1. TALLER DE ÉTICA
Grado Sexto
(Semana del 16 al 21 de Febrero)
(Trabajo de Clase)
1- (Luegoderealizarlalecturadeltextoa continuaciónextraigatresconclusiones)
(Reflexión)
¿HOY O MAÑANA?1
Si hoy me llegare a morir,
como puede suceder,
mañana el hoy será ayer
en que acabé de vivir.
Pues si esto llego a sentir
infaliblemente cierto,
¿cómo peco, cuando advierto
el vivir tan fugitivo,
que mañana el hoy de un vivo
puede ser ayer de un muerto?
Si en pecado ayer muriera,
me hubiera ayer condenado,
y de tan terrible estado
hoy librarme no pudiera.
Que hoy en mi pecado muera,
ya que ayer no sucedió,
puede ser. Pues, ¿cómo yo
no lloro mis culpas tierno,
si hoy me libro del Infierno
y quizá mañana no?1
Estas «Décimas al desengaño de la vida» se desprenden de la pluma del doctor Isidro de Sariñana en el lejano siglo
diecisiete durante el virreinato de la Nueva España. En ellas el ilustre poeta juega con nuestro concepto deltiempo, y
desde ese marco cronológico emite con claridad meridiana verdades profundas. Talvez no haya sido el primero en
enunciarlo, pero no por eso deja de ser cierto: Hoy llega a ser el ayer del mañana, y la vida es tan efímera que se
esfuma sin que haya nadie que pueda impedirlo. En el Salmo 103 el rey David asevera: «El hombre es como la hierba,
sus días florecen como la flor del campo: sacudida por el viento, desaparece sin dejar rastro alguno.2 Y en una carta
abierta, el apóstolSantiago exhorta: «Ahora escuchen esto, ustedesque dicen: “Hoy o mañana iremos a tal o cual
ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero.” ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá
mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece.»3
Tiene toda la razón el doctor de Sariñana. ¿Cómo no vamos a arrepentirnos de nuestras culpas hoy, sihoy Dios está
presto a perdonarnos, y mañana tal vez no sea más que el ayer en que pudimos habernos salvado de la condenación
eterna?
Más vale que dejemos a un lado toda presunción humana, y que clamemos de corazón como lo hace David en el
Salmo 39:
Hazme saber, Señor, el límite de mis días,
y el tiempo que me queda por vivir;
hazme saber lo efímero que soy.
Muy breve es la vida que me has dado;
ante ti, mis años no son nada.
Un soplo nada más es el mortal,
un suspiro que se pierde entre las sombras.4
En nuestras propias palabras digámosle a Dios:
Hoy me urge, y no mañana,
toda culpa confesarte,
y recibir de tu parte
el perdón y el alma sana.
1 http://www.conciencia.net/?ID=2014dic31
2. 2- Análisis de texto
Revealed Ethics2
At the heart of Christian ethics is the
conviction that our firm basis for knowing the
true, the good, and the right is divine
revelation. Christianity is not a life system that
operates on the basis of speculative reason
or pragmatic expediency. We assert boldly
that God has revealed to us who He is, who
we are, and how we are expected to relate to
Him. He has revealed for us that which is
pleasing to Him and commanded by Him.
Revelation provides a supernatural aid in
understanding the good. This point is so
basic and so obvious that it has often been
overlooked and obscured as we search for
answers to particular questions.
The departure from divine revelation has
brought our culture to chaos in the area of
ethics. We have lost our basis of knowledge,
our epistemological foundation, for
discovering the good. This is not to suggest
that God has given us a codebook that is so
detailed in its precepts that all ethical
decisions are easy. That would be a vast
oversimplification of the truth. God has not
given us specific instructions for each and
every possible ethical issue we face, but
neither are we left to grope in the dark and to
make our decisions on the basis of mere
opinion. This is an important comfort to the
Christian because it assures us that in
dealing with ethical questions, we are never
working in a vacuum. The ethical decisions
that we make touch the lives of people, and
mold and shape human personality and
character. It is precisely at this point that we
need the assistance of God’s
superior wisdom.
To be guided by God’s revelation is both
comforting and risky. It is comforting because
we can rest in the assurance that our ethical
decisions proceed from the mind of One
whose wisdom is transcendent. God’s law not
only reflects His righteous character but
manifests His infinite wisdom. His knowledge
of our humanity and His grasp of our needs
for fullness of growth and development far
exceed the collective wisdom of all of the
world’s greatest thinkers. Psychiatrists will
2 http://www.ligonier.org/blog/revealed-ethics/
never understand the human psyche to the
degree the Creator understands that which
He made. God knows our frames; it is He
who has made us so fearfully and
wonderfully. All of the nuances and
complexities that bombard our senses and
coalesce to produce a human personality are
known in their intimate details by the
divine mind.
Taking comfort in divine revelation is risky
business. It is risky precisely because the
presence of hostility in the human heart to the
rule of God makes for conflict between divine
precepts and human desires. To take an
ethical stand on the foundation of divine
revelation is to bring oneself into serious and
at times radical conflict with the opinions of
men. Every day, clergymen around the world
give counsel and advice that run contrary to
the clear mandates of God. How can we
explain such a separation between God’s
Word and ministerial counsel?
One critical factor in this dilemma is the fact
that ministers are profoundly pressed to
conform to acceptable contemporary
standards. The person who comes to the
minister for counsel is not always looking for
guidance from a transcendent God, but rather
for permission to do what he or she wants—a
license to sin. The Christian counselor is
vulnerable to sophisticated forms of
manipulation coming from the very people
who seek his advice. The minister is placed in
that difficult pressure point of acquiescing to
the desires of the people or being considered
unloving and fun-squelching. Add to this the
cultural emphasis that there is something
dehumanizing in the discipline and moral
restraints God imposes on us. Thus, to stand
with God is often to stand against men and to
face the fiery trials that go with
Christian convictions.
Ethics involves the question of authority. The
Christian lives under the sovereignty of God,
who alone may claim lordship over us.
Christian ethics is theocentric as opposed to
secular or philosophical ethics, which tend to
be anthropocentric. For the humanist, man is
the norm, the ultimate standard of behavior.
Christians, however, assert that God is the
center of all things and that His character is
the absolute standard by which questions of
right and wrong are determined.
3. Un repaso al siglo XX: progreso y decadencia
Octavio Aguilera
LUIS RACIONERO (2000): El progreso decadente. Madrid, Editorial Espasa
Calpe (Premio Espasa de Ensayo 2000), 210 páginas.
En lo material, hemos progresado, en lo mental y moral, nos hemos estancado. El
siglo XX, visto desde lo material, es un periodo de progreso indiscutible -en
innovaciones tecnológicas, en nivel de vida-; mirado desde lo intelectual, es un siglo
de estancamiento en la filosofía y en el arte, pero no en la ciencia. Aun más: para la
moral es un siglo detestable, bárbaro, inhumano, con dos guerras globales,
dictaduras, racismo y terrorismo. O lo que es lo mismo: la ciencia ha progresado, la
ética ha regresado y el arte titubea (la música atonal, las teorías del caos y la pintura
abstracta no son síntomas de progreso, sino síntomas de decadencia de Europa).
Lo expuesto hasta aquí es el punto de partida de este nuevo libro de Luis Racionero
(Seu d'Urgell, Lleida, 1940). Punto que para algunos sería indiscutible, si algo
hubiera en este mundo que fuese tal. De entrada, confieso que yo me coloco de
pleno en esta tesitura, aunque sé que muchos no comulgan con esta postura
intelectual. Y a partir de esta creencia, el autor inicia un recorrido por la historia del
pensamiento de este último siglo, sustentado en una documentación rica, variada y
rigurosa. José Luis Pardo ha dicho de este libro, que obtuvo el Premio Espasa de
Ensayo 2000, que es un libro práctico porque nos ahorra el tedio de tener que leer
muchos otros. Y ésta sería su primera bondad, en términos filosóficos: el repaso de
las teorías de los pensadores que algo nos han aportado, explicándonos al mismo
tiempo lo que de ellos merece ser conservado y lo que sería preferible olvidar. Se
trata de un repaso tan profundo en su exposición como brillante en su prosa. Bebe
en diferentes e interesantes fuentes (como Copérnico, Toynbee, Marcuse, Koestler,
Nietzsche, Jung, Freud, Einstein y una larga nómina), pero Luis Racionero los pasa
por el tamiz de una prosa ágil y sugestiva, de calidad literaria, evitando así caer en
el peligro que acecha a este tipo de obras: la pesadez del lenguaje, el aburrimiento
mortal. Y en este repaso queda bien patente la aversión del autor por la nefasta
influencia del cristianismo, con manifestaciones tan perniciosas como el
puritanismo y la laboriosidad calvinistas. El cristianismo no sirve de freno, como se
ha visto, al materialismo a ras de suelo de la sociedad de consumo. En la vida
cotidiana, la religión ha sido desbordada no por el comunismo, como temían los
reaccionarios, sino por el consumismo, que no deja ni el recurso de las
catacumbas, se lee en la página 151.
Si pudiéramos extendernos en este sucinto comentario, llegaríamos a una de las
preguntas claves que se hace y nos hace Racionero: ¿cómo armonizar ciencia y
religión? Estas dos fuerzas, hasta ahora casi antagónicas cuando no antagónicas por
completo, están condenadas a entenderse, y en la superación de esta dicotomía se
4. halla la salida hacia la luz, léase la construcción de un futuro mejor. Hasta que la
ciencia y la religión no hablen el mismo lenguaje, mientras los postulados de la
teología no sean las hipótesis de la mecánica cuántica, el código civil deberá estar
separado de la moral religiosa para librarnos de la teocracia fundamentalista, pero
al precio de abandonar en el limbo del consumo materialista esa libido religiosa
que, a falta de empleo más noble, acechará pervertida para atacar en las oscuras
zonas irracionales de las revoluciones, opina Luis Racionero (página 153).
Después del análisis del contradictorio siglo XX, el autor, que acaso salva a la
revolución cultural de los años sesenta, expresada en la rebelión estudiantil y en el
movimiento hippy (fenómeno éste que le pilla encontrándose en el mejor sitio de
observación: trabajando en California), después de este análisis, digo, se encara con
el ecléctico siglo XXI, y es ahí donde tal vez emerja su optimismo, no sé si con
razón o no, porque entra en los siempre pantanosos terrenos de las predicciones.
Aunque cree que los gobernantes acostumbran a ir dos décadas por detrás de los
científicos y pensadores, el mundo puede prosperar si supera las tres grandes
contradicciones del progreso decadente. Para ello hay que conseguir el avance de la
ecología, la generalización del ocio y la abolición de la guerra. No se queda en
formular meras ideas especulativas, sino que se atreve a indicar por donde han de ir
los tiros: que la economía se convierta en ecología, sustituyendo la codicia y el
egoísmo por la solidaridad; que dejemos de trabajar por dinero para hacerlo por
placer, reduciendo la jornada laboral y repartiendo más el trabajo para evitar el paro
(yo me pregunto cómo todavía la economía mundial no se ha percatado de esto que
me parece elemental); y que la ONU (o algo parecido) tenga poder real para hacer
imposible la guerra, superándose para ello las estrechas miras nacionalistas. Ojo: el
nacionalismo cultural, que mantiene las raíces, que refuerza la necesidad
psicológica de identidad, es legítimo y necesario. El nacionalismo contra el que se
manifiesta Racionero es aquel que aprovechando esta libido de pertenencia e
identidad, la desvía hacia el rencor. Ya que se es nacionalista porque todos los
niveles son necesarios e imprescindibles; se es cosmopolita porque la evolución de
la vida tiende a niveles de evolución cada vez más amplios (página 207). En una
palabra: se puede superar la aparente paradoja de ser nacionalista en un mundo cada
vez más globalizado. Por hallarme inmerso en esta onda, me he ganado más de un
capón de "intelectuales" diría que fundamentalistas para no caer en calificaciones
malsonantes, si se me permite esta confesión personal.
Me quedo, eso sí, con la duda de si Luis Racionero tiene demasiada confianza en las
potencialidades humanas. No podremos comprobarlo, claro.