILO.- ¡Manye qué juego de piernas!
MIGUEL.- ¡Estamo todo loco!
CHICHILO.- ¡Yo voy a ser el primer boxeador del mundo!
MIGUEL.- ¡Es un atorrante! ¡No puedo contar con ninguno! ¡Un día de esto me encierro a esta pieza con toda la
familia e le prendo fuego!
CARLOS (Por el foro.).- ¿Qué pasa?
MIGUEL.- ¡Pasa que se acabó! ¡Pasa que no hay má morfi! ¡Pasa que el que no trabaja no come!
CARLOS.- Yo he trabajado siempre. Ahora no encuentro.
MIGUEL.- ¿E por qué dejó la carnicería?
CARLOS.- Porque soy muy peligroso con un cuchillo en la mano.
MIGUEL.- ¿E la panadería?
CARLOS.- Se revienta de calor. ¿Qué quiere?
MIGUEL.- ¿E por qué no agarró el coche que yo le había conseguido?
CARLOS.- ¡¿Yo cochero?! ¡Ja! ¡No faltaba más! ¿Para vivir como usté? ¡Ja! ¡Salga de ahí! ¡Ja!
MIGUEL.- ¡Usté es otro atorrante! ¡Ja! (Lo imita.) ¡Quiere que yo lo mantenga! ¡Ja! ¡Pero yo no puedo más! ¡Ja!
¡E yo lo echo de casa! ¡Ja, ja!
CARLOS.- ¿Me echa?
MIGUEL.- ¡Afuera!
CARLOS.- ¡Mejor! ¡Estoy hasta aquí de sus gritos!
MIGUEL (Alcanzándolo.).- ¡No so grito, so coscorrone! (Se los da.)
CARLOS.- ¡¡¡Tata!!!
MIGUEL.- ¡So coscorrone!
CHICHILO (Interrumpiendo como un referí.).- ¡Fau! ¡Fau! ¡Golpe prohibido! ¡Breack! ¡Breack! (Intenta
separarlos. Miguel de un cachetazo lo echa de bruces en el proscenio.)
CARLOS (En el foro.).- ¡Se va a arrepentir! (Mutis.)
MIGUEL (Sobre Chichilo).- Chichilo... (Cuenta, esperando que se levante para golpearlo.) Uno... dos... tres...
(Apura.) cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve...
CHICHILO (Poniéndose en guardia de un salto.).- Estaba descansando.
MIGUEL.- ¿Ah, sí? ¡Aspera! (Va en busca del látigo. Chichilo huye por izquierda sin que le alcancen los
latigazos. Deteniéndose.) ¡Madona santa, a lo que hemo llegado!
DOÑA CARMEN (En la puerta del foro, dejando caer la canasta vacía.).- Miquele...
MIGUEL.- ¡Qué! ¿No te ha fiado? ¿No hay qué comer?
DOÑA CARMEN.- Miquele... ¿Ha echado a Carlito? ¿E cierto?
MIGUEL.- Sí. No puedo más yo solo.
DOÑA CARMEN (Transfigurada.).- ¡E mi hijo! ¡No tiene derecho! ¡Tenemo que alimentarlo!
MIGUEL.- ¡Cármene!
DOÑA CARMEN.- ¡Osté tiene la obligación de mantenerlo! ¡Para eso lo ha hecho!
MIGUEL.- ¡Cármene!
DOÑA CARMEN.- ¡Yo no quiero! ¡E mi hijo! ¡E mi hijo!
MIGUEL.- Sí. Tiene razón. Yo tengo la culpa. Tiene razón. (Toma tembloroso su gabán y su sombrero.)
DOÑA CARMEN.- ¡E mi hijo!
MIGUEL.- ¡Basta, no diga más! Tiene razón. Se lo voy a traer. Se lo voy a traer... (En el foro y como una
decisión repentina.) ¡E voy a traer plata también! ¡Mucha plata! ¡Mucha plata! (Mutis.)
DOÑA CARMEN (como una explicación.).- ¡E mi hijo! ¡E mi hijo!...
TELON
CUADRO SEGUNDO
Edificio en construcción. Junto a las tablas que lo aíslan de la vereda, un farol roto. A la derecha continúa la
línea de casas. Poca luz. Las dos de la mañana. Hace un frío cruel. Segundos antes de levantarse el telón, Don
Miguel ha detenido su coche a la derecha.
MIGUEL (La galera sobre los ojos, la bufanda hasta la nariz.).- Hemos llegado. (Narigueta y el Loro asoman
dentro del coche.) Hemo llegado. (Sin volverse.) ¿Se han dormido?
NARIGUETA.- Shhh. (Al Loro.) Abajáte.
LORO.- Pero... che...
NARIGUETA.- ¿Qué?
LORO (Señalando hacia la izquierda.).- Allí hay parada.
NARIGUETA.- No.
LORO.- ¿Y eso?
NARIGUETA.- De recorrida, seguramente. Para en la otra cuadra… ¡Guarda! ¡Metéte! (Se esconden.)
MIGUEL (Rígido.).- ¿Qué hay? ¿No es acá?
NARIGUETA.- Shhhh... Hablá despacio.
MIGUEL (Susurra.).- ¿No es acá?
LORO.- Sí.
MIGUEL.- Entonces, ¿qué pasa?
NARIGUETA.- Hay ropa tendida.
MIGUEL.- ¿Ropa tendida? ¿A dónde? (Se pone de pie; mira por encima de la capota.) Pero… ¡a la esquina hay
un agente!
LORO.- ¡Shhhh!
NARIGUETA.- ¡Agacháte! (Lo empujan.)
MIGUEL (De rodillas en el piso del pescante, la cabeza junto a la rueda.).- ¡A la madonna! (Espían los tres.)
Diga... ¿No sería mejor venir mañana?
NARIGUETA.- ¿Tenés miedo?
MIGUEL.- ¿Quién? ¿Yo? ¡No, faltaría más! ¿Con quién piensa que está hablando? ¡Yo soy un brigante! Yo
soy... ¿Quiere ver que lo llamo? (Por el agente.)
NARIGUETA.- ¡Vamo!
LORO.- ¡Calláte!
MIGUEL.- No se asusten. No se asusten. (Aparte.) ¡San Mateo martirizado, haga que venga este vigilante!
(Alto.) ¡Ahí viene! (Con las riendas.) ¡Vamo, Mateo!
LORO.- ¡Paráte!
NARIGUETA.- ¡Quedáte ahí!
MIGUEL.- ¡No, no! ¡Con la policía no juego! (Azuza.)
LORO.- ¿No ves que se va?
MIGUEL.- ¿Está seguro? A ver... (Espían. Aparte.) Tenemo miedo los tres; no lo podemo disimular. (A ellos.
Sonriente.) Parecía que venía. ¡Qué error!... No vaya a creer que es miedo. Allá en Italia... cuando yo hacía el
camorrista... Mire: una vez... Oiga este cuento. Siéntense.
LORO.- ¡Salí de ahí!
MIGUEL.- E lindo.
NARIGUETA.- ¡Estás borracho vo!
MIGUEL.- ¿Quién? ¿Yo? ¡Amalaya! (Aparte, mientras Narigueta y Loro van hacia la izquierda.) No hay caso.
Esta noche robamo. ¡L'ánima mía!
NARIGUETA (Al Loro.).- Che, este gringo es un paquete.
LORO.- No, hombre. Es pariente de Severino. Dice que es de ley. Él responde.
NARIGUETA.- ¿Y por qué no vino él mismo?
LORO.- Anda con el Negro. (Miran a don Miguel.) No creas. Eso de Italia es cierto. Trabajó con Severino. Hasta
creo que tiene una muerte.
NARIGUETA.- ¿Ese?
LORO.- Sí.
NARIGUETA.- ¿Con esa cara? Me da mala espina. ¡Pero manyalo!
MIGUEL (Aparte.).- ¿Me la querrano dar a mí? (Saca disimuladamente un talero de hierro del cajón del coche.)
Por si acaso... (A ellos.) ¿Qué hacen? Ya se ha ido el vigilante, ahora. ¿No se deciden? ¿Tienen miedo? ¡Qué
vergüenza!
LORO (A Narigueta.).- Vamo. Perdemos tiempo. Estás siempre lleno de grupo. Vamo. (Mutis izquierda.)
NARIGUETA (A Miguel.).- Vo... sentáte. No llamés la atención. (Mutis.)
MIGUEL (De bruces sobre la capota.).- ¡Narigueta! ¡Narigueta!
NARIGUETA (Reapareciendo.).- ¿Qué hay?
MIGUEL.- Yo... ¿me quedo solo acá?
NARIGUETA.- ¿Qué querés?
MIGUEL.- Por eso. Pregunto. Diga, Narigueta. (Con su mejor sonrisa.) ¡No vaya a degollar a ninguno, ¿eh?!
NARIGUETA.- ¿Sos sonso, vo?
MIGUEL.- Es un chiste.
NARIGUETA.- ¡Cuidao! ¡Si te movés de ahí, te fajo donde te encuentre! (Mutis.)
MIGUEL (Sin moverse.).- ¡Qué facha de asasino tiene! (Pausa.) ¡Qué oscuridá!... ¡Qué silencio!... ¡Qué frío!...
Hay que entrare, amigo. (Tiritando desciende del coche con grandes precauciones.) ¿Cómo? ¿No...
tambaleo? Me he tomado una botella de anís e no he podido perder el sentido. ¡Qué lástima!... Se la ha
tomado la paúra. No hay borrachera que aguante. (Se sopla los dedos. Va a calentárselos en la lumbre del
farol. El coche se mueve. Con todo su miedo no mira.) ¿Quién anda? (Sin moverse de su sitio, armado del
talero, mira entre las ruedas, después al caballo.) Sssté... Mateo... ¿Qué hace? ¿Por qué me asusta? Mateo.
Miráme, Mateo. Nenne... ¿No me quiere mirar? Soy yo. Yo mismo. ¿Qué hacemo? Robamo. Usté e yo somo
do ladrone. Estamo esperando que el Narigueta y el Loro traigan cosa robada a la gente que duerme. ¿No lo
quiere creer? Yo tampoco. Parece mentira. ¿No estaremo soñando? (Se pellizca, se hace cosquillas, tironea
su bigote.) No; estoy despierto. Entonce, ¿qué hago acá? ¿Soy un ladrón? ¿Soy un asaltante? ¿E posible?
No. No e posíbile. No. ¡No! ¡¡No!! (Va a huir. Se toma del pescante. Recapacita.) ¿Y Severino? No puedo
hacerle esta porquería. Me ha recomendado. Me he comprometido. He dado mi palabra de honor. Sería un
chanchado. Hay que entrare. Hay que entrare. (Tiritando se sienta en el estribo.) Qué silencio. Parece que se
hubiera muerto todo. ¿Quién será la vítima? Pobrecito. A lo mejor está al primer sueño durmiendo como un
otario... soñando que está a la cantina feliche e contento… mientra que el Loro le grafiña todo. Pobre. Que me
perdone. (Pitada, lejos.) ¡Auxilio! (Corre al pescante. La nota corta de "ronda" lo sorprende con una pierna en
alto. Desfallece.) ¿No te lo podías tragar este pito? (Apoyado en el farol enciende un toscano. Con el fósforo
encendido aún tiene una alucinación.) ¿Quién está dentro del coche? ¡Severino!... Sever... (Se restriega los
ojos.) Es el anís. Estoy borracho. (Sonríe. Se quema.) ¡L'ánima túa! (Por los ladrones.) ¡Cómo tardan!... Qué
soledá. ¿Quién viene? (Se vuelve, alelado.) ¡El vigilante! (Se pone de pie, rígido.) No. Creo que me está
entrando el fierrito. Mateo... vamo, no te dormí; no me deje solo. Miráme. Del otro lado. ¿Está asustado usté?
(Suena la bocina de un auto. Se encoge como si le hiriesen.) Ahí va. El progreso. ¡Mírelo cómo corre! ¡Corre,
escapa! Ha de venir otro invento que te comerá el corazón como me lo comiste a mí. (Otra vez la bocina más
lejos.) Y me pifia, me pifia. ¡Matagente!... ¡Puah! (Le escupe. Otra vez lo angustia la soledad. Su miedo crece.)
¡Cómo tardan!... ¿Qué estarán haciendo? (Lo aterra un pensamiento.) ¡¿Estarán degollando a alguno?!... ¡A la
gran siete!... (Salta al pescante; va a castigar a Mateo. Se detiene otra vez. Se acongoja.) ¿Y mañana... cómo
comemo? Hay que entrare. Hay que entrare (Solloza.) ¡Figli! ¡Figli!
NARIGUETA (Con un gran bulto hecho con una carpeta de mesa.).- ¡Vamo, che!
MIGUEL.- ¿Ah?
NARIGUETA.- ¡Listos!
MIGUEL (De pie.).- ¿Qué me trae? ¿Un muerto?
NARIGUETA.- ¡Qué muerto! ¡Ayudá! (Meten el lío en el coche.)
MIGUEL.- ¡Escapemo!
NARIGUETA.- Paráte que venga el Loro.
MIGUEL.- ¿Más todavía? ¡Esto es una mudanza!
LORO (Con otro bulto.).- ¡Tomá! ¡Vamo! ¡Creo que se ha despertao! (Suena un auxilio.) ¡No te digo!
MIGUEL.- ¡Mamma mía! ¡Mateo! (Castiga al caballo.)
NARIGUETA (En el coche.).- ¡Vamo! ¡Pegále!
LORO.- ¡Castigá! ¡Nos cachan!
MIGUEL.- ¡Mateo! ¡No quiere tirare! ¡Se ha asustado del pito! (Otras pitadas lejanas.) ¡Empujen ustedes! ¡No
está acostumbrado! ¡Mateo! (Castiga furiosamente.) ¡Empujen! ¡Empujen! ¡Mateo! ¡Nenne! (Narigueta
manotea. El Loro empuja.)
TELÓN
CUADRO TERCERO
La misma decoración del cuadro primero.
DOÑA CARMEN (Intranquila. Comprobando en el reloj de la mesita).- ¡E so las once! Fastedeoso.
CHICHILO (En el foro.).- Mama. (Indica hacia la calle.) ¿A dónde va Lucía?
DOÑA CARMEN.- La mando hasta el corralone a ver si ha llegado to padre.
CHICHILO.- ¡Uh, cuánto aspamento! Se ha quedado en algún almacén.
DOÑA CARMEN.- Sé: almacén. So las once. Nunca ha venido tan tarde. Se le ha pasado algo al pobre viejo...
Anoche estaba muy triste... muy triste.
CHICHILO.- No se preocupe. ¿No va con Mateo? Y bueno: Mateo lo trae. ¿No se acuerda de aquella mañana
que se puso a relinchar en la puerta con el viejo hecho, colgado de un farol del coche? ¿Y entonces? (Salta,
finteando.) Quiero ver si Lucía va al corralón o... Es caprichosa usté, ¿eh? Le he dicho que no me la mande,
pero... (Está en el forillo.) usté... (Hacia la izquierda.) Che, Pedrito: ¿vamo a hacer do rum de tre minuto? Pará
que cache lo guante. (Descuelga de sitio visible dos medias rellenas de trapos. Mostrándolas.) El porvenir de
la familia. Mama: atemé lo guante.
DOÑA CARMEN (Accediendo.).- Te van a lastemare como ante de ayere, Chichilo.
CHICHILO.- ¡Tiene que ver cómo resisto el castigo!
DOÑA CARMEN.- Yo me asusto.
CHICHILO.- No le haga ñudo. (Prueba en el aire.) Está bien. Estoy en la azotea. (Mutis.)
SEVERINO (Asomándose por foro.).- Shhh… Shhhh…
DOÑA CARMEN (Volviéndose desde el cristalero.).- ¿Quí chista?
SEVERINO.- Yo. No hable fuerte. Mequele... ¿está acá?
DOÑA CARMEN.- No.
SEVERINO.- ¡El terremoto!
DOÑA CARMEN.- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
SEVERINO (Con cara de loco.).- Nada. Tengo que verlo.
DOÑA CARMEN.- Osté está asustado.
SEVERINO.- ¿Yo? ¿Quién te ha dicho?
DOÑA CARMEN.- ¡Le ha pasado na disgracia a Miquele!
SEVERINO.- ¿Qué le va a pasare? No hable fuerte, le digo. Tengo que verlo. Iba a subire al fúnebre e me
dieron una noticia que me ha hecho abandonare I'entierro.
DOÑA CARMEN.- ¿Qué noticia? .
SEVERINO.- Que... So cosa de negocio. Yo me voy a escondere... me voy a sentare, digo, a la pieza de
Carmelo Conte. L'ospero allí. Pasamo por acá. (Izquierda.)
DOÑA CARMEN.- No. Osté me oculta algo. Ha pasado una desgracia. Yo voy a preguntarle a la comisaría.
SEVERINO.- ¡No!... Toda la mojere so lo mismo: "Yo voy a preguntar a la comisaría". Qué gana de hacer
batefondo. Venga (La lleva hacia la izquierda.) ¡A la comisaría nunca!
DONA CARMEN (Sin resistir.).- ¡Ha pasado na desgracia!
SEVERINO.- Calláte. Venga. .
DOÑA CARMEN.- ¡Ah!... ¡Lo ha pisado un automóvile!
SEVERINO.- No diga macana. Venga. No grite. (Mutis. Una pausa. Aparece don Miguel, por foro. Casi sin
respiro. Cierra la puerta. Se sienta en la cama de Lucía.)
MIGUEL.- ¡Vérgine Santa! ¡Qué me tenía que pasare! (Oculta la cara.)
DOÑA CARMEN (De izquierda, como escapada, poniéndose un chal para salir.).- Yo voy... ¡Miquele! ¡Eh,
Miquele!
MIGUEL.- Shhhhhhhhhhhh.
DOÑA CARMEN.- ¿Qué tiene? ¿Qué te ha pasado?
MIGUEL.- He perdido el coche. .
DOÑA CARMEN.- ¿Qué dice?
MIGUEL.- He perdido a Mateo.
DOÑA CARMEN-. ¡Ma...!
MIGUEL.- He perdido la galera, ¡He perdido la cabeza!
DONA CARMEN.- Ma ¿cómo? ¿Cómo?
MIGUEL.- Escapando a la policía. Gambeteando a lo carabinero.
DOÑA CARMEN.- ¿¡Tú!?
MIGUEL.- Miquele Salerno. A lo sesenta año.
DOÑA CARMEN.- ¿Qué ha hecho?
MIGUEL.- No gritá. Te voy a contar... Me he peleado... No piense nada malo. Con un pasajero. Un compadrito,
¿sabe? (Es manifiesta la mentira inocente.) "Llevame al balneario". "No. Tengo el caballo cansado”. “¡Me vas
a llevar, tano!". "¡No!". "¡Sí!". "¡No!". Me ha querido pegar... le he pegado primero.
DOÑA CARMEN.- ¡Dios mío!
MIGUEL.- No te asustá. Le he pegado despacito, despacito. Pero se ha puesto a gritá. Había vigilante cerca...
corrieron... tocaron auxilio... Mateo se ha asustado del pito e no quería tirare... ¡ha terado a la fuerza! Soy
escapado... por el medio de la calle... "¡Atajen! ¡Atajen!". Yo meta palo col pobrecito. Boyaca... Gaona...
Segurola... Siempre al galope tendido. Salimo de la piedra, entramo a la tierra. Mateo no daba más. "¡Atajen!
¡Atajen! ¡Ladrone!".
DOÑA CARMEN.- ¿Ladrone?
MIGUEL.- No. Sí. Ladrone. La gente siempre que corre a anguno grita: "¡Ladrone! ¡Ladrone!". Es una
costumbre muy fea que tienen acá. Se me ha caído el látego... he pegado col fierro. Doy vuelta una esquina
oscura; había una zanja... ¡púfete! Mateo adentro, yo encima de Mateo y el coche encima mío. "¡Mateo,
amigo, levantáte que ne llevan preso! Mateo, no me haga esta porquería propio esta noche... ¡Levantate!". Me
ha dicho que no con la cabeza y la ha metido otra vez en el barro. “¡Por aquí!”, gritábano. "¡Búscalo!
¡Búscalo!". Lo he abandonado e me he puesto a correr, solo, al oscuro. Había otra zanja... ¡púfete! Lo vigilante
pasaron todo por arriba mío, gritando, como demonio. "¡Búscalo! ¡Búscalo!". E otra vez patita pa que te
quiero... como loco, nel campo abierto... saltando pozo... rompiendo alambrados... He parado cuando ha
salido el sol: estaba a Villa Devoto. ¿Quién habla? (Atisba por la ventana.)
DOÑA CARMEN.- ¿Por qué ha hecho eso? ¿Cómo ha llegado a esto? ¿No se acordaba de sus hijos?
MIGUEL.- ¡Ah, Cármene, si tú supiese…si tú supiese…! ¡Ah, Padreterno injusto! ¡Me deja vivir tantos años en la
miseria para hacerme hocicar propio a la última zanja!
DOÑA CARMEN.- ¿E ahora?
MIGUEL.- Ahora se acabó. (Se abate.)
DOÑA CARMEN.- ¿E Severino qué sabe?
MIGUEL (Asustado.).- ¿Severino? Nada. ¿Qué tiene que ver Severino aquí?
DONA CARMEN.- Ha venido a buscarte. Está en la pieza de Carmelo Conte.
MIGUEL (Paladeando su venganza).- Llamalo. Avísale que he llegado. Hágalo venir e déjame solo con él.
Quiero hablarle, ¿comprende? Puede ser que me salva. Llamálo.
DOÑA CARMEN.- Sí.
MIGUEL.- Que entre por aquí (Izquierda) e cierra aquella puerta. (La que supone en el foro de la otra
habitación.)
DOÑA CARMEN.- Sí. ¡Iddio ci aiuti! (Mutis)
MIGUEL (Buscando un arma contundente).- ¡Mefistófele! ¡Te voy a cortar la cola! (Se decide por un zueco que
halla debajo de su cama, se sube a ella y espera, el arma junto al dintel de izquierda. Aparece Chichilo,
finteando. El viejo apenas puede detener el zuecazo. Para disimular golpea en la pared).
CHICHILO.- Tata… ¿Qué hace?
MIGUEL (Con intención).- Voy a matar una araña.
CHICHILO.- ¿Dónde?
MIGUEL.- ¡Váyase! ¡Yo sé donde está! ¡Déjeme solo!
CHICHILO.- Viejo… (Le silba como preguntándole si está chiflado)
MIGUEL. (Imitándolo).- Chichilo… (Lo amenaza furibundo.)
CHICHILO.- ¡Araca, que soy su hijo! (De un salto hace mutis. Vuelve cuando el viejo espera otra vez a
Severino.) Papá, ¿la vio a Lucía? (Don Miguel le arroja el zueco.) ¡Está loco! (Cierra, don Miguel enarbola el
otro zueco)
SEVERINO (Asomándose con todo su miedo.).- Mequele... ¿A dónde está?... Meque... (Esquiva el golpe hacia
la derecha. Cuando hace frente ya esgrime una cachiporra corta que ha deslizado de su manga.) ¡De atrase
no!
MIGUEL (Agazapado en primer término.).- ¡Ah, veníase preparado! Tenías miedo ¿eh? Se te ha quemado la
cola de paja. ¡Asaltante!
SEVERINO.- ¿Qué ha hecho anoche?
MIGUEL.- Darte un gusto.
SEVERINO.- ¡Ne vendiste a todo, puntilloso inservible! Por culpa tuya han agarrado preso al Loro y el Loro va a
hablare.
MIGUEL.- Mejor. Déjalo que hable: para eso es loro.
SEVERINO.- ¿Dónde está el coche? ¿Lo ha escondido?
MIGUEL.- Está a una zanja...
SEVERINQ.- ¡A la madonna!
MIGUEL.- ...encima de Mateo.
SEVERINO.- ¿Ha dejado el coche en mano de la policía? ¡Esa e la cárcere!
MIGUEL (Avanzando.).- No importa. (Habla por entre los dientes apretados.) Te has vengado, te cobraste aquel
vaso de vino velenoso; debes estar satisfecho.
SEVERINO (Sin oírle.).- ¡L'ánima mía! ¡El número del coche! ¡Estamo todo perdido! (Intenta huir por el foro.)
MIGUEL (En la puerta. Tiembla y sonríe.). -¡Eh! ¿A dónde va?
SEVERINO.- ¡Déjame salire!
MIGUEL.- No. Te pedí ayuda y me la negaste; estaba desesperado y me mandaste a Yesu-Cristo. "Hay que
entrare. Hay que entrare". ¡Ahora estamo adentro... adentro de la penitenciaría, peró!
SEVERINO (Resolviéndose.).- ¡No; cárcere no! Yo no quiero la cárcere ahora que puedo vivire tranquilo. ¡Se tú
háblase ti achido... te do un cachiporrazo a la bocha!
MIGUEL.- ¡A ver! (Se le acerca.) ¡Aquí tiene la bocha! Pega. Anímase. Yo voy a contar todo, yo voy a hablare,
como la cotorra. Pega.
SEVERINO.- Mequele... Dejáme... No me tienta...
MIGUEL (Con sincero deseo.).- ¡Pega! Dame ese cachiporrazo; ¡me lo merezco! Si es lo que estoy buscando:
dejar esta vida repuñante. Aquí tiene la bocha. Pega. ¡Farsante! ¡Galerudo!
SEVERINO (Retrocediendo.).- Déjame salire. Abra la puerta.
MIGUEL.- No tiene coraje, cobardone. Yo te voy a matare... col zueco... con las uñas... con lo diente... (Lo
corre.) Mochuelo. Mochuelo.
SEVERINO (Con la voz tomada de espanto.).- ¡Aiuto! ¡Aiuto! (Se hacen un lío con la cortina. Don Miquel golpea
sin ver; se desembaraza del trapo y toma de atrás al otro, le arrebata el arma, lo doblega y va a herirlo con
ella.) ¡Aia!. .. ¡Aia!
MIGUEL.- ¡Calláte! ¡Calláte!
DOÑA CARMEN (De izquierda.).- ¡Miquele! ¡No!
MIGUEL (Desesperado.).- ¿Qué iba a hacer? ¡Casi le remacho la chimenea! (A Severino.) ¡Pídale perdón!
(Obligándolo.) ¡Pídale perdón! (Le quita la galera de una manotada.) ¡Descúbrase!
SEVERINO (En foro.).- Dame la galera.
MIGUEL.- ¡A la cárcel te la doy!
SEVERINO.- ¡No! ¡Cárcere no! (Huye.)
DOÑA CARMEN.- ¡Mamma mía benedetta!
MIGUEL (Que ha cerrado.).- Cármene... (Espía por la ventana.) ¿Quién es eso que está para allí? (Doña
Carmen acude.) Ese bigotudo.
DOÑA CARMEN.- No sé.
MIGUEL.- ¿No lo conoce?
DOÑA CARMEN.- No.
MIGUEL.- ¡Es un pesquisa! ¡Cierra bien! ¡Es un pesquisa!
DOÑA CARMEN.- ¡Santa Lucía Laceratta!
MIGUEL.- ¡Io so perduto!... Cármene... perdono... Marito tuo e nu vigliaco!
DOÑA CARMEN.- ¿Qué fachiste? ¿Qué fachiste?
MIGUEL.- U patre di figli tui é nu vile. Perdono. Ha finita la pache nostra. ¡Io so perduto! ¡Io so perduto! (La vieja
llora de bruces sobre la cama de Lucía. La idea de salvación sobreviene otra vez: corre a la ventana,
corrobora la presencia del pesquisa, descuelga el acordeón y ejecuta, tembloroso, un tiempo de tarantela.)
DOÑA CARMEN.- ¿Qué hace? (Golpean en la puerta de foro.)
MIGUEL.- ¡No abra! ¡Despista! ¡Despista! ¡Baila!
DOÑA CARMEN.- Mequele...
MIGUEL.- ¡Baila! Baila, que voy en cana. Baila. (Ella baila, las manos en las caderas, rígida.)
DOÑA CARMEN.- Mequele... mira lo que me hace hacere...
MIGUEL.- Perdono, Cármene. Despista. Baila, perdono.
DOÑA CARMEN.- Mirá lo que me hace hacere... (Se le ven las lágrimas. La puerta de foro se abre lentamente.
Doña Carmen deja de bailar. El hijo no ve su ridículo.)
CARLOS (Abre bien la puerta para mostrar su flamante traje de chauffeur.).- Bien, viejo. Al fin están contentos
en esta casa.
DOÑA CARMEN.- Hijo...
MIGUEL (El acordeón pierde aire sonoramente entre sus manos. Estupefacto.).- ¡¿Usté... chofer?!
CARLOS.- Chófer. Me he decidido a trabajar, viejo; a ayudarlo de una vez. Hace tiempo que practico en el
volante antes de que me echara y después me fuese a llamar, pero lo oculté para darle de golpe esta alegría.
MIGUEL (Desfalleciente.).- ¡Ay! ¡Ay!
CARLOS.- ¡Viejo!
DOÑA CARMEN.- ¿Qué tiene?
MIGUEL.- Me muero de alegría.
CARLOS.- ¿Cómo, no está contento?
MIGUEL.- ¡Sí! ¡Muy contento! ¡Mira qué contento que estoy! (Se abofetea.) ¡Mira!
CARLOS.- ¡Tata!
DOÑA CARMEN.- ¡Mequele!
MIGUEL.- Yesú, ¿yo merezco esto? ¡Qué alegría que tengo! ¡Hágame venir un accidente! No te asustá,
Cármene. Es la alegría que tengo de verlo. ¿Qué más podía ser? Chófer; le cae de medida. Mira qué bien que
le queda el traje... y la gorra... ¡Un acchidente seco, redondo!
CARLOS.- ¡Papá, yo traigo plata! Ayer no había morfi en casa. Tome, mamá; veinte pesos. Mi primera noche.
DOÑA CARMEN.- Gracia, hijo; al fin. Era tiempo.
MIGUEL (Mirándolos largamente.).- ¡Era tiempo... y qué tarde que es!
CARLOS. -Sí, yo comprendo; a usté le hubiera gustao más otro oficio, pero...
MIGUEL.- Pero... hay que entrare. He comprendido. No me haga caso, hijo. Estoy contento de que usté pueda
ya mantener a la familia. Yo no podía más. Estoy cansado. Como Mateo... ya no sirvo, soy una bolsa de
leña... y siempre que pego... pego con la cabeza. Ahora I'automóvil me salva. ¡Quién iba a pensarlo! ¿Salva?
Sí. Me voy. (Corre en busca de sus prendas.)
CARLOS.- Pero, ¿qué tiene? No entiendo. ¿Qué ha hecho?
DOÑA CARMEN.- Yo no sé. Se ha peleado anoche...
CARLOS.- ¿Usté?
MIGUEL.- Yo no: su papá.
CARLOS.- ¿Y con quién?
MIGUEL.- Con Mateo. Me voy. Tengo que irme (Recuerda que ha perdido el sombrero.)
DOÑA CARMEN.- ¿A dónde?
CHICHILO (Adentro.).- ¡Mama! ¡Papá!. ..
MIGUEL (Aparte.).- ¡La policía! (Se envuelve en la cortina.)
CHICHILO (Apareciendo.).- ¡Se la han piantao! ¡Se la han piantao a Lucía!
MIGUEL (Salta.).- ¿Qué?
CHICHILO.- En un auto verde. Lo corrí como diez cuadra, pero disparó. ¡No pude! Perdí lo guante... ¡Cretina!
¡Loca! (Llora.)
CARLOS.- ¿Qué decí? ¿Está loco, vo? Si Lucía está ahí. (Patio.) La llevé a dar una vuelta pa que conociera el
coche.
CHICHILO.- ¿Era el auto tuyo?
CARLOS.- Claro, gilastro. Lo dejé en la esquina por los chicos del conventillo.
CHICHILO.- ¡Ay dió! ¡Lleváme a mí!
MIGUEL (A Chichilo.).- ¿E usté tenía miedo que se escapara? ¿Por qué?
CHICHILO (A quien Carlos ha llamado la atención para que mienta.).- No... No, viejo. ¿No ve que son macana?
CARLOS (A Chichillo.).- ¡Tené cada chiste, vo! (Están en la puerta de izquierda. Golpean en la del foro.
Silencio. Los viejos se entienden con una mirada.)
MIGUEL (A Carlos que acude.).- No abra. Yo sé quién es.
DOÑA CARMEN (Al viejo solo.).- Miquele... tú no te has peleado anoche... tú... con Severino.
MIGUEL.- Shhhhh. (Por los hijos.) Que lo sepan cuando yo no esté.
DOÑA CARMEN.- ¡Miquele, perdonáme, perdonáme! ...
MIGUEL.- No llore. Piense a los hijos. Tenía razón, Cármene: cuando se echan al mundo hay que
alimentarlos... de cualquier manera. Yo he cumplido. No llore. (Los hijos los miran sin entender. El viejo
despista: se pone la galera de Severino, abollada y maltrecha. Da lástima y risa.) ¿Cómo me queda? ¿Me
queda bien? (Retrocede hasta el foro preparando la huida. Se repiten los golpes.) ¡Addío! (De un respingo
abre la puerta. La policía echa mano de él. La vieja cae.)
CARLOS y CHICHILO.- ¡Mamá! ¿Qué pasa? (Saliendo por foro.) ¡Papá! ¡Papá! (Los policías se llevan al viejo a
tirones.)
TELON FINAL
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  • 1. 1 LA CANCIÓN POPULAR TESTIMONIAL Entre 1870 y 1900, y como consecuencia del desarrollo industrial de los países europeos, nuestro país se convirtió en dependiente de la economía inglesa. Aparecieron las grandes inversiones y se puso en movimiento el territorio. Comenzó el trazado de líneas férreas desde Buenos Aires hacia los lugares más productivos y se abrieron las puertas a la inmigración masiva. La exportación millonaria de granos y carnes arrojó como resultado una acumulación de divisas que hicieron inmensamente rica a una minoría que se alojó en un barrio selecto. A ella le esperaban la vida nocturna con sus teatros, restaurantes de moda y fiestas de alto vuelo, los viajes, los clubes y la moda importada de Inglaterra o Francia. El resto, carente de medios y en gran parte productor de esas riquezas, debió conformarse con las zonas periféricas de los barrios y el suburbio, el salario escaso, la falta de trabajo, el ambiente sórdido y miserable, el delito y la prostitución. Los conventillos cobijaron a los inmigrantes (españoles e italianos en su mayoría) que no eran precisamente –como los ideólogos creían- artistas, intelectuales o científicos. ACQUAFORTE Carlos Marambio Catán Es medianoche, el cabaret despierta, muchas mujeres, música y champán, va a comenzar la eterna y triste fiesta de los que viven al ritmo del gotán. Un viejo verde que gasta su dinero emborrachando a Lulú con su champán hoy le negó el aumento a un pobre obrero que le pidió un pedazo más de pan. Y aquella pobre mujer que vende flores y fue en sus tiempos la reina de Montmartre me ofrece con dolor unas violetas para alegrar tal vez mi soledad. Y pienso en la vida... la madres que sufren, los¡Qué triste es todo esto! Quisiera llorar. Orígenes del tango No se conoce con exactitud el origen del tango (cuándo y dónde nació) pues no se posee documentación adecuada. Las generaciones literarias finiseculares tenían sus sentidos puestos en Francia y no en la vida del país. Ignoraban lo que ocurría en torno de ellas y no captaron el fenómeno. No obstante esto, puede afirmarse que para 1870 aparece como HÍBRIDO, producto de la HABANERA y la MILONGA. Se llamó “tango americano” a las habaneras que traían al puerto de Buenos Aires los marineros cubanos que de la HABANA venían. También se habla de la influencia del TANGO ANDALUZ. Se pueden establecer 3 épocas: El proceso de difusión y propagación de la nueva música se llevó a cabo por varios caminos: El tango y el prostíbulo Contrariamente a la opinión general, el prostíbulo no fue cuna del tango sino el lugar donde se bailaba tango, pues se lo anexó como una atracción más para mantener y acrecentar la clientela. De allí que se haya confundido y relacionado al tango con el sexo. En una ciudad carente de distracciones para la gente del suburbio como fuera Buenos Aires, el auge de la milonga y del tango provocó la instalación de bailes públicos que se denominaron ACADEMIAS. Allí concurrían orilleros y la juventud masculina de las clases acomodadas. Si bien el tango se inició bailando muy juntos, la función de la mujer en el tiempo que duraba la interpretación de la coreografía no era la de excitar al hombre, sino seguir a este y realizar las figuras que le exigía la pareja. El aspecto físico y El Tango nació en un ambiente de gente sin posibilidades de conquistas económicas, que no visualizaban un empleo de salario asegurado en el porvenir. Fue el producto de un grupo social al que pertenecían individuos desorientados, resentidos, en un ambiente estático. 1 Tango milonga (hasta 1895). 3 Tango argentino o porteño (entre 1905 y 1910), sale de las orillas y llega al centro. En el avance se transforma en tango definitivamente. 1 Los organitos italianos que recorrían la ciudad con sus loros y papelitos de la buena suerte. 2 Los mayorales de los tranvías que anunciaban su paso con trozos de tangos con sus cornetas. 3 Los "niños bien" que lo bailaron -a escondidas primero- con sus hermanas, primas, novias y luego adecentado, con "luz", "derecho viejo", sin cortes ni quebradas, en las reuniones bailables de su ambiente. 4 El cine y el teatro que mostraron a las masas el placer del buen vivir de los privilegiados, poniendo el dedo índice acusador sobre los señoritos, causantes de las desgracias de las "milonguitas". Es medianoche, el cabaret despierta, muchas mujeres, música y champán, va a comenzar la eterna y triste fiesta de los que viven al ritmo del gotán. Cuarentaaños de vida me encadenan. Blanca la testa, viejo el corazón, hoy vengo de mirar con mucha pena lo que otros años miréconilusión: las pobres milongas dopadas de besos me miran, extrañas, con curiosidad. Ya no me conocen, estoy solo y viejo. No hay luz en mis ojos; la vida se va. Un viejo verde que gasta su dinero emborrachando a Lulú con su champán hoyle negó elaumentoa un pobreobrero que le pidió unpedazo másde pan. Y aquella pobre mujer que vende flores y fue en sus tiempos la reina de Montmartre me ofrece con dolor unas violetas para alegrar tal vez mi soledad. Y pienso enlavida...las madres que sufren, los hijos que vagan sin techo y sin pan vendiendoLaPrensa,ganando dos guitas. ¡Qué triste es todo esto!¡Quisiera llorar! 2 Tango criollo (hasta 1905, un primer desarrollo del tango propiamente dicho).
  • 2. 2 sus atractivos femeninos no contaban para nada. Sólo importaba que supieran bailar muy bien. Se abonaba una tarifa por cada pieza y la casa pagaba a las mujeres una asignación por cada día de trabajo. No había lujuria en el labrado. Se bailaba con la honda fruición de bailar, pero se bailaba peleando. La rivalidad entre los danzantes, la pugna entre los barrios consumían la atención y requerían cuidado. No podía el hombre bailar retrocediendo pues la espalda no debe acercarse a la del enemigo potencial. El orgullo de saber bailar bien era típico del orillero que se preciaba como tal. Mostrarse "patadura" podía resultar tan negativo para el prestigio viril como ser "chambón" con el cuchillo. El tango mantiene a la pareja enlazada e introduce la suspensión del desplazamiento. Las dominantes danzas de enlace exigían "movimiento continuo", debían enhebrar acompasados paseos o vueltas sin detenerse un instante. En el tango, los integrantes se aquietan de pronto. Suele pararse el hombre mientras la mujer caracolea o gira en torno y a la inversa, firme la mujer, puede moverse el hombre. Las "figuras" se elaboran en el instante de la realización y van en serie, sin parar. Persiste la inventiva y se trata de un espectáculo que se renueva en cada presentación; crea cada vez una versión del tango que nunca acertará a repetir con total exactitud. El tango y la moral burguesa La concepción burguesa de que el tango era sinónimo de sexo surgió cuando los hombres del centro que frecuentaban los prostíbulos, academias o casas de baile (como "Laura" en Paraguay 2515, o "María La Vasca" Carlos Calvo 2721), de regreso a los lugares habituales de vida, difundieron dentro del círculo de amistades y en su propio hogar, esa imagen que, por otra parte, no podía ser otra para ellos. De esa circunstancia nace la enconada lucha y permanente rechazo de la burguesía hacia el tango, no por ser un baile nuevo sino por ser practicado en lugares lascivos. En un principio, la moral burguesa no permitió bajo ningún concepto que la danza del suburbio llegara a los salones de baile familiares, pero no impidió ni condenó en ningún momento, que el varón concurriese al suburbio para practicarlo. Cerró los ojos ante esta situación y dejó hacer, pues, por este camino, la juventud masculina halló salida a los ímpetus sexuales, al mismo tiempo que preservó la moral de las jóvenes casaderas. Hacia 1910, el tango triunfó en París y luego conquistó la "high life" porteña, la "failaife" con que se reían los letristas. La señorita de sociedad lo comienza a bailar y cantar; su letra le da a conocer los secretos de la angustia plebeya. NIÑO BIEN Víctor Soliño y Roberto Fontaina Niño bien, pretencioso y engrupido, que tenés berretín de figurar, niño bien que llevás dos apellidos y que usás de escritorio el "petit-bar". Pelandrún que la vas de distinguido y siempre hablás de la estancia de papá, mientras tu viejo pa' ganarse el puchero todos los días sale a vender fainá. Vos te creés que porque hablás de "ti", fumás tabaco inglés, paseás por Sarandí y te cortás las patillas a lo Rodolfo sos un fifí. Porque usás la corbata carmín y allá en el Chantecler la vas de bailarín y te mandás la viava de gomina, te creés que sos un rana y sos un pobre gil. Niño bien que saliste del suburbio, de un bulín alumbrado a querosén, que tenés pedigré bastante turbio y batís que sos de familia bien. ¿No manyás que estás mostrando la hilacha? Y al caminar con aire triunfador, se ve bien claro que tenés mucha clase GARUFA Víctor Soliño y Roberto Fontaina Del barrio "La Mondiola", sos el más rana y te llaman "Garufa" por lo bacán, tenés más pretensiones que bataclana que hubiera "hecho suceso" con un "gotán". Durante la semana, meta laburo y el sábado a la noche, sos un doctor. Te encajás las polainas y el cuelo duro y te venís pa'l centro de rompedor. Garufa, ¡pucha que sos divertido! Garufa, ¡vos sos un caso perdido! Tu vieja dice que sos un bandido porque supo que te vieron la otra noche en el Parque Japonés. Caés a la milonga en cuanto empieza y sos para las minas el vareador. Sos capaz de bailarte "La Marsellesa", "La marcha a Garibaldi" y "El Trovador". Con un café con leche y una ensaimada, rematás las noches de bacanal y al volver a tu casa de madrugada, decís: "Yo soy un rana fenomenal". Las letras del tango A través de las letras, se puede tener una visión muy cercana de la realidad del medio y se puede penetrar en el mundo interior de sus protagonistas. Las letras dan testimonio de una época. En la línea del TANGO TESTIMONIAL, se encuentran Ángel Villoldo, quien con su milonga Matufias, se adelanta a Cambalache de Enrique Santos Discépolo y al tango Al mundo le falta un tornillo de Enrique Cadícamo. GARUFA Víctor Soliño y Roberto Fontaina Del barrio "La Mondiola", sos el más rana y te llaman "Garufa" por lo bacán, tenés más pretensiones que bataclana que hubiera "hecho suceso" con un "gotán". Durante la semana, meta laburo y el sábado a la noche, sos un doctor. Te encajás las polainas y el cuello duro y te venís pa'l centro de rompedor. Garufa, ¡pucha que sos divertido! Garufa, ¡vos sos un caso perdido! Tu vieja dice que sos un bandido porque supo que te vieron la otra noche en el Parque Japonés. Caés a la milonga en cuanto empieza y sos para las minas el vareador. Sos capaz de bailarte "La Marsellesa", "La marcha a Garibaldi" y "El Trovador". Con un café con leche y una ensaimada, rematás las noches de bacanal y al volver a tu casa de madrugada, decís:"Yo soy un rana fenomenal". NIÑO BIEN Víctor Soliño y Roberto Fontaina Niño bien, pretencioso y engrupido, que tenés berretín de figurar, niño bien que llevás dos apellidos y que usás de escritorio el "petit-bar". Pelandrún que la vas de distinguido y siempre hablás de la estancia de papá, mientras tu viejo pa' ganarse el puchero todos los días sale a vender fainá. Vos te creés que porque hablás de "ti", fumás tabaco inglés, paseás por Sarandí y te cortás las patillas a lo Rodolfo sos un fifí. Porque usás la corbata carmín y allá en el Chantecler la vas de bailarín y te mandás la viava de gomina, te creés que sos un rana y sos un pobre gil. Niño bien que saliste del suburbio, de un bulín alumbrado a querosén, que tenés pedigré bastante turbio y batís que sos de familia bien. ¿No manyás que estás mostrando la hilacha? Y al caminar con aire triunfador, se ve bien claro que tenés muchas clase para lucirte detrás de un mostrador.
  • 3. 3 MATUFIAS Ángel Villoldo En el siglo en que vivimos de lo más original, el progreso nos ha dado una vida artificial. Muchos andan a máquina porque es viejo andar a pie, hay extractos de alimentos y hay quien pasa sin comer. Siempre hablamos del progreso buscando la perfección y reina el arte moderno en todita su extensión. La chanchuya y la matufia hoy forman la sociedad y nuestra vida moderna es una calamidad. De unas drogas hacen vino y de porotos, café; de maní es el chocolate y de yerba se hace el té. Las medicinas, veneno que quitan fuerza y salud; los licores vomitivos que llevan al ataúd. Cuando sirven plato en algún lujoso hotel por liebre nos dan un gato y una torta por pastel. El aceite de la oliva hoy no se puede encontrar pues el aceite de potro lo ha venido a desbancar. El tabaco que fumamos es “habano pour reclam” pues así lo bautizaron cuando nació en Tucumán. La leche se “pastoriza” con el agua y almidón y con carne de ratones, se fabrica el salchichón. Los curas las bendiciones las venden y hasta el misal; y sin que nunca proteste la gran corte celestial. Siempre suceden desfalcos en muchas reparticiones, pero nunca a los rateros los meten en las prisiones. Se presenta un candidato, diputado nacional, y a la faz de todo el mundo compra el voto popular. Se come asado con cuero y se chupa a discreción celebrando la matufia de una embrollada elección. Hoy la matufia está en boga y siempre crecerá más y mientras, el pobre trabaja y no hace más que pagar. Señores, abrir el ojo y no acostarse a dormir. Hay que estudiar con provecho el gran arte de vivir. CAMBALACHE Enrique Santos Discépolo Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil también; que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y doblez... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón. Los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón. ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón! Mezclaos con Stavinsky, van Don Bosco y la Mignon, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida y herida por un sable sin remaches, ves llorar la Biblia contra un calefón. Siglo veinte, cambalache problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil. ¡Dale nomás! ¡Dale que va! Que allá en el horno nos vamo'a encontrar. Nos pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao. Es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de las minas, que el que mata que el cura o está fuera de la ley. AL MUNDO LE FALTA UN TORNILLO Enrique Cadícamo Todo el mundo está en la estufa: triste, amargo, sin garufa, melancólico y cortao. Se acabaron los robustos. ¡Si hasta yo, que daba gusto, cuatro kilos he bajao! Hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar un trampolín. ¡Si habrá crisis, bronca y hambre, que el que compra un poco de fiambre hoy se morfa hasta el piolín! Hoy se vive de prepo y se duerme apurao y la barba hasta a Cristo se la han afeitao. Hoy se lleva a empeñar al amigo más fiel. Nadie invita a morfar, todo el mundo en el riel. Al mundo le falta un tornillo: ¡que venga un mecánico pa' ver si lo puede arreglar! ¿Qué sucede? ¡Mama mía! Se cayó la estantería o San Pedro abrió el portón. La creación anda a las piñas y de puro arrebatiña, apoliya sin colchón. El ladrón es hoy decente y a la fuerza, se hizo gente: ya no encuentra a quien robar. Y el honrao se ha vuelto chorro porque en su fiebre de ahorro, él "se afana" por guardar.
  • 4. 4 Por lo general, las letras son pesimistas y reflejan el conventillo, la paica, el malevo, la obrerita, el delincuente, los sueños, las realidades, las injusticias, los deseos de modificar las distorsiones de la vida y por sobre todo, lo irreversible de los hechos. Sin embargo, un análisis profundo lleva más allá de las palabras y de los personajes. El pintoresquismo de la anécdota debe dejarse de lado, pues la profundidad del tango no radica en ello, sino en su protesta y su crítica a la sociedad que lo engendra y somete. Muchos han caído en el error de decir que el tango es sólo reflejo del ambiente del mal vivir de la sociedad argentina, cuando el tango no sólo refleja un sector sino que sirve para comprender a la sociedad toda. Bajos fondos y mala vida no son exclusivos del tango sino de la sociedad que los contiene, pues una sociedad estructurada sobre el privilegio da a la fuerza una distorsión de los valores morales y religiosos para todos aquellos que deben luchar por el pan diario. Entonces, a la larga, la posición de estos será la negación de esos valores que sustenta la misma sociedad en que conviven, una sociedad donde unos pocos con poder ordenan, exhiben cultura y dinero sin necesidad de "agachar el lomo" todos los días, un grupo que amasa una gran fortuna sin reparos éticos ni religiosos para poder vivir en el ocio. El hombre y la mujer en el tango El hombre no se expresa tanto por despecho hacia la ex amante que tiene coche, chofer y perrito pequinés. Se rebela ante la existencia de otro hombre que logró llevársela porque tiene dinero. La mujer debe "dar el mal paso" e irse al centro, renunciar a sus principios cristianos y prostituirse para poder comer y huir de la miseria. El hombre, por su parte, traicionado y abandonado, recurre a la droga, al alcohol o al suicidio. La trayectoria degradante del hombre tiene 2 etapas: MI NOCHE TRISTE Pascual Contursi Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida dejándome el alma herida y espina en el corazón, sabiendo que te quería, que vos eras mi alegría y mi sueño abrasador. Para mí ya no hay consuelo y por eso me encurdelo: pa' olvidarme de tu amor. Cuando voy pa' mi cotorro y lo veo desarreglado, todo triste, abandonado, me dan ganas de llorar. Me detengo largo rato campaneando tu retrato pa' poderme consolar. Ya no hay en el bulín aquellos lindos frasquitos adornados con moñitos, todos del mismo color. El espejo está empañado y parece que ha llorado por la ausencia de tu amor. De noche, cuando me acuesto, no puedo cerrar la puerta, porque dejándola abierta, me hago ilusión que volvés. Siempre llevo bizcochitos pa' tomar con matecitos como si estuvieras vos, y si vieras la catrera, cómo se pone cabrera cuando no nos ve a los dos. La guitarra en el ropero todavía está colgada. Nadie en ella canta nada ni hace sus cuerdas vibrar. Y la lámpara del cuarto también tu ausencia ha sentido porque su luz no ha querido mi noche triste alumbrar. Las letras en su conjunto demuestran la vieja raíz de la concepción bíblica (Génesis), donde la mujer es un elemento demoníaco para incitar al pecado, ya que en el tango sexo y pecado son una misma cosa. Esto quedó patentizado en las letras que narran las "desgracias" a causa de la infidelidad femenina y que la mujer es un ser sin moral, pues no valora y desprecia los esfuerzos masculinos. Las letras que mencionan personajes del cabaret pueden dividirse en 3 grupos: 1) las que hablan de muchachas argentinas; 2) las que mencionan a las francesas; y 3) las que se refieren al hombre de cabaret. Las más famosa de las del primer grupo es, sin duda, Milonguita de Samuel Linning. Los versos se inician con una referencia al pasado idílico y concluyen comparándolo con su vida actual. "Milonguita" era el término habitual con el que se designaba a las prostitutas jóvenes, diminutivo de "milonguera", que era la mujer contratada para bailar en sitios públicos. La otra especie de cabaretera que nombra el tango es la francesa que, enamorada, deja su patria para seguir al hombre que con engaños, la trae a la Argentina, donde constituye uno de los productos mejor pagados en el mercado de la trata de blancas. Griseta de José González Castillo y Madame Ivonne de Enrique Cadícamo reflejan esta situación. Los años de cabaret son años de derroche en la Argentina, pues el magnate despilfarra un capital que recuperará sin mucho esfuerzo y en París, donde los argentinos "tiran manteca al techo". B Aceptación de la versatilidad de las relaciones sexuales de la mujer con la condición de tenerla en el momento en que se la necesita, especialmente si esa necesidad es sexual. A Comprensión de las faltas de la mujer con un atisbo de tolerancia y justificación al aceptarlas de vuelta en el bulín pese a la traición pasada.
  • 5. 5 MILONGUITA Samuel Linning ¿Te acordás, Milonguita? Vos eras la pebeta más linda 'e Chiclana. La pollera cortona y en las trenzas... y en las trenzas, un beso de sol. ¿Y en aquellas noches de verano que soñaba tu almita, mujer, al oír en la esquina algún tango chamuyarte bajito de amor? chamuyarte bajito de amor? Estercita, hoy te llaman Milonguita, flor de lujo y de placer, flor de noche y cabaret. Milonguita, los hombres te han hecho mal y hoy darías todas tu alma por vestirte de percal. Cuando sales por la madrugada, Milonguita, de aquel cabaret, toda tu alma temblando de frío, dices: "¡Ay, si pudiera querer!" Y entre el vino y el último tango, pa'l cotorro te saca un bacán. ¡Ay, qué sola, Estercita, te sientes! Si llorás, decís que es el champán. GRISETA José González Castillo Mezcla rara de Museta y de Mimí, con caricias de Rodolfo y de Schaunard, era la flor de París que un sueño de novela trajo al arrabal. Y en el loco divagar del cabaret, al arrullo de un tango compadrón, alentaba una ilusión: soñaba con Des Grieux, quería ser Manon. quería ser Manon. Francesita que trajiste, pizpireta, sentimental y coqueta, la poesía del quartier, ¿quién diría que tu poema de griseta sólo una estrofa tendría: la silenciosa agonía de Margarita Gauthier? Mas la fría sordidez del arrabal, agostando la pureza de su fe, sin hallar a su Duval, secó su corazón lo mismo que un muguet. Y una noche de champán y de cocó, al arrullo funeral de un bandoneón, pobrecita, se durmió, lo mismo que Mimí, lo mismo que Manon. INFAMIA Enrique Santos Discépolo La gente que es brutal cuando se ensaña, la gente que es feroz cuando hace un mal, buscó para hacer títeres en su guignol la imagen de tu amor y mi esperanza. ¿A mí qué me importaba tu pasado, si tu alma entraba pura a un porvenir? Dichoso abrí los brazos a tu afán y con mi amor, salimos de payasos a vivir. Fue inútil gritar que querías ser buena, fue estúpido aullar la promesa de tu redención. La gente es brutal y odia siempre al que sueña; lo burla y con risas, despena su intento mejor. Tu historia y mi honor, desnudados en la feria, bailaron su danza de horror sin compasión. Tu angustia comprendió que era imposible. (Luchar contra la gente es infernal). Por eso me dejaste sin decirlo, amor, y fuiste a hundirte al fin en tu destino. Tu vida desde entonces fue un suicidio, vorágine de horrores y de alcohol. Anoche te mataste ya del todo, y mi emoción te llora en tu descanso, corazón. Quisiera que Dios amparara tu sueño, muñeca de amor que no pudo alcanzar su ilusión. Yo quise hacer más, pero sólo fue un ansia. Que tu alma perdone a mi vida su intento mejor. De blanco al morir, llegará tu esperanza, vestida de novia ante Dios como soñó.
  • 6. EL TEATRO NACIONAL Y EL GROTESCO La trayectoria del teatro rioplatense Hasta mediados del siglo XIX se representan en su mayoría, obras de autores europeos y las que escriben los poetas románticos no hacen más que reproducir los lineamientos temáticos del Romanticismo español o francés. A partir de la Generación del 80 se advierte un intento por emancipar el teatro de esos modelos y poco a poco, va surgiendo un drama nacional, el drama gauchesco. La mayoría de los criollos sitúan su origen en 1884, fecha en que se estrena en Buenos Aires Juan Moreira, mimodrama o pantomima basada en el folletinesco relato del mismo nombre, debido a la pluma fácil de Eduardo Gutiérrez (autor también de Juan Cuello y Hormiga Negra), especialista en convertir en héroes a delincuentes famosos. Juan Moreira. Por supuesto, se siguen haciendo en Buenos Aires representaciones de obras de procedencia europea, a las que asiste una minoría culta, pero la gran masa del público acudía para divertirse a los espectáculos circenses. Uno famoso había por entonces: el de los Hermanos Carlo, en el que actuaba como payaso comentador de la realidad política José J. Podestá, que se hizo famoso por el nombre de “Pepino el 88”. En el citado año de 1884, se representa, con la actuación de Podestá, la pantomima adaptada de la novela de Gutiérrez, a la que este mismo había añadido cantos, danzas, gauchos a caballo y duelos a cuchilladas y a balazos. Obtuvo tal éxito que, dos años después, Podestá decide convertir la pantomima en un drama hablado, con diálogos proporcionados por Gutiérrez y otros de su invención. Así empezó el teatro criollo sobre la base de una novela ya existente. En 1889, el espectáculo obtiene un clamoroso éxito en Montevideo y vuelve a Buenos Aires para ser representada, con igual fortuna en 1890 y 1891. El verismo dramático. Se entra ya, con el albor del siglo XX, en la llamada “década gloriosa”, que va de 1900 a 1910, con el auge del Realismo que favorece el descubrimiento del rasgo propio y original. Conviven la intención cómica y la dramática: con la primera nos divierte Gregorio de Laferrère (Las de Barranco, Locos de verano, Jettatore), cuya gracia no es suficiente para borrar el rictus amargo de los personajes de Florencio Sánchez (M’hijo el dotor, Barranca abajo, La gringa). Son estos -junto con Roberto J. Payró y Julio Sánchez Gardel- los introductores del verismo dramático de gran aceptación en los teatros europeos de entresiglos. Se dice de ellos, sin embargo, que “si bien su dramática es de sabor vernáculo en cuanto al lenguaje, temas, idiosincrasia de sus criaturas, es menos original en cuanto a formas que los rudimentarios dramas gauchescos del circo, porque los nuevos autores se enganchan a la tradición teatral europea para resolver sus problemas técnicos.” Paralelamente se ha venido desarrollando el sainete criollo, de tono satírico-político. Los saineteros crearon un teatro típico que refleja la vida local. Refieren sucesos de actualidad y hacen subir la oposición política a las tablas, con continuas alusiones a acontecimientos y personas. Al principio imitan las formas llegadas de España con el llamado ‘género chico’, clase de obras teatrales de menor importancia que comprenden sainetes, comedias y zarzuelas de uno o dos actos. Luego este género declina y lo reemplaza definitivamente el sainete criollo, más afín con el gusto popular. En ellos, se reproduce una parte reducida de la realidad. Sus personajes son gentes humildes que se han quedado en la orilla de la ciudad: no se animan a llegar al centro; no quieren adentrarse en la campaña. En esa franja limítrofe viven personajes típicos en su modo de actuar, de vestirse, de hablar. Son los del suburbio. El grotesco “Desde la época remota de su estreno, ha dicho Enrique García Velloso, Juan Moreira ha salvado todas las cambiantes del gusto y de las aficiones populares, emocionando e interesando no solamente a varias generaciones argentinas, sino a los distintos públicos formados en el país por la evolución cosmopolita. Su asunto y los incidentes fundamentales de su acción pasional son tan humanos que incluso vertido el drama a un idioma como el italiano, mantuvo intacto su vigor escénico.”
  • 7. De las dos líneas iniciales -drama gauchesco y sainete- la que sale favorecida es la primera por las posibilidades en la gama de conflictos que se plantean. El sainete, si bien reflorecido, acabará siendo desplazado por la presencia de una forma que cavará en lo hondo de la condición humana: el grotesco. Varios son los factores que darán lugar a esta nueva modalidad del teatro argentino. Por un lado, el advenimiento de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que dividirá la opinión pública según los bandos bélicos europeos y producirá un auge en la inmigración hacia la Argentina. La falta de originalidad y el surgimiento del divismo (el actor o actriz se ha vuelto ‘vedette’). Los dramaturgos escriben a pedido de esas estrellas y por supuesto, las piezas no tienen la calidad de la obra de creación, pues las intenciones son más económicas que artísticas. No será extraño entonces, que compañías de actores se vean repentinamente trabajando en salas semivacías. Sobreviene la necesidad de actualizar la escena con temas candentes, representativos del pensamiento y sentir popular. Pero aún en esta época de declinación existe un grupo de dramaturgos nuevos que intentan dar nuevo aliento a la dramática ‘porteña’ por el espacio donde se desarrolla y por sus temas. A este grupo pertenecen Francisco Defilippis Novoa (He visto a Dios, Yo tuve veinte años), Samuel Eichelbaum (Un guapo del 900, Un tal Servando Gómez), Roberto Arlt (Saverio el cruel, La isla desierta) y Armando Discépolo. Armando Discépolo (1887-1971) Es el máximo creador del grotesco criollo. Ya desde sus primeras obras se advierte la búsqueda de las caracterizaciones sociales del momento, con matices entre dramáticos y cómicos. Son exteriorizaciones de un modo de vida en una ciudad que va colmando sus arrabales con el pintoresquismo de razas y oficios, de intereses encontrados, de seres que ven crecer la injusticia y agigantarse la vergüenza de ser honestos en un ambiente donde prospera quien transige con las exigencias, no siempre decentes y justas, del progreso. Origen. Pero si se buscan la fuentes del grotesco de Discépolo, debemos evocar al dramaturgo italiano Roberto Bracco, autor de Don Pietro Carusso (1895), pieza donde se conjugan lo cómico y lo trágico, la sonrisa y la amargura, y a Luigi Chiarelli con La máscara y el rostro (1913): por primera vez aparece la denominación ‘grotesco’, ya que califica a su obra como ‘grotesco en tres actos’. Otros autores como Rosso di San Secondo, Antonelli y más tarde, Pirandello abordarán también de alguna manera esa modalidad nueva. Es bajo la influencia de este último, Pirandello, que se va gestando en la producción discepolina el conflicto entre el individuo y la sociedad que lo caracteriza: el ‘ser auténtico’ frente al ‘ser exterior’, la reflexión íntima del personaje que se mira a sí mismo, a su interioridad verdadera y no a la máscara que presenta a los demás, lo que se es y lo que se aparenta (como lo hace Luigi Pirandello en Cada cual a su juego). ¿Qué es el grotesco? Es la íntima relación de lo trágico y lo cómico, la simultaneidad de ambas especies dramáticas en una misma situación y en un mismo personaje. A esta situación se llega a través de un mundo en descomposición, cuando los valores están en crisis, cuando la risa franca no tiene cabida porque adentro hay algo que se derrumba. En ese mundo desnivelado se forman la ‘máscara’ y el ‘rostro’, el parecer y el ser auténtico, la imagen para los otros, para la sociedad, y el yo íntimo que es autenticidad. Cuando esos dos elementos se ponen en juego y comienza el rostro a desplazar a la máscara, va proyectándose el grotesco en forma de personaje. En el caso de Discépolo, la sociedad en cambio va erigiendo nuevas pautas de conducta, nuevos mecanismos para el desenvolvimiento del hombre, nuevos métodos para arribar con mayor celeridad al éxito económico, al progreso que, en el aspecto espiritual, será un retroceso.
  • 8. En esta atmósfera asoman los desilusionados inmigrantes europeos, italianos y españoles en su mayoría, que se apiñaron en los alrededores de Buenos Aires tratando de abrirse camino hacia un porvenir que no fue, en general, tan accesible y promisorio como lo habían soñado. Al desbaratarse el espejismo, ante la imposibilidad de revertir la situación y volver a enfrentarse con esa pequeña felicidad, aflora el drama. Todo girará a partir de la desesperanza ante un ideal que no se cumplió y la consiguiente realidad nefasta. El grotesco es desproporción, desequilibrio. Los personajes se debaten en un conflicto sin salida, el de querer y no poder, el deseo y el hecho concreto, el rostro y la realidad, conflicto que irá creciendo hasta hacerse insoportable: una salida, cualquiera sea será mejor que nada. Quedarse donde se está es simplemente fracaso seguro. Atrapados en un dilema irresoluble, se mueven dentro de las cuatro paredes de un conventillo o un comedor humilde de casa pobre. Ya no son los espacios abiertos del sainete -los célebres patios de diálogos chispeantes y enredos múltiples-, sino la opresión del encierro, donde encaja mejor la soledad abrumadora de los personajes. Ya no es tampoco el diálogo lo que interesa sino el soliloquio, lo que cada criatura se dice -aunque aparentemente se dirija a su interlocutor- a sí misma, hablándole a su desamparo, a su desaliento, exasperada por el fracaso. Hasta el clima incide: las piezas transcurren en invierno o bien van de un verano que declina hacia el frío, como si la temperatura fuera un factor más de la desventura del vivir oprimido. Las obras giran alrededor del personaje, funcionan en razón del protagonista, un ser mutilado que el autor atrapa en el momento de la crisis final, cuando el dolor del alma va a estallar en la muerte (Stéfano) o en la cárcel (Mateo). ¿Cuáles son las características del grotesco? Podemos resumirlas en tres: A) La oposición realidad-interioridad, (la ya mencionada dualidad apariencia-ser auténtico). B) La expresión crítica de esa oposición mediante el monólogo. El monólogo es el enfrentamiento del personaje consigo mismo. La pieza adquiere su clímax en esta situación, pues la reflexión balancea el desajuste entre la realidad y la ilusión. Por medio de la confidencia solitaria las criaturas toman conciencia del fracaso, porque se miran tal cual son, se despojan de la máscara y dejan ver el rostro. Los pensamientos se sueltan frente a testigos mudos como para confirmar el peso de una existencia que no ha logrado identificarse con sus aspiraciones. El personaje que en el punto inicial de la acción es máscara se percata de que se está convirtiendo en rostro a medida que la máscara se resquebraja y cae al choque de los acontecimientos. Es la representación de la contradicción advertida, experimentada y finalmente superada, entre la máscara y el rostro, entre las ideas exteriores, abstractas, sociales del yo superficial, y los sentimientos íntimos, concretos, individuales del yo profundo. C) El lenguaje desfigurado por el desencuentro de dos lenguas. El lenguaje es primordial para la interpretación básica del texto y su contenido. Cada personaje hace uso de la lengua según su propio código fonético. En esa anárquica babilonia lingüística se notan diferencias entre el inmigrante que mezcla los idiomas y desfigura el español que a tropezones ha logrado más o menos aprender y los hijos argentinos que instrumentan su propia lengua con los matices típicos del porteño, fundamentalmente el del arrabal. Esta diferenciación lingüística es un modo más de señalar la grieta generacional entre los inmigrantes y sus hijos argentinos. Los diálogos entre unos y otros son una muestra cabal de esa brecha que los separa e incomunica. Priva en ellos la agresión constante, la incomprensión, la falta de afecto, de ternura. Se suma a lo ridículo de su aspecto exterior un vocabulario sembrado de italianismos, aplebeyamientos fonéticos, donde se produce la deformación lingüística como prolongación de una deformación interior más profunda. Estos niveles de lenguaje obedecen a los modelos que el ambiente porteño ofrecía en las primeras décadas del siglo.
  • 9. El grotesco criollo simboliza el límite de un grupo humano para integrarse a la realidad que le propone Buenos Aires. Es el lenguaje de la desilusión y la desesperanza, del choque con un mundo hostil que enfrenta al personaje con sus limitaciones, con sus frustraciones, con su impotencia para modificar las circunstancias. Bloqueados por esa impotencia, todo en ellos se manifiesta como una deformación de su ‘personalidad aniquilada’ (personalidad que es en parte lo que han traído del país natal y lo que han aprendido en su nueva tierra). La palabra y los gestos participan de esa anormalidad, en realidad, son integrantes básicos de ella. Armando Discépolo: el creador del grotesco criollo Nació en 1887 "en una casa de Paraná y Corrientes", como señaló en diversas oportunidades, cuando se declaraba "porteño de raíz". Murió en 1971 después de marcar una época definida en el teatro rioplatense con la creación del grotesco criollo gestado a lo largo de los años. Podemos dividir su obra en dos etapas: (1) Primera etapa: se extendió desde 1910, fecha de estreno de Entre hierro e iniciación del autor en el teatro, hasta 1923, fecha de estreno de Mateo. Durante ese período ingresó en el sistema teatral iniciado por Florencio Sánchez, con una inclinación a la temática social. Escribió sus obras en colaboración con distintos autores como Mario Folco, Rafael José de Rosa y Federico Mertens, así como también a su hermano, el célebre Enrique Santos Discépolo. Las obras se escribían en los géneros del sainete, el vodevil, la opereta y la comedia asainetada, es decir, lo que se dio en llamar "teatro por sesiones". Cabe destacar que para esta época, Discépolo no había logrado el estilo homogéneo y la estética coherente que concretará con el grotesco. Sin embargo, ya comenzaban a perfilarse en Mustafá, un sainete escrito junto con Rafael José de Rosa en 1921. (2) Segunda etapa: abarcó desde 1923 hasta 1934. En este período se observa la madurez del estilo de un autor que ya no escribe en colaboración. Se inicia con Mateo, que representa la transición de una a otra etapa, ya que en esta obra podemos observar detalles del período anterior que no aparecerán en obras posteriores, y también elementos nuevos. Por ejemplo: a) el protagonista tiene conciencia de su problema y por ello trata de encontrar alguna salida. En Stefano, la obra más representativa del segundo período, el personaje no comprende lo que le ocurre; b) en la "mirada fija" del desenlace de Mateo, no existe el tono trágico que sí se manifestará en obras posteriores. Miguel va preso pero su familia lo acompaña. El hijo, muy a pesar de su padre, adopta el automóvil como nuevo recurso económico; c) en Mateo, todavía aparece el patio como lugar feliz, escenario propio del sainete pero luego, la acción se desarrollará en la opresión del hogar; d) la risa es franca y no distanciada como en el grotesco; e) la "caída de la máscara" no se produce en escena como ocurrirá en obras posteriores. Llamamos "caída de la máscara" al momento en que el personaje advierte su error, es decir que la "máscara", lo que los otros ven, deja lugar al "rostro", al ser auténtico. Con estos cambios, Discépolo intentaba encontrar un modo distinto de expresar sus ideas. El sainete, como género teatral, se había automatizado alejándose de las necesidades del nuevo público, constituido ahora por hijos de inmigrantes integrantes de la clase media en ascenso. Su obra estuvo dirigida a aquellos que buscaron escalar en la sociedad pero, a su vez, no tuvieron lugar definido dentro del proyecto de hegemonía político-económica. Esta gente no le dedicó sus aplausos, porque prefería recrearse con obras que hacían reír antes que sufrir el dolor al ver reflejado el conflicto social y económico. El término "grotesco" surgió del italiano "grottesco", "grotta", "gruta", y quiere decir ridículo, extravagante, chocante, grosero, de mal gusto, fuera de lo común. Este término fue tomado de la pintura del Renacimiento. En la literatura se dio el grotesco con el dramaturgo italiano Roberto Bracco en 1895 y más tarde, en 1913con Luigi Chiarelli que escribió La máscara y el rostro y utilizó por primera vez la palabra "grotesco". [Este texto se lee en combinación con Mateo de armando Discépolo]
  • 10. MATEO de Armando Discépolo Estrenado en el Teatro Nacional de Buenos Aires por la Compañía Nacional de Pascual E. Carcavallo, el 14 de marzo de 1923. La acción en Buenos Aires. Derecha e izquierda del espectador. REPARTO DEL ESTRENO Doña Carmen ..................................ROSA CATA Lucia ...............................................MARÍA ESTHER LAGOS Don Miguel ......................................GREGORIO CICARELLI Don Severino ..................................EFRAÍN CANTELLO Chichilo …………..............................PACO BUSTO Carlos …………….............................JOSÉ OTAL El Loro …… .....................................VALERIO CASTELLINI Narigueta Lucia .............................. TITO LUSIARDO CUADRO PRIMERO La familia de don Miguel ocupa dos habitaciones en el conventillo. En el rincón izquierdo del escenario, la alta cama matrimonial; en el derecho, la de Lucía. Mesitas de luz en cada cabecera. Alfombrines raídos. La puerta del lateral izquierdo lleva al cuarto de Carlos y Chichilo; la del foro, al patio. A la izquierda de esta, ventana sin hierros, con visillos. Entre puerta y ventana, dos alambres sostienen una cortina de cretona que, corrida, oculta entre sí ambas camas. Cristalero en primer término de izquierda y mesa con hojas "de media luna". Sillas de Viena y de paja. Baúles debajo de las camas. Una vieja palangana montada sobre armazón de madera hace de estufa. En el muro derecho cuelgan ropas cubiertas por un paño. Sobre la cama de los viejos, un cromo de la Virgen con palmas cruzadas y una repisa sosteniendo un acordeón. En la cabecera de la otra cama, un crucifijo con gran moño. Las siete de la mañana. Invierno. Doña Carmen, sentada en silla baja, calienta sus manos en el brasero. Los enseres del mate en el suelo; la "pava" en el fuego. Lucía termina de vestirse. Chichilo, enroscado en las colchas, duerme sobre un colchón, a los pies de la cama de la hermana. LUCÍA.- ¿No vino papá, todavía? DOÑA CARMEN.- No. LUCÍA.- ¡Qué frío! DOÑA CARMEN (Brindándole el mate).- Toma. Caliéntase. (Lucía sorbe en silencio mirándose en el espejo del cristalero.) Cuida que no hirva el café. LUCÍA.- Espere que me lave la cara, siquiera. Haga levantar a ese atorrante. (Por Chichilo.) Viene el viejo y empieza la tragedia. ¿Dónde habrán puesto la toalla? DOÑA CARMEN.- La tiene Carlito afuera. LUCÍA (Abriendo la puerta).- ¡Brrr...! ¡Qué frío! (Mutis.) CHICHILO (Soñando).- ¡Se la pianta! ¡Pst! ¡Pst! DOÑA CARMEN.- Chichilo. CHICHILO (Retorciéndose).- ¡Uh!... ¡Se la pianta! ¡Cretino! DOÑA CARMEN (Tocándolo).- Chichilo. Dormelón. Levántase, le digo. CHICHILO (Incorporándose).- ¡Corran! ¡Corran! DOÑA CARMEN.- ¡Eh!... ¡Despiértase! (Chichilo abre los ojos.) CHICHILO.- ¿Dónde está Lucía? (Se sienta en el suelo.) DOÑA CARMEN.- Lavándose. Toma. Caliéntase. CHICHILO (Con ira).- ¡Qué sueño fulero! (Aparte.) Soñé que se la piantaban. (Devolviendo el mate.) ¿Los manubrios? DOÑA CARMEN.- Qué sé yo. CHICHILO (Sacando dos planchas de debajo del colchón).- Aquí están. (Hace flexiones. Carlos aparece por el foro, secándose la cara). DOÑA CARMEN (A Carlos).- Toma. Caliéntase. (Le brinda el mate.) CARLOS (Sorbiendo.).- ¿Qué hacé, Densey? CHICHILO.- Cerrá la puerta. LUCÍA (Desde forillo.).- Dame la toalla. CARLOS (Arrojándosela.).- Ahí la tiene. LUCÍA.- ¡Eh! (Doña Carmen cierra la puerta.) CARLOS.- ¿Cuándo será ese día que te vea no-cau a vo... con la cabeza hinchada y la carretilla colgada de la oreja? (Mueca. Da el mate a doña Carmen. Chichilo continúa sus flexiones conteniendo apenas su ira.
  • 11. Respira acompasadamente.) ¡Chifladura! (Mutis izquierda.) DOÑA CARMEN.- Toma. (Da el mate a Chichilo.) CHICHILO.- ¿No ve que no he terminado el run? DOÑA CARMEN.- ¿Qué? CHICHILO.- Que no me haga hablar. DOÑA CARMEN.- ¿Por qué? CHICHILO.- Porque no puedo respirar, ¿no comprende? CARLOS (Adentro. Grita).- ¡No grite, mocoso! CHICHILO (Arrojando las planchas.).- ¡Ah, no se puede hacer nada! ¡Injusticia! Algún día me va a llevar en anda ese. "¡Yo soy el hermano!", va a decir. "¡Yo soy el hermano!". (Salta a la cuerda.) DOÑA CARMEN.- Calláte. No lo pinchá. (Mutis izquierda con el mate.) LUCÍA (De foro.).- Hacés mover toda la casa. CHICHILO.- ¡La otra! ¡Andá al espejo a hacer ejercicios con los ojos, vo! LUCÍA.- Mejor. CHICHILO.- Pa meter a los cajetilla. LUCÍA.- Mejor. (Se riza las patillas ante el espejo colgado.) CHICHILO.- Coqueta. LUCÍA.- Mejor. (Chichilo le arroja la cuerda.) ¡Burro! CHICHILO.- ¡Loca! LUCÍA.- ¡Burro! DOÑA CARMEN (En la izquierda. Deteniendo a Chichilo que va a tirar una plancha.).- ¡Chichilo! CHICHILO.- Esta va a ser la desgracia de la familia, mamá. CARLOS (Adentro.).- ¡A ver si empiezo a repartir castañas! LUCÍA (Ante el espejo de la cabecera de su cama.).- ¡Ja, ja!... ¡Qué miedo! (Mutis foro.) DOÑA CARMEN.- Vamo, hijo, vamo. Cómo son, también. (Mutis detrás de Lucía, Chichilo pelea con la sombra.) CARLOS (Por izquierda, luego de una pausa.).- Vamo; sacá ese colchón de ahí. CHICHILO.- Ya voy; me falta un run. CARLOS.- ¡Llevá el colchón! (Chichilo obedece de mala gana.) ¡Esa es otra! ¿Se puede saber pa qué dormís ahí todas las noches ahora? CHICHILO.- Qué sabé vo. Vo no ve nada. (Levanta el colchón.) Vo... no me dejé entrenar. Vo... seguí sin ver. CARLOS.- ¿Y qué hay que ver? (Impidiéndole el mutis.) Hablá: ¿qué hay que ver? CHICHILO (Dejando el colchón.).- Hay que ver el honor. CARLOS.- ¿Qué honor? (Susto.) CHICHILO.- ¡El honor de las mujeres! (Levanta el colchón.) CARLOS (Asustado de lo que piensa.).- ¿Qué mujeres? (Lo agarra.) CHICHILO.- ¡Che, golpes prohibidos, no! CARLOS.- ¡Hablá! CHICHILO.- ¡Largá! (Arroja el colchón.) CARLOS.- ¿Lucía? CHICHILO.- Sí. CARLOS.- ¿Qué? CHICHILO.- ¿No ves qué linda se ha puesto? CARLOS.- ¿Y? CHICHILO.- Que andan así los cajetillas. CARLOS.- ¿Y? CHICHILO.- ¿Y? ¡Qué pregunta! Que hay que cuidarla para que no se la pianten. (Levanta el colchón.) CARLOS (Arrebatándoselo.).- ¿Para eso me has hecho asustar? CHICHILO.- ¡Ja! Te parece poco. Así… como moscas están. Me tienen loco. CARLOS.- Pero... ¿vos sos un otario, entonces? CHICHILO.- ¡Ja, otario! Tan difícil que es trabajarse una mina: le hablan de la seda, del capelín, del champán, de la milonga; le hacen oír un tango, le muestran un reló pulsera, y se la remolcan. Después los viejos lloran y los hermanos atropellan, pero ya es tarde, ya es flor de fango que se arrastra, sin perfume. ¿No has visto en el teatro? Andá a ver. Te hacen llorar.
  • 12. CARLOS.- Pero, gil, ¿vos creés que a las mujeres se les engaña? ¡Las mujeres rajan cuando están hartas de miseria! CHICHILO.- Y bueno, ¿qué querés? ¿Somo rico nosotro? (Por Lucía que vuelve.) Cuidao. LUCÍA.- El café. (Lo deja en la mesa. La miran los dos.) CHICHILO.- Mirála cómo camina. CARLOS.- ¿Qué tiene? CHICHILO.- ¿No manyás cómo hace? ¡Tienen razón los cajetillas! ¡Se nos van a meter en el patio! (Levanta el colchón. Lucía se ha ido por foro.) CARLOS (Pensativo.).- Dejála que raje. Mejor para ella. Por lo que le espera aquí. En cualquier parte va a estar mejor… aunque esté mal. CHICHILO (Deteniéndose con el colchón al hombro.).- ¿Ah, sí? Ahora caigo; vos sos de esos hermanos que después las shacan. Eso también lo dan en el teatro. ¿No tenés vergüenza? CARLOS (Atropellándolo.).- ¿Qué? CHICHILO.- ¡Araca, que soy tu hermano! (Huye, Carlos se detiene.) DOÑA CARMEN (Seguida por Lucía que va al espejo del foro.).- Pronto. Se enfría. (Sirve.) LUCÍA.- Yo no quiero. DOÑA CARMEN.- ¿Por qué? LUCÍA.- No tengo ganas. DOÑA CARMEN.- No come nada esta chica. CARLOS (Después de observar a la hermana.).- Dale, metéle a la pastilla. Ya sé dónde vas a ir a parar vo. LUCÍA.- Mejor. DOÑA CARMEN.- Dejála tranquila. Toma el café. (Va al fuego otra vez. Tiene frío; se cubre la cabeza con la pañoleta.) CARLOS.- Linda familia: un hijo loco, el padre sonso y la hija rea. ¿No hay pan fresco? DOÑA CARMEN.- No, hijo. Hasta que no venga el viejo... Anoche no ha quedado un centavo en casa. CARLOS.- ¡Hágame el favor! ¡Ni para pan! LUCÍA (Desde el foro.).- Trabaje. CARLOS.- “Trabaje”. ¡Ju!... Está bien. Pronto se va a acabar. ¿Esta es toda la azúcar que hay? DOÑA CARMEN.- ¿E poca? (Chichilo entra por foro y se sienta a la mesa.) CARLOS.- ¡Hágame el favor! (Parece que va a tirar la azucarera, pero vuelca el contenido en su taza.) CHICHILO.- Araca, ¿y para mí no hay? CARLOS.- Trabaje. (Come con buen apetito.) CHICHILO.- ¿Qué? ¿Lo voy a tomar amargo? No me gusta. CARLOS.- Vaya acostumbrándose. CHICHILO.- ¡Como para estar en treining!... ¿No calotiaste en el café? CARLOS (Dándole un paquetito de azúcar.).- Tome. Si no pienso yo... pobre familia. (Por el desayuno.) ¡Ya está frío! (Comen.) Lucía. LUCÍA.- ¿Qué? CARLOS.- Pedíle "La Nación" a la encargada. LUCÍA.- ¡Uffa! (Sale al forillo.) CARLOS.- ¡Cerrá la puerta! LUCÍA (Reaparece.).- ¡El viejo! CARLOS.- ¿Viene hecho? LUCÍA.- No: trae la galera sobre los ojos. CHICHILO.- ¡Araca! ¡Bronca entonce! CARLOS.- Ni el café con leche se puede tomar. ¡Qué gana de revoliar todo!... (Pero se lo bebe precipitadamente y va a sentarse en primer término derecha. Lucía prepara la cama para que el viejo se acueste.) DOÑA CARMEN (Renovando el mate.).- No le contestá, Carlito por favor. No lo haga enojá. CARLOS.- Que no me pinche. CHICHILO.- Hágalo acostar en seguida, mama. DOÑA CARMEN.- Séamo bueno. Pobre viejo; viene cansado, muerto de frío. Séamo bueno. MIGUEL (Gabán de lana velluda hasta los tobillos, "media galera", bufanda y látigo. Trae una cabezada colgada al brazo; los bolsillos laterales llenos de diarios.).- Bon día. (Le contestan todos, mientras él los mira. Deja a
  • 13. los pies de su cama, galera, látigo y cabezada.). ¿Ha venido…? (Un estornudo que viene de muy lejos lo detiene.) ¿Ha venido...? (Estornuda estruendosamente, con rabia.). ¡Achírrepe! DOÑA CARMEN.- Salute. MIGUEL.- ¡Achírrepe! ... E dos. ¡Schiatta!... ¡Achírrepe!... E tres. ¡Revienta! CHICHILO (Aparte.).- ¡Manyá qué presión trae! MIGUEL.- Otro más... e que sea l'último... ¡Achírrepe! (Se suena.) ¿Ha venido Severino? DOÑA CARMEN.- No. ¿Por qué? MIGUEL.- Pregunto. DOÑA CARMEN (El mate.).- Toma; caliéntase. (El viejo sorbe con fruición.) Sentáte. MIGUEL (Se sienta.).- Estoy cansado de estar sentado. (Le preocupa la actitud de Carlos. A Doña Carmen.) ¿Cómo estás? ¿Tiene frío? DOÑA CARMEN.- Un poco. MIGUEL.- Ha caído yelo esta noche. (Por Carlos.) ¿Qué tiene? DOÑA CARMEN.- Nada. Piensa. MIGUEL.- ¿Igual que una persona? (Arrojándole un diario a sus pies.) ¡"La Prensa"! CARLOS.- Gracia. Leo "La Nación". MIGUEL (Arrebatándose.).- ¡La...! DOÑA CARMEN.- Miquele… MIGUEL.- ¡La...! (Conteniéndose, a doña Carmen.) ¿Comprende? ¡Qué hijo macanudo! Tremendo. Un día de esto lo ato al coche. CARLOS (Aparte.).- ¡Se lo rompo a patadas! MIGUEL.- Levanta el diario. (Silencio.) ¡Levanta el diario! (Carlos obedece.) Bravo. CHICHILO (Sonriendo a don Miguel que se le acerca. Bajo, a doña Carmen).- Ahora se la cacha conmigo. MIGUEL.- Bon provecho. CHICHILO (Queriendo serle grato.).- Ya me lo dijo, viejo. MIGUEL.- E se lo digo otra vez, ¿qué hay? CHICHILO.- Y… no hay nada... ni siquiera azúcar. MIGUEL.- ¡Cállase la boca! ¡Sácase la gorra!... Bravo. CHICHILO.- Diga. MIGUEL.- ¿Qué quiere? CHICHILO.- ¿No tiene sueño? MIGUEL.- No. ¿Por qué? CHICHILO.- Y... yo tendría sueño. MIGUEL.- Porque usté es un haragán, ¿comprende? Lucía. (Va hacia su cama.) CHICHILO (A doña Carmen.).- Hágalo acostar, mama. Dele el opio, que si no... pago siempre yo. (Mutis izquierda.) MIGUEL.- Lucía. LUCÍA (Que se da colorete a escondidas.).- ¿Qué?... ¿Llamaba? MIGUEL (Viéndole las dos manchas de carmín.).- ¿Qué se ha hecho? LUCÍA (Tonta.).- ¿El qué? MIGUEL (Apartándola, discreto.).- ¿Por qué hace eso? LUCÍA.- No sé de qué habla. MIGUEL (Mostrándole un dedo que tiñe en sus mejillas.).- Hablo de esto. LUCÍA.- Y bueno... MIGUEL.- E muy feo, hijita. LUCÍA.- No; si se usa. MIGUEL.- Hay mucha cosa que se usan... e que son una porquería. DOÑA CARMEN (Brindándole un mate, sin mirarle.).- Toma, Miquele. MIGUEL.- Levanta la cabeza. (Le limpia con su pañuelo.).- No me haga más esto. LUCÍA.- ¡Uff! ¡Qué olor a toscano! MIGUEL.- Otra vez que yo la veo pintada... (Irritación contenida.) ¡la castigo co’l látigo! (La empuja.) LUCÍA.- Y bueno... si se usa…
  • 14. DOÑA CARMEN.- Miquele, toma el mate. MIGUEL.- ¡Tómaselo usté! (Brusco.) DOÑA CARMEN.- ¿No quiere más? ¿Está feo? MIGUEL (Arrepentido.).- No. Traiga. (Sorbe.) ¡Está riquísimo! (Cariñoso.) Lucía, venga. ¿Sabe? Tiene que hacer una almohadilla para la cabezada de Mateo. LUCÍA (Fastidiada.).- ¿Más almohadillas? MIGUEL.- Sí. El pobrecito caminaba dormido, seguramente, e se ha dado un cabezazo tremendo contra un automóvil. ¡Así se quemaran todo! CARLOS (Que está leyendo.).- ¿No te digo? DOÑA CARMEN.- ¿Se ha lastimado mucho? MIGUEL.- Se ha hecho a la frente un patacone así de carne viva. ¡Tiene una desgracia este caballo! Siempre que pega... pega co la cabeza. Yo no sé. Una almohadilla igual, igual a aquella que le hicimo para el batecola, ¿recuerda? LUCÍA.- Sí. (Toma con asco la guarnición.) MIGUEL.- Bravo. Tiene tiempo hasta la noche. LUCÍA (A doña Carmen, al pasar.).- La dejo ahí, mama; después la hace usté. DOÑA CARMEN.- Bueno. (Mutis de Lucía por izquierda.) MIGUEL (Sacándose el capote.).- Al principio yo no hice caso al golpe e ha seguido caminando por Corriente arriba -el choque fue a la esquina de Suipacha-, pero Mateo cabeceaba de una manera sospechosa, se daba vuelta, me meraba -con esa cara tan expresiva que tiene-, e me hacía una mueca... así... como la seña del siete bravo. CARLOS (Comentario.).- ¿No ve? Si hasta juega al truco, ahora. MIGUEL.- Yo no sé... (Ríe complacido, recordando.) Este Mateo... e tremendo. Hay vece que me asusta. N'entendemo como dos hermanos. Pobrecito. Me ha bajado e con un fóforo so ido a ver. ¡Animalito de Dios! Tenía la matadura acá... (Sobre un ojo.) e de este otro lado un chichón que parecía un casco de vigilante requintado. Pobrecito. Se lo meraba como diciéndome: "Miquele, sacame esto de la cabeza". Le ha puesto un trapo mojado a la caniya de Río Bamba e Rauch, mordiéndome de estrilo. ¡L'automóvil! ¡Lindo descubrimiento! Puede estar orgolloso el que I'ha hecho. Habría que levantarle una estatua... ¡arriba de una pila de muertos, peró! ¡Vehículo diabólico, máquina repuñante a la que estoy condenado a ver ir e venir llena siempre de pasajero con cara de loco, mientra que la corneta, la bocina, lo pito e lo chancho me pifian e me déjano sordo. CARLOS.- Es el progreso. MIGUEL.- Sí. El progreso de esta época de atropelladores. Sí, ya sé. Uno protesta, pero es inútil: son cada día más, náceno de todo lo rincone; so como la cucaracha. Ya sé. ¡Qué se le va hacer! ¡Adelante, que sígano saliendo, que se llene Bonos Aire, que hágono puente e soterráneo para que téngano sitio... yo espero… yo espero que llegue aquel que me tiene que aplastar a mí, al coche e a Mateo! ¡E ojalá que sea noche misma! DOÑA CARMEN.- Acostáte, Miquele. CARLOS.- Claro, usté respira por la herida, pero... hay que entrar, viejo: hay que hacerse chofer. MIGUEL (En el colmo del asombro.).- ¡¿Quién?! ¡¿Yo?! ¿E usté e mi hijo? Cármene, ¿este es hijo mío, seguro? DOÑA CARMEN.- No le haga caso; acostáte. MIGUEL.- ¿Yo chofer? Ante de hacerme chofer -que son lo que me han quitado el pane de la boca- ¡me hago ladrón! ¡Yo voy a morir col látigo a la mano e la galera puesta, como murió me padre, e como murió me abuelo! Chofer. .. ¡No! Lo que yo tendría que ser so do minuto presidente. ¡Ah, qué piachere!... Agarraba los automóvile con chofer e todo, hacía un montón así, lo tiraba al dique, lo tapaba con una montaña de tierra e ponía a la punta este cartel: "Pueden pasar. Ya no hay peligro. ¡S 'acabó I'automóvile! ¡Tómeno coche!". DOÑA CARMEN.- Ha trabajado poco anoche. CARLOS.- ¡La pregunta! ¿No ve cómo viene? MIGUEL.- No; mucho. Un viaje de ocho cuadra. Se bajaron para tomar un automóvil. Estaban apurados... E todavía me discutían el taxímetro: "¡Está descompuesto! ¡Está descompuesto! ¡Ladrones!". "¡El que está descompuesto soy yo!", le ho contestado. He tenido que revoliar el fierro para cobrar. CARLOS.- ¡También... con ese coche! MIGUEL.- ¿Qué tiene el coche? CARLOS.- Nada. Cada rendija así; la capota como una espumadera. Yo no subía ni desmayao. MIGUEL.- Natural, no es un coche para príncipe. CARLOS.- ¡Qué príncipe! ¿Y el caballo? MIGUEL.- ¿Qué va a decir de Mateo? CARLOS.- Ese no es un llobaca. MIGUEL.- ¿E qué es? CARLOS.- Es una bolsa de leña.
  • 15. MIGUEL.- ¡Mateo, una bolsa de leña! CARLOS.- Una cabeza grande así, el anca más alta que el cogote, partido en dos, los vasos como budineras, lleno de verrugas, casi ciego... ¿qué quiere? Da lástima. La gente lo mira, le da gana de llorar y raja. MIGUEL.- Y sin embargo, tiene más corazón que usté. Hace quince años que trabaja para usté sin una queja. CARLOS.- Por eso: jubileló. MIGUEL.- Cuando usté me compre otro. Yo no puedo. CARLOS.- No se queje, entonces. MIGUEL.- Yo no me quejo de él, me quejo de usté. Mateo reventado e viejo me ayuda a mantener la familia. ¿Me ayuda? ¡La mantiene! Yo me quejo de usté, que se burla de él e vale mucho meno. CARLOS.- Ese berretín va a ser su ruina. No veo la hora de que se le muera. MIGUEL.- Es claro. Cuando Mateo se muera, usté se va a reír. E cuando me muera yo, como él, reventado, viejo y triste... usté también se va a reír. DOÑA CARMEN.- Miquele, ¿qué dice? CARLOS.- No tome las cosas al revés. MIGUEL.- Eh... te conozco, mascarita. CARLOS.- ¡Ah! Dice cada cosa... Todo porque no traigo plata. Siempre la plata. Un día de estos, ¡lo voy a ahogar en la plata! (Mutis hacia la calle.) MIGUEL (Lo corre. En la puerta.).- ¡Porquería! ¡Malevito!... ¡Chofer! DOÑA CARMEN.- No haga caso, Miquele. Está con la luna. Acostáte. MIGUEL.- ¡No me acuesto nada! DOÑA CARMEN.- ¿No tiene sueño? MIGUEL.- Sí, pero no tengo gana de dormir. Espero a Severino. DOÑA CARMEN.- ¿Severino? ¿Vas a pedirle plata otra vez? MIGUEL.- ¿E qué quiere hacer? (Pausa.) DOÑA CARMEN.- ¿Cuánto le debe? MIGUEL.- Tresciento peso. Respondo con coche e co Mateo. Pobrecito... lo tengo hipotecado. DOÑA CARMEN.- ¿No hay otro amigo a quién pedir? MIGUEL.- ¿Cuál? Diga. Amigo tengo mucho, pero so toda persona decente: no tiene ninguno un centavo. Al único que conozco con la bolsa llena es a Severino. DOÑA CARMEN.- ¿E tú sabe cómo la ha llenado? MIGUEL.- ¿E quién lo sabe? Con su sudor no será. Nadie llena la bolsa col sólo sudor suyo... DOÑA CARMEN.- Díceno que de noche ayuda col coche a lo ladrone. MIGUEL.- No diga macana. ¿Usté lo ha visto? Yo tampoco. Después... no hay otro remedio. La plata hay que pedirla a quien la tiene. DOÑA CARMEN.- Es un tipo que me da que pensar. MIGUEL.- Cuando se tienen hijo, no hay que pensar. Hay que darle de comer; ¿comprende? (Meditan silenciosos.) DOÑA CARMEN.- ¿Para el mercado... ha traído? MIGUEL.- No. Se me pone pata arriba, no me cae un cobre. DOÑA CARMEN.- ¿E cómo hacemo? MIGUEL.- ¿No te fía? DOÑA CARMEN.- No. Le debo once peso ya. ¡Es un carnicero tan antipático! MIGUEL.- ¡Ah! (Se despeina.) DOÑA CARMEN.- No te enojá... A lo mejor me fía. A lo mejor me fía. No te enojá. MIGUEL (La atrae hacia sí, conmovido.).- Bah, bah. Esperemo a Severino. (Pausa.) El corralón tampoco I'ho pagado. Me lo quieren echar a la calle a Mateo. No sé donde lo voy a llevar... (Para alegrarla.) Lo traigo acá. Lo ponemo a dormir con Carlito; así se ríe. (La vieja lo mira desolada. Silencio.) Sí; con la carrindanga ya no hay nada que hacer a Bono Saria. El coche ha terminado, Carmené. L'ha matado el automóvil. La gente está presenciando un espectáculo terrible a la calle: I'agonía del coche... pero no se le mueve un pelo. Uno que otro te mira nel pescante, así... con lástima. Tú ves el viaje e te párase... ¡manco pe I'idea! Por arriba del caballo te chista un automóvil. (Pausa.) ¿Tú has sentido hablar del muerto que camina? Es el coche. (Pausa.) DOÑA CARMEN (Compungida.).- ¿E qué hacemo, Miquele? MIGUEL.- Eh... Tirare la manga a Severino. ¿Qué quiere hacer? (Meditan, el viejo apoyado en el hombro de la vieja.) LUCÍA (De izquierda.).- Papá, ¿me trajo los siete pesos para reformarme el vestidito? MIGUEL.- No he podido.
  • 16. LUCÍA.- ¿Tampoco puedo ir a ese casamiento, entonces? DOÑA CARMEN.- Va col vestido que tiene. LUCÍA-. ¡Ah, sí, cómo no! ¡Como una rea! MIGUEL.- No vaya, entonce. Cuando no se puede, no se puede. No hay que ser tan cascarilla. LUCÍA.- ¡Sí, cascarilla! ¡Un día de estos me conchabo en la fábrica! DOÑA CARMEN (Súbita.).- ¡No, a la fábrica no quiero! ¡Tengo miedo! LUCÍA (A don Miguel.).- ¿No ve? (Por su indumentaria.) Yo no puedo verme más así. MIGUEL.- ¡E yo tampoco! DOÑA CARMEN.- ¡Cállate, Lucía! LUCÍA.- Sí; cállate. No sé para qué es linda una si no puede ponerse encima un trapo que le quede bien. MIGUEL (A doña Carmen.).- ¿Comprende? (A Lucía.) Usté, señorita pretenciosa, es linda, pero es pobre. LUCÍA.- Sí, ya sé; ¡pero es muy triste, muy triste! (Mutis foro.) MIGUEL.- ¿Comprende? E tiene razón. La culpa es mía. Yo no tengo derecho a hacer sufrir a mis hijos. E ello se quejan. E tienen razón. ¡La culpa e mía! CHICHILO (De izquierda.).- ¡Lucía!... Mama, ¿dónde está Lucía? (Fintea.) DOÑA CARMEN (Señalando.).- Ha salido. MIGUEL.- ¿Qué tiene? CHICHILO.- Nada. (Mutis hacia la calle.) MIGUEL.- Cada día está más sonso. CHICHILO (Reapareciendo.).- Ahí viene don Severino. (Mutis.) MIGUEL.- Meno mal. Alegráte, Cármene. Este nos salva. SEVERINO.- Bon día. (Es un "funebrero". Levita. Galera tubo. Plastrón. Afeitado. Pómulos prominentes. Dos grandes surcos hacen un triángulo a su boca de comisuras bajas.) DOÑA CARMEN.- Bon día. (Le disgusta la visita. Pero hasta su disgusto es dulce.) MIGUEL.- Adelante, Severino, adelante. ¿Trabaja hoy? SEVERINO (Arrastra las palabras. Tiene una voz de timbre falso, metálico. De pronto sus ojos relampaguean.).- Sí; tengo un entierro a la nueve. Al coche de duelo. MIGUEL.- Siéntase. (Indica a la vieja que se siente.) SEVERINO.- Gracias. (Se sienta.) DOÑA CARMEN.- ¿La familia? SEVERINO.- Vive. MIGUEL.- ¿Mucho trabajo? (Se sienta entre los dos.) SEVERINO.- ¡Uh!... (Las diez yemas de los dedos juntas.) Así; a montone. (Silencio.) ¿Sabe quién ha muerto ayere? MIGUEL.- ¿Quién? SEVERINO.- Cumpá Anyulino. DOÑA CARMEN.- ¡Oh, pobrecito! MIGUEL-. ¿Y de qué? SEVERINO.- Na bronca-neumonía. (Triste.) Lo hemo llevado a la Chacarita. Yo iba al fúnebre. (Despectivo.) Con do caballo nada más. DOÑA CARMEN.- ¡Oh, qué pena, qué pena! (Tiene lágrimas ya.) MIGUEL.- Mejor para él; ya está tranquilo. (Silencio.) SEVERINO.- ¿Sabe quién ha muerto el sábado? DOÑA CARMEN.- ¿Otro? SEVERINO.- Una hija de Mastrocappa. DOÑA CARMEN.- ¡Oh, poveretta! SEVERINO.- Vente año. Tubercolosa. (Don Miguel ya está fastidiado.) La hemos llevado a la Chacarita, también. (Despectivo.) A un nicho, al último piso, allá arriba. (Silencio.) Hoy voy a la Recoleta. Ha muerto el teniente cura de la parroquia. DOÑA CARMEN.- ¡Vérgine Santa! ¿E de qué? MIGUEL.- ¡De un acchidente! SEVERINO.- No. A un choque de automóvil. MIGUEL.- ¿Ah sí? ¡Me gusta, estoy contento! ¡Mata, aplasta, revienta, no perdone ni al Patreterno! Me gusta.
  • 17. SEVERINO (Sin inmutarse.).- En medio menuto ha entregado el rosquete. Se moere la gente a montone. Da miedo. Ayer, a la Chacarita, entraron ciento cincuenta cadáveres. Ante de ayer, ciento cuarenta y cuatro... (Doña Carmen llora moviendo la cabeza.) Ante de ante de ayere... MIGUEL (Señalándole a la vieja.).- ¡Eh, Severino! ¡No cuente más...! SEVERINO.- ¿Qué? ¿Le hace mal efecto, doña Cármene? Eh, la vida es así. Todo tenemo que termenar allá. Mañana usté... pasado mañana él, dentro de muchos años yo... pero todos... todos. DOÑA CARMEN.- Cuanto má tarde mejore, don Severino. SEVERINO (Con un relámpago.).- ¡Eh, se comprende!... (Triste.) Pero es inútile, no hay salvación. ¡Usté corre, corre, pero la Parca te alcanza! (La mandíbula desencajada y las manos como garras.) MIGUEL.- ¡Uh, cumpá, cómo tráese la guadaña esta mañana! SEVERINO.- E que la vida e triste, Mequele. MIGUEL.- Pero tú la hace chiú puerca todavía. Parece una capilla ardiente. Traes olor a muerto. SEVERINO.- E la ropa. MIGUEL.- ¡Sacáte esa chemenea! SEVERINO.- ¿Me queda male? (Se la quita. Tiene una pelada diabólica.) MIGUEL.- Asusta. Parece el cuco. SEVERINO.- La falta de costumbre. (Lustra el tubo.) Al principio, en casa, lo chico lloraban. Ahora, si se la dejo, I'escupen adentro. (Busca sitio seguro para dejarla.) DOÑA CARMEN (Aparte a Miguel.).- Yo voy. Te dejo solo, así puede hablar. MIGUEL (Ídem).- Sí. (Por Severino.) Este está en casa. Dígale al carnicero que mañana pagamo. Mañana pagamo todo. Está tranquila, alegráte. SEVERINO.- ¿A dónde la puedo dejar que no s'ansucie? DOÑA CARMEN.- Aquí no más. (La cama de Lucía.) Con permiso. SEVERINO.- ¿Va al mercado? No compre fruta que tiene la fiebre tifu. (Mutis de doña Carmen. A Miguel, mirándolo de soslayo.) Bueno. MIGUEL.- Bueno... Sentáte, Severino. SEVERINO.- Acá estoy. Ha hecho biene, Mequele, de acordarte de mí. Estaba precisando esta plata que te ho dado. MIGUEL.- ¿La precisa? SEVERINO.- Sí. Esta mañana se me vence na cuota de la casita que estoy levantando a Matadero. ¿Me vas a pagare todo? MIGUEL.- Este... (Aparte.) ¡Linda entrada! (Alto.) Yo quisiera pagarte, Severino, pero... resulta que... no puedo pagarte nada porque estoy así. (Cierra los ojos.) SEVERINO.- ¿Para qué me ha hecho venire, entonce? MIGUEL.- Pensando que… (Está corrido.) como siempre te has portado tan bien... en fin… ¿comprende?... si quisiera prestarme... todavía... por última vez... SEVERINO (Como dijo: Parca.).- ¿Más plata? MIGUEL (Afirmando).- Ah… ma poca… SEVERINO.- No, Mequele; ne poca ne mucha. Basta. La plata, a mí me cuesta ganarla. Estoy cansado de cargar muerto. MIGUEL.- El muerto sería yo. SEVERINO.- No, yo. Usté está así porque quiere. Es un caprichoso usté. Tiene la cabeza llena de macana usté. Eh, e muy difíchile ser honesto e pasarla bien. ¡Hay que entrare, amigo! Sí, yo comprendo: saría lindo tener plata e ser un galantuomo; camenare co la frente alta e tenere la familia gorda. Sí, saría moy lindo agarrar el chancho e lo vente, ¡ya lo creo!, pero la vida e triste, mi querido colega, e hay que entrare o reventare. MIGUEL.- Severino... yo te pido plata e tú me das consejo. SEVERINO.- Consejo que so plata. Yo también he sido como usté: cosquiyoso. Me moría de hambre. Ahora sé que el pane e duro e que lo agarra cada cuale co las uñas que tiene. MIGUEL.- ¿Esto quiere decir que me deja a la intemperie? SEVERINO.- Esto quiere decir que te espero uno cuanto día más e se no me págase, te vendo la carrindanga y el burro. MIGUEL.- ¿Tú? SEVERINO.- ¡Io! MIGUEL.- ¿Es posible? SEVERINO.- ¡Tanto! MIGUEL.- ¿E qué tengo que hacer?
  • 18. SEVERINO.- Lo que hago yo. MIGUEL.- ¿E qué hace usté? SEVERINO.- No pido limosna. MIGUEL.- ¡Ah, quisto no! SEVERINO-. ¡Ah, quisto sí! MIGUEL.- ¡Uí Severí! SEVERINO.- ¡Ui, Mequé! MIGUEL.- ¡Tú si nu mal amigo! (Avanza iracundo.) SEVERINO.- ¡E tú nu aprovechadore que quiere hacer el hombre honesto co la plata mía! MIGUEL (Deteniéndose. Aparte.).- ¡La Madona... qué zapallazo! SEVERINO (Regocijado.).- Parece que tengo razone, ¿eh? ¿Le duele? ¡Ah! (Está detrás de él.) ¿Te acuérdase de aquel día que me rechazaste uno vaso de vino "por qué no sabía cómo lo ganaba"? MIGUEL.- ¿Io? SEVERINO.- Tú. MIGUEL.- No m'acuerdo. SEVERINO.- Yo sí; e lo tengo acá todavía. (En la garganta.) Me despreciaste porque yo había dejado de hacer el puntilloso. Me insultaste, Mequele, e hiciste male, porque yo ahora tengo una casa mía, la mojer contenta e los hijo gordo, mientras tú, con tu orgullo, tiénese que pedirme la lemosna a mí para seguir viviendo a esta pieza miserable, esperando que la familia, cansada de hambre, te eche por inútile. MIGUEL.- Calláte... ¿por qué me trabaja así? SEVERINO.- ¡Eh!... Hay que entrare, amigo. La vida es una sola, e a lo muerto lo llóramo iguale cuando han sido honesto que cuando han sido deshonesto. MIGUEL.- Calláte, Mefestófele. SEVERINO.- Ascucha, San Mequele Arcángelo: está a tiempo todavía. Aprenda a vivir. Hay mucho trabajito por ahí... secreto... sin peligro... que lo págano bien. MIGUEL.- No me trabaje... no me trabajé más... que me agarra cansado. SEVERINO.- Cuando usté quiera le consigo uno. (Yendo hacia el foro.) Nadie se entera de nada... sigue siendo don Mequele... págase a los amigo... e da de comer a los hijo, que so más sagrado que l'apellido. MIGUEL.- ¡Andáte, Satanás... que te estoy viendo la cola! ¡Tú si nu mal amigo! ¡Tú eres un mal amigo! SEVERINO.- Ahora, se no quiere entrare... hay una manera de salire. MIGUEL.- ¿Cómo? SEVERINO (Señalando al Cristo.).- Mira, ahí lo tiene. Pídale a Yesu-Crísto que te salve. Puede ser que t'ascucha. Yo no. (Se encaja la galera y mutis.) MIGUEL.- ¡Cruz diablo! (Yendo hacia el cromo.) ¡Madona doloratta, tú que si tanto buena, hágale morder la lengua; así se avelena! (Se echa sobre la cama. Lucía, huyendo de alguien, pasa por forillo. Chichilo aparece con un ojo negro. Anda como un boxeador. En medio de la escena repite el "round" que acaba de sostener. Fintas, golpes, esquivadas, recibe el directo el ojo, queda knock -down, reacciona, atropella y golpea furiosamente.) MIGUEL (Que lo mira hace rato como a un loco.).- ¡Chichilo! CHICHILO.- ¡Ay, dió! No se ha dormido todavía. (Se dirige hacia la izquierda ocultando el ojo a don Miguel.) MIGUEL (Deteniéndolo.).- ¿Qué le pasa? (Ve el ojo.) ¿Qué se ha hecho? CHICHILO.- Nada... me caí. MIGUEL.- ¿Contra una castaña? CHICHILO.- Vaya a ver al otro cómo quedó. No-cau. Un cross a la mandíbula. La está buscando. MIGUEL.- Bueno... esto no puede seguire. Aquí el único que está no-cau soy yo. ¡No puedo más! Tiene que hacer juicio, hijo mío. Ya ha pasado la edá de la calesita. Yo, a su edá, ya estaba sentado al pescante para ayudar a mi padre. (Se enternece.) E usté juega, salta e mira la luna, mientra su mama se muere de tristeza, hijo mío... CHICHILO (Acongojado.).- ¿Por qué me habla así? MIGUEL.- Para despertarlo. Hijo mío, a mí me da mucha pena hacerlo trabajar en vez de estudiar, como yo quisiera, pero no tengo más remedio, l'agua me ha llegado al cuello e me ahogo... me ahogo... CHICHILO (Llorando.).- Tata, no me hable así... que me hace llorar… MIGUEL.- Hijo, ¿usté no piensa trabajar? CHICHILO.- Sí, pienso... pero me distraigo. MIGUEL (Airado.).- ¡L’ánima que t'ha creato! CHICHILO.- Yo tengo la idea en otra parte. No me mande trabajar, viejo. Si usté me hace trabajar, me arruina. MIGUEL (Susto.).- ¿Está enfermo?
  • 19. CHICHILO.- No. Yo lo ayudaré, pero no ahora. MIGUEL.- ¿E cuándo? ¿Cuando Severino me lleve a la Chacarita? . CHICHILO.- Más adelante. Usté no sabe... Yo tengo un gran porvenir. Voy a ser célebre. Voy a tener plata, mucha... para llenar de seda a Lucía, para comprarle una casa a mamá y a usté una cochería. Dejemé. No me diga nada. Va a ver. Vamo a vivir como reye... pero no me apure, no me apure, que me arruina. MIGUEL (Asustado. Zamarreándolo.).- ¡Eh, Chichilo!... ¿de dónde va a sacar todo eso? CHICHILO.- ¿De dónde? Mire. (Se quita el saco. Muestra su contextura. Anda sacando el pecho.) ¡Toque!... ¡Esto es plata!... ¡Toque! ... MIGUEL.- ¿Qué dice? CHICHILO.- ¡Manye qué juego de piernas! MIGUEL.- ¡Estamo todo loco! CHICHILO.- ¡Yo voy a ser el primer boxeador del mundo! MIGUEL.- ¡Es un atorrante! ¡No puedo contar con ninguno! ¡Un día de esto me encierro a esta pieza con toda la familia e le prendo fuego! CARLOS (Por el foro.).- ¿Qué pasa? MIGUEL.- ¡Pasa que se acabó! ¡Pasa que no hay má morfi! ¡Pasa que el que no trabaja no come! CARLOS.- Yo he trabajado siempre. Ahora no encuentro. MIGUEL.- ¿E por qué dejó la carnicería? CARLOS.- Porque soy muy peligroso con un cuchillo en la mano. MIGUEL.- ¿E la panadería? CARLOS.- Se revienta de calor. ¿Qué quiere? MIGUEL.- ¿E por qué no agarró el coche que yo le había conseguido? CARLOS.- ¡¿Yo cochero?! ¡Ja! ¡No faltaba más! ¿Para vivir como usté? ¡Ja! ¡Salga de ahí! ¡Ja! MIGUEL.- ¡Usté es otro atorrante! ¡Ja! (Lo imita.) ¡Quiere que yo lo mantenga! ¡Ja! ¡Pero yo no puedo más! ¡Ja! ¡E yo lo echo de casa! ¡Ja, ja! CARLOS.- ¿Me echa? MIGUEL.- ¡Afuera! CARLOS.- ¡Mejor! ¡Estoy hasta aquí de sus gritos! MIGUEL (Alcanzándolo.).- ¡No so grito, so coscorrone! (Se los da.) CARLOS.- ¡¡¡Tata!!! MIGUEL.- ¡So coscorrone! CHICHILO (Interrumpiendo como un referí.).- ¡Fau! ¡Fau! ¡Golpe prohibido! ¡Breack! ¡Breack! (Intenta separarlos. Miguel de un cachetazo lo echa de bruces en el proscenio.) CARLOS (En el foro.).- ¡Se va a arrepentir! (Mutis.) MIGUEL (Sobre Chichilo).- Chichilo... (Cuenta, esperando que se levante para golpearlo.) Uno... dos... tres... (Apura.) cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... CHICHILO (Poniéndose en guardia de un salto.).- Estaba descansando. MIGUEL.- ¿Ah, sí? ¡Aspera! (Va en busca del látigo. Chichilo huye por izquierda sin que le alcancen los latigazos. Deteniéndose.) ¡Madona santa, a lo que hemo llegado! DOÑA CARMEN (En la puerta del foro, dejando caer la canasta vacía.).- Miquele... MIGUEL.- ¡Qué! ¿No te ha fiado? ¿No hay qué comer? DOÑA CARMEN.- Miquele... ¿Ha echado a Carlito? ¿E cierto? MIGUEL.- Sí. No puedo más yo solo. DOÑA CARMEN (Transfigurada.).- ¡E mi hijo! ¡No tiene derecho! ¡Tenemo que alimentarlo! MIGUEL.- ¡Cármene! DOÑA CARMEN.- ¡Osté tiene la obligación de mantenerlo! ¡Para eso lo ha hecho! MIGUEL.- ¡Cármene! DOÑA CARMEN.- ¡Yo no quiero! ¡E mi hijo! ¡E mi hijo! MIGUEL.- Sí. Tiene razón. Yo tengo la culpa. Tiene razón. (Toma tembloroso su gabán y su sombrero.) DOÑA CARMEN.- ¡E mi hijo! MIGUEL.- ¡Basta, no diga más! Tiene razón. Se lo voy a traer. Se lo voy a traer... (En el foro y como una decisión repentina.) ¡E voy a traer plata también! ¡Mucha plata! ¡Mucha plata! (Mutis.) DOÑA CARMEN (como una explicación.).- ¡E mi hijo! ¡E mi hijo!...
  • 20. TELON CUADRO SEGUNDO Edificio en construcción. Junto a las tablas que lo aíslan de la vereda, un farol roto. A la derecha continúa la línea de casas. Poca luz. Las dos de la mañana. Hace un frío cruel. Segundos antes de levantarse el telón, Don Miguel ha detenido su coche a la derecha. MIGUEL (La galera sobre los ojos, la bufanda hasta la nariz.).- Hemos llegado. (Narigueta y el Loro asoman dentro del coche.) Hemo llegado. (Sin volverse.) ¿Se han dormido? NARIGUETA.- Shhh. (Al Loro.) Abajáte. LORO.- Pero... che... NARIGUETA.- ¿Qué? LORO (Señalando hacia la izquierda.).- Allí hay parada. NARIGUETA.- No. LORO.- ¿Y eso? NARIGUETA.- De recorrida, seguramente. Para en la otra cuadra… ¡Guarda! ¡Metéte! (Se esconden.) MIGUEL (Rígido.).- ¿Qué hay? ¿No es acá? NARIGUETA.- Shhhh... Hablá despacio. MIGUEL (Susurra.).- ¿No es acá? LORO.- Sí. MIGUEL.- Entonces, ¿qué pasa? NARIGUETA.- Hay ropa tendida. MIGUEL.- ¿Ropa tendida? ¿A dónde? (Se pone de pie; mira por encima de la capota.) Pero… ¡a la esquina hay un agente! LORO.- ¡Shhhh! NARIGUETA.- ¡Agacháte! (Lo empujan.) MIGUEL (De rodillas en el piso del pescante, la cabeza junto a la rueda.).- ¡A la madonna! (Espían los tres.) Diga... ¿No sería mejor venir mañana? NARIGUETA.- ¿Tenés miedo? MIGUEL.- ¿Quién? ¿Yo? ¡No, faltaría más! ¿Con quién piensa que está hablando? ¡Yo soy un brigante! Yo soy... ¿Quiere ver que lo llamo? (Por el agente.) NARIGUETA.- ¡Vamo! LORO.- ¡Calláte! MIGUEL.- No se asusten. No se asusten. (Aparte.) ¡San Mateo martirizado, haga que venga este vigilante! (Alto.) ¡Ahí viene! (Con las riendas.) ¡Vamo, Mateo! LORO.- ¡Paráte! NARIGUETA.- ¡Quedáte ahí! MIGUEL.- ¡No, no! ¡Con la policía no juego! (Azuza.) LORO.- ¿No ves que se va? MIGUEL.- ¿Está seguro? A ver... (Espían. Aparte.) Tenemo miedo los tres; no lo podemo disimular. (A ellos. Sonriente.) Parecía que venía. ¡Qué error!... No vaya a creer que es miedo. Allá en Italia... cuando yo hacía el camorrista... Mire: una vez... Oiga este cuento. Siéntense. LORO.- ¡Salí de ahí! MIGUEL.- E lindo. NARIGUETA.- ¡Estás borracho vo! MIGUEL.- ¿Quién? ¿Yo? ¡Amalaya! (Aparte, mientras Narigueta y Loro van hacia la izquierda.) No hay caso. Esta noche robamo. ¡L'ánima mía! NARIGUETA (Al Loro.).- Che, este gringo es un paquete. LORO.- No, hombre. Es pariente de Severino. Dice que es de ley. Él responde. NARIGUETA.- ¿Y por qué no vino él mismo? LORO.- Anda con el Negro. (Miran a don Miguel.) No creas. Eso de Italia es cierto. Trabajó con Severino. Hasta creo que tiene una muerte. NARIGUETA.- ¿Ese? LORO.- Sí. NARIGUETA.- ¿Con esa cara? Me da mala espina. ¡Pero manyalo!
  • 21. MIGUEL (Aparte.).- ¿Me la querrano dar a mí? (Saca disimuladamente un talero de hierro del cajón del coche.) Por si acaso... (A ellos.) ¿Qué hacen? Ya se ha ido el vigilante, ahora. ¿No se deciden? ¿Tienen miedo? ¡Qué vergüenza! LORO (A Narigueta.).- Vamo. Perdemos tiempo. Estás siempre lleno de grupo. Vamo. (Mutis izquierda.) NARIGUETA (A Miguel.).- Vo... sentáte. No llamés la atención. (Mutis.) MIGUEL (De bruces sobre la capota.).- ¡Narigueta! ¡Narigueta! NARIGUETA (Reapareciendo.).- ¿Qué hay? MIGUEL.- Yo... ¿me quedo solo acá? NARIGUETA.- ¿Qué querés? MIGUEL.- Por eso. Pregunto. Diga, Narigueta. (Con su mejor sonrisa.) ¡No vaya a degollar a ninguno, ¿eh?! NARIGUETA.- ¿Sos sonso, vo? MIGUEL.- Es un chiste. NARIGUETA.- ¡Cuidao! ¡Si te movés de ahí, te fajo donde te encuentre! (Mutis.) MIGUEL (Sin moverse.).- ¡Qué facha de asasino tiene! (Pausa.) ¡Qué oscuridá!... ¡Qué silencio!... ¡Qué frío!... Hay que entrare, amigo. (Tiritando desciende del coche con grandes precauciones.) ¿Cómo? ¿No... tambaleo? Me he tomado una botella de anís e no he podido perder el sentido. ¡Qué lástima!... Se la ha tomado la paúra. No hay borrachera que aguante. (Se sopla los dedos. Va a calentárselos en la lumbre del farol. El coche se mueve. Con todo su miedo no mira.) ¿Quién anda? (Sin moverse de su sitio, armado del talero, mira entre las ruedas, después al caballo.) Sssté... Mateo... ¿Qué hace? ¿Por qué me asusta? Mateo. Miráme, Mateo. Nenne... ¿No me quiere mirar? Soy yo. Yo mismo. ¿Qué hacemo? Robamo. Usté e yo somo do ladrone. Estamo esperando que el Narigueta y el Loro traigan cosa robada a la gente que duerme. ¿No lo quiere creer? Yo tampoco. Parece mentira. ¿No estaremo soñando? (Se pellizca, se hace cosquillas, tironea su bigote.) No; estoy despierto. Entonce, ¿qué hago acá? ¿Soy un ladrón? ¿Soy un asaltante? ¿E posible? No. No e posíbile. No. ¡No! ¡¡No!! (Va a huir. Se toma del pescante. Recapacita.) ¿Y Severino? No puedo hacerle esta porquería. Me ha recomendado. Me he comprometido. He dado mi palabra de honor. Sería un chanchado. Hay que entrare. Hay que entrare. (Tiritando se sienta en el estribo.) Qué silencio. Parece que se hubiera muerto todo. ¿Quién será la vítima? Pobrecito. A lo mejor está al primer sueño durmiendo como un otario... soñando que está a la cantina feliche e contento… mientra que el Loro le grafiña todo. Pobre. Que me perdone. (Pitada, lejos.) ¡Auxilio! (Corre al pescante. La nota corta de "ronda" lo sorprende con una pierna en alto. Desfallece.) ¿No te lo podías tragar este pito? (Apoyado en el farol enciende un toscano. Con el fósforo encendido aún tiene una alucinación.) ¿Quién está dentro del coche? ¡Severino!... Sever... (Se restriega los ojos.) Es el anís. Estoy borracho. (Sonríe. Se quema.) ¡L'ánima túa! (Por los ladrones.) ¡Cómo tardan!... Qué soledá. ¿Quién viene? (Se vuelve, alelado.) ¡El vigilante! (Se pone de pie, rígido.) No. Creo que me está entrando el fierrito. Mateo... vamo, no te dormí; no me deje solo. Miráme. Del otro lado. ¿Está asustado usté? (Suena la bocina de un auto. Se encoge como si le hiriesen.) Ahí va. El progreso. ¡Mírelo cómo corre! ¡Corre, escapa! Ha de venir otro invento que te comerá el corazón como me lo comiste a mí. (Otra vez la bocina más lejos.) Y me pifia, me pifia. ¡Matagente!... ¡Puah! (Le escupe. Otra vez lo angustia la soledad. Su miedo crece.) ¡Cómo tardan!... ¿Qué estarán haciendo? (Lo aterra un pensamiento.) ¡¿Estarán degollando a alguno?!... ¡A la gran siete!... (Salta al pescante; va a castigar a Mateo. Se detiene otra vez. Se acongoja.) ¿Y mañana... cómo comemo? Hay que entrare. Hay que entrare (Solloza.) ¡Figli! ¡Figli! NARIGUETA (Con un gran bulto hecho con una carpeta de mesa.).- ¡Vamo, che! MIGUEL.- ¿Ah? NARIGUETA.- ¡Listos! MIGUEL (De pie.).- ¿Qué me trae? ¿Un muerto? NARIGUETA.- ¡Qué muerto! ¡Ayudá! (Meten el lío en el coche.) MIGUEL.- ¡Escapemo! NARIGUETA.- Paráte que venga el Loro. MIGUEL.- ¿Más todavía? ¡Esto es una mudanza! LORO (Con otro bulto.).- ¡Tomá! ¡Vamo! ¡Creo que se ha despertao! (Suena un auxilio.) ¡No te digo! MIGUEL.- ¡Mamma mía! ¡Mateo! (Castiga al caballo.) NARIGUETA (En el coche.).- ¡Vamo! ¡Pegále! LORO.- ¡Castigá! ¡Nos cachan! MIGUEL.- ¡Mateo! ¡No quiere tirare! ¡Se ha asustado del pito! (Otras pitadas lejanas.) ¡Empujen ustedes! ¡No está acostumbrado! ¡Mateo! (Castiga furiosamente.) ¡Empujen! ¡Empujen! ¡Mateo! ¡Nenne! (Narigueta manotea. El Loro empuja.) TELÓN CUADRO TERCERO La misma decoración del cuadro primero. DOÑA CARMEN (Intranquila. Comprobando en el reloj de la mesita).- ¡E so las once! Fastedeoso.
  • 22. CHICHILO (En el foro.).- Mama. (Indica hacia la calle.) ¿A dónde va Lucía? DOÑA CARMEN.- La mando hasta el corralone a ver si ha llegado to padre. CHICHILO.- ¡Uh, cuánto aspamento! Se ha quedado en algún almacén. DOÑA CARMEN.- Sé: almacén. So las once. Nunca ha venido tan tarde. Se le ha pasado algo al pobre viejo... Anoche estaba muy triste... muy triste. CHICHILO.- No se preocupe. ¿No va con Mateo? Y bueno: Mateo lo trae. ¿No se acuerda de aquella mañana que se puso a relinchar en la puerta con el viejo hecho, colgado de un farol del coche? ¿Y entonces? (Salta, finteando.) Quiero ver si Lucía va al corralón o... Es caprichosa usté, ¿eh? Le he dicho que no me la mande, pero... (Está en el forillo.) usté... (Hacia la izquierda.) Che, Pedrito: ¿vamo a hacer do rum de tre minuto? Pará que cache lo guante. (Descuelga de sitio visible dos medias rellenas de trapos. Mostrándolas.) El porvenir de la familia. Mama: atemé lo guante. DOÑA CARMEN (Accediendo.).- Te van a lastemare como ante de ayere, Chichilo. CHICHILO.- ¡Tiene que ver cómo resisto el castigo! DOÑA CARMEN.- Yo me asusto. CHICHILO.- No le haga ñudo. (Prueba en el aire.) Está bien. Estoy en la azotea. (Mutis.) SEVERINO (Asomándose por foro.).- Shhh… Shhhh… DOÑA CARMEN (Volviéndose desde el cristalero.).- ¿Quí chista? SEVERINO.- Yo. No hable fuerte. Mequele... ¿está acá? DOÑA CARMEN.- No. SEVERINO.- ¡El terremoto! DOÑA CARMEN.- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? SEVERINO (Con cara de loco.).- Nada. Tengo que verlo. DOÑA CARMEN.- Osté está asustado. SEVERINO.- ¿Yo? ¿Quién te ha dicho? DOÑA CARMEN.- ¡Le ha pasado na disgracia a Miquele! SEVERINO.- ¿Qué le va a pasare? No hable fuerte, le digo. Tengo que verlo. Iba a subire al fúnebre e me dieron una noticia que me ha hecho abandonare I'entierro. DOÑA CARMEN.- ¿Qué noticia? . SEVERINO.- Que... So cosa de negocio. Yo me voy a escondere... me voy a sentare, digo, a la pieza de Carmelo Conte. L'ospero allí. Pasamo por acá. (Izquierda.) DOÑA CARMEN.- No. Osté me oculta algo. Ha pasado una desgracia. Yo voy a preguntarle a la comisaría. SEVERINO.- ¡No!... Toda la mojere so lo mismo: "Yo voy a preguntar a la comisaría". Qué gana de hacer batefondo. Venga (La lleva hacia la izquierda.) ¡A la comisaría nunca! DONA CARMEN (Sin resistir.).- ¡Ha pasado na desgracia! SEVERINO.- Calláte. Venga. . DOÑA CARMEN.- ¡Ah!... ¡Lo ha pisado un automóvile! SEVERINO.- No diga macana. Venga. No grite. (Mutis. Una pausa. Aparece don Miguel, por foro. Casi sin respiro. Cierra la puerta. Se sienta en la cama de Lucía.) MIGUEL.- ¡Vérgine Santa! ¡Qué me tenía que pasare! (Oculta la cara.) DOÑA CARMEN (De izquierda, como escapada, poniéndose un chal para salir.).- Yo voy... ¡Miquele! ¡Eh, Miquele! MIGUEL.- Shhhhhhhhhhhh. DOÑA CARMEN.- ¿Qué tiene? ¿Qué te ha pasado? MIGUEL.- He perdido el coche. . DOÑA CARMEN.- ¿Qué dice? MIGUEL.- He perdido a Mateo. DOÑA CARMEN-. ¡Ma...! MIGUEL.- He perdido la galera, ¡He perdido la cabeza! DONA CARMEN.- Ma ¿cómo? ¿Cómo? MIGUEL.- Escapando a la policía. Gambeteando a lo carabinero. DOÑA CARMEN.- ¿¡Tú!? MIGUEL.- Miquele Salerno. A lo sesenta año. DOÑA CARMEN.- ¿Qué ha hecho?
  • 23. MIGUEL.- No gritá. Te voy a contar... Me he peleado... No piense nada malo. Con un pasajero. Un compadrito, ¿sabe? (Es manifiesta la mentira inocente.) "Llevame al balneario". "No. Tengo el caballo cansado”. “¡Me vas a llevar, tano!". "¡No!". "¡Sí!". "¡No!". Me ha querido pegar... le he pegado primero. DOÑA CARMEN.- ¡Dios mío! MIGUEL.- No te asustá. Le he pegado despacito, despacito. Pero se ha puesto a gritá. Había vigilante cerca... corrieron... tocaron auxilio... Mateo se ha asustado del pito e no quería tirare... ¡ha terado a la fuerza! Soy escapado... por el medio de la calle... "¡Atajen! ¡Atajen!". Yo meta palo col pobrecito. Boyaca... Gaona... Segurola... Siempre al galope tendido. Salimo de la piedra, entramo a la tierra. Mateo no daba más. "¡Atajen! ¡Atajen! ¡Ladrone!". DOÑA CARMEN.- ¿Ladrone? MIGUEL.- No. Sí. Ladrone. La gente siempre que corre a anguno grita: "¡Ladrone! ¡Ladrone!". Es una costumbre muy fea que tienen acá. Se me ha caído el látego... he pegado col fierro. Doy vuelta una esquina oscura; había una zanja... ¡púfete! Mateo adentro, yo encima de Mateo y el coche encima mío. "¡Mateo, amigo, levantáte que ne llevan preso! Mateo, no me haga esta porquería propio esta noche... ¡Levantate!". Me ha dicho que no con la cabeza y la ha metido otra vez en el barro. “¡Por aquí!”, gritábano. "¡Búscalo! ¡Búscalo!". Lo he abandonado e me he puesto a correr, solo, al oscuro. Había otra zanja... ¡púfete! Lo vigilante pasaron todo por arriba mío, gritando, como demonio. "¡Búscalo! ¡Búscalo!". E otra vez patita pa que te quiero... como loco, nel campo abierto... saltando pozo... rompiendo alambrados... He parado cuando ha salido el sol: estaba a Villa Devoto. ¿Quién habla? (Atisba por la ventana.) DOÑA CARMEN.- ¿Por qué ha hecho eso? ¿Cómo ha llegado a esto? ¿No se acordaba de sus hijos? MIGUEL.- ¡Ah, Cármene, si tú supiese…si tú supiese…! ¡Ah, Padreterno injusto! ¡Me deja vivir tantos años en la miseria para hacerme hocicar propio a la última zanja! DOÑA CARMEN.- ¿E ahora? MIGUEL.- Ahora se acabó. (Se abate.) DOÑA CARMEN.- ¿E Severino qué sabe? MIGUEL (Asustado.).- ¿Severino? Nada. ¿Qué tiene que ver Severino aquí? DONA CARMEN.- Ha venido a buscarte. Está en la pieza de Carmelo Conte. MIGUEL (Paladeando su venganza).- Llamalo. Avísale que he llegado. Hágalo venir e déjame solo con él. Quiero hablarle, ¿comprende? Puede ser que me salva. Llamálo. DOÑA CARMEN.- Sí. MIGUEL.- Que entre por aquí (Izquierda) e cierra aquella puerta. (La que supone en el foro de la otra habitación.) DOÑA CARMEN.- Sí. ¡Iddio ci aiuti! (Mutis) MIGUEL (Buscando un arma contundente).- ¡Mefistófele! ¡Te voy a cortar la cola! (Se decide por un zueco que halla debajo de su cama, se sube a ella y espera, el arma junto al dintel de izquierda. Aparece Chichilo, finteando. El viejo apenas puede detener el zuecazo. Para disimular golpea en la pared). CHICHILO.- Tata… ¿Qué hace? MIGUEL (Con intención).- Voy a matar una araña. CHICHILO.- ¿Dónde? MIGUEL.- ¡Váyase! ¡Yo sé donde está! ¡Déjeme solo! CHICHILO.- Viejo… (Le silba como preguntándole si está chiflado) MIGUEL. (Imitándolo).- Chichilo… (Lo amenaza furibundo.) CHICHILO.- ¡Araca, que soy su hijo! (De un salto hace mutis. Vuelve cuando el viejo espera otra vez a Severino.) Papá, ¿la vio a Lucía? (Don Miguel le arroja el zueco.) ¡Está loco! (Cierra, don Miguel enarbola el otro zueco) SEVERINO (Asomándose con todo su miedo.).- Mequele... ¿A dónde está?... Meque... (Esquiva el golpe hacia la derecha. Cuando hace frente ya esgrime una cachiporra corta que ha deslizado de su manga.) ¡De atrase no! MIGUEL (Agazapado en primer término.).- ¡Ah, veníase preparado! Tenías miedo ¿eh? Se te ha quemado la cola de paja. ¡Asaltante! SEVERINO.- ¿Qué ha hecho anoche? MIGUEL.- Darte un gusto. SEVERINO.- ¡Ne vendiste a todo, puntilloso inservible! Por culpa tuya han agarrado preso al Loro y el Loro va a hablare. MIGUEL.- Mejor. Déjalo que hable: para eso es loro. SEVERINO.- ¿Dónde está el coche? ¿Lo ha escondido? MIGUEL.- Está a una zanja... SEVERINQ.- ¡A la madonna! MIGUEL.- ...encima de Mateo. SEVERINO.- ¿Ha dejado el coche en mano de la policía? ¡Esa e la cárcere!
  • 24. MIGUEL (Avanzando.).- No importa. (Habla por entre los dientes apretados.) Te has vengado, te cobraste aquel vaso de vino velenoso; debes estar satisfecho. SEVERINO (Sin oírle.).- ¡L'ánima mía! ¡El número del coche! ¡Estamo todo perdido! (Intenta huir por el foro.) MIGUEL (En la puerta. Tiembla y sonríe.). -¡Eh! ¿A dónde va? SEVERINO.- ¡Déjame salire! MIGUEL.- No. Te pedí ayuda y me la negaste; estaba desesperado y me mandaste a Yesu-Cristo. "Hay que entrare. Hay que entrare". ¡Ahora estamo adentro... adentro de la penitenciaría, peró! SEVERINO (Resolviéndose.).- ¡No; cárcere no! Yo no quiero la cárcere ahora que puedo vivire tranquilo. ¡Se tú háblase ti achido... te do un cachiporrazo a la bocha! MIGUEL.- ¡A ver! (Se le acerca.) ¡Aquí tiene la bocha! Pega. Anímase. Yo voy a contar todo, yo voy a hablare, como la cotorra. Pega. SEVERINO.- Mequele... Dejáme... No me tienta... MIGUEL (Con sincero deseo.).- ¡Pega! Dame ese cachiporrazo; ¡me lo merezco! Si es lo que estoy buscando: dejar esta vida repuñante. Aquí tiene la bocha. Pega. ¡Farsante! ¡Galerudo! SEVERINO (Retrocediendo.).- Déjame salire. Abra la puerta. MIGUEL.- No tiene coraje, cobardone. Yo te voy a matare... col zueco... con las uñas... con lo diente... (Lo corre.) Mochuelo. Mochuelo. SEVERINO (Con la voz tomada de espanto.).- ¡Aiuto! ¡Aiuto! (Se hacen un lío con la cortina. Don Miquel golpea sin ver; se desembaraza del trapo y toma de atrás al otro, le arrebata el arma, lo doblega y va a herirlo con ella.) ¡Aia!. .. ¡Aia! MIGUEL.- ¡Calláte! ¡Calláte! DOÑA CARMEN (De izquierda.).- ¡Miquele! ¡No! MIGUEL (Desesperado.).- ¿Qué iba a hacer? ¡Casi le remacho la chimenea! (A Severino.) ¡Pídale perdón! (Obligándolo.) ¡Pídale perdón! (Le quita la galera de una manotada.) ¡Descúbrase! SEVERINO (En foro.).- Dame la galera. MIGUEL.- ¡A la cárcel te la doy! SEVERINO.- ¡No! ¡Cárcere no! (Huye.) DOÑA CARMEN.- ¡Mamma mía benedetta! MIGUEL (Que ha cerrado.).- Cármene... (Espía por la ventana.) ¿Quién es eso que está para allí? (Doña Carmen acude.) Ese bigotudo. DOÑA CARMEN.- No sé. MIGUEL.- ¿No lo conoce? DOÑA CARMEN.- No. MIGUEL.- ¡Es un pesquisa! ¡Cierra bien! ¡Es un pesquisa! DOÑA CARMEN.- ¡Santa Lucía Laceratta! MIGUEL.- ¡Io so perduto!... Cármene... perdono... Marito tuo e nu vigliaco! DOÑA CARMEN.- ¿Qué fachiste? ¿Qué fachiste? MIGUEL.- U patre di figli tui é nu vile. Perdono. Ha finita la pache nostra. ¡Io so perduto! ¡Io so perduto! (La vieja llora de bruces sobre la cama de Lucía. La idea de salvación sobreviene otra vez: corre a la ventana, corrobora la presencia del pesquisa, descuelga el acordeón y ejecuta, tembloroso, un tiempo de tarantela.) DOÑA CARMEN.- ¿Qué hace? (Golpean en la puerta de foro.) MIGUEL.- ¡No abra! ¡Despista! ¡Despista! ¡Baila! DOÑA CARMEN.- Mequele... MIGUEL.- ¡Baila! Baila, que voy en cana. Baila. (Ella baila, las manos en las caderas, rígida.) DOÑA CARMEN.- Mequele... mira lo que me hace hacere... MIGUEL.- Perdono, Cármene. Despista. Baila, perdono. DOÑA CARMEN.- Mirá lo que me hace hacere... (Se le ven las lágrimas. La puerta de foro se abre lentamente. Doña Carmen deja de bailar. El hijo no ve su ridículo.) CARLOS (Abre bien la puerta para mostrar su flamante traje de chauffeur.).- Bien, viejo. Al fin están contentos en esta casa. DOÑA CARMEN.- Hijo... MIGUEL (El acordeón pierde aire sonoramente entre sus manos. Estupefacto.).- ¡¿Usté... chofer?! CARLOS.- Chófer. Me he decidido a trabajar, viejo; a ayudarlo de una vez. Hace tiempo que practico en el volante antes de que me echara y después me fuese a llamar, pero lo oculté para darle de golpe esta alegría. MIGUEL (Desfalleciente.).- ¡Ay! ¡Ay! CARLOS.- ¡Viejo!
  • 25. DOÑA CARMEN.- ¿Qué tiene? MIGUEL.- Me muero de alegría. CARLOS.- ¿Cómo, no está contento? MIGUEL.- ¡Sí! ¡Muy contento! ¡Mira qué contento que estoy! (Se abofetea.) ¡Mira! CARLOS.- ¡Tata! DOÑA CARMEN.- ¡Mequele! MIGUEL.- Yesú, ¿yo merezco esto? ¡Qué alegría que tengo! ¡Hágame venir un accidente! No te asustá, Cármene. Es la alegría que tengo de verlo. ¿Qué más podía ser? Chófer; le cae de medida. Mira qué bien que le queda el traje... y la gorra... ¡Un acchidente seco, redondo! CARLOS.- ¡Papá, yo traigo plata! Ayer no había morfi en casa. Tome, mamá; veinte pesos. Mi primera noche. DOÑA CARMEN.- Gracia, hijo; al fin. Era tiempo. MIGUEL (Mirándolos largamente.).- ¡Era tiempo... y qué tarde que es! CARLOS. -Sí, yo comprendo; a usté le hubiera gustao más otro oficio, pero... MIGUEL.- Pero... hay que entrare. He comprendido. No me haga caso, hijo. Estoy contento de que usté pueda ya mantener a la familia. Yo no podía más. Estoy cansado. Como Mateo... ya no sirvo, soy una bolsa de leña... y siempre que pego... pego con la cabeza. Ahora I'automóvil me salva. ¡Quién iba a pensarlo! ¿Salva? Sí. Me voy. (Corre en busca de sus prendas.) CARLOS.- Pero, ¿qué tiene? No entiendo. ¿Qué ha hecho? DOÑA CARMEN.- Yo no sé. Se ha peleado anoche... CARLOS.- ¿Usté? MIGUEL.- Yo no: su papá. CARLOS.- ¿Y con quién? MIGUEL.- Con Mateo. Me voy. Tengo que irme (Recuerda que ha perdido el sombrero.) DOÑA CARMEN.- ¿A dónde? CHICHILO (Adentro.).- ¡Mama! ¡Papá!. .. MIGUEL (Aparte.).- ¡La policía! (Se envuelve en la cortina.) CHICHILO (Apareciendo.).- ¡Se la han piantao! ¡Se la han piantao a Lucía! MIGUEL (Salta.).- ¿Qué? CHICHILO.- En un auto verde. Lo corrí como diez cuadra, pero disparó. ¡No pude! Perdí lo guante... ¡Cretina! ¡Loca! (Llora.) CARLOS.- ¿Qué decí? ¿Está loco, vo? Si Lucía está ahí. (Patio.) La llevé a dar una vuelta pa que conociera el coche. CHICHILO.- ¿Era el auto tuyo? CARLOS.- Claro, gilastro. Lo dejé en la esquina por los chicos del conventillo. CHICHILO.- ¡Ay dió! ¡Lleváme a mí! MIGUEL (A Chichilo.).- ¿E usté tenía miedo que se escapara? ¿Por qué? CHICHILO (A quien Carlos ha llamado la atención para que mienta.).- No... No, viejo. ¿No ve que son macana? CARLOS (A Chichillo.).- ¡Tené cada chiste, vo! (Están en la puerta de izquierda. Golpean en la del foro. Silencio. Los viejos se entienden con una mirada.) MIGUEL (A Carlos que acude.).- No abra. Yo sé quién es. DOÑA CARMEN (Al viejo solo.).- Miquele... tú no te has peleado anoche... tú... con Severino. MIGUEL.- Shhhhh. (Por los hijos.) Que lo sepan cuando yo no esté. DOÑA CARMEN.- ¡Miquele, perdonáme, perdonáme! ... MIGUEL.- No llore. Piense a los hijos. Tenía razón, Cármene: cuando se echan al mundo hay que alimentarlos... de cualquier manera. Yo he cumplido. No llore. (Los hijos los miran sin entender. El viejo despista: se pone la galera de Severino, abollada y maltrecha. Da lástima y risa.) ¿Cómo me queda? ¿Me queda bien? (Retrocede hasta el foro preparando la huida. Se repiten los golpes.) ¡Addío! (De un respingo abre la puerta. La policía echa mano de él. La vieja cae.) CARLOS y CHICHILO.- ¡Mamá! ¿Qué pasa? (Saliendo por foro.) ¡Papá! ¡Papá! (Los policías se llevan al viejo a tirones.) TELON FINAL