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Del andariego y sus decires
10 Los vi venir, justo en el momento en que cruzaban el parque. Yo ya sabía que
me buscaban. Me había preparado para cuando esto ocurriera. Es decir, había
comprado un hechizo, a la señora Romelia, a la que llamaban “La Barragana”. El
apodo le sentaba bien. Su tienda se constituyó en lupanar. Desde las seis de la
tarde, hasta las tres de la mañana del día siguiente; sin descansar. No sé por qué,
cada vez que paso enfrente de ese local, me acuerdo de la canción “Trece años”,
de Wilfrido Vargas. Lo cierto es que Romelia ofrecía un surtido variado, en edad,
tamaño, color, nalgas, tetas y rostros. Estaba tan bien posicionada, que hasta les
fiaba a sus habituales visitantes. Eso nunca lo había visto ni escuchado, polvos a
crédito y sin codeudor.
A decir verdad, con todo lo torcido que he sido, soy y seré; nunca había requerido
este tipo de servicio. Un poco, porque mi hembrita me satisface a cada rato. Otro
poco, porque cuido mi imagen de “pelao de bien, sin fisuras, leal”.
Me embarqué en el cuento del fleteo hace ya tres años. A veces me va bien; otras
no tanto. Pero, en fin, de cuentas, la vieja, el viejo, mi hembrita y yo, vivimos de esa
rentica. Mi herramienta de trabajo es un mataganado hermoso, brilloso. Claro está
que, a veces me ha tocado lidiar con personajes cuentahabientes demasiado
brincones. Inclusive que han tratado de rebelarse. A dos (un hombre y una mujer)
los tuve que mandar al otro lado. En el primero sentí un poco de miedo. Pero ya en
el segundo viajado, con una mona muy jovencita, fue menos traumático. La ventaja
mía es que cuando es necesario mato y mato bien, sin ninguna posibilidad de vivir
para contarlo.
Me gustan varios sitios y los frecuento; porque resulta trabajito. Hombres y mujeres
que van a retirar fuertes sumos. Yo los analizo y las analizo antes. Leo en sus rostros
la ansiedad y el temor. Esto los lleva y las lleva a cometer errores básicos. Cuando
salen del cajero, yo calculo el monto. Bien sea en el bolso o en el bolsillo. Algunas
y algunos llevan taleguitas o bolsas de plástico. Los sigo y las sigo con la mirada.
Espero que avances treinta o cuarenta metros. Y ¡zas, ¡les caigo.
Claro que, en veces, se daña el mandado. Aparecen algunos agentes de policía; o
esos guachimanes de la privada. Otras veces, les hacen acompañamiento otras
personas. Y así es más difícil. Esto a pesar de que en cada acecho me la juego
toda. Si me detienen o me hieren, o me matan; qué más da.
Ahí vienen…, son unos manes a los cuales les quité uno de sus sitios. Me
identificaron. Cuando están a menos de diez metros, saco el hechizo…y nada. Esa
vieja hijueputa me vendió lo más malo que encontró. Lástima que ya no le podré
reclamar, porque…Llegaron y me descargaron los dos tambores. Caí al piso como
cedazo. Recordé, en ese momento:” …no me pregunte la gente quienes me han
herido; no soy delator. Déjenme no más que muera. Los hombres estamos para ser
hombres, no batidores” …Y ya. Lo último que vi fue el local de la puta de Romelia,
quien me miraba riéndose desde la puerta.
10.1 Aldemar Loaiza Casilimas, llegó a Puerto Iris. Cansado. Habían transitado
muchos caminos. Todos demasiado tortuosos. Incluso, tuvo que pasar por Puerto
Abuchaibe. Lugar remoto ese. Tanto que, para llegar a la periferia, desde Puerto
Maduro hay que recorrer70000 kilómetros. Y, Puerto Maduro a su vez, está a 8000
kilómetros de Puerto Bermejal. Y, para llegar a Puerto Bermejal, desde Puerto
Azucena, hay que recorrer 9000 kilómetros. Y este último está a 16 horas de Puerto
Santísimo. Llegar hasta ahí, requiere caminar 1200 kilómetros, por pura trocha. Y,
desde Puerto Barracuda hasta Puerto Azucena, hay 2000 kilómetros. Puerto Iris
está más allá de Puerto Abuchaibe, casi 2200 kilómetros.
Lo cierto es que llegó, el viejo Aldemar. Transido de hambre. Lo esperaba en la
plaza del pueblo, Adonías Bermejo. Este había llegado hacía ya treinta años. Dicen
que llegó en paracaídas, lanzado desde un avión de la Fuerza Aérea Agustiniana.
Lo lanzaron en la noche de un jueves santo. Al tocar piso, por esa vaina de ser la
primera vez, se rompió el tobillo del pie izquierdo. Como pudo, se arrastró hasta el
Comando Miguel Farías. Este Farías, también llegó en paracaídas. Pero no tuvo la
fortuna de Adonías. Cayó en la Laguna de la Bizca. Allí se hundió, enredado en el
paracaídas y se ahogó. Lo consideran, por eso, héroe nacional. Y llegando,
Bermejo, el de guardia le gritó: ¡santo y seña! Adonías que iba a saber de eso. Dos
tiros le pegaron el soldado Manzano. Uno en el otro tobillo y el otro le destrozó la
oreja izquierda.
Y, como son las cosas. Resulta que Aldemar conoció, en el pasado, a un teniente
de nombre Abigail Manzano Fonseca. Que resultó ser el abuelo del soldado de
guardia. Por esas cosas de la vida, Aldemar y Bermejo, estuvieron juntos en la
Batalla de La Salada. Un pueblito a orillas del río llamado Miserable. Allí
combatieron a los dirigidos por Marcio Matacandelas, guerrillero de vieja guardia.
Este Marcio se había hecho capitán, ungido por Romualdo Gualdrón. Este estuvo
en la Batalla de San Benito Abad, pueblito localizado en la ribera norte del río
Espantapájaros. Allí recibió de Jacinto Paz, a su vez guerrillero desde que tenía diez
años, el mandato de acabar con el Batallón Santa Brígida. Tenebroso, por cierto.
Estaba al mando el Coronel Abundio Armendáriz Alonso. Dice la leyenda que este
Coronel había mandado a fusilar a doscientos niños y trescientas niñas. Todos y
todas hijos e hijas de los cien guerrilleros que atacaron al Comando Ezequiel
Perdomo, situado en las afueras de Guayaran, municipio adscrito al departamento
Norte, que abarca todo el sur de la circunscripción Occidente.
Volviendo con lo de Aldemar y Adonías, se abrazaron calurosamente. Caminaron
hasta la casa de Bermejo. Allí, el viejo Aldemar, saludó a Paulina Natividad, esposa
de Adonías.
Sucedió una cosa muy rara. Al otro día, ni casa, ni Adonías, ni Paulina, ni Aldemar.
Lo que dicen es que se los y se la tragó la tierra con todo y casa. Desde ese día
todos y todas se vieron obligados a conocer el santo y seña. El cual, por disposición
militar de alto rango, cambiaba cada tres horas.
11 Cuando la vi partir, sentí eso que las abuelas llaman guayabo (pero diferente al
guayabo producido después de una rasca). Este es algo así como cuando uno
siente que el piso se abre, para propiciar el hundimiento físico, a más de que el alma
se dispara hacia otra galaxia. Y, el problema para alguien como yo, es que soy ateo.
Y por lo tanto, creo que no tengo alma.
Eso de ser ateo tiene sus más y sus menos. Yo empecé a no creer en dios, cuando
conocí a Misael Pavallón. Tipo interesante ese. Lo primero que hizo para
convencerme, fue mostrarme una foto tomada al Santo Padre, treinta años atrás.
En ella se ve Teófilo V, desnudo bailando con una joven que por vestido tenía una
tanga.
Cierto es que me conmovió la escena. Porque yo estaba acostumbrado a rezar los
mil jesuses, el día de la Santa Cruz. Además, asistía con devoción al rosario de
aurora, que se realizaba el primer sábado de cada mes... Cierto es, también, que
metía en el fogón, atizado por carbón de leña las manos; para erradicar mis
pecados. Que, por cierto, eran bastantes: deseaba la mujer del prójimo
representada en Inés Elvira, una mujer con un cuerpazo que no puede pasar
desapercibido. Siendo el problema, que está casada con Belisario Guacaneme, un
boyacense especializado en voliar machete a lo loco, cuando se emborracha. Cosa
que, en él, es casi a diario. El no robarás es puro cuento, para mí. Porque me
acostumbré a viajar en transmilenio y meter la mano en los bolsillos de los hombres
y en el pecho de las mujeres. Me ha ido bien, gracias al cielo. El no matarás no me
convence. Mucho menos desde el día en que maté Fermín Casagua, porque le tocó
las nalgas a Teresita, mi mujer todavía para ese tiempo. Lo de no jurar el santo
nombre, en vano me parece una pichurria. Cada vez que me bajo del transmilenio,
después de trabajar, digo “Pa mi dios que no lo vuelvo a hacer”.
En fin, que, a ese man de Misael, no le costó mucho trabajo convencerme. Como
quiera que ya yo tenía predisposición a ser ateo. Por lo menos ya iba en la mitad
del proceso.
Y el guayabo desapareció a los nueve días, cuando le declaré mi amor a Juvenal
Patagrande. Es hermoso y no está comprometido. Se hace llamar Isabela; según él
en nombre de su primer amante. Al que mataron un día después de haber jurado
juntos (as) amor para rato.
12 Y, cómo son las cosas, estoy aquí desde hace cerca de veinte años. He
permanecido como estatua. Con la dificultad que eso produce. Cagado, llena mi
cabeza estiércol de paloma. Siendo así; nunca he sabido porque las llaman refertes
de la paz.
Cada minuto, trato de bajarme. Pero el esfuerzo es inútil. Por cierto, hoy 14 de
enero, las otras estatuas que me acompañan, me dieron un regalito. Consiste en
dos barras de jabón rey (blanco azul, como decía mi madre) Estoy distanciado de
mi familia. No los veo ni las veo, desde hace cuarenta años. Fueron trasladadas y
trasladadas sus estatuas al Jardín Botánico. Debió haber sido por buen
comportamiento. Les cuento, de paso, que tenemos autorización por parte del Gran
Jefe Otilio Uribe Pastrana Samper (no le tomo el pelo a nadie Así se ha
autodenominado el Gran Jefe); para orinar y cagar a las 9: p.m, cada día.
Cuentan que, a partir del día en que fuimos remplazados y remplazadas, por
estatuas; cada día, se celebra una especie de acto simbólico, con el cual se
recuerda el día en que se dictó por decreto la paz en este territorio. Por fin habían
encontrado el remedio, por la vía de la lobotomía. Inmediatamente terminó la
ceremonia, orinamos y cagamos al unísono.
12.1 Me sonó la propuesta de doña Alquería, mi vecina. Es muy simple. Se trata de
asesinar a su esposo Leopoldo Gracia Vallejo. Ella me seleccionó, después haber
analizado a cincuenta candidatos, entre hombres y mujeres. Es de resaltar que el
número de mujeres candidatas superaba al de los hombres. Concretamente una
proporción de cuatro a dos. Por lo menos en este procedimiento, doña Alquería
Bohórquez, cumplió con la Ley de Cuotas, aprobada desde hace cerca de 100 años,
pero nunca ha sido reglamentada.
El hombre al cual debía asesinar, conoció a Alquería, un domingo, mientras ella
jugaba tejo y bebía cerveza, en un local próximo a la Embajada de Italia en
Colombia. Preciso, en ese mismo domingo, Berlusconi atendía una rueda de
prensa. Que, a su vez había sido citada a raíz de una acusación en su contra, por
varias mujeres niñas, en términos de asedio sexual. Y, resulta, que lo que pasó, fue
en una fiestecita convocada por el mismo sujeto acusado. Pero, también es de tener
en consideración, el hecho siguiente: Mermelada Martínez, conoció al obispo
Mardoqueo González oriundo de ciudad Inmaculada, capital del reino que vio nacer
a san Raimundo. Pero, a la vez, Raimundo, fundó la ciudad que vio crecer a
Berlusconi. Lo cierto es que Aurelia Jacinta Balbuena Meneses, conoció a Benjamín
Miranda, primo de la vecina de Emperatriz Aldana. Quien, a su vez, vivió, en San
Isidro Labrador, ciudad no muy lejana de ciudad Altagracia, capital de Alsacia
Tercera.
Pues bien, esta última le había concertado una cita a Mermelada, con el yerno del
poderoso dueño de las comunicaciones en el país del cual era primer ministro-
presidente-jefe. Isaías, así se llama, tenía la posibilidad de contactar al tío de
Emperatriz, de nombre Ezequiel Peñarredonda; para que le dijera al oído, al suegro,
algunas palabras relacionadas con la importancia de contactar a Enrique Vellosa,
plenipotenciario, nombrado por Cartujo Santos Gaviria. Hacerlo, le decía Ezequiel
a Enrique, es muy importante dada la posición estratégica que Cartujo tiene sobre
el espectro electromagnético en casi 600 de ciudades en el continente.
La cita se realizó en la Iglesia Divino Salvador, basílica del bello Puerto Lérida, una
ciudad muy pequeña, pero suplía con creses su tamaño, con la enorme oferta de
muchachos y muchachas, dispuestos y dispuestas a lo que sea. La entrevista se
realizó. Y Berlusconi fue presentado ante Mermelada. Ya cuando esto se dio,
Emperatriz y Mermelada eran nombradas plenipotenciarias en reemplazo de
Enrique Vellosa, quien había caído en desgracia con Cartujo.
,
Yo cumplí con el encargo. El esposo de Alquería, don Leopoldo, fue encontrado
muerto en uno de predios cercanos a Villa Mercedes. Intuí que el asesinato fue
ordenado por Enrique Vellosa. El motivo nunca lo conocí.
13 Si me preguntaran hoy, porque regresé. Diría que no lo sé. Simplemente, así
escueto; sin palabras mentirosas acerca de lo bien que estuve hace ya cuarenta
años. Cuando exhibía una risa a cada momento. Pretendiendo ilusionarme a mí
mismo. Como cuando lo hice a tres años de mi nacimiento. Recuerdo que, en ese
entonces, ya tenía mi tránsito definido. Por escenarios de vida y que iba a repetir
cada año. Si mal no recuerdo, la repetición, del año tercero, fue la misma del año
quinto. Y la del año segundo fue igual a la del año sexto. Como pueden evidenciar
la cotejación aritmética hablaba de una diferencia que inició en el tercer periodo
hasta el quinto. Pero que, si contamos desde el año dos hasta el sexto. Me preocupó
más, el saber que, el primer año y el séptimo, no estuvieron en el inventario de vida
que hice cuando cumplí el veinteavo año.
Ahora que estoy en el año cincuenta y tres, contados a partir del año trece. Son,
entonces, unos vericuetos no esperados. Mucho menos entendidos y/o
interpretados. Lo cierto es lo siguiente: he sido un sedentario que anhelaba visitar
varios sitios a la vez. Como queriendo ser nómada continuo. Una posición estática
que reñía con la ambición de asumir la velocidad y la aceleración. Y no simple
fórmula; como quien empieza discernir una prueba de conocimientos. Una prueba
parecida a la ruleta rusa. Porque, en esos cuarenta años que viví con ése tósigo,
día a día quería que fuera otro día y no ese. Algo parecido lo que le sucedió a
Aristarco Paz Prisco, ese día en que cumplió noventa y dos años. Es decir, los
mismos que el viejo Peralta Suescún. Si bien es cierto que ambos establecieron
relación conmigo. No es menos cierto que nunca se conocieron.
Al cumplir ochenta y cinco años: recordé los días vividos con Lucía Andrea Peralta,
como si hubiese sido ayer. Por cierto, Lucía Andrea siempre me manifestó su
desilusión y su desaliento por llevar solo el apellido de su padre. Ya que su madre
no la reconoció como hija suya. Dicen que la dejó en la habitación sola y con una
nota: “creo que esta niña no es mía, sino de la amante de su padre. No sé por qué
y cuándo quedé embarazada. Tal vez fue el día que estuve donde Aristarco. ¡Sí,
ese mismo que ya completó quince hijos de madres desconocidas.¡”
Decía, lo de haber vivido con Lucía Andrea. Cuando la conocí, todavía no cumplía
los setenta años. Estaba entre sesenta y siete y los sesenta y ocho. Más joven que
yo, si era. Cuando la embaracé, prefirió el silencio cómplice consigo misma.
Ese día, el de mi aniversario ochenta y cinco, encontré a la niña en su cuarto. Con
una nota similar a la de madre de Lucía Andrea, cuando postuló a Aristarco como
beneficiario del embarazo; ya que seguía sin entender la dinámica de la genética.
Mucho menos entendió el hecho de haber sido amante, desde los diecisiete años,
de una gran cantidad de hombres. Por eso, cuando estuvo con Aristarco, se hizo la
promesa, en el sentido de no volver a repetir los años que había vivido. Prefería
endosar a su hija a Aristarco por haber sido su último amante, después de haber
tenido el penúltimo, La cuenta acerca del número de amantes que cruzaron por su
camino, era un secreto. Algo así como una sumatoria no compartida.
Y, entonces ese día de aniversario, comprendí que no tengo mucho que contar. Lo
de Lucía Andrea, ha sido mi cuento preferido y único desde que la conocí. O, tal
vez, hubo otro hecho relevante: sucedió justo el día en que cumplí sesenta y cinco
años. Algo así como el haber encontrado a mi padre. Ese día supe que mi madre
no me dio el apellido. Simplemente porque no se acordó de los amantes. Fue una
madre anónima. Algo a parecido a lo que sucedió con la madre anónima de Lucía
Andrea.
14 Soñé que transcurría el año 1700. El día dos del mes de octubre, tuve la
sensación de estar en el Palacio de los Dioses. Lugar habitado por los más excelsos
propagadores del buen gobierno y de la inteligencia aplicada al mismo. De todos
ellos, yo era el mejor. El más atinado. El más representativo. Porque ya lo había
demostrado, cuando regenté la municipalidad de La Aldea de la Sabiduría.
Localidad próxima a Horizontes. Expandida, territorialmente, al norte del sur del
Continente Asiático.
No debería decirlo, pero yo mismo me sorprendía por la calidad de mis actuaciones.
Vertidas, todas, al unísono. Tanto en lo que respecta al manejo de los asuntos de
gobierno; como también en lo que atañe a todas las áreas del conocimiento.
No se me escapaba ningún dato científico. Por ejemplo, descubrí que la Vía Láctea,
no es otra cosa que el camino hacia África, pasando por América. También que el
número de protones en el átomo, se corresponde con la presencia de energía en el
núcleo de las células que definen el genoma de las coliflores. Tanto es así, que
publiqué un ensayo sobre fisicoquímica; el cual fue adaptado a la enseñanza de las
ciencias básicas.
Tenía, bajo mi mando, un sinnúmero de científicos que ejercían su labor en colegios
y universidades. Mis conocimientos trascendían el área geográfica de mi poder
político y militar. Navegué, en el Océano Pacífico, orientando a todas las
embarcaciones que hacían tránsito hasta Pakistán, bordeando el Cabo de la Vela.
Como podrán haber notado, yo era imprescindible. Para cualquier acción y para
cualquier enseñanza. Ese mismo día, fui consultado acerca de los rigores de la
sequía en proximidades de Alaska, cerca de Siberia. Lideré un grupo de búsqueda
de alternativas para resolver ese tipo de dificultades. Tanto en lo concerniente a la
pérdida de los cultivos de lentejas y cítricos. También en lo relacionado con la crisis
por la evaporación constante del agua en ríos y lagos.
Al día siguiente Artemisa, mi segunda esposa, empezó a pujar. Se trataba de su
primer embarazo. Ella había renunciado a la presencia de Justiniano Avogadro, el
más eximio conocedor de la técnica para lograr un parto sin contratiempos. En su
reemplazo, yo la asistí. El comienzo fue un tanto difícil. Pero, ya después, la orienté.
La coloqué en posiciónhorizontal, en nuestra cama. Hice masajes en la zona lumbar
y le apliqué acetona en cada una de las piernas. Frotándolas de tal manera que
nuestro naciente hijo, pudiera ubicar las coordenadas en el espacioso cuarto.
Expósito, el hijo que nació aquel día, creció sin ninguna dificultad. Su inteligencia
estuvo siempre asociada a las directrices de su padre. Tanto es así que, el día que
marchó al mando del Ejército Aldeano, en contra de del Ejército de Horizontes,
demostró una gran asimilación de las técnicas guerreras inventadas por mí.
Columnas y filas en posición vertical, con desplazamientos horizontales sucesivos.
De tal manera que pareciera una onda continua, iluminada por los reflejos de un
gran espejo situado en la retaguardia, de cara al Sol.
La pérdida de parte de nuestro territorio insular, a manos de los horizontences, no
amilanó a mi hijo. A mi mucho menos, porque se trató de una táctica en el contexto
de una estrategia de ceder parte del espacio, para luego arremeter de costado y
aniquilar a nuestros contendientes. Aunque el resultado no fue del todo satisfactorio;
el anecdotario de la batalla, nos ha servido para apuntalar nuestras posesiones en
el norte de Rusia Central.
En 1724, concretamente el día de la celebración de nuestra independencia y de mi
nacimiento, propuse a la Asamblea de los Dioses, el diseño, fabricación e
instalación de un dispositivo electrónico en las fronteras occidental y oriental. Yo
había inventado ese dispositivo. Una simple aplicación de las leyes de Newton y de
Arquímedes. Su funcionamiento estaba asociadoa la humedad. Se activaba con las
corrientes transversales de viento; las cuales eran retenidas por dos celdas situadas
a lado y lado del dispositivo. Una vez liberadas, ululaban rompiendo las barreras
colocadas a manera de columnas en diferentes sectores de las alambradas
fronterizas. Ocasionando, entonces, un movimiento ondular que hacía inaplicable
cualquier arma por parte de los invasores.
Desafortunadamente, el día en que fuimos invadidos (4 de julio), hubo un
movimiento lateral en los vientos. Las celdas no se activaron y, por lo tanto, no
retuvieron la cantidad de aire necesaria para producir el sonido. Por lo tanto,
tampoco hubo la anhelada ruptura de las alambradas. Siendo así, el ejército
enemigo nos penetró sin ninguna dificultad.
Sin embargo, patenté mi invento. La Asamblea de los Dioses, me reconoció como
gran constructor y me pagó honorarios en oro. Con estos recursos compré
hectáreas de tierra en capacidad de producir cebollas, garbanzos, cítricos, patatas,
plátanos y olivos. Comercialicé estos productos, a través de mi flotilla de barcos,
surcando el Atlántico, hasta llegar al Volga y, desde allí, hasta China y Japón; a
través de numerosas redes comerciales. Obtuve ganancias colosales que deposité
den el Banco Ambrosiano de Marruecos.
Una vez superada la zozobra ocasionada por la desestabilización de mi reino. A su
vez, originada en dos intentos de asesinato de que fui víctima; propuse a la
Asamblea de Nativos, situada al oriente de Portugal, concretamente en el diminuto
reino de El Volcán; una unión imperecedera. Una figura similar al Pacto de los
Mongoles y los Normandos, en época del Emperador Valeriano de Dinamarca. Hice
ingentes esfuerzos teóricos y prácticos para ilustrar de que se trataba y de las
características de los antecedentes anotados.
Fui recibido con alborozo por parte de los Nativos. Por su propia iniciativa me
obsequiaron diamantes. Me hicieron dueño de los canales de riego y de la técnica
de sembrado en terrazas. Me declararon presidente honorario de sus posesiones
territoriales en Argelia y en Tegucigalpa.
Actualmente, rijo como Señor de Señores. Mi influencia va desde el Cono Sur, hasta
la orilla izquierda del Támesis. Pasando por Alsacia Lorena, por Acapulco y por el
Principado de Mónaco. He recorrido mil lugares, en los cuales me reconocen como
huésped ilustre. Me he erigido en Oficial Mayor del Conglomerado Universal de
Hombres Ilustres.
Sigo siendo tutor de maestros en ciencias naturales y políticas. Con un escaño
permanente en la Asamblea Primigenia de Investigadores. La cual ejerce como
referente para quienes pretenden gobernar el conocimiento. He sido orientador de
la Sociedad de Amigos de las Dictaduras: Esta institución es adalid de quienes
integran la Cofradía de reyes interplanetarios; con sede en Haití.
Todo esto se lo he reseñado a todas las generaciones posteriores a 1700, en el
gran territorio de Aldea de Dios. Todos me recuerdan y me recordarán como el
Señor de los Señores.
15 Caracaballo está vendiendo el acelerador de partículas que se ganó como
premio seco de la Gran Lotería Universal. Alega que no le sirve para nada. Que su
tía Mara lo confunde con una licuadora gigante. Que su mamá Aurelia le dijo, “mijo
por qué no bota es nevera que no sirvió para nada. Que su papá Serapio lo frentió
el sábado pasado, “pendejo, como se le ocurrió traer a la casa esa cafetera tan
grande, que ni filtros tiene”. Y que, su novia, le dijo “amor estás como medio corrido
de la teja, dizque traer aquí ese molino panelero. Si ni siquiera hemos sembrado
caña.
Su primer cliente fue don Lázaro Ulloa, hermano de su vecina María Dolores. Le
ofreció cien mil pesos. De paso le hizo un comentario “ese chéchere está como
pintao para llevarlo a mi finca en Guarne, para habilitarlo como bebedero para las
tres bestias que tengo. Obviamente, caballito le dijo que no.” No sea abusivo don
Laza. No ve que el billetico de lotería me costó medio millón.
Le llegó una clienta. La señorita Débora. Hermana del bizco Isidoro. Los que viven
ahí en la esquina, al lado del teatro Marvin. Le ofreció ciento cincuenta lucas. “Sería
para regalárselo a mi novia Esmeralda. Tiene una mano de marranos en el solar.
De pronto le sirve para que duerman ahí". Déjeme decirle mamita, “ni encartao que
estuviera. Puede utilizar ese dinerito para que le compre los dientes a la
Esmeraldita. Así se ve muy fea”.
Por teléfono, desde Valparaíso, Chile. Le habló una señora que está interesada en
“esa máquina”. Que tiene como trescientos dólares. “Así, a ciegas, se los ofrezco.
Claro que usted debe pagar el transporte hasta acá”. Me dio una ira, dijo después,
el encartado. No sé cómo me contuve para no insultarla. Tal vez lo hice para evitarle
problemas al canciller de nuestro país.
Se cansó el viejo caballo. Todos y todas no valoraban su acelerador. Como si nunca
hubiesen estudiado física cuántica. Como si no hicieran consideración del origen de
la vida y del rol que puede cumplir su aparato en la simulación.
El rector de la Universidad Zonal de Mariquita, lo llamó. Le dijo, “mi querido equino,
porque no le dona ese reactor a nuestra universidad. Serviría mucho aquí, en el
Museo de Ciencias Físicas. Le prometo presentar al Honorable Consejo Superior
un proyecto de acuerdo, en el que se mencione su nombre como colaborador
emérito. “Uf. Si eso dice el rector de una universidad. Qué se puede esperar de
quienes vienen presentando pruebas de admisión para aspirar a coteros en Puente
Aranda”
Decidió llevar su agilizador hasta la empresa que chatarriza buses, busetas,
camiones, situada a la entrada del municipio de Sibaté. Negoció con don Pancracio.
Recibió ochocientos euros. Por fin pudo respirar tranquilo. Y, su novia, le levantó el
veto. Le volvió a decir “mi granujita deschavetado.
16 Nació en La Pedrera, Departamento del Amazonas. Es hijo del nieto de un
sargento peruano, cuando lo del embeleco guerrero. Mucho tiempo ha pasado
desde entonces. Salió de su tierrita, cuando cumplió veintitrés años. Casi un pollo.
A Cartagena llegó a bordo de una tractomula. El motorista le hizo el favor de
arrimarlo. Luego que lo bajaron de la flota y le quitaron el poco dinero que traía. La
diarrea lo tenía asolado. Tan pronto pisó suelo heroico, se metió al mar. Ahí pudo
aliviar un poco los retorcijones que acompañaba a la soltura. Un reguero medio
amarillo, medio verde. Bueno, dijo, al fin y al cabo, la sal purifica todo.
Se dirigió a Bazurto. Le ardía el rabo. Como si se hubiera colocado un supositorio
con agua limón. Queda claro que no conocía a nadie. Sin embargo, un ñero, se le
acercó. “Patrón, se nota que no es de por aquí. Venga y se toma un sabajón. No
encontré sino eso. Con tanta miseria, ya ni los ricos botan nada. Y se fueron para
Santa Marta. El mismo chofer de la tractomula los cargó. Pero nada de vitute. Y las
ganas de comer crecían. Como viendo cocuyos. Nada de pensar en “barriga llena,
corazón contento”. Decires para tiempos de bonanza. No para esta época tan
langaruta.
Allí, en la tierra del número diez de la Selección de Maturana, en el noventa,
empezaron a buscar camello. El ñero conocía el oficio de pintor brocha gorda. El
oriundo de La Pedrera, aprendió de su primo eso de buscar oro brasilero. Pero ni lo
uno ni lo otro. Crecía el desasosiego por la hambruna.
Fueron a parar al Rodadero. Nadie sabe quién les insinuó que allí se podía
conseguir algunos billetes, cuidando porciones de playa, mientras los turistas se
bañaban. Y, en verdad, una tercera edad, les pidió el favor. Un pinchao bogotano,
lo mismo. Y una maestra de escuela, de Maicao, otro tanto. Como diez mil, cuajaron.
En “El pescao alegre”. Mojaron lengua. Sancocho de bagre. Con limoncito. Arroz y
rodajitas de tomate pintón. Y un raspao, como sobremesa.
En la noche estuvieron detrás de unos serenateros vallenatos, haciéndoles la
segunda. Otros diez mil del alma. Otro sancochito. Pero esta vez con patacones y
bollos de yuca. Medio durmieron en el zaguán del hotel “Monteperro”. Un poco
tétrico. Tanto, como que toda la noche entraron borrachos antioqueños, vendedores
de guacas en Soledad, Atlántico. Tres niñas domadoras de mujeriegos. Ocho
animadores del circo “La Chilindrina y el Maestro Jirafales”. Cuatro embetunadores.
Seis vendedores de lotes en Sierra Nevada. Trece encantadores de serpientes
nacidas en la región. Quince forjadores de boxeadores, ofreciendo sus servicios en
el gimnasio “Amigos de Tomás Molinares”. Nueve cuentas chistes, boyacacunos.
Dieciséis ofrecedores de dádivas a nombre de Teresa de Calcuta. Catorce
vendedores de botellitas con agua salada, anunciando su eficacia para el
reumatismo.
Cuando salieron del zaguancito, eran las seis de la mañana. Justo entraba otra
tanda de vendedores. Esta vez de cocos y panelitas. Volvieron al Rodadero. Tenían
competencia. Otros dos varaos. Perdidos de una excursión salida desde “La Palma”,
Cundinamarca. Estaban recogiendo para el pasaje. Se hicieron compañía.
Tres meses después, todavía están aquí. Los excursionistas perdidos, están que no
caben en la dicha. Don Eduardo Patricio y Rafael Eduardo. Decidieron no volver a
su tierra, alegando falta de garantías por parte del alcalde y el delegado de Ordóñez.
Ya todo el pueblo sabía de su noviazgo
18 Diógenes Eugenio Lasprilla sí que es juicioso. A punta de vender mazamorra con
leche y bocadillos de guayaba, marca Caribe. Una empresita familiar. La había
iniciado el tatarabuelo de “la negrita” Salomé Rincón. Qué mujerota. No se le arruga
a nadie. Con sus compinches frenteras como ella, se hicieron a la tarea de juntar
dolores y tristezas. Pero por la vía brava. Sin lambonerías. Con nadie. Ni que
temores. Ni que nada. Ruta Pacifica. Desde Nariño, hasta Cali. Bordeando todo el
occidente. Hasta el departamento más olvidado. Si el de los negros y las negras. Sí
como los de Bojayá.
Y es que el Diógenes y la Salomé, hacen pareja. Hermosa. Siempre con el referente
de la dicha de amar y ser amado o amada. Como juntando ternuras. Como
escapándose de la tristeza. Con el canto a flor de piel y de labios. Tienen tres hijas.
Morelia Lucía, Rigoberta e Isolina. Nacieron casi seguiditas. Como año y medio de
distancia entre una y la otra. Ni que hablar del sindicato que armaron en el colegio.
Han desalojado el autoritarismo. Hasta lograron que el Concejo Municipal le
cambiara el nombre de María Auxiliadora, por el de Lorenzo Muelas.
La mazamorrita la cocinan desde la noche anterior. Él y ellas. Los bocadillitos les
llegan desde Medellín. Un primo de Salomé trabaja en la dulcería. Consigue la caja
a mitad de precio. La leche la, reciben fresquita. Onofre Merizalde, otro negro,
ordeña a Lorencita. Una vaquita en compañía que le compraron al “zarco Euclides”.
Este se la ganó en un bazar, el día de San Isidro Labrador. Siendo una ternerita. Un
poco mañosa la bovina. Pero jugosa.
Termina el pedaleo a las once de la mañana. Va y lava su bici carra en quebrada
negra. Se baña él. Va por las niñas al colegio. Y le lleva almuercito a la negra que
trabaja como secretaria en la Cooperativa.
No se me olvida ese ocho de marzo de 2017. La esperaron en la esquina de la
cuadra. Malevos llegados expresamente desde Medellín. Cuatro disparos. Ahí a
quemarropa.
Belisario Sanjuán, el alcalde, salió al otro día con rumbo desconocido. La dueña de
la tiendita del barrio, asegura que vio al doctor Belisario cuando recibía un maletín,
de manos de un forastero. Tengo la certeza de haber soñado con la muerte de la
Negra. La misma noche en que sentí pasar una ráfaga negra por la sala de mi casa.
Como dirían mis tías. “Te asombró la Salo. Ella siempre decía que en esta casa
vivíamos los vecinos más leales del pueblo”.
Sin ir muy lejos, Adrián tiene mucho que ver, en esto. Hasta cierto punto no podría
decir en qué condiciones se presentó ese homicidio. Lo que si es cierto es el hecho
mismo de haber entendido, de una, que no lo hizo el mismo. Porque, a decir verdad,
a los sujetos que desean su propia muerte, se le conoce a la legua. Y este no era el
caso. Con esos tremendos ojos abierto, después de casi seis horas de haber sido
matada. Yo lo digo así, con énfasis, aquí. Aunque soy plenamente entendido de la
necesidad de `probarlo.
Y es que Adrián Veloza sigue siendo, al menos para mí, el alma gemela de la
perversidad. No sé cómo se puede seguir viviendo después de tanta tropelía. De
tanta aportación perversa a lo coloquial. A lo cotidiano. A lo del día a día. Por donde
quiera que lo mire, persiste esa creencia mía, en términos de que la maldad no es
algo inédito; que pase desapercibido. Y siempre ha sido así. Como en seguidilla en
todos los tiempos.
19. Yo supe de la muerte de este señor, hace media hora. Un niño, vecino, me relató
que, viniendo de la escuela, vio el cuerpo de un hombre tirado. Ahí en la acera de
la casa de don Virgilio Pomares. “Me asusté mucho, don Ubaldino”, me dijo el chico.
Y yo, como imbuido de esos deseos locos de celebrar lo macabro; me desplacé
enseguida. Y, como ya creo que lo dije, lo vi ahí. Una profunda herida en el cuello.
Esa sangre seca, que le corría por la espalda y por el tórax. Ese charco, inmenso,
que más parecía apiladura de costras; que esa espesura fluida que es a los
mamíferos, combustible continuo que va y viene, como surtidor de vida.
Y, en el camino, me encontré con Diógenes Arboleda, el novio de mi hermana. No
más al mirarlo y saludarlo, me dio por recordar el día ese de la fiestecita, cuando
celebramos la, boda. Qué lujo de orquesta. Y qué música, tan bacana. El novio
bailando “patacón pisao”, siguiéndole el paso a la novia. Y es que, Dorita, sí que
sabe de eso. De bailar. Desde pequeñita. Todavía le recuerdo, cuando celebramos
su bautizo; bailando “Anacaona”.
Y sigo allí. Como ensimismado. Mirando esa cabeza, yerta. Con un cabello que,
aunque empezaba a opacarse, exhibe unas sortijas bellísimas. Un negro `profundo,
brusca y tierno al mismo tiempo. Y, sin saber porque, vino a mi recuerdo el día en
que conocí a Andrea Benjumea. Tal vez, porque el cabello de ella era tan
esplendoroso como el de éste cuerpo que está ahí tirado. Que fue vejado, inclusive.
Porque, se me olvidaba precisar, que sus uñas estaban arrancadas. Tanto las
manos como en los pies. Y, sus pestañas, también había sido arrancadas. Así, esos
hermosos ojos, se mostraban a la intemperie; como queriendo volver a mirar la vida.
Cuando yo conocí a Adrián, tuve la sensación de estar enfrente de alguien que, al
vuelo, induce a reflexionar. Con una mirada, ya desde tan niño, torva. Una boca,
con rictus de ofensa para quien quisiera mirarlo. Unas manos, excesivamente
livianas. Delgadas. Como las de experto cirujano, ávidas de bisturí. Todo él
navegando entre lo brutal y lo insípido. Como queriendo ufanarse de la lectura a la
que convocaba.
Yo diría que, en lo inmediato visceral, remontaba a los orígenes de la estructura
freudiana de la vida. De las pulsiones; de las pasiones y los impulsos. Como sujeto
condensado, repleto de potencia latente. Algo parecido a lo que se ha dado en
llamar “Caja de Pandora”. Creo que, en lo más recóndito de su bella reflexión acerca
de la psiquis, Freud analizaría el cuadro de Adrián, como tratando de escudriñar:
Como si se diera cuenta de que ahí, en esa cabeza sesuda, podrían encontrarse
las respuestas a sus interrogantes máximos. Como en la intención de descifrar los
mensajes que, estando ahí, no son todavía realidad.
Pedro Cancelado, estuvo a mi lado. Durante esas dos largas horas en que miré el
cadáver de este señor mío. Que nunca antes había visto. Que, a lo mejor, nadie
había visto; por lo menos vivo. “Es como si hubiera sufrido mucho antes de morir”,
me dijo Pedro. Y yo dije sí, con un movimiento de cabeza. En esa heredad que ha
estado siempre. Como diciendo a todo que sí. Por mero reflejo corporal. “En este
cuerpo, si veo plena la muerte sin convicción”, recababa el Pedro Cancelado. Y, yo,
absorto. Volviendo a la afirmación como cabeceo inmediato.
Esa misma noche, encerrado en mi cuarto, retome el hilo conductor de mi análisis.
Y seguía apuntando a que Adrián, fue el asesino. El propiciador de todo ese
sufrimiento reflejado en ese cuerpo ya inerte.
No dormí en toda la noche, incluida la madrugada. Seguí viendo ese cuerpo trozado.
Y, con un grito mudo, recordé que ese cuerpo si lo había visto antes. El de ese joven
que me encontré el martes pasado, yendo para Palermo.
Casi a las seis de la mañana. Cuando todavía estaba despierto, sentí unos leves
golpecitos en la puerta del cuarto. Cuando abrí, me encontró de frente con esos ojos
que parecían rasurados. Con esos cortes transversales, invitándome al olvido de lo
que había visto. “…no vaya a ser que a usted también lo maten y le quemen las
manos y las piernas con el mismo carbón encendido que en mi aplicaron los tres
hombres, uno de ellos don Diógenes. Que llegaron antier a mi casa, me llevaron y
me mataron sin yo saber nada de lo que me endilgaban. Entre otras cosas, que yo
violé a su hermana, de usted, don Ubaldino…”
19 No más, ayer, al vuelo estaba. Eso es como mirar desde lo alto sin estar arriba.
Algo parecido a esos momentos en los cuales todo se le va a uno. Como que no
atina a aterrizar. Más bien como en esa subienda de alma, aún sin tener tal cosa.
Pero sí su símil. Algo como corriendo en velocidad quinta. De aquí y de allí. Y, ella,
se hace presente. Como gendarme libertario. Como quien te ha cautivado y no te
suelta. Un va y viene y vuelve. Una tejedora de ilusiones que motiva a reanimar lo
que parecía fenecido. Como alargar el ensueño que todos tuvimos siendo niños.
Ese horizonte absoluto. Nítido. De colores diversos. Un azul de ternura inimitable.
Un verde que satura y convierte lo habido en épico canto que subyuga. Ese rojo que
hace explotar la pasión, siempre herética.
Y, siendo como es hoy. Y estando como estoy hoy; me le fui yendo despacito a la
tristeza. Sigiloso, en punticas. Y listo. Ahí quedó la tristeza sola. Y, juntas, soledad
y tristeza se dieron al reniegue. Buscándome. Pero yo ya iba lejos. Y, vuelvo con el
vuelo primero. Y localicé a la mía. A la esperanza. A la más mía, la pasión. Y a la
otra no menos mía, la ternura. Y me les quedé todo el tiempo por fuera. Y ellas, la
soledad y la tristeza juntas, rumiando venganza. Como diciendo: nos la va a pagar
ese pertinaz enamorado. Ese envalentonado sujeto de vuelo por lo que ama.
Y sí que, en volver retardado, me les entré sin que se dieran cuenta. Y las asfixié
con esa nube de erotismo ampliado con la cual llegué. Y, sintiéndome así, me puse
a navegar por todos los mares habidos. Del Caribe ardiente, al Mediterráneo
endiosado, por lo mismo de su perfil elitista; por el Mar Negro. De esa negrura refleja
por lo que es en su piso. Por el Báltico mitad de camino entre el Centro y el Oriente
europeo. Con esas historias de viajeros venidos de la Siberia voraz, insensible. Por
ese Mar Irlandés que acumula historias de la yunta inglesa y de todos los monarcas
pérfidos. Y, cruzo el Gran Canal de la Mancha. Y me le introduzco a la Francia de
ires y venires. Con el eco pleno de su Gran Revolución. Y me meto al Caspio casi
incoloro. Casi inadvertido.
Como juntando esas cosas, oteo el sueño. A distancia. Cuando llega, me aprisiona.
En esa envoltura todo se vuelve ajeno. Pasan y pasan lugares y personajes ignotos.
Como luciérnagas que han perdido su luz. O, simplemente, que mi retina angustiada
no visibiliza. Caravanas agitadas, cruzando la Tierra yerta. Vuelta sobre sí misma.
Atormentada. Casi sin vida.
Este sopor mío como que fluye. Es como el entresueño volviera con sus agites
revividos. Como insensible expresión. En la que no cuenta lo soñado y lo habido en
mi vuelo de placer. Como si ese demiurgo impávido me recorriera todo lo que soy
en cuerpo. Como decaimiento repetido. O, simplemente, como se hubiera sido
encontrado, por la triada soledad, tristeza y enajenación.
19.1 Como si nada, Porfirio Benjumea, resolvió desdecirse en lo que respecta al
compromiso asumido. Pacto, de tiempo atrás, con su familia. Algo así como
recuperar el tiempo perdido en términos del sentido de pertenencia y de un mínimo
de moralidad y decencia.
Había pasado mucho tiempo, desde que ensayó varias justificaciones para el
escape. Eso que, también, llaman hacer tangencia; cuando de enfrentar problemas
se trata. Y eran muchos. Casi en contera inagotable. Tal vez, el principal, tuvo que
ver el escándalo derivado de su ebriedad, el día en que celebraban el día de las
madres. No tanto por el hecho en sí de los dieciséis tragos dobles de aguardiente,
con los cuales había desayunado. Más referido a esa desinhibición propia de los
borrachos. Le dio por meterle la mano a su hermano Arturo. Además, se le ocurrió
tratar de malparida a su hermana Josefina. Pero, como si fuera poco, se meó en
plena sala y cantando esa canción del día” …madre cariñito santo, ven a
alumbrar mi existir. Sin ti mi vida es llanto, sin ti no puedo vivir…”
Pero, lo peor estaba por pasar, ese día. Cuando su abuelo paterno, don Serapio, le
llamó la atención, “Porfi”, le dijo: “…usted no se meta viejo huevón que no es con
su madre…”. Ahí, todos reviraron, hasta el sobrino de la mamá de Augusto, el
seminarista, Bartolomé, se arriesgó a decir: “…lo tuyo “Porfi” es una
blasfemia…”¡Qué blasfemia ni que nada, pendejo. ¡Vos no podés decir nada,
aprendiz de marica! O no te acordás lo que hiciste con monseñor, el domingo
pasado. No me hagás hablar. En fin que se armó una bronca ni la tremenda. Como
pudieron, lo calmaron y lo durmieron, en el catre de Eugenio.
Y, pasados dos días, después del guayabo; Porfirio aceptó su error. Pero se negó
a pedir disculpas a los agredidos. Mucho menos colaborar para lograr deshacer ese
maldito olor a berrinche en la sala. Después, en pleno velorio de don Samuel, el
esposo de su prima Hermelinda, le dio por cantar, obviamente con varios tragos de
ron encima, “…Un día domingo que se estaba emborrachando, pistola en mano
se le echaron a montón…”
La viuda lo instó a que no formara ese pereque. Que se callara, por respeto al
difunto. Sin embargo, “Porfi” no le hizo caso. Por el contrario, arreció su canto. Le
dio por “…con los malditos refranes ya no se puede vivir; pues será mejor morir
que vivir en matrimonio…”. Hermelinda no hallaba que hacer. Con ese borracho
ahí. Nada más ni nada menos que en la Sala de Velación Los Divinos Apóstoles.
Con la lidia que dio conseguir que llevaran allí el cuerpo del viejo Samuel. Tuvieron
que empeñar hasta el collar de oro del mico, mascota de la familia.
Ella, Hermelinda, no tuvo más remedio que convocar a los guardias de turno. Esos
que cuidan cadáveres y a las familias de estos. Frentearon al “Porfi”, diciéndole que
no fuera abusivo y patán que respetara, al menos, a los dolientes. Y que le han
dicho al “Porfi”. Se regó como verdolaga en playa: “…sin son tan varones, vengan
y me sacan. Sumatoria de malparidos hijueputas. Si les estorbo, me lo dicen,
aquí en mi cara. Y no de lejitos. Me importa un culo el muerto y su viuda y
todos esos babosos que ahora le van a caer; ya que la Hermelinda quedó
enterita. Ese man como que no pudo enterrar nada. O se murió en el intento…”
Hermelinda intentó el Plan C. Llamó a la mamá de la tía del hermano del “Porfi”.
Cuando llegó la matrona Anastasia, se dirigióal perro ese de Porfirio. Le dijo:” …vea
mijito, su borrachera no me arredra. Si supe manejar a mi marido que bebía hasta
chicha y a sus mozas. Cómo no voy a manejarlo a usted que es un chichipato de
esos que se la pasan velando una cerveza en el “Abrazo del Oso”. A Samuelito lo
deja tranquilo. Él fue más varón que usted. Al viejo “Samue”, siquiera se le paraba.
De usted he oído decir que es pura gelatina. O se va o lo voy “patas de ala”.
Y se despacha el Porfirio: “…Vieja menopáusica. No me joda. O es que ya se le
olvidó que me la piché el día en que cumplió años su mozo, Evaristo. Vieja
tetona que ya no aguanta ni el polvo de un tullido. Venga y me saca. Pero antes
vea esto. Cómo le parece mi verga. Me ha salido muy buena y fina. Con ella he
desbrozado a más de una calenturienta. Venga, Venga y me saca. A su muerto
puede metérselo por el culo, viaja lesbiana…”
La “Hermeli” no sabía qué hacer. Ya había ensayado todo. Su Samuel sudaba y
movía su cabecita, como diciendo”. Sácame de aquí, mi cielo, por favor. Ya no me
aguanto más a ése borracho malparido, antes que cuente lo de tu coito con el curita
Argemiro. Ese día en que te dije que me iba para Heliconia y me quedé debajo de
la cama, para espiarte…”.
La mujer esposa de Samuelito, se acordó del primo Goliat. Un man que pone a
morder polvo a cualquiera. Lo llamó al celular. En menos que canta Josefina, llegó
el “Goli”. Y coge al Porfirio de los huevos. Y lo sacó hasta la acera de la funeraria.
Una vez allí, le dio tres patadas. Una en el culo y los dos restantes en el pirulo. “…Pa
que aprendás pendejo, cara de tomate averiado. A los muertos hay que respetarlos.
Y que no te vuelva a ver por aquí. A la Hermelinda la dejás en paz, porque es mi
vaquita feliz y amarrada”.
Y el viejo “Porfi” se tuvo que ir a pasar la rasca a la tiendita de don Mariano. Pidió
tres dobles.
De una vez se los mandó. Y rumiaba: “…Cuando me alivie del guayabo que
viene, me va a conocer ese dientón. No sabe de lo que soy capaz. Mañana
mismo me comunico con el viejo Rubén. Ese man si es experto en
desapariciones. De algo le sirvió su empleo en el ejército. Deje y verá ese
gorila…”
Y dicho y hecho, el día después del miércoles, Porfirio se comunicó con Rubén.
Tasaron el mandado en cien mil lucas. Y salió todo a lo bien. El Goliat fue
encontrado muerto en el relleno sanitario “Doña Magola”. Empeloto y con la boca
llena de hormigas.
Y es que este Porfirio resultó bien arrecho. Como a los tres días después de la
muerte de Goliat, le dio por visitar a la Hermelinda. Le dijo algo así como:” …mamita
quiere que la acompañe en su soledad. Déjeme ser uno de los catorce. Le juro
que le entierro solo la puntica…”
Y como que fue así, porque ese lunes después del domingo de resurrección, en
familia, acordaron dejar la cosa tal cual. Con el Porfirio, firmando un acta de
compromiso, en términos de unirse más a la familia y dejar un poco el traguito y no
insultar a nadie más.
Dicen que, a los dos días, lo vieron y oyeron gritándole a su hermana Crisanta:” …y
que creíste puta de los infiernos, qué eso se iba a quedar así. Me cago en los
compromisos y en mi familia…”
20 Al llegar a la ciudad, Marcelino Pitalúa, recordó el día en que la abandonó, para
ir en búsqueda de Altagracia Mirándelo. Con ella convivió mucho tiempo, casi desde
que fue fundada. Altagracia viajó clandestinamente. Con la mirada puesta en su
superación personal. Catorce años al lado de Marcelino, opacaron su existencia.
Casi al límite. Una desenvoltura impropia, ajena a sus anhelos. Una amante gris.
Más que todo, porque nunca supo si era amada y si amaba. Una distorsión de su
vida; parecida a los volantines. Sujeta, siempre, a las veleidades de que ella creía
su hombre. Aquí y allá. En todos los lugares. Públicos y privados. Había accedido,
con el tiempo, a esa noción de autonomía que corroe a la individualidad. Que la
mantiene en latencia. Más cercana a la condición de esclava vituperada.
Y es que, cuando lo conoció, “Marce”, se le pareció a ese dibujante de colores que
tanto había visto en sus sueños cuando era niña. Un tanto como sujeto libertario.
Expresando esos íntimos valores y figuras que no había conocido en su vida. Pero
que decantaba y abrazaba, cada que su imaginación volaba. Cada que hablaba con
los saltarines, niños como ella; pero distantes. Que los intuía allá en el territorio
ignoto con el cual, también soñaba.
Su padre hacía gala de una severidad ramplona. Como cuando alguien cree que la
autoridad es violencia. Y que la ternura es algo que se usó en el pasado remoto.
Pero que, en estos tiempos, sirve para nada. Como centinela y vigía de principios
inquisidores heredados de lo que él llamaba “los mayores”. Padre de mierda que la
atormentó siempre. Padre grotesco que ejecutaba la insania propia de los veedores
perversos, asignadores de entelequias. Padre vulnerador que destruyó su anhelo
de desear y ser deseada. De otorgadora de placer. De sujeta complacida en eso
mismo.
Madre alcahueta. Que siempre vivió a su lado; pero coadyuvando a la concreción
de la perversidad. Madre hecha de retazos impúdicos. Que alentaba las ataduras a
que era sometida. Madre perpleja. En lo que esto tiene de ignominioso. Mujer en
minusvalía. Inclusive azuzadora. Que veía en ella la condición de “pozo de la dicha”.
Al que acudía el perdulario, cada que quería. Y él, quería dos veces al día. Y es
que, “Marce”, la iba a sacar de ese infierno. Por la vía de alegrar sus días. Como
dador de felicidad continua. Y que la liberaría, por siempre. Ya no tendría que rumiar
sus vergüenzas. Ya no sería cabeza gacha, cuando saliese a la calle. Cuando
hablaba con sus vecinos y vecinas. Ya podría salir del brazo con él. Con su artista
de largo vuelo. Ese mismo que la dibujó en lienzo, desnuda. Con tal perfección y
dulzura que en nada se podía comparar con las mujeres desnudas que aparecían
en las revistas que su padre observaba en cada masturbación.
Y esa casita que pintó, en papel vaporoso. Y que, él decía que algún día tendrían,
fue su ilusión siempre. Con ventanas abiertas, mirando el río. Con puertas
iluminadas con la dicha del día a día. Con la cocinita, ahí no más. Resplandeciente
siempre. Con cama inmensa para él y ella. Y camitas pintorescas para cuando
nacieran los (as) siete hijos o hijas como lo había soñada desde niña. Cuando
jugaba a estar embarazada de “Pitufito”. Su único muñeco durante quince años,
hasta que huyó de esa casa prisión en la que vivió, desde antes de haber nacido.
Y es que Marcelino estuvo en ciudad Percépolis. Allí inició la búsqueda.
Acompañado de Toño Barriga, su amigo de siempre. Cuando niños estuvieron en
la escuelita del barrio. Allí aprendieron el arte del dibujo. Luego lo perfeccionarían
en el Liceo Masculino Napoleón Bonaparte, un tanto más retirado. Al cual asistieron
todos los días en la bicicleta de dos puestos que se ganaron una semana santa, en
la ruleta de la suerte que situaba el cura párroco en el atrio de la Iglesia “San
Esteban Protomártir”.
Y es que, después, viajaron a la capital, invitados por el director de la Escuela de
Artes Visuales, para que expusieran sus dibujos. Ambos lograron menciones de
honor. Ambos se quedaron allí, durante ocho años. Más como peregrinos libertarios
que como artistas consumados. Y se emplearon en casi todos los oficios.
Barrenderos Ilustres de Palacio”; Embetunadores en los parques. Adivinadores
Adscritos al Templo del Indio Amazónico. Propagadores de la Fe en los Hechizos
de Alba Regina Diosa del Pudor”. Vendedores de Ilusiones, Adscritos a la Legión
de los Caballeros de la Santa Libertad.
En fin, que, pasado ese tiempo, retornaron al pueblito que los vio nacer, como ellos
coloquialmente llamaban al municipio Pera Dulce. Una vez allí, de nuevo, se
dedicaron al dibujo callejero. Realizaban bocetos en carboncillo. Tanto de hombres
y mujeres; como también de triciclos, bicicletas y similares. Exhibieron en las
tertulias y en las Fiestas del Divino Ocio que se celebraban cada año. Obviamente
sin el visto bueno del cura Apolinar Hermregildo Benjumea y Cáceres. En una de
esas conocieron a sus novias. Casi el mismo día. La de Toño Barriga, había sido
monja adscrita al Convento de las Frágiles Adoradoras del Espíritu Santo, que
funcionaba en la ciudad del Santo Eccehomo, capital del departamento de
Floridablanca. Casi dos años después de su casorio Ernestina decidió volver al
Convento. Obviamente con el certificado de virginidad, otorgado por el Notario
Quinto adscrito a Puerto Lata, municipio cercano a Villahermosa. De ahí en
adelante, Toño, juró que nunca más tendría novia, ni moza, ni nada por el estilo.
Una vez instalados, en el Hotel El Huésped Feliz, Toño y Marcelino, empezaron
averiguaciones, orientados por Exequiel Piernagorda, experto en búsquedas
insólitas. Conocedor de los recovecos de la ciudad. Primero estuvieron en el Barrio
de las Mariposas. Comoquiera que, éste, sirve de refugio a doncellas fugadas; a
esposas maltratadas; a novias fracasadas y, lo más importante, a mujeres cansadas
de escuchar historias perennes, acerca de un futuro privilegiado.
En la primera esquina, aparcaron, casi como postes naturales. Como vigilantes
desempleados. Como reclutadores de materia prima para construir falsos positivos.
Un tanto azorados. Más por el desfile de perros enfermos y gatos abandonados a
su suerte; que por cualquier otra cosa.
Por sugerencia de Exequiel, entraron a la tiendita de don Benjamín Manolarga.
Empedernido conocedor de chismes y de historias, bien o mal contadas. Una vez,
las presentaciones del caso, Exequiel instó a Manolarga, para que les informara
acerca de las novedades en el Barrio. Es decir, de las caras, nalgas y tetas nuevas.
Porque, a decir verdad, esos eran los referentes básicos en Mariposa.
El viejo “Benja” describió lo que había visto y oído, desde la última vez que estuvo
su compadre Exequiel. Dos caritas nuevas llegaron a la casa de los Torrente. Una
de, aproximadamente, dieciséis años. Culona y con pares téticas, insinuadas a
través de su blusa transparente. La otra, una veterana de aproximadamente
cuarenta y cinco años. ¡Uf, pero que hembrota! Como para dar y convidar, según
expresión del voyerista dueño de la tienda. Pero nada más. Ninguna coincidía con
la mujer del dibujo que presentó Marcelino.
De ahí pasaron a Mulatos, barrio cuyo nombre deriva del hecho originario de su
poblamiento. Casi todos y todas provenientes del Urabá Chocoano. Se fue
matizando con la llegada de blancos y blancas, provenientes de Popayán y de
Ibagué. Cabe decir, además, que ha sido y es sitio de tránsito para personas de
diferente origen y perfil.
Hablaron, siendo vocero Exequiel, con Martín Abaunza, propietario de un expendio
de papa al por mayor. Dijo don Martín no conocer novedad reciente. Solo recuerda
haber visto una mujer que llegó a casa de Juliana Berrocal. Llegó, si no me falla la
memoria, el ocho de marzo. Vestida con bata suelta, con estampado brilloso
diferentes figuras; predominantemente flores. La he visto dos o tres veces, después
de su arribo. La gente comenta que es la novia de Juliana. Pero son decires nada
más, porque a mí me consta que “Juli” tiene novio amante que viene casi todos los
sábados. Además, a la recién llegada la vi en calle ancha, de la mano de un chico
que no vive en el barrio. Y se besaron varias veces. El dibujo que usted me muestra,
señor, no coincide ni con “Juli”, ni con la desconocida. Si quiere me deja su número
de teléfono. Si se algo le puedo avisar.
Pasaron a Brígida Iriarte, Barrio que lleva el nombre de una guerrillera que fue
torturada y muerta, recién comenzaba el poblamiento. Exequiel los llevó a la
Carnicería el Novillo Llorón. Fueron atendidos por su dueño, Pancracio Avendaño.
Dijo conocer que, hace como seis meses se instaló una familia oriunda de San José
del Guaviare. Pocos días después llegó una mujerzota que creo no tiene par. Toda
ella, cuerpo, piernas, nalgas, tetas; exuberantes. Pero, como a los tres días se
marchó. Y, saben que, si se parece a la señorita del dibujo. Nadie ha podido saber
hacia dónde se fue. Y ni modo de averiguar con alguien de la familia en donde se
hospedó. Ya que son personas bien herméticas. No hablan con nadie. Entran y
salen, no saludan. Nada de palabras con ellos y ellas. Yo les sugiero que vayan. Tal
vez a ustedes les den alguna pista.
Efectivamente, Exequiel, Toño y Marcelino, fueron a la casa indicada. Los atendió
una niña como de diez añitos. Le preguntaron por alguna persona mayor. Llamó a
su hermana. Jovencita de escasos dieciocho años. Dijo llamarse Amalia. Le
enseñaron el dibujo. Preguntó cuál era el motivo de la búsqueda. Marcelino dijo la
verdad: es mi compañera y quiero encontrarla, ya que salió de casa hace casi dos
años y, desde entonces, no he sabido de ella. Amalia Llamó a su tío Alonso. Hombre
fornido. Negro de ojos bien grandes y escrutadores. Le mostraron el dibujo. Abel,
así dijo llamarse, aceptó que era la misma. Estuvo en casa, porque es amiga de mi
compañera. Se conocieron en Mitú, cuando ella era maestra de escuela. Nos
vinimos todos, en familia. Ella nos escribió diciéndonos que, si podía visitarnos, ya
que necesitaba realizar algunas diligencias antes de viajar a Ecuador. Altagracia se
fue hace un mes. Después no hemos conocido nada de ella. Supongo que si viajó
a Quito. Si quieren les doy un número de teléfono. Es de una cuñada mía. Ha sido
su confidente. Supongo que ella, Elvira, puede saber algo.
Y sí que se comunicaron con Elvira. Dijo saber el paradero de Altagracia.
Concretaron una entrevista, para dos días después. Vivo, dijo ella, en ciudad
Acrópolis, Barrio Las Aguas. Calle 180, número 109-89.
Llegaron el día señalado. Sin Exequiel. Los atendió Elvira. ¡Qué negra!, dijo para sí
Toño. Marcelino no se dio por enterado. Fue al grano. Mostró el dibujo y dijo porque
buscaba a su mujer. Elvira, los enteró de las afugias de Altagracia. Como esa de su
perenne tristeza. De su desamor. De ese recuerdo amargo de su infancia. De la
violación de que fue objeto, por su padre. De su desencanto con respecto a
Marcelino, su único amor en lo que lleva de vida. Pero, por lo mismo, profundo e
irreversible. Para “Alta”, usted no fue para ella lo que anhelaba. De ícono como
libertario apasionado, tierno y leal, pasó a ser burdo macho común y corriente. Lo
cierto, señor Marcelino, es que ella huyó de usted. No quiere saber nada que esté
relacionado con los catorce años que fueron amantes. Va a la búsqueda del hombre
que le diga lo que ella quiere que le digan: “…juguemos siempre a encontrar la
ternura, a cada paso. Ámame con pasión. Quiero tener un hijo o una hija
contigo. Cantemos, bailemos toda la vida. Vivamos cada día como si fuera el
último…”. Hoy por hoy está en Lima, en tránsito a Antofagasta en Chile. Le entendí
que está enamorada de un joven que conoció en Quito, cuando este estudiaba
música en el Instituto de Bellas Artes. Al terminar sus estudios fue contratado como
profesor de piano en la Universidad Católica.
Marcelino y Toño desistieron de viajar hacia Antofagasta. El amante de Altagracia
no quiso nada más. Lo envolvió la tristeza y el arrepentimiento. Creí que era amante
perfecto. Resulté amante chiviado. Creí que amaba como nadie ha amado. Y resulté
siendo amante como cualquiera que se consigue en una subasta. Respeto la
decisión de “Alta”
Pero eso sí, dijo Marcelino, si la vuelvo a ver algún día, la mato por traicionera
20 Al llegar a la ciudad, Marcelino Pitalúa, recordó el día en que la abandonó, para
ir en búsqueda de Altagracia Mirándelo. Con ella convivió mucho tiempo, casi desde
que fue fundada. Altagracia viajó clandestinamente. Con la mirada puesta en su
superación personal. Catorce años al lado de Marcelino, opacaron su existencia.
Casi al límite. Una desenvoltura impropia, ajena a sus anhelos. Una amante gris.
Más que todo, porque nunca supo si era amada y si amaba. Una distorsión de su
vida; parecida a los volantines. Sujeta, siempre, a las veleidades de que ella creía
su hombre. Aquí y allá. En todos los lugares. Públicos y privados. Había accedido,
con el tiempo, a esa noción de autonomía que corroe a la individualidad. Que la
mantiene en latencia. Más cercana a la condición de esclava vituperada.
Y es que, cuando lo conoció, “Marce”, se le pareció a ese dibujante de colores que
tanto había visto en sus sueños cuando era niña. Un tanto como sujeto libertario.
Expresando esos íntimos valores y figuras que no había conocido en su vida. Pero
que decantaba y abrazaba, cada que su imaginación volaba. Cada que hablaba con
los saltarines, niños como ella; pero distantes. Que los intuía allá en el territorio
ignoto con el cual, también soñaba.
Su padre hacía gala de una severidad ramplona. Como cuando alguien cree que la
autoridad es violencia. Y que la ternura es algo que se usó en el pasado remoto.
Pero que, en estos tiempos, sirve para nada. Como centinela y vigía de principios
inquisidores heredados de lo que él llamaba “los mayores”. Padre de mierda que la
atormentó siempre. Padre grotesco que ejecutaba la insania propia de los veedores
perversos, asignadores de entelequias. Padre vulnerador que destruyó su anhelo
de desear y ser deseada. De otorgadora de placer. De sujeta complacida en eso
mismo.
Madre alcahueta. Que siempre vivió a su lado; pero coadyuvando a la concreción
de la perversidad. Madre hecha de retazos impúdicos. Que alentaba las ataduras a
que era sometida. Madre perpleja. En lo que esto tiene de ignominioso. Mujer en
minusvalía. Inclusive azuzadora. Que veía en ella la condición de “pozo de la dicha”.
Al que acudía el perdulario, cada que quería. Y él, quería dos veces al día. Y es
que, “Marce”, la iba a sacar de ese infierno. Por la vía de alegrar sus días. Como
dador de felicidad continua. Y que la liberaría, por siempre. Ya no tendría que rumiar
sus vergüenzas. Ya no sería cabeza gacha, cuando saliese a la calle. Cuando
hablaba con sus vecinos y vecinas. Ya podría salir del brazo con él. Con su artista
de largo vuelo. Ese mismo que la dibujó en lienzo, desnuda. Con tal perfección y
dulzura que en nada se podía comparar con las mujeres desnudas que aparecían
en las revistas que su padre observaba en cada masturbación.
Y esa casita que pintó, en papel vaporoso. Y que, él decía que algún día tendrían,
fue su ilusión siempre. Con ventanas abiertas, mirando el río. Con puertas
iluminadas con la dicha del día a día. Con la cocinita, ahí no más. Resplandeciente
siempre. Con cama inmensa para él y ella. Y camitas pintorescas para cuando
nacieran los (as) siete hijos o hijas como lo había soñada desde niña. Cuando
jugaba a estar embarazada de “Pitufito”. Su único muñeco durante quince años,
hasta que huyó de esa casa prisión en la que vivió, desde antes de haber nacido.
Y es que Marcelino estuvo en ciudad Percépolis. Allí inició la búsqueda.
Acompañado de Toño Barriga, su amigo de siempre. Cuando niños estuvieron en
la escuelita del barrio. Allí aprendieron el arte del dibujo. Luego lo perfeccionarían
en el Liceo Masculino Napoleón Bonaparte, un tanto más retirado. Al cual asistieron
todos los días en la bicicleta de dos puestos que se ganaron una semana santa, en
la ruleta de la suerte que situaba el cura párroco en el atrio de la Iglesia “San
Esteban Protomártir”.
Y es que, después, viajaron a la capital, invitados por el director de la Escuela de
Artes Visuales, para que expusieran sus dibujos. Ambos lograron menciones de
honor. Ambos se quedaron allí, durante ocho años. Más como peregrinos libertarios
que como artistas consumados. Y se emplearon en casi todos los oficios.
Barrenderos Ilustres de Palacio”; Embetunadores en los parques. Adivinadores
Adscritos al Templo del Indio Amazónico. Propagadores de la Fe en los Hechizos
de Alba Regina Diosa del Pudor”. Vendedores de Ilusiones, Adscritos a la Legión
de los Caballeros de la Santa Libertad.
En fin, que, pasado ese tiempo, retornaron al pueblito que los vio nacer, como ellos
coloquialmente llamaban al municipio Pera Dulce. Una vez allí, de nuevo, se
dedicaron al dibujo callejero. Realizaban bocetos en carboncillo. Tanto de hombres
y mujeres; como también de triciclos, bicicletas y similares. Exhibieron en las
tertulias y en las Fiestas del Divino Ocio que se celebraban cada año. Obviamente
sin el visto bueno del cura Apolinar Hermregildo Benjumea y Cáceres. En una de
esas conocieron a sus novias. Casi el mismo día. La de Toño Barriga, había sido
monja adscrita al Convento de las Frágiles Adoradoras del Espíritu Santo, que
funcionaba en la ciudad del Santo Eccehomo, capital del departamento de
Floridablanca. Casi dos años después de su casorio Ernestina decidió volver al
Convento. Obviamente con el certificado de virginidad, otorgado por el Notario
Quinto adscrito a Puerto Lata, municipio cercano a Villahermosa. De ahí en
adelante, Toño, juró que nunca más tendría novia, ni moza, ni nada por el estilo.
Una vez instalados, en el Hotel El Huésped Feliz, Toño y Marcelino, empezaron
averiguaciones, orientados por Exequiel Piernagorda, experto en búsquedas
insólitas. Conocedor de los recovecos de la ciudad. Primero estuvieron en el Barrio
de las Mariposas. Comoquiera que, éste, sirve de refugio a doncellas fugadas; a
esposas maltratadas; a novias fracasadas y, lo más importante, a mujeres cansadas
de escuchar historias perennes, acerca de un futuro privilegiado.
En la primera esquina, aparcaron, casi como postes naturales. Como vigilantes
desempleados. Como reclutadores de materia prima para construir falsos positivos.
Un tanto azorados. Más por el desfile de perros enfermos y gatos abandonados a
su suerte; que por cualquier otra cosa.
Por sugerencia de Exequiel, entraron a la tiendita de don Benjamín Manolarga.
Empedernido conocedor de chismes y de historias, bien o mal contadas. Una vez,
las presentaciones del caso, Exequiel instó a Manolarga, para que les informara
acerca de las novedades en el Barrio. Es decir, de las caras, nalgas y tetas nuevas.
Porque, a decir verdad, esos eran los referentes básicos en Mariposa.
El viejo “Benja” describió lo que había visto y oído, desde la última vez que estuvo
su compadre Exequiel. Dos caritas nuevas llegaron a la casa de los Torrente. Una
de, aproximadamente, dieciséis años. Culona y con par tético, insinuado a través
de su blusa transparente. La otra, una veterana de aproximadamente cuarenta y
cinco años. ¡Uf, pero que hembrota! Como para dar y convidar, según expresión del
voyerista dueño de la tienda. Pero nada más. Ninguna coincidía con la mujer del
dibujo que presentó Marcelino.
De ahí pasaron a Mulatos, barrio cuyo nombre deriva del hecho originario de su
poblamiento. Casi todos y todas provenientes del Urabá Chocoano. Se fue
matizando con la llegada de blancos y blancas, provenientes de Popayán y de
Ibagué. Cabe decir, además, que ha sido y es sitio de tránsito para personas de
diferente origen y perfil.
Hablaron, siendo vocero Exequiel, con Martín Abaunza, propietario de un expendio
de papa al por mayor. Dijo don Martín no conocer novedad reciente. Solo recuerda
haber visto una mujer que llegó a casa de Juliana Berrocal. Llegó, si no me falla la
memoria, el ocho de marzo. Vestida con bata suelta, con estampado brilloso
diferentes figuras; predominantemente flores. La he visto dos o tres veces, después
de su arribo. La gente comenta que es la novia de Juliana. Pero son decires nada
más, porque a mí me consta que “Juli” tiene novio amante que viene casi todos los
sábados. Además, a la recién llegada la vi en calle ancha, de la mano de un chico
que no vive en el barrio. Y se besaron varias veces. El dibujo que usted me muestra,
señor, no coincide ni con “Juli”, ni con la desconocida. Si quiere me deja su número
de teléfono. Si se algo le puedo avisar.
Pasaron a Brígida Iriarte, Barrio que lleva el nombre de una guerrillera que fue
torturada y muerta, recién comenzaba el poblamiento. Exequiel los llevó a la
Carnicería el Novillo Llorón. Fueron atendidos por su dueño, Pancracio Avendaño.
Dijo conocer que, hace como seis meses se instaló una familia oriunda de San José
del Guaviare. Pocos días después llegó una mujerzota que creo no tiene par. Toda
ella, cuerpo, piernas, nalgas, tetas; exuberantes. Pero, como a los tres días se
marchó. Y, saben que, si se parece a la señorita del dibujo. Nadie ha podido saber
hacia dónde se fue. Y ni modo de averiguar con alguien de la familia en donde se
hospedó. Ya que son personas bien herméticas. No hablan con nadie. Entran y
salen, no saludan. Nada de palabras con ellos y ellas. Yo les sugiero que vayan. Tal
vez a ustedes les den alguna pista.
Efectivamente, Exequiel, Toño y Marcelino, fueron a la casa indicada. Los atendió
una niña como de diez añitos. Le preguntaron por alguna persona mayor. Llamó a
su hermana. Jovencita de escasos dieciocho años. Dijo llamarse Amalia. Le
enseñaron el dibujo. Preguntó cuál era el motivo de la búsqueda. Marcelino dijo la
verdad: es mi compañera y quiero encontrarla, ya que salió de casa hace casi dos
años y, desde entonces, no he sabido de ella. Amalia Llamó a su tío Alonso. Hombre
fornido. Negro de ojos bien grandes y escrutadores. Le mostraron el dibujo. Abel,
así dijo llamarse, aceptó que era la misma. Estuvo en casa, porque es amiga de mi
compañera. Se conocieron en Mitú, cuando ella era maestra de escuela. Nos
vinimos todos, en familia. Ella nos escribió diciéndonos que, si podía visitarnos, ya
que necesitaba realizar algunas diligencias antes de viajar a Ecuador. Altagracia se
fue hace un mes. Después no hemos conocido nada de ella. Supongo que si viajó
a Quito. Si quieren les doy un número de teléfono. Es de una cuñada mía. Ha sido
su confidente. Supongo que ella, Elvira, puede saber algo.
Y sí que se comunicaron con Elvira. Dijo saber el paradero de Altagracia.
Concretaron una entrevista, para dos días después. Vivo, dijo ella, en ciudad
Acrópolis, Barrio Las Aguas. Calle 180, número 109-89.
Llegaron el día señalado. Sin Exequiel. Los atendió Elvira. ¡Qué negra!, dijo para sí
Toño. Marcelino no se dio por enterado. Fue al grano. Mostró el dibujo y dijo porque
buscaba a su mujer. Elvira, los enteró de las afugias de Altagracia. Como esa de su
perenne tristeza. De su desamor. De ese recuerdo amargo de su infancia. De la
violación de que fue objeto, por su padre. De su desencanto con respecto a
Marcelino, su único amor en lo que lleva de vida. Pero, por lo mismo, profundo e
irreversible. Para “Alta”, usted no fue para ella lo que anhelaba. De ícono como
libertario apasionado, tierno y leal, pasó a ser burdo macho común y corriente. Lo
cierto, señor Marcelino, es que ella huyó de usted. No quiere saber nada que esté
relacionado con los catorce años que fueron amantes. Va a la búsqueda del hombre
que le diga lo que ella quiere que le digan: “…juguemos siempre a encontrar la
ternura, a cada paso. Ámame con pasión. Quiero tener un hijo o una hija
contigo. Cantemos, bailemos toda la vida. Vivamos cada día como si fuera el
último…”. Hoy por hoy está en Lima, en tránsito a Antofagasta en Chile. Le entendí
que está enamorada de un joven que conoció en Quito, cuando este estudiaba
música en el Instituto de Bellas Artes. Al terminar sus estudios fue contratado como
profesor de piano en la Universidad Católica.
Marcelino y Toño desistieron de viajar hacia Antofagasta. El amante de Altagracia
no quiso nada más. Lo envolvió la tristeza y el arrepentimiento. Creí que era amante
perfecto. Resulté amante chiviado. Creí que amaba como nadie ha amado. Y resulté
siendo amante como cualquiera que se consigue en una subasta. Respeto la
decisión de “Alta”
Pero eso sí, dijo Marcelino, si la vuelvo a ver algún día, la mato por traicionera
21 Cornelio Cipagauta, nació el mismo día en que nació Arístides Corneliano. Es
decir, un día después del nacimiento de Efraím Arístides, el primo de Honorio
Palonegro. O lo que es lo mismo, en decir, una semana después de la muerte de
Florián Benavidez, el hermano del gobernador de Pasoancho y primo de Germaín
Valencia, el que desafió a machete a todos los vendedores de alpargatas en el
mercado municipal.
Es un enredo ni el verraco. Porque, a decir verdad, en eso de contar cosas, es mejor
cogerla por donde es. Es decir, por lo que llamaban las abuelas, cogerle la comba
al palo. No sé qué palo ni que comba. Pero funciona el dicho. Al menos no es tan
ordinario como ese que dice de tal palo tal astilla. Porque ni es palo ni es astilla,
puesto que, si fuera palo lo uno y astilla lo otro, nos veríamos avocados a entender
la familia como palos y astillas juntos. Y eso no suena.
Lo de Cornelio es infame. Se casó con Virgelina Ágredo. La misma que estuvo
enmozada con Virgilio Poveda, el dueño del supermercado La Colina. Un lavadero
ni el tenaz. Dicen que los verdes entraban como tal y se convertían en panela, arroz,
arracachas, cubios, papas…etc. El primero que se dio cuenta del jueguito fue
Alberto, el hijo de Mercedes la loca. Ese man si es severo detective. Dicen que le
siguió los pasos a Sebastián Guacaneme, el jíbaro asignado a Villa Castilla. Y lo
pilló despachando fuerte embarque de la blanquita dichosa. Y se le metió al rancho.
Y le dijo “viejo man, de malas. O voy de mitad o canto a capela lo que vi”. Y, siguen
diciendo, lo hicieron socio de la merca. Y, creó más de un lavadero. El suyo, propio,
distribuía corbatas, camisas y chaquetas. Todas de cuero. Y buen cuero, por cierto.
Dicen que de chivo y de marta. Y dele que el Alberto fue ensanchando el negocio.
A lo primero le sumó perfumería francesa, desodorantes en tres tiempos, mascotas
insólitas: buitres, boas, tiburones y delfines. Y siguió creciendo.
Pero, como todo en la vida, a él también se le metieron. No al rancho, sino al
negocio. Y vinieron las ofertas de siempre. Que nosotros lo cuidamos desde allá,
desde el sitio ese cerquita al Palacio de…Qué, mire vamos para elecciones y usted
nos puede ayudar con platica. Que mire, usted puede hacer crecer su tienda,
haciendo de tripas corazón. Usted nos da y, nosotros le damos. Tan sencillo como
que creemos que no llueve para arriba. Que vea, no vaya a ser tan pendejo como
el viejo Loaiza, que se negó y ahí está pagando prisión por dos décadas.
Y el Cornelio Cipagauta entró ahí. Como si nada. Arrastrado por las circunstancias.
Se hizo estafeta. Llevaba y traía mensajes. De los unos y de los otros. Hasta que
los unos lo pararon y le dijeron: o se calla o se muere. Y lo murieron. Un veintiséis
de febrero. Un día después del asesinato de Abraham Pico, el fundador de la Región
Sur.
Y no se volvió a decir nada de nada. Los supermercados entraron en desuso. Se
crearon mega mercados. Con de todo. Desde herramientas para ganadería. Hasta
vestidos para viajar al ciberespacio. Y surgieron nuevos amos. Recordemos, por
ejemplo, a los Nicacios. Héroes de las Mil Caras, en eso de ensanchar la merca. Ya
hablaban de Tijuana. Pero, también, de Barbados, de Miami, de Haití, de Punta
Cana.etc.
Pero se atravesó Alvarito. Diminutivo de Álvaro el impúdico. Metió baza, diciendo
que las cosas tenían que ser así. Porque de lo contrario no podrían volver a ser lo
que eran. Que es mejor no ver para poder decir que no vimos y que, por lo tanto, no
conocimos, ni conocemos. Y que, como todo debe ser como lo que verdaderamente
debe ser, lo mejor es dejar ver, dejar pasar, para que después no se diga que lo
vimos y que lo pasamos. Que, dos más tres sujetos son algo más que tres o cuatro
pelagatos. Que, si arrasamos ahora, veremos la recompensa después. Que pase
por aquí mijito que yo me hago el que no veo. Que pasen por acá mis marines que
esta patria es para todos.
Y ese sí que acertó. Ante todo, en el arte de contar cuentos enrazados con las mil
y una noches. Por debajito. O por encimita. Es lo mismo. Si hay para todos. Para
usted, comandante. Para usted, embajador Usa, para ustedes lagarticos de Palacio;
para quien quiera sumarse a la fiesta.
Pero resulta que Arístides no fue invitado. Ni a lo uno, ni a lo otro. Por lo mismo, se
fue para el otro lado. Con los primos de los Santos. Y ni qué decir de lo que logró.
Abrazos y besos. Torniquetes para empalar a los juiciosos arrepentidos. Y lo llevó
a conocer Magilandia. Donde todo es lo que es, aunque parezca ser otra cosa.
Donde usted y ustedes pueden llevar lo que cojan a peso. Ministerios, embajadas,
comisiones, directorios. Como ya les dije. Lo que quieran.
Y el Efraím no se quedó quieto, mandó a imprimir su perfil, en todos los tonos y
semblantes. Modificó escenarios políticos. Creó el suyo propio. A partir de millón y
pico de votantes. Y se envalentonó. A nombre de la izquierda genuflexa. Llamando
a construir democracia en la cloaca miserable. Diciendo de todo, a propósito de
cualquier cosa. Desmirriado personaje. Celebrando con los propiciadores de la
miseria y de la violencia. Y como si nada. Inventando el uso de andar parado.
Gobernanza impropia desdibujando lo sublime de la revolución. Como llamando a
acolitar reformas para seguir siendo lo que siempre ha sido. Territorio de
vulneradores, que fungen como demócratas.
Y, en fin, que se acabó el cuento. ¿No les parece que, tengo razón? Bueno, Lo que
ustedes piensen me tiene sin cuidado
22 Ayer no más estuve visitando a Fabiana. Me habían contado de su situación. Un
tanto compleja, por cierto. Y, en verdad la noté un tanto deteriorada en su pulsión
de vida. “Es que no he logrado resarcirme a mí misma. Porque, estando para allá y
para acá, se me abrió la vieja herida. No sé si recuerdas lo de mi obsesión por lo
vivido en lo cotidiano. Simplemente, así lo entendí en comienzo, estaba unida al
dolor por las vejaciones constantes. A esa gente que tanto he amado. Verlos, por
ahí, sin horizontes. En una perspectiva centrada en la creciente pauperización. Pero
no solo en lo que respecta al mínimo de calidad de vida posible. También en eso de
ver decrecer los valores íntimos. Ante todo, porque, se ha consolidado un escenario
inmediato y tendencial, anclado en la preeminencia de los poderes económicos y
políticos, de esos sectores, de lo que yo he dado en llamar beneficiarios
fundamentales del crecimiento soportado en la explotación absoluta. En donde no
existe espacio posible para la solidaridad y los agregados sociales indispensables
para aspirar, por lo menos, al equilibrio. Y no es que esté asumiendo posiciones
panfletarias. Es más, en el sentido de decantación de lo que he sido. Siendo esto,
una tendencia a la sublimación de la heredad de quienes se han esmerado por
construir opciones que suponen una visión diferente. De aquellos y aquellas que lo
dieron todo. Que lo arriesgaron todo, hasta su vida. Por enseñar y comprometerse
a fondo.
Es tanto, Germán, como sentir que he llegado casi al final de mi caminata por la
vida. Porque siento que no hay con quien ni con quienes. Aunque parezca absurdo,
todos y todas que estuvieron conmigo, han emigrado. Han cambiado valores por
posiciones políticas en las cuales se exhibe una opción de acomodarse a las
circunstancias. A vuelo han desagregado el compromiso y las convicciones. Por una
vía de simple repetición de discursos anclados en lo que ellos y ellas llaman
Desenmascarar, en vivo, a esos beneficiarios fundamentales. Convirtiendo la lucha
en debates insulsos. Porque, a sabiendas de ello, pretenden construir lo que se ha
dado en llamar tercera vía. O, lo que es lo mismo, una connivencia con los
depredadores. Con aquellos y aquellas que se han posicionado como
controladores. En consolidación de un Estado que, en teórico es social y de
derecho. Pero que, en concreto, no es otra cosa que las garantías de su
permanencia. Vía, un proceso que es como reservorio. Como eso de asimilar
eventos, que para nada lesionan su razón de ser.
Y, estoy en un parangón. Sé que he ido y he venido. En veces como noria. Como lo
que llamarían mis contradictores, un ejercicio ramplón. Supra ortodoxo. En fiel
posición, que no es más que una figura asimilada a esa utopía sinrazón. Es como
si hubiese llegado a un punto que ejerce como estación de vida. Como convocando
a desandar lo andado. Como que no alcanzo a dimensionar los bretes diarios. Como
si convulsionara. Como si, ni para aquí ni para allá. Y eso duele Germán. Porque es
una soledad casi absoluta. No me hallo. Tanto como soportar una comezón visceral.
Siendo, entonces, así he optado por vivir lo mío. Ahí, encerrada. Hermética.
Sabiendo lo riesgos. Porque cuando se llega a un momento como este, es tanto
como querer no ir más. No forzar más a la vida en lo que esta no me puede dar.
Desde ahí, hasta la regresión paulatina, solo existe un nano segundo…”
Ciertamente, me conmovió la Fabiana. Con todo lo que la he querido. Con todo lo
que vivimos en el pasado. Definitivamente la admiro. Pero me entra el temor de que,
en verdad, no quiera ir más.
Y pensado y hecho, a escasos tres días de haber hablado con ella supe, a través
de Juliana, que encontraron su cuerpo incinerado. Murió como esos bonzos que
otrora, en público, se incendiaban. Fabiana, simplemente, se fue. Y, aún en eso, se
destaca su entendido de vida. Bello, pleno y de absoluta lealtad con ella misma.
22.1 Este Gustavo Nevardo nunca va a cambiar. Que se le volvió a meter a la casa
de los Amarilles. Ya lo había hecho en diciembre del año pasado. Les robó casi todo
lo que tenían. Ahora vuelve y juega. Como que se robó las dos bicicletas. La de
Armandito y la de Sandra. En verdad, no va a cambiar. Y con todo lo que le he
hablado. Inclusive le conseguí un trabajito de cotero en Abastos. El patrón lo echó,
porque se le robó tres bultos de arroz. Y, ni siquiera, llevó una librita a la casa de su
mamá Leopoldina. Con lo mal que está esa señora. Reducida a la cama. Y, éste
sinvergüenza no ayuda nada. Su hermana Alfonsina, cada rato, lo echa. Se cansó
de que se le gastara la plática de los mandados.
Desde bebé ha sido torcido. En el Jardín Infantil se les tomaba el tetero a los otros
niños. Y, también, a las niñas. En la escuelita no se lo aguantaron más. Cada día
se alzaba con las onces de los estudiantes, compañeros de grupo. A la iglesia del
Espíritu Santo no lo dejan entrar ni a misa. Desde que le robó al señor caído la
corona de espinas y, también, se alzó con la mula y el buey del pesebre.
Y es bien de buenas el pendejo este. Tiene una noviecita hermosa y juiciosa. La
suegra y el suegro le tienen prohibido, a Andreita, que lo entre a la casa. Desde el
día que se robó las dos sillas en que se sentaban para lo que llaman “visita del
novio”. Andrea estudió, desde primerito de primaria, hasta once en el colegio “Divino
Maestro”. Luego entró a la Universidad de los Padres Claretianos; a estudiar
Criminalística. Ya anda por el octavo semestre. Y, ni, aun así, el Gustavito empeñó
el texto “Cómo Indagar a un Ladrón”. Ella tuvo que pedirle prestado a una
compañera el libro para fotocopiarlo. Pero es tan lenta que le pidió el favor a su
novio, para que sacara las fotocopias en la papelería de doña Gertrudis.
Obviamente se les gastó los pesitos.
Yo lo conocí en el colegio. Cursamos, juntos, hasta octavo. Luego lo expulsaron
porque le robo las gafas a don Asdrúbal, el rector. Y, también, los zapatos a la
profesora Gilma. Después me lo encontré en el estadio, en uno de los clásicos entre
Aguas Frías y Aguas Calientes. El partido lo tuvieron que suspender porque se
metió a la cancha y le robó el pito al árbitro. Lo volví a encontrar aquí. En el barrio.
Es chistoso el nombre “El Racimo”. Nunca he sabido el porqué del nombre. Yo vivo
acá, desde hace cuatro años. Él llegó dos años después. Y dele con lo de siempre.
No había pasado una semana, cuando se le entró a doña Genoveva y a don
Salomón a la casa. Con dos televisores se alzó. A la semana siguiente, se le entró
a la tienda a don Mauro. Como treinta libras de arroz y cuatro salchichones
cerveceros.
Y es que, en la vida, uno se encuentra con modos de ser. Los de uno y los de los
demás. En el caso de Nevardo, he tratado como de hallar una explicación. Porque
yo parto del hecho de que, cualquier actitud o acción de los humanos, se deben a
algo. Es decir, tienen un soporte. Bien sea teórico. O, simplemente, casuístico. Yo,
por ejemplo, he sido un pervertido. Es decir, lo que la gente llama un hacedor de
ofensas a los demás. Pero, fundamentalmente, a las demás. Lo que pasa es que
yo veo en lo que hago como si fuese normal. Es decir, cada quien a lo suyo. A lo
que le es dado. Lo de Gustavo Nevardo, puede que él lo vea normal. Que eso le
está permitido. Que ese es su rol. Que, para hacer eso, nació. En verdad no me
había detenido a analizarlo así.
Yo, por ejemplo, he violado a tres niñas. Me satisfizo hacerlo. Aunque sé que ellas,
las niñas, sufrieron mucho. Sus familias deben haber sufrido también. Pero es lo
justo. Insisto en que cada quien es cada quien. Para poder vivir tiene que hacer
algo. Es el libre albedrío. Yo no creo en las posturas de las religiones que cohíben
por mandato divino. Si Jesús, a manera de ejemplo, quiso hacer que lo crucificaran,
por lo que hizo y por lo que habló; eso le fue permitido, cuando lo hizo. Que lo
mataron por lo mismo, es otra cosa. Si no fuese así; ¿para qué códigos?
Estos, en fin, de cuentas, son limitantes que, cada uno o cada una, tienen que burlar.
Para eso estamos.
Y, el Gustavo, siguió así. Yo, también. El domingo violé a otra niña, de ocho años.
Me sentí muy bien. Y, siempre, estoy dispuesto a hacerlo. No me gustan las mujeres
adultas. Inclusive no me gustan las adolescentes. Solo las niñas. Así es que siento
placer. Y tiene que estar dado de esa manera.
Doña Epimenia. La mamá de Adrianita; como que me leyó el pensamiento. Como
que dedujo que yo violé a la niña. En lo que le está dado, me mató. Un dos de
octubre fue eso. No sé si Gustavo seguirá haciendo lo mismo que siempre ha hecho.
Pero ya no importa. Ya no seré testigo de su rol. De su razón de ser en la vida.
23 En este pueblo ya no se hace nada. Desde hace como diez años no se le
incorpora algo que valga la pena. No más que sucesivos hechos, todos relacionados
con el recordar y volver a recordar. Es como si se hubiera olvidado colocar el acento
en cualquiera de las sílabas que definen el quehacer. Todo en una envoltura que no
trasciende. Que asfixia. Un entorpecimiento constante. Nada es la definición de
todo. Por cuanto se nos olvidó la imaginación. Como si la capacidad de asombro
estuviera agotada en cada uno de nosotros y nosotras. Por la vía más degradada.
Es decir, por esa que, al hacerla y palparla, no es otra cosa que volver sobre los
mismo. Lo de ayer. Siempre lo de ayer.
Hoy me encontré con Carlos Alberto. Ha crecido, aquí, conmigo. Desde que
nacimos. Es otro de los damnificados de esa vida hueca que llevamos. Él, también,
con un historial a cuestas. Como el mío. Solo que, Carlos, ha sabido actuar. Como
si pasara nada. Como si, siendo así, él dice que no va más con la fregadera esa de
tratar de hacerle el quite a la miseria espiritual en que estamos inmersos. Dice, (él),
yo si aprendí a entender el dicho “un clavo saca otro clavo”. Es una verdad de esas
“in memoriam”. Es lo mismo que el simple tránsito notarial. El inventario de lo que
hicimos. Lo que hacemos, todavía no puede ser registrado. Por lo mismo que, la
memoria, no da para tanto. Solo ocupémosla en lo de ayer. Lo de hoy, para cualquier
otro tiempo. O, si se quiere, la registramos como cosa habida ya, sin haber sido.
No es que me disguste lo que dice Carlos. Lo que pasa es que, (yo), no le encuentro
sentido afirmativo. Porque lo mío, a diferencia de lo de él, no es extravío absoluto.
Es más bien, realizar un esfuerzo por decantar los hechos. Siendo, para mí, la
definición de lo que pasa, de lo que ha pasado y lo que puede llegar a pasar. Yo sé
que suena como a juego de palabras. Pero, en verdad, creo eso. Tal vez, es lo que
me da algo de optimismo. En lo que, si no sé qué decir, es en la definición de futuro.
Creo que es algo así como una latencia que está colgada ahí. En lo que cada uno
y cada una somos. Como si ya estuviera adjudicado a cada quien. Y que, por lo
mismo, es camino sin andar. Pero, ahí sí que me abochorno. Si uno no ha andado
un camino, y nunca lo va a andar o no sabe por dónde queda; entonces no es
camino. Es un poco lo de la lógica en línea que no da lugar a la abstracción
necesaria para poder pensar.
Justo, ayer me entró como eso que yo llamo “borrachera”. Ni más ni menos que la
nostalgia. Alguien diría ¿nostalgia de qué?; si hemos vivido nada. Porque lo que
llamamos nosotros y nosotras vivir, es no vivir. Ni haber vivido. Y, pienso en eso
dicho. En la pregunta. Y hallo que es pertinente. Vuelvo a intentar una definición
“nostalgia”. Digo yo que es como que uno recuerda algo del pasado. O que, uno,
quiere centrar el pensamiento en ese algo que pasó. Pero, viene la contraparte.
Esa. La pregunta que me hicieron. Y, de cierto modo, tienen razón en hacerla. ¿Qué
es lo que yo he vivido? Diría “lo vivido por mí y por los otros y las otras”. Si fuese
así ¿cada individuo no tiene pasado. ¿Solo el pasado se vive en colectivo?
Todo esto me da vueltas. “Borrachera espiritual”, diría yo. Tengo ganas de abrir esa
puerta. La de ahí al lado derecho. Nunca la he abierto. Porque, siempre ha estado
cerrada. Desde chico me lo dijo mamá “no mires lo que hay detrás de esa puerta.
“No la abras nunca”. “Ni, aunque se te venga el mundo encima”. Y no la he abierto
nunca. Pero, con todo lo que está pasando. Con todo ese embolate de cosas, me
dan ganas de abrirla. ¿Qué habrá adentro? Me da susto con solo pensarlo.
Hoy es otro día. O es otra cosa. Diferente a lo que es el día. Y la noche también. La
puerta sigue cerrada. Y yo con los deseos que tengo de abrirla. ¿Qué habrá
adentro? No sé, sigo como embolatado. ¡La voy a abrir a ver qué pasa!
Y pasó que, al abrir la puerta sentí como un frío en el alma. Un vahído profundo. Y
unos deseos locos de correr cuando, desde adentro, una voz no conocida por mí.
Entendí algo así como “casi que no te decides Isaac. Tanto tiempo esperándote.
Sigue este camino. Es la única manera de llegar al presente.” Y sí que, ese mismo
día. O lo que sea; supe que me llamo Isaac. Y que no había muerto.
24 Andando el tiempo, entonces, recordé lo que fui en próximo pasado. Y me volví
a contar a mí mismo. Con palabras de los dos. Aquellas que construíamos, viviendo
la vida viva
Es como todo lo circunstancial. Cuando regresas ya se ha ido. Y lo persigues. Le
das alcance. Y lo interrogas. Al final te das cuenta que fue solo eso. Por eso es que
te defino, a ti, de manera diferente. Como lo trascendente. Como lo que siempre,
estando ahí, es lo mismo. Pero, al mismo tiempo, es algo diferente. Más humano
cada día. Una renovación continua. Pero no como simple contravía a la repetición.
Más bien porque cuenta con lo que somos, como referente. Y, entonces, se redefine
y se expresa, En el día a día. Pero, también, en lo tendencial que se infiere. Como
perspectiva a futuro. Pero de futuro cierto. Pero, no, por cierto, predecible. Más bien
como insumo mágico. Pero sin ser magia en sí. No embolatando la vida. Ni
portándola, en el cajón de doble tejido y doble fondo. Por el contrario, rehaciéndola,
cuando sentimos que declina. O, cuando la vemos desvertebrada.
Siendo, como eres entonces, no ha lugar a regresar a cada rato. Porque, si así lo
hiciéramos, sería vivir con la memoria encajonada. En el pasado. Memoria de lo que
no entendimos. Memoria de lo que es prerrequisito. Siendo, por lo mismo, memoria
no ávida de recordarse a sí misma. Por temor, tal vez, a encontrar la fisura que no
advertimos. Y, hallándola, reivindicarla como promesa a no reconocerla. Como eso
que, en veces, llamamos estoicismo burdo.
Y, ahí en esa piel de laberinto formal, anclaríamos. Sin cambiarla. Sin deshacernos
de lo que ya vivimos sin verlo. Por lo mismo que somos una cosa hoy. Y otra,
diferente, mañana. Pero en el mismo cuento de ser tejido que no repite trenza. Que
no repite aguja. Que se extiende a infinita textura. Perdurando lo necesario.
Muriendo cuando es propio. Renaciendo ahí, en el mismo, pero distinto entorno.
Quien lo creyera, pues. Quién lo diría, sin oírse. Quien eres tú. Y quien soy yo. Sino
esa secuencia efímera y perenne. De corto vuelo y de alzada con las alas, todas,
desplegadas. Como cóndores milenarios. Sucesivos eventos diversos. Sin repetir,
siquiera, sueños; en lo que estos tienen de magnetismo biológico. Que ha atrapado
y atrapa lo que se creía perdido. Volviéndolo escenario de la duermevela
enquistada.
Y, sigo diciéndolo así ahora, todo lo pasado ha pasado. Todo lo que viene vendrá.
Y todo lo tuyo estará ahí. En lo pasado, pasado. En lo que viene y vendrá. En lo que
se volverá afán; mas no necesidad formal. Más bien, inminente presagio que será
así sin serlo como simple simpleza sí misma. Ni como mera luz refleja. Siendo
necesaria, más no obvia entrega.
Y siendo, como en verdad es, sin sentido de rutina. Ni nobiliario momento. Ni, mucho
menos, infeliz recuerdo de lo mal pasado, como cosa mal habida; sino como encina
de latente calor como blindaje. Para que hoy y siempre, lo que es espíritu vivo, es
decir, lo tuyo; permanezca. Siendo hoy, no mañana. Siendo mañana, por haber sido
hoy...y, así, hasta que yo sucumba. Pero, por lo tanto, hasta que tú perdures. Siendo
siempre hoy. Siendo, siempre mañana. Todo vivido. Todo por vivir. Todo por morir
y volver a nacer. En mí, no sé. Pero, de seguro sí, en ti como luciérnaga adherida a
la vida. Iluminándola en lo que esto es posible. Es decir, en lo que tiene que ser. Sin
ser, por esto mismo, volver atrás por el mismo camino. Como si ya no lo hubieras
andado. Como si ya no lo hubieras conocido. Con sus coordenadas precisas. Como
vivencias que fueron. Y hoy no son. Y que, habiendo sido hoy, no lo será mañana.
Y es ahí en donde quedo. Como en remolino envolvente. Porque no sé si decirte
que, al morir por verte, estoy en el énfasis no permitido, si siempre he querido no
verte atada, subsumida; repetida. Como quien le llora a la noche por lo negra que
es. Y no como quien ríe en la noche, por todo lo que es. Incluido su color. Incluido
sus brillosos puntos titilantes. Como mensajes que vienen del universo ignoto. Por
allá perdido. O, por lo menos, no percibido aquí; ni por ti ni por mí.
Y sí que, entonces, siendo yo como lo que soy; advierto en tí lo que serás como
guía de quienes vendrán no sé qué día. Pero si sé que lo harán, buscando tu faro.
Aquí y allá. En el universo lejano. O en el entorno que amamos.
25 En verdad, yo, si había pensado ir algún día. A Cajamarca, la ciudad permitida.
Para todos. Desde Cumbemayo, Flor de Cumbre. Lugar Fortín del Imperio. Inca,
Atahualpa, retenido, engañado. Como todo lo hecho, en ramplonería por los
mercenarios. Invasores. Depredadores. Arrasadores de culturas. De aspaventosas
expresiones subyugantes. En contubernio, con los enajenados inquisidores; en
proclamas ampulosas, asesinas.
Incas de extirpe milenaria. En lo suyo. Posicionados de su cultura. Herederos de
mixturas étnicas, en veces descifradas, identificadas. En ejercicios libertarios, a
vuelo. Dolientes de condiciones venidas en alza. Horizontes en hibernación.
Latentes guerreros ahí. Testigos de la inveterada acción usurpadora. De la ambición
de jerarquías sucesivas. De los robadores en continuidad. De los saqueadores.
Perros de presa perversos. No por denominación, en sí, del animalismo. Más bien
de lo que esto traduce como sangría de tesoros hacia la "bienamada Madre Patria"
ávida de lentejuelas espurias.
Atahualpa engañado, sometido. Vulnerado. Testimonio cierto de lo infame. Defigura
extorsiva. De secuestro impune. De cazarrecompensas pútridos. Quizá, hoy, en la
leguleyada del procedimiento imputacional y del castigo. Del marco jurídico que
envuelve. Diciendo, aquí y allá lo deleznable. Bronca ante la aquiescencia, en lo
histórico. De esa figura punible, extensión de lo más perverso. Rescate cobrado.
Inmolado su pagador. Engañado, confundido.
Como premonición, a quinientos años ha, de lo kafkiano procesal. Delito que quedó
ahí. En la embolatada teoría de lo extorsivo. Yendo y viniendo en embudo,
asfixiante. Como "señor K" imbuido de potencia imperial nativa aquí. No ha sido
interés de la historia, en sí, de lo procesal en sí. Ni como lógica. Ni como
hermenéutica. En lo escrito, solo se ha registrado lo de la "civilización europea"
adyacente a la ética nicomaquea. Al aristotelismo empedernido, dando cuenta de
los "grandes progresos de la humanidad" vinculados con la ciencia jurídica.
Ningún Tribunal Internacional, ha erigido esa ignominia como delito de lesa
humanidad. Siendo, como fue en verdad, secuestro extorsivo agravado. Por lo
mismo que el victimario victimizó de manera intencional. Inclusive, desde la opción
conceptual propia de la extensión de conducta dolosa, la infame Monarquía
Española, fue sujeto de culpa, Por cuanto sus agentes perpetraron, en su nombre,
la tropelía mayor de asesinato en persona inerme. En el sujeto representante del
Imperio Inca. Con tanto o, mucho más, soporte de legalidad que la misma Corona.
Por cuanto se ejercía, (como en todo poder de gobernanza) en representación de
un pueblo. Más, aún, siendo éste Pueblo Nativo invadido., Avasallado. Habiendo
sido violentadas sus fronteras, su religiosidad, su cultura. Trastocados todos
sus cimientos; a nombre de Poder Lejano. Siendo ese, aquí, sin derecho a
reconocimiento alguno. Por lo mismo que manipuló, tejió y ejecutó el
exterminio. A través de sus tutelados.
Pero es la misma impronta bandidesca, ni que decir tiene, de sucesivas
realizaciones. Con la misma saña. Por lo mismo que, tan perdulario fue eso; como
ha sido y seguirá siendo el quehacer de la gendarmería internacional, actuando "a
nombre de la civilización". Que no es lo mismo que de la Humanidad avergonzada.
En eso de inventar historias, Ramiro las tiene todas. Por lo mismo nunca he visto
en él un sujeto de plena lealtad. Es un va y viene continuo. Cuando no es una cosa
es la otra. Y, en ese divertimento, ha construido juegos de palabras y actuaciones
propias de quienes asumen la vida por la vía de la especulación. Así, como de
revoltijo. Como sumando ejecuciones y verdades interpuestas. Siempre en primera
persona. Tanto que, en eso de jalarle al dominio de lo circunstancial, ya en él parece
dicho todo.
Lo último tiene que ver con sus alegorías a propósito de lo actual. Para este sujeto,
lo societario hoy, es una asociación de expresiones de tonalidad gris profundo. En
lo que esto tiene de asunción de proclamas sin ánimo de compromiso hecho. Por la
vía de desentronizar lugares y acciones. Ramiro como que la ha emprendido a favor
del logicismo con respecto a la verdad oficial. Entendida como punzón de mil aristas.
Incluida aquella de proponer el enervante sortilegio de quienes, actuando en
aparente contravía de lo gubernamental, no son otra cosa que la misma verdad
vinculante en términos de la consolidación de una opción de Estado, en mucho,
alejado del principio básico constitucional.
Y es como si enrutara el quehacer por el camino en línea. En el cual los atajos son
los mismos ya exhibidos en lejano y próximo pasado. Como si, de contera, se cifrara
toda esperanza de cambio en lo del ya primario. Sin esa postura de lo tendencial
que, casi siempre, es lo que refiere lo fundamental. Lo de él (Ramiro) es una visión
de contenido, en lo que la versión hegeliana de la lógica, propone como instrumento
en el quehacer. Es decir, un yo negado en el sujeto. Pero, reconociéndose en lo
plural colectivo societario. Una negación de oficio que conlleva a proponer un
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Del andariego y sus decires

  • 1. Del andariego y sus decires 10 Los vi venir, justo en el momento en que cruzaban el parque. Yo ya sabía que me buscaban. Me había preparado para cuando esto ocurriera. Es decir, había comprado un hechizo, a la señora Romelia, a la que llamaban “La Barragana”. El apodo le sentaba bien. Su tienda se constituyó en lupanar. Desde las seis de la tarde, hasta las tres de la mañana del día siguiente; sin descansar. No sé por qué, cada vez que paso enfrente de ese local, me acuerdo de la canción “Trece años”, de Wilfrido Vargas. Lo cierto es que Romelia ofrecía un surtido variado, en edad, tamaño, color, nalgas, tetas y rostros. Estaba tan bien posicionada, que hasta les fiaba a sus habituales visitantes. Eso nunca lo había visto ni escuchado, polvos a crédito y sin codeudor. A decir verdad, con todo lo torcido que he sido, soy y seré; nunca había requerido este tipo de servicio. Un poco, porque mi hembrita me satisface a cada rato. Otro poco, porque cuido mi imagen de “pelao de bien, sin fisuras, leal”. Me embarqué en el cuento del fleteo hace ya tres años. A veces me va bien; otras no tanto. Pero, en fin, de cuentas, la vieja, el viejo, mi hembrita y yo, vivimos de esa rentica. Mi herramienta de trabajo es un mataganado hermoso, brilloso. Claro está que, a veces me ha tocado lidiar con personajes cuentahabientes demasiado brincones. Inclusive que han tratado de rebelarse. A dos (un hombre y una mujer) los tuve que mandar al otro lado. En el primero sentí un poco de miedo. Pero ya en el segundo viajado, con una mona muy jovencita, fue menos traumático. La ventaja mía es que cuando es necesario mato y mato bien, sin ninguna posibilidad de vivir para contarlo. Me gustan varios sitios y los frecuento; porque resulta trabajito. Hombres y mujeres que van a retirar fuertes sumos. Yo los analizo y las analizo antes. Leo en sus rostros la ansiedad y el temor. Esto los lleva y las lleva a cometer errores básicos. Cuando salen del cajero, yo calculo el monto. Bien sea en el bolso o en el bolsillo. Algunas y algunos llevan taleguitas o bolsas de plástico. Los sigo y las sigo con la mirada. Espero que avances treinta o cuarenta metros. Y ¡zas, ¡les caigo. Claro que, en veces, se daña el mandado. Aparecen algunos agentes de policía; o esos guachimanes de la privada. Otras veces, les hacen acompañamiento otras personas. Y así es más difícil. Esto a pesar de que en cada acecho me la juego toda. Si me detienen o me hieren, o me matan; qué más da. Ahí vienen…, son unos manes a los cuales les quité uno de sus sitios. Me identificaron. Cuando están a menos de diez metros, saco el hechizo…y nada. Esa vieja hijueputa me vendió lo más malo que encontró. Lástima que ya no le podré reclamar, porque…Llegaron y me descargaron los dos tambores. Caí al piso como cedazo. Recordé, en ese momento:” …no me pregunte la gente quienes me han
  • 2. herido; no soy delator. Déjenme no más que muera. Los hombres estamos para ser hombres, no batidores” …Y ya. Lo último que vi fue el local de la puta de Romelia, quien me miraba riéndose desde la puerta. 10.1 Aldemar Loaiza Casilimas, llegó a Puerto Iris. Cansado. Habían transitado muchos caminos. Todos demasiado tortuosos. Incluso, tuvo que pasar por Puerto Abuchaibe. Lugar remoto ese. Tanto que, para llegar a la periferia, desde Puerto Maduro hay que recorrer70000 kilómetros. Y, Puerto Maduro a su vez, está a 8000 kilómetros de Puerto Bermejal. Y, para llegar a Puerto Bermejal, desde Puerto Azucena, hay que recorrer 9000 kilómetros. Y este último está a 16 horas de Puerto Santísimo. Llegar hasta ahí, requiere caminar 1200 kilómetros, por pura trocha. Y, desde Puerto Barracuda hasta Puerto Azucena, hay 2000 kilómetros. Puerto Iris está más allá de Puerto Abuchaibe, casi 2200 kilómetros. Lo cierto es que llegó, el viejo Aldemar. Transido de hambre. Lo esperaba en la plaza del pueblo, Adonías Bermejo. Este había llegado hacía ya treinta años. Dicen que llegó en paracaídas, lanzado desde un avión de la Fuerza Aérea Agustiniana. Lo lanzaron en la noche de un jueves santo. Al tocar piso, por esa vaina de ser la primera vez, se rompió el tobillo del pie izquierdo. Como pudo, se arrastró hasta el Comando Miguel Farías. Este Farías, también llegó en paracaídas. Pero no tuvo la fortuna de Adonías. Cayó en la Laguna de la Bizca. Allí se hundió, enredado en el paracaídas y se ahogó. Lo consideran, por eso, héroe nacional. Y llegando, Bermejo, el de guardia le gritó: ¡santo y seña! Adonías que iba a saber de eso. Dos tiros le pegaron el soldado Manzano. Uno en el otro tobillo y el otro le destrozó la oreja izquierda. Y, como son las cosas. Resulta que Aldemar conoció, en el pasado, a un teniente de nombre Abigail Manzano Fonseca. Que resultó ser el abuelo del soldado de guardia. Por esas cosas de la vida, Aldemar y Bermejo, estuvieron juntos en la Batalla de La Salada. Un pueblito a orillas del río llamado Miserable. Allí combatieron a los dirigidos por Marcio Matacandelas, guerrillero de vieja guardia. Este Marcio se había hecho capitán, ungido por Romualdo Gualdrón. Este estuvo en la Batalla de San Benito Abad, pueblito localizado en la ribera norte del río Espantapájaros. Allí recibió de Jacinto Paz, a su vez guerrillero desde que tenía diez años, el mandato de acabar con el Batallón Santa Brígida. Tenebroso, por cierto. Estaba al mando el Coronel Abundio Armendáriz Alonso. Dice la leyenda que este Coronel había mandado a fusilar a doscientos niños y trescientas niñas. Todos y todas hijos e hijas de los cien guerrilleros que atacaron al Comando Ezequiel Perdomo, situado en las afueras de Guayaran, municipio adscrito al departamento Norte, que abarca todo el sur de la circunscripción Occidente.
  • 3. Volviendo con lo de Aldemar y Adonías, se abrazaron calurosamente. Caminaron hasta la casa de Bermejo. Allí, el viejo Aldemar, saludó a Paulina Natividad, esposa de Adonías. Sucedió una cosa muy rara. Al otro día, ni casa, ni Adonías, ni Paulina, ni Aldemar. Lo que dicen es que se los y se la tragó la tierra con todo y casa. Desde ese día todos y todas se vieron obligados a conocer el santo y seña. El cual, por disposición militar de alto rango, cambiaba cada tres horas. 11 Cuando la vi partir, sentí eso que las abuelas llaman guayabo (pero diferente al guayabo producido después de una rasca). Este es algo así como cuando uno siente que el piso se abre, para propiciar el hundimiento físico, a más de que el alma se dispara hacia otra galaxia. Y, el problema para alguien como yo, es que soy ateo. Y por lo tanto, creo que no tengo alma. Eso de ser ateo tiene sus más y sus menos. Yo empecé a no creer en dios, cuando conocí a Misael Pavallón. Tipo interesante ese. Lo primero que hizo para convencerme, fue mostrarme una foto tomada al Santo Padre, treinta años atrás. En ella se ve Teófilo V, desnudo bailando con una joven que por vestido tenía una tanga. Cierto es que me conmovió la escena. Porque yo estaba acostumbrado a rezar los mil jesuses, el día de la Santa Cruz. Además, asistía con devoción al rosario de aurora, que se realizaba el primer sábado de cada mes... Cierto es, también, que metía en el fogón, atizado por carbón de leña las manos; para erradicar mis pecados. Que, por cierto, eran bastantes: deseaba la mujer del prójimo representada en Inés Elvira, una mujer con un cuerpazo que no puede pasar desapercibido. Siendo el problema, que está casada con Belisario Guacaneme, un boyacense especializado en voliar machete a lo loco, cuando se emborracha. Cosa que, en él, es casi a diario. El no robarás es puro cuento, para mí. Porque me acostumbré a viajar en transmilenio y meter la mano en los bolsillos de los hombres y en el pecho de las mujeres. Me ha ido bien, gracias al cielo. El no matarás no me convence. Mucho menos desde el día en que maté Fermín Casagua, porque le tocó las nalgas a Teresita, mi mujer todavía para ese tiempo. Lo de no jurar el santo nombre, en vano me parece una pichurria. Cada vez que me bajo del transmilenio, después de trabajar, digo “Pa mi dios que no lo vuelvo a hacer”. En fin, que, a ese man de Misael, no le costó mucho trabajo convencerme. Como quiera que ya yo tenía predisposición a ser ateo. Por lo menos ya iba en la mitad del proceso. Y el guayabo desapareció a los nueve días, cuando le declaré mi amor a Juvenal Patagrande. Es hermoso y no está comprometido. Se hace llamar Isabela; según él
  • 4. en nombre de su primer amante. Al que mataron un día después de haber jurado juntos (as) amor para rato. 12 Y, cómo son las cosas, estoy aquí desde hace cerca de veinte años. He permanecido como estatua. Con la dificultad que eso produce. Cagado, llena mi cabeza estiércol de paloma. Siendo así; nunca he sabido porque las llaman refertes de la paz. Cada minuto, trato de bajarme. Pero el esfuerzo es inútil. Por cierto, hoy 14 de enero, las otras estatuas que me acompañan, me dieron un regalito. Consiste en dos barras de jabón rey (blanco azul, como decía mi madre) Estoy distanciado de mi familia. No los veo ni las veo, desde hace cuarenta años. Fueron trasladadas y trasladadas sus estatuas al Jardín Botánico. Debió haber sido por buen comportamiento. Les cuento, de paso, que tenemos autorización por parte del Gran Jefe Otilio Uribe Pastrana Samper (no le tomo el pelo a nadie Así se ha autodenominado el Gran Jefe); para orinar y cagar a las 9: p.m, cada día. Cuentan que, a partir del día en que fuimos remplazados y remplazadas, por estatuas; cada día, se celebra una especie de acto simbólico, con el cual se recuerda el día en que se dictó por decreto la paz en este territorio. Por fin habían encontrado el remedio, por la vía de la lobotomía. Inmediatamente terminó la ceremonia, orinamos y cagamos al unísono. 12.1 Me sonó la propuesta de doña Alquería, mi vecina. Es muy simple. Se trata de asesinar a su esposo Leopoldo Gracia Vallejo. Ella me seleccionó, después haber analizado a cincuenta candidatos, entre hombres y mujeres. Es de resaltar que el número de mujeres candidatas superaba al de los hombres. Concretamente una proporción de cuatro a dos. Por lo menos en este procedimiento, doña Alquería Bohórquez, cumplió con la Ley de Cuotas, aprobada desde hace cerca de 100 años, pero nunca ha sido reglamentada. El hombre al cual debía asesinar, conoció a Alquería, un domingo, mientras ella jugaba tejo y bebía cerveza, en un local próximo a la Embajada de Italia en Colombia. Preciso, en ese mismo domingo, Berlusconi atendía una rueda de prensa. Que, a su vez había sido citada a raíz de una acusación en su contra, por varias mujeres niñas, en términos de asedio sexual. Y, resulta, que lo que pasó, fue en una fiestecita convocada por el mismo sujeto acusado. Pero, también es de tener en consideración, el hecho siguiente: Mermelada Martínez, conoció al obispo Mardoqueo González oriundo de ciudad Inmaculada, capital del reino que vio nacer a san Raimundo. Pero, a la vez, Raimundo, fundó la ciudad que vio crecer a
  • 5. Berlusconi. Lo cierto es que Aurelia Jacinta Balbuena Meneses, conoció a Benjamín Miranda, primo de la vecina de Emperatriz Aldana. Quien, a su vez, vivió, en San Isidro Labrador, ciudad no muy lejana de ciudad Altagracia, capital de Alsacia Tercera. Pues bien, esta última le había concertado una cita a Mermelada, con el yerno del poderoso dueño de las comunicaciones en el país del cual era primer ministro- presidente-jefe. Isaías, así se llama, tenía la posibilidad de contactar al tío de Emperatriz, de nombre Ezequiel Peñarredonda; para que le dijera al oído, al suegro, algunas palabras relacionadas con la importancia de contactar a Enrique Vellosa, plenipotenciario, nombrado por Cartujo Santos Gaviria. Hacerlo, le decía Ezequiel a Enrique, es muy importante dada la posición estratégica que Cartujo tiene sobre el espectro electromagnético en casi 600 de ciudades en el continente. La cita se realizó en la Iglesia Divino Salvador, basílica del bello Puerto Lérida, una ciudad muy pequeña, pero suplía con creses su tamaño, con la enorme oferta de muchachos y muchachas, dispuestos y dispuestas a lo que sea. La entrevista se realizó. Y Berlusconi fue presentado ante Mermelada. Ya cuando esto se dio, Emperatriz y Mermelada eran nombradas plenipotenciarias en reemplazo de Enrique Vellosa, quien había caído en desgracia con Cartujo. , Yo cumplí con el encargo. El esposo de Alquería, don Leopoldo, fue encontrado muerto en uno de predios cercanos a Villa Mercedes. Intuí que el asesinato fue ordenado por Enrique Vellosa. El motivo nunca lo conocí. 13 Si me preguntaran hoy, porque regresé. Diría que no lo sé. Simplemente, así escueto; sin palabras mentirosas acerca de lo bien que estuve hace ya cuarenta años. Cuando exhibía una risa a cada momento. Pretendiendo ilusionarme a mí mismo. Como cuando lo hice a tres años de mi nacimiento. Recuerdo que, en ese entonces, ya tenía mi tránsito definido. Por escenarios de vida y que iba a repetir cada año. Si mal no recuerdo, la repetición, del año tercero, fue la misma del año quinto. Y la del año segundo fue igual a la del año sexto. Como pueden evidenciar la cotejación aritmética hablaba de una diferencia que inició en el tercer periodo hasta el quinto. Pero que, si contamos desde el año dos hasta el sexto. Me preocupó más, el saber que, el primer año y el séptimo, no estuvieron en el inventario de vida que hice cuando cumplí el veinteavo año. Ahora que estoy en el año cincuenta y tres, contados a partir del año trece. Son, entonces, unos vericuetos no esperados. Mucho menos entendidos y/o interpretados. Lo cierto es lo siguiente: he sido un sedentario que anhelaba visitar varios sitios a la vez. Como queriendo ser nómada continuo. Una posición estática que reñía con la ambición de asumir la velocidad y la aceleración. Y no simple fórmula; como quien empieza discernir una prueba de conocimientos. Una prueba
  • 6. parecida a la ruleta rusa. Porque, en esos cuarenta años que viví con ése tósigo, día a día quería que fuera otro día y no ese. Algo parecido lo que le sucedió a Aristarco Paz Prisco, ese día en que cumplió noventa y dos años. Es decir, los mismos que el viejo Peralta Suescún. Si bien es cierto que ambos establecieron relación conmigo. No es menos cierto que nunca se conocieron. Al cumplir ochenta y cinco años: recordé los días vividos con Lucía Andrea Peralta, como si hubiese sido ayer. Por cierto, Lucía Andrea siempre me manifestó su desilusión y su desaliento por llevar solo el apellido de su padre. Ya que su madre no la reconoció como hija suya. Dicen que la dejó en la habitación sola y con una nota: “creo que esta niña no es mía, sino de la amante de su padre. No sé por qué y cuándo quedé embarazada. Tal vez fue el día que estuve donde Aristarco. ¡Sí, ese mismo que ya completó quince hijos de madres desconocidas.¡” Decía, lo de haber vivido con Lucía Andrea. Cuando la conocí, todavía no cumplía los setenta años. Estaba entre sesenta y siete y los sesenta y ocho. Más joven que yo, si era. Cuando la embaracé, prefirió el silencio cómplice consigo misma. Ese día, el de mi aniversario ochenta y cinco, encontré a la niña en su cuarto. Con una nota similar a la de madre de Lucía Andrea, cuando postuló a Aristarco como beneficiario del embarazo; ya que seguía sin entender la dinámica de la genética. Mucho menos entendió el hecho de haber sido amante, desde los diecisiete años, de una gran cantidad de hombres. Por eso, cuando estuvo con Aristarco, se hizo la promesa, en el sentido de no volver a repetir los años que había vivido. Prefería endosar a su hija a Aristarco por haber sido su último amante, después de haber tenido el penúltimo, La cuenta acerca del número de amantes que cruzaron por su camino, era un secreto. Algo así como una sumatoria no compartida. Y, entonces ese día de aniversario, comprendí que no tengo mucho que contar. Lo de Lucía Andrea, ha sido mi cuento preferido y único desde que la conocí. O, tal vez, hubo otro hecho relevante: sucedió justo el día en que cumplí sesenta y cinco años. Algo así como el haber encontrado a mi padre. Ese día supe que mi madre no me dio el apellido. Simplemente porque no se acordó de los amantes. Fue una madre anónima. Algo a parecido a lo que sucedió con la madre anónima de Lucía Andrea. 14 Soñé que transcurría el año 1700. El día dos del mes de octubre, tuve la sensación de estar en el Palacio de los Dioses. Lugar habitado por los más excelsos propagadores del buen gobierno y de la inteligencia aplicada al mismo. De todos ellos, yo era el mejor. El más atinado. El más representativo. Porque ya lo había demostrado, cuando regenté la municipalidad de La Aldea de la Sabiduría.
  • 7. Localidad próxima a Horizontes. Expandida, territorialmente, al norte del sur del Continente Asiático. No debería decirlo, pero yo mismo me sorprendía por la calidad de mis actuaciones. Vertidas, todas, al unísono. Tanto en lo que respecta al manejo de los asuntos de gobierno; como también en lo que atañe a todas las áreas del conocimiento. No se me escapaba ningún dato científico. Por ejemplo, descubrí que la Vía Láctea, no es otra cosa que el camino hacia África, pasando por América. También que el número de protones en el átomo, se corresponde con la presencia de energía en el núcleo de las células que definen el genoma de las coliflores. Tanto es así, que publiqué un ensayo sobre fisicoquímica; el cual fue adaptado a la enseñanza de las ciencias básicas. Tenía, bajo mi mando, un sinnúmero de científicos que ejercían su labor en colegios y universidades. Mis conocimientos trascendían el área geográfica de mi poder político y militar. Navegué, en el Océano Pacífico, orientando a todas las embarcaciones que hacían tránsito hasta Pakistán, bordeando el Cabo de la Vela. Como podrán haber notado, yo era imprescindible. Para cualquier acción y para cualquier enseñanza. Ese mismo día, fui consultado acerca de los rigores de la sequía en proximidades de Alaska, cerca de Siberia. Lideré un grupo de búsqueda de alternativas para resolver ese tipo de dificultades. Tanto en lo concerniente a la pérdida de los cultivos de lentejas y cítricos. También en lo relacionado con la crisis por la evaporación constante del agua en ríos y lagos. Al día siguiente Artemisa, mi segunda esposa, empezó a pujar. Se trataba de su primer embarazo. Ella había renunciado a la presencia de Justiniano Avogadro, el más eximio conocedor de la técnica para lograr un parto sin contratiempos. En su reemplazo, yo la asistí. El comienzo fue un tanto difícil. Pero, ya después, la orienté. La coloqué en posiciónhorizontal, en nuestra cama. Hice masajes en la zona lumbar y le apliqué acetona en cada una de las piernas. Frotándolas de tal manera que nuestro naciente hijo, pudiera ubicar las coordenadas en el espacioso cuarto. Expósito, el hijo que nació aquel día, creció sin ninguna dificultad. Su inteligencia estuvo siempre asociada a las directrices de su padre. Tanto es así que, el día que marchó al mando del Ejército Aldeano, en contra de del Ejército de Horizontes, demostró una gran asimilación de las técnicas guerreras inventadas por mí. Columnas y filas en posición vertical, con desplazamientos horizontales sucesivos.
  • 8. De tal manera que pareciera una onda continua, iluminada por los reflejos de un gran espejo situado en la retaguardia, de cara al Sol. La pérdida de parte de nuestro territorio insular, a manos de los horizontences, no amilanó a mi hijo. A mi mucho menos, porque se trató de una táctica en el contexto de una estrategia de ceder parte del espacio, para luego arremeter de costado y aniquilar a nuestros contendientes. Aunque el resultado no fue del todo satisfactorio; el anecdotario de la batalla, nos ha servido para apuntalar nuestras posesiones en el norte de Rusia Central. En 1724, concretamente el día de la celebración de nuestra independencia y de mi nacimiento, propuse a la Asamblea de los Dioses, el diseño, fabricación e instalación de un dispositivo electrónico en las fronteras occidental y oriental. Yo había inventado ese dispositivo. Una simple aplicación de las leyes de Newton y de Arquímedes. Su funcionamiento estaba asociadoa la humedad. Se activaba con las corrientes transversales de viento; las cuales eran retenidas por dos celdas situadas a lado y lado del dispositivo. Una vez liberadas, ululaban rompiendo las barreras colocadas a manera de columnas en diferentes sectores de las alambradas fronterizas. Ocasionando, entonces, un movimiento ondular que hacía inaplicable cualquier arma por parte de los invasores. Desafortunadamente, el día en que fuimos invadidos (4 de julio), hubo un movimiento lateral en los vientos. Las celdas no se activaron y, por lo tanto, no retuvieron la cantidad de aire necesaria para producir el sonido. Por lo tanto, tampoco hubo la anhelada ruptura de las alambradas. Siendo así, el ejército enemigo nos penetró sin ninguna dificultad. Sin embargo, patenté mi invento. La Asamblea de los Dioses, me reconoció como gran constructor y me pagó honorarios en oro. Con estos recursos compré hectáreas de tierra en capacidad de producir cebollas, garbanzos, cítricos, patatas, plátanos y olivos. Comercialicé estos productos, a través de mi flotilla de barcos, surcando el Atlántico, hasta llegar al Volga y, desde allí, hasta China y Japón; a través de numerosas redes comerciales. Obtuve ganancias colosales que deposité den el Banco Ambrosiano de Marruecos. Una vez superada la zozobra ocasionada por la desestabilización de mi reino. A su vez, originada en dos intentos de asesinato de que fui víctima; propuse a la Asamblea de Nativos, situada al oriente de Portugal, concretamente en el diminuto reino de El Volcán; una unión imperecedera. Una figura similar al Pacto de los
  • 9. Mongoles y los Normandos, en época del Emperador Valeriano de Dinamarca. Hice ingentes esfuerzos teóricos y prácticos para ilustrar de que se trataba y de las características de los antecedentes anotados. Fui recibido con alborozo por parte de los Nativos. Por su propia iniciativa me obsequiaron diamantes. Me hicieron dueño de los canales de riego y de la técnica de sembrado en terrazas. Me declararon presidente honorario de sus posesiones territoriales en Argelia y en Tegucigalpa. Actualmente, rijo como Señor de Señores. Mi influencia va desde el Cono Sur, hasta la orilla izquierda del Támesis. Pasando por Alsacia Lorena, por Acapulco y por el Principado de Mónaco. He recorrido mil lugares, en los cuales me reconocen como huésped ilustre. Me he erigido en Oficial Mayor del Conglomerado Universal de Hombres Ilustres. Sigo siendo tutor de maestros en ciencias naturales y políticas. Con un escaño permanente en la Asamblea Primigenia de Investigadores. La cual ejerce como referente para quienes pretenden gobernar el conocimiento. He sido orientador de la Sociedad de Amigos de las Dictaduras: Esta institución es adalid de quienes integran la Cofradía de reyes interplanetarios; con sede en Haití. Todo esto se lo he reseñado a todas las generaciones posteriores a 1700, en el gran territorio de Aldea de Dios. Todos me recuerdan y me recordarán como el Señor de los Señores. 15 Caracaballo está vendiendo el acelerador de partículas que se ganó como premio seco de la Gran Lotería Universal. Alega que no le sirve para nada. Que su tía Mara lo confunde con una licuadora gigante. Que su mamá Aurelia le dijo, “mijo por qué no bota es nevera que no sirvió para nada. Que su papá Serapio lo frentió el sábado pasado, “pendejo, como se le ocurrió traer a la casa esa cafetera tan grande, que ni filtros tiene”. Y que, su novia, le dijo “amor estás como medio corrido de la teja, dizque traer aquí ese molino panelero. Si ni siquiera hemos sembrado caña. Su primer cliente fue don Lázaro Ulloa, hermano de su vecina María Dolores. Le ofreció cien mil pesos. De paso le hizo un comentario “ese chéchere está como pintao para llevarlo a mi finca en Guarne, para habilitarlo como bebedero para las tres bestias que tengo. Obviamente, caballito le dijo que no.” No sea abusivo don Laza. No ve que el billetico de lotería me costó medio millón.
  • 10. Le llegó una clienta. La señorita Débora. Hermana del bizco Isidoro. Los que viven ahí en la esquina, al lado del teatro Marvin. Le ofreció ciento cincuenta lucas. “Sería para regalárselo a mi novia Esmeralda. Tiene una mano de marranos en el solar. De pronto le sirve para que duerman ahí". Déjeme decirle mamita, “ni encartao que estuviera. Puede utilizar ese dinerito para que le compre los dientes a la Esmeraldita. Así se ve muy fea”. Por teléfono, desde Valparaíso, Chile. Le habló una señora que está interesada en “esa máquina”. Que tiene como trescientos dólares. “Así, a ciegas, se los ofrezco. Claro que usted debe pagar el transporte hasta acá”. Me dio una ira, dijo después, el encartado. No sé cómo me contuve para no insultarla. Tal vez lo hice para evitarle problemas al canciller de nuestro país. Se cansó el viejo caballo. Todos y todas no valoraban su acelerador. Como si nunca hubiesen estudiado física cuántica. Como si no hicieran consideración del origen de la vida y del rol que puede cumplir su aparato en la simulación. El rector de la Universidad Zonal de Mariquita, lo llamó. Le dijo, “mi querido equino, porque no le dona ese reactor a nuestra universidad. Serviría mucho aquí, en el Museo de Ciencias Físicas. Le prometo presentar al Honorable Consejo Superior un proyecto de acuerdo, en el que se mencione su nombre como colaborador emérito. “Uf. Si eso dice el rector de una universidad. Qué se puede esperar de quienes vienen presentando pruebas de admisión para aspirar a coteros en Puente Aranda” Decidió llevar su agilizador hasta la empresa que chatarriza buses, busetas, camiones, situada a la entrada del municipio de Sibaté. Negoció con don Pancracio. Recibió ochocientos euros. Por fin pudo respirar tranquilo. Y, su novia, le levantó el veto. Le volvió a decir “mi granujita deschavetado. 16 Nació en La Pedrera, Departamento del Amazonas. Es hijo del nieto de un sargento peruano, cuando lo del embeleco guerrero. Mucho tiempo ha pasado desde entonces. Salió de su tierrita, cuando cumplió veintitrés años. Casi un pollo. A Cartagena llegó a bordo de una tractomula. El motorista le hizo el favor de arrimarlo. Luego que lo bajaron de la flota y le quitaron el poco dinero que traía. La diarrea lo tenía asolado. Tan pronto pisó suelo heroico, se metió al mar. Ahí pudo aliviar un poco los retorcijones que acompañaba a la soltura. Un reguero medio amarillo, medio verde. Bueno, dijo, al fin y al cabo, la sal purifica todo. Se dirigió a Bazurto. Le ardía el rabo. Como si se hubiera colocado un supositorio con agua limón. Queda claro que no conocía a nadie. Sin embargo, un ñero, se le acercó. “Patrón, se nota que no es de por aquí. Venga y se toma un sabajón. No
  • 11. encontré sino eso. Con tanta miseria, ya ni los ricos botan nada. Y se fueron para Santa Marta. El mismo chofer de la tractomula los cargó. Pero nada de vitute. Y las ganas de comer crecían. Como viendo cocuyos. Nada de pensar en “barriga llena, corazón contento”. Decires para tiempos de bonanza. No para esta época tan langaruta. Allí, en la tierra del número diez de la Selección de Maturana, en el noventa, empezaron a buscar camello. El ñero conocía el oficio de pintor brocha gorda. El oriundo de La Pedrera, aprendió de su primo eso de buscar oro brasilero. Pero ni lo uno ni lo otro. Crecía el desasosiego por la hambruna. Fueron a parar al Rodadero. Nadie sabe quién les insinuó que allí se podía conseguir algunos billetes, cuidando porciones de playa, mientras los turistas se bañaban. Y, en verdad, una tercera edad, les pidió el favor. Un pinchao bogotano, lo mismo. Y una maestra de escuela, de Maicao, otro tanto. Como diez mil, cuajaron. En “El pescao alegre”. Mojaron lengua. Sancocho de bagre. Con limoncito. Arroz y rodajitas de tomate pintón. Y un raspao, como sobremesa. En la noche estuvieron detrás de unos serenateros vallenatos, haciéndoles la segunda. Otros diez mil del alma. Otro sancochito. Pero esta vez con patacones y bollos de yuca. Medio durmieron en el zaguán del hotel “Monteperro”. Un poco tétrico. Tanto, como que toda la noche entraron borrachos antioqueños, vendedores de guacas en Soledad, Atlántico. Tres niñas domadoras de mujeriegos. Ocho animadores del circo “La Chilindrina y el Maestro Jirafales”. Cuatro embetunadores. Seis vendedores de lotes en Sierra Nevada. Trece encantadores de serpientes nacidas en la región. Quince forjadores de boxeadores, ofreciendo sus servicios en el gimnasio “Amigos de Tomás Molinares”. Nueve cuentas chistes, boyacacunos. Dieciséis ofrecedores de dádivas a nombre de Teresa de Calcuta. Catorce vendedores de botellitas con agua salada, anunciando su eficacia para el reumatismo. Cuando salieron del zaguancito, eran las seis de la mañana. Justo entraba otra tanda de vendedores. Esta vez de cocos y panelitas. Volvieron al Rodadero. Tenían competencia. Otros dos varaos. Perdidos de una excursión salida desde “La Palma”, Cundinamarca. Estaban recogiendo para el pasaje. Se hicieron compañía. Tres meses después, todavía están aquí. Los excursionistas perdidos, están que no caben en la dicha. Don Eduardo Patricio y Rafael Eduardo. Decidieron no volver a su tierra, alegando falta de garantías por parte del alcalde y el delegado de Ordóñez. Ya todo el pueblo sabía de su noviazgo
  • 12. 18 Diógenes Eugenio Lasprilla sí que es juicioso. A punta de vender mazamorra con leche y bocadillos de guayaba, marca Caribe. Una empresita familiar. La había iniciado el tatarabuelo de “la negrita” Salomé Rincón. Qué mujerota. No se le arruga a nadie. Con sus compinches frenteras como ella, se hicieron a la tarea de juntar dolores y tristezas. Pero por la vía brava. Sin lambonerías. Con nadie. Ni que temores. Ni que nada. Ruta Pacifica. Desde Nariño, hasta Cali. Bordeando todo el occidente. Hasta el departamento más olvidado. Si el de los negros y las negras. Sí como los de Bojayá. Y es que el Diógenes y la Salomé, hacen pareja. Hermosa. Siempre con el referente de la dicha de amar y ser amado o amada. Como juntando ternuras. Como escapándose de la tristeza. Con el canto a flor de piel y de labios. Tienen tres hijas. Morelia Lucía, Rigoberta e Isolina. Nacieron casi seguiditas. Como año y medio de distancia entre una y la otra. Ni que hablar del sindicato que armaron en el colegio. Han desalojado el autoritarismo. Hasta lograron que el Concejo Municipal le cambiara el nombre de María Auxiliadora, por el de Lorenzo Muelas. La mazamorrita la cocinan desde la noche anterior. Él y ellas. Los bocadillitos les llegan desde Medellín. Un primo de Salomé trabaja en la dulcería. Consigue la caja a mitad de precio. La leche la, reciben fresquita. Onofre Merizalde, otro negro, ordeña a Lorencita. Una vaquita en compañía que le compraron al “zarco Euclides”. Este se la ganó en un bazar, el día de San Isidro Labrador. Siendo una ternerita. Un poco mañosa la bovina. Pero jugosa. Termina el pedaleo a las once de la mañana. Va y lava su bici carra en quebrada negra. Se baña él. Va por las niñas al colegio. Y le lleva almuercito a la negra que trabaja como secretaria en la Cooperativa. No se me olvida ese ocho de marzo de 2017. La esperaron en la esquina de la cuadra. Malevos llegados expresamente desde Medellín. Cuatro disparos. Ahí a quemarropa. Belisario Sanjuán, el alcalde, salió al otro día con rumbo desconocido. La dueña de la tiendita del barrio, asegura que vio al doctor Belisario cuando recibía un maletín, de manos de un forastero. Tengo la certeza de haber soñado con la muerte de la Negra. La misma noche en que sentí pasar una ráfaga negra por la sala de mi casa. Como dirían mis tías. “Te asombró la Salo. Ella siempre decía que en esta casa vivíamos los vecinos más leales del pueblo”. Sin ir muy lejos, Adrián tiene mucho que ver, en esto. Hasta cierto punto no podría decir en qué condiciones se presentó ese homicidio. Lo que si es cierto es el hecho mismo de haber entendido, de una, que no lo hizo el mismo. Porque, a decir verdad, a los sujetos que desean su propia muerte, se le conoce a la legua. Y este no era el caso. Con esos tremendos ojos abierto, después de casi seis horas de haber sido
  • 13. matada. Yo lo digo así, con énfasis, aquí. Aunque soy plenamente entendido de la necesidad de `probarlo. Y es que Adrián Veloza sigue siendo, al menos para mí, el alma gemela de la perversidad. No sé cómo se puede seguir viviendo después de tanta tropelía. De tanta aportación perversa a lo coloquial. A lo cotidiano. A lo del día a día. Por donde quiera que lo mire, persiste esa creencia mía, en términos de que la maldad no es algo inédito; que pase desapercibido. Y siempre ha sido así. Como en seguidilla en todos los tiempos. 19. Yo supe de la muerte de este señor, hace media hora. Un niño, vecino, me relató que, viniendo de la escuela, vio el cuerpo de un hombre tirado. Ahí en la acera de la casa de don Virgilio Pomares. “Me asusté mucho, don Ubaldino”, me dijo el chico. Y yo, como imbuido de esos deseos locos de celebrar lo macabro; me desplacé enseguida. Y, como ya creo que lo dije, lo vi ahí. Una profunda herida en el cuello. Esa sangre seca, que le corría por la espalda y por el tórax. Ese charco, inmenso, que más parecía apiladura de costras; que esa espesura fluida que es a los mamíferos, combustible continuo que va y viene, como surtidor de vida. Y, en el camino, me encontré con Diógenes Arboleda, el novio de mi hermana. No más al mirarlo y saludarlo, me dio por recordar el día ese de la fiestecita, cuando celebramos la, boda. Qué lujo de orquesta. Y qué música, tan bacana. El novio bailando “patacón pisao”, siguiéndole el paso a la novia. Y es que, Dorita, sí que sabe de eso. De bailar. Desde pequeñita. Todavía le recuerdo, cuando celebramos su bautizo; bailando “Anacaona”. Y sigo allí. Como ensimismado. Mirando esa cabeza, yerta. Con un cabello que, aunque empezaba a opacarse, exhibe unas sortijas bellísimas. Un negro `profundo, brusca y tierno al mismo tiempo. Y, sin saber porque, vino a mi recuerdo el día en que conocí a Andrea Benjumea. Tal vez, porque el cabello de ella era tan esplendoroso como el de éste cuerpo que está ahí tirado. Que fue vejado, inclusive. Porque, se me olvidaba precisar, que sus uñas estaban arrancadas. Tanto las manos como en los pies. Y, sus pestañas, también había sido arrancadas. Así, esos hermosos ojos, se mostraban a la intemperie; como queriendo volver a mirar la vida. Cuando yo conocí a Adrián, tuve la sensación de estar enfrente de alguien que, al vuelo, induce a reflexionar. Con una mirada, ya desde tan niño, torva. Una boca, con rictus de ofensa para quien quisiera mirarlo. Unas manos, excesivamente livianas. Delgadas. Como las de experto cirujano, ávidas de bisturí. Todo él navegando entre lo brutal y lo insípido. Como queriendo ufanarse de la lectura a la que convocaba. Yo diría que, en lo inmediato visceral, remontaba a los orígenes de la estructura freudiana de la vida. De las pulsiones; de las pasiones y los impulsos. Como sujeto
  • 14. condensado, repleto de potencia latente. Algo parecido a lo que se ha dado en llamar “Caja de Pandora”. Creo que, en lo más recóndito de su bella reflexión acerca de la psiquis, Freud analizaría el cuadro de Adrián, como tratando de escudriñar: Como si se diera cuenta de que ahí, en esa cabeza sesuda, podrían encontrarse las respuestas a sus interrogantes máximos. Como en la intención de descifrar los mensajes que, estando ahí, no son todavía realidad. Pedro Cancelado, estuvo a mi lado. Durante esas dos largas horas en que miré el cadáver de este señor mío. Que nunca antes había visto. Que, a lo mejor, nadie había visto; por lo menos vivo. “Es como si hubiera sufrido mucho antes de morir”, me dijo Pedro. Y yo dije sí, con un movimiento de cabeza. En esa heredad que ha estado siempre. Como diciendo a todo que sí. Por mero reflejo corporal. “En este cuerpo, si veo plena la muerte sin convicción”, recababa el Pedro Cancelado. Y, yo, absorto. Volviendo a la afirmación como cabeceo inmediato. Esa misma noche, encerrado en mi cuarto, retome el hilo conductor de mi análisis. Y seguía apuntando a que Adrián, fue el asesino. El propiciador de todo ese sufrimiento reflejado en ese cuerpo ya inerte. No dormí en toda la noche, incluida la madrugada. Seguí viendo ese cuerpo trozado. Y, con un grito mudo, recordé que ese cuerpo si lo había visto antes. El de ese joven que me encontré el martes pasado, yendo para Palermo. Casi a las seis de la mañana. Cuando todavía estaba despierto, sentí unos leves golpecitos en la puerta del cuarto. Cuando abrí, me encontró de frente con esos ojos que parecían rasurados. Con esos cortes transversales, invitándome al olvido de lo que había visto. “…no vaya a ser que a usted también lo maten y le quemen las manos y las piernas con el mismo carbón encendido que en mi aplicaron los tres hombres, uno de ellos don Diógenes. Que llegaron antier a mi casa, me llevaron y me mataron sin yo saber nada de lo que me endilgaban. Entre otras cosas, que yo violé a su hermana, de usted, don Ubaldino…” 19 No más, ayer, al vuelo estaba. Eso es como mirar desde lo alto sin estar arriba. Algo parecido a esos momentos en los cuales todo se le va a uno. Como que no atina a aterrizar. Más bien como en esa subienda de alma, aún sin tener tal cosa. Pero sí su símil. Algo como corriendo en velocidad quinta. De aquí y de allí. Y, ella, se hace presente. Como gendarme libertario. Como quien te ha cautivado y no te suelta. Un va y viene y vuelve. Una tejedora de ilusiones que motiva a reanimar lo que parecía fenecido. Como alargar el ensueño que todos tuvimos siendo niños. Ese horizonte absoluto. Nítido. De colores diversos. Un azul de ternura inimitable. Un verde que satura y convierte lo habido en épico canto que subyuga. Ese rojo que hace explotar la pasión, siempre herética.
  • 15. Y, siendo como es hoy. Y estando como estoy hoy; me le fui yendo despacito a la tristeza. Sigiloso, en punticas. Y listo. Ahí quedó la tristeza sola. Y, juntas, soledad y tristeza se dieron al reniegue. Buscándome. Pero yo ya iba lejos. Y, vuelvo con el vuelo primero. Y localicé a la mía. A la esperanza. A la más mía, la pasión. Y a la otra no menos mía, la ternura. Y me les quedé todo el tiempo por fuera. Y ellas, la soledad y la tristeza juntas, rumiando venganza. Como diciendo: nos la va a pagar ese pertinaz enamorado. Ese envalentonado sujeto de vuelo por lo que ama. Y sí que, en volver retardado, me les entré sin que se dieran cuenta. Y las asfixié con esa nube de erotismo ampliado con la cual llegué. Y, sintiéndome así, me puse a navegar por todos los mares habidos. Del Caribe ardiente, al Mediterráneo endiosado, por lo mismo de su perfil elitista; por el Mar Negro. De esa negrura refleja por lo que es en su piso. Por el Báltico mitad de camino entre el Centro y el Oriente europeo. Con esas historias de viajeros venidos de la Siberia voraz, insensible. Por ese Mar Irlandés que acumula historias de la yunta inglesa y de todos los monarcas pérfidos. Y, cruzo el Gran Canal de la Mancha. Y me le introduzco a la Francia de ires y venires. Con el eco pleno de su Gran Revolución. Y me meto al Caspio casi incoloro. Casi inadvertido. Como juntando esas cosas, oteo el sueño. A distancia. Cuando llega, me aprisiona. En esa envoltura todo se vuelve ajeno. Pasan y pasan lugares y personajes ignotos. Como luciérnagas que han perdido su luz. O, simplemente, que mi retina angustiada no visibiliza. Caravanas agitadas, cruzando la Tierra yerta. Vuelta sobre sí misma. Atormentada. Casi sin vida. Este sopor mío como que fluye. Es como el entresueño volviera con sus agites revividos. Como insensible expresión. En la que no cuenta lo soñado y lo habido en mi vuelo de placer. Como si ese demiurgo impávido me recorriera todo lo que soy en cuerpo. Como decaimiento repetido. O, simplemente, como se hubiera sido encontrado, por la triada soledad, tristeza y enajenación. 19.1 Como si nada, Porfirio Benjumea, resolvió desdecirse en lo que respecta al compromiso asumido. Pacto, de tiempo atrás, con su familia. Algo así como recuperar el tiempo perdido en términos del sentido de pertenencia y de un mínimo de moralidad y decencia. Había pasado mucho tiempo, desde que ensayó varias justificaciones para el escape. Eso que, también, llaman hacer tangencia; cuando de enfrentar problemas se trata. Y eran muchos. Casi en contera inagotable. Tal vez, el principal, tuvo que ver el escándalo derivado de su ebriedad, el día en que celebraban el día de las madres. No tanto por el hecho en sí de los dieciséis tragos dobles de aguardiente, con los cuales había desayunado. Más referido a esa desinhibición propia de los
  • 16. borrachos. Le dio por meterle la mano a su hermano Arturo. Además, se le ocurrió tratar de malparida a su hermana Josefina. Pero, como si fuera poco, se meó en plena sala y cantando esa canción del día” …madre cariñito santo, ven a alumbrar mi existir. Sin ti mi vida es llanto, sin ti no puedo vivir…” Pero, lo peor estaba por pasar, ese día. Cuando su abuelo paterno, don Serapio, le llamó la atención, “Porfi”, le dijo: “…usted no se meta viejo huevón que no es con su madre…”. Ahí, todos reviraron, hasta el sobrino de la mamá de Augusto, el seminarista, Bartolomé, se arriesgó a decir: “…lo tuyo “Porfi” es una blasfemia…”¡Qué blasfemia ni que nada, pendejo. ¡Vos no podés decir nada, aprendiz de marica! O no te acordás lo que hiciste con monseñor, el domingo pasado. No me hagás hablar. En fin que se armó una bronca ni la tremenda. Como pudieron, lo calmaron y lo durmieron, en el catre de Eugenio. Y, pasados dos días, después del guayabo; Porfirio aceptó su error. Pero se negó a pedir disculpas a los agredidos. Mucho menos colaborar para lograr deshacer ese maldito olor a berrinche en la sala. Después, en pleno velorio de don Samuel, el esposo de su prima Hermelinda, le dio por cantar, obviamente con varios tragos de ron encima, “…Un día domingo que se estaba emborrachando, pistola en mano se le echaron a montón…” La viuda lo instó a que no formara ese pereque. Que se callara, por respeto al difunto. Sin embargo, “Porfi” no le hizo caso. Por el contrario, arreció su canto. Le dio por “…con los malditos refranes ya no se puede vivir; pues será mejor morir que vivir en matrimonio…”. Hermelinda no hallaba que hacer. Con ese borracho ahí. Nada más ni nada menos que en la Sala de Velación Los Divinos Apóstoles. Con la lidia que dio conseguir que llevaran allí el cuerpo del viejo Samuel. Tuvieron que empeñar hasta el collar de oro del mico, mascota de la familia. Ella, Hermelinda, no tuvo más remedio que convocar a los guardias de turno. Esos que cuidan cadáveres y a las familias de estos. Frentearon al “Porfi”, diciéndole que no fuera abusivo y patán que respetara, al menos, a los dolientes. Y que le han dicho al “Porfi”. Se regó como verdolaga en playa: “…sin son tan varones, vengan y me sacan. Sumatoria de malparidos hijueputas. Si les estorbo, me lo dicen, aquí en mi cara. Y no de lejitos. Me importa un culo el muerto y su viuda y todos esos babosos que ahora le van a caer; ya que la Hermelinda quedó enterita. Ese man como que no pudo enterrar nada. O se murió en el intento…” Hermelinda intentó el Plan C. Llamó a la mamá de la tía del hermano del “Porfi”. Cuando llegó la matrona Anastasia, se dirigióal perro ese de Porfirio. Le dijo:” …vea mijito, su borrachera no me arredra. Si supe manejar a mi marido que bebía hasta chicha y a sus mozas. Cómo no voy a manejarlo a usted que es un chichipato de esos que se la pasan velando una cerveza en el “Abrazo del Oso”. A Samuelito lo
  • 17. deja tranquilo. Él fue más varón que usted. Al viejo “Samue”, siquiera se le paraba. De usted he oído decir que es pura gelatina. O se va o lo voy “patas de ala”. Y se despacha el Porfirio: “…Vieja menopáusica. No me joda. O es que ya se le olvidó que me la piché el día en que cumplió años su mozo, Evaristo. Vieja tetona que ya no aguanta ni el polvo de un tullido. Venga y me saca. Pero antes vea esto. Cómo le parece mi verga. Me ha salido muy buena y fina. Con ella he desbrozado a más de una calenturienta. Venga, Venga y me saca. A su muerto puede metérselo por el culo, viaja lesbiana…” La “Hermeli” no sabía qué hacer. Ya había ensayado todo. Su Samuel sudaba y movía su cabecita, como diciendo”. Sácame de aquí, mi cielo, por favor. Ya no me aguanto más a ése borracho malparido, antes que cuente lo de tu coito con el curita Argemiro. Ese día en que te dije que me iba para Heliconia y me quedé debajo de la cama, para espiarte…”. La mujer esposa de Samuelito, se acordó del primo Goliat. Un man que pone a morder polvo a cualquiera. Lo llamó al celular. En menos que canta Josefina, llegó el “Goli”. Y coge al Porfirio de los huevos. Y lo sacó hasta la acera de la funeraria. Una vez allí, le dio tres patadas. Una en el culo y los dos restantes en el pirulo. “…Pa que aprendás pendejo, cara de tomate averiado. A los muertos hay que respetarlos. Y que no te vuelva a ver por aquí. A la Hermelinda la dejás en paz, porque es mi vaquita feliz y amarrada”. Y el viejo “Porfi” se tuvo que ir a pasar la rasca a la tiendita de don Mariano. Pidió tres dobles. De una vez se los mandó. Y rumiaba: “…Cuando me alivie del guayabo que viene, me va a conocer ese dientón. No sabe de lo que soy capaz. Mañana mismo me comunico con el viejo Rubén. Ese man si es experto en desapariciones. De algo le sirvió su empleo en el ejército. Deje y verá ese gorila…” Y dicho y hecho, el día después del miércoles, Porfirio se comunicó con Rubén. Tasaron el mandado en cien mil lucas. Y salió todo a lo bien. El Goliat fue encontrado muerto en el relleno sanitario “Doña Magola”. Empeloto y con la boca llena de hormigas. Y es que este Porfirio resultó bien arrecho. Como a los tres días después de la muerte de Goliat, le dio por visitar a la Hermelinda. Le dijo algo así como:” …mamita quiere que la acompañe en su soledad. Déjeme ser uno de los catorce. Le juro que le entierro solo la puntica…” Y como que fue así, porque ese lunes después del domingo de resurrección, en familia, acordaron dejar la cosa tal cual. Con el Porfirio, firmando un acta de
  • 18. compromiso, en términos de unirse más a la familia y dejar un poco el traguito y no insultar a nadie más. Dicen que, a los dos días, lo vieron y oyeron gritándole a su hermana Crisanta:” …y que creíste puta de los infiernos, qué eso se iba a quedar así. Me cago en los compromisos y en mi familia…” 20 Al llegar a la ciudad, Marcelino Pitalúa, recordó el día en que la abandonó, para ir en búsqueda de Altagracia Mirándelo. Con ella convivió mucho tiempo, casi desde que fue fundada. Altagracia viajó clandestinamente. Con la mirada puesta en su superación personal. Catorce años al lado de Marcelino, opacaron su existencia. Casi al límite. Una desenvoltura impropia, ajena a sus anhelos. Una amante gris. Más que todo, porque nunca supo si era amada y si amaba. Una distorsión de su vida; parecida a los volantines. Sujeta, siempre, a las veleidades de que ella creía su hombre. Aquí y allá. En todos los lugares. Públicos y privados. Había accedido, con el tiempo, a esa noción de autonomía que corroe a la individualidad. Que la mantiene en latencia. Más cercana a la condición de esclava vituperada. Y es que, cuando lo conoció, “Marce”, se le pareció a ese dibujante de colores que tanto había visto en sus sueños cuando era niña. Un tanto como sujeto libertario. Expresando esos íntimos valores y figuras que no había conocido en su vida. Pero que decantaba y abrazaba, cada que su imaginación volaba. Cada que hablaba con los saltarines, niños como ella; pero distantes. Que los intuía allá en el territorio ignoto con el cual, también soñaba. Su padre hacía gala de una severidad ramplona. Como cuando alguien cree que la autoridad es violencia. Y que la ternura es algo que se usó en el pasado remoto. Pero que, en estos tiempos, sirve para nada. Como centinela y vigía de principios inquisidores heredados de lo que él llamaba “los mayores”. Padre de mierda que la atormentó siempre. Padre grotesco que ejecutaba la insania propia de los veedores perversos, asignadores de entelequias. Padre vulnerador que destruyó su anhelo de desear y ser deseada. De otorgadora de placer. De sujeta complacida en eso mismo. Madre alcahueta. Que siempre vivió a su lado; pero coadyuvando a la concreción de la perversidad. Madre hecha de retazos impúdicos. Que alentaba las ataduras a que era sometida. Madre perpleja. En lo que esto tiene de ignominioso. Mujer en minusvalía. Inclusive azuzadora. Que veía en ella la condición de “pozo de la dicha”. Al que acudía el perdulario, cada que quería. Y él, quería dos veces al día. Y es que, “Marce”, la iba a sacar de ese infierno. Por la vía de alegrar sus días. Como dador de felicidad continua. Y que la liberaría, por siempre. Ya no tendría que rumiar sus vergüenzas. Ya no sería cabeza gacha, cuando saliese a la calle. Cuando
  • 19. hablaba con sus vecinos y vecinas. Ya podría salir del brazo con él. Con su artista de largo vuelo. Ese mismo que la dibujó en lienzo, desnuda. Con tal perfección y dulzura que en nada se podía comparar con las mujeres desnudas que aparecían en las revistas que su padre observaba en cada masturbación. Y esa casita que pintó, en papel vaporoso. Y que, él decía que algún día tendrían, fue su ilusión siempre. Con ventanas abiertas, mirando el río. Con puertas iluminadas con la dicha del día a día. Con la cocinita, ahí no más. Resplandeciente siempre. Con cama inmensa para él y ella. Y camitas pintorescas para cuando nacieran los (as) siete hijos o hijas como lo había soñada desde niña. Cuando jugaba a estar embarazada de “Pitufito”. Su único muñeco durante quince años, hasta que huyó de esa casa prisión en la que vivió, desde antes de haber nacido. Y es que Marcelino estuvo en ciudad Percépolis. Allí inició la búsqueda. Acompañado de Toño Barriga, su amigo de siempre. Cuando niños estuvieron en la escuelita del barrio. Allí aprendieron el arte del dibujo. Luego lo perfeccionarían en el Liceo Masculino Napoleón Bonaparte, un tanto más retirado. Al cual asistieron todos los días en la bicicleta de dos puestos que se ganaron una semana santa, en la ruleta de la suerte que situaba el cura párroco en el atrio de la Iglesia “San Esteban Protomártir”. Y es que, después, viajaron a la capital, invitados por el director de la Escuela de Artes Visuales, para que expusieran sus dibujos. Ambos lograron menciones de honor. Ambos se quedaron allí, durante ocho años. Más como peregrinos libertarios que como artistas consumados. Y se emplearon en casi todos los oficios. Barrenderos Ilustres de Palacio”; Embetunadores en los parques. Adivinadores Adscritos al Templo del Indio Amazónico. Propagadores de la Fe en los Hechizos de Alba Regina Diosa del Pudor”. Vendedores de Ilusiones, Adscritos a la Legión de los Caballeros de la Santa Libertad. En fin, que, pasado ese tiempo, retornaron al pueblito que los vio nacer, como ellos coloquialmente llamaban al municipio Pera Dulce. Una vez allí, de nuevo, se dedicaron al dibujo callejero. Realizaban bocetos en carboncillo. Tanto de hombres y mujeres; como también de triciclos, bicicletas y similares. Exhibieron en las tertulias y en las Fiestas del Divino Ocio que se celebraban cada año. Obviamente sin el visto bueno del cura Apolinar Hermregildo Benjumea y Cáceres. En una de esas conocieron a sus novias. Casi el mismo día. La de Toño Barriga, había sido monja adscrita al Convento de las Frágiles Adoradoras del Espíritu Santo, que funcionaba en la ciudad del Santo Eccehomo, capital del departamento de Floridablanca. Casi dos años después de su casorio Ernestina decidió volver al Convento. Obviamente con el certificado de virginidad, otorgado por el Notario Quinto adscrito a Puerto Lata, municipio cercano a Villahermosa. De ahí en adelante, Toño, juró que nunca más tendría novia, ni moza, ni nada por el estilo.
  • 20. Una vez instalados, en el Hotel El Huésped Feliz, Toño y Marcelino, empezaron averiguaciones, orientados por Exequiel Piernagorda, experto en búsquedas insólitas. Conocedor de los recovecos de la ciudad. Primero estuvieron en el Barrio de las Mariposas. Comoquiera que, éste, sirve de refugio a doncellas fugadas; a esposas maltratadas; a novias fracasadas y, lo más importante, a mujeres cansadas de escuchar historias perennes, acerca de un futuro privilegiado. En la primera esquina, aparcaron, casi como postes naturales. Como vigilantes desempleados. Como reclutadores de materia prima para construir falsos positivos. Un tanto azorados. Más por el desfile de perros enfermos y gatos abandonados a su suerte; que por cualquier otra cosa. Por sugerencia de Exequiel, entraron a la tiendita de don Benjamín Manolarga. Empedernido conocedor de chismes y de historias, bien o mal contadas. Una vez, las presentaciones del caso, Exequiel instó a Manolarga, para que les informara acerca de las novedades en el Barrio. Es decir, de las caras, nalgas y tetas nuevas. Porque, a decir verdad, esos eran los referentes básicos en Mariposa. El viejo “Benja” describió lo que había visto y oído, desde la última vez que estuvo su compadre Exequiel. Dos caritas nuevas llegaron a la casa de los Torrente. Una de, aproximadamente, dieciséis años. Culona y con pares téticas, insinuadas a través de su blusa transparente. La otra, una veterana de aproximadamente cuarenta y cinco años. ¡Uf, pero que hembrota! Como para dar y convidar, según expresión del voyerista dueño de la tienda. Pero nada más. Ninguna coincidía con la mujer del dibujo que presentó Marcelino. De ahí pasaron a Mulatos, barrio cuyo nombre deriva del hecho originario de su poblamiento. Casi todos y todas provenientes del Urabá Chocoano. Se fue matizando con la llegada de blancos y blancas, provenientes de Popayán y de Ibagué. Cabe decir, además, que ha sido y es sitio de tránsito para personas de diferente origen y perfil. Hablaron, siendo vocero Exequiel, con Martín Abaunza, propietario de un expendio de papa al por mayor. Dijo don Martín no conocer novedad reciente. Solo recuerda haber visto una mujer que llegó a casa de Juliana Berrocal. Llegó, si no me falla la memoria, el ocho de marzo. Vestida con bata suelta, con estampado brilloso diferentes figuras; predominantemente flores. La he visto dos o tres veces, después de su arribo. La gente comenta que es la novia de Juliana. Pero son decires nada más, porque a mí me consta que “Juli” tiene novio amante que viene casi todos los sábados. Además, a la recién llegada la vi en calle ancha, de la mano de un chico que no vive en el barrio. Y se besaron varias veces. El dibujo que usted me muestra, señor, no coincide ni con “Juli”, ni con la desconocida. Si quiere me deja su número de teléfono. Si se algo le puedo avisar.
  • 21. Pasaron a Brígida Iriarte, Barrio que lleva el nombre de una guerrillera que fue torturada y muerta, recién comenzaba el poblamiento. Exequiel los llevó a la Carnicería el Novillo Llorón. Fueron atendidos por su dueño, Pancracio Avendaño. Dijo conocer que, hace como seis meses se instaló una familia oriunda de San José del Guaviare. Pocos días después llegó una mujerzota que creo no tiene par. Toda ella, cuerpo, piernas, nalgas, tetas; exuberantes. Pero, como a los tres días se marchó. Y, saben que, si se parece a la señorita del dibujo. Nadie ha podido saber hacia dónde se fue. Y ni modo de averiguar con alguien de la familia en donde se hospedó. Ya que son personas bien herméticas. No hablan con nadie. Entran y salen, no saludan. Nada de palabras con ellos y ellas. Yo les sugiero que vayan. Tal vez a ustedes les den alguna pista. Efectivamente, Exequiel, Toño y Marcelino, fueron a la casa indicada. Los atendió una niña como de diez añitos. Le preguntaron por alguna persona mayor. Llamó a su hermana. Jovencita de escasos dieciocho años. Dijo llamarse Amalia. Le enseñaron el dibujo. Preguntó cuál era el motivo de la búsqueda. Marcelino dijo la verdad: es mi compañera y quiero encontrarla, ya que salió de casa hace casi dos años y, desde entonces, no he sabido de ella. Amalia Llamó a su tío Alonso. Hombre fornido. Negro de ojos bien grandes y escrutadores. Le mostraron el dibujo. Abel, así dijo llamarse, aceptó que era la misma. Estuvo en casa, porque es amiga de mi compañera. Se conocieron en Mitú, cuando ella era maestra de escuela. Nos vinimos todos, en familia. Ella nos escribió diciéndonos que, si podía visitarnos, ya que necesitaba realizar algunas diligencias antes de viajar a Ecuador. Altagracia se fue hace un mes. Después no hemos conocido nada de ella. Supongo que si viajó a Quito. Si quieren les doy un número de teléfono. Es de una cuñada mía. Ha sido su confidente. Supongo que ella, Elvira, puede saber algo. Y sí que se comunicaron con Elvira. Dijo saber el paradero de Altagracia. Concretaron una entrevista, para dos días después. Vivo, dijo ella, en ciudad Acrópolis, Barrio Las Aguas. Calle 180, número 109-89. Llegaron el día señalado. Sin Exequiel. Los atendió Elvira. ¡Qué negra!, dijo para sí Toño. Marcelino no se dio por enterado. Fue al grano. Mostró el dibujo y dijo porque buscaba a su mujer. Elvira, los enteró de las afugias de Altagracia. Como esa de su perenne tristeza. De su desamor. De ese recuerdo amargo de su infancia. De la violación de que fue objeto, por su padre. De su desencanto con respecto a Marcelino, su único amor en lo que lleva de vida. Pero, por lo mismo, profundo e irreversible. Para “Alta”, usted no fue para ella lo que anhelaba. De ícono como libertario apasionado, tierno y leal, pasó a ser burdo macho común y corriente. Lo cierto, señor Marcelino, es que ella huyó de usted. No quiere saber nada que esté relacionado con los catorce años que fueron amantes. Va a la búsqueda del hombre que le diga lo que ella quiere que le digan: “…juguemos siempre a encontrar la ternura, a cada paso. Ámame con pasión. Quiero tener un hijo o una hija
  • 22. contigo. Cantemos, bailemos toda la vida. Vivamos cada día como si fuera el último…”. Hoy por hoy está en Lima, en tránsito a Antofagasta en Chile. Le entendí que está enamorada de un joven que conoció en Quito, cuando este estudiaba música en el Instituto de Bellas Artes. Al terminar sus estudios fue contratado como profesor de piano en la Universidad Católica. Marcelino y Toño desistieron de viajar hacia Antofagasta. El amante de Altagracia no quiso nada más. Lo envolvió la tristeza y el arrepentimiento. Creí que era amante perfecto. Resulté amante chiviado. Creí que amaba como nadie ha amado. Y resulté siendo amante como cualquiera que se consigue en una subasta. Respeto la decisión de “Alta” Pero eso sí, dijo Marcelino, si la vuelvo a ver algún día, la mato por traicionera 20 Al llegar a la ciudad, Marcelino Pitalúa, recordó el día en que la abandonó, para ir en búsqueda de Altagracia Mirándelo. Con ella convivió mucho tiempo, casi desde que fue fundada. Altagracia viajó clandestinamente. Con la mirada puesta en su superación personal. Catorce años al lado de Marcelino, opacaron su existencia. Casi al límite. Una desenvoltura impropia, ajena a sus anhelos. Una amante gris. Más que todo, porque nunca supo si era amada y si amaba. Una distorsión de su vida; parecida a los volantines. Sujeta, siempre, a las veleidades de que ella creía su hombre. Aquí y allá. En todos los lugares. Públicos y privados. Había accedido, con el tiempo, a esa noción de autonomía que corroe a la individualidad. Que la mantiene en latencia. Más cercana a la condición de esclava vituperada. Y es que, cuando lo conoció, “Marce”, se le pareció a ese dibujante de colores que tanto había visto en sus sueños cuando era niña. Un tanto como sujeto libertario. Expresando esos íntimos valores y figuras que no había conocido en su vida. Pero que decantaba y abrazaba, cada que su imaginación volaba. Cada que hablaba con los saltarines, niños como ella; pero distantes. Que los intuía allá en el territorio ignoto con el cual, también soñaba. Su padre hacía gala de una severidad ramplona. Como cuando alguien cree que la autoridad es violencia. Y que la ternura es algo que se usó en el pasado remoto. Pero que, en estos tiempos, sirve para nada. Como centinela y vigía de principios inquisidores heredados de lo que él llamaba “los mayores”. Padre de mierda que la atormentó siempre. Padre grotesco que ejecutaba la insania propia de los veedores perversos, asignadores de entelequias. Padre vulnerador que destruyó su anhelo de desear y ser deseada. De otorgadora de placer. De sujeta complacida en eso mismo. Madre alcahueta. Que siempre vivió a su lado; pero coadyuvando a la concreción de la perversidad. Madre hecha de retazos impúdicos. Que alentaba las ataduras a que era sometida. Madre perpleja. En lo que esto tiene de ignominioso. Mujer en
  • 23. minusvalía. Inclusive azuzadora. Que veía en ella la condición de “pozo de la dicha”. Al que acudía el perdulario, cada que quería. Y él, quería dos veces al día. Y es que, “Marce”, la iba a sacar de ese infierno. Por la vía de alegrar sus días. Como dador de felicidad continua. Y que la liberaría, por siempre. Ya no tendría que rumiar sus vergüenzas. Ya no sería cabeza gacha, cuando saliese a la calle. Cuando hablaba con sus vecinos y vecinas. Ya podría salir del brazo con él. Con su artista de largo vuelo. Ese mismo que la dibujó en lienzo, desnuda. Con tal perfección y dulzura que en nada se podía comparar con las mujeres desnudas que aparecían en las revistas que su padre observaba en cada masturbación. Y esa casita que pintó, en papel vaporoso. Y que, él decía que algún día tendrían, fue su ilusión siempre. Con ventanas abiertas, mirando el río. Con puertas iluminadas con la dicha del día a día. Con la cocinita, ahí no más. Resplandeciente siempre. Con cama inmensa para él y ella. Y camitas pintorescas para cuando nacieran los (as) siete hijos o hijas como lo había soñada desde niña. Cuando jugaba a estar embarazada de “Pitufito”. Su único muñeco durante quince años, hasta que huyó de esa casa prisión en la que vivió, desde antes de haber nacido. Y es que Marcelino estuvo en ciudad Percépolis. Allí inició la búsqueda. Acompañado de Toño Barriga, su amigo de siempre. Cuando niños estuvieron en la escuelita del barrio. Allí aprendieron el arte del dibujo. Luego lo perfeccionarían en el Liceo Masculino Napoleón Bonaparte, un tanto más retirado. Al cual asistieron todos los días en la bicicleta de dos puestos que se ganaron una semana santa, en la ruleta de la suerte que situaba el cura párroco en el atrio de la Iglesia “San Esteban Protomártir”. Y es que, después, viajaron a la capital, invitados por el director de la Escuela de Artes Visuales, para que expusieran sus dibujos. Ambos lograron menciones de honor. Ambos se quedaron allí, durante ocho años. Más como peregrinos libertarios que como artistas consumados. Y se emplearon en casi todos los oficios. Barrenderos Ilustres de Palacio”; Embetunadores en los parques. Adivinadores Adscritos al Templo del Indio Amazónico. Propagadores de la Fe en los Hechizos de Alba Regina Diosa del Pudor”. Vendedores de Ilusiones, Adscritos a la Legión de los Caballeros de la Santa Libertad. En fin, que, pasado ese tiempo, retornaron al pueblito que los vio nacer, como ellos coloquialmente llamaban al municipio Pera Dulce. Una vez allí, de nuevo, se dedicaron al dibujo callejero. Realizaban bocetos en carboncillo. Tanto de hombres y mujeres; como también de triciclos, bicicletas y similares. Exhibieron en las tertulias y en las Fiestas del Divino Ocio que se celebraban cada año. Obviamente sin el visto bueno del cura Apolinar Hermregildo Benjumea y Cáceres. En una de esas conocieron a sus novias. Casi el mismo día. La de Toño Barriga, había sido monja adscrita al Convento de las Frágiles Adoradoras del Espíritu Santo, que funcionaba en la ciudad del Santo Eccehomo, capital del departamento de
  • 24. Floridablanca. Casi dos años después de su casorio Ernestina decidió volver al Convento. Obviamente con el certificado de virginidad, otorgado por el Notario Quinto adscrito a Puerto Lata, municipio cercano a Villahermosa. De ahí en adelante, Toño, juró que nunca más tendría novia, ni moza, ni nada por el estilo. Una vez instalados, en el Hotel El Huésped Feliz, Toño y Marcelino, empezaron averiguaciones, orientados por Exequiel Piernagorda, experto en búsquedas insólitas. Conocedor de los recovecos de la ciudad. Primero estuvieron en el Barrio de las Mariposas. Comoquiera que, éste, sirve de refugio a doncellas fugadas; a esposas maltratadas; a novias fracasadas y, lo más importante, a mujeres cansadas de escuchar historias perennes, acerca de un futuro privilegiado. En la primera esquina, aparcaron, casi como postes naturales. Como vigilantes desempleados. Como reclutadores de materia prima para construir falsos positivos. Un tanto azorados. Más por el desfile de perros enfermos y gatos abandonados a su suerte; que por cualquier otra cosa. Por sugerencia de Exequiel, entraron a la tiendita de don Benjamín Manolarga. Empedernido conocedor de chismes y de historias, bien o mal contadas. Una vez, las presentaciones del caso, Exequiel instó a Manolarga, para que les informara acerca de las novedades en el Barrio. Es decir, de las caras, nalgas y tetas nuevas. Porque, a decir verdad, esos eran los referentes básicos en Mariposa. El viejo “Benja” describió lo que había visto y oído, desde la última vez que estuvo su compadre Exequiel. Dos caritas nuevas llegaron a la casa de los Torrente. Una de, aproximadamente, dieciséis años. Culona y con par tético, insinuado a través de su blusa transparente. La otra, una veterana de aproximadamente cuarenta y cinco años. ¡Uf, pero que hembrota! Como para dar y convidar, según expresión del voyerista dueño de la tienda. Pero nada más. Ninguna coincidía con la mujer del dibujo que presentó Marcelino. De ahí pasaron a Mulatos, barrio cuyo nombre deriva del hecho originario de su poblamiento. Casi todos y todas provenientes del Urabá Chocoano. Se fue matizando con la llegada de blancos y blancas, provenientes de Popayán y de Ibagué. Cabe decir, además, que ha sido y es sitio de tránsito para personas de diferente origen y perfil. Hablaron, siendo vocero Exequiel, con Martín Abaunza, propietario de un expendio de papa al por mayor. Dijo don Martín no conocer novedad reciente. Solo recuerda haber visto una mujer que llegó a casa de Juliana Berrocal. Llegó, si no me falla la memoria, el ocho de marzo. Vestida con bata suelta, con estampado brilloso diferentes figuras; predominantemente flores. La he visto dos o tres veces, después de su arribo. La gente comenta que es la novia de Juliana. Pero son decires nada más, porque a mí me consta que “Juli” tiene novio amante que viene casi todos los
  • 25. sábados. Además, a la recién llegada la vi en calle ancha, de la mano de un chico que no vive en el barrio. Y se besaron varias veces. El dibujo que usted me muestra, señor, no coincide ni con “Juli”, ni con la desconocida. Si quiere me deja su número de teléfono. Si se algo le puedo avisar. Pasaron a Brígida Iriarte, Barrio que lleva el nombre de una guerrillera que fue torturada y muerta, recién comenzaba el poblamiento. Exequiel los llevó a la Carnicería el Novillo Llorón. Fueron atendidos por su dueño, Pancracio Avendaño. Dijo conocer que, hace como seis meses se instaló una familia oriunda de San José del Guaviare. Pocos días después llegó una mujerzota que creo no tiene par. Toda ella, cuerpo, piernas, nalgas, tetas; exuberantes. Pero, como a los tres días se marchó. Y, saben que, si se parece a la señorita del dibujo. Nadie ha podido saber hacia dónde se fue. Y ni modo de averiguar con alguien de la familia en donde se hospedó. Ya que son personas bien herméticas. No hablan con nadie. Entran y salen, no saludan. Nada de palabras con ellos y ellas. Yo les sugiero que vayan. Tal vez a ustedes les den alguna pista. Efectivamente, Exequiel, Toño y Marcelino, fueron a la casa indicada. Los atendió una niña como de diez añitos. Le preguntaron por alguna persona mayor. Llamó a su hermana. Jovencita de escasos dieciocho años. Dijo llamarse Amalia. Le enseñaron el dibujo. Preguntó cuál era el motivo de la búsqueda. Marcelino dijo la verdad: es mi compañera y quiero encontrarla, ya que salió de casa hace casi dos años y, desde entonces, no he sabido de ella. Amalia Llamó a su tío Alonso. Hombre fornido. Negro de ojos bien grandes y escrutadores. Le mostraron el dibujo. Abel, así dijo llamarse, aceptó que era la misma. Estuvo en casa, porque es amiga de mi compañera. Se conocieron en Mitú, cuando ella era maestra de escuela. Nos vinimos todos, en familia. Ella nos escribió diciéndonos que, si podía visitarnos, ya que necesitaba realizar algunas diligencias antes de viajar a Ecuador. Altagracia se fue hace un mes. Después no hemos conocido nada de ella. Supongo que si viajó a Quito. Si quieren les doy un número de teléfono. Es de una cuñada mía. Ha sido su confidente. Supongo que ella, Elvira, puede saber algo. Y sí que se comunicaron con Elvira. Dijo saber el paradero de Altagracia. Concretaron una entrevista, para dos días después. Vivo, dijo ella, en ciudad Acrópolis, Barrio Las Aguas. Calle 180, número 109-89. Llegaron el día señalado. Sin Exequiel. Los atendió Elvira. ¡Qué negra!, dijo para sí Toño. Marcelino no se dio por enterado. Fue al grano. Mostró el dibujo y dijo porque buscaba a su mujer. Elvira, los enteró de las afugias de Altagracia. Como esa de su perenne tristeza. De su desamor. De ese recuerdo amargo de su infancia. De la violación de que fue objeto, por su padre. De su desencanto con respecto a Marcelino, su único amor en lo que lleva de vida. Pero, por lo mismo, profundo e irreversible. Para “Alta”, usted no fue para ella lo que anhelaba. De ícono como libertario apasionado, tierno y leal, pasó a ser burdo macho común y corriente. Lo
  • 26. cierto, señor Marcelino, es que ella huyó de usted. No quiere saber nada que esté relacionado con los catorce años que fueron amantes. Va a la búsqueda del hombre que le diga lo que ella quiere que le digan: “…juguemos siempre a encontrar la ternura, a cada paso. Ámame con pasión. Quiero tener un hijo o una hija contigo. Cantemos, bailemos toda la vida. Vivamos cada día como si fuera el último…”. Hoy por hoy está en Lima, en tránsito a Antofagasta en Chile. Le entendí que está enamorada de un joven que conoció en Quito, cuando este estudiaba música en el Instituto de Bellas Artes. Al terminar sus estudios fue contratado como profesor de piano en la Universidad Católica. Marcelino y Toño desistieron de viajar hacia Antofagasta. El amante de Altagracia no quiso nada más. Lo envolvió la tristeza y el arrepentimiento. Creí que era amante perfecto. Resulté amante chiviado. Creí que amaba como nadie ha amado. Y resulté siendo amante como cualquiera que se consigue en una subasta. Respeto la decisión de “Alta” Pero eso sí, dijo Marcelino, si la vuelvo a ver algún día, la mato por traicionera 21 Cornelio Cipagauta, nació el mismo día en que nació Arístides Corneliano. Es decir, un día después del nacimiento de Efraím Arístides, el primo de Honorio Palonegro. O lo que es lo mismo, en decir, una semana después de la muerte de Florián Benavidez, el hermano del gobernador de Pasoancho y primo de Germaín Valencia, el que desafió a machete a todos los vendedores de alpargatas en el mercado municipal. Es un enredo ni el verraco. Porque, a decir verdad, en eso de contar cosas, es mejor cogerla por donde es. Es decir, por lo que llamaban las abuelas, cogerle la comba al palo. No sé qué palo ni que comba. Pero funciona el dicho. Al menos no es tan ordinario como ese que dice de tal palo tal astilla. Porque ni es palo ni es astilla, puesto que, si fuera palo lo uno y astilla lo otro, nos veríamos avocados a entender la familia como palos y astillas juntos. Y eso no suena. Lo de Cornelio es infame. Se casó con Virgelina Ágredo. La misma que estuvo enmozada con Virgilio Poveda, el dueño del supermercado La Colina. Un lavadero ni el tenaz. Dicen que los verdes entraban como tal y se convertían en panela, arroz, arracachas, cubios, papas…etc. El primero que se dio cuenta del jueguito fue Alberto, el hijo de Mercedes la loca. Ese man si es severo detective. Dicen que le siguió los pasos a Sebastián Guacaneme, el jíbaro asignado a Villa Castilla. Y lo pilló despachando fuerte embarque de la blanquita dichosa. Y se le metió al rancho. Y le dijo “viejo man, de malas. O voy de mitad o canto a capela lo que vi”. Y, siguen diciendo, lo hicieron socio de la merca. Y, creó más de un lavadero. El suyo, propio, distribuía corbatas, camisas y chaquetas. Todas de cuero. Y buen cuero, por cierto.
  • 27. Dicen que de chivo y de marta. Y dele que el Alberto fue ensanchando el negocio. A lo primero le sumó perfumería francesa, desodorantes en tres tiempos, mascotas insólitas: buitres, boas, tiburones y delfines. Y siguió creciendo. Pero, como todo en la vida, a él también se le metieron. No al rancho, sino al negocio. Y vinieron las ofertas de siempre. Que nosotros lo cuidamos desde allá, desde el sitio ese cerquita al Palacio de…Qué, mire vamos para elecciones y usted nos puede ayudar con platica. Que mire, usted puede hacer crecer su tienda, haciendo de tripas corazón. Usted nos da y, nosotros le damos. Tan sencillo como que creemos que no llueve para arriba. Que vea, no vaya a ser tan pendejo como el viejo Loaiza, que se negó y ahí está pagando prisión por dos décadas. Y el Cornelio Cipagauta entró ahí. Como si nada. Arrastrado por las circunstancias. Se hizo estafeta. Llevaba y traía mensajes. De los unos y de los otros. Hasta que los unos lo pararon y le dijeron: o se calla o se muere. Y lo murieron. Un veintiséis de febrero. Un día después del asesinato de Abraham Pico, el fundador de la Región Sur. Y no se volvió a decir nada de nada. Los supermercados entraron en desuso. Se crearon mega mercados. Con de todo. Desde herramientas para ganadería. Hasta vestidos para viajar al ciberespacio. Y surgieron nuevos amos. Recordemos, por ejemplo, a los Nicacios. Héroes de las Mil Caras, en eso de ensanchar la merca. Ya hablaban de Tijuana. Pero, también, de Barbados, de Miami, de Haití, de Punta Cana.etc. Pero se atravesó Alvarito. Diminutivo de Álvaro el impúdico. Metió baza, diciendo que las cosas tenían que ser así. Porque de lo contrario no podrían volver a ser lo que eran. Que es mejor no ver para poder decir que no vimos y que, por lo tanto, no conocimos, ni conocemos. Y que, como todo debe ser como lo que verdaderamente debe ser, lo mejor es dejar ver, dejar pasar, para que después no se diga que lo vimos y que lo pasamos. Que, dos más tres sujetos son algo más que tres o cuatro pelagatos. Que, si arrasamos ahora, veremos la recompensa después. Que pase por aquí mijito que yo me hago el que no veo. Que pasen por acá mis marines que esta patria es para todos. Y ese sí que acertó. Ante todo, en el arte de contar cuentos enrazados con las mil y una noches. Por debajito. O por encimita. Es lo mismo. Si hay para todos. Para usted, comandante. Para usted, embajador Usa, para ustedes lagarticos de Palacio; para quien quiera sumarse a la fiesta. Pero resulta que Arístides no fue invitado. Ni a lo uno, ni a lo otro. Por lo mismo, se fue para el otro lado. Con los primos de los Santos. Y ni qué decir de lo que logró. Abrazos y besos. Torniquetes para empalar a los juiciosos arrepentidos. Y lo llevó a conocer Magilandia. Donde todo es lo que es, aunque parezca ser otra cosa.
  • 28. Donde usted y ustedes pueden llevar lo que cojan a peso. Ministerios, embajadas, comisiones, directorios. Como ya les dije. Lo que quieran. Y el Efraím no se quedó quieto, mandó a imprimir su perfil, en todos los tonos y semblantes. Modificó escenarios políticos. Creó el suyo propio. A partir de millón y pico de votantes. Y se envalentonó. A nombre de la izquierda genuflexa. Llamando a construir democracia en la cloaca miserable. Diciendo de todo, a propósito de cualquier cosa. Desmirriado personaje. Celebrando con los propiciadores de la miseria y de la violencia. Y como si nada. Inventando el uso de andar parado. Gobernanza impropia desdibujando lo sublime de la revolución. Como llamando a acolitar reformas para seguir siendo lo que siempre ha sido. Territorio de vulneradores, que fungen como demócratas. Y, en fin, que se acabó el cuento. ¿No les parece que, tengo razón? Bueno, Lo que ustedes piensen me tiene sin cuidado 22 Ayer no más estuve visitando a Fabiana. Me habían contado de su situación. Un tanto compleja, por cierto. Y, en verdad la noté un tanto deteriorada en su pulsión de vida. “Es que no he logrado resarcirme a mí misma. Porque, estando para allá y para acá, se me abrió la vieja herida. No sé si recuerdas lo de mi obsesión por lo vivido en lo cotidiano. Simplemente, así lo entendí en comienzo, estaba unida al dolor por las vejaciones constantes. A esa gente que tanto he amado. Verlos, por ahí, sin horizontes. En una perspectiva centrada en la creciente pauperización. Pero no solo en lo que respecta al mínimo de calidad de vida posible. También en eso de ver decrecer los valores íntimos. Ante todo, porque, se ha consolidado un escenario inmediato y tendencial, anclado en la preeminencia de los poderes económicos y políticos, de esos sectores, de lo que yo he dado en llamar beneficiarios fundamentales del crecimiento soportado en la explotación absoluta. En donde no existe espacio posible para la solidaridad y los agregados sociales indispensables para aspirar, por lo menos, al equilibrio. Y no es que esté asumiendo posiciones panfletarias. Es más, en el sentido de decantación de lo que he sido. Siendo esto, una tendencia a la sublimación de la heredad de quienes se han esmerado por construir opciones que suponen una visión diferente. De aquellos y aquellas que lo dieron todo. Que lo arriesgaron todo, hasta su vida. Por enseñar y comprometerse a fondo. Es tanto, Germán, como sentir que he llegado casi al final de mi caminata por la vida. Porque siento que no hay con quien ni con quienes. Aunque parezca absurdo, todos y todas que estuvieron conmigo, han emigrado. Han cambiado valores por posiciones políticas en las cuales se exhibe una opción de acomodarse a las circunstancias. A vuelo han desagregado el compromiso y las convicciones. Por una vía de simple repetición de discursos anclados en lo que ellos y ellas llaman Desenmascarar, en vivo, a esos beneficiarios fundamentales. Convirtiendo la lucha en debates insulsos. Porque, a sabiendas de ello, pretenden construir lo que se ha
  • 29. dado en llamar tercera vía. O, lo que es lo mismo, una connivencia con los depredadores. Con aquellos y aquellas que se han posicionado como controladores. En consolidación de un Estado que, en teórico es social y de derecho. Pero que, en concreto, no es otra cosa que las garantías de su permanencia. Vía, un proceso que es como reservorio. Como eso de asimilar eventos, que para nada lesionan su razón de ser. Y, estoy en un parangón. Sé que he ido y he venido. En veces como noria. Como lo que llamarían mis contradictores, un ejercicio ramplón. Supra ortodoxo. En fiel posición, que no es más que una figura asimilada a esa utopía sinrazón. Es como si hubiese llegado a un punto que ejerce como estación de vida. Como convocando a desandar lo andado. Como que no alcanzo a dimensionar los bretes diarios. Como si convulsionara. Como si, ni para aquí ni para allá. Y eso duele Germán. Porque es una soledad casi absoluta. No me hallo. Tanto como soportar una comezón visceral. Siendo, entonces, así he optado por vivir lo mío. Ahí, encerrada. Hermética. Sabiendo lo riesgos. Porque cuando se llega a un momento como este, es tanto como querer no ir más. No forzar más a la vida en lo que esta no me puede dar. Desde ahí, hasta la regresión paulatina, solo existe un nano segundo…” Ciertamente, me conmovió la Fabiana. Con todo lo que la he querido. Con todo lo que vivimos en el pasado. Definitivamente la admiro. Pero me entra el temor de que, en verdad, no quiera ir más. Y pensado y hecho, a escasos tres días de haber hablado con ella supe, a través de Juliana, que encontraron su cuerpo incinerado. Murió como esos bonzos que otrora, en público, se incendiaban. Fabiana, simplemente, se fue. Y, aún en eso, se destaca su entendido de vida. Bello, pleno y de absoluta lealtad con ella misma. 22.1 Este Gustavo Nevardo nunca va a cambiar. Que se le volvió a meter a la casa de los Amarilles. Ya lo había hecho en diciembre del año pasado. Les robó casi todo lo que tenían. Ahora vuelve y juega. Como que se robó las dos bicicletas. La de Armandito y la de Sandra. En verdad, no va a cambiar. Y con todo lo que le he hablado. Inclusive le conseguí un trabajito de cotero en Abastos. El patrón lo echó, porque se le robó tres bultos de arroz. Y, ni siquiera, llevó una librita a la casa de su mamá Leopoldina. Con lo mal que está esa señora. Reducida a la cama. Y, éste sinvergüenza no ayuda nada. Su hermana Alfonsina, cada rato, lo echa. Se cansó de que se le gastara la plática de los mandados. Desde bebé ha sido torcido. En el Jardín Infantil se les tomaba el tetero a los otros niños. Y, también, a las niñas. En la escuelita no se lo aguantaron más. Cada día se alzaba con las onces de los estudiantes, compañeros de grupo. A la iglesia del
  • 30. Espíritu Santo no lo dejan entrar ni a misa. Desde que le robó al señor caído la corona de espinas y, también, se alzó con la mula y el buey del pesebre. Y es bien de buenas el pendejo este. Tiene una noviecita hermosa y juiciosa. La suegra y el suegro le tienen prohibido, a Andreita, que lo entre a la casa. Desde el día que se robó las dos sillas en que se sentaban para lo que llaman “visita del novio”. Andrea estudió, desde primerito de primaria, hasta once en el colegio “Divino Maestro”. Luego entró a la Universidad de los Padres Claretianos; a estudiar Criminalística. Ya anda por el octavo semestre. Y, ni, aun así, el Gustavito empeñó el texto “Cómo Indagar a un Ladrón”. Ella tuvo que pedirle prestado a una compañera el libro para fotocopiarlo. Pero es tan lenta que le pidió el favor a su novio, para que sacara las fotocopias en la papelería de doña Gertrudis. Obviamente se les gastó los pesitos. Yo lo conocí en el colegio. Cursamos, juntos, hasta octavo. Luego lo expulsaron porque le robo las gafas a don Asdrúbal, el rector. Y, también, los zapatos a la profesora Gilma. Después me lo encontré en el estadio, en uno de los clásicos entre Aguas Frías y Aguas Calientes. El partido lo tuvieron que suspender porque se metió a la cancha y le robó el pito al árbitro. Lo volví a encontrar aquí. En el barrio. Es chistoso el nombre “El Racimo”. Nunca he sabido el porqué del nombre. Yo vivo acá, desde hace cuatro años. Él llegó dos años después. Y dele con lo de siempre. No había pasado una semana, cuando se le entró a doña Genoveva y a don Salomón a la casa. Con dos televisores se alzó. A la semana siguiente, se le entró a la tienda a don Mauro. Como treinta libras de arroz y cuatro salchichones cerveceros. Y es que, en la vida, uno se encuentra con modos de ser. Los de uno y los de los demás. En el caso de Nevardo, he tratado como de hallar una explicación. Porque yo parto del hecho de que, cualquier actitud o acción de los humanos, se deben a algo. Es decir, tienen un soporte. Bien sea teórico. O, simplemente, casuístico. Yo, por ejemplo, he sido un pervertido. Es decir, lo que la gente llama un hacedor de ofensas a los demás. Pero, fundamentalmente, a las demás. Lo que pasa es que yo veo en lo que hago como si fuese normal. Es decir, cada quien a lo suyo. A lo que le es dado. Lo de Gustavo Nevardo, puede que él lo vea normal. Que eso le está permitido. Que ese es su rol. Que, para hacer eso, nació. En verdad no me había detenido a analizarlo así. Yo, por ejemplo, he violado a tres niñas. Me satisfizo hacerlo. Aunque sé que ellas, las niñas, sufrieron mucho. Sus familias deben haber sufrido también. Pero es lo justo. Insisto en que cada quien es cada quien. Para poder vivir tiene que hacer algo. Es el libre albedrío. Yo no creo en las posturas de las religiones que cohíben por mandato divino. Si Jesús, a manera de ejemplo, quiso hacer que lo crucificaran, por lo que hizo y por lo que habló; eso le fue permitido, cuando lo hizo. Que lo mataron por lo mismo, es otra cosa. Si no fuese así; ¿para qué códigos?
  • 31. Estos, en fin, de cuentas, son limitantes que, cada uno o cada una, tienen que burlar. Para eso estamos. Y, el Gustavo, siguió así. Yo, también. El domingo violé a otra niña, de ocho años. Me sentí muy bien. Y, siempre, estoy dispuesto a hacerlo. No me gustan las mujeres adultas. Inclusive no me gustan las adolescentes. Solo las niñas. Así es que siento placer. Y tiene que estar dado de esa manera. Doña Epimenia. La mamá de Adrianita; como que me leyó el pensamiento. Como que dedujo que yo violé a la niña. En lo que le está dado, me mató. Un dos de octubre fue eso. No sé si Gustavo seguirá haciendo lo mismo que siempre ha hecho. Pero ya no importa. Ya no seré testigo de su rol. De su razón de ser en la vida. 23 En este pueblo ya no se hace nada. Desde hace como diez años no se le incorpora algo que valga la pena. No más que sucesivos hechos, todos relacionados con el recordar y volver a recordar. Es como si se hubiera olvidado colocar el acento en cualquiera de las sílabas que definen el quehacer. Todo en una envoltura que no trasciende. Que asfixia. Un entorpecimiento constante. Nada es la definición de todo. Por cuanto se nos olvidó la imaginación. Como si la capacidad de asombro estuviera agotada en cada uno de nosotros y nosotras. Por la vía más degradada. Es decir, por esa que, al hacerla y palparla, no es otra cosa que volver sobre los mismo. Lo de ayer. Siempre lo de ayer. Hoy me encontré con Carlos Alberto. Ha crecido, aquí, conmigo. Desde que nacimos. Es otro de los damnificados de esa vida hueca que llevamos. Él, también, con un historial a cuestas. Como el mío. Solo que, Carlos, ha sabido actuar. Como si pasara nada. Como si, siendo así, él dice que no va más con la fregadera esa de tratar de hacerle el quite a la miseria espiritual en que estamos inmersos. Dice, (él), yo si aprendí a entender el dicho “un clavo saca otro clavo”. Es una verdad de esas “in memoriam”. Es lo mismo que el simple tránsito notarial. El inventario de lo que hicimos. Lo que hacemos, todavía no puede ser registrado. Por lo mismo que, la memoria, no da para tanto. Solo ocupémosla en lo de ayer. Lo de hoy, para cualquier otro tiempo. O, si se quiere, la registramos como cosa habida ya, sin haber sido. No es que me disguste lo que dice Carlos. Lo que pasa es que, (yo), no le encuentro sentido afirmativo. Porque lo mío, a diferencia de lo de él, no es extravío absoluto. Es más bien, realizar un esfuerzo por decantar los hechos. Siendo, para mí, la definición de lo que pasa, de lo que ha pasado y lo que puede llegar a pasar. Yo sé que suena como a juego de palabras. Pero, en verdad, creo eso. Tal vez, es lo que me da algo de optimismo. En lo que, si no sé qué decir, es en la definición de futuro. Creo que es algo así como una latencia que está colgada ahí. En lo que cada uno y cada una somos. Como si ya estuviera adjudicado a cada quien. Y que, por lo
  • 32. mismo, es camino sin andar. Pero, ahí sí que me abochorno. Si uno no ha andado un camino, y nunca lo va a andar o no sabe por dónde queda; entonces no es camino. Es un poco lo de la lógica en línea que no da lugar a la abstracción necesaria para poder pensar. Justo, ayer me entró como eso que yo llamo “borrachera”. Ni más ni menos que la nostalgia. Alguien diría ¿nostalgia de qué?; si hemos vivido nada. Porque lo que llamamos nosotros y nosotras vivir, es no vivir. Ni haber vivido. Y, pienso en eso dicho. En la pregunta. Y hallo que es pertinente. Vuelvo a intentar una definición “nostalgia”. Digo yo que es como que uno recuerda algo del pasado. O que, uno, quiere centrar el pensamiento en ese algo que pasó. Pero, viene la contraparte. Esa. La pregunta que me hicieron. Y, de cierto modo, tienen razón en hacerla. ¿Qué es lo que yo he vivido? Diría “lo vivido por mí y por los otros y las otras”. Si fuese así ¿cada individuo no tiene pasado. ¿Solo el pasado se vive en colectivo? Todo esto me da vueltas. “Borrachera espiritual”, diría yo. Tengo ganas de abrir esa puerta. La de ahí al lado derecho. Nunca la he abierto. Porque, siempre ha estado cerrada. Desde chico me lo dijo mamá “no mires lo que hay detrás de esa puerta. “No la abras nunca”. “Ni, aunque se te venga el mundo encima”. Y no la he abierto nunca. Pero, con todo lo que está pasando. Con todo ese embolate de cosas, me dan ganas de abrirla. ¿Qué habrá adentro? Me da susto con solo pensarlo. Hoy es otro día. O es otra cosa. Diferente a lo que es el día. Y la noche también. La puerta sigue cerrada. Y yo con los deseos que tengo de abrirla. ¿Qué habrá adentro? No sé, sigo como embolatado. ¡La voy a abrir a ver qué pasa! Y pasó que, al abrir la puerta sentí como un frío en el alma. Un vahído profundo. Y unos deseos locos de correr cuando, desde adentro, una voz no conocida por mí. Entendí algo así como “casi que no te decides Isaac. Tanto tiempo esperándote. Sigue este camino. Es la única manera de llegar al presente.” Y sí que, ese mismo día. O lo que sea; supe que me llamo Isaac. Y que no había muerto. 24 Andando el tiempo, entonces, recordé lo que fui en próximo pasado. Y me volví a contar a mí mismo. Con palabras de los dos. Aquellas que construíamos, viviendo la vida viva Es como todo lo circunstancial. Cuando regresas ya se ha ido. Y lo persigues. Le das alcance. Y lo interrogas. Al final te das cuenta que fue solo eso. Por eso es que te defino, a ti, de manera diferente. Como lo trascendente. Como lo que siempre, estando ahí, es lo mismo. Pero, al mismo tiempo, es algo diferente. Más humano cada día. Una renovación continua. Pero no como simple contravía a la repetición. Más bien porque cuenta con lo que somos, como referente. Y, entonces, se redefine
  • 33. y se expresa, En el día a día. Pero, también, en lo tendencial que se infiere. Como perspectiva a futuro. Pero de futuro cierto. Pero, no, por cierto, predecible. Más bien como insumo mágico. Pero sin ser magia en sí. No embolatando la vida. Ni portándola, en el cajón de doble tejido y doble fondo. Por el contrario, rehaciéndola, cuando sentimos que declina. O, cuando la vemos desvertebrada. Siendo, como eres entonces, no ha lugar a regresar a cada rato. Porque, si así lo hiciéramos, sería vivir con la memoria encajonada. En el pasado. Memoria de lo que no entendimos. Memoria de lo que es prerrequisito. Siendo, por lo mismo, memoria no ávida de recordarse a sí misma. Por temor, tal vez, a encontrar la fisura que no advertimos. Y, hallándola, reivindicarla como promesa a no reconocerla. Como eso que, en veces, llamamos estoicismo burdo. Y, ahí en esa piel de laberinto formal, anclaríamos. Sin cambiarla. Sin deshacernos de lo que ya vivimos sin verlo. Por lo mismo que somos una cosa hoy. Y otra, diferente, mañana. Pero en el mismo cuento de ser tejido que no repite trenza. Que no repite aguja. Que se extiende a infinita textura. Perdurando lo necesario. Muriendo cuando es propio. Renaciendo ahí, en el mismo, pero distinto entorno. Quien lo creyera, pues. Quién lo diría, sin oírse. Quien eres tú. Y quien soy yo. Sino esa secuencia efímera y perenne. De corto vuelo y de alzada con las alas, todas, desplegadas. Como cóndores milenarios. Sucesivos eventos diversos. Sin repetir, siquiera, sueños; en lo que estos tienen de magnetismo biológico. Que ha atrapado y atrapa lo que se creía perdido. Volviéndolo escenario de la duermevela enquistada. Y, sigo diciéndolo así ahora, todo lo pasado ha pasado. Todo lo que viene vendrá. Y todo lo tuyo estará ahí. En lo pasado, pasado. En lo que viene y vendrá. En lo que se volverá afán; mas no necesidad formal. Más bien, inminente presagio que será así sin serlo como simple simpleza sí misma. Ni como mera luz refleja. Siendo necesaria, más no obvia entrega. Y siendo, como en verdad es, sin sentido de rutina. Ni nobiliario momento. Ni, mucho menos, infeliz recuerdo de lo mal pasado, como cosa mal habida; sino como encina de latente calor como blindaje. Para que hoy y siempre, lo que es espíritu vivo, es decir, lo tuyo; permanezca. Siendo hoy, no mañana. Siendo mañana, por haber sido hoy...y, así, hasta que yo sucumba. Pero, por lo tanto, hasta que tú perdures. Siendo siempre hoy. Siendo, siempre mañana. Todo vivido. Todo por vivir. Todo por morir y volver a nacer. En mí, no sé. Pero, de seguro sí, en ti como luciérnaga adherida a la vida. Iluminándola en lo que esto es posible. Es decir, en lo que tiene que ser. Sin ser, por esto mismo, volver atrás por el mismo camino. Como si ya no lo hubieras andado. Como si ya no lo hubieras conocido. Con sus coordenadas precisas. Como vivencias que fueron. Y hoy no son. Y que, habiendo sido hoy, no lo será mañana.
  • 34. Y es ahí en donde quedo. Como en remolino envolvente. Porque no sé si decirte que, al morir por verte, estoy en el énfasis no permitido, si siempre he querido no verte atada, subsumida; repetida. Como quien le llora a la noche por lo negra que es. Y no como quien ríe en la noche, por todo lo que es. Incluido su color. Incluido sus brillosos puntos titilantes. Como mensajes que vienen del universo ignoto. Por allá perdido. O, por lo menos, no percibido aquí; ni por ti ni por mí. Y sí que, entonces, siendo yo como lo que soy; advierto en tí lo que serás como guía de quienes vendrán no sé qué día. Pero si sé que lo harán, buscando tu faro. Aquí y allá. En el universo lejano. O en el entorno que amamos. 25 En verdad, yo, si había pensado ir algún día. A Cajamarca, la ciudad permitida. Para todos. Desde Cumbemayo, Flor de Cumbre. Lugar Fortín del Imperio. Inca, Atahualpa, retenido, engañado. Como todo lo hecho, en ramplonería por los mercenarios. Invasores. Depredadores. Arrasadores de culturas. De aspaventosas expresiones subyugantes. En contubernio, con los enajenados inquisidores; en proclamas ampulosas, asesinas. Incas de extirpe milenaria. En lo suyo. Posicionados de su cultura. Herederos de mixturas étnicas, en veces descifradas, identificadas. En ejercicios libertarios, a vuelo. Dolientes de condiciones venidas en alza. Horizontes en hibernación. Latentes guerreros ahí. Testigos de la inveterada acción usurpadora. De la ambición de jerarquías sucesivas. De los robadores en continuidad. De los saqueadores. Perros de presa perversos. No por denominación, en sí, del animalismo. Más bien de lo que esto traduce como sangría de tesoros hacia la "bienamada Madre Patria" ávida de lentejuelas espurias. Atahualpa engañado, sometido. Vulnerado. Testimonio cierto de lo infame. Defigura extorsiva. De secuestro impune. De cazarrecompensas pútridos. Quizá, hoy, en la leguleyada del procedimiento imputacional y del castigo. Del marco jurídico que envuelve. Diciendo, aquí y allá lo deleznable. Bronca ante la aquiescencia, en lo histórico. De esa figura punible, extensión de lo más perverso. Rescate cobrado. Inmolado su pagador. Engañado, confundido. Como premonición, a quinientos años ha, de lo kafkiano procesal. Delito que quedó ahí. En la embolatada teoría de lo extorsivo. Yendo y viniendo en embudo, asfixiante. Como "señor K" imbuido de potencia imperial nativa aquí. No ha sido interés de la historia, en sí, de lo procesal en sí. Ni como lógica. Ni como hermenéutica. En lo escrito, solo se ha registrado lo de la "civilización europea" adyacente a la ética nicomaquea. Al aristotelismo empedernido, dando cuenta de los "grandes progresos de la humanidad" vinculados con la ciencia jurídica.
  • 35. Ningún Tribunal Internacional, ha erigido esa ignominia como delito de lesa humanidad. Siendo, como fue en verdad, secuestro extorsivo agravado. Por lo mismo que el victimario victimizó de manera intencional. Inclusive, desde la opción conceptual propia de la extensión de conducta dolosa, la infame Monarquía Española, fue sujeto de culpa, Por cuanto sus agentes perpetraron, en su nombre, la tropelía mayor de asesinato en persona inerme. En el sujeto representante del Imperio Inca. Con tanto o, mucho más, soporte de legalidad que la misma Corona. Por cuanto se ejercía, (como en todo poder de gobernanza) en representación de un pueblo. Más, aún, siendo éste Pueblo Nativo invadido., Avasallado. Habiendo sido violentadas sus fronteras, su religiosidad, su cultura. Trastocados todos sus cimientos; a nombre de Poder Lejano. Siendo ese, aquí, sin derecho a reconocimiento alguno. Por lo mismo que manipuló, tejió y ejecutó el exterminio. A través de sus tutelados. Pero es la misma impronta bandidesca, ni que decir tiene, de sucesivas realizaciones. Con la misma saña. Por lo mismo que, tan perdulario fue eso; como ha sido y seguirá siendo el quehacer de la gendarmería internacional, actuando "a nombre de la civilización". Que no es lo mismo que de la Humanidad avergonzada. En eso de inventar historias, Ramiro las tiene todas. Por lo mismo nunca he visto en él un sujeto de plena lealtad. Es un va y viene continuo. Cuando no es una cosa es la otra. Y, en ese divertimento, ha construido juegos de palabras y actuaciones propias de quienes asumen la vida por la vía de la especulación. Así, como de revoltijo. Como sumando ejecuciones y verdades interpuestas. Siempre en primera persona. Tanto que, en eso de jalarle al dominio de lo circunstancial, ya en él parece dicho todo. Lo último tiene que ver con sus alegorías a propósito de lo actual. Para este sujeto, lo societario hoy, es una asociación de expresiones de tonalidad gris profundo. En lo que esto tiene de asunción de proclamas sin ánimo de compromiso hecho. Por la vía de desentronizar lugares y acciones. Ramiro como que la ha emprendido a favor del logicismo con respecto a la verdad oficial. Entendida como punzón de mil aristas. Incluida aquella de proponer el enervante sortilegio de quienes, actuando en aparente contravía de lo gubernamental, no son otra cosa que la misma verdad vinculante en términos de la consolidación de una opción de Estado, en mucho, alejado del principio básico constitucional. Y es como si enrutara el quehacer por el camino en línea. En el cual los atajos son los mismos ya exhibidos en lejano y próximo pasado. Como si, de contera, se cifrara toda esperanza de cambio en lo del ya primario. Sin esa postura de lo tendencial que, casi siempre, es lo que refiere lo fundamental. Lo de él (Ramiro) es una visión de contenido, en lo que la versión hegeliana de la lógica, propone como instrumento en el quehacer. Es decir, un yo negado en el sujeto. Pero, reconociéndose en lo plural colectivo societario. Una negación de oficio que conlleva a proponer un