1. LAS OPINIONES DEL RUFIÁN MELANCÓLICO
Y cuando ya doblaron en la esquina de la quinta, Erdosain dijo:
-¿Sabe que no tengo cómo agradecerle este enorme favor que me ha
hecho? ¿Por qué me regaló usted este dinero?
El otro, que caminaba moviendo ligeramente los hombros, se volvió
displicente y dijo:
-No sé. Me encontró en buen momento. Si eso uno tuviera que hacerlo
todos los días...pero así... Además que, imagínese, en una semana lo
recupero...
La pregunta se le escapó a Erdosain.
-¿Y cómo es que teniendo usted una fortuna sigue en la «vida»?
Haffner se volvió, agresivo, luego:
-Vea, amigo, la «vida» no es para todos los hombres. ¿Sabe? ¿Por qué yo
voy a dejar tres mujeres que rinden dos mil pesos mensuales sin ningún
trabajo? ¿Las dejaría usted? No. ¿Entonces?
-¿Y usted no las quiere? ¿Ninguna de ellas lo atrae especialmente?
Recién después de lanzada esta pregunta Erdosain comprendió que
acababa de decir una tontería. El macró lo miró un segundo, y repuso:
-Escúcheme bien. Si mañana me viniera a ver un médico y me dijera: “La
Vasca se muere dentro de una semana la saque o no del prostíbulo”, yo a la
Vasca, que me ha dado treinta mil pesos en cuatro años, la dejo que trabaje
los seis días y que reviente el séptimo.
La voz del macró había enronquecido. Había un no-sé-qué de amargura
rabiosa en sus palabras, esa amargura que más tarde Erdosain reconocería
en la voz de todos esos poltrones taciturnos y canallas aburridos.
-¿Lástima? -continuó el otro-. Amigo, a la mujer de la vida no hay que
tenerle lástima. No hay mujer más perra, más dura, más amarga que la mujer
de la vida. No se asombre, yo las conozco. Sólo a palos se las puede
manejar. Usted cree como el noventa por ciento que el cafishio es el
explotador y la prostituta, la víctima. Pero dígame: ¿para qué precisa una
mujer todo el dinero que ella gana? Lo que no han dicho los novelistas es que
la mujer de la vida que no tiene hombre anda desesperada buscando uno que
la engañe, que le rompa el alma de cuando en cuando y que le saque toda la
plata que gana, porque es así de bestia. Se ha dicho que la mujer es igual al
hombre. Mentiras. La mujer es inferior al hombre. Fíjese en las tribus
salvajes. Ella es la que cocina, trabaja, hace todo, mientras que el macho va
de caza o a guerrear. Lo mismo pasa en la vida moderna. El hombre, salvo
ganar dinero, no hace nada. Y créame, mujer de la vida a la que no se le
saca el dinero, lo desprecia. Sí, señor, en cuanto le empieza a tomar cariño,
lo primero que desea es que le pidan... Y qué alegría la de ella el día que
usted le dice: «Ma chérie, ¿podes prestarme cien pesos?». Entonces esa
mujer se desata, está contenta. Al fin la sucia plata que gana le sirve para
algo, para hacer feliz a su hombre.
“Claro, los novelistas no han escrito esto. Y la gente nos cree unos
monstruos, o unos animales exóticos, como nos han pintado los saineteros.
Pero venga a vivir a nuestro ambiente, conózcalo, y se va a dar cuenta de
que es igual al de la burguesía y al de nuestra aristocracia. La mantenida
desprecia a la mujer de cabaret, la mujer de cabaret desprecia a la yiranta, la
yiranta desprecia a la mujer de prostíbulo, y, cosa curiosa, así como la mujer
que está en un prostíbulo elige casi siempre como hombre a un sujeto de
avería, la de cabaret carga con un niño bien o un doctor atorrante para que la
explote. ¿La psicología de la mujer de la vida? Está encerrada en estas
palabras, que me decía llorando una mujercita a quien largó un amigo mío:
«Sin embargo, con mi c*lito apoyo a un hombre». Eso no lo sabe la gente ni
los novelistas. Un proverbio francés ya lo dice: «Hierro por sí sola no puede
llevar a su c*lo».
Erdosain lo contemplaba estupefacto. Haffner continuó:
-¿Quién la cuida como el cafishio? ¿Quién la cuida cuando está enferma,
cuando cae presa? ¿Qué sabe la gente? Si un sábado a la mañana la oyera
usted a una mujer decirle a su «marlu»: «Mon chérí, hice cincuenta latas más
que la semana pasada», usted se haría cafishio, ¿sabe? Porque esa mujer le
dice «hice cincuenta latas» con el mismo tono que una mujer honrada le diría
a su marido: «Querido, este mes, por no comprarme un traje y lavarme la
ropa, he economizado treinta pesos». Créame, amigo, la mujer, sea o no
honrada, es un animal que tiende al sacrificio. Ha sido construida así. ¿Por
qué cree usted que los padres de la Iglesia despreciaban tanto a la mujer? La
mayoría de ellos habían vivido como grandes bacanes y sabían qué animalita
es. Y la de la vida es peor aún. Es como una criatura: hay que enseñarle de
todo. «Por aquí caminarás, frente a esta esquina no debes pasar, a tal ‘fioca’
no hay que saludarlo. No armes bronca con esa mujer». Todo hay que
enseñárselo.
Caminaban junto a los bardales, y en el dulce atardecer las palabras del
macró abrían un paréntesis de extrañeza en Erdosain. Comprendía que se
encontraba junto a una vida substancialmente distinta a la suya. Entonces, le
preguntó:
-¿Y cómo se inició usted en la «vida»?
-En ese tiempo era joven. Tenía veintitrés años y una cátedra de
matemáticas. Porque yo soy profesor –añadió orgullosamente Haffner-,
profesor de matemáticas.
Con mi cátedra iba viviendo, cuando en un prostíbulo de la calle Rincón
encontré una noche a una francesita que me gustó. Hace de esto diez años.
2. Precisamente en esos días había recibido una herencia de cinco mil pesos de
un pariente. Lucienne me agradó, y le ofrecí que viniera a vivir conmigo.
Tenía un cafishio, el Marsellés, un gigante brutal, a quien veía de vez en
cuando... No sé si por la labia, o porque yo era lindo, el caso es que la mujer
se enamoró, y una noche de tormenta la saqué de la casa. Fue eso una
novela. Nos fuimos a las sierras de Córdoba, después a Mar del Plata, y
cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije: «Bueno, adiós idilio. Se
terminó». Entonces ella me dijo: «No, mi querido, nosotros no nos
separaremos más».
Ahora iban bajo las bóvedas de verdura, ramas entrelazadas y ábsides de
tallos.
-Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se
acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga
ella con plata del «mishé»? ¿Se imagina la felicidad de comer con los
tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo
quiénes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo
mientras los «tiras» lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos
hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo,
cuando se hace la carrera. Y ella es la que se preocupa de que usted se
consiga otra mujer para que la explote, ella es la que la trae a su casa
diciendo: «Vamos a ser cuñadas», ella es la que la varea a la primeriza para
que levante únicamente «viajes» para usted, y cuanto más tímido y
vergonzoso es usted, más goza ella en destruir sus escrúpulos, en hundirlo
en su basura, y de pronto... cuando menos se acuerda se encuentra
enterrado hasta los pelos en el barro... y entonces hay que bailar. Y mientras
la mujer está metida hay que aprovechar, porque un día le da una viaraza,
enloquece por otro y con la misma inconsciencia con que lo siguió a usted se
sacrifica de nuevo. Me dirá usted: ¿para qué necesita una mujer un hombre?
Mas, desde ya, le diré: ningún dueño de prostíbulo va a tratar con una mujer.
Con quien trata es con su «marlu». El cafishio le da a una mujer tranquilidad
para ejercer su vida. Los «tiras» no la molestan. Si cae presa, él la saca; si
está enferma, él la lleva a un sanatorio y la hace cuidar y le evita líos y mil
cosas fantásticas. Vea, mujer que en el ambiente trabaja por su cuenta
termina siendo siempre víctima de un asalto, una estafa o un atropello
bárbaro. En cambio, mujer que tiene un hombre trabaja tranquila, sosegada,
nadie se mete con ella y todos la respetan. Y ya que ella, por un motivo o por
otro, eligió su vida, es lógico que por su dinero pueda darse la felicidad que
necesita.
“Claro, para usted todo esto es nuevo, pero ya se va a ir haciendo. Y si no,
dígame: ¿cómo se explica que haya ‘fioca’ que tenga hasta siete mujeres? El
tano Repollo llegó en sus buenos tiempos a tener once mujeres. El gallego
Julio, ocho. No hay francés casi que no tenga tres mujeres. Y ellas se
conocen, y no sólo se conocen, sino que saben vivir juntas y rivalizan en
quien le da más, porque es un orgullo ser la preferida de un hombre que los
sosiega a los pesquisas más prepotentes de una sola mirada. Y pobrecitas,
son tan locas, que uno no sabe si compadecerlas o romperles la cabeza de
un palo».
Erdosain se sentía anonadado por el desprecio formidable que ese hombre
revelaba hacia las mujeres.
Y recordaba que en otra oportunidad el Astrólogo le había dicho: «El Rufián
Melancólico es un tipo que al ver una mujer lo primero que piensa es esto:
“Esta en la calle rendiría cinco, diez o veinte pesos. Nada más”».
Roberto Arlt.
Los siete locos. (1929)
(fragmento)
TRABAJO PRÁCTICO
1) Lea en La Canción Popular Testimonial, “El hombre y la mujer en el tango”:
Explique con sus palabras cómo es la relación entre hombre y mujer según esa
concepción. ¿Qué elementos condicionan esa relación?
2) Lea Las opiniones del Rufián Melancólico: ¿qué es lo que piensa Haffner acerca
de las mujeres?
3) Contraste la opinión de Haffner con la de La Canción Popular Testimonial: Mi
noche triste, Milonguita y Griseta.
4) Compare con los cuentos Hombre de la esquina rosada e Historia de Rosendo
Juárez.
5) Exprese su opinión personal acerca del tema.