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CAPÍTULO PRIMERO
CONDICIONES DE POSIBILIDAD
PARA UN CAMINO DE FE
Hablar de fe nos sugiere diversas posibilidades y comprensiones, caminos y
orientaciones desde las cuales podríamos dirigir nuestra reflexión. Nos
enfrentamos de modo inmediato a un tema que no tiene límites absolutos. Esto es
lo que intentamos realizar en las siguientes páginas: sencillamente, abrirnos a la
factibilidad de un camino no agotado, pero lleno de posibilidades.
1. Dios en el lenguaje humano
La experiencia del hombre ligada en particular a su propia comprensión de
la sociedad y de la historia está constantemente sometida a sus propias
limitaciones. Cualquier tarea que el hombre emprende se ve necesariamente
coartada por una serie de acontecimientos y situaciones, que no dependen
necesariamente de un acto voluntario del ser humano, sino que son fruto de su
condición existencial situada, de hecho, en un marco espacial y temporal de
características también limitadas.1
Estas caracterizaciones que le atribuimos al ser humano y a toda obra que
el hombre emprende, no quieren disminuir en ningún caso lo que él es en sí
mismo y para el todo social. Por el contrario, lo que estamos haciendo es afirmar
con toda claridad que si bien las posibilidades del hombre en todo lo que es capaz
de emprender son cuantitativamente insospechadas, los avances científico-técnicos
de la última mitad del siglo XX dan cuenta de ello, siempre éste se ve envuelto en
una realidad ineludible: su propia finitud. Sobre este tema volveremos en el
apartado siguiente.
1
Cf. Sesboüe, B. Creer, Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo,
Madrid, 2000, pp. 22.
De estas mismas reflexiones se deduce el caminar histórico de la
experiencia de fe. Es decir: si la experiencia creyente se ve circunscrita a
categorías humanas para su mejor comprensión y reconocimiento, entonces esta
experiencia tendrá diversas comprensiones según el hombre se comprenda
asimismo. La inteligencia humana va caminando de este modo a una siempre
mejor comprensión en lo humano de toda realidad trascendente, no obstante la
realidad divina permanezca inmutable. Welte2
afirma que: “Puesto que la
inteligencia que el hombre tiene de sí mismo y del ser está actualizada de una
manera peculiar en la religión, en consecuencia la religión se expresa en un
lenguaje humano, en categorías humanas y en posibilidades de pensamiento
humano, vive en formas de realización humana. Sólo desde aquí puede explicarse
el hecho manifiesto de que la religión a su manera participa también en el cambio
histórico de la inteligencia que el hombre tiene de sí mismo y del ser, y de que por
tanto, la religión posee una historia humana y a veces demasiado humana, por
más que Dios, desde el cual se entiende la religión, sea inmutable y se halle fuera
de tal historia”.3
Con esto lo que queremos señalar es que no se trata de manejar y
comprender la realidad divina a nuestro antojo y según queramos: Dios es siempre
Dios. La experiencia de la fe nos conducirá entonces a no distorsionar
comprensiones divinas diversas, sino a profundizar en el único Misterio que se nos
presenta como revelándose constantemente.
2
Nos referimos a Bernard Welte. Nació en Mekirch Baden, Alemania el 31 marzo de 1906. Estudió Teología
en Friburgo y en Munich. Fue ordenado sacerdote en el año 1929. En 1946 obtiene la docencia libre en la
Universidad de Friburgo donde murió en 1983. Su trabajo dominante tuvo que ver con la reflexión filosófica
en un estado tentativo de recuperar una esperanza religiosa, capaz de mantener el carácter ecuménico,
evidenciando en su interioridad lo específico del mensaje cristiano. Ha iluminado algunos temas
fundamentales bajo el estudio a Santo Tomas, el Maestro Eckhart y Kant. Entre sus numerosas obras
recordamos Tras las huellas del eterno, de 1976; Sobre la posibilidad de una nueva experiencia religiosa, de
1976; Filosofía de la Religión de 1978 y ¿Qué es creer? de 1983.
3
Welte, Bernhard, Filosofía de la Religión, Herder, Barcelona, 1982, pp. 25-26.
No es el hombre el que adapta a Dios a su modo de comprenderlo, sino
Dios que se limita humanamente para que tengamos acceso a Él. Señalemos que
todavía estamos en un ámbito fenomenológico, de acuerdo a lo que se nos
aparece como realidad divina. Nuestra reflexión dista mucho de hablarnos del Dios
de Jesucristo, sobre el cual volveremos ampliamente más adelante.
2. La finitud como realidad que nos interroga por el ser
La experiencia de lo infinito en la realidad finita de la humanidad no puede
sino circunscribirse en esta misma realidad finita, que es de suyo, el lugar
antropológico en que se desarrolla toda realidad de Dios, el infinito por
antonomasia. Dicho de otro modo, el hombre sólo puede hacer experiencia de lo
divino a modo humano, y en la experiencia de fe no existe otro modo de
comprenderse a sí mismo sino como finitud. Es más, esta misma finitud es lo que
garantiza la experiencia de fe. En efecto, si el hombre se considerase a sí mismo
como divino no necesitaría de la fe en otro. El problema obvio es que si el hombre
es divino ¿dónde encontramos su perfección, su infinitud, o su poderío, su
inmutabilidad o su impasibilidad, que son características propias de lo divino? La
sensatez de estas afirmaciones no amerita más explicación.
Lo que sí requiere de todo nuestro esfuerzo es el hecho mismo de estar en
el mundo bajo estas condiciones de finitud. Está claro que somos, pero también
está claro que dejaremos de ser y que alguna vez no fuimos, y esto en cualquier
caso, bajo cualquier orientación filosófica, teológica o existencial. Lo que se define
con claridad de parte nuestra es que no podemos negar este hecho: estamos en el
mundo, pero dejaremos de estar en él: “Interprétese nuestra existencia en el
mundo a la manera de Platón, o de Tomás, o de Heidegger, o de Sigmund Freud,
o como quiera que sea; estas posibilidades de interpretación y todas las otras
comparables dejan intacto el hecho fundamental que expresamos con las palabras
estamos aquí en nuestro mundo. Este hecho permanece en todo caso”.4
La experiencia de la finitud que hacemos, es decir: que alguna vez no
fuimos, porque no existíamos, y que alguna vez no seremos, porque dejaremos de
existir nos evoca otras realidades semejantes. Sin duda que introducirnos en las
diversas perspectivas que se nos presentan frente a la comprensión de lo finito nos
induce a nuevos desafíos, pero no es nuestra intención apasionarnos en ello. Sólo
queremos poner de relieve y llevar nuestra existencia a una realidad de la que
estamos seguros, pero que paradojalmente, sólo la podemos experimentar a priori,
a saber, dejaremos de ser.
Evidentemente que estas reflexiones no son nuevas en la comprensión del
fenómeno religioso o la experiencia creyente. Ya otros, desde diversos prismas,
han apuntado a la realidad que nos sobrecoge. No somos los primeros ni seremos
los últimos en inquietarse por la experiencia religiosa a la luz de nuestro tiempo,
nuestra reflexión se ofrece sólo como un camino hacia lo definitivo.
Decíamos que lo evidente de nuestra existencia es precisamente esta,
nuestra existencia. En otras palabras podemos decir que lo único seguro es que
vivimos y desde esta vida que tenemos nos podemos abrir a diversas
formulaciones con distintas comprensiones de hombre y diversas asimilaciones del
mundo. El estar aquí es posible como apertura a múltiples experiencias, respecto
de nosotros mismos, de la sociedad y del mundo. Estas experiencias constituyen
esencialmente nuestra existencia, dicho de otro modo, el que existamos nos abre a
la diversidad de experiencias.
4
Idem, p. 51
Esta diversidad de posibilidades circunscribe también la religiosa. Es sabido
que hoy por hoy existe consecuencialmente disociación con la religión, y pareciese
que el hombre se ve alejado de ella, pero no es menos cierto que muchas veces
ésta permanece como reprimida en el hombre, manifestándose en hechos como la
religiosidad popular, comportamiento secular, etc. Un caso claro y realmente
descriptivo de esto, a propósito de los campos de concentración nacionalistas, lo
encontramos en las siguientes palabras: “Cuando los prisioneros sentían
inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que cabe imaginar y, muy a
menudo, el recién llegado quedaba sorprendido y admirado por la profundidad y la
fuerza de las creencias religiosas. A este respecto lo más impresionante eran las
oraciones o los servicios religiosos improvisados en el rincón de una barracón o en
la oscuridad del camión del ganado en el que nos llevaban de vuelta al campo
desde el lejano lugar de trabajo, cansados, hambrientos y helados bajo nuestras
ropas harapientas.”5
Lo que afirmamos es que a pesar de las diversas experiencias existentes, y
aun en medio de aquellas que más nos acercan a la propia muerte, la religión
pervive y está presente. En otras palabras, la religión no ha podido ser sustituida,
más aun, la propia finitud nos viene a interrogar por lo infinito, lo inmanente (lo
que esta dentro del mundo) se abre a lo trascendente (lo que estámas allá de el y
lo trasciende) y es allí donde esta trascendencia más fuertemente se reconoce. En
síntesis lo que intentamos afirmar es que nuestra vida, que tiene su fin en la
muerte, nos abre a la pregunta por Dios desde ese mismo fin.
Por su parte la falta de conciencia de nuestra realidad finita, así como de la
propia realidad creyente no nos alejan de los anhelos profundos de justificación,
libertad y fraternidad, por el contrario solicitan esta presencia y es desde esta
experiencia que es posible reconocer, al menos como una posibilidad, la
5
Frankl, Víctor. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1996, pp. 43
interpelación de Dios. Pues la posibilidad nos sugiere el hecho que nuestras
preguntas existenciales no estén, en último término, ancladas en nuestra condición
de hombres finitos sino que pueda ser Dios mismo quien las pone en lo profundo
de nosotros.
3. La experiencia de la nada y la apertura al todo
Señalábamos más arriba las posibilidades que se nos abren como caminos
hacia la experiencia de fe en el marco de la finitud existencial del género humano.
Ya decíamos, cada individuo experimenta con mayor o menor conciencia su propia
finitud. Esta realidad finita supone en sentido obvio que un día dejaremos de
existir y por tanto dejaremos de ser y sentir, es decir, nos enfrentamos desde
nuestra condición existencial a la experiencia de la nada.6
Algún día nada seremos
y algún día nada fuimos. Pero ¿qué comprendemos o que viene a nuestra razón
cuando hablamos de la Nada?
Lo que hay que afirmar con toda claridad, en primer término, es que una
vez no estábamos aquí y alguna vez dejaremos de estar aquí. Esta afirmación está
fuera de toda discusión racional, pues es evidente por sí misma. No es posible
negar que alguna vez no existimos y que alguna vez dejaremos de existir; “la
muerte es un hecho de experiencia que no puede negarse”.7
Es a esta realidad de
dejar de ser lo que llamaremos, en nuestra reflexión, la nada.
Esta nada es la que nos espera, y esto es la certeza indiscutida de nuestra
condición existencial. Aquí cabría hacerse la pregunta sartreana: “Si queremos
penetrar a fondo en la cuestión no debemos darnos por satisfechos con esta
6
Utilizamos aquí el concepto de nada apelando a la idea de no existencia, es decir, si dejaremos de ser en
nuestra muerte, entonces seremos nada.
7
Heidegger, M. Ser y Tiempo, Universitaria, Santiago de Chile, 2002, p.277, traducción de Jorge Eduardo
Rivera.
respuesta y debemos preguntarnos ahora: ¿qué debe de ser la realidad humana si
la nada tiene que advenir al mundo por ella?”8
La nada adviene a nosotros, sabemos que algún día llegará porque
dejaremos de ser, algún día nos atrapará. Pero hay aquí algo que nos produce
cierto interés. Si la nada es lo definitivo, en el sentido que la nada se presenta
como lo infinito para nuestra existencia (pues con ella nunca más seremos),
entonces no sólo nos interroga por el hecho de dejar de ser, sino que se nos
presenta como una realidad absoluta. En otras palabras, la nada será nuestro
absoluto, lo definitivo, la totalidad de nuestra plenitud. Esta realidad nos abre a
posibilidades ciertas que no podemos rechazar. Existe una experiencia que es la de
la nada y “quien la experimenta y en esa experiencia ve que todos nosotros
dejaremos de existir, puede entender esta experiencia como experiencia de una
mera y pura nada, o como la experiencia de un encubrimiento absoluto. En el
primer caso dirá: aquí no hay nada en absoluto. Y en el segundo caso dirá: aquí no
veo nada. Lo que aquí hay, está enteramente sustraído y oculto para mí”.9
En
otras palabras nos preguntamos por lo que nos espera cuando dejemos de ser y/o
existir; ¿será pura nada y vacío, es decir, muerte total?
Señalemos que la nada, en cuanto condición existencial que nos adviene, no
es menos importante, en el sentido que si es nada sólo la experimentamos en
otros, pues cuando yo mismo sea nada, nada podré experimentar. La nada toma
aquí toda su fuerza, pues se nos presenta como lo infinitamente mayor y por tanto
lo definitivamente inevitable, como señala Welte: “la no existencia es lo
inconmensurablemente mayor. Absorbe a cada uno y a todos, y esto para siempre.
En su infinitud es lo monstruoso”.10
8
Para mayor profundización respecto de estas afirmaciones CF. Sartre, Jean-Paul, El ser y la nada, Losada,
Buenos Aires, 1976, traducción de Juan Valmar, pp. 63-66.
9
Welte, op. cit, pp. 54.
10
Idem. pp. 59
Esta es nuestra realidad, que se nos manifiesta con toda claridad y poder
frente a lo cual nosotros no somos más que un breve lapsus de historia, en medio
de la inmensidad del todo de la nada. La nada es lo otro de nuestra existencia,
cuando dejemos de existir entonces aparecerá la nada. La experiencia de la nada,
no la haremos sólo al momento de nuestra propia muerte, sino que la hacemos ya
hoy, de cara a nuestra propia existencia cotidiana.
Ahora bien, esta condición existencial que como ya decíamos es
indescartable de nuestro ser, se nos hace a su vez inevitable. Entonces, ¿vale la
pena también preguntarse por el sentido de lo que hacemos?, ¿de lo que somos?,
y más aun, ¿de lo que queremos ser? Pues si todo, tanto lo que nos alegra como
lo que nos entristece, si lo que nos enfada o nos atrae, si lo que nos causa
asombro o lo que nos fascina sucumbe ante la nada, será lanzado a la nada
misma, ¿qué sentido tiene todo esfuerzo humano? En efecto, ¿cuál es el objeto de
toda dedicación, toda entrega, toda generosidad, toda promoción de la justicia, de
la verdad, de la caridad? Pues todo terminaría en la muerte, es decir, en la nada.
El bien y el mal no tienen relevancia frente a la inmensidad de la nada,
frente a la monstruosidad del dejar de ser que viene hacia nosotros. “Ya no puede
verse por qué haya de tener sentido comprometerse por la verdad y la justicia más
que por la mentira y la injusticia. La nada, entendida como simple nada nula,
destruye todo esbozo y todo postulado de sentido”.11
Aquí nos encontramos frente
a la náusea sartreana, ante lo absurdo de nuestra existencia: todo está demás, o
no tiene la menor razón para ser y existir, y no hay nada que pueda explicar su
existencia. El hombre es pura contingencia y la realidad es absurda: “Eramos un
montón de existentes incómodos, embarazados por nosotros mismos; no teníamos
11
Welte, op. cit. p.69
la menor razón para estar allí, ni los unos ni los otros; cada uno de los existentes,
confuso, vagamente inquieto, se sentía estar demás con respecto a los otros.”12
Si esta es la afirmación más profunda de nuestra existencia, entonces está
claro que todo carece de sentido, más aún, lo único que tiene algo de sentido es la
nada misma, por lo que habrá que solidarizar con ella viviendo lo que tengamos
que vivir, buscando todo lo que nos acerque a la nada, es decir, todo lo que sea
negación de lo humano, de lo existente, de lo que vivimos y experimentamos
como principio universal; el único sentido de todo es la nada.13
Esto lo afirmamos
en el sentido que la nada se presenta con mucho más fuerza que nuestra
existencia, pues vivimos sólo un momento y dejaremos de vivir eternamente.
Nada tendría sentido si todo termina en la nada. La aspiración al sentido de
todo no se realiza. Esta lectura, así presentada, nos sumerge en una realidad
definitivamente mundana, sin trascendencia, sin sentido, sin ética, sin consistencia
existencial, sin Dios. Pero aquí es donde queremos llamar la atención, pues que
pasaría si la nada de la que hemos estado hablando, se nos entregara como una
posibilidad distinta de aquello que pensamos, pues, por un lado, la nada es una
mera nada nula, o bien todo tiene un sentido. Pensemos en las características que
hemos afirmado de la nada: ella es el todo, es lo que permanece (lo infinito), es el
horizonte hacia lo cual converge todo y es lo que a su vez en un principio originó
todo. Es decir, si la nada es lo inmensamente mayor, lo que nos supera
infinitamente, lo que abarca todo, lo eterno. Acaso no son estas características las
que normalmente le atribuimos a Dios, que es lo inmensamente mayor lo que nos
supera infinitamente.
12
Sartre, Jean-Paul. La Náusea, Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1983, pp. 161-163.
13
Señalemos aquí que el nihilismo radical no se pretende afirmar nada, ya que toda afirmación de la nada
supone un sentido. Lo único que afirma el nihilismo radical es la precariedad, fragilidad y cuestionabilidad de
toda afirmación. Es decir cuestiona y pone en duda la propia nada.
Así, cabe la posibilidad, de que la nada nos abra hacia un todo que no
podemos rechazar y que no sea una nada nula, sino más bien una presencia oculta
de un poder infinito e incondicional que llena de sentido todo. Es una presencia
oculta que no se refleja en palabras, ni formas, pero es una presencia real.
Ello significa que la nada es lo que puede justificar y llenar toda vida. Ahora
bien, todos estos rasgos positivos se nos presentan en forma de misterio. Hay algo
misterioso que se vislumbra con la nada, a saber, lo incondicionado y trascendente
de la existencia hacia la nada como posibilidad de un camino hacia algo más que la
nada misma. La realidad misteriosa de la nada, que se nos presenta en nuestra
propia vida, nos sugiere aquí características que agilizan una experiencia de fe, al
menos abren camino hacia ella. Es más, “lo que tenemos aquí es que la fe en el
poder misterioso, infinito e incondicional, fuente de exigencia para todo, que
conserva todo sentido y decide sobre todo sentido, puede ser una fe fundada
racionalmente (refiriéndonos sólo a su fundamento, no a la fe en sí misma). En sus
momentos decisivos descansa en intuiciones que no fuerzan a nadie. Pero esto no
impide que se trate de intuiciones reales.”14
No obstante, queremos clarificar que
hablamos sólo de un camino posible, no aseguramos la realidad de Dios a partir de
estas meras reflexiones, esto sería absurdo, pero no podemos negar que al menos
la nada así comprendida, posibilita un camino hacia la fe.
4. La pregunta por el origen y el fundamento
Queremos insistir en estas próximas líneas en la acuciosa necesidad que la
ciencia tiene de fundamentar sus criterios de juicio, sus postulados, sus hipótesis y
todo lo que desee emprender como enunciado creíble. Todo aquello que la ciencia
emprende debe ser por su propia naturaleza demostrable. Todo tiene su
fundamento y este fundamento que subyace a todo trabajo que ha de llamarse
científico necesita de su demostración. Esta idea fundamental del quehacer
14
Welte, op. cit. pp. 72
científico nos remonta reflexivamente a la pregunta por el fundamento de aquello
que fundamenta la ciencia, es decir, si todo tiene su fundamento es evidente que
el fundamento de todo debe asimismo tener su fundamento, y la pregunta que nos
queremos hacer en este apartado versa precisamente por el fundamento de los
fundamentos.
Aristóteles nos propone lo siguiente: “algunas cosas son por naturaleza,
otras por otras causas. Por naturaleza, los animales y sus partes, las plantas y los
cuerpos simples como la tierra, el fuego, el aire y el agua pues decimos que éstos
y otras cosas semejantes son por naturaleza. Todas estas cosas parecen
diferenciarse de las que no están constituidas por naturaleza, porque cada una de
ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y de reposo, sea con respecto
al lugar o al aumento o a la disminución o a la alteración. Por el contrario, una
cama, una prenda de vestir o cualquier otra cosa de género semejante, en cuanto
que las significamos en cada caso por su nombre y en tanto que son productos del
arte, no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al cambio; pero en cuanto
que, accidentalmente, están hechas de piedra o de tierra o de una mezcla de ellas,
y sólo bajo este respecto, la tienen. Porque la naturaleza es un principio y causa
del movimiento o del reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí
misma, no por accidente”.15
Esta afirmación aristotélica viene a mostrar que ya la pregunta por el
fundamento se remonta a la Grecia clásica y por tanto no reviste novedad, en
cuanto pregunta, pero lo que si nos sugiere es que ha sido una preocupación en la
historia del pensamiento. Estamos entonces afirmando que el fundamento que se
verifica en todo pensamiento interrogante y sobre el que se han edificado tanto la
ciencia como la técnica nos permiten preguntarnos legítimamente por ese
fundamento. Estamos hablando, en términos metafísicos, por la naturaleza del ser
15
Aristóteles, Metafísica, I. V, c. 4, 1015a 15. Gredos, Madrid, 1994, pp.215
de todos los entes. En todo caso lo que es claro es que el ente recibe su ser y con
ello su fundamento de lo otro de todo ente, es decir, de algo que en su sentido
original le es ajeno. Es evidente que no podremos responder en estas líneas sobre
el fundamento de los fundamentos, o en palabras metafísicas, el ser de los entes,
pero lo que sí podemos afirmar con toda claridad es que la misma realidad
científica que nos remonta a sus fundamentos nos obliga a reconocer que existe
un fundamento de todo cuanto es.
En clave tomista16
podemos recoger la misma afirmación aunque con otros
conceptos, incorporando la diferencia existente entre causalidad inmanente y
trascendente. Es necesario que haya alguna cosa que sea causa de ser para todas
las cosas, por el hecho de que ella es ser solamente, nos dirá el doctor angélico.
Para destacar una afirmación claramente tomista citamos a nuestro autor
señalando que “El creador y la creatura se reducen a algo uno, no por comunidad
de univocación, sino de analogía. Esa comunidad puede ser de dos clases: o
porque algunos seres participan algo uno con orden de prioridad y de
posterioridad, como la potencia y el acto la razón de ser, y lo mismo la sustancia y
el accidente, o porque uno recibe el ser y el nombre de otro. Esa es la analogía
que tiene la creatura para con el creador: la creatura, en efecto, no tiene ser sino
en cuanto que procede del primer ente, ni recibe el nombre de ente sino en cuanto
16
Nos referimos a Tomás de Aquino (1225-1274), también llamado el doctor angélico. Considerado el
filósofo y el teólogo de mayor relieve dentro de la filosofía escolástica. Nació en el castillo de Roccasecca,
Frosinone, hijo de Landolfo, conde de Aquino. Se educó en el monasterio de Monte Cassino y luego en la
universidad de Nápoles (1239-1244), donde a los catorce años emprende el estudio de las Artes. En 1244
ingresa en la orden de los dominicos. Libre, al fin, de la oposición de su familia, al cabo de un año marcha a
París, donde es discípulo predilecto de Alberto Magno, a quien sigue luego a Colonia; vuelto a París, redacta
el Comentario a las sentencias (1254-1256), inicia su labor como profesor y enseña en distintos lugares de
Italia y Francia: Anagni, Orvieto, Roma, Viterbo, París y Nápoles. En esta época escribe sus obras, entre la
que destacan Summa contra gentiles, escrito con finalidad misionera, y sobre todo la Summa theologiae,
considerada la obra de mayor relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se dirigía al concilio de Lyón,
convocado por Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Mayores detalles en Tejedor, Campomanes, C.
Historia de la filosofía en su marco cultural, Ed. SM, Madrid, 1996, pp.144 y ss.
que imita al primer ente; y lo mismo sucede con la sabiduría y las demás cosas
que se dicen de la creatura.”17
Estas afirmaciones pueden resultar interesantes desde el punto de vista que
intentamos atender. Lo que sucede aquí es que el pensamiento, en cuanto
pensamiento, se trasciende a sí mismo y busca emprender el alcance de algo
superior que lo funda. Nuestro interés respecto del fundamento del fundamento,
nos evoca entonces con toda claridad la permanencia del ser de todos los entes.
Ahora bien, siguiendo los postulados en los apartados precedentes, y
acercándonos a ellos desde una perspectiva positivo-científica, tenemos que
señalar, con toda razón, que la posibilidad mas real es que el fundamento de todo
se encuentre en aquello que definíamos anteriormente como nada. Nuestro
fundamento es la nada y no es un ente como sugería Aristóteles o Tomás. Si esta
es nuestra respuesta entonces tenemos que sostener que la nada es el origen del
mundo y de la existencia. El punto es que si la nada permanece vacía, la existencia
carece de fundamento.
Este es el camino posible que se nos abre bajo la pregunta por el
fundamento. Pues en la eventualidad que exista algo y no sea pura nada, se hace
posible un marco que puede reconocer el misterio que se anuncia en el ser de todo
aquello que es, y lo reconoce como origen y fundamento incondicional y
trascendente, lo que enaltece la comprensión cientifico-positiva y a su vez favorece
la apertura a un camino creyente. Si todo requiere de su fundamento, la nada
necesita fundar desde algo, y este algo no puede ser pura nada, lo que solicita una
realidad desde ella.
17
Comentario a los cuatro libros de las sentencias de Pedro Lombardo, Libro I, Pról., c.2, a. 2, (en Clemente
Fernández, Los filósofos medievales. Selección de textos, 2 vols., BAC, Madrid 1980, vol. II, p. 240-241).
CAPÍTULO SEGUNDO
EL FENÓMENO RELIGIOSO
POSIBILIDADES DE UNA RESPUESTA
Para que se pueda afirmar la existencia de una religión en el amplio sentido
del concepto, es preciso que se crea, por una parte, en la existencia de una
relación previa anterior con lo trascendente, y por otra parte, en la posibilidad real
de volver a entrar en relación, en unión con esa trascendencia. Esta es la
etimología de la palabra religión: volver a unir. Lo que se vuelve a unir es este
mundo con el “más allá”, como realidad trascendente; a los habitantes de este
mundo con los seres que están más allá; a la criatura con el Creador; a los
mortales con los inmortales; etc. Esta es la esencia de toda religión, su razón de
ser, su inicio y origen básicos.
Si esta realidad creyente estuviese ausente, este es el sentido de volver a
unir lo que estuvo unido; religar (religio), las posibilidades del pensamiento se
aquietan y retienen en el plano físico-metafísico, pero no en el trascendente. Se
puede ir más allá de la simple materia (metafísica) y sin embargo no dar el salto al
más allá real, a lo sobrenatural. No obstante esta relación en lo verdaderamente
religioso, puede plantearse según diversidad de interpretaciones, a partir de
diferentes conductos o caminos: Religiones, doctrinas trascendentes, esoterismo,
etc. Incluso se puede comprender como mera relación causa-efecto (hay un
principio del que todo procede, concatenadamente); o como dependencia natural
(ser humano como hijo de Dios); o como un volver al paraíso (evolución y
progreso continuo del hombre); o con principios que tienen diversos componentes.
Se hace entonces legítimo preguntarse por lo religioso.
1. Caracterización general de la religión
La pregunta por lo religioso la presentamos aquí en el ámbito de las
condiciones de posibilidad para vivir esta experiencia. Es decir, en la misma
experiencia religiosa que hace el hombre éste se sabe determinado por Dios, y
referido a él. El hombre lo reconoce como otro absoluto, pero también se reconoce
a sí mismo como sujeto realizador de la religión.
En este sentido la religión se presenta como una relación originaria del
hombre con el fundamento de su existencia. Víctor Frankl lo ha planteado en su
conocido libro, El hombre en busca de sentido1
que citábamos antes. La dimensión
religiosa es común a todo hombre en cuanto pregunta por el sentido. Es la fuerza
primaria de la existencia humana. Cualquiera puede ser la respuesta que el
hombre puede darse respecto a esta condición originaria, incluso puede ser posible
no dársela y rechazar cualquier posibilidad de respuesta, pero lo que es inevitable
es hacerse la pregunta, pues ésta se plantea en su condición existencial.2
La religión se expresa en gestos y símbolos, es decir, en actos religiosos. Es
precisamente el acto lo que conduce al hombre a vivir la experiencia religiosa que
el acto mismo solicita, y por tanto es ese mismo acto el que lo enfrenta con el
fundamento de su existencia. En esta experiencia religiosa reconocemos tres
aspectos constitutivos en cuanto al objeto:
1Cf. Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979.
2 Pensemos en las experiencias religiosas de los grupos más primitivos que confirman, de algún modo, la
condición existencial que nos presenta la trascendencia. De hecho en muchos de los pueblos llamados
primitivos se comprueban rastros de creencia en un ser superior, que tiene nombre aparte y diferente de los
espíritus que existen en la naturaleza o las almas de los muertos. Tal es el vatauineuva de los yaganes, cuyo
nombre significa el muy anciano, y que recibe también los epítetos de muy poderoso, bueno y cruel (pues da
la muerte de la misma manera que protege), y al que se dirigen diciendo Hipapuan, es decir, Padre mío. Tal el
Tira-wa que los Pawnee definen como la fuerza de lo alto que mueve al mundo y vela sobre todas las cosas.
Tal aún el Nzambi, del que los bantúes del Africa Occidental dicen: Es aquel que nos ha hecho, nuestro padre.
O el Kalunga de los Ovambo del África del Sur, que lleva en su cintura dos cestos, dispuesto a verter sobre
los hombres uno u otro, según su conducta. Para profundizar se puede consultar en Ideas y Creencias, Bruce
Pattinson, Timun Mas, Barcelona, 1972. O en Diccionario de términos religiososo y afines, Aquilino de
Pedro, Paulinas, Madrid, 1993.
• Mitos: creencias o narraciones sobre el origen, esto es, algo del pasado, que
fundamenta el presente y lo abre hacia el futuro.
• Ritos: Celebraciones que reviven la realidad del mito en el tiempo y espacio
actual.
• Ethos (ética): Normas de vida conformes al mito.
En cuanto al sujeto podemos señalar las siguientes características:
• Fenómeno originario, esto es, no derivado ni alienante, fundamental en la
plenificación de la existencia.
• Fenómeno universal, es decir, de todo hombre y de todos los hombres. Todo
hombre es religioso aunque la religión se pueda presentar deformada
(magia, individualismo, etc.).
• Abarca toda su existencia, sus dos facetas polares individual y social,
personal y comunitario y todas sus posibilidades (palabra, gesto, signos,
oración...)
Con lo que ya hemos afirmado podemos señalar claramente que cualquier
experiencia religiosa se presenta de modo auténtico si expresa al hombre en su
verdad, respeta su dignidad, lo hace más humano y comunitario. Ello queda
asegurado sólo cuando la religión tiene:
• Una verdadera trascendencia.
• Unos ritos en el espacio y en el tiempo.
• Unas normas éticas de convivencia.
Serán entonces modos deformados de religiosidad aquellos en que los
elementos constitutivos de cualquier experiencia religiosa estén ausentes. En
definitiva, el hombre no tiene en sus manos ser o no religioso, esto es condición
existencial para él, pero sí es posible que encauce esta condición antropológica,
hacia aquello que se le presenta como verdaderamente trascendente o hacia una
distorsión de la misma.
2. El hecho religioso
Ya hemos visto como se estructura básicamente una religión y cuales
deberían ser sus agentes fundantes. Queda claro, en todo caso, que el hecho
religioso como tal se encuentra presente y forma parte de la vida humana. En
todos los momentos de la historia del hombre encontramos indicios para afirmar la
actividad religiosa de aquellos que han vivido los diversos momentos de nuestra
evolución. Es por esto que al introducirnos en un libro, cualquiera sea este, que
profundice en el fenómeno de la religión dedicará su primer capítulo a descifrar los
signos de vida religiosa que nos han dejado las épocas más remotas de la
prehistoria3
. Los signos que podemos reconocer como obra del hombre primitivo
nos da cuenta de su sentir religioso4
.
Una característica común que reconocemos en estos primeros atisbos nos
hablan del carácter nacional de la vida religiosa tenida en su origen, y la forma
plural de representarse lo divino cuestión que va progresivamente favoreciendo el
politeísmo. Dando un paso adelante en este mismo esbozo histórico de las
religiones tenemos que decir que ya a partir del siglo XI a. C., van apareciendo
formalmente las grandes religiones o religiones universales que han perdurado
3 Pensemos, por ejemplo, en el paleolítico: pinturas rupestres, estatuillas femeninas, restos
funerarios indican claramente la preocupación del hombre prehistórico por el problema del
más allá y la presencia en su vida, junto a las actividades que le imponía la lucha por la
pervivencia, de unas acciones rituales encaminadas a establecer “relaciones eficaces con la
fuente de toda bondad y beneficencia”.
4 Estos signos son distintos, según se trate de poblaciones recolectoras o cazadoras,
nómadas o sedentarias. Pero en todas ellas aparece una actividad, diferente de la actividad
ordinaria y mezclada generalmente con elementos animistas, fetichistas o mágicos, que
contiene muchos elementos de los que hoy denominamos actividad religiosa. Cf. Historia
de las religiones, Manuel Guerra Gómez, BAC, 1999, pp. 74-92
hasta ahora y que acogen a los creyentes actuales. Quisiéramos citar entre ellas a
dos grandes familias:
• En un primer momento señalemos las religiones del Extremo Oriente,
especialmente el hinduismo y budismo. Su característica general muestra la
representación de lo divino como el fondo absoluto de la realidad con el que el
hombre debe identificarse, o debe disolverse. Por esta razón, se las denomina
religiones de orientación mística.
• La segunda gran familia de religiones universales abarca las nacidas en el
Medio Oriente y difundidas después hacia Occidente; son el judaísmo, el
cristianismo y el islamismo. A estas últimas se las reconoce como religiones
proféticas, por la forma marcadamente personal de representarse lo divino y la
tendencia a describir la relación con Dios en términos de diálogo, alianza, amor
y obediencia personales. Hagamos una breve aproximación a las más
relevantes de las ya señaladas.
2.1 El Budismo
El Budismo comienza con el Buda.5
La palabra Buda no es un nombre
propio, sino una descripción que significa “el que está despierto” (a la realidad).
Con este título se conoce a Siddharta Gautama, quien nació al norte de la India, en
lo que hoy es Nepal. Los historiadores sitúan la fecha de su nacimiento en el siglo
VII a. de C.. De acuerdo con la historia tradicional, tuvo una niñez llena de
comodidades. Durante su juventud experimentó una transformación radical cuando
entendió ciertos hechos básicos de la vida: la enfermedad, la vejez y la muerte.
5 Para mayor profundización de la vida de Buda se puede consultar la obra citada más arriba, a partir de la
pg. 70
Dejó su hogar para seguir el camino del Hombre Santo, que se seguía
comúnmente, en ese entonces, por hombres y mujeres desilusionados con la vida,
y que iban en busca de respuestas a la existencia. Tuvo varios maestros y practicó
severas austeridades que casi lo llevaron a la muerte. Después de un largo tiempo
decidió dejarlas, cuando se dio cuenta de que por medio de ellas no llegaría a la
meta que anhelaba: la iluminación. Posteriormente, dirigió sus esfuerzos hacia el
corazón de su propia experiencia y, sentado bajo un árbol, hizo el voto de no
desistir. Al cabo de 40 días y sus noches, Siddharta alcanzó a comprender la
existencia y a percatarse de sus causas y las condiciones que forman la vida: llegó
a la iluminación.6
De hecho “la revelación de Buda es precisamente que no hay
verdad revelada. No hay ningún dios que hable por labios de Buda. Lo que el
predica no es ni el mensaje de Dios, ni la salvación de las almas, sino la liberación
posible de cada uno por la adhesión a las verdades totalmente humanas que ha
descubierto”.7
El Budismo ha existido por más de 2.500 años y ha sido una de las
principales influencias religiosas, artísticas y sociales que han llegado de Oriente.
Una de las características que más lo distingue es que no maneja el concepto de
un Dios creador. Esto no significa que se trate de ateísmo o agnosticismo. La meta
espiritual del Budismo no se describe en los términos de un dios personal ni de
primera causa.8
Del mismo modo en el Budismo no encontramos una predicación
explícita de creencias o dogmas acerca de la divinidad, sino que es más bien una
6 Para profundizar en esto se puede consultar: Eliade, Mircea. La búsqueda. Historia y sentido de las
religiones, Kairós, Barcelona, 2000.
7 Samuel, Albert Las religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 73.
8 Habría que señalar que el Budismo no está estructurado en una institución, en una iglesia con sus fronteras
dogmáticas, sus jefes, su jerarquía, su credo y su capital. Hay comunidades budistas con sus ritos propios. Y
hay corrientes y sectas budistas. Hay budistas con prácticas y hasta con creencias diferentes. Pero no hay una
iglesia budista. Cf. Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 69.
filosofía integral de vida, que tiene como objetivo la transformación positiva del
individuo para alcanzar su potencial de iluminación.
2.2 El Hinduísmo
Es la religión de la gran mayoría de los habitantes de la india. En la práctica,
el término hinduismo sirve para designar una inmensa variedad de creencias, ritos
y costumbres religiosas. Pero en el fondo de todas estas modalidades hay una
común valoración que es su rasgo más distintivo. La lengua de los libros sagrados
del hinduismo es siempre el sánscrito, pero un sánscrito modernizado, establecido
en el siglo III a. de J.C. por el lingüista Panini. Además de los textos védicos, las
fuentes del hinduismo son las siguientes:
- Textos posvédicos: Upanishads recientes, y sobre todo el Dharmasastra
(Enseñanza de la ley). Comprenden el famoso texto conocido con el nombre de
Código de Manú, que se remonta a principios de la era cristiana.
- Epopeyas: Se compusieron a partir del siglo VI a. de J.C., y sobre el mismo
principio que los cantares de gesta o los grandes ciclos germánicos. La principal
epopeya es el Mahabharata (Gran epopeya), que relata la lucha de cinco
hermanos, descendientes de un rey mítico (Bharata) y de su esposa común
(Draupadi) contra sus primos. Es como la Ilíada de los hindúes. Uno de los héroes
del Mahabharata es un semidiós, Krishna, que dirige a uno de los cinco hermanos
un gran discurso, verdadera exposición religiosa del hinduismo: Bhagavad-Gita
(Canto del Bienaventurado). Se le suele comparar en importancia con el
Dhammapada budista y el Tao te Ching del taoísmo.
- Textos religiosos: Puranas (Antigüedades). Son una inmensa producción
legendaria, religiosa, histórica y práctica, que se extiende a lo largo de los doce
primeros siglos de nuestra era. De entre ellos suelen entresacarse dieciocho
compilaciones que reciben el nombre de Puranas mayores. Las dos más famosas
son el Brahma-Purana y el Visnú-Purana. A esto agreguemos los Tantras (Libros)
son tratados escritos a partir del siglo VII de nuestra era. Se refieren a un aspecto
del hinduismo llamado tantrismo.
2.3 Taoísmo
Lao-Tsé es un personaje legendario que la tradición hace nacer en el 604 a.
de J.C., veinte años antes que Buda. El nombre significa Viejo Maestro. Algunos
autores constatan que existió un letrado llamado Li-Fu y otro llamado Lao-Tzu. Su
doctrina presenta gran número de semejanzas con el budismo, hasta el punto de
que en los siglos siguientes, taoístas y budistas utilizaron los mismos símbolos,
idénticos ritos, y veneraron a los mismos personajes. Para el budismo la
iluminación era el nirvana, la anulación perfecta del Yo; para el taoísmo, en
cambio, era la identificación con el divino Tao. Ambas son vías prácticas hacia la
perfección, doctrinas más que religiones. Pero no deben confundirse ni asociarse.
Lao-Tsé partía de la contemplación de la armonía natural para definir las
líneas maestras del taoísmo, mientras que Buda tomó el sufrimiento del hombre
como punto de partida en su contemplación y en su búsqueda de solución.
Ninguno de los dos inventó nada: Recogían sabiduría de siglos, especialmente en
cuanto a los puntos concretos. Lo que ambos innovaron fue el método, la doctrina
concreta: El camino.
2.4 Confucianismo
Confucio es el nombre occidentalizado de Kung Fu-Tsé (Maestro Kung), el
más famoso de los filósofos chinos. Como en el caso de todos los fundadores, de
los que no se conservan biografías contemporáneas, la tradición ha embellecido su
vida. Habría nacido en el año 551 a. de J.C., en el país de Lu (la actual provincia
de Chantung), en una familia modesta, y parece que fue autodidacta. Se casó a los
diecinueve años y al año siguiente fundó una escuela popular. Vivía de los
donativos de de la generosidad de sus alumnos de familias más acomodadas.
En el año 501 a. de C., fue nombrado gobernador de la pequeña ciudad de
Chung-Tu, y la leyenda relata que sus cualidades de buen administrador le
reportaron una brillante carrera política, llegando a ocupar altos cargos en la corte.
Pero los administradores corruptos le veían como a un enemigo.
Confucio presentó la dimisión de todos sus cargos y privilegios cortesanos, y
estuvo vagando por el norte de China durante doce años, enseñando que no había
más que un poder divino (Tao) y un emperador, de quienes todos los demás
poderes eran como vasallos. Sus obras, compilación de antiguos textos de
sabiduría china, se dividen en dos grupos:
- El primero comprende cinco o séis tratados denominados los King o canónicos:
Cre-King (Libro de las Odas) una colección de cuentos populares de la más remota
antigüedad; Chu-King (Anales), documentos que él mismo coleccionó; Tchoen-
Tsien (Crónica de Lu).
- El segundo grupo comprende su propia doctrina o Filosofía moral y política.
Consta de los cuatro libros agrupados bajo el título genérico de Se-chuh: El Ta-
hiao, o del gobierno patriarcal; Tchung-yung, o del justo medio; Lun-yu, de la vida
de Confucio; y Meng Tseu, que es una exposición de sus doctrinas recopilada por
uno de sus discípulos. Murió en el 479, después de haber dedicado los últimos
años de su vida a la predicación y formación de sus discípulos. Inmediatamente
tras su muerte, se levantaron muchos templos en su honor por todo el norte de la
China.
Estas religiones que acabamos de describir someramente (y por tanto
puestas en descripciones siempre limitadas e injustas dado que su contenido es
mucho más amplio) dicen relación a las cuatro grandes corrientes místicas
orientales (Próximo, Medio y Extremo Oriente). Nos hemos aproximado a sus
esencias más que a sus historias, sin entrar en discusiones o definiciones
teológicas, pues todas ellas tienen multitud de escuelas e interpretaciones.
Alejándonos en lo posible de las teologías, hemos intentado centrar la
atención en lo que constituye la esencia espiritual de estas vías místicas de unión
con el Absoluto (Dios), con el fin de introducir su objetivo final, el fenómeno
místico (unión con Dios; identificación del alma con Dios). Esta finalidad, de algún
modo común, hace que otros puntos o aspectos prácticos sean también
coincidentes: Moralidad, prohibiciones, mandamientos, formas de contemplación,
actitud mental, posturas exteriores, etc.
Interesa destacar que no se recoge en esta obra una historia de todas las
religiones que han existido. Ese trabajo correspondería a los grandes tratados
sobre las religiones. Por tanto, nos hemos limitado a exponer la génesis de las
grandes religiones y doctrinas religiosas de mayor renombre en el mundo actual.
Los credos atenienses, los romanos, los pueblos amerindios (Mayas, Incas), el
animismo africano, etc., quedan fuera de nuestro trabajo, pensando sobre todo, en
el interés que demanda nuestra investigación. No obstante quisiéramos
complementar esta precaria aroximación, con una breve alusión a las religiones
monoteístas no cristianas, a saber, Judaísmo e Islam.
2.5 El Judaísmo
Unos mil ochocientos años antes de Jesucristo, aparecen en Mesopotamia,
procedentes de más allá del Eúfrates, unas tribus migratorias que los pueblos ya
instalados en la región (acadios, babilonios, etc.) se denominan hebreos (los que
pasan el río). Entre estos nómadas hebreos, hay algunos cuyas prácticas religiosas
son originales para lo que conocen los que habitan en la región: Adoran a un sólo
Dios.
Se trataba de un clan no muy numeroso, unos cientos de miembros, y cuyo
jefe -el patriarca- se llamaba, según la tradición escrita, Abraham.9
En efecto el
escrito bíblico cuenta que partió de Ur, ciudad del Golfo Pérsico, cuando
Hammurabi reinaba en Babilonia (siglo XVIII a. de J.C.), para establecerse con su
clan allá donde Dios le señalara: Tierra prometida. Se instalaron en Palestina y el
hijo de Abraham, Isaac, y su nieto Jacob fueron sus sucesores en la jefatura del
clan.10
Más tarde, los hebreos descendientes de Jacob (que tuvo doce hijos) fueron
llamados israelitas, pues Dios le cambió a Jacob el nombre por el de Israel (lo que
significaba que había luchado con Dios y había sobrevivido).
Los israelitas emigran en el siglo XVII antes de Cristo a Egipto, donde
constituyen una minoría que provee de mano de obra esclava. En el siglo XIII,
conducidos por uno de ellos, Moisés, que había sido elegido por Dios para esta
tarea, abandonan Egipto y atraviesan el desierto del Sinaí (hecho conocido
bíblicamente como el Éxodo). Es precisamente aquí en el monte Sinaí donde Dios
hace entrega a Moisés de los mandamientos11
para su pueblo, grabados en
piedras: Tablas de la Ley.12
9 Ante todo conviene notar como los textos del Génesis subrayan la importancia de la figura de Abraham: lo
hacen mencionando su genealogía cosa que normalmente sólo sucede con los grandes personajes. Cf.
Ampuero, Luis Alonso, Historia de la salvación, Fundación Gratis date, Pamplona, 2000, pp.17-18.
10 Para mayor profundización en una síntesis sencilla y clara, se puede ver ¿Entiendes el Mensaje?, Equipo
Misionero, San Pablo, Santa Fe de Bogotá, 1995, pp. 17 ss.
11 Para conocer el Decálogo se puede acudir a la Biblia en Ex 20,1ss. o Dt 5,6ss.
12 Lo esencial de la alianza mosaica es la elección que Dios hace una vez mas en el seno mismo del pueblo
que ya había escogido para sí con Abraham. Una tribu, los levitas, y una familia, la de David, son elegidos
para que Israel quede consagrado a su Dios. Cf. Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino,
Pamplona, 2000, pp. 92
Instalados en Palestina -su tierra donada por Dios- los israelitas se dan
jueces por jefes (Jefté, Gedeón, Samuel, etc.) y más tarde reyes: Saúl (hacia 1030
a. de J.C.), David (muerto hacia el 970 a. de J.C.), y Salomón (970-930 a. de J.C.),
los cuales en menos de un siglo edifican un reino cuya capital es Jerusalén. A la
muerte de Salomón se divide el territorio en reino de Israel (con diez tribus y cuya
capital fue Samaria), en el norte, y el reino de Judá (con dos tribus y cuya capital
fue Jerusalén), en el sur.
La rivalidad entre los dos reinos lleva a la destrucción mutua. Hasta que en
el año 721 a. de J.C., el asirio Sargón II destruye todo el territorio. En el año 587,
el babilonio Nabucodonosor conquista Jerusalén, destruye el templo de Salomón
(586) y deporta a Babilonia parte de la población del reino de Judá, a este hecho
se le llamó: Exilio o cautiverio de Babilonia (586-539).
Sus principios, sus leyes y sus ritos se remiten a las revelaciones recibidas
por Moisés. Los grandes profetas, confidentes de nuevas comunicaciones de
Yahvéh (Dios), predicaron una reforma que señalaba cierta evolución. La idea
fundamental desarrollada por dicha predicación es la que el Dios del Sinaí, Yahvéh,
cuya intervención en este mundo es constante, concertó una alianza con el pueblo
de Israel, al que condujo desde Egipto a la tierra prometida de Canaán.
Luego del destierro babilónico surge un nuevo periodo que es propiamente
el Judío, caracterizado por el fin de las revelaciones proféticas, el lugar
preeminente concedido a los sacerdotes, la insistencia en el culto y los ritos, cada
vez más estricta y minuciosamente codificados. El canon bíblico se cierra
definitivamente hacia el siglo primero anterior a nuestra era, y los libros del
Antiguo Testamento son objeto (como el Pentateuco desde hacía tiempo) de una
veneración más y más intensa, que llegará incluso a querer interpretar el número
de las letras que contiene y a dar un valor simbólico a la menor de sus
particularidades.
Más tarde -ya en la era cristiana- florece un judaísmo racionalista, que se
esfuerza en la construcción de una teología que ponga de acuerdo el Antiguo
testamento y el judaísmo tradicional, por una parte, y la filosofía griega (en
particular la de Aristóteles, tal como había sido interpretada por los pensadores
musulmanes) por otra.
Los siglos XIX y XX ven prosperar un judaísmo liberal, que quiere adaptar
las tradiciones al espíritu del tiempo, que intenta prescindir de los ritos caídos en
desuso y que a menudo conduce a un vago teísmo o a la asimilación. El sionismo,
movimiento político nacido a fines del siglo XIX, quiere, por el contrario, preservar
a toda costa la identidad judía, y terminará con la creación del Estado de Israel.
Dios es único, creador y gobernador de todo cuanto existe (no es Dios
Trino); es un espíritu puro, eterno e inmutable; no puede por tanto representarse
corporalmente. Israel es el pueblo elegido por Dios de entre todos los posibles,
para hacerlo depositario de la Ley y beneficiarlo con su Alianza. Dios eligió a
Moisés entre los israelitas, para liberar a su pueblo del yugo de Egipto, para
dictarle su ley inmutable (Decálogo). Del mismo modo Dios se expresa por boca de
los profetas, a los que envía para decir a su pueblo palabras de verdad. Con todo,
lo fundamental en los judíos es su apego a la Torá,13
que según algunas tendencias
al interior del mismo Judaísmo se presentan con más o menos apertura,
adaptándola al mundo moderno, y guardando tan sólo el espíritu de la Ley.14
13 Entendemos por Torá o libro de la ley, al Pentateuco con sus cinco libros: Génesis, Éxodo, Números,
Levítico y Deuteronomio. Comprende especialmente el decálogo y los rituales sobre las fiestas y los pecados.
Cf. Idem. pp.111
14 Frente a todas las posibilidades religiosas o más bien los símbolos o signos que se entremezclan con la
obra de lo que comúnmente llamamos religiosos me parece oportuno consultar en Lo Sagrado y lo Humano.
Para una hermenéutica de los símbolos religiosos, Salas A. Ricardo, San Pablo, Santiago 1996
2.6 El Islam
Islam significa en árabe sumisión (a la voluntad de Dios), y es el nombre
dado a la religión fundada por Mahoma -Mohammed en árabe, que significa el
glorificado- que vivió entre el 570 y el 632 de la era cristiana en Arabia. Los
adeptos de esta religión son llamados musulmanes (en árabe muslim, que significa
los creyentes).
De la mano de la expansión árabe, esta religión se impuso en todos los
pueblos conquistados, excepto en Europa, por la resistencia innata de los recién
convertidos pueblos bárbaros y la formación de las naciones europeas,
identificadas con el cristianismo.
Al igual que el judaísmo y el cristianismo, el Islam se basa en un libro
inspirado por Dios: El Corán. Las revelaciones de Dios a Mahoma están contenidas
en el Corán, completado por la tradición (Sunna). A partir del Corán y la Sunna se
define el conjunto de reglas que rigen la vida del creyente, el Fiqh, que es un
código jurídico-teológico.15
El Corán comprende 114 capítulos, llamados suras, cada una de las cuales
lleva un título y, como subtítulo, el lugar de la revelación (suras de La Meca, suras
de Medina, etc.). Las suras se dividen en versículos, la más corta de ellas (la CX)
tiene tres y la más larga (la II) tiene 286 versículos. Están clasificadas según su
importancia, las más largas al principio y las más cortas al final. Esta clasificación
se remonta al califa Otmán (644-656). Esto nos impide analizar la génesis del
pensamiento y de las revelaciones de Mahoma.
15 En este aspecto sería muy conveniente consultar obras como las ya citadas en este documento o algunas
otras que amplían la bibliografía aquí alcanzada como: Hemos visto su estrella. Teología de la experiencia de
Dios en las religiones, Juan Esquerda Bifet, BAC, Madrid, 1996; Hombres, mitos y misterios, Antonio
Anwander, Paulinas, B. Aires, 1966; La búsqueda. Historia y sentido de las religiones, Mircea Eliade, Kairós,
Barcelona 2000. Entre otras.
Los dos primeros califas sucesores de Mahoma fueron elegidos entre los
compañeros del profeta que le habían seguido a Medina: Abu Bakr (632-634) y
Omar (634-644). Con Otmán (644-656) adquiere preponderancia el partido de La
Meca. Otmán pertenecía al acaudalado clan de los Omeyas, hasta entonces
apartado del poder, y murió asesinado, víctima de los mil conflictos que agitaban el
mundo musulmán, cuya unidad era todavía muy frágil, y estaba sujeta a las
antiguas rivalidades de clanes y tribus. Esto favoreció las diferencias acarreando
una división política que se tradujo en una división religiosa. El partido de Alí (en
árabe Chïa, y de ahí el término chiíta) consideraba usurpadores a los tres primeros
califas y venera a los sucesores legítimos de Alí.16
Los chiítas predominan en Irán e Irak, pero también se encuentran en el
Yemen, en el Líbano y en la India. Representan una minoría en el Islam: Algo
menos del diez por ciento de los creyentes musulmanes. Las principales sectas
chiítas son: Imanitas, duodecimanos, ismailíes, y zaydíes (en el Yemen).17
Los
sunnitas, es decir, aquellos que siguen rigurosamente la Sunna (la tradición),
representan la inmensa mayoría del Islam actual (más del 90 por ciento de los
musulmanes).
El hecho religioso se muestra así con una inmensa variedad de posibilidades
que de algún modo, denotan también, la diversidad de la historia humana, según
las diferentes épocas, culturas y situaciones, pues “aunque no conocemos
prácticamente nada sobre el nacimiento de las religiones, a la vez sentimos su
presencia, porque lo religiosos continúa latiendo en el corazón de la historia de la
16 De modo análogo a lo que reprodujo en el cristianismo con las Iglesias surgidas de la reforma de Lutero.
17 Para realizar un acercamiento a un conjunto de sectas de origen oriental se puede consultar con el texto ya
citado de Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 201.
humanidad.”18
Y esto con características que acompañan las circunstancias
epocales y culturales. No obstante, la unidad que encontramos en el ámbito de lo
religioso resulta notable. Si bien los modos y circunstancias pueden variar, y de
hecho son distintos, los motivos y sentidos que se otorgan en las religiones
mismas no varían del mismo modo, más bien, se asemejan.
Pensando, por ejemplo, en la religiosidad primitiva y las elevadas
manifestaciones religiosas contenidas en el cristianismo, buscan de algún modo
manifestar un mismo objeto último, en ocasiones como formas o manifestaciones
de un hecho humano idéntico: esto es lo que reconocemos como hecho religioso,
que tiene su caracterización propia respecto de otros momentos que rodean el
quehacer humano.
En esto tenemos que decir fenomenológicamente y mirando, no desde
dentro, sino desde lo que externamente se percibe como hecho religioso, que el
cristianismo se presenta de un modo particularmente distinto. Si bien la religión
cristiana comparte muchos rasgos con otras religiones, su particular anuncio y la
formulación explícita de sus contenidos le dan un carácter peculiar.19
En esto se
hace clave el poder profundizar en el hecho religioso como tal y poder descubrir en
el y a partir de el la originalidad de la fe cristiana, este desafío lo dejamos para
más adelante.
3. Estructura del hecho religioso
18 Díaz, Carlos, Manual de historia de las religiones, DDB, 4ª, Bilbao, 1997, pp. 36
19 La palabra cristianismo está atestiguada por vez primera en Antioquía, actual Siria. Allí
los discípulos de Cristo se llamaron cristianos por vez primera (Hech 11,26). En el
cristianismo hay ciertamente verdades, normas éticas, ritos, un libro sagrado, etc. Pero el
cristianismo, más que algo, es Alguien: Jesucristo, persona y personaje excepcional, único y
punto de referencia inevitable de la historia de la humanidad y hasta de su datación
cronológica. Cf. Op. Cit. Guerra, pp. 328
Ya adelantábamos que el hecho religioso como tal tiene rasgos comunes
que permiten identificar a una verdadera religión y si bien las apuestas religiosas
pueden ser diversas existen formas que permiten identificarlas como tales,
cuestión que nos parece importante comentar.20
Fundamentalmente nos remitimos
a lo sagrado, al Misterio y las hierofantas como expresión de estos dos.
Lo Sagrado: estamos hablando aquí, de aquello que hace referencia, de un modo
directo al hecho religioso, y en ello tiene que ver en su identidad propia, o a veces,
en lazos comunes: la misma divinidad, es decir, Dios, pero también podemos estar
haciendo referencia al hombre, o a determinados actos y objetos, que constituyen
las múltiples manifestaciones del hecho religioso. Todo esto lo calificamos de
religioso en cuanto se relacione precisamente con lo sagrado. Lo Sagrado se
entiende entonces como un específico modo de ser y de aparecer frente al hombre
y la realidad en su conjunto, que surge justamente cuando aparece lo religioso. Lo
sagrado es, por tanto, la misma realidad natural en cuanto apela a una presencia
que en su más pura esencia nos conduce a una realidad ontológicamente última.
Señalemos que la característica primera que caracteriza a cualquier
manifestación religiosa es la ruptura que se establece con lo común de la
existencia y la vida. Es decir, El hombre religioso, como tal, se comporta de forma
diferente a como se comporta el resto de los hombres o como se comporta él
mismo en un plano no religioso. Esto es lo que en términos de la fe cristiana se
20 Entendemos la religión, conceptualmente hablando, como aquello que designa
principalmente un hecho humano complejo y específico: un conjunto de sistemas de
creencias, de prácticas, de símbolos, de estructuras sociales a través de las cuales el
hombre, en las diferentes épocas y culturas, vive su relación con un mundo específico: el
mundo de lo sagrado. Este hecho se caracteriza externamente por su complejidad –en él se
ponen en juego todos los niveles de la conciencia humana– y por la intervención en él de
una intención específica de referencia a una realidad superior, trascendente, misteriosa, de
la que se hace depender el sentido último de la vida. Cf. Op. Cit. Guerra, 23-38
reconoce en episodios como el de la zarza ardiente (Ex 3,2)21
. En este sentido
podemos afirmar, en la búsqueda de una progresión comprensiva de lo sagrado, lo
que solicita precisamente la apuesta por lo sagrado y aludimos aquí al Misterio.
Al hablar del Misterio nos referimos a aquello que tiene su origen en lo
sagrado, que se presenta como realidad trascendente, pero que a su vez
reconocemos como lo más íntimo de la conciencia, que despierta reverencia y
atracción, y se manifiesta en el silencio y abolición de toda finitud concreta. Así, si
nos encontramos con alguien cuya referencia religiosa se constituya en las grandes
religiones proféticas (judaísmo, cristianismo, islamismo), la realidad que hace
surgir lo sagrado es la propia afirmación de Dios, en su carácter propio, dado cada
una de ellas.
Ahora bien, esto no significa que otras tradiciones religiosas que carecen de
una identidad divina, como el budismo primitivo, no sean tradiciones
auténticamente religiosas. Pero paralelamente, si en la tradición religiosa profética
confesamos a Dios, en el budismo, por ejemplo llamamos al lugar de Dios:
Misterio. Esto se afirma dada la absoluta superioridad de aquello que llamamos
Misterio, a este Misterio sólo es posible aproximarse bajo el eco que este mismo
produce en el sujeto religioso. No nos referimos aquí a algo etéreo sin consistencia
vital en el individuo, como producto de la mera imaginación sino que nos referimos
a algo real, Trascendente, que tiene incidencia directa y paradigmática en el
individuo. No obstante su condición de Misterio no agote su ser en toda su
magnitud.
21 Moisés pasa a ser el testigo privilegiado de la hierofanía, (que es a su vez teofanía) de la
zarza que ardía sin consumirse. Aquí el sujeto que intenta entrar en el mundo de lo sagrado
necesita “descalzarse”, es decir, hacerse presente pero de un modo distinto, de una forma
nueva.

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  • 1. CAPÍTULO PRIMERO CONDICIONES DE POSIBILIDAD PARA UN CAMINO DE FE Hablar de fe nos sugiere diversas posibilidades y comprensiones, caminos y orientaciones desde las cuales podríamos dirigir nuestra reflexión. Nos enfrentamos de modo inmediato a un tema que no tiene límites absolutos. Esto es lo que intentamos realizar en las siguientes páginas: sencillamente, abrirnos a la factibilidad de un camino no agotado, pero lleno de posibilidades. 1. Dios en el lenguaje humano La experiencia del hombre ligada en particular a su propia comprensión de la sociedad y de la historia está constantemente sometida a sus propias limitaciones. Cualquier tarea que el hombre emprende se ve necesariamente coartada por una serie de acontecimientos y situaciones, que no dependen necesariamente de un acto voluntario del ser humano, sino que son fruto de su condición existencial situada, de hecho, en un marco espacial y temporal de características también limitadas.1 Estas caracterizaciones que le atribuimos al ser humano y a toda obra que el hombre emprende, no quieren disminuir en ningún caso lo que él es en sí mismo y para el todo social. Por el contrario, lo que estamos haciendo es afirmar con toda claridad que si bien las posibilidades del hombre en todo lo que es capaz de emprender son cuantitativamente insospechadas, los avances científico-técnicos de la última mitad del siglo XX dan cuenta de ello, siempre éste se ve envuelto en una realidad ineludible: su propia finitud. Sobre este tema volveremos en el apartado siguiente. 1 Cf. Sesboüe, B. Creer, Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo, Madrid, 2000, pp. 22.
  • 2. De estas mismas reflexiones se deduce el caminar histórico de la experiencia de fe. Es decir: si la experiencia creyente se ve circunscrita a categorías humanas para su mejor comprensión y reconocimiento, entonces esta experiencia tendrá diversas comprensiones según el hombre se comprenda asimismo. La inteligencia humana va caminando de este modo a una siempre mejor comprensión en lo humano de toda realidad trascendente, no obstante la realidad divina permanezca inmutable. Welte2 afirma que: “Puesto que la inteligencia que el hombre tiene de sí mismo y del ser está actualizada de una manera peculiar en la religión, en consecuencia la religión se expresa en un lenguaje humano, en categorías humanas y en posibilidades de pensamiento humano, vive en formas de realización humana. Sólo desde aquí puede explicarse el hecho manifiesto de que la religión a su manera participa también en el cambio histórico de la inteligencia que el hombre tiene de sí mismo y del ser, y de que por tanto, la religión posee una historia humana y a veces demasiado humana, por más que Dios, desde el cual se entiende la religión, sea inmutable y se halle fuera de tal historia”.3 Con esto lo que queremos señalar es que no se trata de manejar y comprender la realidad divina a nuestro antojo y según queramos: Dios es siempre Dios. La experiencia de la fe nos conducirá entonces a no distorsionar comprensiones divinas diversas, sino a profundizar en el único Misterio que se nos presenta como revelándose constantemente. 2 Nos referimos a Bernard Welte. Nació en Mekirch Baden, Alemania el 31 marzo de 1906. Estudió Teología en Friburgo y en Munich. Fue ordenado sacerdote en el año 1929. En 1946 obtiene la docencia libre en la Universidad de Friburgo donde murió en 1983. Su trabajo dominante tuvo que ver con la reflexión filosófica en un estado tentativo de recuperar una esperanza religiosa, capaz de mantener el carácter ecuménico, evidenciando en su interioridad lo específico del mensaje cristiano. Ha iluminado algunos temas fundamentales bajo el estudio a Santo Tomas, el Maestro Eckhart y Kant. Entre sus numerosas obras recordamos Tras las huellas del eterno, de 1976; Sobre la posibilidad de una nueva experiencia religiosa, de 1976; Filosofía de la Religión de 1978 y ¿Qué es creer? de 1983. 3 Welte, Bernhard, Filosofía de la Religión, Herder, Barcelona, 1982, pp. 25-26.
  • 3. No es el hombre el que adapta a Dios a su modo de comprenderlo, sino Dios que se limita humanamente para que tengamos acceso a Él. Señalemos que todavía estamos en un ámbito fenomenológico, de acuerdo a lo que se nos aparece como realidad divina. Nuestra reflexión dista mucho de hablarnos del Dios de Jesucristo, sobre el cual volveremos ampliamente más adelante. 2. La finitud como realidad que nos interroga por el ser La experiencia de lo infinito en la realidad finita de la humanidad no puede sino circunscribirse en esta misma realidad finita, que es de suyo, el lugar antropológico en que se desarrolla toda realidad de Dios, el infinito por antonomasia. Dicho de otro modo, el hombre sólo puede hacer experiencia de lo divino a modo humano, y en la experiencia de fe no existe otro modo de comprenderse a sí mismo sino como finitud. Es más, esta misma finitud es lo que garantiza la experiencia de fe. En efecto, si el hombre se considerase a sí mismo como divino no necesitaría de la fe en otro. El problema obvio es que si el hombre es divino ¿dónde encontramos su perfección, su infinitud, o su poderío, su inmutabilidad o su impasibilidad, que son características propias de lo divino? La sensatez de estas afirmaciones no amerita más explicación. Lo que sí requiere de todo nuestro esfuerzo es el hecho mismo de estar en el mundo bajo estas condiciones de finitud. Está claro que somos, pero también está claro que dejaremos de ser y que alguna vez no fuimos, y esto en cualquier caso, bajo cualquier orientación filosófica, teológica o existencial. Lo que se define con claridad de parte nuestra es que no podemos negar este hecho: estamos en el mundo, pero dejaremos de estar en él: “Interprétese nuestra existencia en el mundo a la manera de Platón, o de Tomás, o de Heidegger, o de Sigmund Freud, o como quiera que sea; estas posibilidades de interpretación y todas las otras
  • 4. comparables dejan intacto el hecho fundamental que expresamos con las palabras estamos aquí en nuestro mundo. Este hecho permanece en todo caso”.4 La experiencia de la finitud que hacemos, es decir: que alguna vez no fuimos, porque no existíamos, y que alguna vez no seremos, porque dejaremos de existir nos evoca otras realidades semejantes. Sin duda que introducirnos en las diversas perspectivas que se nos presentan frente a la comprensión de lo finito nos induce a nuevos desafíos, pero no es nuestra intención apasionarnos en ello. Sólo queremos poner de relieve y llevar nuestra existencia a una realidad de la que estamos seguros, pero que paradojalmente, sólo la podemos experimentar a priori, a saber, dejaremos de ser. Evidentemente que estas reflexiones no son nuevas en la comprensión del fenómeno religioso o la experiencia creyente. Ya otros, desde diversos prismas, han apuntado a la realidad que nos sobrecoge. No somos los primeros ni seremos los últimos en inquietarse por la experiencia religiosa a la luz de nuestro tiempo, nuestra reflexión se ofrece sólo como un camino hacia lo definitivo. Decíamos que lo evidente de nuestra existencia es precisamente esta, nuestra existencia. En otras palabras podemos decir que lo único seguro es que vivimos y desde esta vida que tenemos nos podemos abrir a diversas formulaciones con distintas comprensiones de hombre y diversas asimilaciones del mundo. El estar aquí es posible como apertura a múltiples experiencias, respecto de nosotros mismos, de la sociedad y del mundo. Estas experiencias constituyen esencialmente nuestra existencia, dicho de otro modo, el que existamos nos abre a la diversidad de experiencias. 4 Idem, p. 51
  • 5. Esta diversidad de posibilidades circunscribe también la religiosa. Es sabido que hoy por hoy existe consecuencialmente disociación con la religión, y pareciese que el hombre se ve alejado de ella, pero no es menos cierto que muchas veces ésta permanece como reprimida en el hombre, manifestándose en hechos como la religiosidad popular, comportamiento secular, etc. Un caso claro y realmente descriptivo de esto, a propósito de los campos de concentración nacionalistas, lo encontramos en las siguientes palabras: “Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba sorprendido y admirado por la profundidad y la fuerza de las creencias religiosas. A este respecto lo más impresionante eran las oraciones o los servicios religiosos improvisados en el rincón de una barracón o en la oscuridad del camión del ganado en el que nos llevaban de vuelta al campo desde el lejano lugar de trabajo, cansados, hambrientos y helados bajo nuestras ropas harapientas.”5 Lo que afirmamos es que a pesar de las diversas experiencias existentes, y aun en medio de aquellas que más nos acercan a la propia muerte, la religión pervive y está presente. En otras palabras, la religión no ha podido ser sustituida, más aun, la propia finitud nos viene a interrogar por lo infinito, lo inmanente (lo que esta dentro del mundo) se abre a lo trascendente (lo que estámas allá de el y lo trasciende) y es allí donde esta trascendencia más fuertemente se reconoce. En síntesis lo que intentamos afirmar es que nuestra vida, que tiene su fin en la muerte, nos abre a la pregunta por Dios desde ese mismo fin. Por su parte la falta de conciencia de nuestra realidad finita, así como de la propia realidad creyente no nos alejan de los anhelos profundos de justificación, libertad y fraternidad, por el contrario solicitan esta presencia y es desde esta experiencia que es posible reconocer, al menos como una posibilidad, la 5 Frankl, Víctor. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1996, pp. 43
  • 6. interpelación de Dios. Pues la posibilidad nos sugiere el hecho que nuestras preguntas existenciales no estén, en último término, ancladas en nuestra condición de hombres finitos sino que pueda ser Dios mismo quien las pone en lo profundo de nosotros. 3. La experiencia de la nada y la apertura al todo Señalábamos más arriba las posibilidades que se nos abren como caminos hacia la experiencia de fe en el marco de la finitud existencial del género humano. Ya decíamos, cada individuo experimenta con mayor o menor conciencia su propia finitud. Esta realidad finita supone en sentido obvio que un día dejaremos de existir y por tanto dejaremos de ser y sentir, es decir, nos enfrentamos desde nuestra condición existencial a la experiencia de la nada.6 Algún día nada seremos y algún día nada fuimos. Pero ¿qué comprendemos o que viene a nuestra razón cuando hablamos de la Nada? Lo que hay que afirmar con toda claridad, en primer término, es que una vez no estábamos aquí y alguna vez dejaremos de estar aquí. Esta afirmación está fuera de toda discusión racional, pues es evidente por sí misma. No es posible negar que alguna vez no existimos y que alguna vez dejaremos de existir; “la muerte es un hecho de experiencia que no puede negarse”.7 Es a esta realidad de dejar de ser lo que llamaremos, en nuestra reflexión, la nada. Esta nada es la que nos espera, y esto es la certeza indiscutida de nuestra condición existencial. Aquí cabría hacerse la pregunta sartreana: “Si queremos penetrar a fondo en la cuestión no debemos darnos por satisfechos con esta 6 Utilizamos aquí el concepto de nada apelando a la idea de no existencia, es decir, si dejaremos de ser en nuestra muerte, entonces seremos nada. 7 Heidegger, M. Ser y Tiempo, Universitaria, Santiago de Chile, 2002, p.277, traducción de Jorge Eduardo Rivera.
  • 7. respuesta y debemos preguntarnos ahora: ¿qué debe de ser la realidad humana si la nada tiene que advenir al mundo por ella?”8 La nada adviene a nosotros, sabemos que algún día llegará porque dejaremos de ser, algún día nos atrapará. Pero hay aquí algo que nos produce cierto interés. Si la nada es lo definitivo, en el sentido que la nada se presenta como lo infinito para nuestra existencia (pues con ella nunca más seremos), entonces no sólo nos interroga por el hecho de dejar de ser, sino que se nos presenta como una realidad absoluta. En otras palabras, la nada será nuestro absoluto, lo definitivo, la totalidad de nuestra plenitud. Esta realidad nos abre a posibilidades ciertas que no podemos rechazar. Existe una experiencia que es la de la nada y “quien la experimenta y en esa experiencia ve que todos nosotros dejaremos de existir, puede entender esta experiencia como experiencia de una mera y pura nada, o como la experiencia de un encubrimiento absoluto. En el primer caso dirá: aquí no hay nada en absoluto. Y en el segundo caso dirá: aquí no veo nada. Lo que aquí hay, está enteramente sustraído y oculto para mí”.9 En otras palabras nos preguntamos por lo que nos espera cuando dejemos de ser y/o existir; ¿será pura nada y vacío, es decir, muerte total? Señalemos que la nada, en cuanto condición existencial que nos adviene, no es menos importante, en el sentido que si es nada sólo la experimentamos en otros, pues cuando yo mismo sea nada, nada podré experimentar. La nada toma aquí toda su fuerza, pues se nos presenta como lo infinitamente mayor y por tanto lo definitivamente inevitable, como señala Welte: “la no existencia es lo inconmensurablemente mayor. Absorbe a cada uno y a todos, y esto para siempre. En su infinitud es lo monstruoso”.10 8 Para mayor profundización respecto de estas afirmaciones CF. Sartre, Jean-Paul, El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, 1976, traducción de Juan Valmar, pp. 63-66. 9 Welte, op. cit, pp. 54. 10 Idem. pp. 59
  • 8. Esta es nuestra realidad, que se nos manifiesta con toda claridad y poder frente a lo cual nosotros no somos más que un breve lapsus de historia, en medio de la inmensidad del todo de la nada. La nada es lo otro de nuestra existencia, cuando dejemos de existir entonces aparecerá la nada. La experiencia de la nada, no la haremos sólo al momento de nuestra propia muerte, sino que la hacemos ya hoy, de cara a nuestra propia existencia cotidiana. Ahora bien, esta condición existencial que como ya decíamos es indescartable de nuestro ser, se nos hace a su vez inevitable. Entonces, ¿vale la pena también preguntarse por el sentido de lo que hacemos?, ¿de lo que somos?, y más aun, ¿de lo que queremos ser? Pues si todo, tanto lo que nos alegra como lo que nos entristece, si lo que nos enfada o nos atrae, si lo que nos causa asombro o lo que nos fascina sucumbe ante la nada, será lanzado a la nada misma, ¿qué sentido tiene todo esfuerzo humano? En efecto, ¿cuál es el objeto de toda dedicación, toda entrega, toda generosidad, toda promoción de la justicia, de la verdad, de la caridad? Pues todo terminaría en la muerte, es decir, en la nada. El bien y el mal no tienen relevancia frente a la inmensidad de la nada, frente a la monstruosidad del dejar de ser que viene hacia nosotros. “Ya no puede verse por qué haya de tener sentido comprometerse por la verdad y la justicia más que por la mentira y la injusticia. La nada, entendida como simple nada nula, destruye todo esbozo y todo postulado de sentido”.11 Aquí nos encontramos frente a la náusea sartreana, ante lo absurdo de nuestra existencia: todo está demás, o no tiene la menor razón para ser y existir, y no hay nada que pueda explicar su existencia. El hombre es pura contingencia y la realidad es absurda: “Eramos un montón de existentes incómodos, embarazados por nosotros mismos; no teníamos 11 Welte, op. cit. p.69
  • 9. la menor razón para estar allí, ni los unos ni los otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía estar demás con respecto a los otros.”12 Si esta es la afirmación más profunda de nuestra existencia, entonces está claro que todo carece de sentido, más aún, lo único que tiene algo de sentido es la nada misma, por lo que habrá que solidarizar con ella viviendo lo que tengamos que vivir, buscando todo lo que nos acerque a la nada, es decir, todo lo que sea negación de lo humano, de lo existente, de lo que vivimos y experimentamos como principio universal; el único sentido de todo es la nada.13 Esto lo afirmamos en el sentido que la nada se presenta con mucho más fuerza que nuestra existencia, pues vivimos sólo un momento y dejaremos de vivir eternamente. Nada tendría sentido si todo termina en la nada. La aspiración al sentido de todo no se realiza. Esta lectura, así presentada, nos sumerge en una realidad definitivamente mundana, sin trascendencia, sin sentido, sin ética, sin consistencia existencial, sin Dios. Pero aquí es donde queremos llamar la atención, pues que pasaría si la nada de la que hemos estado hablando, se nos entregara como una posibilidad distinta de aquello que pensamos, pues, por un lado, la nada es una mera nada nula, o bien todo tiene un sentido. Pensemos en las características que hemos afirmado de la nada: ella es el todo, es lo que permanece (lo infinito), es el horizonte hacia lo cual converge todo y es lo que a su vez en un principio originó todo. Es decir, si la nada es lo inmensamente mayor, lo que nos supera infinitamente, lo que abarca todo, lo eterno. Acaso no son estas características las que normalmente le atribuimos a Dios, que es lo inmensamente mayor lo que nos supera infinitamente. 12 Sartre, Jean-Paul. La Náusea, Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1983, pp. 161-163. 13 Señalemos aquí que el nihilismo radical no se pretende afirmar nada, ya que toda afirmación de la nada supone un sentido. Lo único que afirma el nihilismo radical es la precariedad, fragilidad y cuestionabilidad de toda afirmación. Es decir cuestiona y pone en duda la propia nada.
  • 10. Así, cabe la posibilidad, de que la nada nos abra hacia un todo que no podemos rechazar y que no sea una nada nula, sino más bien una presencia oculta de un poder infinito e incondicional que llena de sentido todo. Es una presencia oculta que no se refleja en palabras, ni formas, pero es una presencia real. Ello significa que la nada es lo que puede justificar y llenar toda vida. Ahora bien, todos estos rasgos positivos se nos presentan en forma de misterio. Hay algo misterioso que se vislumbra con la nada, a saber, lo incondicionado y trascendente de la existencia hacia la nada como posibilidad de un camino hacia algo más que la nada misma. La realidad misteriosa de la nada, que se nos presenta en nuestra propia vida, nos sugiere aquí características que agilizan una experiencia de fe, al menos abren camino hacia ella. Es más, “lo que tenemos aquí es que la fe en el poder misterioso, infinito e incondicional, fuente de exigencia para todo, que conserva todo sentido y decide sobre todo sentido, puede ser una fe fundada racionalmente (refiriéndonos sólo a su fundamento, no a la fe en sí misma). En sus momentos decisivos descansa en intuiciones que no fuerzan a nadie. Pero esto no impide que se trate de intuiciones reales.”14 No obstante, queremos clarificar que hablamos sólo de un camino posible, no aseguramos la realidad de Dios a partir de estas meras reflexiones, esto sería absurdo, pero no podemos negar que al menos la nada así comprendida, posibilita un camino hacia la fe. 4. La pregunta por el origen y el fundamento Queremos insistir en estas próximas líneas en la acuciosa necesidad que la ciencia tiene de fundamentar sus criterios de juicio, sus postulados, sus hipótesis y todo lo que desee emprender como enunciado creíble. Todo aquello que la ciencia emprende debe ser por su propia naturaleza demostrable. Todo tiene su fundamento y este fundamento que subyace a todo trabajo que ha de llamarse científico necesita de su demostración. Esta idea fundamental del quehacer 14 Welte, op. cit. pp. 72
  • 11. científico nos remonta reflexivamente a la pregunta por el fundamento de aquello que fundamenta la ciencia, es decir, si todo tiene su fundamento es evidente que el fundamento de todo debe asimismo tener su fundamento, y la pregunta que nos queremos hacer en este apartado versa precisamente por el fundamento de los fundamentos. Aristóteles nos propone lo siguiente: “algunas cosas son por naturaleza, otras por otras causas. Por naturaleza, los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples como la tierra, el fuego, el aire y el agua pues decimos que éstos y otras cosas semejantes son por naturaleza. Todas estas cosas parecen diferenciarse de las que no están constituidas por naturaleza, porque cada una de ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y de reposo, sea con respecto al lugar o al aumento o a la disminución o a la alteración. Por el contrario, una cama, una prenda de vestir o cualquier otra cosa de género semejante, en cuanto que las significamos en cada caso por su nombre y en tanto que son productos del arte, no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al cambio; pero en cuanto que, accidentalmente, están hechas de piedra o de tierra o de una mezcla de ellas, y sólo bajo este respecto, la tienen. Porque la naturaleza es un principio y causa del movimiento o del reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma, no por accidente”.15 Esta afirmación aristotélica viene a mostrar que ya la pregunta por el fundamento se remonta a la Grecia clásica y por tanto no reviste novedad, en cuanto pregunta, pero lo que si nos sugiere es que ha sido una preocupación en la historia del pensamiento. Estamos entonces afirmando que el fundamento que se verifica en todo pensamiento interrogante y sobre el que se han edificado tanto la ciencia como la técnica nos permiten preguntarnos legítimamente por ese fundamento. Estamos hablando, en términos metafísicos, por la naturaleza del ser 15 Aristóteles, Metafísica, I. V, c. 4, 1015a 15. Gredos, Madrid, 1994, pp.215
  • 12. de todos los entes. En todo caso lo que es claro es que el ente recibe su ser y con ello su fundamento de lo otro de todo ente, es decir, de algo que en su sentido original le es ajeno. Es evidente que no podremos responder en estas líneas sobre el fundamento de los fundamentos, o en palabras metafísicas, el ser de los entes, pero lo que sí podemos afirmar con toda claridad es que la misma realidad científica que nos remonta a sus fundamentos nos obliga a reconocer que existe un fundamento de todo cuanto es. En clave tomista16 podemos recoger la misma afirmación aunque con otros conceptos, incorporando la diferencia existente entre causalidad inmanente y trascendente. Es necesario que haya alguna cosa que sea causa de ser para todas las cosas, por el hecho de que ella es ser solamente, nos dirá el doctor angélico. Para destacar una afirmación claramente tomista citamos a nuestro autor señalando que “El creador y la creatura se reducen a algo uno, no por comunidad de univocación, sino de analogía. Esa comunidad puede ser de dos clases: o porque algunos seres participan algo uno con orden de prioridad y de posterioridad, como la potencia y el acto la razón de ser, y lo mismo la sustancia y el accidente, o porque uno recibe el ser y el nombre de otro. Esa es la analogía que tiene la creatura para con el creador: la creatura, en efecto, no tiene ser sino en cuanto que procede del primer ente, ni recibe el nombre de ente sino en cuanto 16 Nos referimos a Tomás de Aquino (1225-1274), también llamado el doctor angélico. Considerado el filósofo y el teólogo de mayor relieve dentro de la filosofía escolástica. Nació en el castillo de Roccasecca, Frosinone, hijo de Landolfo, conde de Aquino. Se educó en el monasterio de Monte Cassino y luego en la universidad de Nápoles (1239-1244), donde a los catorce años emprende el estudio de las Artes. En 1244 ingresa en la orden de los dominicos. Libre, al fin, de la oposición de su familia, al cabo de un año marcha a París, donde es discípulo predilecto de Alberto Magno, a quien sigue luego a Colonia; vuelto a París, redacta el Comentario a las sentencias (1254-1256), inicia su labor como profesor y enseña en distintos lugares de Italia y Francia: Anagni, Orvieto, Roma, Viterbo, París y Nápoles. En esta época escribe sus obras, entre la que destacan Summa contra gentiles, escrito con finalidad misionera, y sobre todo la Summa theologiae, considerada la obra de mayor relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se dirigía al concilio de Lyón, convocado por Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Mayores detalles en Tejedor, Campomanes, C. Historia de la filosofía en su marco cultural, Ed. SM, Madrid, 1996, pp.144 y ss.
  • 13. que imita al primer ente; y lo mismo sucede con la sabiduría y las demás cosas que se dicen de la creatura.”17 Estas afirmaciones pueden resultar interesantes desde el punto de vista que intentamos atender. Lo que sucede aquí es que el pensamiento, en cuanto pensamiento, se trasciende a sí mismo y busca emprender el alcance de algo superior que lo funda. Nuestro interés respecto del fundamento del fundamento, nos evoca entonces con toda claridad la permanencia del ser de todos los entes. Ahora bien, siguiendo los postulados en los apartados precedentes, y acercándonos a ellos desde una perspectiva positivo-científica, tenemos que señalar, con toda razón, que la posibilidad mas real es que el fundamento de todo se encuentre en aquello que definíamos anteriormente como nada. Nuestro fundamento es la nada y no es un ente como sugería Aristóteles o Tomás. Si esta es nuestra respuesta entonces tenemos que sostener que la nada es el origen del mundo y de la existencia. El punto es que si la nada permanece vacía, la existencia carece de fundamento. Este es el camino posible que se nos abre bajo la pregunta por el fundamento. Pues en la eventualidad que exista algo y no sea pura nada, se hace posible un marco que puede reconocer el misterio que se anuncia en el ser de todo aquello que es, y lo reconoce como origen y fundamento incondicional y trascendente, lo que enaltece la comprensión cientifico-positiva y a su vez favorece la apertura a un camino creyente. Si todo requiere de su fundamento, la nada necesita fundar desde algo, y este algo no puede ser pura nada, lo que solicita una realidad desde ella. 17 Comentario a los cuatro libros de las sentencias de Pedro Lombardo, Libro I, Pról., c.2, a. 2, (en Clemente Fernández, Los filósofos medievales. Selección de textos, 2 vols., BAC, Madrid 1980, vol. II, p. 240-241).
  • 14. CAPÍTULO SEGUNDO EL FENÓMENO RELIGIOSO POSIBILIDADES DE UNA RESPUESTA Para que se pueda afirmar la existencia de una religión en el amplio sentido del concepto, es preciso que se crea, por una parte, en la existencia de una relación previa anterior con lo trascendente, y por otra parte, en la posibilidad real de volver a entrar en relación, en unión con esa trascendencia. Esta es la etimología de la palabra religión: volver a unir. Lo que se vuelve a unir es este mundo con el “más allá”, como realidad trascendente; a los habitantes de este mundo con los seres que están más allá; a la criatura con el Creador; a los mortales con los inmortales; etc. Esta es la esencia de toda religión, su razón de ser, su inicio y origen básicos. Si esta realidad creyente estuviese ausente, este es el sentido de volver a unir lo que estuvo unido; religar (religio), las posibilidades del pensamiento se aquietan y retienen en el plano físico-metafísico, pero no en el trascendente. Se puede ir más allá de la simple materia (metafísica) y sin embargo no dar el salto al más allá real, a lo sobrenatural. No obstante esta relación en lo verdaderamente religioso, puede plantearse según diversidad de interpretaciones, a partir de diferentes conductos o caminos: Religiones, doctrinas trascendentes, esoterismo, etc. Incluso se puede comprender como mera relación causa-efecto (hay un principio del que todo procede, concatenadamente); o como dependencia natural (ser humano como hijo de Dios); o como un volver al paraíso (evolución y progreso continuo del hombre); o con principios que tienen diversos componentes. Se hace entonces legítimo preguntarse por lo religioso. 1. Caracterización general de la religión La pregunta por lo religioso la presentamos aquí en el ámbito de las condiciones de posibilidad para vivir esta experiencia. Es decir, en la misma
  • 15. experiencia religiosa que hace el hombre éste se sabe determinado por Dios, y referido a él. El hombre lo reconoce como otro absoluto, pero también se reconoce a sí mismo como sujeto realizador de la religión. En este sentido la religión se presenta como una relación originaria del hombre con el fundamento de su existencia. Víctor Frankl lo ha planteado en su conocido libro, El hombre en busca de sentido1 que citábamos antes. La dimensión religiosa es común a todo hombre en cuanto pregunta por el sentido. Es la fuerza primaria de la existencia humana. Cualquiera puede ser la respuesta que el hombre puede darse respecto a esta condición originaria, incluso puede ser posible no dársela y rechazar cualquier posibilidad de respuesta, pero lo que es inevitable es hacerse la pregunta, pues ésta se plantea en su condición existencial.2 La religión se expresa en gestos y símbolos, es decir, en actos religiosos. Es precisamente el acto lo que conduce al hombre a vivir la experiencia religiosa que el acto mismo solicita, y por tanto es ese mismo acto el que lo enfrenta con el fundamento de su existencia. En esta experiencia religiosa reconocemos tres aspectos constitutivos en cuanto al objeto: 1Cf. Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979. 2 Pensemos en las experiencias religiosas de los grupos más primitivos que confirman, de algún modo, la condición existencial que nos presenta la trascendencia. De hecho en muchos de los pueblos llamados primitivos se comprueban rastros de creencia en un ser superior, que tiene nombre aparte y diferente de los espíritus que existen en la naturaleza o las almas de los muertos. Tal es el vatauineuva de los yaganes, cuyo nombre significa el muy anciano, y que recibe también los epítetos de muy poderoso, bueno y cruel (pues da la muerte de la misma manera que protege), y al que se dirigen diciendo Hipapuan, es decir, Padre mío. Tal el Tira-wa que los Pawnee definen como la fuerza de lo alto que mueve al mundo y vela sobre todas las cosas. Tal aún el Nzambi, del que los bantúes del Africa Occidental dicen: Es aquel que nos ha hecho, nuestro padre. O el Kalunga de los Ovambo del África del Sur, que lleva en su cintura dos cestos, dispuesto a verter sobre los hombres uno u otro, según su conducta. Para profundizar se puede consultar en Ideas y Creencias, Bruce Pattinson, Timun Mas, Barcelona, 1972. O en Diccionario de términos religiososo y afines, Aquilino de Pedro, Paulinas, Madrid, 1993.
  • 16. • Mitos: creencias o narraciones sobre el origen, esto es, algo del pasado, que fundamenta el presente y lo abre hacia el futuro. • Ritos: Celebraciones que reviven la realidad del mito en el tiempo y espacio actual. • Ethos (ética): Normas de vida conformes al mito. En cuanto al sujeto podemos señalar las siguientes características: • Fenómeno originario, esto es, no derivado ni alienante, fundamental en la plenificación de la existencia. • Fenómeno universal, es decir, de todo hombre y de todos los hombres. Todo hombre es religioso aunque la religión se pueda presentar deformada (magia, individualismo, etc.). • Abarca toda su existencia, sus dos facetas polares individual y social, personal y comunitario y todas sus posibilidades (palabra, gesto, signos, oración...) Con lo que ya hemos afirmado podemos señalar claramente que cualquier experiencia religiosa se presenta de modo auténtico si expresa al hombre en su verdad, respeta su dignidad, lo hace más humano y comunitario. Ello queda asegurado sólo cuando la religión tiene: • Una verdadera trascendencia. • Unos ritos en el espacio y en el tiempo. • Unas normas éticas de convivencia. Serán entonces modos deformados de religiosidad aquellos en que los elementos constitutivos de cualquier experiencia religiosa estén ausentes. En definitiva, el hombre no tiene en sus manos ser o no religioso, esto es condición existencial para él, pero sí es posible que encauce esta condición antropológica,
  • 17. hacia aquello que se le presenta como verdaderamente trascendente o hacia una distorsión de la misma. 2. El hecho religioso Ya hemos visto como se estructura básicamente una religión y cuales deberían ser sus agentes fundantes. Queda claro, en todo caso, que el hecho religioso como tal se encuentra presente y forma parte de la vida humana. En todos los momentos de la historia del hombre encontramos indicios para afirmar la actividad religiosa de aquellos que han vivido los diversos momentos de nuestra evolución. Es por esto que al introducirnos en un libro, cualquiera sea este, que profundice en el fenómeno de la religión dedicará su primer capítulo a descifrar los signos de vida religiosa que nos han dejado las épocas más remotas de la prehistoria3 . Los signos que podemos reconocer como obra del hombre primitivo nos da cuenta de su sentir religioso4 . Una característica común que reconocemos en estos primeros atisbos nos hablan del carácter nacional de la vida religiosa tenida en su origen, y la forma plural de representarse lo divino cuestión que va progresivamente favoreciendo el politeísmo. Dando un paso adelante en este mismo esbozo histórico de las religiones tenemos que decir que ya a partir del siglo XI a. C., van apareciendo formalmente las grandes religiones o religiones universales que han perdurado 3 Pensemos, por ejemplo, en el paleolítico: pinturas rupestres, estatuillas femeninas, restos funerarios indican claramente la preocupación del hombre prehistórico por el problema del más allá y la presencia en su vida, junto a las actividades que le imponía la lucha por la pervivencia, de unas acciones rituales encaminadas a establecer “relaciones eficaces con la fuente de toda bondad y beneficencia”. 4 Estos signos son distintos, según se trate de poblaciones recolectoras o cazadoras, nómadas o sedentarias. Pero en todas ellas aparece una actividad, diferente de la actividad ordinaria y mezclada generalmente con elementos animistas, fetichistas o mágicos, que contiene muchos elementos de los que hoy denominamos actividad religiosa. Cf. Historia de las religiones, Manuel Guerra Gómez, BAC, 1999, pp. 74-92
  • 18. hasta ahora y que acogen a los creyentes actuales. Quisiéramos citar entre ellas a dos grandes familias: • En un primer momento señalemos las religiones del Extremo Oriente, especialmente el hinduismo y budismo. Su característica general muestra la representación de lo divino como el fondo absoluto de la realidad con el que el hombre debe identificarse, o debe disolverse. Por esta razón, se las denomina religiones de orientación mística. • La segunda gran familia de religiones universales abarca las nacidas en el Medio Oriente y difundidas después hacia Occidente; son el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. A estas últimas se las reconoce como religiones proféticas, por la forma marcadamente personal de representarse lo divino y la tendencia a describir la relación con Dios en términos de diálogo, alianza, amor y obediencia personales. Hagamos una breve aproximación a las más relevantes de las ya señaladas. 2.1 El Budismo El Budismo comienza con el Buda.5 La palabra Buda no es un nombre propio, sino una descripción que significa “el que está despierto” (a la realidad). Con este título se conoce a Siddharta Gautama, quien nació al norte de la India, en lo que hoy es Nepal. Los historiadores sitúan la fecha de su nacimiento en el siglo VII a. de C.. De acuerdo con la historia tradicional, tuvo una niñez llena de comodidades. Durante su juventud experimentó una transformación radical cuando entendió ciertos hechos básicos de la vida: la enfermedad, la vejez y la muerte. 5 Para mayor profundización de la vida de Buda se puede consultar la obra citada más arriba, a partir de la pg. 70
  • 19. Dejó su hogar para seguir el camino del Hombre Santo, que se seguía comúnmente, en ese entonces, por hombres y mujeres desilusionados con la vida, y que iban en busca de respuestas a la existencia. Tuvo varios maestros y practicó severas austeridades que casi lo llevaron a la muerte. Después de un largo tiempo decidió dejarlas, cuando se dio cuenta de que por medio de ellas no llegaría a la meta que anhelaba: la iluminación. Posteriormente, dirigió sus esfuerzos hacia el corazón de su propia experiencia y, sentado bajo un árbol, hizo el voto de no desistir. Al cabo de 40 días y sus noches, Siddharta alcanzó a comprender la existencia y a percatarse de sus causas y las condiciones que forman la vida: llegó a la iluminación.6 De hecho “la revelación de Buda es precisamente que no hay verdad revelada. No hay ningún dios que hable por labios de Buda. Lo que el predica no es ni el mensaje de Dios, ni la salvación de las almas, sino la liberación posible de cada uno por la adhesión a las verdades totalmente humanas que ha descubierto”.7 El Budismo ha existido por más de 2.500 años y ha sido una de las principales influencias religiosas, artísticas y sociales que han llegado de Oriente. Una de las características que más lo distingue es que no maneja el concepto de un Dios creador. Esto no significa que se trate de ateísmo o agnosticismo. La meta espiritual del Budismo no se describe en los términos de un dios personal ni de primera causa.8 Del mismo modo en el Budismo no encontramos una predicación explícita de creencias o dogmas acerca de la divinidad, sino que es más bien una 6 Para profundizar en esto se puede consultar: Eliade, Mircea. La búsqueda. Historia y sentido de las religiones, Kairós, Barcelona, 2000. 7 Samuel, Albert Las religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 73. 8 Habría que señalar que el Budismo no está estructurado en una institución, en una iglesia con sus fronteras dogmáticas, sus jefes, su jerarquía, su credo y su capital. Hay comunidades budistas con sus ritos propios. Y hay corrientes y sectas budistas. Hay budistas con prácticas y hasta con creencias diferentes. Pero no hay una iglesia budista. Cf. Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 69.
  • 20. filosofía integral de vida, que tiene como objetivo la transformación positiva del individuo para alcanzar su potencial de iluminación. 2.2 El Hinduísmo Es la religión de la gran mayoría de los habitantes de la india. En la práctica, el término hinduismo sirve para designar una inmensa variedad de creencias, ritos y costumbres religiosas. Pero en el fondo de todas estas modalidades hay una común valoración que es su rasgo más distintivo. La lengua de los libros sagrados del hinduismo es siempre el sánscrito, pero un sánscrito modernizado, establecido en el siglo III a. de J.C. por el lingüista Panini. Además de los textos védicos, las fuentes del hinduismo son las siguientes: - Textos posvédicos: Upanishads recientes, y sobre todo el Dharmasastra (Enseñanza de la ley). Comprenden el famoso texto conocido con el nombre de Código de Manú, que se remonta a principios de la era cristiana. - Epopeyas: Se compusieron a partir del siglo VI a. de J.C., y sobre el mismo principio que los cantares de gesta o los grandes ciclos germánicos. La principal epopeya es el Mahabharata (Gran epopeya), que relata la lucha de cinco hermanos, descendientes de un rey mítico (Bharata) y de su esposa común (Draupadi) contra sus primos. Es como la Ilíada de los hindúes. Uno de los héroes del Mahabharata es un semidiós, Krishna, que dirige a uno de los cinco hermanos un gran discurso, verdadera exposición religiosa del hinduismo: Bhagavad-Gita (Canto del Bienaventurado). Se le suele comparar en importancia con el Dhammapada budista y el Tao te Ching del taoísmo. - Textos religiosos: Puranas (Antigüedades). Son una inmensa producción legendaria, religiosa, histórica y práctica, que se extiende a lo largo de los doce primeros siglos de nuestra era. De entre ellos suelen entresacarse dieciocho compilaciones que reciben el nombre de Puranas mayores. Las dos más famosas
  • 21. son el Brahma-Purana y el Visnú-Purana. A esto agreguemos los Tantras (Libros) son tratados escritos a partir del siglo VII de nuestra era. Se refieren a un aspecto del hinduismo llamado tantrismo. 2.3 Taoísmo Lao-Tsé es un personaje legendario que la tradición hace nacer en el 604 a. de J.C., veinte años antes que Buda. El nombre significa Viejo Maestro. Algunos autores constatan que existió un letrado llamado Li-Fu y otro llamado Lao-Tzu. Su doctrina presenta gran número de semejanzas con el budismo, hasta el punto de que en los siglos siguientes, taoístas y budistas utilizaron los mismos símbolos, idénticos ritos, y veneraron a los mismos personajes. Para el budismo la iluminación era el nirvana, la anulación perfecta del Yo; para el taoísmo, en cambio, era la identificación con el divino Tao. Ambas son vías prácticas hacia la perfección, doctrinas más que religiones. Pero no deben confundirse ni asociarse. Lao-Tsé partía de la contemplación de la armonía natural para definir las líneas maestras del taoísmo, mientras que Buda tomó el sufrimiento del hombre como punto de partida en su contemplación y en su búsqueda de solución. Ninguno de los dos inventó nada: Recogían sabiduría de siglos, especialmente en cuanto a los puntos concretos. Lo que ambos innovaron fue el método, la doctrina concreta: El camino. 2.4 Confucianismo Confucio es el nombre occidentalizado de Kung Fu-Tsé (Maestro Kung), el más famoso de los filósofos chinos. Como en el caso de todos los fundadores, de los que no se conservan biografías contemporáneas, la tradición ha embellecido su vida. Habría nacido en el año 551 a. de J.C., en el país de Lu (la actual provincia de Chantung), en una familia modesta, y parece que fue autodidacta. Se casó a los diecinueve años y al año siguiente fundó una escuela popular. Vivía de los donativos de de la generosidad de sus alumnos de familias más acomodadas.
  • 22. En el año 501 a. de C., fue nombrado gobernador de la pequeña ciudad de Chung-Tu, y la leyenda relata que sus cualidades de buen administrador le reportaron una brillante carrera política, llegando a ocupar altos cargos en la corte. Pero los administradores corruptos le veían como a un enemigo. Confucio presentó la dimisión de todos sus cargos y privilegios cortesanos, y estuvo vagando por el norte de China durante doce años, enseñando que no había más que un poder divino (Tao) y un emperador, de quienes todos los demás poderes eran como vasallos. Sus obras, compilación de antiguos textos de sabiduría china, se dividen en dos grupos: - El primero comprende cinco o séis tratados denominados los King o canónicos: Cre-King (Libro de las Odas) una colección de cuentos populares de la más remota antigüedad; Chu-King (Anales), documentos que él mismo coleccionó; Tchoen- Tsien (Crónica de Lu). - El segundo grupo comprende su propia doctrina o Filosofía moral y política. Consta de los cuatro libros agrupados bajo el título genérico de Se-chuh: El Ta- hiao, o del gobierno patriarcal; Tchung-yung, o del justo medio; Lun-yu, de la vida de Confucio; y Meng Tseu, que es una exposición de sus doctrinas recopilada por uno de sus discípulos. Murió en el 479, después de haber dedicado los últimos años de su vida a la predicación y formación de sus discípulos. Inmediatamente tras su muerte, se levantaron muchos templos en su honor por todo el norte de la China. Estas religiones que acabamos de describir someramente (y por tanto puestas en descripciones siempre limitadas e injustas dado que su contenido es mucho más amplio) dicen relación a las cuatro grandes corrientes místicas orientales (Próximo, Medio y Extremo Oriente). Nos hemos aproximado a sus
  • 23. esencias más que a sus historias, sin entrar en discusiones o definiciones teológicas, pues todas ellas tienen multitud de escuelas e interpretaciones. Alejándonos en lo posible de las teologías, hemos intentado centrar la atención en lo que constituye la esencia espiritual de estas vías místicas de unión con el Absoluto (Dios), con el fin de introducir su objetivo final, el fenómeno místico (unión con Dios; identificación del alma con Dios). Esta finalidad, de algún modo común, hace que otros puntos o aspectos prácticos sean también coincidentes: Moralidad, prohibiciones, mandamientos, formas de contemplación, actitud mental, posturas exteriores, etc. Interesa destacar que no se recoge en esta obra una historia de todas las religiones que han existido. Ese trabajo correspondería a los grandes tratados sobre las religiones. Por tanto, nos hemos limitado a exponer la génesis de las grandes religiones y doctrinas religiosas de mayor renombre en el mundo actual. Los credos atenienses, los romanos, los pueblos amerindios (Mayas, Incas), el animismo africano, etc., quedan fuera de nuestro trabajo, pensando sobre todo, en el interés que demanda nuestra investigación. No obstante quisiéramos complementar esta precaria aroximación, con una breve alusión a las religiones monoteístas no cristianas, a saber, Judaísmo e Islam. 2.5 El Judaísmo Unos mil ochocientos años antes de Jesucristo, aparecen en Mesopotamia, procedentes de más allá del Eúfrates, unas tribus migratorias que los pueblos ya instalados en la región (acadios, babilonios, etc.) se denominan hebreos (los que pasan el río). Entre estos nómadas hebreos, hay algunos cuyas prácticas religiosas son originales para lo que conocen los que habitan en la región: Adoran a un sólo Dios.
  • 24. Se trataba de un clan no muy numeroso, unos cientos de miembros, y cuyo jefe -el patriarca- se llamaba, según la tradición escrita, Abraham.9 En efecto el escrito bíblico cuenta que partió de Ur, ciudad del Golfo Pérsico, cuando Hammurabi reinaba en Babilonia (siglo XVIII a. de J.C.), para establecerse con su clan allá donde Dios le señalara: Tierra prometida. Se instalaron en Palestina y el hijo de Abraham, Isaac, y su nieto Jacob fueron sus sucesores en la jefatura del clan.10 Más tarde, los hebreos descendientes de Jacob (que tuvo doce hijos) fueron llamados israelitas, pues Dios le cambió a Jacob el nombre por el de Israel (lo que significaba que había luchado con Dios y había sobrevivido). Los israelitas emigran en el siglo XVII antes de Cristo a Egipto, donde constituyen una minoría que provee de mano de obra esclava. En el siglo XIII, conducidos por uno de ellos, Moisés, que había sido elegido por Dios para esta tarea, abandonan Egipto y atraviesan el desierto del Sinaí (hecho conocido bíblicamente como el Éxodo). Es precisamente aquí en el monte Sinaí donde Dios hace entrega a Moisés de los mandamientos11 para su pueblo, grabados en piedras: Tablas de la Ley.12 9 Ante todo conviene notar como los textos del Génesis subrayan la importancia de la figura de Abraham: lo hacen mencionando su genealogía cosa que normalmente sólo sucede con los grandes personajes. Cf. Ampuero, Luis Alonso, Historia de la salvación, Fundación Gratis date, Pamplona, 2000, pp.17-18. 10 Para mayor profundización en una síntesis sencilla y clara, se puede ver ¿Entiendes el Mensaje?, Equipo Misionero, San Pablo, Santa Fe de Bogotá, 1995, pp. 17 ss. 11 Para conocer el Decálogo se puede acudir a la Biblia en Ex 20,1ss. o Dt 5,6ss. 12 Lo esencial de la alianza mosaica es la elección que Dios hace una vez mas en el seno mismo del pueblo que ya había escogido para sí con Abraham. Una tribu, los levitas, y una familia, la de David, son elegidos para que Israel quede consagrado a su Dios. Cf. Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 92
  • 25. Instalados en Palestina -su tierra donada por Dios- los israelitas se dan jueces por jefes (Jefté, Gedeón, Samuel, etc.) y más tarde reyes: Saúl (hacia 1030 a. de J.C.), David (muerto hacia el 970 a. de J.C.), y Salomón (970-930 a. de J.C.), los cuales en menos de un siglo edifican un reino cuya capital es Jerusalén. A la muerte de Salomón se divide el territorio en reino de Israel (con diez tribus y cuya capital fue Samaria), en el norte, y el reino de Judá (con dos tribus y cuya capital fue Jerusalén), en el sur. La rivalidad entre los dos reinos lleva a la destrucción mutua. Hasta que en el año 721 a. de J.C., el asirio Sargón II destruye todo el territorio. En el año 587, el babilonio Nabucodonosor conquista Jerusalén, destruye el templo de Salomón (586) y deporta a Babilonia parte de la población del reino de Judá, a este hecho se le llamó: Exilio o cautiverio de Babilonia (586-539). Sus principios, sus leyes y sus ritos se remiten a las revelaciones recibidas por Moisés. Los grandes profetas, confidentes de nuevas comunicaciones de Yahvéh (Dios), predicaron una reforma que señalaba cierta evolución. La idea fundamental desarrollada por dicha predicación es la que el Dios del Sinaí, Yahvéh, cuya intervención en este mundo es constante, concertó una alianza con el pueblo de Israel, al que condujo desde Egipto a la tierra prometida de Canaán. Luego del destierro babilónico surge un nuevo periodo que es propiamente el Judío, caracterizado por el fin de las revelaciones proféticas, el lugar preeminente concedido a los sacerdotes, la insistencia en el culto y los ritos, cada vez más estricta y minuciosamente codificados. El canon bíblico se cierra definitivamente hacia el siglo primero anterior a nuestra era, y los libros del Antiguo Testamento son objeto (como el Pentateuco desde hacía tiempo) de una veneración más y más intensa, que llegará incluso a querer interpretar el número de las letras que contiene y a dar un valor simbólico a la menor de sus particularidades.
  • 26. Más tarde -ya en la era cristiana- florece un judaísmo racionalista, que se esfuerza en la construcción de una teología que ponga de acuerdo el Antiguo testamento y el judaísmo tradicional, por una parte, y la filosofía griega (en particular la de Aristóteles, tal como había sido interpretada por los pensadores musulmanes) por otra. Los siglos XIX y XX ven prosperar un judaísmo liberal, que quiere adaptar las tradiciones al espíritu del tiempo, que intenta prescindir de los ritos caídos en desuso y que a menudo conduce a un vago teísmo o a la asimilación. El sionismo, movimiento político nacido a fines del siglo XIX, quiere, por el contrario, preservar a toda costa la identidad judía, y terminará con la creación del Estado de Israel. Dios es único, creador y gobernador de todo cuanto existe (no es Dios Trino); es un espíritu puro, eterno e inmutable; no puede por tanto representarse corporalmente. Israel es el pueblo elegido por Dios de entre todos los posibles, para hacerlo depositario de la Ley y beneficiarlo con su Alianza. Dios eligió a Moisés entre los israelitas, para liberar a su pueblo del yugo de Egipto, para dictarle su ley inmutable (Decálogo). Del mismo modo Dios se expresa por boca de los profetas, a los que envía para decir a su pueblo palabras de verdad. Con todo, lo fundamental en los judíos es su apego a la Torá,13 que según algunas tendencias al interior del mismo Judaísmo se presentan con más o menos apertura, adaptándola al mundo moderno, y guardando tan sólo el espíritu de la Ley.14 13 Entendemos por Torá o libro de la ley, al Pentateuco con sus cinco libros: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. Comprende especialmente el decálogo y los rituales sobre las fiestas y los pecados. Cf. Idem. pp.111 14 Frente a todas las posibilidades religiosas o más bien los símbolos o signos que se entremezclan con la obra de lo que comúnmente llamamos religiosos me parece oportuno consultar en Lo Sagrado y lo Humano. Para una hermenéutica de los símbolos religiosos, Salas A. Ricardo, San Pablo, Santiago 1996
  • 27. 2.6 El Islam Islam significa en árabe sumisión (a la voluntad de Dios), y es el nombre dado a la religión fundada por Mahoma -Mohammed en árabe, que significa el glorificado- que vivió entre el 570 y el 632 de la era cristiana en Arabia. Los adeptos de esta religión son llamados musulmanes (en árabe muslim, que significa los creyentes). De la mano de la expansión árabe, esta religión se impuso en todos los pueblos conquistados, excepto en Europa, por la resistencia innata de los recién convertidos pueblos bárbaros y la formación de las naciones europeas, identificadas con el cristianismo. Al igual que el judaísmo y el cristianismo, el Islam se basa en un libro inspirado por Dios: El Corán. Las revelaciones de Dios a Mahoma están contenidas en el Corán, completado por la tradición (Sunna). A partir del Corán y la Sunna se define el conjunto de reglas que rigen la vida del creyente, el Fiqh, que es un código jurídico-teológico.15 El Corán comprende 114 capítulos, llamados suras, cada una de las cuales lleva un título y, como subtítulo, el lugar de la revelación (suras de La Meca, suras de Medina, etc.). Las suras se dividen en versículos, la más corta de ellas (la CX) tiene tres y la más larga (la II) tiene 286 versículos. Están clasificadas según su importancia, las más largas al principio y las más cortas al final. Esta clasificación se remonta al califa Otmán (644-656). Esto nos impide analizar la génesis del pensamiento y de las revelaciones de Mahoma. 15 En este aspecto sería muy conveniente consultar obras como las ya citadas en este documento o algunas otras que amplían la bibliografía aquí alcanzada como: Hemos visto su estrella. Teología de la experiencia de Dios en las religiones, Juan Esquerda Bifet, BAC, Madrid, 1996; Hombres, mitos y misterios, Antonio Anwander, Paulinas, B. Aires, 1966; La búsqueda. Historia y sentido de las religiones, Mircea Eliade, Kairós, Barcelona 2000. Entre otras.
  • 28. Los dos primeros califas sucesores de Mahoma fueron elegidos entre los compañeros del profeta que le habían seguido a Medina: Abu Bakr (632-634) y Omar (634-644). Con Otmán (644-656) adquiere preponderancia el partido de La Meca. Otmán pertenecía al acaudalado clan de los Omeyas, hasta entonces apartado del poder, y murió asesinado, víctima de los mil conflictos que agitaban el mundo musulmán, cuya unidad era todavía muy frágil, y estaba sujeta a las antiguas rivalidades de clanes y tribus. Esto favoreció las diferencias acarreando una división política que se tradujo en una división religiosa. El partido de Alí (en árabe Chïa, y de ahí el término chiíta) consideraba usurpadores a los tres primeros califas y venera a los sucesores legítimos de Alí.16 Los chiítas predominan en Irán e Irak, pero también se encuentran en el Yemen, en el Líbano y en la India. Representan una minoría en el Islam: Algo menos del diez por ciento de los creyentes musulmanes. Las principales sectas chiítas son: Imanitas, duodecimanos, ismailíes, y zaydíes (en el Yemen).17 Los sunnitas, es decir, aquellos que siguen rigurosamente la Sunna (la tradición), representan la inmensa mayoría del Islam actual (más del 90 por ciento de los musulmanes). El hecho religioso se muestra así con una inmensa variedad de posibilidades que de algún modo, denotan también, la diversidad de la historia humana, según las diferentes épocas, culturas y situaciones, pues “aunque no conocemos prácticamente nada sobre el nacimiento de las religiones, a la vez sentimos su presencia, porque lo religiosos continúa latiendo en el corazón de la historia de la 16 De modo análogo a lo que reprodujo en el cristianismo con las Iglesias surgidas de la reforma de Lutero. 17 Para realizar un acercamiento a un conjunto de sectas de origen oriental se puede consultar con el texto ya citado de Samuel, Albert. Religiones de nuestro tiempo, Verbo Divino, Pamplona, 2000, pp. 201.
  • 29. humanidad.”18 Y esto con características que acompañan las circunstancias epocales y culturales. No obstante, la unidad que encontramos en el ámbito de lo religioso resulta notable. Si bien los modos y circunstancias pueden variar, y de hecho son distintos, los motivos y sentidos que se otorgan en las religiones mismas no varían del mismo modo, más bien, se asemejan. Pensando, por ejemplo, en la religiosidad primitiva y las elevadas manifestaciones religiosas contenidas en el cristianismo, buscan de algún modo manifestar un mismo objeto último, en ocasiones como formas o manifestaciones de un hecho humano idéntico: esto es lo que reconocemos como hecho religioso, que tiene su caracterización propia respecto de otros momentos que rodean el quehacer humano. En esto tenemos que decir fenomenológicamente y mirando, no desde dentro, sino desde lo que externamente se percibe como hecho religioso, que el cristianismo se presenta de un modo particularmente distinto. Si bien la religión cristiana comparte muchos rasgos con otras religiones, su particular anuncio y la formulación explícita de sus contenidos le dan un carácter peculiar.19 En esto se hace clave el poder profundizar en el hecho religioso como tal y poder descubrir en el y a partir de el la originalidad de la fe cristiana, este desafío lo dejamos para más adelante. 3. Estructura del hecho religioso 18 Díaz, Carlos, Manual de historia de las religiones, DDB, 4ª, Bilbao, 1997, pp. 36 19 La palabra cristianismo está atestiguada por vez primera en Antioquía, actual Siria. Allí los discípulos de Cristo se llamaron cristianos por vez primera (Hech 11,26). En el cristianismo hay ciertamente verdades, normas éticas, ritos, un libro sagrado, etc. Pero el cristianismo, más que algo, es Alguien: Jesucristo, persona y personaje excepcional, único y punto de referencia inevitable de la historia de la humanidad y hasta de su datación cronológica. Cf. Op. Cit. Guerra, pp. 328
  • 30. Ya adelantábamos que el hecho religioso como tal tiene rasgos comunes que permiten identificar a una verdadera religión y si bien las apuestas religiosas pueden ser diversas existen formas que permiten identificarlas como tales, cuestión que nos parece importante comentar.20 Fundamentalmente nos remitimos a lo sagrado, al Misterio y las hierofantas como expresión de estos dos. Lo Sagrado: estamos hablando aquí, de aquello que hace referencia, de un modo directo al hecho religioso, y en ello tiene que ver en su identidad propia, o a veces, en lazos comunes: la misma divinidad, es decir, Dios, pero también podemos estar haciendo referencia al hombre, o a determinados actos y objetos, que constituyen las múltiples manifestaciones del hecho religioso. Todo esto lo calificamos de religioso en cuanto se relacione precisamente con lo sagrado. Lo Sagrado se entiende entonces como un específico modo de ser y de aparecer frente al hombre y la realidad en su conjunto, que surge justamente cuando aparece lo religioso. Lo sagrado es, por tanto, la misma realidad natural en cuanto apela a una presencia que en su más pura esencia nos conduce a una realidad ontológicamente última. Señalemos que la característica primera que caracteriza a cualquier manifestación religiosa es la ruptura que se establece con lo común de la existencia y la vida. Es decir, El hombre religioso, como tal, se comporta de forma diferente a como se comporta el resto de los hombres o como se comporta él mismo en un plano no religioso. Esto es lo que en términos de la fe cristiana se 20 Entendemos la religión, conceptualmente hablando, como aquello que designa principalmente un hecho humano complejo y específico: un conjunto de sistemas de creencias, de prácticas, de símbolos, de estructuras sociales a través de las cuales el hombre, en las diferentes épocas y culturas, vive su relación con un mundo específico: el mundo de lo sagrado. Este hecho se caracteriza externamente por su complejidad –en él se ponen en juego todos los niveles de la conciencia humana– y por la intervención en él de una intención específica de referencia a una realidad superior, trascendente, misteriosa, de la que se hace depender el sentido último de la vida. Cf. Op. Cit. Guerra, 23-38
  • 31. reconoce en episodios como el de la zarza ardiente (Ex 3,2)21 . En este sentido podemos afirmar, en la búsqueda de una progresión comprensiva de lo sagrado, lo que solicita precisamente la apuesta por lo sagrado y aludimos aquí al Misterio. Al hablar del Misterio nos referimos a aquello que tiene su origen en lo sagrado, que se presenta como realidad trascendente, pero que a su vez reconocemos como lo más íntimo de la conciencia, que despierta reverencia y atracción, y se manifiesta en el silencio y abolición de toda finitud concreta. Así, si nos encontramos con alguien cuya referencia religiosa se constituya en las grandes religiones proféticas (judaísmo, cristianismo, islamismo), la realidad que hace surgir lo sagrado es la propia afirmación de Dios, en su carácter propio, dado cada una de ellas. Ahora bien, esto no significa que otras tradiciones religiosas que carecen de una identidad divina, como el budismo primitivo, no sean tradiciones auténticamente religiosas. Pero paralelamente, si en la tradición religiosa profética confesamos a Dios, en el budismo, por ejemplo llamamos al lugar de Dios: Misterio. Esto se afirma dada la absoluta superioridad de aquello que llamamos Misterio, a este Misterio sólo es posible aproximarse bajo el eco que este mismo produce en el sujeto religioso. No nos referimos aquí a algo etéreo sin consistencia vital en el individuo, como producto de la mera imaginación sino que nos referimos a algo real, Trascendente, que tiene incidencia directa y paradigmática en el individuo. No obstante su condición de Misterio no agote su ser en toda su magnitud. 21 Moisés pasa a ser el testigo privilegiado de la hierofanía, (que es a su vez teofanía) de la zarza que ardía sin consumirse. Aquí el sujeto que intenta entrar en el mundo de lo sagrado necesita “descalzarse”, es decir, hacerse presente pero de un modo distinto, de una forma nueva.