1. PROVOCACIÓN
Estrenamos nuevo año y con él, como es habitual, nuevo Boletín. Iniciamos la época
más intensa del año. La que nos llevará, como desde hace ochenta y cuatro años, a
poner la Imagen del Cristo de la Buena Muerte en la calle, frente a los ojos del pueblo
de Sevilla. ¿Sigue teniendo sentido sacar hoy un crucificado a la calle? Vivimos una
época de turbulencias y parece que las palabras de San Pablo, pronunciadas hace más de
dos mil años, siguen teniendo una inquietante vigencia, tal como dijo el Santo Padre
Benedicto XVI en su discurso en la Audiencia del 29/10/08: “La cruz, por todo lo que
representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo
afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas
palabras: "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para
los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los
creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales
y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para
los judíos, necedad para los gentiles" (1 Co 1, 18-23).
En estos días se habla de la permanencia del crucifijo en la vida pública. Su presencia
sigue suponiendo necedad y escándalo, ¡quién lo iba a decir!, más de veinte siglos
después. Es más, se ha llegado a manifestar que su subsistencia en las aulas supone una
provocación para los ateos, agnósticos y creyentes de otras confesiones religiosas. La
propia Sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo relativa a esta
cuestión, lo manifestaba con un inquietante razonamiento: “Esto (la presencia del
crucifijo) podría ser considerado como estimulante por parte de los alumnos con
creencias religiosas, pero también inquietante y perturbador para los alumnos que
practican otras religiones o son ateos: este efecto negativo es especialmente importante
si pertenecen a minorías religiosas.”
Emplear calificativos como inquietante, perturbador o provocador deja bien a las claras
que el problema no está en la Cruz y en lo que significa, sino en quien lo mira de dicha
forma. A este respecto el Cardenal Tarsicio Bertone en un comentario recogido por la
edición del 5 de noviembre de L'Osservatore Romano, al hilo de dicha sentencia
manifestó la doble moral imperante ya que "Esta Europa del tercer milenio sólo nos deja
las calabazas de las fiestas repetidamente celebradas y nos quita los símbolos más
queridos". Igualmente siguió el purpurado lamentando el alcance de esta sentencia que
amparaba la retirada de los crucifijos de las escuelas italianas y razonó que "se trata
verdaderamente de una pérdida. Tenemos que tratar con todas las fuerzas de conservar
los signos de nuestra fe para quien cree y para quien no cree".
El crucificado es el signo distintivo de nuestra Fe. Por su mera presencia en la vida
pública muchos de nuestros antecesores perdieron la vida. Por no mancillar su nombre o
por no venerar otras deidades, sufrieron martirio. Por eso el título del presente editorial.
Raros tiempos estos en que sacar por las calles de Sevilla la Imagen del Santísimo
Cristo de la Buena Muerte pueda ser interpretado por alguien como algo inquietante, o
desazonador, o como una provocación.
Lo verdaderamente desazonador es comprobar la doble moral de una sociedad que retira
los símbolos religiosos (según cuales sean) en aras de un malentendido laicismo, sin
darse cuenta que pegados a los crucifijos que son retirados se van principios, valores y
la esencia misma de nuestra cultura occidental.
2. Una cultura occidental que pretende tener cierto aire de superioridad frente a otras.
Como nos dijo nuestro Director Espiritual, la misma cultura que aboga por la retirada
de los símbolos religiosos se rasgaba las vestiduras en el año 2.001 cuando clamaba
contra el decreto dictado por los talibanes afganos de destrucción de los colosos de
Buda esculpidos en roca entre los siglos III y IV en la provincia central de Bamiyán. En
esos días se realizó una sonora oposición internacional, encabezada por la ONU, para
proteger dichos monumentos (por su valor artístico, cultural y religioso según se
manifestaba), frente a la sinrazón y barbarie de las leyes talibanes que justificaban su
destrucción por considerar “insultantes para el Islam tanto las estatuas como las
muñecas”.
Entonces cabe preguntarse si la legislación y los tribunales afganos que ampararon la
destrucción de esos símbolos religiosos (porque recordemos que se destruyeron al
amparo de la ley afgana e islámica) eran contrarios a los valores artísticos, culturales y
religiosos que debían ser defendidos ¿porqué no se considera igual a esas normas y
sentencias de nuestros ordenamientos que amparan la retirada de los símbolos
cristianos? ¿No será que hay una doble moral a la hora de encarar las cuestiones
religiosas según de quién se trate? Es muy curioso igualmente el sumo respeto que se ha
extendido por occidente (muchas veces por miedo a represalias) para con los símbolos
religiosos islámicos (cuestión que es digna de aplauso), respeto y consideración que en
cambio no se tiene con los símbolos religiosos cristianos. Hasta una afamada guía de
arte en Internet fijaba un comentario sobre el tema de los Budas, que puede traspolarse a
la cuestión de los crucifijos: “Como ha ocurrido millares de veces, cuando el hombre
está cegado por el fanatismo, se ensaña hasta con estatuas que llevan milenios
predicando la capacidad del ser humano para el arte y la espiritualidad”
¿Y nosotros? Parece que seamos simples espectadores en toda esta cuestión. Es
necesaria una implicación activa. La presencia de la cruz en la vida pública nos debe
responsabilizar ya que no es un simple adorno. Por cada cruz que haya es necesario el
testimonio vivo de un cristiano, que no solo se limita a exhibir una cruz, sino que su
vida se convierte en verdadero símbolo vivo de amor. Podrán retirar las cruces del
espacio público, pero lo preocupante es que se retiraran los Cristos vivos que cada día
pueblan las calles, las aulas, los hospitales, las fábricas, los parques, las oficinas, las
casas etc.
Por eso tiene sentido lo que hacemos cada Martes Santo. Por eso tiene sentido sacar
cada año la Imagen de Cristo. Y por eso es una autentica provocación. Porque en un
mundo en que se ha instalado como norma absoluta la doble moral, lo políticamente
correcto, la falta de valores, el hedonismo, la inmediatez y el pragmatismo; el
crucificado de Juan de Mesa grita desde su mortecino abandono que el Amor de Dios
sigue convocándonos y sigue interpelándonos desde la entrega más absoluta y desde la
negación de uno mismo.
Por eso salimos cada Martes Santo. Y ya lo dijo el Señor, que si no lo hiciéramos…
“Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: "Maestro, reprende a
tus discípulos. Pero él respondió: "Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras".
(Lc, 19, 39-40).