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Ilusionario
Tal vez debí percibir ese acto de muerte. Julián tenía ese tipo de expresión en su cara, que solo
tienen quienes han asumido la determinación de dejar de vivir por cuenta propia. Y fue así. Ni alegría
ni tristeza. Simplemente recabo, ahora, la idea de la percepción. Como diciéndome, a mí mismo, ojala
lo hubiera adivinado. Con esas ínfulas que me doy. En el sentido de conocer a la gente por dentro.
Qué está pensando cada quien. Inclusive, en el circo callejero en que trabajé por un tiempo, me
decían “Alberto el sujeto que le adivina lo de aquí y lo de allá”. Y la multitud me aclamaba.
El día en que conocí a Julián Motta. Por cierto estaba junto a él. Esperando ser atendido por la asesora
comercial del Gran Banco Central. Decía el aviso de primera plana, en el Diario Centinela: “El Gran
Banco Central”, lo convoca a usted, a su mamá, a su suegra, a sus hijos, a su esposa, a…adquirir un
crédito hipotecario. Bajos intereses. Excelente atención…no es una casa en el aire. ¡Venga ya!
¡Atrévase!¡Tenga casa hoy mismo! ¡Somos los mejores del mercado!”. Y, entramos en conversación.
No teníamos afán. Y le dimos al dime y te diré.
Cuenta don Julián, que nació en Pentecostés. Municipio de su amada Región de Pensilvania. Su
infancia estuvo cruzada por hechos muy tristes, para él. Su padre, amo del hogar y de sus fronteras,
fue y es, todavía, un sujeto típico de estas tierras azoladas por la cultura de lo perenne habida cuenta
de que se es macho, machote. Y requetemachote. Así no lo quieran reconocer las sucesivas mujeres
que ocupaban y ocupan el Ministerio Para la Equidad. Un tanto suigeneris el caso. Ya que, el Ejecutivo,
no se cansaba ni se cansa de lanzar vítores a ultranza. ¡Qué alcanzamos la designación de territorio
prototipo para entender y aplicar la equidad y la solidaridad de género! ¡Y otras cosas!
Todavía recuerdo, me dijo, cuando mi padre castigaba a “SU MUJER”, mi madre. Simplemente porque
sí. Es lo mismo que decir porque le daba y le da la gana.
Yo nací en Puerto Escondido, situado en nuestra amada Costa Norte. Mi papá fue y es un holgazán,
de aquí a cualquier parte. Se las daba y se las da de sujeto chévere. Cuando, en verdad, no es otra
cosa que cabrío vergonzante.
¡Eso sí es cierto señor! Como que me llamo Pascuala Guasca de Perafán. Ustedes, los hombres, son
los mismos en cada época y tiempo. Tanto como decirles que ése esposo mío fue siempre un
entelerido, quejoso. Se enfermó de rociola, cuando guagua. Y, todavía está convaleciente. No mueve
un dedo en la casa. Nunca ha trabajado. Según dice, porque todo le duele. La espalda, las
articulaciones, la cabeza, los brazos…todo. Yo estoy aquí, precisamente, porque mi suegra me insistió
mucho, para que me hiciera a una casita. Ella tampoco se aguanta a Serapio. Su hijo. Mi esposo.
Inclusive, ella, va más allá y me contó que su hijo siempre estuvo asociado al bandolerismo. Ustedes
saben. Eso de las gemas y no sé qué cuento. Hoy por hoy, vivimos en arriendo. Allá en Lucero Alto.
Tengo siete hijos y cinco hijas. Eso sí, de padres diferentes. Pero, puedo asegurar, que Felipe, Marcio,
Jenófanes, Bautisterio y Anacleto son de él. De ese aborrecido que siempre se me monta. Esté de
día o de noche. Siempre he añorado tener una casita. Así sea como las de los pesebres.
Yo vine, porque me lo sugirió doña Bertilda. Soy soltera. Madre de catorce hijos. Todos varones.
Pergamanato, mi rudimentario esposo, solo sirve para nada. Como que les cuento que solo le gustan
las canciones del Caballero Gaucho. Nada de trabajar. Vive ahí. Como al acecho. Rumiando
pendejadas y tristezas. Pero nada de nada. Llevo toda la carga. Vivimos en las inmediaciones del
Relleno de Doña Juana. Lo que si es cierto es que la señora Bertilda, regaña a cada rato a
Pergamanato. Su hijo y mi esposo. Le dice “mijito, cuando va a cambiar. Fíjese que Sinforosa es muy
guapa. Que ha sacado a sus hijos adelante. Aún sin su colaboración. Fíjese. Cambie de actitud…”.
Otra vez estoy preñada. Van a ser quince del alma. En verdad no sé por qué algunas mujeres no
cambiamos. Solo tenemos latente eso de que los hombres son candelita en la cama. Eso explica, al
menos en mí, los sucesivos partos. Cuando será que nos atienden. Llevamos aquí casi seis horas. La
doctora, a cada rato, sale y dice “tranquilos que a todos y todas los atendemos…”
Fíjense que soy de Tarazá, Antioquia. Llegué a Bogotá el catorce de diciembre, año 1998. Cargada
de problemas. Huyéndole a la violencia. A mi papá lo mataron porque, según dicen, era informante
del ejército. A Casiano, mi esposo, también lo mataron. Dizque porque era informante de los
guerrillos. A mi primer hijo lo mataron porque, como maestro de escuela, les decía a sus alumnos y
alumnas que los únicos responsables de la violencia eran los ricos. Dicen que fueron los paracos.
Don Josías me dijo que tranquila. Que lo del crédito era un hecho. Es más, de libre elección. Grande,
pequeña…, más pequeña. Que esos señores y esas señoras del Gran Banco Central, si son elegantes.
Sinceros (as). Qué están programados para hacer realidad las ilusiones. A mí me dijeron que, en
diciembre, ya estaría con mis hijos en casita propia. Parlamient, mi hijo mayor, está aquí conmigo
desde anoche a las 8:00 p.m. Nos turnamos. Mientras él duerme, yo estoy de pie en la fila. Cuando
me agarra el cansancio, es él el que me reemplaza.
Pero que pasará. Esta fila es interminable. Y muy despacio corren quienes están primero. Como si
estuvieran dormidos los asesores. Mi nombre es Lesbia. Mucho gusto en estar con ustedes. Vivo en
barrio “El Recreo”. Ahí he estado con mis hijos y mis nietas, desde 2002. Llegamos desde Cartago.
Vivíamos, más o menos bien. Rigoberto, mi compañero, tenía un carrito en el cual hacía trasteos. En
la misma ciudad. O para las veredas. Lo mataron, recuerdo ahora, un treinta y uno de enero. Se
quedó dormido en la colectiva. Babeó a un señor. Este le pegó tres tiros. Por cochino. Vine porque
escuché en Radio Secreta, esto de “casas, casi gratis. Acérquense donde don Baudelio Piedemonte.
Calle 11 sur número 115.16 Este. Él les informa lo que hay que hacer. Y sí que me informó. Gran
Banco Central, oficina Paloquemao. Con el Asesor, doctor Fulgencio Buenahora. Le dice que “…de
parte de Baudelio, el hijo de Rebeca, amiga de su madre…”
Y sí que nos cogió la lluvia. Yo no tenía paraguas. Ni plástico. Nada. A la esposa del finado Casiano,
el viento le alzó la falda. Y casi se le ve todo, de la cintura para abajo. Afortunadamente, siempre se
puso esas medias que llaman “tapatodo”. El señor Julián se puso tembloroso. Como cuando la fiebre
humilla. La señora Pascuala. Ahí, tratando de no sentirse Ni mojada ni con frío. El señor Pancracio,
de una, arreció con sus imprecaciones. ¡Qué Cristo Marica. Se te olvidó hacer milagros por andar
cogiéndole las tetas a la Magdalena!
Se lo llevaron. Pancracio estuvo en juicio inmediato. En el cual lo circunstancial opera como incitación
al desorden público. Sobra decir que perdió el turno. Y yo seguía allí. Como concreción de lo absurdo.
Nada que me atendían. La señora oriunda de San Juan Nepomuceno, comía una empanada un tanto
grasosa, pero de carne. Yo me decidí por un tinto. El señor del carrito lleva en sus espaldas algo
parecido a los señores que fumigan. Un tanquecito, conectado a dispensadores.
La señora Petronila, salió de su cubículo. Nos saludó a todos y a todas. Nos dijo: Tranquilos y
tranquilas, mañana será otro día. Simplemente porque no podemos atender a más personas. Con las
dos que fueron atendidas, basta. Porque nuestro horario de atención es de 8:00 a.m., hasta las 3:00
P.M. Y ya son estas últimas. Para mañana, por favor, me traen una foto ampliada de los abuelos y
abuelas paternos. Dos recomendaciones de los (las) vecinos (as) que han convivido con ustedes en
el vecindario, en los últimos veinticinco años. Y, además, certificados de tradición y libertad de los
propietarios de al lado, por izquierda de sus predios. Le sugiero hacer caso a estos requerimientos.
En la intención de flexibilizar el proceso.
Bertilda y Julián, como que se gustaron de inmediato. Lo digo, porque Julián me pidió el favor de
guardarle el turno. A Él y a Bertilda, mientras iban a comprar unas arracachas para el ajiaco que iban
a cocinar para celebrar el día en que el señor alcalde Gustavo Petro pierda el referendo. Pero, a decir
verdad, con lo cerca que quedan los “amoblados” y el hecho de haber llegado al otro día; a uno le
quedan dudas.
La señorita Alcaparra, nos dio ánimo. Nos prometió que, a más tardar, recibirían papeles hasta las
8:00 a.m. del día siguiente. Pero, eso sí, tendríamos que irnos a casa y volver, lo más temprano que
pudiéramos. Preferiblemente a las 3:00 a.m. Ella no respondería por la atención a aquellos y aquellas
que llegaran más tarde de esa hora.
Al llegar a la ventanilla, la señora Lucrecia Estupiñán, resultó ser paisana. Nació y se crió en
Sabanalarga. Hija de Serafín Estupiñán y Anacleta Velásquez. En su juventud, lejana por cierto,
estudió en el “Internado Para Señoritas Arcángel San Gabriel”. Después de graduarse como Bachiller
“Emérita”, incursionó en las finanzas públicas. Hasta llegar al grado mayor. Es decir, cuando se
entiende la dinámica de la venta y compra de valores.
Una vez pasó el recordatorio, Lucrecia, me exigió dos certificados más: registro en el cual constara
que Abigail, mi madre, se conoció con Benjamín, mi padre, en el Atrio de la Parroquia Divina
Providencia. Pero que eso, de por sí, no era prueba alguna de que su hijo era bien habido. Es decir,
plena expresión de su fe en Dios y en Todos Los Santos. Lo que cabía era la demostración de que mi
madre y mi padre no me engendraron, producto de relación furtiva pecaminosa. Tal parece que a
esa oficina se la había tomado, la Procuraduría General de la Nación. Por lo menos esa fue mi
impresión. Conociendo, como conozco, los valores éticos del señor Ordóñez.
De nada valieron mis súplicas. En el sentido del grado de dificultad que conlleva esa exigencia.
Lucrecia, sin afanes, me dijo: la otra opción es una certificación en la cual conste que el núcleo
familiar al cual usted pertenece, pueda demostrar que tienen recursos económicos ciertos en cuantía
superior o igual a la media de la suma de los recursos que perciben, en promedio, los Senadores y
Representantes en el Congreso. Más dos puntos básicos porcentuales asimilados a la sucesión de
bienes inherentes a su familia y que coincidan con la tercera parte de las ganancias ocasionales de
los presbíteros asociados a la Curia Arquidocesana de Regentes del Santo Oficio. Además,
certificación cierta de que, en los últimos diez años, usted no ha sido beneficiado con el subsidio que
se ha dispuesto para aquellos y aquellas que cumplan los requisitos.
Volví a casa, casi a las diez de la noche. Confiando en que la señora Azucena cumpliría con el
compromiso de guardarme el turno hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Claro está, de por
medio, una propina concordante con el tercio del salario mínimo legal vigente, calculado para
2020.Cuando llegué, justo al otro día, la señora Azucena, a su vez, había vendido mi turno a un
tercero, que adicionaba un cuarto de esa tercera parte, para poder entregar el puesto.
Lucrecia ya estaba ahí. Con unas ojeras impresionantes. Como si, en la noche, hubiera recibido
castigos inconmensurables. Ya era sabido que Adriano Vengoechea, su novio, tenía la peculiaridad
de golpear y golpear a su pareja. Por lo más nimio. Pero, casi siempre, porque no compartiera con
él su salario. O, cuando menos, la propina de los usuarios del Gran Banco Central.
Este día, me tocó el turno 600. Cuando llamaron al 599, Lucrecia recibió una llamada urgente. De su
mamá en Turbo, Antioquia. Su tatarabuelo se moría. La necesitaban para hacer efectivo el seguro
que cubría todo riesgo. Como ese en que se veía envuelto el viejito: cayó del onceavo piso del
edificio Mon y Velarde, en el cual funcionan las oficinas del “Cariño Mutuo”.
Nada que ver, ella cerró la ventanilla con el aviso “disculpe, vuelvo tan pronto como pueda”.
De vuelta a mi domicilio, me encontré con Bonifacio. Viejo amigo. Nos conocimos, cuando
cursábamos primero de bachillerato en el Colegio Benjamin Franklin. Su vida, según me contó, estuvo
plena de problemas. Estuvo como voluntario en la Guerra de los Garbanzos. Luego, un tanto lisiado,
fue nombrado como tesorero en el Hospital San Rafael de Bogotá D.C... Allí trabajó dieciséis años.
Nunca le alcanzó su salario para tener casita propia. Por lo mismo, cuando conoció el proyecto del
Gran Banco Central, se ilusionó. Llevaba, cuando lo encontré, cuatro meses en la gestión necesaria.
Hoy, le devolvieron la documentación, porque no pudo demostrar que lo bautizaron en San José del
Guaviare y no en Riohacha. Además que, verificando sus ingresos, la diferencia entre el promedio
del salario mínimo en 1967 y 1990, estos no sumaban el tercio de lo que devengaban los funcionarios
cuya denominación en sus cargos era “Auxiliares de Proyecto Uno de Dedicación Exclusiva”, en el
Piedemonte Llanero”.
A mí siempre me cayó bien el Bonifacio. Recuerdo, inclusive, que compartimos novia. La tal Azalea.
Hermosa criatura. Pero bien triscón. Lo cierto es que lo acompañé hasta la Terminal de Transportes.
Iba para Pavarandocito, en Antioquia. Debía, además, rehacer todo el trámite vinculado con la fecha
en que nació doña Belarmina, la mamá de Alba Lucía, su esposa. Condición indispensable para
acceder a un turno para hablar con el Sub Gerente del Gran Banco Central. En la intención de
beneficiarse del subsidio vigente para aquellos y aquellas solicitantes que tienen su suegra viva y que
ven por ella.
Pero qué cosa tan verraca, Doralba. Como así que perdiste el empleo. Ahora que vamos a hacer. Yo
te registré como aportante en el núcleo familiar. Vas a ver, que nos ponen problema por eso. Porque,
los veedores del Gran Banco Central, están rastreando siempre las novedades que se registran en
cada familia que efectúa una solicitud de crédito hipotecario. Vaya uno a saber si, en nuestro caso,
ya conocen lo que te pasó.
Y es que, esta pequeñita mujer, ha estado conmigo todo el tiempo del mundo. Siempre fiel. Siempre
lista. Ahora recuerdo como la conocí. Un diciembre en Pitalito. Una familia, su familia, entregada de
lleno a la subsistencia. Con ella, eran y son doce personas. Muy estrecha la perspectiva. Lo que más
confundía y confunde aún, es la falta de una casita. Recuerdo que su primera ilusión se presentó en
1982, cuando, el entonces presidente Belisario Betancur, empezó a ofrecer casitas sin cuota inicial.
El viejo, don Éufrates, empezó a viajar a Neiva. Cada ocho días. Solo allí podía tramitar lo relacionado
con la radicación de documentos. El pasaje desde Pitalito hasta Neiva, costaba en ese entonces mil
pesos. Los ingresos familiares, contando con lo devengado por Doralba atendiendo la Biblioteca
Municipal. Un puestico que le consiguió don Hildo Alzate, cuando tenía influencia en la alcaldía, como
concejal. Ella ganaba un mil seiscientos pesos mensuales. Todo sumaba tres mil quinientos al mes.
Doña Zulma Guzmán, la mamá de Doralbita, hacía arreglitos de ropa, en casa. Una maquinita de
coser Singer que heredó de su mamá. Es decir, además de lo de la casa que llaman. Cocinar, lavar
ropa, plancharla y el cuidado de cerdos. Una triada. La recomponían cada doce meses. Cuando los
anteriores podían ser vendidos. Y vuelve y juega.
Ese día de diciembre, yo había llegado cargado de ilusiones. Me habían ofrecido una finquita para
trabajar. En San José de Isnos. Más o menos tres hectáreas. Ya con adelanto de siembras de caña
panelera. Incluida la logística para la producción. Llegué muy temprano. La cita con don Eufrasio
Tello, estaba programada para las tres de la tarde. Eran las nueve y veinte de la mañana, cuando
me bajé del bus de Coomotor. Desayuné en una fritanguería ubicada en pleno parque central de
Pitalito. Huevos fritos, tamal y chocolate.
Me decidí por entrar a la Biblioteca Municipal, esperando encontrar un texto que me había
recomendado el señor Hipólito Castaño, relacionado con la producción de panela. Allí estaba Doralba.
Me atendió. Con esa gracia y amabilidad que, aún pasados diez años, están presente en ella. La miré,
en profundo. Ella hizo lo mismo. Como entender que “amor a primera vista” ha sido y será un hecho
cierto. Buscó el texto y me lo entregó. Empecé a leerlo, en una de las mesitas asignadas para el
público. Obvio que no me pude concentrar. Cada minuto levantaba la vista y allí la veía, mirándome.
Eran las once de la mañana y no entendía nada del manual. Solo miradas mutuas. Una bata amplia.
Con escote, apropiado para el clima. El problema mío ha sido siempre mirar a las mujeres,
centrándome en sus senos. Buscando los pezones. Me causan una excitación absoluta. En el caso de
Doralbita fue lo mismo. No usaba brasieres. Por lo mismo, exhibía unos botones hermosos.
Sobresalían. Como queriendo reventar la tela. Lo mío empezó a crecer. Como nunca antes me había
pasado. Tanto que el miembro empezó a producir lo que yo llamo flujo. Tan abundante que mojó el
pantalón. Y se notaba, a simple vista.
Salí de la Biblioteca como a los doce meridianos. Me despedí de Doralba. Me miró la humedad de lo
de abajo del pantalón. Me dijo, “si quiere señor puede volver a la una de la tarde.” Volví a la
fritanguería. Compré dos empanadas de lechona y una gaseosa. Me senté en una de las bancas del
Parque. Cuando terminé, ya había desaparecido el vestigio de mi eyaculación temprana. Dí una
vuelta por las calles aledañas, hasta la una de la tarde.
Ya estaba ahí. Sin brasieres. Con esos botones más grandes. Como inflamados. Se notaba que se
había bañado. Comoquiera que se percibía ese frescor propio de quienes se han duchado. Esta vez
no le solicité el texto. Ella cerró la puerta de acceso. Colocó un aviso visible “Estoy en inventario”.
Mi bragueta no pudo más. Lo abultado de mi penecito se hizo más visible. Creció, aún más, cuando
la vi desnuda. Ahí, en el puesto de atención al público. Esos botones crecidos. La abordé con fuerza.
La tumbé. Lo demás fue puro forcejeo.
El tal Hipólito llegó como a las cuatro de la tarde, pero del día siguiente Nos vimos ahí, cerca de la
Biblioteca. Me salió con un cuento que solo él se lo cree. Que la finquita se incendió justo ayer. Que
calcularon mal el calor necesario para producir la miel. Que doña Eloísa, la arrendataria, hizo lo que
pudo. Pero, al final, se quemó todo. Incluida la caña recolectada. “Que pena señor Aurelio. No le
puedo cumplir el compromiso que hicimos. Pero, déjeme yo hablo con mi tío Ponciano que tiene una
finquita ahí más arribita de la mía. Como quien va para San Agustín…”
Viejo hijueputa, dije interiormente. ¿Para dónde cojo? ¿Ahora qué sigue? A la vieja le dije que,
aplicando esa opción, estábamos hechos. Recuerdo la canción”…sale loco de contento, con su
cargamento para la ciudad…”. ¿Qué le voy a decir, ahora cuando todo se escurrió entre mis manos?
Por cuenta de este malparido bocón.
Con Doralbita fue a otro precio. Me dijo, “…tranquilo, veremos qué podemos hacer. Lo único que me
preocupa es que, desde ayer en la tarde empecé a sentir mareos. Vomité casi toda la noche. Mi
mamá me dijo que esos síntomas, solo los presentan las embarazadas. Recordó el día en que ella y
mi papá, estuvieron, así como nosotros. Ahí mismito quedo preñada…”
¡Hum lo que faltaba! No jodás nena, si he sabido no…Resulta y pasa que, a mi vieja voy a volver,
no con holgura económica, como le dije que volvería. En cambio, le llevo un nieto. Y todo por culpa
de ese viejo marica. Y de mi alegre pene. Lo cierto, Doralbita, es que no sé para donde vamos a
coger. Ustedes sin casa. Yo sin casa. Ese hijo que está ahí, sin casa.
Don Éufrates, siguió dele que dele, a lo de la ilusión de vivienda. Iba y venía. Como es la vida de
impertinente. Y de puta. El jueves pasado, cuando iba para Neiva, el bus se volcó. Mi suegro quedó
atrapado en las latas que quedaron del Coomotor. Una pierna amputada. Y la mano derecha sin
ningún movimiento. Mejor dicho, como el “pobre Lara” del cual hablaba mi abuelo: miró pa ´arriba
y un palomo le cagó la cara”.
Yo lo reemplacé en eso de viajar a Neiva cada ocho días. En las oficinas de atención al público de la
Alcaldía, conocí a Prudencio. Él llegó al Huila, vía Isnos. Desde San Agustín. Le tocó, al comienzo,
comer de la que sabemos. Durmiendo, con sus dos hijos, una vez aquí. Otra allá. Pero siempre en la
calle. Cuando se colocó de barrendero municipal, alquiló una piecita, allá por la vía a Pitalito. Un tal
Luciano, brujo por cierto, le dijo que, en un sueño, había visto a sus dos hijos pintando una casa.
Cosa buena esa. Porque, según mi diccionario abreviado, significaba que debes ir a la Secretaría de
Riesgos y Soluciones para reclamar un formulario que están entregando para regalar casas nuevas a
todos los pobres de la región. Lo dijo Belisario. Y, a él, hay que creerle, porque es un porfiado. Lo
dicen las estadísticas. Desde 1964 estuvo buscando la presidencia de la República.
Prudencio le hizo caso a su vecino-consejero. Dos meses lleva haciendo cola, para lograr un formato,
para aplicar en la solicitud. Me contó, de paso, que conoce a don Éufrates. Cada semana, en la misma
fila, hablaban de todo, mientras esperaban ser atendidos. Que lo de doña Consueta, mujer de amplio
espectro en el coje coje. Que lo de la señora Ilduara, mosa de Rosendo Gavilán Perdomo, primo de
Castalia Velásquez, la asesora del Alcalde. Quien la inició en eso de la “casita propia”. Hasta le llevó
el formulario a la casa. Que lo de Verania Gómez, hija de Diosdado Pérez. Ella conoció de la promoción
“casa ya o nunca”, vía Ernesto Suescún, el marido de Hortensia Paniagua, su vecina. Desde enero ha
estado viniendo, cada semana. Vive en el barrio “Las Begonias”, al oriente de Neiva. Paga arriendo.
Se consigue la papa, yendo aquí para allá y viceversa. Mil del alma, cada mes. Además de sostenerle
el vicio a Pancracio, un vividor de siete suelas. Y son cinco hijas. Costó trabajo convencer a “ese
perro”, para que me dejara hacer la cirugía, en Profamilia, para cerrar el ojal. En fin que lleva casi
siete meses. Nos cuenta que, al comienzo, le asignaron una asesora muda. Y, como no sabía eso del
lenguaje de las señas, pidió ser trasladada a otra asesora. Le asignaron a la doctora Rebeca. Peor
que con la muda. Porque resultó con eso que llaman estrabismo. Todo lo lee a medias, descansando
los ojos después de cada dos palabras. En eso lleva tres semanas. Y, todavía, no ha podido entender
que yo si existo. Que lo que pasa es que, mi gemelo Pastor, hizo la solicitud al principio. Pero luego
se fue para Melgar, con nuestro primo Israel. Ella siempre estuvo enamorada de él. Desafiando,
incluso, las amenazas de Emperatriz Perdomo, amante perenne de Israel. Y que, tal vez por esto o
lo otro, se confundieron nombres y realidades
Por fin salió la lista de solicitudes aprobadas. Por orden ascendente, respecto al número de cédula.
Ni don Éufrates, ni Prudencio, ni Verania, ni… Nadie conocido. Por ahí dicen que los Diputados de la
Asamblea Departamental, manejaron fichas claves. Todos (as) los (as) favorecidos (as), tenían algo
en común: “habían pagado hasta tres mil pesos por un empujoncito. El que más empujoncitos dio
fue Filiberto Morazán”. Dicen que “se tapó de plata”. Más o menos dos millones.
Y, esa barriga creciendo. Ya, desentendidos de lo de la casita propia, nos metimos de lleno al
rebusque. Conocí, en esas, a Ezequiel Bermúdez. De Ramiriquí. Emparentado, por allá en cuarto
grado, con los Ardila Guataquira. Vendiendo de todo en las esquinas de Neiva. Desde el popular “todo
lo que vea a cien pesos”; hasta sofisticados cachivaches un poco más costosos.
Le dije a Doralba: “…no resisto más aquí. Además de la pobreza, súmale este calor tan hijueputa. Me
regreso para Bogotá. Allá, al menos, puedo contar con la vieja y con más espacio para vender cositas.
Tengo un primo que, tal vez, me ayude con un trabajito. Ese Lorenzo es amigo de todo el mundo.
Inclusive de algunos concejales. Si te vienes conmigo, la bebé no pasará tantas afugias, como las
tendrá naciendo aquí…”
El trancón, entrando a Bogotá por Soacha, siempre presente. Demoramos casi tres horas, en el
trayecto del Muña hasta la entrada a Bosa. Llegamos a la Aurora casi a las diez de la noche. La viejita
estaba esperándonos con un caldo de costilla delicioso. En cama, la Doralba hurgándome ahí abajo.
Hasta que lo mío creció. Y listo. A pesar de lo barrigona, no hubo problema para estar ahí adentro,
con ese palo al máximo.
Una vez nos levantamos, mi madre ya nos tenía changua calientica y dos pancitos. Le dije a Doralbita
que iría a la trece con veintidós; allí queda la oficinita de Lorenzo. Que ya ella sabía, para lo del
posible trabajito. Yo te llamo, si algo resulta. Debes estar pendiente. La señora Hilduara, la vecina,
nos hace el favor de pasarnos al teléfono. Ella ha sido y es muy generosa.
Este Lorenzo no va a cambiar nunca. Siempre con el mismo cuento. “Que el doctor Paniagua, me
tiene mucho afecto. Por lo mismo me ha ayudado mucho. Gracias a él, ese puestico en la placita de
mercado del Barrio Restrepo, para Egnosodin, mi hijo mayor. Y, con mi hija Clarita, lo de las
“escobitas” en el área de Paloquemao.
Yo entré a su oficina. Un calabozo parece. Sin ventanas. Sin nada. Leí un aviso colgado al entrar.
“Que conseguir casa propia, pasa por hablar conmigo.” Y lo esperé casi una hora. Cuando apareció,
con una sonrisa perversa. Eso de ¿“hola chino, que más?. Lo retrata al pie de figura. Como sujeto
parecido a los perdularios vividores. De esos que, en nuestro país, son de ir y venir. De simple estar
ahí. Sin nada que reivindicar. Simplemente, estar ahí. Sin valores asociados a un perfil sincero y
justo.” Que esperara. Ya tengo hablado a Jacinto Porvenir. Un bravo para eso de hacer lobby. A más
tardar en dos semanas te lo presento. Y verás que algo resulta.”
El señor Julián, me llamó esa noche. La vecinita me hizo el favor de pasarme la llamada. Me contó
“que ya iba muy adelantado lo del crédito para la casita. Solo le falta conseguir una referencia de
personalidad importante. Pero no la ha podido encontrar. Ha hablado con varios concejales y con
algunos Senadores. Ninguno se atreve. Simplemente porque les parezco un sujeto de bajo perfil. En
esas estoy. Además, le cuento que mi hijita Valeria quedó encantada con una casita que vio. Allá en
el Salitre. Pero, esa casa vale un jurgo. Cerca de ocho millones. Por lo que he averiguado con la
señora Josefina, asesora que me asignaron, necesitaría reunir, por lo menos, cuatro millones para
acceder a esa opción, como recurso seguro antes del préstamo del Gran Banco Central. Mi ilusión es
dejarles a mis hijos e hija algo buena, segura. No sé qué va a pasar si no lo encuentro. Inclusive, le
digo sinceramente, preferiría morir, si esta opción la pierdo. Es muy verraca la situación. Todo el
tiempo que he vivido. Y es como si apenas estuviera empezando a cogerle el pulso a las condiciones
en que se desenvuelve la vida. Sobre todo, si uno ha trasegado por lo inhóspito. Sin más recursos
que las manos para trabajar en cualquier cosa. Como quien dice, en lo que resulte. Así ha sido
siempre. Siento que he llevado una carga muy pesada, todo el tiempo.”
Me quedó sonando esto último. Como presintiendo que algo grave está por pasar. Este señor Julián
me puso a pensar. No solo es él. Muchas personas estamos en la misma situación. Viéndolo bien, lo
mío es más preocupante. Tanto como entender que está la vieja, cansada y ya con muchos años
encima. Y que solo me tiene a mí. Porque Esteban y Julio, ni les preocupa. Ni siquiera la visitan. Y,
además, ahora con la preñez de Doralbita. Es decir, un hijo en camino. Y yo sin empleo fijo. Ni
siquiera puedo hablar, como en el caso del señor Julián, de un ahorrito para soportar la petición de
crédito al Gran Banco Central. Y, según me dijo la Lucrecia, tarde que temprano debo cumplir y
demostrar ese requisito..
“…Hablar por hablar. Eso es lo que hacen esos perros que ofrecen ilusiones, alrededor de todo. De
un empleo. De una casa. De cupos en la universidad para los hijos…” La que habla es Amelia
Piedemonte Sinisterra. La conocí en el barrio “La Candelaria”. Aquí en Bogotá. Me la encontré por los
lados de Paloquemao, cuando iba a cumplir la cita con el tal Jacinto que me recomendó mi primo
Lorenzo. Era. Y es, todavía, una hembrota. Tiene de todo. Piernas, tetas, nalgas y ganas. Yo no sé
si ha sido inaugurada. Pero, con mucha pena de Doralbita, daría todo por ser el primero. O el último,
qué más da. Como buen buscador de tesoros sexuales, el serial no importa.
“…A pesar de todo, es lo único que me queda. La ilusión de tener una casita. Ya se lo he dado a tres
malparidos de esos. Y nada. Mientras estuvieron arriba jadeando, me prometieron hasta casa con
jacuzzi. Cuando terminaron, parece que se les dañó el disco duro. Y, vuelve y juega. Lo cierto es que
ya no me dejo engañar más. Si me vuelven a requerir, les corto la tripa. Y se la echo a los marranos.
Bastantes hay en casa de tía Georgina…”
Ese huevón de Jacinto llegó tres horas después. Afortunadamente, tenía doscientos pesitos en el
bolsillo. Me los regaló la vieja, al salir de casa. En “caldo parao”, engullí tremendo corrientazo. Sopita
de letras con menudencias. Arrocito con ensalada de cebolla cabezona. Dos huevitos y jugo de
toronja.
“Mire chino, empezó la alharaca, resulta y pasa que Serapio Martínez, medio hermano de Agapito
Tudesco, me está haciendo el cruce con Alipio Guasca. Lo que llamamos un catorce. El man tiene
muchos contactos. Inclusive con Marianito Boquejarro, decorador de interiores en Palacio. Es un
pintor soberbio. La brocha gorda siempre ha sido su carta de presentación. Él me prometió hablar
con Ignacio Montealegre, el que le hace las vueltas a Simón Pancracio Luján, asesor de Leonidas
Pocamonta. A su vez asesor de Policarpo del Carpio, asesor de Cornelio Bello. Este tiene posibilidad
de hablar todos los días con Emérito Pavallón. Y, por lo mismo, le puede solicitar a Adriano Perdomo,
que lo conecte con la señora Alcira Coca, quien atiende el servicio de tintos en las reuniones del
Consejo de Asesores, del Subgerente Ejecutivo de la Organización Buen Gobierno que se realizan
todos los días a las diez de la mañana. Siendo así estamos hechos. Porque, en los descansos, Alcirita,
puede hablar con Aristóteles Benítez, miembro principal de la Junta Directiva de “La Caja de Vivienda
Para Todos”, creada mediante Decreto 1654, para impulsar y financiar planes de vivienda dirigidos a
los más necesitados”.
Como puede ver amiguito, es cosa de dos o tres días. De todas maneras le prometo que usted, su
mamita, Doralbita y el bebé que viene camino, tendrán casita nueva. Y usted, particularmente, tendrá
trabajito. Así sea como auxiliar de atención al usuario en la Organización Las Mercedes, que orienta
Araminta Quirama, hermana de la sobrina de Juvenal Albarracín, que es ahijado mío…”
A decir verdad, sentí un desaliento ni de las putas. Esos vericuetos. Esas tramas. Esos sortilegios, me
crispan. Como queriendo decir: ¡ no más ¡. Pero la necesidad tiene, a toda hora, lo que llaman cara
de perro. Es decir, uno se tiene que aguantar. Porque, sino lo hace, es peor. No existe ni siquiera la
ilusión lejana de obtener trabajo y casa.
Nos dirigimos a la Oficina de Información. Pureza Urrego, nos dijo que el doctor Serapio está en
comisión de estudios en el exterior, desde hace dos semanas. Regresa el veintinueve de mayo. “Pero
si quiere, señor Jacinto, lo anoto aquí, en mi agenda, para concertar una cita, una vez regrese el
doctor. De seguro él le puede ayudar a usted y a su amigo, es muy bondadoso…”
“Paila chino. Tenemos que esperar. Lo que dijo la puta esa de Pureza, es ley. Siendo la moza de
Serapio, le conoce todos los pasos. Barbarita, la secretaria privada del man, se mantiene chicha con
ella. Simplemente, porque el viejo Serapio se las come a las dos. Pero fresco, yo sé que ese marica
nos puede ayudar…”
Para regresar a la casa, casi que tengo que cantar rancheras en la buseta. Porque, además del chorro
de babas del hijueputa de Jacinto, lo tuve que invitar a onces. Y no en cualquier parte. En “Galguerías
Aurora”. Sitio de caché. Y muy caro por cierto. Ahí dejé lo poco que me quedaba. Y ese malparido
ahíto. Como si nada.
Doralbita se había rodado por las escaleras. Del afán para bajar donde la vecina a contestar una
llamada de doña Zulma. La encontré muy lacerada. Y con abundante hemorragia. Mi vieja hizo lo
que pudo. Llamó al teléfono de “Urgencias Intermedias”, pero no la pudieron ayudar, porque el
médico Jefe, estaba en reunión con el General Guatibonza, en Túquerres. Llamó, también, a la Cruz
Roja, pero no la pudieron atender porque su Director General, tuvo que desplazarse a la Vereda “La
Iguana”, municipio de “La Perra”, para ejercer como garante de la entrega de tres secuestrados que
llevaban catorce años en poder de “FUERZAS ARMADAS COLOMBIANAS ALTERNATIVAS”.
Lo cierto es que volé en redondo. Aquí y allá. Se perdió el bebé. Doralbita se fracturó las dos piernas
y un brazo. Le dieron treinta y cuatro días de reposo absoluto.
El señor Julián volvió a llamar. Esta vez me dijo que su sobrina habló con la directora el “Hogar el
Buen Paso”. Una monja, llamada Sor Beatríz Achamendi. Ciudadana Uruguaya, nacionalizada en
Colombia. Y que, le dijo, “por nada ni nadie en el mundo, se quedan sin casita”. Venga mijita,
hablamos con la Hermana Superior. Estoy segura que, si usted se decide a hacer parte de nuestra
Orden, en tres añitos queda resuelto el problema. Lo que pasa es que, mucha gente desconfía del
Buen Dios. Por eso no logra nada. Yo sé que usted es de fiar…”
Nada de nada. Aprovechando la vacancia obligada, me dio por llamar a Mayer Candelo. Una viejota
que conocí en “Puente Largo”. Allá en el Putumayo, cuando fui cadete asignado a la Guarnición
Colombia Libre. Yo conocía sus pasos. Desde que me la culié. Hace diez años. Hembra Tenaz. Que
yo conozca, nadie le ha dado la talla. Por lo menos yo, casi que me muero después del segundo
arranque.
Me dijo que, una vez salí de Mocoa, de puro resentida se fue a vivir con Marcolino Cienfuegos. Yo lo
conocía. Arriero irrepetible. Bregaba con las mulas, como si fueran simples bueyes. Transitaba día y
noche. Bebedor al por mayor. Le jalaba a la bisexualidad. Con cualquiera de ellas. O con cualquiera
de ellos. Según decían, inauguró a Parsimoniato, el curita que atiende a los pocos fieles del entorno.
Un católico suigeneris. Da misa por no dejar. Pero predica el libre albedrío. Y, como exhibición
fundamental de libertario, habilito prostíbulos. Asumió una relación consultiva constante con los
Guerrilleros del Decimocuarto Frente. Y con las Autodefensas del Sur del País.
Supe, además, que se vino para Bogotá, cansada de tanta brega. Me dijo: “llegó el tiempo de dejar
descansar la cosita”. Con unos ahorritos montó un amanecedero en el Barrio Restrepo. Y se ilusionó
por aquello de conseguir casita “ahora o nunca”, como lo pregonaba Radio Secreta. Lleva catorce
meses. Ya casi. Solo le falta conseguir un codeudor con un patrimonio mayor de tres mil millones de
pesos y…listo.
Nos quedamos de ver en el Asadero “Las Pulgas de la Ternera”, al día siguiente. Le inventé un cuento
raro a Doralbita. Cuando llegué, la Mayer estaba ya ahí. Bebiendo cerveza. Con una cara de puta,
inigualable. También empecé a beber cervecita. Y estaba seguro que, conociéndola como la conozco,
beberíamos hasta que no nos cupiera un mililitro más.…y, así fue. Hablamos de todo y de todos y
todas. Hasta de Parsimoniato. Me contó que Marcolino lo mató en un momento de raba y celos.
Porque supo que su papacito era amante de Monseñor Salatiel Infante.
Lo demás, como quien dice, fue lo de menos. Creo que la inundé tres veces, antes de desfallecer.
Cuando desperté, la malparida de Mayer, estaba bebiendo y cogiéndole aquello al peladito que ayuda
en el asadero. Como pude llegué a la Aurora. Doralba estaba un tanto preocupada por mi demora.
Le dije que había estado en casa de don Julián, conociendo a su familia y almorzando.
Ve, que tan raro, me dijo Doralbita. La sobrina del señor Julián llamó temprano. Despuesito que te
fuiste. La señorita me dijo que te avisara que su tío había tomado matasiete. Lo encontraron tirado
en el piso, en su cuarto. Bueno, eso de decir su cuarto, es lo mismo que hablar del cuarto de él y
dos primos. Que, precisamente, no estaban porque tuvieron que doblar turno en esa empresa de
vigilancia para la cual trabajan.
Me quedé quieto. Como inmovilizado. Tanto por la mentira en que me cogió Doralba. Como por la
noticia de la muerte de don Julián. Recordé ese momento en que lo vi por última vez. Yo si me decía
“este señor no aguanta más el ir y venir con lo del préstamo para comprar la casita”. Y dicho y hecho.
No pudo más.
Como pude, me zafé del nudo ese de la mentira. Afortunadamente, para mí, Doralbita confía mucho
en mí. A la vez es como media ingenua. No atinó a ir más allá. Ahora si le dije la verdad:”…voy a ver
en que le puedo colaborar a la familia del señor Julián”. Y me fui, inclusive sin bañarme. Con ese olor
agrio que queda después del coito.
La señora Zulma, tuvo que redoblar el tiempo dedicado a lo de las costuritas y la confección. Claro,
como el señor Éufrates, quedó lisiado. Y como Doralba ya no estaba. Porque, además, los dos
muchachos están estudiando. José Luis y Luis José, afortunadamente son bien juiciosos e
inteligentes. Luis José ya está en sexto de bachillerato. José Luis, cursa cuarto de bachillerato. Es tan
aplicado, que ya le ofrecieron beca para, cuando termine, se vaya a estudiar a la Universidad de
Antioquia. Un profesor que estuvo de paso por Pitalito actuó como jurado en las olimpiadas de
matemáticas y física; y lo encantó el talento del chino.
Ese brazo del papá de Doralba, definitivamente no le sirve para nada. Esto, sumado a la amputación
de su pierna derecha, lo hace una persona que, para muchas cosas, no se puede valer por sí mismo.
Pero, tal vez lo más tenaz para él es sentirse impotente para asumir el rol que antes tenía. Y sin casa.
Dice él: “…es sentirse tan pobre absoluto que no dan ganas de vivir más. Doña Zulma, como ha
podido, trata de motivarlo para que no naufrague en la tristeza. Pero, además de lo que significa la
malparidez presente en la familia. Se vino encima el accidente de Doralbita. Y, por lo mismo, la
pérdida del bebé, o la bebé. Nos quedamos sin saber. Con lo tierna que es mi suegra. Ya se había
hecho a la idea de un nieto o nieta. Y, en su tiempo libre (¿…cuál? No lo sé). Lo cierto es que hizo
vestiditos para niño, azules. Y, por si era niña, rosados. Simplemente, siguiendo la tradición familiar.
Doralbita y mi madre, invitaron a toda la familia a pasar la semana santa en Bogotá. Con el aliciente
de subir a Monserrate. A pie, ellas y los dos muchachos. Y yo, con don Éufrates, en teleférico.
El sepelio de don Julián, fue muy conmovedor. Yo no sabía que su esposa lo había abandonado hace
casi diez años. Como el nunca abordó el tema, no había razón para haberme enterado. Solo tuvieron
una hija y un hijo. Napoleón Y Valeria Él se fue con su madre, cuando la separación. A pesar de que
doña Antonia, se fue detrás de un señor de nombre Adrián. Que fue vecino de la familia. Napoleón
no le paró bolas a eso. Quería y quiere tanto a su madre, que lo único deseado era estar a su lado.
Natalia, su hija, vive con Leticia, la mamá. Simplemente porque la quería y la quiere mucho. La señora
Leticia, se enamoró de Fabián Mahecha. Lo conoció una noche en la cual Napoleón le llevó serenata
con mariachis. Fabián era la primera voz. Valeria se fue para el Ecuador con un nieto de Julio
Jaramillo. Nunca volvió.
Pero, tal vez lo que más me impresionó, fue conocer que don Julián trabajó en la Ladrillera
Monserrate, desde pequeño. Su papá y su mamá murieron, a causa de balas perdidas. Eso fue como
en 1976. Algo absurdo. Pero real. Como pudo, Julián, se hizo a cariño de doña Evangelina Tocancipá.
Una vecina. La viejita lo arropó con cariño. Pero muy pobre. Había que subsistir. Por eso, Juliancito,
como ella lo llamaba, tuvo que trabajar. Siempre le habló a la señora Evangelina de su ilusión por
darle una casita. Conoció a Segundo Cosme. Afamado tramitador de lotes. Vendía lo que no era de
él. Se las arreglaba para sonsacar a empleados notariales, para fabricar escrituras falsas. Lo que le
pasó a Juliancito, le pasó a medio mundo. Le pidió un adelanto y le trazó un lote de cincuenta metros
cuadrados, en Lucero Alto. Claro que aparecieron los verdaderos dueños. La señora Evangelina se
murió de eso que llama “pena moral”. O tristeza, cuando conoció la situación. Los ahorritos de su
niño, todos al aire.
También supe que Viridiana Sanclemente, quien fue vecina de don Julián por espacio de diez años,
se enamoró de él. Y, cuando su esposa lo dejó, le propuso vivir juntos. Dicen que era una flaca
hermosa. Obrera en Conalvidrios. Dirigente Sindical. Tropelera. No se le quedaba callada a nadie. La
mataron un Primero de Mayo, cuando se dirigía a casa, para encontrarse con don Julián, después
que terminó la movilización. No supe averiguar cuanto la pudo haber amado. Lo cierto es que se
encerró durante cuarenta días. No quiso hablar con nadie. Ni con los compañeros y las compañeras
de trabajo de Viridiana. Mucho menos con los investigadores que querían conocer algunos detalles.
Mucho menos con sus vecinos y vecinas. Según me contaron, ni comió. Nadie sabe cómo no murió
de hambre. Sólo su sobrina Ana logró sacarlo adelante.
A todo lo anterior súmele la frustración con lo del Gran Banco Central. De su desilusión cuando
conoció que, definitivamente, su petición fue negada y archivada, por falta de recursos. Todo,
después de haber ido venido durante diez meses, al Gran Banco Central. Tal parece que murió con
lo justo. Media onza de “matasiete concentrado”. Al menos ya no sufrirá más.
Ese Domingo de Ramos, llegaron Zulma, don Éufrates, Luis José y José Luis. Mi madre se alegró
mucho conocerlos. El cansancio era mucho. Una vez se ducharon, almorzaron. Un arroz atollado,
como solo la sabe cocinar mi vieja.
Durmieron los cuatro, hasta las seis de la tarde. Prácticamente empataron. Ya que mi madre tenía
lista la cena. Empanadas hechas con guiso de papa, cebolla y carne. Nunca nos ha gustado las
empanadas hechas con arroz. Chocolatico con canela. Todo se fue. Estábamos transidos del hambre.
Ese lunes siguiente, después del desayuno salimos para La Candelaria. Barrio hermoso. Desde allí
creció Bogotá. Cuantos secretos encerraban esas casas. El imaginario virtuoso estuvo a flor de piel.
Casi dos horas estuvimos por sus calles. De la Candelaria arrancamos para El Museo del Oro. Fuimos
a conocer la Plaza de Toros Santamaría. Al Parque Nacional. Al Salitre. Habíamos llevado tamales.
Nos sentamos en una banquita, allá en El Parque de los Novios. Las hojas de los tamalitos, las
dejamos ahí, en la banquita. Al fin Doralbita no pudo venir con nosotros. La vecinita que se ofreció
para conseguirle par muletas, no pudo. Parece que, su nieto, el propietario de las muleticas, se las
había prestado a Catalina para que se las prestara a Fulgencio, su vecino.
Cuando llegamos para subir a Monserrate, el martes, nos tocó tremendo zafarrancho. Tres familias
enemistadas entre sí, se agarraron cuando se encontraron. Coscorrones, planazos, porrazos y una
que otra puñalada. Catorce heridos. Casi todos graves. Cuando llegaron los agentes de policía, todos
y todas a correr. Menos los dos pelaos apuñalados. Nos devolvimos.
El Jueves Santo, cuando íbamos para el Barrio Egipto, me encontré con la señora Anatolia y con
su familia. Nos conocimos uno de esos tantos días de tramitología ante el Gran Banco Central.
Me contó que se cansó de insistir. Ella y su familia. Afortunadamente mi nieta Paola, consiguió
un trabajito de tempo completo. En un almacén. No le pagan mucho, pero algo es algo. Eso sí
unos turnos ni los verracos señor Aurelio. Un día descanso al mes. Claro que a ella le ayuda
mucho ese cuerpo que tiene. Y esa carita de ángel. Tiene que andar con cuidado. Sus
compañeros de trabajo y el administrador están tras ella. Como si se tratara de un trofeo de
caza. Policarpo, se fugó. Me dejó embrazada, otra vez. Imagínese. Yo con cuarenta y cinco años
encima y que hice cerrar la brecha y voy a criar. Me ha ido muy mal. Mi cuerpo ya no resiste. Y
madrugando todos los días. Hasta los domingos. Vendiendo tamales ahí en la esquina, cerca al
ranchito. Me toca ir a Abastos en las tardes. A veces, hasta Paloquemao, cuando se ponen muy
escasas las hojas para envolverlos.
La relacioné con la señora Zulma. Con el señor Éufrates, con mi madre. Sólo había ido con ellas
y él. Los pelaos se quedaron ayudándole a Doralbita Con lo de empaquetar lociones. En esa
nueva modalidad que tiene Yambal. Le pagan a mil pesos la decena. Y es bastante dispendioso,
ya que el empaque interior se hace en un papel muy delgado. Y no se puede romper porque lo
tiene que pagar. Ese trabajito se lo recomendó la vecinita. La que nos hace el favor de pasarnos
al teléfono. Ella ya había pasado por eso. Lo dejó para atender al nuevo bebé. Con casi cuarenta
y pucho de años, todavía funciona.
Regresamos a casa casi a las cinco de la tarde. Nadie nos abrió cuando golpeamos la puerta. La
vecina tampoco estaba, como para preguntale si había visto a los pelaos y a Doralbita. Pasó
mucho tiempo. Al fin logramos que un cerrajero abriera la puerta. Nadie en casa. Todo estaba
como lo habíamos dejado en la mañana. Como cuando todo aparece intacto. Como si hubiera
permanecido sola.
Fuimos hasta el comando de policía, a todos los hospitales, a medicina legal. ¡Nada¡. Ni rastros
de ellos ni de ella. Mi madre arrancó a llorar. La señora Zulma también. Lo mismo don Éufrates.
Me contagiaron. Un llanto a cuatro voces, que se perdió en el silencio de la noche. Volví en la
mañana del día siguiente. Doña Zulma, mi madre y don Éufrates, quedaron en casa, mientras yo
atravesaba la ciudad de sur a norte, de oriente a occidente.
Toqué y nadie abrió. Como pude subí al techo de la casita y me descolgué por el patio. ¡Nadie¡.
Paso lo que pasó con Doralbita y los pelaos. Es decir, no sé qué se hicieron. Ahí, al pie de la cama
lloré sin cesar. Como niño a quien le roban su mamá. Recuerdo que, antes de quedarme dormido,
vi, a ráfagas sombras que volaban. Y yo con ellas…
Andando el tiempo me encontré al otro lado de la vida. Todo había pasado tan rápido que no me di
cuenta cuando fue. Lo cierto es que ya vivo al otro lado. Algunas cosas me parecen repetidas. Una
de ellas, la nostalgia. Como que esta es vital, para el mismo hecho de estar vivo. Una nostalgia
parecida a esa otra cosa que es la tristeza. Aquí, en esta otra versión, la vida está menos soportada
en el albur. Por lo menos eso es lo que percibo. Vi a la señora Zulma. A Doralbita. A mi madre. A Luis
José y José Luis. A don Éufrates. Caminando a mi lado. Pero se diluyeron en el tiempo y en el espacio.
Me quedé sin saber que pasó.
Hoy es un día cualquiera de un calendario que apenas estoy procesando. Una mañana en la cual
todos y todas corremos por calles diferenciadas; una nomenclatura centrada en los colores. Está la
calle gris. Aquí están todos aquellos y todas aquellas que antes fueron notarios y notarias del tiempo.
Aquellos y aquellas que le apostaron a generar condiciones de vida, con esa estrechez de visión, tan
propia de los agentes laberínticos. Está la calle roja. En ella veo gendarmes cada tres metros.
Uniformados a la usanza del siglo XXI. Es decir una mezcla de azules variados y blancos en diferentes
perfiles. Gritan y reclaman orden, en medio de una prisa que satura. La calle rosada, está habitada
por los híbridos. Esos y esas que vinieron a dar acá, a lomo de la invariancia. Como gemelos y
gemelas en multiplicación parecida a las setenta veces siete. La calle incolora es donde yo estoy.
Parece muy apropiada para las condiciones en las cuales llegué. Recuerdo que, cuando hice el tránsito
estaba atado a la entelequia; a ese tipo de propuestas que tanto me cautivaron. Propuestas
indescifrables. Tanto que estuve siempre sin poder hilvanar una idea en el contexto de la lógica que
reivindiqué. Bonifacio estaba a mi lado. El señor Julián, Mayer, la señora esposa del señor del carrito.
Al que mataron a por babear en la colectiva. También se perdieron. Se diluyeron. Quedé, otra vez,
solo.
Es casi el mediodía y crecen las hordas. De tal manera lo hacen, que no es posible medirlas. Ni en
su enésimo término; mucho menos en la configuración de parciales censales. Un mediodía sin sol.
Más bien una oscurana que obliga a prender las luces automáticas que cada cual posee. Luces que
permiten entrever los íconos básicos: la perversión y la enhiesta figura del Gobernador. Está allá, en
la plaza adyacente al palacio. Habla con sus asesores y otorga visas para marchar a cualquier lugar.
Y todo depende de los oficios y las profesiones. Y es que, aquí, todos y todas tenemos tatuado lo
que somos. Médicos y médicas especializados y especializadas en hacer perder la memoria; a la
manera de la siquiatría lacaniana. Ingenieros e ingenieras, cuyos referentes son las bitácoras para
las máquinas que vuelan a ras de tierra. Cenicientas que no pudieron ejercer libertad. En su pasado
fueron amas de casa, esclavas. Y transitaron a golpes, obligadas por sus machos. Y, aquí, son
preferidas por los aurigas del todopoderoso. Y van y vienen. Esclavos que no encontramos libertad
antes y que, repetimos el mismo oficio aquí. Nos reportan como ciudadanos de oficios varios. Claro
está, menos el de liderar revoluciones.
Cuando me acerqué a reclamar mi permiso, me reconocieron los asesores. Y se lo transmitieron al
Gobernador. Y este dispuso que fuera devuelto a lo que antes era. Y volví. Y estoy aquí, sintiendo
ese dolor originado en ese estado de interdicción propio de quienes, como yo, no servimos ni para lo
uno ni para lo otro. Ni aquí ni allá. O lo que es lo mismo: ni siquiera hacemos conciencia del significado
de estar vivos.
El gerente del Gran Banco Central, estaba conmigo. Creo que fue él quien indujo a los asesores para
que negaran mi permiso.
El Seminarista
A la legua se ve que fue una vocación tardía. Lo que pasa es que su madre no lo reconoció nunca.
Como casi todas, ella ha tratado de recomponer las cargas. Después de tanto asumir tristezas.
Andando, aquí y allá. Llevando su voz a todos los lugares. Una y otra vez. Sin imprecar. Sin expresar
siquiera un trozo de resentimiento.
Juvenal Socarrás nació. Como todos sus hijos y todas sus hijas. Un venir al mundo que se ha repetido
catorce veces. Inclusive, Fortunata Espeleta, siempre creyó en el paradigma asociado a exhibir
resignación. Ante cada preñez. Como esperando que fuese la última. Pero, al mismo tiempo, con
cabeza gacha. Como queriendo demostrar con ello que no había lugar en su vida para la
contracorriente. Y, por lo mismo, atendió a Juvenal con sonrisa amplia, siempre. Estando con él. En
todas sus afugias. Porque eso sí ha tenido el chino, problemas. Desde ese de nacer y crecer
babeándose. Llevarlo al jardín, todo un problema. Consentirlo en la tarde. Cuando llegaba llorando,
porque sus compañeritos y compañeritas le decían bobo.
Y, ya en el colegio igual. Tal vez peor. Porque, mientras más grandes los pelaos y las peladas, más
gozadores. Y Juvenal no se ayudaba. Ni se ayuda, ahora. Siguió y sigue lo mismo. A la babeadera le
sumó la movedera de la cabeza. Para un lado y para el otro. Como con el mal de san vito. Y su
flatulencia. Cada vez con mayor énfasis en todos los sitios. Y, todos y todas en el salón de clases,
protestando por la presencia del oloroso.
Y eso de pretender ser cura, surgió. Así, de pronto. A sus treinta y cuatro años. Después de haber
trasegado. Estuvo de casa en casa. De la mano de Fortunata. Que en casa de las tías Estipendia y
Belarmina. Que donde los tíos Deogracias y Zacarías. Que donde las primas Agapita y Condoleezza.
Que donde abuelas paterna y materna. En su orden María Graciana y Jael Cristina…En fin, dónde no
estuvo Juvenal. Hubo un periodo (de casi tres años) que estuvo conminado a su cuarto. Allí, viviendo
todo el día y todos los días. Los domingos, la madre, lo bañaba y acicalaba. Para que recibiera la
visita de Anastasia Bocanegra. Su novia. Un poco menos tarada. Un tanto más volantona. Más
despierta. Más con ganas de vivir sin causar tanto brega. Y la visita duraba casi seis horas. Desde las
ocho de la mañana y hasta las dos de la tarde. Con almuerzo incluido. Caldo de pajarilla, hígado y
punta de anca. Arroz con buñuelos y natilla. Jugo de tamarindo en leche. Bocadillos con aguapanela
de postre.
Y así pasó la reclusión. Y luego, el viaje al Santuario de las Lajas. Y a Girardota, donde el Señor Caído.
Y nada. Ninguna mejoría. Por el contrario, más baboso. Más flatulento. Más continuos los
movimientos de cabeza. Y, Cesáreo Socarrás haciéndose el pendejo. No se daba por enterado de
nada. Cuando no estaba trabajando en su almacén de víveres. Estaba borracho. Se acostaba a
esperar que Fortunata terminara sus quehaceres. La abordaba y listo. Así fue siempre. Así sucedieron
los catorce embarazos reportados. O, jugando parqués y dominó en casa de Laureano Amézquita.
Con Virginio Buenhombre y con Egidio Buenamoza. Los domingos. Desde las nueve de la mañana.
Y Calcárea Pinzón de Amézquita corriendo en la cocina. Preparando el desayuno para su amado
esposito y para sus amigos. Calentao, chocolate, pandequesos, huevos revueltos con hogao, arepas
de maíz pelao, quesito, mantequilla envuelta en hoja de plátano y empanadas. El almuerzo, casi
siempre, mondongo, arroz, carne frita, patacones, mazamorra con panela machacada en un trapo.
Y, a las cuatro de la tarde, la especialidad de Calcárea: una mezcla de dulces de duraznos, brevas,
mora y guanábana.; con leche y, al final, tinto bien cargadito.
Juvenal empezó a leer La Sagrada Biblia, a sus veintidós años. Con la asesoría de Hermenegildo
Sacristán Puche, el párroco de Villa Florida. Todo un glosario de explicaciones. Acerca de la
interpretación del Antiguo Testamento. Fundamentalmente en lo relacionado con la sucesión de
familias, tribus, dinastías. Hijos e hijas. Profetas y profecías. Lo mismo con el Nuevo Testamento.
También con las aclaraciones necesarias. Para lo de la Virgen María. Para lo del humilde José. Para
lo de las hermanas de María. Para lo de Juan el Bautista. Para lo de los doce apóstoles.
Particularmente en cuanto al rol de Juan, Pedro y Judas. Para lo del Imperio Romano y los gobiernos
locales. Para lo de Barrabás. Para lo de Caifás y todos los fariseos…En fin, que Juvenal, con todo y
sus males, aprendió. Se demoró ocho años. Pero asimiló. A los treinta ya era, pues, un experto.
Y, cuatro años después, vino la iluminación. Sucedió un domingo, mientras hablaba con Anastasia.
Sintió como un vahído. Abrió los ojos más de lo normal. Dejó al descubierto sus tupidas cataratas.
Gritó. Convulsionó. Se desmayó. Cuando volvió en sí, repudió a la noviecita. Alegó que había
escuchado la voz de Santa Marta que le transmitió la decisión del Todopoderoso, en términos de
que debía integrar su séquito del Santo Oficio. Incluida la obligatoriedad de mantenerse célibe.
Y, como casi todas, Fortunata madre recibió con agrado la determinación divina. Y se lo comunicó a
su querido Cesáreo. Y este le dijo “haga lo que le dé la gana con ese bobo”. Y ella hizo lo que le dio
la gana con su elegido Juvenal. Y habló con el padre Hermregildo. Y entre ella y él, hicieron todo lo
que era necesario hacer para que el señor Obispo de la Diócesis aceptara la versión del vahído y del
mensaje transmitido por Santa Marta. Y lograron que el Seminario Mayor de San Bartolomé de
Acacias, modificara los requisitos. Y, el elegido Juvenal que ni siquiera había logrado terminar grado
cuarto de bachillerato en ese entonces, fue matriculado. Con el compromiso de hacer nivelación, bajo
la conducción del padre Doroteo Benjamín Polanía Hinestroza.
Hoy por hoy han transcurrido dieciséis años, después de que Santa Marta transmitió el mensaje
divino. Fortunata madre falleció hace siete años y medio. Cesáreo padre murió el año ´pasado, en
medio de una borrachera de cuatro semanas. Juvenal sigue en su empeño de hacerse Pastor como
lo indicó el mensaje. Está en lo que se llama segundo nivel de Teología Fundamental Básica. Es algo
así como una tercera parte del recorrido que es necesario realizar. Quienes comenzaron con él
(muchachos de diecisiete años en ese entonces), ya llevan más de seis años ejerciendo el Ministerio
en diferentes municipios del país.
Juvenal cumplió cincuenta y tres años el diez de febrero pasado. Ya está en lo que se llama el tercer
nivel de Teología Fundamental Básica. Ha mejorado mucho. Ya no babea tanto. Sus cabeceos no son
tan prolongados. Su flatulencia es menor que hace treinta años. El Obispo actual de la Diócesis
Amaranto del Socorro Benjumea Isaza, fue compañero de clases de Juvenal. Ya, el padre Hermregildo
ha superado dos fases en el proceso de canonización… Ya Villa Florida es una ciudad con dos
rascacielos. Con un metro subterráneo. Ha contribuido con tres presidentes a la causa de sacar al
país adelante.
El día del sepelio de Juvenal Socarrás, a los setenta y cuatro años, el Obispo Maximiliano Alfonso
Luján, dijo:”…de todas maneras fue y será un santo. Lo declaró sacerdote post mortem. En su
memoria, todos los tres de marzo, de ahora en adelante, serán de festividad religiosa y de profundo
recogimiento”.

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Ilusionario: Crédito hipotecario o imposible sueño de casa propia

  • 1. Ilusionario Tal vez debí percibir ese acto de muerte. Julián tenía ese tipo de expresión en su cara, que solo tienen quienes han asumido la determinación de dejar de vivir por cuenta propia. Y fue así. Ni alegría ni tristeza. Simplemente recabo, ahora, la idea de la percepción. Como diciéndome, a mí mismo, ojala lo hubiera adivinado. Con esas ínfulas que me doy. En el sentido de conocer a la gente por dentro. Qué está pensando cada quien. Inclusive, en el circo callejero en que trabajé por un tiempo, me decían “Alberto el sujeto que le adivina lo de aquí y lo de allá”. Y la multitud me aclamaba. El día en que conocí a Julián Motta. Por cierto estaba junto a él. Esperando ser atendido por la asesora comercial del Gran Banco Central. Decía el aviso de primera plana, en el Diario Centinela: “El Gran Banco Central”, lo convoca a usted, a su mamá, a su suegra, a sus hijos, a su esposa, a…adquirir un crédito hipotecario. Bajos intereses. Excelente atención…no es una casa en el aire. ¡Venga ya! ¡Atrévase!¡Tenga casa hoy mismo! ¡Somos los mejores del mercado!”. Y, entramos en conversación. No teníamos afán. Y le dimos al dime y te diré. Cuenta don Julián, que nació en Pentecostés. Municipio de su amada Región de Pensilvania. Su infancia estuvo cruzada por hechos muy tristes, para él. Su padre, amo del hogar y de sus fronteras, fue y es, todavía, un sujeto típico de estas tierras azoladas por la cultura de lo perenne habida cuenta de que se es macho, machote. Y requetemachote. Así no lo quieran reconocer las sucesivas mujeres que ocupaban y ocupan el Ministerio Para la Equidad. Un tanto suigeneris el caso. Ya que, el Ejecutivo, no se cansaba ni se cansa de lanzar vítores a ultranza. ¡Qué alcanzamos la designación de territorio prototipo para entender y aplicar la equidad y la solidaridad de género! ¡Y otras cosas! Todavía recuerdo, me dijo, cuando mi padre castigaba a “SU MUJER”, mi madre. Simplemente porque sí. Es lo mismo que decir porque le daba y le da la gana. Yo nací en Puerto Escondido, situado en nuestra amada Costa Norte. Mi papá fue y es un holgazán, de aquí a cualquier parte. Se las daba y se las da de sujeto chévere. Cuando, en verdad, no es otra cosa que cabrío vergonzante. ¡Eso sí es cierto señor! Como que me llamo Pascuala Guasca de Perafán. Ustedes, los hombres, son los mismos en cada época y tiempo. Tanto como decirles que ése esposo mío fue siempre un entelerido, quejoso. Se enfermó de rociola, cuando guagua. Y, todavía está convaleciente. No mueve un dedo en la casa. Nunca ha trabajado. Según dice, porque todo le duele. La espalda, las articulaciones, la cabeza, los brazos…todo. Yo estoy aquí, precisamente, porque mi suegra me insistió mucho, para que me hiciera a una casita. Ella tampoco se aguanta a Serapio. Su hijo. Mi esposo. Inclusive, ella, va más allá y me contó que su hijo siempre estuvo asociado al bandolerismo. Ustedes saben. Eso de las gemas y no sé qué cuento. Hoy por hoy, vivimos en arriendo. Allá en Lucero Alto. Tengo siete hijos y cinco hijas. Eso sí, de padres diferentes. Pero, puedo asegurar, que Felipe, Marcio, Jenófanes, Bautisterio y Anacleto son de él. De ese aborrecido que siempre se me monta. Esté de día o de noche. Siempre he añorado tener una casita. Así sea como las de los pesebres. Yo vine, porque me lo sugirió doña Bertilda. Soy soltera. Madre de catorce hijos. Todos varones. Pergamanato, mi rudimentario esposo, solo sirve para nada. Como que les cuento que solo le gustan las canciones del Caballero Gaucho. Nada de trabajar. Vive ahí. Como al acecho. Rumiando pendejadas y tristezas. Pero nada de nada. Llevo toda la carga. Vivimos en las inmediaciones del Relleno de Doña Juana. Lo que si es cierto es que la señora Bertilda, regaña a cada rato a Pergamanato. Su hijo y mi esposo. Le dice “mijito, cuando va a cambiar. Fíjese que Sinforosa es muy guapa. Que ha sacado a sus hijos adelante. Aún sin su colaboración. Fíjese. Cambie de actitud…”. Otra vez estoy preñada. Van a ser quince del alma. En verdad no sé por qué algunas mujeres no
  • 2. cambiamos. Solo tenemos latente eso de que los hombres son candelita en la cama. Eso explica, al menos en mí, los sucesivos partos. Cuando será que nos atienden. Llevamos aquí casi seis horas. La doctora, a cada rato, sale y dice “tranquilos que a todos y todas los atendemos…” Fíjense que soy de Tarazá, Antioquia. Llegué a Bogotá el catorce de diciembre, año 1998. Cargada de problemas. Huyéndole a la violencia. A mi papá lo mataron porque, según dicen, era informante del ejército. A Casiano, mi esposo, también lo mataron. Dizque porque era informante de los guerrillos. A mi primer hijo lo mataron porque, como maestro de escuela, les decía a sus alumnos y alumnas que los únicos responsables de la violencia eran los ricos. Dicen que fueron los paracos. Don Josías me dijo que tranquila. Que lo del crédito era un hecho. Es más, de libre elección. Grande, pequeña…, más pequeña. Que esos señores y esas señoras del Gran Banco Central, si son elegantes. Sinceros (as). Qué están programados para hacer realidad las ilusiones. A mí me dijeron que, en diciembre, ya estaría con mis hijos en casita propia. Parlamient, mi hijo mayor, está aquí conmigo desde anoche a las 8:00 p.m. Nos turnamos. Mientras él duerme, yo estoy de pie en la fila. Cuando me agarra el cansancio, es él el que me reemplaza. Pero que pasará. Esta fila es interminable. Y muy despacio corren quienes están primero. Como si estuvieran dormidos los asesores. Mi nombre es Lesbia. Mucho gusto en estar con ustedes. Vivo en barrio “El Recreo”. Ahí he estado con mis hijos y mis nietas, desde 2002. Llegamos desde Cartago. Vivíamos, más o menos bien. Rigoberto, mi compañero, tenía un carrito en el cual hacía trasteos. En la misma ciudad. O para las veredas. Lo mataron, recuerdo ahora, un treinta y uno de enero. Se quedó dormido en la colectiva. Babeó a un señor. Este le pegó tres tiros. Por cochino. Vine porque escuché en Radio Secreta, esto de “casas, casi gratis. Acérquense donde don Baudelio Piedemonte. Calle 11 sur número 115.16 Este. Él les informa lo que hay que hacer. Y sí que me informó. Gran Banco Central, oficina Paloquemao. Con el Asesor, doctor Fulgencio Buenahora. Le dice que “…de parte de Baudelio, el hijo de Rebeca, amiga de su madre…” Y sí que nos cogió la lluvia. Yo no tenía paraguas. Ni plástico. Nada. A la esposa del finado Casiano, el viento le alzó la falda. Y casi se le ve todo, de la cintura para abajo. Afortunadamente, siempre se puso esas medias que llaman “tapatodo”. El señor Julián se puso tembloroso. Como cuando la fiebre humilla. La señora Pascuala. Ahí, tratando de no sentirse Ni mojada ni con frío. El señor Pancracio, de una, arreció con sus imprecaciones. ¡Qué Cristo Marica. Se te olvidó hacer milagros por andar cogiéndole las tetas a la Magdalena! Se lo llevaron. Pancracio estuvo en juicio inmediato. En el cual lo circunstancial opera como incitación al desorden público. Sobra decir que perdió el turno. Y yo seguía allí. Como concreción de lo absurdo. Nada que me atendían. La señora oriunda de San Juan Nepomuceno, comía una empanada un tanto grasosa, pero de carne. Yo me decidí por un tinto. El señor del carrito lleva en sus espaldas algo parecido a los señores que fumigan. Un tanquecito, conectado a dispensadores. La señora Petronila, salió de su cubículo. Nos saludó a todos y a todas. Nos dijo: Tranquilos y tranquilas, mañana será otro día. Simplemente porque no podemos atender a más personas. Con las dos que fueron atendidas, basta. Porque nuestro horario de atención es de 8:00 a.m., hasta las 3:00 P.M. Y ya son estas últimas. Para mañana, por favor, me traen una foto ampliada de los abuelos y abuelas paternos. Dos recomendaciones de los (las) vecinos (as) que han convivido con ustedes en el vecindario, en los últimos veinticinco años. Y, además, certificados de tradición y libertad de los propietarios de al lado, por izquierda de sus predios. Le sugiero hacer caso a estos requerimientos. En la intención de flexibilizar el proceso. Bertilda y Julián, como que se gustaron de inmediato. Lo digo, porque Julián me pidió el favor de guardarle el turno. A Él y a Bertilda, mientras iban a comprar unas arracachas para el ajiaco que iban a cocinar para celebrar el día en que el señor alcalde Gustavo Petro pierda el referendo. Pero, a decir verdad, con lo cerca que quedan los “amoblados” y el hecho de haber llegado al otro día; a uno le quedan dudas.
  • 3. La señorita Alcaparra, nos dio ánimo. Nos prometió que, a más tardar, recibirían papeles hasta las 8:00 a.m. del día siguiente. Pero, eso sí, tendríamos que irnos a casa y volver, lo más temprano que pudiéramos. Preferiblemente a las 3:00 a.m. Ella no respondería por la atención a aquellos y aquellas que llegaran más tarde de esa hora. Al llegar a la ventanilla, la señora Lucrecia Estupiñán, resultó ser paisana. Nació y se crió en Sabanalarga. Hija de Serafín Estupiñán y Anacleta Velásquez. En su juventud, lejana por cierto, estudió en el “Internado Para Señoritas Arcángel San Gabriel”. Después de graduarse como Bachiller “Emérita”, incursionó en las finanzas públicas. Hasta llegar al grado mayor. Es decir, cuando se entiende la dinámica de la venta y compra de valores. Una vez pasó el recordatorio, Lucrecia, me exigió dos certificados más: registro en el cual constara que Abigail, mi madre, se conoció con Benjamín, mi padre, en el Atrio de la Parroquia Divina Providencia. Pero que eso, de por sí, no era prueba alguna de que su hijo era bien habido. Es decir, plena expresión de su fe en Dios y en Todos Los Santos. Lo que cabía era la demostración de que mi madre y mi padre no me engendraron, producto de relación furtiva pecaminosa. Tal parece que a esa oficina se la había tomado, la Procuraduría General de la Nación. Por lo menos esa fue mi impresión. Conociendo, como conozco, los valores éticos del señor Ordóñez. De nada valieron mis súplicas. En el sentido del grado de dificultad que conlleva esa exigencia. Lucrecia, sin afanes, me dijo: la otra opción es una certificación en la cual conste que el núcleo familiar al cual usted pertenece, pueda demostrar que tienen recursos económicos ciertos en cuantía superior o igual a la media de la suma de los recursos que perciben, en promedio, los Senadores y Representantes en el Congreso. Más dos puntos básicos porcentuales asimilados a la sucesión de bienes inherentes a su familia y que coincidan con la tercera parte de las ganancias ocasionales de los presbíteros asociados a la Curia Arquidocesana de Regentes del Santo Oficio. Además, certificación cierta de que, en los últimos diez años, usted no ha sido beneficiado con el subsidio que se ha dispuesto para aquellos y aquellas que cumplan los requisitos. Volví a casa, casi a las diez de la noche. Confiando en que la señora Azucena cumpliría con el compromiso de guardarme el turno hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Claro está, de por medio, una propina concordante con el tercio del salario mínimo legal vigente, calculado para 2020.Cuando llegué, justo al otro día, la señora Azucena, a su vez, había vendido mi turno a un tercero, que adicionaba un cuarto de esa tercera parte, para poder entregar el puesto. Lucrecia ya estaba ahí. Con unas ojeras impresionantes. Como si, en la noche, hubiera recibido castigos inconmensurables. Ya era sabido que Adriano Vengoechea, su novio, tenía la peculiaridad de golpear y golpear a su pareja. Por lo más nimio. Pero, casi siempre, porque no compartiera con él su salario. O, cuando menos, la propina de los usuarios del Gran Banco Central. Este día, me tocó el turno 600. Cuando llamaron al 599, Lucrecia recibió una llamada urgente. De su mamá en Turbo, Antioquia. Su tatarabuelo se moría. La necesitaban para hacer efectivo el seguro que cubría todo riesgo. Como ese en que se veía envuelto el viejito: cayó del onceavo piso del edificio Mon y Velarde, en el cual funcionan las oficinas del “Cariño Mutuo”. Nada que ver, ella cerró la ventanilla con el aviso “disculpe, vuelvo tan pronto como pueda”. De vuelta a mi domicilio, me encontré con Bonifacio. Viejo amigo. Nos conocimos, cuando cursábamos primero de bachillerato en el Colegio Benjamin Franklin. Su vida, según me contó, estuvo plena de problemas. Estuvo como voluntario en la Guerra de los Garbanzos. Luego, un tanto lisiado, fue nombrado como tesorero en el Hospital San Rafael de Bogotá D.C... Allí trabajó dieciséis años. Nunca le alcanzó su salario para tener casita propia. Por lo mismo, cuando conoció el proyecto del Gran Banco Central, se ilusionó. Llevaba, cuando lo encontré, cuatro meses en la gestión necesaria.
  • 4. Hoy, le devolvieron la documentación, porque no pudo demostrar que lo bautizaron en San José del Guaviare y no en Riohacha. Además que, verificando sus ingresos, la diferencia entre el promedio del salario mínimo en 1967 y 1990, estos no sumaban el tercio de lo que devengaban los funcionarios cuya denominación en sus cargos era “Auxiliares de Proyecto Uno de Dedicación Exclusiva”, en el Piedemonte Llanero”. A mí siempre me cayó bien el Bonifacio. Recuerdo, inclusive, que compartimos novia. La tal Azalea. Hermosa criatura. Pero bien triscón. Lo cierto es que lo acompañé hasta la Terminal de Transportes. Iba para Pavarandocito, en Antioquia. Debía, además, rehacer todo el trámite vinculado con la fecha en que nació doña Belarmina, la mamá de Alba Lucía, su esposa. Condición indispensable para acceder a un turno para hablar con el Sub Gerente del Gran Banco Central. En la intención de beneficiarse del subsidio vigente para aquellos y aquellas solicitantes que tienen su suegra viva y que ven por ella. Pero qué cosa tan verraca, Doralba. Como así que perdiste el empleo. Ahora que vamos a hacer. Yo te registré como aportante en el núcleo familiar. Vas a ver, que nos ponen problema por eso. Porque, los veedores del Gran Banco Central, están rastreando siempre las novedades que se registran en cada familia que efectúa una solicitud de crédito hipotecario. Vaya uno a saber si, en nuestro caso, ya conocen lo que te pasó. Y es que, esta pequeñita mujer, ha estado conmigo todo el tiempo del mundo. Siempre fiel. Siempre lista. Ahora recuerdo como la conocí. Un diciembre en Pitalito. Una familia, su familia, entregada de lleno a la subsistencia. Con ella, eran y son doce personas. Muy estrecha la perspectiva. Lo que más confundía y confunde aún, es la falta de una casita. Recuerdo que su primera ilusión se presentó en 1982, cuando, el entonces presidente Belisario Betancur, empezó a ofrecer casitas sin cuota inicial. El viejo, don Éufrates, empezó a viajar a Neiva. Cada ocho días. Solo allí podía tramitar lo relacionado con la radicación de documentos. El pasaje desde Pitalito hasta Neiva, costaba en ese entonces mil pesos. Los ingresos familiares, contando con lo devengado por Doralba atendiendo la Biblioteca Municipal. Un puestico que le consiguió don Hildo Alzate, cuando tenía influencia en la alcaldía, como concejal. Ella ganaba un mil seiscientos pesos mensuales. Todo sumaba tres mil quinientos al mes. Doña Zulma Guzmán, la mamá de Doralbita, hacía arreglitos de ropa, en casa. Una maquinita de coser Singer que heredó de su mamá. Es decir, además de lo de la casa que llaman. Cocinar, lavar ropa, plancharla y el cuidado de cerdos. Una triada. La recomponían cada doce meses. Cuando los anteriores podían ser vendidos. Y vuelve y juega. Ese día de diciembre, yo había llegado cargado de ilusiones. Me habían ofrecido una finquita para trabajar. En San José de Isnos. Más o menos tres hectáreas. Ya con adelanto de siembras de caña panelera. Incluida la logística para la producción. Llegué muy temprano. La cita con don Eufrasio Tello, estaba programada para las tres de la tarde. Eran las nueve y veinte de la mañana, cuando me bajé del bus de Coomotor. Desayuné en una fritanguería ubicada en pleno parque central de Pitalito. Huevos fritos, tamal y chocolate. Me decidí por entrar a la Biblioteca Municipal, esperando encontrar un texto que me había recomendado el señor Hipólito Castaño, relacionado con la producción de panela. Allí estaba Doralba. Me atendió. Con esa gracia y amabilidad que, aún pasados diez años, están presente en ella. La miré, en profundo. Ella hizo lo mismo. Como entender que “amor a primera vista” ha sido y será un hecho cierto. Buscó el texto y me lo entregó. Empecé a leerlo, en una de las mesitas asignadas para el público. Obvio que no me pude concentrar. Cada minuto levantaba la vista y allí la veía, mirándome. Eran las once de la mañana y no entendía nada del manual. Solo miradas mutuas. Una bata amplia. Con escote, apropiado para el clima. El problema mío ha sido siempre mirar a las mujeres, centrándome en sus senos. Buscando los pezones. Me causan una excitación absoluta. En el caso de Doralbita fue lo mismo. No usaba brasieres. Por lo mismo, exhibía unos botones hermosos. Sobresalían. Como queriendo reventar la tela. Lo mío empezó a crecer. Como nunca antes me había
  • 5. pasado. Tanto que el miembro empezó a producir lo que yo llamo flujo. Tan abundante que mojó el pantalón. Y se notaba, a simple vista. Salí de la Biblioteca como a los doce meridianos. Me despedí de Doralba. Me miró la humedad de lo de abajo del pantalón. Me dijo, “si quiere señor puede volver a la una de la tarde.” Volví a la fritanguería. Compré dos empanadas de lechona y una gaseosa. Me senté en una de las bancas del Parque. Cuando terminé, ya había desaparecido el vestigio de mi eyaculación temprana. Dí una vuelta por las calles aledañas, hasta la una de la tarde. Ya estaba ahí. Sin brasieres. Con esos botones más grandes. Como inflamados. Se notaba que se había bañado. Comoquiera que se percibía ese frescor propio de quienes se han duchado. Esta vez no le solicité el texto. Ella cerró la puerta de acceso. Colocó un aviso visible “Estoy en inventario”. Mi bragueta no pudo más. Lo abultado de mi penecito se hizo más visible. Creció, aún más, cuando la vi desnuda. Ahí, en el puesto de atención al público. Esos botones crecidos. La abordé con fuerza. La tumbé. Lo demás fue puro forcejeo. El tal Hipólito llegó como a las cuatro de la tarde, pero del día siguiente Nos vimos ahí, cerca de la Biblioteca. Me salió con un cuento que solo él se lo cree. Que la finquita se incendió justo ayer. Que calcularon mal el calor necesario para producir la miel. Que doña Eloísa, la arrendataria, hizo lo que pudo. Pero, al final, se quemó todo. Incluida la caña recolectada. “Que pena señor Aurelio. No le puedo cumplir el compromiso que hicimos. Pero, déjeme yo hablo con mi tío Ponciano que tiene una finquita ahí más arribita de la mía. Como quien va para San Agustín…” Viejo hijueputa, dije interiormente. ¿Para dónde cojo? ¿Ahora qué sigue? A la vieja le dije que, aplicando esa opción, estábamos hechos. Recuerdo la canción”…sale loco de contento, con su cargamento para la ciudad…”. ¿Qué le voy a decir, ahora cuando todo se escurrió entre mis manos? Por cuenta de este malparido bocón. Con Doralbita fue a otro precio. Me dijo, “…tranquilo, veremos qué podemos hacer. Lo único que me preocupa es que, desde ayer en la tarde empecé a sentir mareos. Vomité casi toda la noche. Mi mamá me dijo que esos síntomas, solo los presentan las embarazadas. Recordó el día en que ella y mi papá, estuvieron, así como nosotros. Ahí mismito quedo preñada…” ¡Hum lo que faltaba! No jodás nena, si he sabido no…Resulta y pasa que, a mi vieja voy a volver, no con holgura económica, como le dije que volvería. En cambio, le llevo un nieto. Y todo por culpa de ese viejo marica. Y de mi alegre pene. Lo cierto, Doralbita, es que no sé para donde vamos a coger. Ustedes sin casa. Yo sin casa. Ese hijo que está ahí, sin casa. Don Éufrates, siguió dele que dele, a lo de la ilusión de vivienda. Iba y venía. Como es la vida de impertinente. Y de puta. El jueves pasado, cuando iba para Neiva, el bus se volcó. Mi suegro quedó atrapado en las latas que quedaron del Coomotor. Una pierna amputada. Y la mano derecha sin ningún movimiento. Mejor dicho, como el “pobre Lara” del cual hablaba mi abuelo: miró pa ´arriba y un palomo le cagó la cara”. Yo lo reemplacé en eso de viajar a Neiva cada ocho días. En las oficinas de atención al público de la Alcaldía, conocí a Prudencio. Él llegó al Huila, vía Isnos. Desde San Agustín. Le tocó, al comienzo, comer de la que sabemos. Durmiendo, con sus dos hijos, una vez aquí. Otra allá. Pero siempre en la calle. Cuando se colocó de barrendero municipal, alquiló una piecita, allá por la vía a Pitalito. Un tal Luciano, brujo por cierto, le dijo que, en un sueño, había visto a sus dos hijos pintando una casa. Cosa buena esa. Porque, según mi diccionario abreviado, significaba que debes ir a la Secretaría de Riesgos y Soluciones para reclamar un formulario que están entregando para regalar casas nuevas a todos los pobres de la región. Lo dijo Belisario. Y, a él, hay que creerle, porque es un porfiado. Lo dicen las estadísticas. Desde 1964 estuvo buscando la presidencia de la República.
  • 6. Prudencio le hizo caso a su vecino-consejero. Dos meses lleva haciendo cola, para lograr un formato, para aplicar en la solicitud. Me contó, de paso, que conoce a don Éufrates. Cada semana, en la misma fila, hablaban de todo, mientras esperaban ser atendidos. Que lo de doña Consueta, mujer de amplio espectro en el coje coje. Que lo de la señora Ilduara, mosa de Rosendo Gavilán Perdomo, primo de Castalia Velásquez, la asesora del Alcalde. Quien la inició en eso de la “casita propia”. Hasta le llevó el formulario a la casa. Que lo de Verania Gómez, hija de Diosdado Pérez. Ella conoció de la promoción “casa ya o nunca”, vía Ernesto Suescún, el marido de Hortensia Paniagua, su vecina. Desde enero ha estado viniendo, cada semana. Vive en el barrio “Las Begonias”, al oriente de Neiva. Paga arriendo. Se consigue la papa, yendo aquí para allá y viceversa. Mil del alma, cada mes. Además de sostenerle el vicio a Pancracio, un vividor de siete suelas. Y son cinco hijas. Costó trabajo convencer a “ese perro”, para que me dejara hacer la cirugía, en Profamilia, para cerrar el ojal. En fin que lleva casi siete meses. Nos cuenta que, al comienzo, le asignaron una asesora muda. Y, como no sabía eso del lenguaje de las señas, pidió ser trasladada a otra asesora. Le asignaron a la doctora Rebeca. Peor que con la muda. Porque resultó con eso que llaman estrabismo. Todo lo lee a medias, descansando los ojos después de cada dos palabras. En eso lleva tres semanas. Y, todavía, no ha podido entender que yo si existo. Que lo que pasa es que, mi gemelo Pastor, hizo la solicitud al principio. Pero luego se fue para Melgar, con nuestro primo Israel. Ella siempre estuvo enamorada de él. Desafiando, incluso, las amenazas de Emperatriz Perdomo, amante perenne de Israel. Y que, tal vez por esto o lo otro, se confundieron nombres y realidades Por fin salió la lista de solicitudes aprobadas. Por orden ascendente, respecto al número de cédula. Ni don Éufrates, ni Prudencio, ni Verania, ni… Nadie conocido. Por ahí dicen que los Diputados de la Asamblea Departamental, manejaron fichas claves. Todos (as) los (as) favorecidos (as), tenían algo en común: “habían pagado hasta tres mil pesos por un empujoncito. El que más empujoncitos dio fue Filiberto Morazán”. Dicen que “se tapó de plata”. Más o menos dos millones. Y, esa barriga creciendo. Ya, desentendidos de lo de la casita propia, nos metimos de lleno al rebusque. Conocí, en esas, a Ezequiel Bermúdez. De Ramiriquí. Emparentado, por allá en cuarto grado, con los Ardila Guataquira. Vendiendo de todo en las esquinas de Neiva. Desde el popular “todo lo que vea a cien pesos”; hasta sofisticados cachivaches un poco más costosos. Le dije a Doralba: “…no resisto más aquí. Además de la pobreza, súmale este calor tan hijueputa. Me regreso para Bogotá. Allá, al menos, puedo contar con la vieja y con más espacio para vender cositas. Tengo un primo que, tal vez, me ayude con un trabajito. Ese Lorenzo es amigo de todo el mundo. Inclusive de algunos concejales. Si te vienes conmigo, la bebé no pasará tantas afugias, como las tendrá naciendo aquí…” El trancón, entrando a Bogotá por Soacha, siempre presente. Demoramos casi tres horas, en el trayecto del Muña hasta la entrada a Bosa. Llegamos a la Aurora casi a las diez de la noche. La viejita estaba esperándonos con un caldo de costilla delicioso. En cama, la Doralba hurgándome ahí abajo. Hasta que lo mío creció. Y listo. A pesar de lo barrigona, no hubo problema para estar ahí adentro, con ese palo al máximo. Una vez nos levantamos, mi madre ya nos tenía changua calientica y dos pancitos. Le dije a Doralbita que iría a la trece con veintidós; allí queda la oficinita de Lorenzo. Que ya ella sabía, para lo del posible trabajito. Yo te llamo, si algo resulta. Debes estar pendiente. La señora Hilduara, la vecina, nos hace el favor de pasarnos al teléfono. Ella ha sido y es muy generosa. Este Lorenzo no va a cambiar nunca. Siempre con el mismo cuento. “Que el doctor Paniagua, me tiene mucho afecto. Por lo mismo me ha ayudado mucho. Gracias a él, ese puestico en la placita de mercado del Barrio Restrepo, para Egnosodin, mi hijo mayor. Y, con mi hija Clarita, lo de las “escobitas” en el área de Paloquemao.
  • 7. Yo entré a su oficina. Un calabozo parece. Sin ventanas. Sin nada. Leí un aviso colgado al entrar. “Que conseguir casa propia, pasa por hablar conmigo.” Y lo esperé casi una hora. Cuando apareció, con una sonrisa perversa. Eso de ¿“hola chino, que más?. Lo retrata al pie de figura. Como sujeto parecido a los perdularios vividores. De esos que, en nuestro país, son de ir y venir. De simple estar ahí. Sin nada que reivindicar. Simplemente, estar ahí. Sin valores asociados a un perfil sincero y justo.” Que esperara. Ya tengo hablado a Jacinto Porvenir. Un bravo para eso de hacer lobby. A más tardar en dos semanas te lo presento. Y verás que algo resulta.” El señor Julián, me llamó esa noche. La vecinita me hizo el favor de pasarme la llamada. Me contó “que ya iba muy adelantado lo del crédito para la casita. Solo le falta conseguir una referencia de personalidad importante. Pero no la ha podido encontrar. Ha hablado con varios concejales y con algunos Senadores. Ninguno se atreve. Simplemente porque les parezco un sujeto de bajo perfil. En esas estoy. Además, le cuento que mi hijita Valeria quedó encantada con una casita que vio. Allá en el Salitre. Pero, esa casa vale un jurgo. Cerca de ocho millones. Por lo que he averiguado con la señora Josefina, asesora que me asignaron, necesitaría reunir, por lo menos, cuatro millones para acceder a esa opción, como recurso seguro antes del préstamo del Gran Banco Central. Mi ilusión es dejarles a mis hijos e hija algo buena, segura. No sé qué va a pasar si no lo encuentro. Inclusive, le digo sinceramente, preferiría morir, si esta opción la pierdo. Es muy verraca la situación. Todo el tiempo que he vivido. Y es como si apenas estuviera empezando a cogerle el pulso a las condiciones en que se desenvuelve la vida. Sobre todo, si uno ha trasegado por lo inhóspito. Sin más recursos que las manos para trabajar en cualquier cosa. Como quien dice, en lo que resulte. Así ha sido siempre. Siento que he llevado una carga muy pesada, todo el tiempo.” Me quedó sonando esto último. Como presintiendo que algo grave está por pasar. Este señor Julián me puso a pensar. No solo es él. Muchas personas estamos en la misma situación. Viéndolo bien, lo mío es más preocupante. Tanto como entender que está la vieja, cansada y ya con muchos años encima. Y que solo me tiene a mí. Porque Esteban y Julio, ni les preocupa. Ni siquiera la visitan. Y, además, ahora con la preñez de Doralbita. Es decir, un hijo en camino. Y yo sin empleo fijo. Ni siquiera puedo hablar, como en el caso del señor Julián, de un ahorrito para soportar la petición de crédito al Gran Banco Central. Y, según me dijo la Lucrecia, tarde que temprano debo cumplir y demostrar ese requisito.. “…Hablar por hablar. Eso es lo que hacen esos perros que ofrecen ilusiones, alrededor de todo. De un empleo. De una casa. De cupos en la universidad para los hijos…” La que habla es Amelia Piedemonte Sinisterra. La conocí en el barrio “La Candelaria”. Aquí en Bogotá. Me la encontré por los lados de Paloquemao, cuando iba a cumplir la cita con el tal Jacinto que me recomendó mi primo Lorenzo. Era. Y es, todavía, una hembrota. Tiene de todo. Piernas, tetas, nalgas y ganas. Yo no sé si ha sido inaugurada. Pero, con mucha pena de Doralbita, daría todo por ser el primero. O el último, qué más da. Como buen buscador de tesoros sexuales, el serial no importa. “…A pesar de todo, es lo único que me queda. La ilusión de tener una casita. Ya se lo he dado a tres malparidos de esos. Y nada. Mientras estuvieron arriba jadeando, me prometieron hasta casa con jacuzzi. Cuando terminaron, parece que se les dañó el disco duro. Y, vuelve y juega. Lo cierto es que ya no me dejo engañar más. Si me vuelven a requerir, les corto la tripa. Y se la echo a los marranos. Bastantes hay en casa de tía Georgina…” Ese huevón de Jacinto llegó tres horas después. Afortunadamente, tenía doscientos pesitos en el bolsillo. Me los regaló la vieja, al salir de casa. En “caldo parao”, engullí tremendo corrientazo. Sopita de letras con menudencias. Arrocito con ensalada de cebolla cabezona. Dos huevitos y jugo de toronja. “Mire chino, empezó la alharaca, resulta y pasa que Serapio Martínez, medio hermano de Agapito Tudesco, me está haciendo el cruce con Alipio Guasca. Lo que llamamos un catorce. El man tiene muchos contactos. Inclusive con Marianito Boquejarro, decorador de interiores en Palacio. Es un
  • 8. pintor soberbio. La brocha gorda siempre ha sido su carta de presentación. Él me prometió hablar con Ignacio Montealegre, el que le hace las vueltas a Simón Pancracio Luján, asesor de Leonidas Pocamonta. A su vez asesor de Policarpo del Carpio, asesor de Cornelio Bello. Este tiene posibilidad de hablar todos los días con Emérito Pavallón. Y, por lo mismo, le puede solicitar a Adriano Perdomo, que lo conecte con la señora Alcira Coca, quien atiende el servicio de tintos en las reuniones del Consejo de Asesores, del Subgerente Ejecutivo de la Organización Buen Gobierno que se realizan todos los días a las diez de la mañana. Siendo así estamos hechos. Porque, en los descansos, Alcirita, puede hablar con Aristóteles Benítez, miembro principal de la Junta Directiva de “La Caja de Vivienda Para Todos”, creada mediante Decreto 1654, para impulsar y financiar planes de vivienda dirigidos a los más necesitados”. Como puede ver amiguito, es cosa de dos o tres días. De todas maneras le prometo que usted, su mamita, Doralbita y el bebé que viene camino, tendrán casita nueva. Y usted, particularmente, tendrá trabajito. Así sea como auxiliar de atención al usuario en la Organización Las Mercedes, que orienta Araminta Quirama, hermana de la sobrina de Juvenal Albarracín, que es ahijado mío…” A decir verdad, sentí un desaliento ni de las putas. Esos vericuetos. Esas tramas. Esos sortilegios, me crispan. Como queriendo decir: ¡ no más ¡. Pero la necesidad tiene, a toda hora, lo que llaman cara de perro. Es decir, uno se tiene que aguantar. Porque, sino lo hace, es peor. No existe ni siquiera la ilusión lejana de obtener trabajo y casa. Nos dirigimos a la Oficina de Información. Pureza Urrego, nos dijo que el doctor Serapio está en comisión de estudios en el exterior, desde hace dos semanas. Regresa el veintinueve de mayo. “Pero si quiere, señor Jacinto, lo anoto aquí, en mi agenda, para concertar una cita, una vez regrese el doctor. De seguro él le puede ayudar a usted y a su amigo, es muy bondadoso…” “Paila chino. Tenemos que esperar. Lo que dijo la puta esa de Pureza, es ley. Siendo la moza de Serapio, le conoce todos los pasos. Barbarita, la secretaria privada del man, se mantiene chicha con ella. Simplemente, porque el viejo Serapio se las come a las dos. Pero fresco, yo sé que ese marica nos puede ayudar…” Para regresar a la casa, casi que tengo que cantar rancheras en la buseta. Porque, además del chorro de babas del hijueputa de Jacinto, lo tuve que invitar a onces. Y no en cualquier parte. En “Galguerías Aurora”. Sitio de caché. Y muy caro por cierto. Ahí dejé lo poco que me quedaba. Y ese malparido ahíto. Como si nada. Doralbita se había rodado por las escaleras. Del afán para bajar donde la vecina a contestar una llamada de doña Zulma. La encontré muy lacerada. Y con abundante hemorragia. Mi vieja hizo lo que pudo. Llamó al teléfono de “Urgencias Intermedias”, pero no la pudieron ayudar, porque el médico Jefe, estaba en reunión con el General Guatibonza, en Túquerres. Llamó, también, a la Cruz Roja, pero no la pudieron atender porque su Director General, tuvo que desplazarse a la Vereda “La Iguana”, municipio de “La Perra”, para ejercer como garante de la entrega de tres secuestrados que llevaban catorce años en poder de “FUERZAS ARMADAS COLOMBIANAS ALTERNATIVAS”. Lo cierto es que volé en redondo. Aquí y allá. Se perdió el bebé. Doralbita se fracturó las dos piernas y un brazo. Le dieron treinta y cuatro días de reposo absoluto. El señor Julián volvió a llamar. Esta vez me dijo que su sobrina habló con la directora el “Hogar el Buen Paso”. Una monja, llamada Sor Beatríz Achamendi. Ciudadana Uruguaya, nacionalizada en Colombia. Y que, le dijo, “por nada ni nadie en el mundo, se quedan sin casita”. Venga mijita, hablamos con la Hermana Superior. Estoy segura que, si usted se decide a hacer parte de nuestra Orden, en tres añitos queda resuelto el problema. Lo que pasa es que, mucha gente desconfía del Buen Dios. Por eso no logra nada. Yo sé que usted es de fiar…”
  • 9. Nada de nada. Aprovechando la vacancia obligada, me dio por llamar a Mayer Candelo. Una viejota que conocí en “Puente Largo”. Allá en el Putumayo, cuando fui cadete asignado a la Guarnición Colombia Libre. Yo conocía sus pasos. Desde que me la culié. Hace diez años. Hembra Tenaz. Que yo conozca, nadie le ha dado la talla. Por lo menos yo, casi que me muero después del segundo arranque. Me dijo que, una vez salí de Mocoa, de puro resentida se fue a vivir con Marcolino Cienfuegos. Yo lo conocía. Arriero irrepetible. Bregaba con las mulas, como si fueran simples bueyes. Transitaba día y noche. Bebedor al por mayor. Le jalaba a la bisexualidad. Con cualquiera de ellas. O con cualquiera de ellos. Según decían, inauguró a Parsimoniato, el curita que atiende a los pocos fieles del entorno. Un católico suigeneris. Da misa por no dejar. Pero predica el libre albedrío. Y, como exhibición fundamental de libertario, habilito prostíbulos. Asumió una relación consultiva constante con los Guerrilleros del Decimocuarto Frente. Y con las Autodefensas del Sur del País. Supe, además, que se vino para Bogotá, cansada de tanta brega. Me dijo: “llegó el tiempo de dejar descansar la cosita”. Con unos ahorritos montó un amanecedero en el Barrio Restrepo. Y se ilusionó por aquello de conseguir casita “ahora o nunca”, como lo pregonaba Radio Secreta. Lleva catorce meses. Ya casi. Solo le falta conseguir un codeudor con un patrimonio mayor de tres mil millones de pesos y…listo. Nos quedamos de ver en el Asadero “Las Pulgas de la Ternera”, al día siguiente. Le inventé un cuento raro a Doralbita. Cuando llegué, la Mayer estaba ya ahí. Bebiendo cerveza. Con una cara de puta, inigualable. También empecé a beber cervecita. Y estaba seguro que, conociéndola como la conozco, beberíamos hasta que no nos cupiera un mililitro más.…y, así fue. Hablamos de todo y de todos y todas. Hasta de Parsimoniato. Me contó que Marcolino lo mató en un momento de raba y celos. Porque supo que su papacito era amante de Monseñor Salatiel Infante. Lo demás, como quien dice, fue lo de menos. Creo que la inundé tres veces, antes de desfallecer. Cuando desperté, la malparida de Mayer, estaba bebiendo y cogiéndole aquello al peladito que ayuda en el asadero. Como pude llegué a la Aurora. Doralba estaba un tanto preocupada por mi demora. Le dije que había estado en casa de don Julián, conociendo a su familia y almorzando. Ve, que tan raro, me dijo Doralbita. La sobrina del señor Julián llamó temprano. Despuesito que te fuiste. La señorita me dijo que te avisara que su tío había tomado matasiete. Lo encontraron tirado en el piso, en su cuarto. Bueno, eso de decir su cuarto, es lo mismo que hablar del cuarto de él y dos primos. Que, precisamente, no estaban porque tuvieron que doblar turno en esa empresa de vigilancia para la cual trabajan. Me quedé quieto. Como inmovilizado. Tanto por la mentira en que me cogió Doralba. Como por la noticia de la muerte de don Julián. Recordé ese momento en que lo vi por última vez. Yo si me decía “este señor no aguanta más el ir y venir con lo del préstamo para comprar la casita”. Y dicho y hecho. No pudo más. Como pude, me zafé del nudo ese de la mentira. Afortunadamente, para mí, Doralbita confía mucho en mí. A la vez es como media ingenua. No atinó a ir más allá. Ahora si le dije la verdad:”…voy a ver en que le puedo colaborar a la familia del señor Julián”. Y me fui, inclusive sin bañarme. Con ese olor agrio que queda después del coito. La señora Zulma, tuvo que redoblar el tiempo dedicado a lo de las costuritas y la confección. Claro, como el señor Éufrates, quedó lisiado. Y como Doralba ya no estaba. Porque, además, los dos muchachos están estudiando. José Luis y Luis José, afortunadamente son bien juiciosos e inteligentes. Luis José ya está en sexto de bachillerato. José Luis, cursa cuarto de bachillerato. Es tan aplicado, que ya le ofrecieron beca para, cuando termine, se vaya a estudiar a la Universidad de Antioquia. Un profesor que estuvo de paso por Pitalito actuó como jurado en las olimpiadas de matemáticas y física; y lo encantó el talento del chino.
  • 10. Ese brazo del papá de Doralba, definitivamente no le sirve para nada. Esto, sumado a la amputación de su pierna derecha, lo hace una persona que, para muchas cosas, no se puede valer por sí mismo. Pero, tal vez lo más tenaz para él es sentirse impotente para asumir el rol que antes tenía. Y sin casa. Dice él: “…es sentirse tan pobre absoluto que no dan ganas de vivir más. Doña Zulma, como ha podido, trata de motivarlo para que no naufrague en la tristeza. Pero, además de lo que significa la malparidez presente en la familia. Se vino encima el accidente de Doralbita. Y, por lo mismo, la pérdida del bebé, o la bebé. Nos quedamos sin saber. Con lo tierna que es mi suegra. Ya se había hecho a la idea de un nieto o nieta. Y, en su tiempo libre (¿…cuál? No lo sé). Lo cierto es que hizo vestiditos para niño, azules. Y, por si era niña, rosados. Simplemente, siguiendo la tradición familiar. Doralbita y mi madre, invitaron a toda la familia a pasar la semana santa en Bogotá. Con el aliciente de subir a Monserrate. A pie, ellas y los dos muchachos. Y yo, con don Éufrates, en teleférico. El sepelio de don Julián, fue muy conmovedor. Yo no sabía que su esposa lo había abandonado hace casi diez años. Como el nunca abordó el tema, no había razón para haberme enterado. Solo tuvieron una hija y un hijo. Napoleón Y Valeria Él se fue con su madre, cuando la separación. A pesar de que doña Antonia, se fue detrás de un señor de nombre Adrián. Que fue vecino de la familia. Napoleón no le paró bolas a eso. Quería y quiere tanto a su madre, que lo único deseado era estar a su lado. Natalia, su hija, vive con Leticia, la mamá. Simplemente porque la quería y la quiere mucho. La señora Leticia, se enamoró de Fabián Mahecha. Lo conoció una noche en la cual Napoleón le llevó serenata con mariachis. Fabián era la primera voz. Valeria se fue para el Ecuador con un nieto de Julio Jaramillo. Nunca volvió. Pero, tal vez lo que más me impresionó, fue conocer que don Julián trabajó en la Ladrillera Monserrate, desde pequeño. Su papá y su mamá murieron, a causa de balas perdidas. Eso fue como en 1976. Algo absurdo. Pero real. Como pudo, Julián, se hizo a cariño de doña Evangelina Tocancipá. Una vecina. La viejita lo arropó con cariño. Pero muy pobre. Había que subsistir. Por eso, Juliancito, como ella lo llamaba, tuvo que trabajar. Siempre le habló a la señora Evangelina de su ilusión por darle una casita. Conoció a Segundo Cosme. Afamado tramitador de lotes. Vendía lo que no era de él. Se las arreglaba para sonsacar a empleados notariales, para fabricar escrituras falsas. Lo que le pasó a Juliancito, le pasó a medio mundo. Le pidió un adelanto y le trazó un lote de cincuenta metros cuadrados, en Lucero Alto. Claro que aparecieron los verdaderos dueños. La señora Evangelina se murió de eso que llama “pena moral”. O tristeza, cuando conoció la situación. Los ahorritos de su niño, todos al aire. También supe que Viridiana Sanclemente, quien fue vecina de don Julián por espacio de diez años, se enamoró de él. Y, cuando su esposa lo dejó, le propuso vivir juntos. Dicen que era una flaca hermosa. Obrera en Conalvidrios. Dirigente Sindical. Tropelera. No se le quedaba callada a nadie. La mataron un Primero de Mayo, cuando se dirigía a casa, para encontrarse con don Julián, después que terminó la movilización. No supe averiguar cuanto la pudo haber amado. Lo cierto es que se encerró durante cuarenta días. No quiso hablar con nadie. Ni con los compañeros y las compañeras de trabajo de Viridiana. Mucho menos con los investigadores que querían conocer algunos detalles. Mucho menos con sus vecinos y vecinas. Según me contaron, ni comió. Nadie sabe cómo no murió de hambre. Sólo su sobrina Ana logró sacarlo adelante. A todo lo anterior súmele la frustración con lo del Gran Banco Central. De su desilusión cuando conoció que, definitivamente, su petición fue negada y archivada, por falta de recursos. Todo, después de haber ido venido durante diez meses, al Gran Banco Central. Tal parece que murió con lo justo. Media onza de “matasiete concentrado”. Al menos ya no sufrirá más. Ese Domingo de Ramos, llegaron Zulma, don Éufrates, Luis José y José Luis. Mi madre se alegró mucho conocerlos. El cansancio era mucho. Una vez se ducharon, almorzaron. Un arroz atollado, como solo la sabe cocinar mi vieja.
  • 11. Durmieron los cuatro, hasta las seis de la tarde. Prácticamente empataron. Ya que mi madre tenía lista la cena. Empanadas hechas con guiso de papa, cebolla y carne. Nunca nos ha gustado las empanadas hechas con arroz. Chocolatico con canela. Todo se fue. Estábamos transidos del hambre. Ese lunes siguiente, después del desayuno salimos para La Candelaria. Barrio hermoso. Desde allí creció Bogotá. Cuantos secretos encerraban esas casas. El imaginario virtuoso estuvo a flor de piel. Casi dos horas estuvimos por sus calles. De la Candelaria arrancamos para El Museo del Oro. Fuimos a conocer la Plaza de Toros Santamaría. Al Parque Nacional. Al Salitre. Habíamos llevado tamales. Nos sentamos en una banquita, allá en El Parque de los Novios. Las hojas de los tamalitos, las dejamos ahí, en la banquita. Al fin Doralbita no pudo venir con nosotros. La vecinita que se ofreció para conseguirle par muletas, no pudo. Parece que, su nieto, el propietario de las muleticas, se las había prestado a Catalina para que se las prestara a Fulgencio, su vecino. Cuando llegamos para subir a Monserrate, el martes, nos tocó tremendo zafarrancho. Tres familias enemistadas entre sí, se agarraron cuando se encontraron. Coscorrones, planazos, porrazos y una que otra puñalada. Catorce heridos. Casi todos graves. Cuando llegaron los agentes de policía, todos y todas a correr. Menos los dos pelaos apuñalados. Nos devolvimos. El Jueves Santo, cuando íbamos para el Barrio Egipto, me encontré con la señora Anatolia y con su familia. Nos conocimos uno de esos tantos días de tramitología ante el Gran Banco Central. Me contó que se cansó de insistir. Ella y su familia. Afortunadamente mi nieta Paola, consiguió un trabajito de tempo completo. En un almacén. No le pagan mucho, pero algo es algo. Eso sí unos turnos ni los verracos señor Aurelio. Un día descanso al mes. Claro que a ella le ayuda mucho ese cuerpo que tiene. Y esa carita de ángel. Tiene que andar con cuidado. Sus compañeros de trabajo y el administrador están tras ella. Como si se tratara de un trofeo de caza. Policarpo, se fugó. Me dejó embrazada, otra vez. Imagínese. Yo con cuarenta y cinco años encima y que hice cerrar la brecha y voy a criar. Me ha ido muy mal. Mi cuerpo ya no resiste. Y madrugando todos los días. Hasta los domingos. Vendiendo tamales ahí en la esquina, cerca al ranchito. Me toca ir a Abastos en las tardes. A veces, hasta Paloquemao, cuando se ponen muy escasas las hojas para envolverlos. La relacioné con la señora Zulma. Con el señor Éufrates, con mi madre. Sólo había ido con ellas y él. Los pelaos se quedaron ayudándole a Doralbita Con lo de empaquetar lociones. En esa nueva modalidad que tiene Yambal. Le pagan a mil pesos la decena. Y es bastante dispendioso, ya que el empaque interior se hace en un papel muy delgado. Y no se puede romper porque lo tiene que pagar. Ese trabajito se lo recomendó la vecinita. La que nos hace el favor de pasarnos al teléfono. Ella ya había pasado por eso. Lo dejó para atender al nuevo bebé. Con casi cuarenta y pucho de años, todavía funciona. Regresamos a casa casi a las cinco de la tarde. Nadie nos abrió cuando golpeamos la puerta. La vecina tampoco estaba, como para preguntale si había visto a los pelaos y a Doralbita. Pasó mucho tiempo. Al fin logramos que un cerrajero abriera la puerta. Nadie en casa. Todo estaba como lo habíamos dejado en la mañana. Como cuando todo aparece intacto. Como si hubiera permanecido sola. Fuimos hasta el comando de policía, a todos los hospitales, a medicina legal. ¡Nada¡. Ni rastros de ellos ni de ella. Mi madre arrancó a llorar. La señora Zulma también. Lo mismo don Éufrates. Me contagiaron. Un llanto a cuatro voces, que se perdió en el silencio de la noche. Volví en la mañana del día siguiente. Doña Zulma, mi madre y don Éufrates, quedaron en casa, mientras yo atravesaba la ciudad de sur a norte, de oriente a occidente.
  • 12. Toqué y nadie abrió. Como pude subí al techo de la casita y me descolgué por el patio. ¡Nadie¡. Paso lo que pasó con Doralbita y los pelaos. Es decir, no sé qué se hicieron. Ahí, al pie de la cama lloré sin cesar. Como niño a quien le roban su mamá. Recuerdo que, antes de quedarme dormido, vi, a ráfagas sombras que volaban. Y yo con ellas… Andando el tiempo me encontré al otro lado de la vida. Todo había pasado tan rápido que no me di cuenta cuando fue. Lo cierto es que ya vivo al otro lado. Algunas cosas me parecen repetidas. Una de ellas, la nostalgia. Como que esta es vital, para el mismo hecho de estar vivo. Una nostalgia parecida a esa otra cosa que es la tristeza. Aquí, en esta otra versión, la vida está menos soportada en el albur. Por lo menos eso es lo que percibo. Vi a la señora Zulma. A Doralbita. A mi madre. A Luis José y José Luis. A don Éufrates. Caminando a mi lado. Pero se diluyeron en el tiempo y en el espacio. Me quedé sin saber que pasó. Hoy es un día cualquiera de un calendario que apenas estoy procesando. Una mañana en la cual todos y todas corremos por calles diferenciadas; una nomenclatura centrada en los colores. Está la calle gris. Aquí están todos aquellos y todas aquellas que antes fueron notarios y notarias del tiempo. Aquellos y aquellas que le apostaron a generar condiciones de vida, con esa estrechez de visión, tan propia de los agentes laberínticos. Está la calle roja. En ella veo gendarmes cada tres metros. Uniformados a la usanza del siglo XXI. Es decir una mezcla de azules variados y blancos en diferentes perfiles. Gritan y reclaman orden, en medio de una prisa que satura. La calle rosada, está habitada por los híbridos. Esos y esas que vinieron a dar acá, a lomo de la invariancia. Como gemelos y gemelas en multiplicación parecida a las setenta veces siete. La calle incolora es donde yo estoy. Parece muy apropiada para las condiciones en las cuales llegué. Recuerdo que, cuando hice el tránsito estaba atado a la entelequia; a ese tipo de propuestas que tanto me cautivaron. Propuestas indescifrables. Tanto que estuve siempre sin poder hilvanar una idea en el contexto de la lógica que reivindiqué. Bonifacio estaba a mi lado. El señor Julián, Mayer, la señora esposa del señor del carrito. Al que mataron a por babear en la colectiva. También se perdieron. Se diluyeron. Quedé, otra vez, solo. Es casi el mediodía y crecen las hordas. De tal manera lo hacen, que no es posible medirlas. Ni en su enésimo término; mucho menos en la configuración de parciales censales. Un mediodía sin sol. Más bien una oscurana que obliga a prender las luces automáticas que cada cual posee. Luces que permiten entrever los íconos básicos: la perversión y la enhiesta figura del Gobernador. Está allá, en la plaza adyacente al palacio. Habla con sus asesores y otorga visas para marchar a cualquier lugar. Y todo depende de los oficios y las profesiones. Y es que, aquí, todos y todas tenemos tatuado lo que somos. Médicos y médicas especializados y especializadas en hacer perder la memoria; a la manera de la siquiatría lacaniana. Ingenieros e ingenieras, cuyos referentes son las bitácoras para las máquinas que vuelan a ras de tierra. Cenicientas que no pudieron ejercer libertad. En su pasado fueron amas de casa, esclavas. Y transitaron a golpes, obligadas por sus machos. Y, aquí, son preferidas por los aurigas del todopoderoso. Y van y vienen. Esclavos que no encontramos libertad antes y que, repetimos el mismo oficio aquí. Nos reportan como ciudadanos de oficios varios. Claro está, menos el de liderar revoluciones. Cuando me acerqué a reclamar mi permiso, me reconocieron los asesores. Y se lo transmitieron al Gobernador. Y este dispuso que fuera devuelto a lo que antes era. Y volví. Y estoy aquí, sintiendo ese dolor originado en ese estado de interdicción propio de quienes, como yo, no servimos ni para lo uno ni para lo otro. Ni aquí ni allá. O lo que es lo mismo: ni siquiera hacemos conciencia del significado de estar vivos. El gerente del Gran Banco Central, estaba conmigo. Creo que fue él quien indujo a los asesores para que negaran mi permiso.
  • 13. El Seminarista A la legua se ve que fue una vocación tardía. Lo que pasa es que su madre no lo reconoció nunca. Como casi todas, ella ha tratado de recomponer las cargas. Después de tanto asumir tristezas. Andando, aquí y allá. Llevando su voz a todos los lugares. Una y otra vez. Sin imprecar. Sin expresar siquiera un trozo de resentimiento. Juvenal Socarrás nació. Como todos sus hijos y todas sus hijas. Un venir al mundo que se ha repetido catorce veces. Inclusive, Fortunata Espeleta, siempre creyó en el paradigma asociado a exhibir resignación. Ante cada preñez. Como esperando que fuese la última. Pero, al mismo tiempo, con cabeza gacha. Como queriendo demostrar con ello que no había lugar en su vida para la contracorriente. Y, por lo mismo, atendió a Juvenal con sonrisa amplia, siempre. Estando con él. En todas sus afugias. Porque eso sí ha tenido el chino, problemas. Desde ese de nacer y crecer babeándose. Llevarlo al jardín, todo un problema. Consentirlo en la tarde. Cuando llegaba llorando, porque sus compañeritos y compañeritas le decían bobo. Y, ya en el colegio igual. Tal vez peor. Porque, mientras más grandes los pelaos y las peladas, más gozadores. Y Juvenal no se ayudaba. Ni se ayuda, ahora. Siguió y sigue lo mismo. A la babeadera le sumó la movedera de la cabeza. Para un lado y para el otro. Como con el mal de san vito. Y su flatulencia. Cada vez con mayor énfasis en todos los sitios. Y, todos y todas en el salón de clases, protestando por la presencia del oloroso. Y eso de pretender ser cura, surgió. Así, de pronto. A sus treinta y cuatro años. Después de haber trasegado. Estuvo de casa en casa. De la mano de Fortunata. Que en casa de las tías Estipendia y Belarmina. Que donde los tíos Deogracias y Zacarías. Que donde las primas Agapita y Condoleezza. Que donde abuelas paterna y materna. En su orden María Graciana y Jael Cristina…En fin, dónde no estuvo Juvenal. Hubo un periodo (de casi tres años) que estuvo conminado a su cuarto. Allí, viviendo todo el día y todos los días. Los domingos, la madre, lo bañaba y acicalaba. Para que recibiera la visita de Anastasia Bocanegra. Su novia. Un poco menos tarada. Un tanto más volantona. Más despierta. Más con ganas de vivir sin causar tanto brega. Y la visita duraba casi seis horas. Desde las ocho de la mañana y hasta las dos de la tarde. Con almuerzo incluido. Caldo de pajarilla, hígado y punta de anca. Arroz con buñuelos y natilla. Jugo de tamarindo en leche. Bocadillos con aguapanela de postre. Y así pasó la reclusión. Y luego, el viaje al Santuario de las Lajas. Y a Girardota, donde el Señor Caído. Y nada. Ninguna mejoría. Por el contrario, más baboso. Más flatulento. Más continuos los movimientos de cabeza. Y, Cesáreo Socarrás haciéndose el pendejo. No se daba por enterado de nada. Cuando no estaba trabajando en su almacén de víveres. Estaba borracho. Se acostaba a esperar que Fortunata terminara sus quehaceres. La abordaba y listo. Así fue siempre. Así sucedieron los catorce embarazos reportados. O, jugando parqués y dominó en casa de Laureano Amézquita. Con Virginio Buenhombre y con Egidio Buenamoza. Los domingos. Desde las nueve de la mañana. Y Calcárea Pinzón de Amézquita corriendo en la cocina. Preparando el desayuno para su amado
  • 14. esposito y para sus amigos. Calentao, chocolate, pandequesos, huevos revueltos con hogao, arepas de maíz pelao, quesito, mantequilla envuelta en hoja de plátano y empanadas. El almuerzo, casi siempre, mondongo, arroz, carne frita, patacones, mazamorra con panela machacada en un trapo. Y, a las cuatro de la tarde, la especialidad de Calcárea: una mezcla de dulces de duraznos, brevas, mora y guanábana.; con leche y, al final, tinto bien cargadito. Juvenal empezó a leer La Sagrada Biblia, a sus veintidós años. Con la asesoría de Hermenegildo Sacristán Puche, el párroco de Villa Florida. Todo un glosario de explicaciones. Acerca de la interpretación del Antiguo Testamento. Fundamentalmente en lo relacionado con la sucesión de familias, tribus, dinastías. Hijos e hijas. Profetas y profecías. Lo mismo con el Nuevo Testamento. También con las aclaraciones necesarias. Para lo de la Virgen María. Para lo del humilde José. Para lo de las hermanas de María. Para lo de Juan el Bautista. Para lo de los doce apóstoles. Particularmente en cuanto al rol de Juan, Pedro y Judas. Para lo del Imperio Romano y los gobiernos locales. Para lo de Barrabás. Para lo de Caifás y todos los fariseos…En fin, que Juvenal, con todo y sus males, aprendió. Se demoró ocho años. Pero asimiló. A los treinta ya era, pues, un experto. Y, cuatro años después, vino la iluminación. Sucedió un domingo, mientras hablaba con Anastasia. Sintió como un vahído. Abrió los ojos más de lo normal. Dejó al descubierto sus tupidas cataratas. Gritó. Convulsionó. Se desmayó. Cuando volvió en sí, repudió a la noviecita. Alegó que había escuchado la voz de Santa Marta que le transmitió la decisión del Todopoderoso, en términos de que debía integrar su séquito del Santo Oficio. Incluida la obligatoriedad de mantenerse célibe. Y, como casi todas, Fortunata madre recibió con agrado la determinación divina. Y se lo comunicó a su querido Cesáreo. Y este le dijo “haga lo que le dé la gana con ese bobo”. Y ella hizo lo que le dio la gana con su elegido Juvenal. Y habló con el padre Hermregildo. Y entre ella y él, hicieron todo lo que era necesario hacer para que el señor Obispo de la Diócesis aceptara la versión del vahído y del mensaje transmitido por Santa Marta. Y lograron que el Seminario Mayor de San Bartolomé de Acacias, modificara los requisitos. Y, el elegido Juvenal que ni siquiera había logrado terminar grado cuarto de bachillerato en ese entonces, fue matriculado. Con el compromiso de hacer nivelación, bajo la conducción del padre Doroteo Benjamín Polanía Hinestroza. Hoy por hoy han transcurrido dieciséis años, después de que Santa Marta transmitió el mensaje divino. Fortunata madre falleció hace siete años y medio. Cesáreo padre murió el año ´pasado, en medio de una borrachera de cuatro semanas. Juvenal sigue en su empeño de hacerse Pastor como lo indicó el mensaje. Está en lo que se llama segundo nivel de Teología Fundamental Básica. Es algo así como una tercera parte del recorrido que es necesario realizar. Quienes comenzaron con él (muchachos de diecisiete años en ese entonces), ya llevan más de seis años ejerciendo el Ministerio en diferentes municipios del país. Juvenal cumplió cincuenta y tres años el diez de febrero pasado. Ya está en lo que se llama el tercer nivel de Teología Fundamental Básica. Ha mejorado mucho. Ya no babea tanto. Sus cabeceos no son tan prolongados. Su flatulencia es menor que hace treinta años. El Obispo actual de la Diócesis Amaranto del Socorro Benjumea Isaza, fue compañero de clases de Juvenal. Ya, el padre Hermregildo ha superado dos fases en el proceso de canonización… Ya Villa Florida es una ciudad con dos rascacielos. Con un metro subterráneo. Ha contribuido con tres presidentes a la causa de sacar al país adelante.
  • 15. El día del sepelio de Juvenal Socarrás, a los setenta y cuatro años, el Obispo Maximiliano Alfonso Luján, dijo:”…de todas maneras fue y será un santo. Lo declaró sacerdote post mortem. En su memoria, todos los tres de marzo, de ahora en adelante, serán de festividad religiosa y de profundo recogimiento”.