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mundo exterior que va descubriendo. Para H Wallon, el primer mundo exterior es el mundo humano
del que el niño recibe todo: su saciedad, la satisfacción de sus necesidades fundamentales, etc. El niño
puede dar muestras de bienestar o de malestar, ambas emociones puramente primitivas van
encaminadas a la discriminación del mundo exterior, puesto que estas emociones van unidas a la acción
del mundo humano con el niño. H. Wallon dice que “el niño que siente va camino del niño que piensa”.
J. Piaget y H. Wallon no han dado la misma importancia a los diferentes aspectos del desarrollo ni
considerado fundamentales las mismas ideas; los diversos estadios que distinguen no coinciden por
completo, ni desde el punto de vista cronológico ni desde el punto de vista de sus características, Para
conseguir una mayor sencillez de exposición presentaremos por separado las líneas fundamentales del
desarrollo estadio por estadio de cada autor.
I. ESTADIOS DEL DESARROLLO SEGÚN J. PIAGET
Piaget distingue cuatro grandes períodos en el desarrollo de las estructuras cognitivas, íntimamente
unidos al desarrollo de la afectividad y de la socialización del niño. Habla en varias ocasiones de las
relaciones recíprocas de estos aspectos del desarrollo psíquico.
1.- Período Sensoriomotor.
El primer período, que llega hasta los 24 meses, es el de la inteligencia sensoriomotriz, anterior al
lenguaje y al pensamiento propiamente dicho.
Tras un período de ejercicios de los reflejos en que las reacciones del niño estén íntimamente unidas a
tendencias instintivas como son la nutrición, la reacción simple de defensa, etc., aparecen los primeros
hábitos elementales. No se repiten sin más las diversas reacciones reflejas, sino que incorporan nuevos
estímulos que pasan a ser “asimilados”. Es el punto de partida para adquirir nuevos modos de obrar.
Sensaciones, percepciones y movimientos propios del niño se organizan en lo que Piaget denomina
“esquemas de acción”.
A partir de los 5 o 6 meses se multiplican y diferencian los comportamientos del estadio anterior. Por
una parte, el niño incorpora los nuevos objetos percibidos a unos esquemas de acción ya formados
(asimilación), pero también los esquemas de acción se transforman (acomodación) en función de la
asimilación. Por consiguiente, se produce un doble juego de asimilación y acomodación por el que el
niño se adapta a su medio.
Bastará que unos movimientos aporten una satisfacción para que sean repetidos (reacciones circulares).
Las reacciones circulares sólo evolucionarán con el desarrollo posterior, y la satisfacción (único
objetivo) se disociará de los medios que fueron empleados para realizarse.
Al coordinarse diferentes movimientos y percepciones se forman nuevos esquemas de mayor amplitud.
El niño incorpora las novedades procedentes del mundo exterior a sus esquemas (podemos
denominarlos esquemas de asimilación) como si tratara de comprender si el objeto con que se ha
topado es, por ejemplo, “para chupar”, “para palpar”, “para golpea”, etc. Cabe afirmar que los diversos
esquemas constituyen una estructura cognitiva elemental en grado sumo, al igual que lo serán,
posteriormente, los conceptos a los que incorporará los nuevos informes procedentes del exterior.
Durante el período sensoriomotriz todo lo sentido y percibido se asimilará a la actividad infantil. El
mismo cuerpo infantil no está disociado del mundo exterior, razón por la cual Piaget habla de un
egocentrismo integral.
Gracias a posteriores coordinaciones se fundamentaran las principales categorías de todo conocimiento:
categoría de objeto, espacio, tiempo y causalidad, lo que permitirá objetivar el mundo exterior con
respecto al propio cuerpo. Como criterio de objetivación o exteriorización del mundo (inicio de una
“descentración” respecto al yo), Piaget subraya tal hecho de que el niño busca un objeto desaparecido
de su vista mientras que durante los primeros meses dejaba de interesarse por el objeto en cuanto
escapaba de su radio de percepción. Hasta el final del primero el niño no será capaz de considerar un
objeto como un algo independiente de su propio movimiento y sabrá, además, seguir los
desplazamientos de este objeto en el espacio.
Al finalizar el primer año será capaz de acciones complejas, como volverse para alcanzar un objeto,
utilizar objetos como instrumentos (palos, cordeles, etc.) para conseguir sus objetivos o para cambiar la
posición de un objeto determinado.
2. Período Preoperatorio.
El período preoperatorio del pensamiento llega aproximadamente hasta los 6 años.
Junto a la posibilidad de representaciones elementales (acciones y percepciones coordinadas
interiormente), y gracias al lenguaje, asistimos a un gran progreso tanto en el pensamiento del niño
como en su comportamiento.
Al cumplir los 18 meses el niño ya puede imitar unos modelos con algunas partes del cuerpo que no
percibe directamente (por ejemplo, fruncir la frente o mover la boca), incluso sin tener delante el
modelo (imitación diferida). La acción mediante la que toma posesión del mundo, todavía es un soporte
necesario a la representación. Pero a medida que se desarrollan imitación y representación, el niño
puede realizar los llamados actos “simbólicos”. Es capaz de integrar un objeto cualquiera en su
esquema de acción como sustituto de otro objeto. Piaget habla del inicio del simbolismo (una piedra,
por ejemplo, se convierte en una almohada y el niño imita la acción de dormir apoyando en ella su
cabeza).
Con un problema práctico por resolver, el niño todavía es incapaz de despegará de su acción para pasar
a representársela; con la mímica, simbólicamente, ejecuta la acción que anticipa (con un gesto de boca,
abriéndola o cerrándola, por ejemplo, pretende representar su dificultad para introducir en una caja de
cerillas una cadenilla, estando la caja poco abierta).
La función simbólica tiene un gran desarrollo entre los 3 y los 7 años. Por una parte, se realiza en forma
de actividades lúdicas (juegos simbólicos) en las que el niño toma conciencia del mundo, aunque
deformada. Reproduce en el juego situaciones que le han impresionado (interesantes e incomprendidas
precisamente por su carácter complejo), ya que no puede pensar en ellas, porque es incapaz de separar
acción propia y pensamiento. Por lo demás, al reproducir situaciones vividas las asimila a sus esquemas
de acción y deseos (afectividad), transformando todo lo que en la realidad pudo ser penoso y
haciéndolo soportable e incluso agradable. Para el niño el juego simbólico es un medio de adaptación
tanto intelectual como afectivo. Los símbolos lúdicos del juego son muy personales y subjetivos.
El lenguaje es lo que en gran parte permitirá al niño adquirir una progresiva interiorización mediante el
empleo de signos verbales, sociales y transmisibles oralmente.
Pero el progreso hacia la objetividad sigue una evolución lenta y laboriosa.
Inicialmente, el pensamiento del niño es plenamente subjetivo. Piaget habla de un egocentrismo
intelectual durante el período preoperatorio. En niño todavía es incapaz de prescindir de su propio
punto de vista. Sigue aferrado a sus sucesivas percepciones, que todavía no sabe relacionar entre sí.
El pensamiento sigue una sola dirección; el niño presta atención a lo que ve y oye a medida que se
efectúa la acción, o se suceden las percepciones, sin poder dar marcha atrás. Es el pensamiento
irreversible, y en ese sentido Piaget habla de preoperatividad.
Frente a experiencias concretas, el niño no puede prescindir de la intuición directa, dado que sigue
siendo incapaz de asociar los diversos aspectos de la realidad percibida o de integrar en un único acto
de pensamiento las sucesivas etapas del fenómeno observado. Es incapaz de comprender que sigue
habiendo la misma cantidad de líquido cuando se trasvasa a un recipiente más estrecho, aunque no lo
parezca; por la irreversibilidad de su pensamiento, sólo se fija en un aspecto (elevación de nivel) sin
llegar a comprender que la diferencia de altura queda compensada con otra diferencia de superficie.
Tampoco puede comparar la extensión da una parte con el todo, dado que cuando piensa en la parte no
puede aún referirse al todo.
La subjetividad de su punto de vista y su incapacidad de situarse en la perspectiva de los demás
repercute en el comportamiento infantil.
Mediante los múltiples contactos sociales e intercambios de palabras con su entorno se construyen en el
niño durante esta época unos sentimientos frente a los demás, especialmente frente a quienes responden
a sus intereses y le valoran.
3.- Período de las Operaciones Concretas.
El período de operaciones concretas se sitúa entre los 7 y los 11 o 12 años.
Este período señala un gran avance en cuanto a socialización y objetivación del pensamiento.
Aun teniendo que recurrir a la intuición y a la propia acción, el niño ya sabe descentrar, lo que tiene sus
efectos tanto en el plano cognitivo como en el afectivo o moral. Mediante un sistema de operaciones
concretas (Piaget habla de estructuras de agrupamiento), el niño puede liberarse de los sucesivos
aspectos de lo percibido, para distinguir a través del cambio lo que permanece invariable. No se queda
limitado a su propio punto de vista, antes bien, es capaz de coordinar los diversos puntos de vista y de
sacar las consecuencias. Pero las operaciones del pensamiento son concretas en el sentido de que sólo
alcanzan a la realidad susceptible de ser manipulada, o cuando existe la posibilidad de recurrir a una
representación suficientemente viva. Todavía no puede razonar fundándose exclusivamente en
enunciados puramente verbales, y mucho menos sobre hipótesis, capacidad que adquirirá en el estadio
inmediato, o estadio del pensamiento formal, durante la adolescencia.
El niño concibe los sucesivos estados de un fenómeno, de una transformación, como “modificaciones”,
que pueden compensarse entre si, o bajo el aspecto de invariante, que implica la reversibilidad. El niño
empleará la estructura de agrupamiento (operaciones) en problemas de seriación y clasificación. Puede
establecer equivalencias numéricas independientemente de la disposición espacial de los elementos.
Llega a relacionar la duración y el espacio recorridos, y comprende de este modo la idea de velocidad.
Las explicaciones de fenómenos físicos se hacen más objetivas. Ya no se refiere exclusivamente a su
propia acción, sino que comienza a tomar en consideración los diferentes factores que entran en juego y
su relación. Es el inicio de una causalidad objetivada y espacializada a un tiempo.
Por más que ya se coordinen las acciones en un sistema de conjunto, el pensamiento infantil avanza
muy paso a paso; todavía no sabe reunir en un sistema todas las relaciones que pueden darse entre los
factores; se refiere sucesivamente ya a la operación contraria (anulación de la operación directa por la
operación inversa), ya a la reciprocidad (entendiendo que pueden compensarse algunos actos).
El niño no es capaz de distinguir aún de forma satisfactoria lo probable de lo necesario. Razona
únicamente sobre lo realmente dado, no sobre lo virtual. Por tanto, en sus previsiones es limitado, y el
equilibrio que puede alcanzar es aún relativamente poco estable.
La coordinación de acciones y percepciones, base del pensamiento operatorio individual, también
afecta a las relaciones interindividuales. El niño no se limita al cúmulo de informaciones, sino que las
relaciona entre sí, y mediante la confrontación de los enunciados verbales de las diferentes personas,
adquiere conciencia de su propio pensamiento con respecto al de los otros. Corrige el suyo
(acomodación) y asimila el ajeno. El pensamiento del niño se objetiva en gran parte gracias al
intercambio social. La progresiva descentralización afecta tanto al campo del comportamiento social,
como al de la afectividad.
En esta edad, el niño sólo es objeto receptivo de transmisión de la información lingüístico-cultural en
sentido único. Surgen nuevas relaciones entre niños y adultos, y especialmente entre los mismos niños.
Piaget habla de una evolución de la conducta en el sentido de la cooperación. Analiza el cambio en el
juego, en las actividades de grupo y en las relaciones verbales. Por la asimilación del mundo a sus
esquemas cognitivos y apetencias, como en el juego simbólico, sustituirá la adaptación y el esfuerzo
conformista de los juegos constructivos o sociales sobre la base de unas reglas. El símbolo, de carácter
individual y subjetivo, es sustituido por una conducta que tiene en cuenta el aspecto objetivo de las
cosas y las relaciones sociales interindividuales.
Los niños son capaces de una auténtica colaboración en grupo, pasando la actividad individual aislada a
ser una conducta de cooperación. También los intercambios de palabras señalan la capacidad de
descentralización. El niño tiene en cuenta las reacciones de quienes le rodean, el tipo de conversación
“consigo mismo”, que al estar en grupo (monólogo colectivo) se transforma en diálogo o en una
auténtica discusión.
La moral heterónoma infantil, unilateralmente adoptada, da paso a la autonomía del final de este
período.
4.- Período de las Operaciones Formales: la Adolescencia.
En oposición a la mayor parte de los psicólogos que han estudiado la psicología de la adolescencia,
Piaget atribuye la máxima importancia, en este período, al desarrollo de los procesos cognitivos y a las
nuevas relaciones sociales que éstos hacen posibles.
Desde el punto de vista del intelecto ha y que subrayar la aparición del pensamiento formal por el que
se hace posible una coordinación de operaciones que anteriormente no existía. Esto hace posible su
integración en un sistema de conjunto que Piaget describe detalladamente haciendo referencia a los
modelos matemáticos (grupo y red). La principal característica del pensamiento a este nivel es la
capacidad de prescindir del contenido concreto para situar lo actual en un más amplio esquema de
posibilidades. Frente a unos problemas por resolver, el adolescente utiliza los datos experimentales
para formular hipótesis, tiene en cuenta lo posible, y ya no sólo –como anteriormente ocurría- la
realidad que actualmente constata, etc. Por lo demás, el adolescente puede manejar ya unas
proposiciones, incluso si las considera como simplemente probables (hipotéticas). Las confronta
mediante un sistema plenamente reversible de operaciones, lo que le permite pasar a deducir verdades
de carácter cada vez más general.
En su razonamiento no procede gradualmente, pero ya puede combinar ideas que ponen en relación
afirmaciones y negaciones utilizando operaciones proporcionales, como son las implicaciones (si “a”....
entonces “b”...), las disyuntivas (o “a”... o “b”...), las exclusiones (si “a”... entonces “no es t”..), etc. Y
como en un fenómeno se dan diversos factores, aprende a combinarlos, integrándolos en un sistema
que tiene en cuenta toda la gama de posibilidades.
J. Piaget no niega que las operaciones proposicionales vayan unidas al desarrollo del lenguaje,
progresivamente más preciso y móvil, lo que facilita la formulación de hipótesis y la posibilidad de
combinarlas entre sí. Cree, sin embargo, que la movilidad del lenguaje es, igualmente, un efecto de la
operatividad del pensamiento como causa. En todo caso, se da una relación recíproca. J. Piaget subraya
que los progresos de la lógica en el adolescente van a la par con otros cambios del pensamiento y de
toda su personalidad en general, consecuencia de las transformaciones operadas por esta época en sus
relaciones con la sociedad. Piensa que hay que tener en cuenta dos factores que siempre van unidos: los
cambios de su pensamiento y la inserción en la sociedad adulta, que obliga a una total refundición de la
personalidad. Para J. Piaget la refundición de la personalidad tiene un lado intelectual paralelo y
complementario del aspecto afectivo. La inserción en la sociedad adulta es, indudablemente, un
proceso lento que se realiza en diversos momentos según el tipo de sociedad. Pero, como norma
general, el niño deja de sentirse plenamente subordinado al adulto en la preadolescencia, comenzando a
considerarse como un igual (independientemente del sistema educativo). De la moral de subordinación
y heteronomía, el adolescente pasa a la moral de unos con los otros, a la auténtica cooperación y a la
autonomía. Comprende que sus actuales actividades contribuyen a su propio futuro así como al de la
sociedad. Con las nuevas posibilidades intelectuales, que pueden englobar problemas cada vez más
generales, y dado su creciente interés por problemas de mayor alcance que el aquí y el ahora, comienza
a buscar no ya unas soluciones inmediatas, sino que construye unos sistemas tendentes hacia una
verdad más genérica.
La adolescencia es una etapa difícil debido a que el muchacho todavía es incapaz de tener en cuenta
todas las contradicciones de la vida humana, personal y social, razón por la que su plan de vida
personal, su programa de vida y de reforma, suele ser utópico e ingenuo. La confrontación de sus
ideales con la realidad suele ser causa de grandes conflictos y pasajeras perturbaciones afectivas (crisis
religiosa, ruptura brusca de sus relaciones afectivas con los padres, desilusiones, etc.).
II.- ESTADIOS DEL DESARROLLO SEGÚN H. WALLON
Al nacer, la principal característica del recién nacido es la actividad motora refleja. H. Wallon llama a
esta etapa estadio impulsivo puro. La respuesta motora a los diferentes estímulos (interoceptivos,
propioceptivos y exteroceptivos) es una respuesta refleja. A veces parece adaptarse a su objeto
(succión, prensión-refleja, etcétera), otras veces actúa en forma de grandes descargas impulsivas, sin
ejercer el menor control en la respuesta, debido a que los centros corticales superiores aún no son
capaces de ejercer su control. En este sentido, la forma más degradada de la actividad es la que
posteriormente se da cuando queda abolido el control superior (en las crisis convulsivas, por ejemplo).
Cuando no se desarrolla normalmente el sistema nervioso, es la única respuesta, y sin posible progreso.
Los límites del primer estadio no son muy precisos. Con todo, aun apareciendo nuevos modos de
comportamiento, H. Wallon no habla de nuevos estadios, sino cuando realmente ha prevalecido un
nuevo tipo de conducta. Ha hecho retroceder a los seis meses lo que llama el segundo estadio, lo que
no implica que necesariamente hasta los seis meses únicamente se den las respuestas puramente
impulsivas del comienzo de la vida. Por el contrario, H. Wallon atribuye gran importancia a la
aparición de las primeras muestras de orientación hacia el mundo del hombre; la alegría o la angustia;
ya manifiestas a los tres o cuatro meses: sonrisas, cólera, etc. Pero hasta los seis meses ese tipo de
relaciones con el mundo exterior no es el dominante, y así H. Wallon habla de un segundo estadio, o
estadio emocional cuya existencia niega J. Piaget basándose en que la emoción en sí nunca es
dominante ni organizadora, H. Wallon caracteriza este estadio como el de la simbiosis afectiva que
sigue inmediatamente a la auténtica simbiosis de la vida fetal, simbiosis que, por otra parte continúa
con la simbiosis alimenticia de los primeros meses de vida.
El niño establece sus primeras relaciones en función de sus necesidades elementales (necesidad de que
le alimenten, le acunen, le muden, le vuelvan de lado, etc.), cambios que adquieren toda su importancia
hacia los seis meses. En este estadio, tanto como los cuidados materiales, el niño necesita muestras de
afecto por parte de quienes le rodean. Le son necesarias las muestras de ternura (caricias, palabras,
risas, besos y abrazos), manifestaciones espontáneas del amor materno. Además de los cuidados
materiales exige el afecto. Según H. Wallon, la emoción domina absolutamente las relaciones del niño
con su medio. No sólo extrae unas emociones del medio ambiente, sino que tiende a compartirlas con
su o sus compañeros adultos, razón por la que H. Wallon habla de simbiosis, ya que el niño entronca
con su medio, compartiendo plenamente sus emociones, tanto las placenteras como las desagradables.
El tercer estadio de H. Wallon es el llamado estadio sensitivomotor o sensoriomotor; coincide en parte
con lo que dice J. Piaget, salvo que para H. Wallon, aparece al final del primer año o al comienzo del
segundo. Según con lo que denomina “sociabilidad incontinente”, el niño se orientará hacia intereses
objetivos y descubrirá realmente el mundo de los objetos. H. WalIon concede gran importancia a dos
aspectos diversos del desarrollo, el andar y la palabra, que contribuyen al cambio total del mundo
infantil. El espacio se transforma por completo al andar, con las nuevas posibilidades de
desplazamiento. En cuanto al lenguaje, la actividad artrofonatoria (espontánea, imitativa
posteriormente), que supone una organización neuromotora sumamente fina, se convierte en una
actividad verdaderamente simbólica. H. Wallon define la actividad simbólica como la capacidad de
atribuir a un objeto su representación (imaginada) y a su representación un signo (verbal), cosa que ya
es definitiva a partir de un año y medio o dos años.
En sus primeras publicaciones distingue el estadio proyectivo. Aunque en algunas de sus síntesis no lo
menciona, con todo, es un estadio que posee considerable interés en la medida en que guarda relación
con toda la concepción genética walloniana del paso del acto al pensamiento. Es el estadio en que la
acción, en lugar de ser, como será más tarde, simplemente ejecutante es estimuladora de la actividad
mental o de la que Wallon llama la conciencia. El niño conoce el objeto únicamente a través de su
acción sobre el mismo, lo que nos retrotrae a la noción epistémica de egocentrismo de Piaget, ya que
Wallon insiste en el aspecto de la importancia de la acción como postura, que durante algún tiempo
oscurece lo demás. Las percepciones visuales carentes de la idea de resistencia y obstáculo serán los
instrumentos fundamentales del posterior progreso de la “objetivación”.
Mientras dura el estadio proyectivo, el niño siente una especie de necesidad de proyectarse en las cosas
para percibirse a sí mismo. Quiere eso decir que sin movimiento, sin expresión motora, no sabe captar
el mundo exterior. H. Wallon afirma que, primordialmente, la función motora es el instrumento de la
conciencia, sin la cual no existe absolutamente nada. Al empezar su vida propiamente mental, el niño
ha de tener el sistema motor a su entera y completa disposición. En ese estadio el acto es el
acompañante de la representación. El pensamiento es como proyectado al exterior por los movimientos
que lo expresan, y si se expresa menos en gestos que en palabras -palabras que, por lo demás,
constituyen una repetición del gesto-, hemos de decir que no hay tal pensamiento. No subsiste el
pensamiento si no se proyecta en gestos.
Un quinto estadio es lo que H. Wallon denomina estadio del personalismo. Tras unos claros progresos
marcados por el “sincretismo diferenciado” (con los diversos matices de los celos o de la simpatía), el
niño llega a prescindir de situaciones en que se halla implicado y a reconocer su propia personalidad
como independiente de las situaciones. Llega a la “conciencia del yo” que nace cuando se es capaz de
tener formada una imagen de sí mismo, una representación que, una vez formada, se afirmará de una
manera indudable con el negativismo y la crisis de oposición entre los dos años y medio y los tres años.
El hecho de que el niño tiene ya auténtica conciencia de sí mismo, lo da a entender, por primera vez, el
excesivo grado de sensibilización ante los demás; es la llamada “reacción de prestancia” al estar a
disgusto o el sentirse avergonzado por lo que hace, cosa que pone en entredicho su adaptación. Pasado
el tiempo en que siente esta vergüenza característica motivada por el hecho de representarse a sí mismo
tal como lo ven los demás, de verse como lo ven los otros, se afirmará y extraerá las consecuencias
propias de su afirmación. Este desdoblamiento le permitirá adquirir conciencia de su propia
personalidad y, de hecho, va a hacerla reconocer ante los demás. Para él lo más importante es afirmarse
como individuo autónomo, para lo que son válidos todos los medios a su alcance. Afirmarse en la
oposición o haciendo tonterías para llamar la atención es la reacción más elemental posible de ese
nivel. Es de capital importancia comprender que para el niño significa que ha dejado de confundirse
con los demás y que desea que los demás lo comprendan de este modo. Este importante período para el
normal desarrollo de la personalidad suele comenzar por una fase de oposición y concluye con una fase
de gratitud. Cuando ya ha adquirido plenamente la capacidad motora y gesticulatoria, el niño, que en
un principio buscó su propia afirmación en la oposición, puede ahora hacerse admirar, querer y
ofrecerse a la vista de los otros.
Esta toma de conciencia de sí mismo es aún frágil. Se ha podido producir gracias a una serie de
acciones en que alternativamente el niño se muestra activo o pasivo, cambia de papel, etc. Pero todavía
se solidariza con la idea que tiene de sí mismo y con la “constelación familiar” en que está integrado.
Cuando llega a la edad escolar, hacia los seis años de edad, posee los medios intelectuales y la ocasión
de individualizarse claramente. La nueva vida social en que entra a formar parte al llegar la edad
escolar le permite entablar nuevas relaciones con su entorno, relaciones cuyos lazos se van
estableciendo progresivamente, pero se aflojan o fortalecen según los intereses o las circunstancias. Es
la fase de personalidad polivalente en que el niño puede participar simultáneamente en la vida de
diversos grupos sin hacer siempre la misma función ni ocupar el mismo puesto, se convierte en una
unidad que tiene abierto el paso a diversos grupos y que puede influir en ellos.
Se le abren las posibilidades de las relaciones sociales; H. Wallon recalca la importancia de los
intercambios sociales para el niño en edad escolar primada y los beneficios que le reporta. El trato
favorece su pleno desarrollo y es cimiento del interés que, en el transcurso del tiempo, ha de tener por
los demás y por la vida en sociedad, si sabe desarrollar el auténtico espíritu de equipo, el sentido de
cooperación y solidaridad, y no el de denigración y de rivalidad.
Todavía hay una importante etapa que separa al niño del adulto: la adolescencia. H. Wallon subraya el
valor funcional de la adolescencia, coincidiendo con otros en la importancia de la adolescencia para
el desarrollo humano. Se ha dicho que la adolescencia es una etapa en que las necesidades personales
adquieren toda su importancia, la afectividad pasa a primer plano y acapara todas las disponibilidades
del individuo. Pero, como ha mostrado J. Piaget, esta etapa es la del posible acceso, intelectualmente
hablando, a los valores sociales y morales abstractos. No hay que dejar pasar esta etapa sin interesar al
adolescente en los valores, sin hacerle descubrir el deber de orientar la vida social hacia los valores
espirituales y morales. El momento en que puede descubrirlo en el momento en que tiene que
descubrirlo, ya que después será demasiado tarde. Hay un momento apropiado para el aprendizaje; es el
momento de aprender todo cuanto ha de constituir la orientación de la vida del hombre para poder ser
llamada verdaderamente humana. Es importante el valor funcional del acceso a los valores sociales.
Hay que movilizar la inteligencia y la afectividad del adolescente, del joven adulto, hacia el
acondicionamiento de una vida nueva en que tendrá gran importancia el espíritu de responsabilidad tan
esencial en una vida adulta plenamente realizada.
III. EL DESARROLLO MENTAL DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL
PSICOANÁLISIS.
El psicoanálisis es una terapéutica y una doctrina basada en la obra de S. Freud. La parte doctrinal se
modificó y perfeccionó al desarrollarse en función de nuevos conocimientos de su iniciador y
continuadores. El psicoanálisis cambió la concepción del funcionamiento de la mente, según la
psicología clásica. No pretendemos exponer el conjunto de esta doctrina, sólo comprensible con una
lectura cronológica de la obra de Freud y de los puntos de vista exponentes de su evolución.2
El psicoanálisis ha intentado valorar, en el funcionamiento de la psique, la importancia del
inconsciente, y especialmente la de los impulsos -primordialmente los sexuales-, elaborando una nueva
2
N. del A.: recomendamos particularmente las obras: O. Fenichel, La teoría psicoanalítica de las neurosis; D. Lagache, El
psicoanálisis; R Waelder, Los fundamentos del psicoanálisis; La teoría psicoanalítica. publicada bajo la dirección de S.
Nacht: M. Robert, La revolución psicoanalítica, y la obra indispensable de J. Laplanche y J. B. Pontatis, Diccionario de
Psicoanálisis; Hagera (H.), (dir.), Conceptos psicoanalíticos básicos, vols. I-IV. Sobre el desarrollo psicológico del niño
desde el punto de vista psicoanalítico: F. Fornarí, La vita affeciiva originaria del bambino, y de V. Smirnoff, El
psicoanálisis del niño; A. Aberastury, Aportaciones al psicoanálisis del niño; 1971, y, por supuesto, todas las obras de
Anna Freud y Mélanie Klein.
teoría de la psique desde un punto de vista dinámico, en términos de conflicto, de interacciones y
oposiciones de las fuerzas existentes: impulsos sexuales e instintivos, por ejemplo, contraimpulsos de
origen social, principio del placer y principio de la realidad, etc.; igualmente, desde un punto de vista
económico, según la cuantía de las fuerzas, fuerzas de impulsos y contraimpulsos, energía de los
impulsos o energía de la carga afectiva, etc.; asimismo, desde un punto de vista tópico, en función de
problemas planteados por las estructuras del sistema psíquico, por la oposición consciente-inconsciente
y por las instancias de la personalidad: el Ello, el Superego y el Ego. Todas estas nociones responden a
la superestructura especulativa del psicoanálisis bautizada por S. Freud con el nombre de
metapsicología. S. Freud utilizó algunos de estos principios tanto desde un punto de vista teórico como
clínico o puramente técnico: son los principios de constancia (tendencia del organismo a reducir
tensiones a su más mínimo grado y permanentemente posible), el principio de placer-displacer, el
proceso primario, el principio de realidad (o de concordancia con las necesidades impuestas por el
mundo exterior) y el impulso de repetición (tendencia a repetir las experiencias fuertes),
prescindiendo de si los efectos de la repetición, que estarían más allá del principio del placer, sean
favorables o nocivos.
Al leer los tratados de teoría psicoanalítica nos sorprende su riqueza, pero a veces nos decepciona por
cierta vaguedad que evocan en nosotros con bastante simplificación. S. Leclaire habla de “la persistente
dificultad del psicoanálisis, que jamás podrá resolver institución alguna, debido, por una parte, a la
degradación propia de una sistematización cerrada y, por otra, a la anarquía de los procesos intuitivos”.
La teoría psicoanalítica, dice este autor, ha de tener a la vista ambos escollos para evitarlos y saberse
guiar con ellos.
Teniéndolo bien presente, expondremos esquemáticamente algunas nociones psicoanalíticas y la
ontogénesis del desarrollo mental.
I.- ALGUNAS NOCIONES PSICOANALÍTICAS.
1.- El Inconsciente.
La característica del método psicoanalítico es haber sacado a la luz ciertas líneas dinámicas
inconscientes organizadoras de la psique. El conjunto dinámico no es el resultado de una
conceptualización satisfactoria en función de un postulado, sino una sistematización impuesta por una
observación y una práctica. Según la doctrina freudiana, el inconsciente constituye el fondo de toda
vida psíquica cuyos fenómenos conscientes no son sino simples manifestaciones. Es una doctrina
revolucionaria frente a aquella que consideraba la conciencia como un sistema regulador esencial que
nos es dada en un determinado momento de la vida y uno de los fundamentos de la organización
psicológica del hombre. S. Freud no elude el problema de lo consciente, sino que lo inserta en un
sistema de inconsciente-preconsciente-consciente, en que los fenómenos conscientes no son sino la
parte más superficial de la vida psíquica. Los psicólogos y filósofos de la escuela clásica consideraban
al hombre a través de cierta organización formal, realmente tranquilizante ya que atribulan una vida
afectiva regida por sus propias leyes unos principios generales de afectos y pasiones.
La noción de los procesos psíquicos inconscientes la encontramos en los primeros trabajos de S. Freud
sobre la histeria. En sus estudios sobre los sueños juzga que puede darse un doble contenido, uno
manifiesto, aparentemente absurdo, captado por la persona que sueña, y otro latente, cuyo sentido
aparente disimula su propio contenido y se rige por la ley de los procesos primarios de desplazamiento,
condensación y simbolización. Estos tres mecanismos hacen que el contenido latente se vuelva
irreconocible, los mecanismos constitutivos del proceso primario vuelven a aparecer en otras
formaciones del inconsciente: actos fallidos, lapsus, etc.
Ha podido considerarse el inconsciente como un lugar psíquico, como un sistema con un contenido,
con unos mecanismos y quizá con una energía específicos. Entre lo consciente y lo inconsciente se
halla una barren energética que S. Freud llama censura. S. Freud distingue dos tipos diferentes de
representaciones no conscientes: las preconscientes, que fácilmente pueden convertirse en conscientes,
y las inconscientes, positivamente rechazadas pero eficientes; determinantes de la elaboración de los
sueños, por ejemplo, de los actos fallidos o de los síntomas neuróticos o psicóticos. El término
inconsciente no designa simplemente los pensamientos latentes en general, sino especialmente los que
poseen un carácter dinámico que, no obstante ser muy intensos y eficientes, se mantienen lejos de lo
consciente. Durante mucho tiempo se quiso identificar lo inconsciente con lo rechazado, aun cuando S.
Freud admitió la existencia de contenidos no adquiridos por el individuo, filogenéticos, que constituyen
el núcleo del inconsciente. El rechazo nos lleva al representante psíquico del impulso, de suerte que la
función del rechazo no es suprimir la representación nacida del impulso, sino mantenerlo en el estado
de representación inconsciente. El mantenimiento del rechazo precisa, por consiguiente, un permanente
consumo energético. Lo rechazado ejerce una presión constante en la dirección de lo consciente, y éste,
por una contrapresión equivalente, ha de mantener el equilibrio. El rechazo es el causante de la amnesia
infantil -según esto, el olvidar los recuerdos de los primeros años no obedecería a la falta o abolición de
una fijación de los recuerdos, sino que sería la consecuencia del rechazo-; también tiene que ver con el
paso a lo inconsciente de algunos impulsos de la libido, tanto si su realización está vetada como si la
angustia que producen es de una intensidad insoportable. A partir de 1920, S. Freud definió una
segunda concepción del sistema psíquico, dándole el nombre de segundo tópico (el primero abarcaría
los sistemas inconsciente, preconsciente y consciente, y el segundo el Ello, el Ego y el Superego): aun
cuando en los nuevos componentes advertimos las características del inconsciente de sus primeras
descripciones, se les reconoce un origen y una parte conscientes.
2.- Los Impulsos Instintivos3
y el Instinto
El término Trieb, empleado por S. Freud, se ha interpretado en las traducciones como instinto y como
impulso. De hecho, S. Freud empleaba los dos términos Instinkty Trieb. Con la palabra instinto se ha
querido calificar una conducta animal determinada por la herencia, característica de la especie,
preformada en su desarrollo y adaptada a su objeto; e “impulso instintivo” para designar una carga
energética no emanada del mundo exterior sino del mismo interior del organismo, representante
psíquico de una fuente de estímulos endosomática permanente, presiones violentas asentadas en los
organismos vivos e inherentes a ellos, como son las de la sexualidad, el hambre o el instinto de
conservación del individuo. Los impulsos se definen por su fuente originaria, como un estado de
excitación intracorpóreo; por su finalidad, consistente en buscar su satisfacción en la supresión del
estado de tensión reinante en la misma fuente de los impulsos: por el objeto de estos últimos, factor
variable que nada tiene que ver con el impulso si no es por la capacidad de producir satisfacción, objeto
que puede ser tanto interno como externo.
La teoría de los impulsos de S. Freud es dualista. En su primera época enfrenta los impulsos del Ego o
de autoconservación a los impulsos sexuales. Los impulsos del Ego responden a las necesidades y
funciones indispensables para la conservación individual, como son el hambre y la necesidad de
alimentarse. S. Freud postula que la libido es una energía, cuya base consiste en transformar los
3
Hace referencia a las pulsiones. (N. del T.).
impulsos sexuales; una “manifestación dinámica en la vida psíquica del impulso sexual”. No se habla
de una energía mental no específica; S. Freud siembre sostuvo el carácter sexual de la libido, y si se ha
hablado de una libido “des-sexualizada” es por haber renunciado a una finalidad específicamente
sexual. No podemos explicar la teoría del impulso sin contar con la evolución, la fijación y la regresión.
Con la catexis, por otra parte, S. Freud distingue una libido cuyo objeto es la misma persona (libido del
Ego o narcisista), o un objeto exterior (libido de objeto). La libido se vuelca en el Ego -narcisismo
primario- antes de insuflar afectivamente a los objetos, pero también puede darse, igualmente, una
acción de la libido de objeto en el Ego, que constituye lo que llamamos narcisismo secundario.
Posteriormente, las concepciones de Freud se complican dado que la acción de los instintos del Ego y
la libido no parecen explicar la totalidad de casos clínicos observados. Al recordar que los instintos,
última razón de ser de toda acción, son intrínsecamente conservadores y que todo estado tiende a
rehacerse cuando se ha perdido, Freud señala junto a la libido un instinto de destrucción encargado de
transformar en inorgánico todo lo que tiene vida, cuya manifestación clínica más llamativa es e1
masoquismo primario y la necesidad de repetición. Nuevamente veremos el doble impulso: por un lado,
el impulso vital (el Eros), que encubre el impulso sexual propiamente dicho y el de autoconservación,
y, por otro, el de muerte y destrucción, o Tánatos, impulso autodestructivo dirigido secundariamente
contra el exterior y que se manifiesta como impulso de agresión o destrucción. En las funciones
biológicas Freud piensa que estos dos instintos fundamentales son contrarios o se dan juntos. De esta
forma, la acción de comer, por ejemplo, implica la destrucción de un objeto seguida de su asimilación;
el acto sexual es una agresión deseosa de la más estrecha unión que darse puede. Muchos psicoanalistas
no aceptan sino con reservas el instinto de muerte. Sin, embargo, ha pasado a formar parte de la teoría
de Mélanie Klein.
Si la conducta instintiva se caracteriza, etimológicamente, por su rigidez y parece poco modificable en
el tiempo, la conducta impulsiva -relativamente independiente de la acción externa- se adapta con más
facilidad en algunos casos, madura en ocasiones por un desarrollo interno, y hasta cierto punto puede
sufrir determinada transformación conjuntamente con la biológica. La teoría psicoanalítica ha querido
ofrecer una cronología de este desarrollo estudiando unos estadios instintivos (oral, anal y fálico) en
relación con las zonas erógenas.
3.- Las tres instancias o sistemas de la personalidad
En su segundo tópico psíquico, S. Freud hace mención de tres lugares o sistemas de función psíquica,
no aislados sino con una cierta configuración que les es propia yen los que toda la personalidad sólo
tendrá cabida admitiendo la existencia de conflictos intersistémicos entre las diferentes instancias, o
intrasistémicos entre las contradicciones derivadas del impulso en el interior de una misma instancia.
Sobre esta base podemos estudiar los sistemas del Ello, del Ego y del Superego.
1º El sistema del Ello. El sistema del Ello correspondería fundamentalmente a la capa más antigua, el
polo de los impulsos de la personalidad, que se confunde con los sistemas inconscientes de la primera
teoría del armazón psíquico. No sería todo el inconsciente, pues, como se ha dado a entender, también
una parte del Ego y del Superego forman parte del inconsciente. El Ello no es un simple almacén de
impulsos, heredados e innatos, sino que comporta unos contenidos, producto de adquisición, pero
rechazados. S. Freud señala que el Ello es la parte del inconsciente en que residen los instintos
primarios, y está libre de las formas y principios constitutivos de la persona social consciente. No se ve
afectado por el tiempo ni perturbado por las contradicciones; ignora los juicios de valor, el bien y el
mal y la moral. Únicamente trata de satisfacer sus necesidades instintivas según el principio del placer.
Si bien Freud afirma que el Ello es un caos lleno de una energía producida por los impulsos, pero
carente de organización y de voluntad, no quiere eso decir que no posea una estructura específica.
Como dice D. Lagache, el Ello tiene una estructura, más aún, es una estructura no homogénea ni
coherente caracterizada por dominar en ella el principio del displacer-placer, o paso directo de la
excitación a la descarga, proceso primario: predominio del deseo-más fuerte e indiscriminación
cualitativa que permite al placer desplazarse de una representación a otra, condensar diversas
representaciones en una sola y combinar unos deseos que en sí son contradictorios, así como la defensa
contra esos mismos deseos. En otras palabras, su característica es un pensamiento reconstruido
calificable -en términos no freudianos- de confuso, sincrético o incontrolado. Si, hasta cierto punto, la
idea del Ello parece estar basada en ideas biologizantes o naturalistas, sería un error reducir el Ello a
necesidades instintivas de naturaleza propiamente biológica; para D. Lagache es más correcto admitir
que la necesidad de los instintos en cuestión -de poder tener unos objetivos reales- tiende en las
oscuridades del inconsciente hacia unos objetivos y unas finalidades ajenos a la realidad y
“fantasmáticos”, propiamente hablando.
En resumen junto con J. Laplanche y J. B. Pontalis, creemos que, desde un punto de vista económico,
para S. Freud el Ello constituye el primer almacén de energía psíquica; desde un punto de vista
dinámico entra en conflicto con el Ego y con el Superego, y que, considerados genéticamente,
constituyen a su vez sus diferenciaciones, la génesis de las diversas instancias aparece más bien como
una progresiva diferenciación, como una emergencia de los diferentes sistemas, y en la idea de Freud se
da una continuidad entre la génesis que va de la necesidad biológica al Ello y desde éste al Ego y al
Superego.
2º El sistema del Ego. En relación con el primer tópico, podemos identificar el Ego con lo consciente o
potencialmente consciente, en otras palabras, con lo preconsciente; la actividad del Ego es consciente
en cuanto representa la percepción externa, la percepción interna y el proceso intelectual, y desempeña
una función en los intereses y sentimientos morales y estéticos; pero hay que admitir que la actividad
del Ego puede ser preconsciente, con posibilidad de llegar al campo de la conciencia cuando haga falta,
y también puede ser inconsciente partiendo de las experiencias y sentimientos rechazados y, en cierta
medida, de sus mecanismos defensivos.
El Ego asume la función autoconservadora, cumple la función de toma de conciencia de los estímulos
externos y mediante su acción impone al mundo exterior los cambios que le favorecen. En cuanto a lo
que sucede en su interioridad, asume su función conservando el control de sus exigencias instintivas,
decidiendo si conviene satisfacerlas, postergando su satisfacción para el momento más favorable o
suprimiendo por completo sus excitaciones. Entre las funciones del Ego se destacan la de la elección de
los medios adecuados para conseguir un objetivo, la de buscar soluciones, la de ejercer un control y
ejercitar, de forma que algunos consideran estas funciones como guardianes de la función de esa ética
sintética de la personalidad.
Desde el punto de vista psicoanalítico no hemos de considerar al Ego cómo una parte racional y lógica
de la personalidad en el sentido de la psicología clásica, aun cuando la estructura del Ego está
dominada por el principio de realidad, o sea por un pensamiento objetivo, socializado, racional y
verbal. El Ego tiene una función mediadora entre el Ello y el mundo exterior, entre el Ello y el
Superego. Como señala S. Nacht, el Ego ha de superar en todo momento el triple temor a la realidad, al
inconsciente elemental y al Superego. De esta forma se ha podido hablar de un Ego débil y un Ego
fuerte: un Ego débil, temeroso de los impulsos del subconsciente, y un Ego fuerte que permite
desarrollar con entera libertad los impulsos compatibles con el principio de realidad y capaz de adecuar
los restantes a sus intereses. Su idea del Ego no es comprensible al margen de sus mecanismos de
defensa, de sus técnicas para defenderse de las exigencias de los impulsos. S. Freud considera que la
producción de reacciones de angustia es una de las más importantes funciones del Ego. Aparece la
angustia siempre que el Ego siente su integridad amenazada por peligros internos o externos,
ocasionados por la misma intensidad de las demandas instintivas, como por el hecho de que las
demandas instintivas fuerzan al individuo a entrar en conflicto con su entorno, porque las exigencias de
los instintos llevan al sujeto a un conflicto con su Superego. El rechazo es uno de los mecanismos de
defensa del Ego, pero hay otros, como son la denegación, la proyección, la formación reaccional, la
anulación retroactiva, etc.
Considerando que la estructura psíquica del Ego procede de una progresiva diferenciación que ha
tenido su punto de arranque en el Ello, puede presentarse como si el Ego fuera el resultado de un
proceso de diferenciación en que el Ego se convierte en una organización sumamente estructurada y
opuesta al Ello. Según, H. Hartmann, el desarrollo del Ego es el resultado de tres factores: las
características del Ego hereditario, los influjos de los impulsos instintivos y el influjo de la realidad
exterior. Según este autor, E. y M. Kris y R. Lowenstein diferencian el Ego del Yo, que es la persona
en su totalidad, en tanto que el Ego es una instancia psíquica que se define por sus funciones. Estos
autores piensan que no puede darse un confrontamiento entre instinto y realidad y convertirse
seguidamente en origen de nuevas estructuras sin la existencia previa de determinadas funciones
sensoriomotrices: acción y pensamiento, inhibición y defensa, carácter, función organizadora y
sintética. De ahí procede la teoría de H. Hartmann acerca de los factores autónomos del Ego; formulada
en estos términos, atribuye al Ego un origen doble: nacido de los impulsos, por un lado, e instrumental,
por otro, lo que hace aceptar la existencia de una parte innata del Ego y de una zona no conflictiva del
Ego existente desde el nacimiento y de una energía neutra. A pesar de su origen no en los impulsos y
de su relativa independencia, los factores autónomos del Ego -siempre en opinión de Hartmann- están
orientados por la necesidad en los primeros estadios del desarrollo, que posteriormente pueden ser
involucrados.
3º El sistema del Superego. Siempre se ha considerado que el Superego es una modificación del Ego
por interiorización de las fuerzas represivas con que se encuentra el individuo en su desarrollo. El
Superego viene detrás de lo que S. Freud denomina ideal del Ego o ideal personal del Ego, y tiene su
razón de ser en la Facultad autoobservadora y en la conciencia. Alexander y otros autores mantienen
ambas acepciones, designando el ideal del Ego las aspiraciones conscientes del individuo y el del
Superego sus correspondientes aspectos inconscientes. El papel del Superego viene a ser el de juez o
censor del Ego. Su acción se manifiesta en la conciencia morar, en la autocrítica, en la prohibición, y
funciona en oposición a la gratificación de los impulsos o enfrentándose a las defensas que el Ego
opone a dichos impulsos. El Superego se forma al identificarse el niño con sus progenitores idealizados
y, posteriormente, con la autoridad o la ley de que es depositario.
Para S. Freud, la formación del Superego va a la par que el declive del complejo de Edipo; el niño
renuncia a satisfacer sus deseos edipianos anatematizados y transforma su carga afectiva hacia los
padres en una identificación con ellos; e interioriza la prohibición. El padre se torna en guía moral y
cualquier imperativo toma por modelo la primitiva prohibición. Mélanie Klein admite que la formación
del Superego es anterior, no en la forma estructurada de conciencia moral, sino como dimensión
inconsciente y fantasmática de la función prohibitiva o destructora de los padres. Otros autores
consideran que existen otros diversos antecedentes del Superego, asentados en el Ego y que se apoyan
fundamentalmente en las vicisitudes de los impulsos instintivos; equivocadamente se atribuyen unas
prohibiciones defensivas del Ego a una acción propia del Superego, que proporciona un material del
que el mismo Superego se forma, pero que en los primeros estadios todavía no se ha transformado en
autocrítica. Según R. Spitz, hay dos formas de acercarse al problema del Superego: el primero entiende
que el Superego está presente en forma primitiva desde el primer momento, y el segundo se basa en la
idea de los núcleos del Ego primitivo que, progresivamente, se van diferenciando y sintetizando; el
Superego viene a ser una institución mental de muy compleja organización, irrealizable en la totalidad
del Ego no existe una importante organización. R. Spitz, partidario de la segunda opinión, señala tres
grupos primordiales que acaban pasando a formar parte del Superego: antiguas experiencias de acción
física inhibida y facilitada; tentativas de dominio por identificación con las acciones de los
progenitores, y una identificación con el agresor, en particular, a nivel ideativo del “no” de los padres.
Ciertos autores admiten la existencia de diferentes componentes del Superego que se fusionan,
componentes cuyos elementos se originan en las relaciones objetales pre-edipianas y se funden en una
unidad funcional al resolverse y dominar el complejo de Edipo (P. Kramer):
o El ideal del Ego que representa el objetivo por el que lucha el Ego, derivado de impresiones
infantiles de un padre omnipotente o de la que el niño quiere que el padre sea. Un estado de
armonía entre el ideal del Ego y el Ego mismo se experimenta como una satisfacción del Yo
narcisista y un sentimiento de orgullo.
o El Superego prohibitivo que se opone a las aspiraciones del Ello, exigente, duro y punitivo; su
prototipo es la odiada figura del padre, que se muestra prohibitivo y lleno de energía agresiva.
o El Superego benigno, próximo al ideal del Ego, tiene su origen en la imagen de unos padres
amantes y reconfortantes, especialmente la madre. Posee una energía que poco o nada tiene que
ver con los impulsos agresivos y está amorosamente unido al Ego.
4. La Evolución Funcional.
La descripción de la evolución funcional del niño replantes desde un punto de vista dinámico y
estructural, las nociones clásicas de la libido y del Yo.
Podemos preguntarnos en qué medida el desarrollo funcional y el aumento del campo espacial
perceptivo-motor dependen de necesidades pulsionales o de características congénitas. Para H.
Hartmann, los mecanismos de la percepción, la motricidad, etc., que sirven de base para las funciones
del Yo, parecen activados en el niño por necesidades pulsionales, sin que éstas los originen;
parcialmente innatos, forman parte de las características congénitas del Yo. Sin embargo, tanto el
aspecto determinando en función del Yo, como el que aparece en función del Ello corresponden, en
realidad, a dos fases de un mismo desarrollo; por lo tanto, la formación de las relaciones de objeto
puede ser abordada en función de las necesidades libidinales; mientras que el aspecto cognitivo y el
perceptivo del proceso pueden ser abordados en función del Yo.
Es cierto que el aumento del campo perceptivo-motor con su corolario, la diversidad de organización,
resultan influenciados por la existencia de una primera época durante la cual el binomio pulsión-
satisfacción tan sólo pudo adoptar formas poco variadas. Se va creando así un modelo según el cual la
pulsión encontrará o no satisfacción, sea mediante la consecución de su fin principal; sea mediante la
realización de actos sustitutivos (manipulación de objetos, primeras actividades perceptivas, primeros
deseos alucinados, conocimiento de las partes del cuerpo). Con el transcurso de la maduración se
constata una continuidad en la vida de relación merced a la persistencia de la forma misma de la
realización del principio de placer.
Para comprender la evolución del niño, la noción de libido como hipótesis de trabajo guarda todo su
valor si la consideramos como noción operativa, la libido se manifiesta a través del comportamiento
por ella dirigido y del que, por lo tanto, no es preciso separar. El comportamiento libidinal del recién
nacido se reduce casi a la práctica de la actividad oral, la única investida en esta época, la posibilidad
de desplazamiento amplia su campo de acción y crea nuevas catexias lábiles variables al principio, pero
que luego se consolidan.
Tras los primeros investimientos o catexias, se desinvisten progresivamente algunas actividades
realizadoras o cognitivas a medida que el sujeto evoluciona hacia la edad adulta, conservando
únicamente la llamada catexia energética fija (M. Gressot). La capacidad de investir y de desinvestir
sin angustia proporciona al sujeto la libertad suficiente para que pueda elegir la forma de obtener la
satisfacción. Por ello, lo característico de la normalidad es encontrar la felicidad tanto en la realidad
como en lo imaginario, tanto en lo evolucionado como en lo más primitivo.
¿En qué momento tiene lugar la aparición del Yo?
En nuestra opinión, no se puede hablar de pre-Ego, ni de protoesquema corporal, a menos que estos
términos se refieran al cuerpo mismo. Desde el punto de vista de los fenómenos observables, sólo se
puede hablar del Yo a partir del momento en que se han cumplido determinadas condiciones:
o La actividad del lactante está vinculada directa y obligatoriamente a estimulaciones actuales.
No se trata de un mero condicionamiento, sino de una cierta forma de utilización de la
experiencia. La evolución perceptivo-motriz nos permite entender esta adaptación ya que vemos
cómo el lactante pasa del condicionamiento de señales a la diferenciación epicrítica de ciertas
formas valorizadas.
o En el mismo sentido, la aprehensión de estas formas y las manipulaciones de los objetos
concurren a la formación del binomio antitético: Yo (conciencia de mi existencia) y objeto
exterior a mi, que se oponen a los elementos protopáticos anteriores. Sin embargo, estos
fenómenos protopáticos aparecen más tarde de nuevo en los mecanismos de introyección y de
rechazo.
o Por lo tanto, la existencia del objeto y la existencia del Yo son constituyentes del fenómeno de
la angustia (perdida del objeto, peligro de destrucción del Yo). La actividad del Ego disminuye
la angustia y constituye un mecanismo de defensa primitivo.
En nuestra opinión, no se puede concebir el Ego como un aparato de síntesis que aparece en un
momento de la maduración, ni tampoco como la simple adición de mecanismos animados por una
cierta cantidad de energía. Como señaló S. Freud, el Yo es la forma misma de la organización de las
fuerzas pulsionales y contrapulsionales en la relación de objeto. Se trata pues, de una estructuración en
el tiempo que no puede ser aislada del pasado. Esta estructura adquiere su forma a medida que se va
organizando. El Yo no es ni un sistema elemental ni una organización apical, sino que entra en el
marco madurativo de la relación, y estamos de acuerdo con ciertos autores cuando se muestran
contrarios a la tendencia implícita a considerar el Yo, el Ello y el SuperEgo como órganos. “Casi
llegarían a ser personas en la persona humana”;... “No hay entidad psíquica, sólo existen procesos
psíquicos” (S. Nacht). Las investigaciones deberán orientarse hacia el estudio de estos procesos y de su
manera de organizarse en el tiempo.
Alo largo de nuestra descripción, hemos utilizado a menudo las fórmulas de “necesidad”, “placer” y
“displacer” porque permiten seguir con mayor facilidad, el comportamiento del niño desde un punto de
vista objetivo.
De hecho, las nociones de placer y displacer, de bienestar o de sufrimiento que se emplean con tanta
facilidad tienen significados muy distintos. Th. Szasz considera que con el término de placer se
describen varias cosas, por ejemplo la ausencia de dolor, el placer de dominio y el placer de
funcionamiento. El placer es también un estado del Yo y puede implicar igualmente comunicación, la
petición de no cambiar o la tendencia a conservar una relación. El placer puede existir en cuanto signo
o señal y puede formar parte de la función anticipadora de los afectos, S. G. Joffe y J. Sandler
distinguen por un lado el estado ideal de bienestar vinculado a la dinámica del funcionamiento del Yo y
por otro, la obtención de placer asociada a la descarga instintiva.
Igualmente, con el sufrimiento (el dolor), se puede proceder, según Th. Szasz, a una conceptualización
a tres niveles jerárquicos distintos: en el primero, el concepto de dolor es una señal de amenaza a la
integridad estructural y funcional, fenómeno que ya puede considerarse una comunicación, un mensaje
que el cuerpo envía al Yo; en el segundo nivel, el dolor se manifiesta en una situación en la que están
presentes varias personas; es la expresión de una petición de ayuda; en el tercer nivel, se trata de una
comunicación entre el Yo y una persona del exterior, un dolor en el que no hay referencia al cuerpo,
predominando el aspecto comunicativo; el dolor sería en este caso una acción del Yo contra el peligro
de perder el objeto. W. G. Joffe y J, Sandler, estudiando el problema de la relación de objeto y del
sufrimiento, consideran que el sufrimiento refleja la diferencia entre el estado real del Sí mismo y el
estado ideal deseado, que admiten podría basarse en el recuerdo de un estado de satisfacción anterior o
en fantasmas cuyos determinantes pueden ser múltiples; estos autores admiten que cuando se ha
perdido un objeto querido, no sólo tiene lugar la pérdida del objeto en si, sino también la pérdida del
aspecto de Sí-mismo complementado al objeto y el estado afectivo del bienestar íntimamente ligado a
él. Lo que pierde el niño cuando la madre se aleja, no es sólo la madre sino también el bienestar
implicado en su relación con ella.
Según M. Schur, los principios de placer y de displacer deben ser abordados como experiencia de
regulación y corno experiencia afectiva y, por lo tanto, se puede considerar la compulsión de repetición
como un aspecto de la expresión de placer o de displacer, y no del principio del placer en cuanto
principio de regulación.
J. Lacan ha insistido con interés en sus estudios, sobre la distinción a establecer entre la necesidad y el
deseo. A. Green ha ilustrado claramente la posibilidad del equivoco a que puede llegarse entre la
necesidad y la satisfacción o la insatisfacción. Según este autor:
o Lo que crea la insatisfacción de la necesidad no se anula con la satisfacción de la necesidad.
Esta proposición no pretende afirmar que la necesidad no llega a satisfacerse nunca, sino que,
en esta situación, se origina otro campo de acción. Junto al movimiento que determina una
impulsión (creada por la insatisfacción de la necesidad) se abre una esfera que le acompaña ya
que, para que el impulso sea percibido, debe adquirir significado por intermedio de signos:
gritos, llanto o agitación; a ellos se añade algún elemento del significante, la experiencia
inmediata no los distingue porque aparecen muy unidos entre sí, pero de hecho, constituyen dos
campos heterogéneos entre sí, y poseen una finalidad distinta. Mientras que la respuesta que
realizará la satisfacción, la hace desaparecer, los signos tendrán una evolución distinta, ya que
serán dotados de sentido por el Otro.
o Lo creado por la satisfacción de la necesidad no desaparece cuando desaparece la satisfacción
de esta necesidad.
¿ Qué sucede entonces cuando se ha producido la respuesta adecuada para hacer desaparecer la
insatisfacción de la necesidad?
Ésta no se limita a una abolición de las tensiones a consecuencia de la cual el sujeto en estado de
plenitud sería colmado por todos sus peros y quedaría repleto como una esponja con las donaciones del
Otro. De hecho, el alivio de la tensión (el cese del displacer) es diferente del placer; lo importante es
que está no equivalencia aparezca en el momento en que ambos fenómenos coinciden. Todavía,
entonces están tan estrechamente unidos entre sí los dos órdenes de fenómenos que se confunden; por
lo tanto, la aparición del placer crea un campo homólogo al del significante ya que con el placer
aparece la posibilidad de desear. Así, para A. Green, el placer -y la posibilidad de desearlo- dan origen
al Yo mediante dos acciones que tienen lugar al unísono: por un lado, el Yo se revela a sí mismo (se
autodescubre) como formación excéntrica, el sujeto se sitúa en el movimiento alternante entre
centralización y descentralización; por otro lado, el deseo determina en el sujeto una retroacción de la
satisfacción. Esta concepción abre, sin ninguna duda nuevos campos a la investigación.
5. Los Estadios De La Evolución Libidinal.
Tanto en sus primeros momentos como a lo largo de su expansión, el psicoanálisis ha estado influido
por los movimientos evolucionistas. S. Freud consideraba muy importantes los aspectos filogenéticos y
la evolución temporal del sistema psíquico en general, fundamentalmente de la libido.
Aun cuando en sus primeros trabajos confirió la absoluta primacía a lo genital, posteriormente
introdujo los estadios pregenitales (oral, anal, fálico).
La fase oral responde al placer del niño por excitación de la cavidad bucal y los labios, placer que se
produce al ingerir alimento. El placer oral no sólo va unido a la función nutritiva sino que también tiene
efecto al excitarse la mucosa oral, tegumento erógeno. Si bien el primer objetivo del erotismo oral lo
constituye la excitación autoerótica, posteriormente lo será la incorporación de objetos. Al
incorporarlos se une a los objetos; la introducción por la boca es también el ejecutante de la primitiva
identificación. En la fase oral pueden distinguirse dos etapas: un estadio precoz de succión pre-
ambivalente, en que el niño únicamente busca el placer de succionar, y otro posterior a la aparición de
los dientes, y en el que sólo desea morder el objeto (K. Abraham). Este estadio, denominado sádico-
oral, es una acción de morder y devorar, que implica la destrucción del objeto.
La fase sádico-anal se da entre el segundo y el cuarto año, aproximadamente y se caracteriza por una
organización de la libido que va unida a la evacuación y excitación de la mucosa anal, los primeros
impulsos anales son, por descontado, autoeróticos, pero el placer que le supone el eliminar -como
posteriormente la retención- adquieren significado estrechamente relacionado con la función
defecatoria, la expulsión-retención, y el valor simbólico de las heces. K. Abraham distingue dos
períodos en esta fase. En el primero, el erotismo anal se manifiesta en la evacuación y el impulso
sádico en la destrucción del objeto. En el segundo, el erotismo anal va unido a la retención y el impulso
sádico al control de su posesión.
La fase fálica aparece entre los tres y los cinco años; los órganos genitales se convierten en la zona
erógena principal. La tensión se descarga mediante la masturbación genital acompañada de imágenes.
Durante la fase fálica es cuando se vive de manera especial el complejo de Edipo, complejo que está
formado por la suma de deseos amorosos y hostiles del niño hacia sus progenitores. En su forma
positiva, al niño se le ofrece como un conflicto entre sus tendencias libidinales más o menos
genitalizadas, tendentes a poseer a la madre en exclusiva, y la culpabilidad que siente al desear la
desaparición del padre, su rival, para conseguir lo primero. El angustioso temor a la castración le hace
renunciar a la posesión exclusiva de la madre. La llamada forma negativa del complejo de Edipo
implica la atracción hacia su progenitor del mismo sexo y el odio por celos al de sexo contrario. De
hecho, ambas formas aparecen en diversos grados en el llamado complejo de Edipo pleno o total. En la
niña, la evolución hacia el padre, mucho más compleja, se va abriendo camino por las decepciones en
la relación con la madre, fundamentalmente por la carencia de pene. El deseo de tener un pene viene a
ser reemplazado por el de tener un hijo del padre.
El final del complejo de Edipo señala la aparición de un período de latencia en el que el desarrollo
sexual se define o sufre una regresión temporal. El declive responde en el niño a la imposibilidad de
realizar el doble deseo amoroso y criminal. D. Lagache piensa que corresponde a una disminución de la
intensidad de los impulsos debido más bien por la cultura que por el crecimiento biológico. El niño
olvida la “perversión polimorfa” de los años anteriores y contra los impulsos desarrolla la ética de la
moral social. S. Freud admite que dicha evolución, condicionada por el organismo y fijada por la
herencia, puede producirse en ocasiones sin que tenga que ver nada la educación. Mientras se resuelve
el complejo de Edipo, se producen importantes cambios. El rechazo será especialmente activo durante
la latencia y los mecanismos de identificación se mostrarán muy activos; al no poder suprimir al
molesto rival, el niño tiende a identificarse con él, que es una forma de no perder de vista su objetivo
edípico de conquista del progenitor del otro sexo ya que trata de obrar como el triunfador. La gran
ventaja evolutiva del proceso de identificación consiste en que el niño acepta diferir la realización de
sus deseos. Seguidamente se producen una serie de desplazamientos sucesivos de los afectos hacia
nuevos objetos, así como un juego de defensas contra los mismos afectos, ya sean positivos o
negativos: el más evolutivo de dichos desplazamientos y defensas lo forman las formaciones de
reacción que originan posturas contrarias y una verdadera distribución de las energías impulsivas. El
rechazo de los impulsos sexuales entra en un terreno “neutro”, “no conflictivo”, que favorece las
adquisiciones educativas y desarrolla los intereses cognitivos.
En la fase genital, el impulso sexual, hasta este momento fundamentalmente autocrático, descubrirá en
esta fase el objeto sexual a cuya realización cooperan todos los impulsos parciales y se subordinan las
zonas erógenas a una primacía de la zona genital. Durante este período el Ego luchará contra los
impulsos y tenderán a reaparecer las tendencias rechazadas: se entabla la lucha contra antiguas catexis,
contra los padres como objeto de amor, para escapar del estado de dependencia. Tanto durante este
período como durante la adolescencia, como dice S. Freud, el ser humano se halla ante la gran tarea de
desligarse de los padres, y hasta que no lo haya logrado no dejará de ser un niño para pasar a
convertirse en un miembro más de la sociedad. Ello implica un trastrueque total, cuyo resultado
depende de las soluciones que se le hayan dado al complejo de Edipo en el momento de declinar éste.
La investigación psicoanalítica no se reduce, desde el punto de vista genético, a un estudio de la
evolución de los diversos estadios tal y como se ha indicado. Partiendo de los estudios de psicoanálisis
infantiles, una nueva ontogénesis basada en la labor de S. Freud sabrá valorar diversas formas de
organización de la totalidad del sistema psíquico, investigaciones tendentes fundamentalmente, al
estudio de la organización pregenital, en sus primeros momentos.
II. LAS APORTACIONES DEL PSICOANÁLISIS AL CONOCIMIENTO DE LA PRIMERA
ETAPA DEL DESARROLLO DEL NIÑO.
1º El desarrollo prenatal.
Casi todos los psicoanalistas piensan que el niño, al nacer, es un organismo psicológicamente
indiferenciado y sostienen con S. Freud que durante este período no hay propiamente conciencia. Freud
ha precisado que, durante la vida intrauterina, la madre no es un objeto para el feto, y que en ese
momento para él no existe objeto alguno. E. Krapf opina que el feto manifiesta todo tipo de tendencias
primitivas, y que la anoxia fetal no sólo es el punto de partida del dolor “subjetivo” que constituye la
angustia, sino incluso la acción “objetiva” de la locomoción que es la huida. P. Greenacre admite que la
observación del recién nacido hace tener en cuenta una precoz predisposición a la angustia, por lo que
este autor juzga que la constitución, las experiencias prenatales y la situación inmediatamente posterior
al nacimiento contribuyen a crear una preangustia, esquema de conducta que será utilizado en las
auténticas manifestaciones de angustia posteriores. Algunos autores, como W. Greene, admiten que
puede existir una especie de percepción de objetos en los períodos prenatal y natal, una a cargo del
sistema vascular del feto que se halla “fuera” del feto, y otra a cargo de la superficie y límites del
mismo feto, que recibe repetidos estímulos vibratorios. Y es posible que el feto pueda aprender a leer el
ritmo fisiológico de la madre. Este tipo de percepciones de objetos podrían servir de modelo a todas las
percepciones subsiguientes.
2º Cambios neonatales.
Evidentemente, el paso de la vida amniótica a la vida aerobia constituye una importante transformación
desde el punto de vista biológico; el corte del cordón umbilical no es un simple fenómeno simbólico
sino que implica una modificación en el campo de la organización fisiológica del recién nacido. Otto
Rank, admitiendo que el nacimiento es un profundo choque tanto en el plano fisiológico como el
psicológico, consideraba que el traumatismo del nacimiento crea una reserva de angustia, y que toda
angustia posterior tiene sus raíces en la angustia del momento de nacer. Desde este punto de vista, la
angustia es una energía casi mensurable. Durante algún tiempo S. Freud estuvo tentado de compartir la
opinión de O. Rank, pero posteriormente se rebeló contra sus ideas, aun aceptando que en el
nacimiento existía un riesgo objetivo para la conservación de la vida y admitiendo que, en cuanto a los
cambios corporales, el nacimiento podía tener algo que ver con la ansiedad.
3º La estructuración mental durante el primer año.
El psicoanálisis infantil y los nuevos métodos de observación a partir de bases psicoanalíticas han
abierto una nueva vía no sólo al problema terapéutico que existe, sino también a una forma más
profunda de concebir las hipótesis sobre el desarrollo del niño, las cuales se basaban hasta entonces en
métodos de reconstrucción a partir del análisis de los adultos. Estas investigaciones confirmaron la
importancia de las organizaciones precoces y pusieron de manifiesto la importancia que debía
otorgarse, en esta organización, a la angustia (como ya había señalado S. Freud), a la relación de
objeto, a los fantasmas precoces, etc. Sobre bases relativamente nuevas se ha reconsiderado la cuestión
de las instancias tales como el Yo y el Superyo y se ha situado toda la organización pre-edipiana. En
numerosos trabajos, se ha puesto de manifiesto la importancia no solo de las necesidades nutritivas en
cuanto tales, sino también de las interacciones entre el lactante y el medio ambiente, en el campo del
“maternizaje” (necesidad general que sobrepasa las simples satisfacciones nutritivas) y de la antigua
noción de “diada”, es decir del grupo madre-hijo en el que los primeros lineamientos se encuentran en
el denominado “pareja de amamantamiento”.
III. DISTINTAS APROXIMACIONES TEÓRICAS DE LA ESTRUCTURACIÓN MENTAL
PRECOZ
Los problemas se centran en la relación entre la madre y el lactante. Los escritos de S. Freud acerca de
la significación de la relación lactante-madre son dispersos y algo contradictorios; dejaron la puerta
abierta a una división teórica de la literatura psicoanalítica sobre los orígenes y el desarrollo de dicha
relación. Según M. D. S. Ainsworth, algunos teóricos siguen tradicionalmente el énfasis de S. Freud
sobre la labilidad de los objetos y su punto de vista de que el lactante adquiere a la madre como objeto,
por el hecho de que de su dependencia con respecto a ella obtendrá la gratificación de sus necesidades.
Este grupo de teóricos considera que el desarrollo de las relaciones objetales se halla estrechamente
unido al desarrollo del Yo y, por consiguiente, depende de la adquisición de estructuras cognitivas que
no se hallan presentes al principio de la vida; esta concepción sigue la tradición de la Psicología del Yo.
Otro grupo de teóricos, que se basa implícita o explícitamente en la idea de S. Freud de un fundamento
filogenético, considera que las relaciones de objeto son primarias y no secundarias o adquiridas; esta
segunda tradición teórica se define a sí misma como “teoría de las relaciones de objeto”.
La primera corriente sigue a Anna Freud; entre aquellos que han estudiado directamente al lactante y
desarrollado una teoría de la estructuración mental precoz y de la relación de objeto, cabe destacar a R.
Spitz. La otra corriente está dirigida por Mélanie Klein.
En Francia, S. Lebovici y R. Diatkine utilizan algunas aportaciones de autores diversos, sin dejar por
ello de tener sus opiniones particulares.
D. V. Winnicott ocupa un lugar aparte entre los psicoanalistas de niños. Sus intuiciones geniales
fascinan, pero nos preguntamos hasta qué punto son transmisibles; le han permitido entrar en el mundo
del niño, pero su único sistema es la intuición.
En cuanto a J. Bowlby, ha intentado abordar el problema de la primera etapa del desarrollo teniendo en
cuenta los conocimientos biológicos actuales.
1. -EL DESARROLLO MENTAL SEGÚN R. SPITZ.
1º Los organizadores. Según R. Spitz, existen diversas líneas de desarrollo que en determinados
períodos se unen para formar unos nudos u “organizadores del psiquismo”. Este autor considera al
organizador como un modelo útil para la aprehensión de determinados fenómenos del desarrollo
psíquico, justificado por el hecho de que un paso acedado de una fase a otra hace de catalizador para
avanzar en el desarrollo infantil.
El “índice” del primer organizador es la aparición de la respuesta de la sonrisa que no es sino un
síntoma visible de la convergencia de impulsos corrientes del desarrollo dentro del aparato psíquico.
La angustia del octavo mes indica la aparición del segundo organizador. Es una nueva etapa del
desarrollo infantil durante la cual la personalidad y la conducta del niño efectuarán un cambio radical.
El dominio del “No” (a través de gestos y palabras) tiene consecuencias de gran alcance para el
desarrollo mental emocional del pequeño; presupone que ha adquirido su primera capacidad de JUICIO
y de negación. R. Spitz lo considera el tercer organizador.
Desde el punto de vista del concepto de organizador, los dos primeros pertenecen al campo de las
descargas de impulsos por la acción; el tercero instituye la primacía de la comunicación, que sustituye
cada vez con más fuerza a la acción.
R. Spitz ha estudiado el objeto de la libido, y a través de su estudio, la organización del Ego y la
génesis de la angustia.

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  • 1. mundo exterior que va descubriendo. Para H Wallon, el primer mundo exterior es el mundo humano del que el niño recibe todo: su saciedad, la satisfacción de sus necesidades fundamentales, etc. El niño puede dar muestras de bienestar o de malestar, ambas emociones puramente primitivas van encaminadas a la discriminación del mundo exterior, puesto que estas emociones van unidas a la acción del mundo humano con el niño. H. Wallon dice que “el niño que siente va camino del niño que piensa”. J. Piaget y H. Wallon no han dado la misma importancia a los diferentes aspectos del desarrollo ni considerado fundamentales las mismas ideas; los diversos estadios que distinguen no coinciden por completo, ni desde el punto de vista cronológico ni desde el punto de vista de sus características, Para conseguir una mayor sencillez de exposición presentaremos por separado las líneas fundamentales del desarrollo estadio por estadio de cada autor. I. ESTADIOS DEL DESARROLLO SEGÚN J. PIAGET Piaget distingue cuatro grandes períodos en el desarrollo de las estructuras cognitivas, íntimamente unidos al desarrollo de la afectividad y de la socialización del niño. Habla en varias ocasiones de las relaciones recíprocas de estos aspectos del desarrollo psíquico. 1.- Período Sensoriomotor. El primer período, que llega hasta los 24 meses, es el de la inteligencia sensoriomotriz, anterior al lenguaje y al pensamiento propiamente dicho. Tras un período de ejercicios de los reflejos en que las reacciones del niño estén íntimamente unidas a tendencias instintivas como son la nutrición, la reacción simple de defensa, etc., aparecen los primeros hábitos elementales. No se repiten sin más las diversas reacciones reflejas, sino que incorporan nuevos estímulos que pasan a ser “asimilados”. Es el punto de partida para adquirir nuevos modos de obrar. Sensaciones, percepciones y movimientos propios del niño se organizan en lo que Piaget denomina “esquemas de acción”. A partir de los 5 o 6 meses se multiplican y diferencian los comportamientos del estadio anterior. Por una parte, el niño incorpora los nuevos objetos percibidos a unos esquemas de acción ya formados (asimilación), pero también los esquemas de acción se transforman (acomodación) en función de la asimilación. Por consiguiente, se produce un doble juego de asimilación y acomodación por el que el niño se adapta a su medio. Bastará que unos movimientos aporten una satisfacción para que sean repetidos (reacciones circulares). Las reacciones circulares sólo evolucionarán con el desarrollo posterior, y la satisfacción (único objetivo) se disociará de los medios que fueron empleados para realizarse. Al coordinarse diferentes movimientos y percepciones se forman nuevos esquemas de mayor amplitud. El niño incorpora las novedades procedentes del mundo exterior a sus esquemas (podemos denominarlos esquemas de asimilación) como si tratara de comprender si el objeto con que se ha topado es, por ejemplo, “para chupar”, “para palpar”, “para golpea”, etc. Cabe afirmar que los diversos
  • 2. esquemas constituyen una estructura cognitiva elemental en grado sumo, al igual que lo serán, posteriormente, los conceptos a los que incorporará los nuevos informes procedentes del exterior. Durante el período sensoriomotriz todo lo sentido y percibido se asimilará a la actividad infantil. El mismo cuerpo infantil no está disociado del mundo exterior, razón por la cual Piaget habla de un egocentrismo integral. Gracias a posteriores coordinaciones se fundamentaran las principales categorías de todo conocimiento: categoría de objeto, espacio, tiempo y causalidad, lo que permitirá objetivar el mundo exterior con respecto al propio cuerpo. Como criterio de objetivación o exteriorización del mundo (inicio de una “descentración” respecto al yo), Piaget subraya tal hecho de que el niño busca un objeto desaparecido de su vista mientras que durante los primeros meses dejaba de interesarse por el objeto en cuanto escapaba de su radio de percepción. Hasta el final del primero el niño no será capaz de considerar un objeto como un algo independiente de su propio movimiento y sabrá, además, seguir los desplazamientos de este objeto en el espacio. Al finalizar el primer año será capaz de acciones complejas, como volverse para alcanzar un objeto, utilizar objetos como instrumentos (palos, cordeles, etc.) para conseguir sus objetivos o para cambiar la posición de un objeto determinado. 2. Período Preoperatorio. El período preoperatorio del pensamiento llega aproximadamente hasta los 6 años. Junto a la posibilidad de representaciones elementales (acciones y percepciones coordinadas interiormente), y gracias al lenguaje, asistimos a un gran progreso tanto en el pensamiento del niño como en su comportamiento. Al cumplir los 18 meses el niño ya puede imitar unos modelos con algunas partes del cuerpo que no percibe directamente (por ejemplo, fruncir la frente o mover la boca), incluso sin tener delante el modelo (imitación diferida). La acción mediante la que toma posesión del mundo, todavía es un soporte necesario a la representación. Pero a medida que se desarrollan imitación y representación, el niño puede realizar los llamados actos “simbólicos”. Es capaz de integrar un objeto cualquiera en su esquema de acción como sustituto de otro objeto. Piaget habla del inicio del simbolismo (una piedra, por ejemplo, se convierte en una almohada y el niño imita la acción de dormir apoyando en ella su cabeza). Con un problema práctico por resolver, el niño todavía es incapaz de despegará de su acción para pasar a representársela; con la mímica, simbólicamente, ejecuta la acción que anticipa (con un gesto de boca, abriéndola o cerrándola, por ejemplo, pretende representar su dificultad para introducir en una caja de cerillas una cadenilla, estando la caja poco abierta). La función simbólica tiene un gran desarrollo entre los 3 y los 7 años. Por una parte, se realiza en forma de actividades lúdicas (juegos simbólicos) en las que el niño toma conciencia del mundo, aunque deformada. Reproduce en el juego situaciones que le han impresionado (interesantes e incomprendidas precisamente por su carácter complejo), ya que no puede pensar en ellas, porque es incapaz de separar acción propia y pensamiento. Por lo demás, al reproducir situaciones vividas las asimila a sus esquemas de acción y deseos (afectividad), transformando todo lo que en la realidad pudo ser penoso y
  • 3. haciéndolo soportable e incluso agradable. Para el niño el juego simbólico es un medio de adaptación tanto intelectual como afectivo. Los símbolos lúdicos del juego son muy personales y subjetivos. El lenguaje es lo que en gran parte permitirá al niño adquirir una progresiva interiorización mediante el empleo de signos verbales, sociales y transmisibles oralmente. Pero el progreso hacia la objetividad sigue una evolución lenta y laboriosa. Inicialmente, el pensamiento del niño es plenamente subjetivo. Piaget habla de un egocentrismo intelectual durante el período preoperatorio. En niño todavía es incapaz de prescindir de su propio punto de vista. Sigue aferrado a sus sucesivas percepciones, que todavía no sabe relacionar entre sí. El pensamiento sigue una sola dirección; el niño presta atención a lo que ve y oye a medida que se efectúa la acción, o se suceden las percepciones, sin poder dar marcha atrás. Es el pensamiento irreversible, y en ese sentido Piaget habla de preoperatividad. Frente a experiencias concretas, el niño no puede prescindir de la intuición directa, dado que sigue siendo incapaz de asociar los diversos aspectos de la realidad percibida o de integrar en un único acto de pensamiento las sucesivas etapas del fenómeno observado. Es incapaz de comprender que sigue habiendo la misma cantidad de líquido cuando se trasvasa a un recipiente más estrecho, aunque no lo parezca; por la irreversibilidad de su pensamiento, sólo se fija en un aspecto (elevación de nivel) sin llegar a comprender que la diferencia de altura queda compensada con otra diferencia de superficie. Tampoco puede comparar la extensión da una parte con el todo, dado que cuando piensa en la parte no puede aún referirse al todo. La subjetividad de su punto de vista y su incapacidad de situarse en la perspectiva de los demás repercute en el comportamiento infantil. Mediante los múltiples contactos sociales e intercambios de palabras con su entorno se construyen en el niño durante esta época unos sentimientos frente a los demás, especialmente frente a quienes responden a sus intereses y le valoran. 3.- Período de las Operaciones Concretas. El período de operaciones concretas se sitúa entre los 7 y los 11 o 12 años. Este período señala un gran avance en cuanto a socialización y objetivación del pensamiento. Aun teniendo que recurrir a la intuición y a la propia acción, el niño ya sabe descentrar, lo que tiene sus efectos tanto en el plano cognitivo como en el afectivo o moral. Mediante un sistema de operaciones concretas (Piaget habla de estructuras de agrupamiento), el niño puede liberarse de los sucesivos aspectos de lo percibido, para distinguir a través del cambio lo que permanece invariable. No se queda limitado a su propio punto de vista, antes bien, es capaz de coordinar los diversos puntos de vista y de sacar las consecuencias. Pero las operaciones del pensamiento son concretas en el sentido de que sólo alcanzan a la realidad susceptible de ser manipulada, o cuando existe la posibilidad de recurrir a una representación suficientemente viva. Todavía no puede razonar fundándose exclusivamente en enunciados puramente verbales, y mucho menos sobre hipótesis, capacidad que adquirirá en el estadio inmediato, o estadio del pensamiento formal, durante la adolescencia.
  • 4. El niño concibe los sucesivos estados de un fenómeno, de una transformación, como “modificaciones”, que pueden compensarse entre si, o bajo el aspecto de invariante, que implica la reversibilidad. El niño empleará la estructura de agrupamiento (operaciones) en problemas de seriación y clasificación. Puede establecer equivalencias numéricas independientemente de la disposición espacial de los elementos. Llega a relacionar la duración y el espacio recorridos, y comprende de este modo la idea de velocidad. Las explicaciones de fenómenos físicos se hacen más objetivas. Ya no se refiere exclusivamente a su propia acción, sino que comienza a tomar en consideración los diferentes factores que entran en juego y su relación. Es el inicio de una causalidad objetivada y espacializada a un tiempo. Por más que ya se coordinen las acciones en un sistema de conjunto, el pensamiento infantil avanza muy paso a paso; todavía no sabe reunir en un sistema todas las relaciones que pueden darse entre los factores; se refiere sucesivamente ya a la operación contraria (anulación de la operación directa por la operación inversa), ya a la reciprocidad (entendiendo que pueden compensarse algunos actos). El niño no es capaz de distinguir aún de forma satisfactoria lo probable de lo necesario. Razona únicamente sobre lo realmente dado, no sobre lo virtual. Por tanto, en sus previsiones es limitado, y el equilibrio que puede alcanzar es aún relativamente poco estable. La coordinación de acciones y percepciones, base del pensamiento operatorio individual, también afecta a las relaciones interindividuales. El niño no se limita al cúmulo de informaciones, sino que las relaciona entre sí, y mediante la confrontación de los enunciados verbales de las diferentes personas, adquiere conciencia de su propio pensamiento con respecto al de los otros. Corrige el suyo (acomodación) y asimila el ajeno. El pensamiento del niño se objetiva en gran parte gracias al intercambio social. La progresiva descentralización afecta tanto al campo del comportamiento social, como al de la afectividad. En esta edad, el niño sólo es objeto receptivo de transmisión de la información lingüístico-cultural en sentido único. Surgen nuevas relaciones entre niños y adultos, y especialmente entre los mismos niños. Piaget habla de una evolución de la conducta en el sentido de la cooperación. Analiza el cambio en el juego, en las actividades de grupo y en las relaciones verbales. Por la asimilación del mundo a sus esquemas cognitivos y apetencias, como en el juego simbólico, sustituirá la adaptación y el esfuerzo conformista de los juegos constructivos o sociales sobre la base de unas reglas. El símbolo, de carácter individual y subjetivo, es sustituido por una conducta que tiene en cuenta el aspecto objetivo de las cosas y las relaciones sociales interindividuales. Los niños son capaces de una auténtica colaboración en grupo, pasando la actividad individual aislada a ser una conducta de cooperación. También los intercambios de palabras señalan la capacidad de descentralización. El niño tiene en cuenta las reacciones de quienes le rodean, el tipo de conversación “consigo mismo”, que al estar en grupo (monólogo colectivo) se transforma en diálogo o en una auténtica discusión. La moral heterónoma infantil, unilateralmente adoptada, da paso a la autonomía del final de este período. 4.- Período de las Operaciones Formales: la Adolescencia.
  • 5. En oposición a la mayor parte de los psicólogos que han estudiado la psicología de la adolescencia, Piaget atribuye la máxima importancia, en este período, al desarrollo de los procesos cognitivos y a las nuevas relaciones sociales que éstos hacen posibles. Desde el punto de vista del intelecto ha y que subrayar la aparición del pensamiento formal por el que se hace posible una coordinación de operaciones que anteriormente no existía. Esto hace posible su integración en un sistema de conjunto que Piaget describe detalladamente haciendo referencia a los modelos matemáticos (grupo y red). La principal característica del pensamiento a este nivel es la capacidad de prescindir del contenido concreto para situar lo actual en un más amplio esquema de posibilidades. Frente a unos problemas por resolver, el adolescente utiliza los datos experimentales para formular hipótesis, tiene en cuenta lo posible, y ya no sólo –como anteriormente ocurría- la realidad que actualmente constata, etc. Por lo demás, el adolescente puede manejar ya unas proposiciones, incluso si las considera como simplemente probables (hipotéticas). Las confronta mediante un sistema plenamente reversible de operaciones, lo que le permite pasar a deducir verdades de carácter cada vez más general. En su razonamiento no procede gradualmente, pero ya puede combinar ideas que ponen en relación afirmaciones y negaciones utilizando operaciones proporcionales, como son las implicaciones (si “a”.... entonces “b”...), las disyuntivas (o “a”... o “b”...), las exclusiones (si “a”... entonces “no es t”..), etc. Y como en un fenómeno se dan diversos factores, aprende a combinarlos, integrándolos en un sistema que tiene en cuenta toda la gama de posibilidades. J. Piaget no niega que las operaciones proposicionales vayan unidas al desarrollo del lenguaje, progresivamente más preciso y móvil, lo que facilita la formulación de hipótesis y la posibilidad de combinarlas entre sí. Cree, sin embargo, que la movilidad del lenguaje es, igualmente, un efecto de la operatividad del pensamiento como causa. En todo caso, se da una relación recíproca. J. Piaget subraya que los progresos de la lógica en el adolescente van a la par con otros cambios del pensamiento y de toda su personalidad en general, consecuencia de las transformaciones operadas por esta época en sus relaciones con la sociedad. Piensa que hay que tener en cuenta dos factores que siempre van unidos: los cambios de su pensamiento y la inserción en la sociedad adulta, que obliga a una total refundición de la personalidad. Para J. Piaget la refundición de la personalidad tiene un lado intelectual paralelo y complementario del aspecto afectivo. La inserción en la sociedad adulta es, indudablemente, un proceso lento que se realiza en diversos momentos según el tipo de sociedad. Pero, como norma general, el niño deja de sentirse plenamente subordinado al adulto en la preadolescencia, comenzando a considerarse como un igual (independientemente del sistema educativo). De la moral de subordinación y heteronomía, el adolescente pasa a la moral de unos con los otros, a la auténtica cooperación y a la autonomía. Comprende que sus actuales actividades contribuyen a su propio futuro así como al de la sociedad. Con las nuevas posibilidades intelectuales, que pueden englobar problemas cada vez más generales, y dado su creciente interés por problemas de mayor alcance que el aquí y el ahora, comienza a buscar no ya unas soluciones inmediatas, sino que construye unos sistemas tendentes hacia una verdad más genérica. La adolescencia es una etapa difícil debido a que el muchacho todavía es incapaz de tener en cuenta todas las contradicciones de la vida humana, personal y social, razón por la que su plan de vida personal, su programa de vida y de reforma, suele ser utópico e ingenuo. La confrontación de sus ideales con la realidad suele ser causa de grandes conflictos y pasajeras perturbaciones afectivas (crisis religiosa, ruptura brusca de sus relaciones afectivas con los padres, desilusiones, etc.).
  • 6. II.- ESTADIOS DEL DESARROLLO SEGÚN H. WALLON Al nacer, la principal característica del recién nacido es la actividad motora refleja. H. Wallon llama a esta etapa estadio impulsivo puro. La respuesta motora a los diferentes estímulos (interoceptivos, propioceptivos y exteroceptivos) es una respuesta refleja. A veces parece adaptarse a su objeto (succión, prensión-refleja, etcétera), otras veces actúa en forma de grandes descargas impulsivas, sin ejercer el menor control en la respuesta, debido a que los centros corticales superiores aún no son capaces de ejercer su control. En este sentido, la forma más degradada de la actividad es la que posteriormente se da cuando queda abolido el control superior (en las crisis convulsivas, por ejemplo). Cuando no se desarrolla normalmente el sistema nervioso, es la única respuesta, y sin posible progreso. Los límites del primer estadio no son muy precisos. Con todo, aun apareciendo nuevos modos de comportamiento, H. Wallon no habla de nuevos estadios, sino cuando realmente ha prevalecido un nuevo tipo de conducta. Ha hecho retroceder a los seis meses lo que llama el segundo estadio, lo que no implica que necesariamente hasta los seis meses únicamente se den las respuestas puramente impulsivas del comienzo de la vida. Por el contrario, H. Wallon atribuye gran importancia a la aparición de las primeras muestras de orientación hacia el mundo del hombre; la alegría o la angustia; ya manifiestas a los tres o cuatro meses: sonrisas, cólera, etc. Pero hasta los seis meses ese tipo de relaciones con el mundo exterior no es el dominante, y así H. Wallon habla de un segundo estadio, o estadio emocional cuya existencia niega J. Piaget basándose en que la emoción en sí nunca es dominante ni organizadora, H. Wallon caracteriza este estadio como el de la simbiosis afectiva que sigue inmediatamente a la auténtica simbiosis de la vida fetal, simbiosis que, por otra parte continúa con la simbiosis alimenticia de los primeros meses de vida. El niño establece sus primeras relaciones en función de sus necesidades elementales (necesidad de que le alimenten, le acunen, le muden, le vuelvan de lado, etc.), cambios que adquieren toda su importancia hacia los seis meses. En este estadio, tanto como los cuidados materiales, el niño necesita muestras de afecto por parte de quienes le rodean. Le son necesarias las muestras de ternura (caricias, palabras, risas, besos y abrazos), manifestaciones espontáneas del amor materno. Además de los cuidados materiales exige el afecto. Según H. Wallon, la emoción domina absolutamente las relaciones del niño con su medio. No sólo extrae unas emociones del medio ambiente, sino que tiende a compartirlas con su o sus compañeros adultos, razón por la que H. Wallon habla de simbiosis, ya que el niño entronca con su medio, compartiendo plenamente sus emociones, tanto las placenteras como las desagradables. El tercer estadio de H. Wallon es el llamado estadio sensitivomotor o sensoriomotor; coincide en parte con lo que dice J. Piaget, salvo que para H. Wallon, aparece al final del primer año o al comienzo del segundo. Según con lo que denomina “sociabilidad incontinente”, el niño se orientará hacia intereses objetivos y descubrirá realmente el mundo de los objetos. H. WalIon concede gran importancia a dos aspectos diversos del desarrollo, el andar y la palabra, que contribuyen al cambio total del mundo infantil. El espacio se transforma por completo al andar, con las nuevas posibilidades de desplazamiento. En cuanto al lenguaje, la actividad artrofonatoria (espontánea, imitativa posteriormente), que supone una organización neuromotora sumamente fina, se convierte en una actividad verdaderamente simbólica. H. Wallon define la actividad simbólica como la capacidad de atribuir a un objeto su representación (imaginada) y a su representación un signo (verbal), cosa que ya es definitiva a partir de un año y medio o dos años.
  • 7. En sus primeras publicaciones distingue el estadio proyectivo. Aunque en algunas de sus síntesis no lo menciona, con todo, es un estadio que posee considerable interés en la medida en que guarda relación con toda la concepción genética walloniana del paso del acto al pensamiento. Es el estadio en que la acción, en lugar de ser, como será más tarde, simplemente ejecutante es estimuladora de la actividad mental o de la que Wallon llama la conciencia. El niño conoce el objeto únicamente a través de su acción sobre el mismo, lo que nos retrotrae a la noción epistémica de egocentrismo de Piaget, ya que Wallon insiste en el aspecto de la importancia de la acción como postura, que durante algún tiempo oscurece lo demás. Las percepciones visuales carentes de la idea de resistencia y obstáculo serán los instrumentos fundamentales del posterior progreso de la “objetivación”. Mientras dura el estadio proyectivo, el niño siente una especie de necesidad de proyectarse en las cosas para percibirse a sí mismo. Quiere eso decir que sin movimiento, sin expresión motora, no sabe captar el mundo exterior. H. Wallon afirma que, primordialmente, la función motora es el instrumento de la conciencia, sin la cual no existe absolutamente nada. Al empezar su vida propiamente mental, el niño ha de tener el sistema motor a su entera y completa disposición. En ese estadio el acto es el acompañante de la representación. El pensamiento es como proyectado al exterior por los movimientos que lo expresan, y si se expresa menos en gestos que en palabras -palabras que, por lo demás, constituyen una repetición del gesto-, hemos de decir que no hay tal pensamiento. No subsiste el pensamiento si no se proyecta en gestos. Un quinto estadio es lo que H. Wallon denomina estadio del personalismo. Tras unos claros progresos marcados por el “sincretismo diferenciado” (con los diversos matices de los celos o de la simpatía), el niño llega a prescindir de situaciones en que se halla implicado y a reconocer su propia personalidad como independiente de las situaciones. Llega a la “conciencia del yo” que nace cuando se es capaz de tener formada una imagen de sí mismo, una representación que, una vez formada, se afirmará de una manera indudable con el negativismo y la crisis de oposición entre los dos años y medio y los tres años. El hecho de que el niño tiene ya auténtica conciencia de sí mismo, lo da a entender, por primera vez, el excesivo grado de sensibilización ante los demás; es la llamada “reacción de prestancia” al estar a disgusto o el sentirse avergonzado por lo que hace, cosa que pone en entredicho su adaptación. Pasado el tiempo en que siente esta vergüenza característica motivada por el hecho de representarse a sí mismo tal como lo ven los demás, de verse como lo ven los otros, se afirmará y extraerá las consecuencias propias de su afirmación. Este desdoblamiento le permitirá adquirir conciencia de su propia personalidad y, de hecho, va a hacerla reconocer ante los demás. Para él lo más importante es afirmarse como individuo autónomo, para lo que son válidos todos los medios a su alcance. Afirmarse en la oposición o haciendo tonterías para llamar la atención es la reacción más elemental posible de ese nivel. Es de capital importancia comprender que para el niño significa que ha dejado de confundirse con los demás y que desea que los demás lo comprendan de este modo. Este importante período para el normal desarrollo de la personalidad suele comenzar por una fase de oposición y concluye con una fase de gratitud. Cuando ya ha adquirido plenamente la capacidad motora y gesticulatoria, el niño, que en un principio buscó su propia afirmación en la oposición, puede ahora hacerse admirar, querer y ofrecerse a la vista de los otros. Esta toma de conciencia de sí mismo es aún frágil. Se ha podido producir gracias a una serie de acciones en que alternativamente el niño se muestra activo o pasivo, cambia de papel, etc. Pero todavía se solidariza con la idea que tiene de sí mismo y con la “constelación familiar” en que está integrado. Cuando llega a la edad escolar, hacia los seis años de edad, posee los medios intelectuales y la ocasión de individualizarse claramente. La nueva vida social en que entra a formar parte al llegar la edad escolar le permite entablar nuevas relaciones con su entorno, relaciones cuyos lazos se van
  • 8. estableciendo progresivamente, pero se aflojan o fortalecen según los intereses o las circunstancias. Es la fase de personalidad polivalente en que el niño puede participar simultáneamente en la vida de diversos grupos sin hacer siempre la misma función ni ocupar el mismo puesto, se convierte en una unidad que tiene abierto el paso a diversos grupos y que puede influir en ellos. Se le abren las posibilidades de las relaciones sociales; H. Wallon recalca la importancia de los intercambios sociales para el niño en edad escolar primada y los beneficios que le reporta. El trato favorece su pleno desarrollo y es cimiento del interés que, en el transcurso del tiempo, ha de tener por los demás y por la vida en sociedad, si sabe desarrollar el auténtico espíritu de equipo, el sentido de cooperación y solidaridad, y no el de denigración y de rivalidad. Todavía hay una importante etapa que separa al niño del adulto: la adolescencia. H. Wallon subraya el valor funcional de la adolescencia, coincidiendo con otros en la importancia de la adolescencia para el desarrollo humano. Se ha dicho que la adolescencia es una etapa en que las necesidades personales adquieren toda su importancia, la afectividad pasa a primer plano y acapara todas las disponibilidades del individuo. Pero, como ha mostrado J. Piaget, esta etapa es la del posible acceso, intelectualmente hablando, a los valores sociales y morales abstractos. No hay que dejar pasar esta etapa sin interesar al adolescente en los valores, sin hacerle descubrir el deber de orientar la vida social hacia los valores espirituales y morales. El momento en que puede descubrirlo en el momento en que tiene que descubrirlo, ya que después será demasiado tarde. Hay un momento apropiado para el aprendizaje; es el momento de aprender todo cuanto ha de constituir la orientación de la vida del hombre para poder ser llamada verdaderamente humana. Es importante el valor funcional del acceso a los valores sociales. Hay que movilizar la inteligencia y la afectividad del adolescente, del joven adulto, hacia el acondicionamiento de una vida nueva en que tendrá gran importancia el espíritu de responsabilidad tan esencial en una vida adulta plenamente realizada. III. EL DESARROLLO MENTAL DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL PSICOANÁLISIS. El psicoanálisis es una terapéutica y una doctrina basada en la obra de S. Freud. La parte doctrinal se modificó y perfeccionó al desarrollarse en función de nuevos conocimientos de su iniciador y continuadores. El psicoanálisis cambió la concepción del funcionamiento de la mente, según la psicología clásica. No pretendemos exponer el conjunto de esta doctrina, sólo comprensible con una lectura cronológica de la obra de Freud y de los puntos de vista exponentes de su evolución.2 El psicoanálisis ha intentado valorar, en el funcionamiento de la psique, la importancia del inconsciente, y especialmente la de los impulsos -primordialmente los sexuales-, elaborando una nueva 2 N. del A.: recomendamos particularmente las obras: O. Fenichel, La teoría psicoanalítica de las neurosis; D. Lagache, El psicoanálisis; R Waelder, Los fundamentos del psicoanálisis; La teoría psicoanalítica. publicada bajo la dirección de S. Nacht: M. Robert, La revolución psicoanalítica, y la obra indispensable de J. Laplanche y J. B. Pontatis, Diccionario de Psicoanálisis; Hagera (H.), (dir.), Conceptos psicoanalíticos básicos, vols. I-IV. Sobre el desarrollo psicológico del niño desde el punto de vista psicoanalítico: F. Fornarí, La vita affeciiva originaria del bambino, y de V. Smirnoff, El psicoanálisis del niño; A. Aberastury, Aportaciones al psicoanálisis del niño; 1971, y, por supuesto, todas las obras de Anna Freud y Mélanie Klein.
  • 9. teoría de la psique desde un punto de vista dinámico, en términos de conflicto, de interacciones y oposiciones de las fuerzas existentes: impulsos sexuales e instintivos, por ejemplo, contraimpulsos de origen social, principio del placer y principio de la realidad, etc.; igualmente, desde un punto de vista económico, según la cuantía de las fuerzas, fuerzas de impulsos y contraimpulsos, energía de los impulsos o energía de la carga afectiva, etc.; asimismo, desde un punto de vista tópico, en función de problemas planteados por las estructuras del sistema psíquico, por la oposición consciente-inconsciente y por las instancias de la personalidad: el Ello, el Superego y el Ego. Todas estas nociones responden a la superestructura especulativa del psicoanálisis bautizada por S. Freud con el nombre de metapsicología. S. Freud utilizó algunos de estos principios tanto desde un punto de vista teórico como clínico o puramente técnico: son los principios de constancia (tendencia del organismo a reducir tensiones a su más mínimo grado y permanentemente posible), el principio de placer-displacer, el proceso primario, el principio de realidad (o de concordancia con las necesidades impuestas por el mundo exterior) y el impulso de repetición (tendencia a repetir las experiencias fuertes), prescindiendo de si los efectos de la repetición, que estarían más allá del principio del placer, sean favorables o nocivos. Al leer los tratados de teoría psicoanalítica nos sorprende su riqueza, pero a veces nos decepciona por cierta vaguedad que evocan en nosotros con bastante simplificación. S. Leclaire habla de “la persistente dificultad del psicoanálisis, que jamás podrá resolver institución alguna, debido, por una parte, a la degradación propia de una sistematización cerrada y, por otra, a la anarquía de los procesos intuitivos”. La teoría psicoanalítica, dice este autor, ha de tener a la vista ambos escollos para evitarlos y saberse guiar con ellos. Teniéndolo bien presente, expondremos esquemáticamente algunas nociones psicoanalíticas y la ontogénesis del desarrollo mental. I.- ALGUNAS NOCIONES PSICOANALÍTICAS. 1.- El Inconsciente. La característica del método psicoanalítico es haber sacado a la luz ciertas líneas dinámicas inconscientes organizadoras de la psique. El conjunto dinámico no es el resultado de una conceptualización satisfactoria en función de un postulado, sino una sistematización impuesta por una observación y una práctica. Según la doctrina freudiana, el inconsciente constituye el fondo de toda vida psíquica cuyos fenómenos conscientes no son sino simples manifestaciones. Es una doctrina revolucionaria frente a aquella que consideraba la conciencia como un sistema regulador esencial que nos es dada en un determinado momento de la vida y uno de los fundamentos de la organización psicológica del hombre. S. Freud no elude el problema de lo consciente, sino que lo inserta en un sistema de inconsciente-preconsciente-consciente, en que los fenómenos conscientes no son sino la parte más superficial de la vida psíquica. Los psicólogos y filósofos de la escuela clásica consideraban al hombre a través de cierta organización formal, realmente tranquilizante ya que atribulan una vida afectiva regida por sus propias leyes unos principios generales de afectos y pasiones. La noción de los procesos psíquicos inconscientes la encontramos en los primeros trabajos de S. Freud sobre la histeria. En sus estudios sobre los sueños juzga que puede darse un doble contenido, uno manifiesto, aparentemente absurdo, captado por la persona que sueña, y otro latente, cuyo sentido aparente disimula su propio contenido y se rige por la ley de los procesos primarios de desplazamiento, condensación y simbolización. Estos tres mecanismos hacen que el contenido latente se vuelva
  • 10. irreconocible, los mecanismos constitutivos del proceso primario vuelven a aparecer en otras formaciones del inconsciente: actos fallidos, lapsus, etc. Ha podido considerarse el inconsciente como un lugar psíquico, como un sistema con un contenido, con unos mecanismos y quizá con una energía específicos. Entre lo consciente y lo inconsciente se halla una barren energética que S. Freud llama censura. S. Freud distingue dos tipos diferentes de representaciones no conscientes: las preconscientes, que fácilmente pueden convertirse en conscientes, y las inconscientes, positivamente rechazadas pero eficientes; determinantes de la elaboración de los sueños, por ejemplo, de los actos fallidos o de los síntomas neuróticos o psicóticos. El término inconsciente no designa simplemente los pensamientos latentes en general, sino especialmente los que poseen un carácter dinámico que, no obstante ser muy intensos y eficientes, se mantienen lejos de lo consciente. Durante mucho tiempo se quiso identificar lo inconsciente con lo rechazado, aun cuando S. Freud admitió la existencia de contenidos no adquiridos por el individuo, filogenéticos, que constituyen el núcleo del inconsciente. El rechazo nos lleva al representante psíquico del impulso, de suerte que la función del rechazo no es suprimir la representación nacida del impulso, sino mantenerlo en el estado de representación inconsciente. El mantenimiento del rechazo precisa, por consiguiente, un permanente consumo energético. Lo rechazado ejerce una presión constante en la dirección de lo consciente, y éste, por una contrapresión equivalente, ha de mantener el equilibrio. El rechazo es el causante de la amnesia infantil -según esto, el olvidar los recuerdos de los primeros años no obedecería a la falta o abolición de una fijación de los recuerdos, sino que sería la consecuencia del rechazo-; también tiene que ver con el paso a lo inconsciente de algunos impulsos de la libido, tanto si su realización está vetada como si la angustia que producen es de una intensidad insoportable. A partir de 1920, S. Freud definió una segunda concepción del sistema psíquico, dándole el nombre de segundo tópico (el primero abarcaría los sistemas inconsciente, preconsciente y consciente, y el segundo el Ello, el Ego y el Superego): aun cuando en los nuevos componentes advertimos las características del inconsciente de sus primeras descripciones, se les reconoce un origen y una parte conscientes. 2.- Los Impulsos Instintivos3 y el Instinto El término Trieb, empleado por S. Freud, se ha interpretado en las traducciones como instinto y como impulso. De hecho, S. Freud empleaba los dos términos Instinkty Trieb. Con la palabra instinto se ha querido calificar una conducta animal determinada por la herencia, característica de la especie, preformada en su desarrollo y adaptada a su objeto; e “impulso instintivo” para designar una carga energética no emanada del mundo exterior sino del mismo interior del organismo, representante psíquico de una fuente de estímulos endosomática permanente, presiones violentas asentadas en los organismos vivos e inherentes a ellos, como son las de la sexualidad, el hambre o el instinto de conservación del individuo. Los impulsos se definen por su fuente originaria, como un estado de excitación intracorpóreo; por su finalidad, consistente en buscar su satisfacción en la supresión del estado de tensión reinante en la misma fuente de los impulsos: por el objeto de estos últimos, factor variable que nada tiene que ver con el impulso si no es por la capacidad de producir satisfacción, objeto que puede ser tanto interno como externo. La teoría de los impulsos de S. Freud es dualista. En su primera época enfrenta los impulsos del Ego o de autoconservación a los impulsos sexuales. Los impulsos del Ego responden a las necesidades y funciones indispensables para la conservación individual, como son el hambre y la necesidad de alimentarse. S. Freud postula que la libido es una energía, cuya base consiste en transformar los 3 Hace referencia a las pulsiones. (N. del T.).
  • 11. impulsos sexuales; una “manifestación dinámica en la vida psíquica del impulso sexual”. No se habla de una energía mental no específica; S. Freud siembre sostuvo el carácter sexual de la libido, y si se ha hablado de una libido “des-sexualizada” es por haber renunciado a una finalidad específicamente sexual. No podemos explicar la teoría del impulso sin contar con la evolución, la fijación y la regresión. Con la catexis, por otra parte, S. Freud distingue una libido cuyo objeto es la misma persona (libido del Ego o narcisista), o un objeto exterior (libido de objeto). La libido se vuelca en el Ego -narcisismo primario- antes de insuflar afectivamente a los objetos, pero también puede darse, igualmente, una acción de la libido de objeto en el Ego, que constituye lo que llamamos narcisismo secundario. Posteriormente, las concepciones de Freud se complican dado que la acción de los instintos del Ego y la libido no parecen explicar la totalidad de casos clínicos observados. Al recordar que los instintos, última razón de ser de toda acción, son intrínsecamente conservadores y que todo estado tiende a rehacerse cuando se ha perdido, Freud señala junto a la libido un instinto de destrucción encargado de transformar en inorgánico todo lo que tiene vida, cuya manifestación clínica más llamativa es e1 masoquismo primario y la necesidad de repetición. Nuevamente veremos el doble impulso: por un lado, el impulso vital (el Eros), que encubre el impulso sexual propiamente dicho y el de autoconservación, y, por otro, el de muerte y destrucción, o Tánatos, impulso autodestructivo dirigido secundariamente contra el exterior y que se manifiesta como impulso de agresión o destrucción. En las funciones biológicas Freud piensa que estos dos instintos fundamentales son contrarios o se dan juntos. De esta forma, la acción de comer, por ejemplo, implica la destrucción de un objeto seguida de su asimilación; el acto sexual es una agresión deseosa de la más estrecha unión que darse puede. Muchos psicoanalistas no aceptan sino con reservas el instinto de muerte. Sin, embargo, ha pasado a formar parte de la teoría de Mélanie Klein. Si la conducta instintiva se caracteriza, etimológicamente, por su rigidez y parece poco modificable en el tiempo, la conducta impulsiva -relativamente independiente de la acción externa- se adapta con más facilidad en algunos casos, madura en ocasiones por un desarrollo interno, y hasta cierto punto puede sufrir determinada transformación conjuntamente con la biológica. La teoría psicoanalítica ha querido ofrecer una cronología de este desarrollo estudiando unos estadios instintivos (oral, anal y fálico) en relación con las zonas erógenas. 3.- Las tres instancias o sistemas de la personalidad En su segundo tópico psíquico, S. Freud hace mención de tres lugares o sistemas de función psíquica, no aislados sino con una cierta configuración que les es propia yen los que toda la personalidad sólo tendrá cabida admitiendo la existencia de conflictos intersistémicos entre las diferentes instancias, o intrasistémicos entre las contradicciones derivadas del impulso en el interior de una misma instancia. Sobre esta base podemos estudiar los sistemas del Ello, del Ego y del Superego. 1º El sistema del Ello. El sistema del Ello correspondería fundamentalmente a la capa más antigua, el polo de los impulsos de la personalidad, que se confunde con los sistemas inconscientes de la primera teoría del armazón psíquico. No sería todo el inconsciente, pues, como se ha dado a entender, también una parte del Ego y del Superego forman parte del inconsciente. El Ello no es un simple almacén de impulsos, heredados e innatos, sino que comporta unos contenidos, producto de adquisición, pero rechazados. S. Freud señala que el Ello es la parte del inconsciente en que residen los instintos primarios, y está libre de las formas y principios constitutivos de la persona social consciente. No se ve afectado por el tiempo ni perturbado por las contradicciones; ignora los juicios de valor, el bien y el mal y la moral. Únicamente trata de satisfacer sus necesidades instintivas según el principio del placer. Si bien Freud afirma que el Ello es un caos lleno de una energía producida por los impulsos, pero
  • 12. carente de organización y de voluntad, no quiere eso decir que no posea una estructura específica. Como dice D. Lagache, el Ello tiene una estructura, más aún, es una estructura no homogénea ni coherente caracterizada por dominar en ella el principio del displacer-placer, o paso directo de la excitación a la descarga, proceso primario: predominio del deseo-más fuerte e indiscriminación cualitativa que permite al placer desplazarse de una representación a otra, condensar diversas representaciones en una sola y combinar unos deseos que en sí son contradictorios, así como la defensa contra esos mismos deseos. En otras palabras, su característica es un pensamiento reconstruido calificable -en términos no freudianos- de confuso, sincrético o incontrolado. Si, hasta cierto punto, la idea del Ello parece estar basada en ideas biologizantes o naturalistas, sería un error reducir el Ello a necesidades instintivas de naturaleza propiamente biológica; para D. Lagache es más correcto admitir que la necesidad de los instintos en cuestión -de poder tener unos objetivos reales- tiende en las oscuridades del inconsciente hacia unos objetivos y unas finalidades ajenos a la realidad y “fantasmáticos”, propiamente hablando. En resumen junto con J. Laplanche y J. B. Pontalis, creemos que, desde un punto de vista económico, para S. Freud el Ello constituye el primer almacén de energía psíquica; desde un punto de vista dinámico entra en conflicto con el Ego y con el Superego, y que, considerados genéticamente, constituyen a su vez sus diferenciaciones, la génesis de las diversas instancias aparece más bien como una progresiva diferenciación, como una emergencia de los diferentes sistemas, y en la idea de Freud se da una continuidad entre la génesis que va de la necesidad biológica al Ello y desde éste al Ego y al Superego. 2º El sistema del Ego. En relación con el primer tópico, podemos identificar el Ego con lo consciente o potencialmente consciente, en otras palabras, con lo preconsciente; la actividad del Ego es consciente en cuanto representa la percepción externa, la percepción interna y el proceso intelectual, y desempeña una función en los intereses y sentimientos morales y estéticos; pero hay que admitir que la actividad del Ego puede ser preconsciente, con posibilidad de llegar al campo de la conciencia cuando haga falta, y también puede ser inconsciente partiendo de las experiencias y sentimientos rechazados y, en cierta medida, de sus mecanismos defensivos. El Ego asume la función autoconservadora, cumple la función de toma de conciencia de los estímulos externos y mediante su acción impone al mundo exterior los cambios que le favorecen. En cuanto a lo que sucede en su interioridad, asume su función conservando el control de sus exigencias instintivas, decidiendo si conviene satisfacerlas, postergando su satisfacción para el momento más favorable o suprimiendo por completo sus excitaciones. Entre las funciones del Ego se destacan la de la elección de los medios adecuados para conseguir un objetivo, la de buscar soluciones, la de ejercer un control y ejercitar, de forma que algunos consideran estas funciones como guardianes de la función de esa ética sintética de la personalidad. Desde el punto de vista psicoanalítico no hemos de considerar al Ego cómo una parte racional y lógica de la personalidad en el sentido de la psicología clásica, aun cuando la estructura del Ego está dominada por el principio de realidad, o sea por un pensamiento objetivo, socializado, racional y verbal. El Ego tiene una función mediadora entre el Ello y el mundo exterior, entre el Ello y el Superego. Como señala S. Nacht, el Ego ha de superar en todo momento el triple temor a la realidad, al inconsciente elemental y al Superego. De esta forma se ha podido hablar de un Ego débil y un Ego fuerte: un Ego débil, temeroso de los impulsos del subconsciente, y un Ego fuerte que permite desarrollar con entera libertad los impulsos compatibles con el principio de realidad y capaz de adecuar los restantes a sus intereses. Su idea del Ego no es comprensible al margen de sus mecanismos de
  • 13. defensa, de sus técnicas para defenderse de las exigencias de los impulsos. S. Freud considera que la producción de reacciones de angustia es una de las más importantes funciones del Ego. Aparece la angustia siempre que el Ego siente su integridad amenazada por peligros internos o externos, ocasionados por la misma intensidad de las demandas instintivas, como por el hecho de que las demandas instintivas fuerzan al individuo a entrar en conflicto con su entorno, porque las exigencias de los instintos llevan al sujeto a un conflicto con su Superego. El rechazo es uno de los mecanismos de defensa del Ego, pero hay otros, como son la denegación, la proyección, la formación reaccional, la anulación retroactiva, etc. Considerando que la estructura psíquica del Ego procede de una progresiva diferenciación que ha tenido su punto de arranque en el Ello, puede presentarse como si el Ego fuera el resultado de un proceso de diferenciación en que el Ego se convierte en una organización sumamente estructurada y opuesta al Ello. Según, H. Hartmann, el desarrollo del Ego es el resultado de tres factores: las características del Ego hereditario, los influjos de los impulsos instintivos y el influjo de la realidad exterior. Según este autor, E. y M. Kris y R. Lowenstein diferencian el Ego del Yo, que es la persona en su totalidad, en tanto que el Ego es una instancia psíquica que se define por sus funciones. Estos autores piensan que no puede darse un confrontamiento entre instinto y realidad y convertirse seguidamente en origen de nuevas estructuras sin la existencia previa de determinadas funciones sensoriomotrices: acción y pensamiento, inhibición y defensa, carácter, función organizadora y sintética. De ahí procede la teoría de H. Hartmann acerca de los factores autónomos del Ego; formulada en estos términos, atribuye al Ego un origen doble: nacido de los impulsos, por un lado, e instrumental, por otro, lo que hace aceptar la existencia de una parte innata del Ego y de una zona no conflictiva del Ego existente desde el nacimiento y de una energía neutra. A pesar de su origen no en los impulsos y de su relativa independencia, los factores autónomos del Ego -siempre en opinión de Hartmann- están orientados por la necesidad en los primeros estadios del desarrollo, que posteriormente pueden ser involucrados. 3º El sistema del Superego. Siempre se ha considerado que el Superego es una modificación del Ego por interiorización de las fuerzas represivas con que se encuentra el individuo en su desarrollo. El Superego viene detrás de lo que S. Freud denomina ideal del Ego o ideal personal del Ego, y tiene su razón de ser en la Facultad autoobservadora y en la conciencia. Alexander y otros autores mantienen ambas acepciones, designando el ideal del Ego las aspiraciones conscientes del individuo y el del Superego sus correspondientes aspectos inconscientes. El papel del Superego viene a ser el de juez o censor del Ego. Su acción se manifiesta en la conciencia morar, en la autocrítica, en la prohibición, y funciona en oposición a la gratificación de los impulsos o enfrentándose a las defensas que el Ego opone a dichos impulsos. El Superego se forma al identificarse el niño con sus progenitores idealizados y, posteriormente, con la autoridad o la ley de que es depositario. Para S. Freud, la formación del Superego va a la par que el declive del complejo de Edipo; el niño renuncia a satisfacer sus deseos edipianos anatematizados y transforma su carga afectiva hacia los padres en una identificación con ellos; e interioriza la prohibición. El padre se torna en guía moral y cualquier imperativo toma por modelo la primitiva prohibición. Mélanie Klein admite que la formación del Superego es anterior, no en la forma estructurada de conciencia moral, sino como dimensión inconsciente y fantasmática de la función prohibitiva o destructora de los padres. Otros autores consideran que existen otros diversos antecedentes del Superego, asentados en el Ego y que se apoyan fundamentalmente en las vicisitudes de los impulsos instintivos; equivocadamente se atribuyen unas prohibiciones defensivas del Ego a una acción propia del Superego, que proporciona un material del que el mismo Superego se forma, pero que en los primeros estadios todavía no se ha transformado en
  • 14. autocrítica. Según R. Spitz, hay dos formas de acercarse al problema del Superego: el primero entiende que el Superego está presente en forma primitiva desde el primer momento, y el segundo se basa en la idea de los núcleos del Ego primitivo que, progresivamente, se van diferenciando y sintetizando; el Superego viene a ser una institución mental de muy compleja organización, irrealizable en la totalidad del Ego no existe una importante organización. R. Spitz, partidario de la segunda opinión, señala tres grupos primordiales que acaban pasando a formar parte del Superego: antiguas experiencias de acción física inhibida y facilitada; tentativas de dominio por identificación con las acciones de los progenitores, y una identificación con el agresor, en particular, a nivel ideativo del “no” de los padres. Ciertos autores admiten la existencia de diferentes componentes del Superego que se fusionan, componentes cuyos elementos se originan en las relaciones objetales pre-edipianas y se funden en una unidad funcional al resolverse y dominar el complejo de Edipo (P. Kramer): o El ideal del Ego que representa el objetivo por el que lucha el Ego, derivado de impresiones infantiles de un padre omnipotente o de la que el niño quiere que el padre sea. Un estado de armonía entre el ideal del Ego y el Ego mismo se experimenta como una satisfacción del Yo narcisista y un sentimiento de orgullo. o El Superego prohibitivo que se opone a las aspiraciones del Ello, exigente, duro y punitivo; su prototipo es la odiada figura del padre, que se muestra prohibitivo y lleno de energía agresiva. o El Superego benigno, próximo al ideal del Ego, tiene su origen en la imagen de unos padres amantes y reconfortantes, especialmente la madre. Posee una energía que poco o nada tiene que ver con los impulsos agresivos y está amorosamente unido al Ego. 4. La Evolución Funcional. La descripción de la evolución funcional del niño replantes desde un punto de vista dinámico y estructural, las nociones clásicas de la libido y del Yo. Podemos preguntarnos en qué medida el desarrollo funcional y el aumento del campo espacial perceptivo-motor dependen de necesidades pulsionales o de características congénitas. Para H. Hartmann, los mecanismos de la percepción, la motricidad, etc., que sirven de base para las funciones del Yo, parecen activados en el niño por necesidades pulsionales, sin que éstas los originen; parcialmente innatos, forman parte de las características congénitas del Yo. Sin embargo, tanto el aspecto determinando en función del Yo, como el que aparece en función del Ello corresponden, en realidad, a dos fases de un mismo desarrollo; por lo tanto, la formación de las relaciones de objeto puede ser abordada en función de las necesidades libidinales; mientras que el aspecto cognitivo y el perceptivo del proceso pueden ser abordados en función del Yo. Es cierto que el aumento del campo perceptivo-motor con su corolario, la diversidad de organización, resultan influenciados por la existencia de una primera época durante la cual el binomio pulsión- satisfacción tan sólo pudo adoptar formas poco variadas. Se va creando así un modelo según el cual la pulsión encontrará o no satisfacción, sea mediante la consecución de su fin principal; sea mediante la realización de actos sustitutivos (manipulación de objetos, primeras actividades perceptivas, primeros deseos alucinados, conocimiento de las partes del cuerpo). Con el transcurso de la maduración se constata una continuidad en la vida de relación merced a la persistencia de la forma misma de la realización del principio de placer.
  • 15. Para comprender la evolución del niño, la noción de libido como hipótesis de trabajo guarda todo su valor si la consideramos como noción operativa, la libido se manifiesta a través del comportamiento por ella dirigido y del que, por lo tanto, no es preciso separar. El comportamiento libidinal del recién nacido se reduce casi a la práctica de la actividad oral, la única investida en esta época, la posibilidad de desplazamiento amplia su campo de acción y crea nuevas catexias lábiles variables al principio, pero que luego se consolidan. Tras los primeros investimientos o catexias, se desinvisten progresivamente algunas actividades realizadoras o cognitivas a medida que el sujeto evoluciona hacia la edad adulta, conservando únicamente la llamada catexia energética fija (M. Gressot). La capacidad de investir y de desinvestir sin angustia proporciona al sujeto la libertad suficiente para que pueda elegir la forma de obtener la satisfacción. Por ello, lo característico de la normalidad es encontrar la felicidad tanto en la realidad como en lo imaginario, tanto en lo evolucionado como en lo más primitivo. ¿En qué momento tiene lugar la aparición del Yo? En nuestra opinión, no se puede hablar de pre-Ego, ni de protoesquema corporal, a menos que estos términos se refieran al cuerpo mismo. Desde el punto de vista de los fenómenos observables, sólo se puede hablar del Yo a partir del momento en que se han cumplido determinadas condiciones: o La actividad del lactante está vinculada directa y obligatoriamente a estimulaciones actuales. No se trata de un mero condicionamiento, sino de una cierta forma de utilización de la experiencia. La evolución perceptivo-motriz nos permite entender esta adaptación ya que vemos cómo el lactante pasa del condicionamiento de señales a la diferenciación epicrítica de ciertas formas valorizadas. o En el mismo sentido, la aprehensión de estas formas y las manipulaciones de los objetos concurren a la formación del binomio antitético: Yo (conciencia de mi existencia) y objeto exterior a mi, que se oponen a los elementos protopáticos anteriores. Sin embargo, estos fenómenos protopáticos aparecen más tarde de nuevo en los mecanismos de introyección y de rechazo. o Por lo tanto, la existencia del objeto y la existencia del Yo son constituyentes del fenómeno de la angustia (perdida del objeto, peligro de destrucción del Yo). La actividad del Ego disminuye la angustia y constituye un mecanismo de defensa primitivo. En nuestra opinión, no se puede concebir el Ego como un aparato de síntesis que aparece en un momento de la maduración, ni tampoco como la simple adición de mecanismos animados por una cierta cantidad de energía. Como señaló S. Freud, el Yo es la forma misma de la organización de las fuerzas pulsionales y contrapulsionales en la relación de objeto. Se trata pues, de una estructuración en el tiempo que no puede ser aislada del pasado. Esta estructura adquiere su forma a medida que se va organizando. El Yo no es ni un sistema elemental ni una organización apical, sino que entra en el marco madurativo de la relación, y estamos de acuerdo con ciertos autores cuando se muestran contrarios a la tendencia implícita a considerar el Yo, el Ello y el SuperEgo como órganos. “Casi llegarían a ser personas en la persona humana”;... “No hay entidad psíquica, sólo existen procesos psíquicos” (S. Nacht). Las investigaciones deberán orientarse hacia el estudio de estos procesos y de su manera de organizarse en el tiempo. Alo largo de nuestra descripción, hemos utilizado a menudo las fórmulas de “necesidad”, “placer” y “displacer” porque permiten seguir con mayor facilidad, el comportamiento del niño desde un punto de vista objetivo.
  • 16. De hecho, las nociones de placer y displacer, de bienestar o de sufrimiento que se emplean con tanta facilidad tienen significados muy distintos. Th. Szasz considera que con el término de placer se describen varias cosas, por ejemplo la ausencia de dolor, el placer de dominio y el placer de funcionamiento. El placer es también un estado del Yo y puede implicar igualmente comunicación, la petición de no cambiar o la tendencia a conservar una relación. El placer puede existir en cuanto signo o señal y puede formar parte de la función anticipadora de los afectos, S. G. Joffe y J. Sandler distinguen por un lado el estado ideal de bienestar vinculado a la dinámica del funcionamiento del Yo y por otro, la obtención de placer asociada a la descarga instintiva. Igualmente, con el sufrimiento (el dolor), se puede proceder, según Th. Szasz, a una conceptualización a tres niveles jerárquicos distintos: en el primero, el concepto de dolor es una señal de amenaza a la integridad estructural y funcional, fenómeno que ya puede considerarse una comunicación, un mensaje que el cuerpo envía al Yo; en el segundo nivel, el dolor se manifiesta en una situación en la que están presentes varias personas; es la expresión de una petición de ayuda; en el tercer nivel, se trata de una comunicación entre el Yo y una persona del exterior, un dolor en el que no hay referencia al cuerpo, predominando el aspecto comunicativo; el dolor sería en este caso una acción del Yo contra el peligro de perder el objeto. W. G. Joffe y J, Sandler, estudiando el problema de la relación de objeto y del sufrimiento, consideran que el sufrimiento refleja la diferencia entre el estado real del Sí mismo y el estado ideal deseado, que admiten podría basarse en el recuerdo de un estado de satisfacción anterior o en fantasmas cuyos determinantes pueden ser múltiples; estos autores admiten que cuando se ha perdido un objeto querido, no sólo tiene lugar la pérdida del objeto en si, sino también la pérdida del aspecto de Sí-mismo complementado al objeto y el estado afectivo del bienestar íntimamente ligado a él. Lo que pierde el niño cuando la madre se aleja, no es sólo la madre sino también el bienestar implicado en su relación con ella. Según M. Schur, los principios de placer y de displacer deben ser abordados como experiencia de regulación y corno experiencia afectiva y, por lo tanto, se puede considerar la compulsión de repetición como un aspecto de la expresión de placer o de displacer, y no del principio del placer en cuanto principio de regulación. J. Lacan ha insistido con interés en sus estudios, sobre la distinción a establecer entre la necesidad y el deseo. A. Green ha ilustrado claramente la posibilidad del equivoco a que puede llegarse entre la necesidad y la satisfacción o la insatisfacción. Según este autor: o Lo que crea la insatisfacción de la necesidad no se anula con la satisfacción de la necesidad. Esta proposición no pretende afirmar que la necesidad no llega a satisfacerse nunca, sino que, en esta situación, se origina otro campo de acción. Junto al movimiento que determina una impulsión (creada por la insatisfacción de la necesidad) se abre una esfera que le acompaña ya que, para que el impulso sea percibido, debe adquirir significado por intermedio de signos: gritos, llanto o agitación; a ellos se añade algún elemento del significante, la experiencia inmediata no los distingue porque aparecen muy unidos entre sí, pero de hecho, constituyen dos campos heterogéneos entre sí, y poseen una finalidad distinta. Mientras que la respuesta que realizará la satisfacción, la hace desaparecer, los signos tendrán una evolución distinta, ya que serán dotados de sentido por el Otro. o Lo creado por la satisfacción de la necesidad no desaparece cuando desaparece la satisfacción de esta necesidad.
  • 17. ¿ Qué sucede entonces cuando se ha producido la respuesta adecuada para hacer desaparecer la insatisfacción de la necesidad? Ésta no se limita a una abolición de las tensiones a consecuencia de la cual el sujeto en estado de plenitud sería colmado por todos sus peros y quedaría repleto como una esponja con las donaciones del Otro. De hecho, el alivio de la tensión (el cese del displacer) es diferente del placer; lo importante es que está no equivalencia aparezca en el momento en que ambos fenómenos coinciden. Todavía, entonces están tan estrechamente unidos entre sí los dos órdenes de fenómenos que se confunden; por lo tanto, la aparición del placer crea un campo homólogo al del significante ya que con el placer aparece la posibilidad de desear. Así, para A. Green, el placer -y la posibilidad de desearlo- dan origen al Yo mediante dos acciones que tienen lugar al unísono: por un lado, el Yo se revela a sí mismo (se autodescubre) como formación excéntrica, el sujeto se sitúa en el movimiento alternante entre centralización y descentralización; por otro lado, el deseo determina en el sujeto una retroacción de la satisfacción. Esta concepción abre, sin ninguna duda nuevos campos a la investigación. 5. Los Estadios De La Evolución Libidinal. Tanto en sus primeros momentos como a lo largo de su expansión, el psicoanálisis ha estado influido por los movimientos evolucionistas. S. Freud consideraba muy importantes los aspectos filogenéticos y la evolución temporal del sistema psíquico en general, fundamentalmente de la libido. Aun cuando en sus primeros trabajos confirió la absoluta primacía a lo genital, posteriormente introdujo los estadios pregenitales (oral, anal, fálico). La fase oral responde al placer del niño por excitación de la cavidad bucal y los labios, placer que se produce al ingerir alimento. El placer oral no sólo va unido a la función nutritiva sino que también tiene efecto al excitarse la mucosa oral, tegumento erógeno. Si bien el primer objetivo del erotismo oral lo constituye la excitación autoerótica, posteriormente lo será la incorporación de objetos. Al incorporarlos se une a los objetos; la introducción por la boca es también el ejecutante de la primitiva identificación. En la fase oral pueden distinguirse dos etapas: un estadio precoz de succión pre- ambivalente, en que el niño únicamente busca el placer de succionar, y otro posterior a la aparición de los dientes, y en el que sólo desea morder el objeto (K. Abraham). Este estadio, denominado sádico- oral, es una acción de morder y devorar, que implica la destrucción del objeto. La fase sádico-anal se da entre el segundo y el cuarto año, aproximadamente y se caracteriza por una organización de la libido que va unida a la evacuación y excitación de la mucosa anal, los primeros impulsos anales son, por descontado, autoeróticos, pero el placer que le supone el eliminar -como posteriormente la retención- adquieren significado estrechamente relacionado con la función defecatoria, la expulsión-retención, y el valor simbólico de las heces. K. Abraham distingue dos períodos en esta fase. En el primero, el erotismo anal se manifiesta en la evacuación y el impulso sádico en la destrucción del objeto. En el segundo, el erotismo anal va unido a la retención y el impulso sádico al control de su posesión. La fase fálica aparece entre los tres y los cinco años; los órganos genitales se convierten en la zona erógena principal. La tensión se descarga mediante la masturbación genital acompañada de imágenes. Durante la fase fálica es cuando se vive de manera especial el complejo de Edipo, complejo que está formado por la suma de deseos amorosos y hostiles del niño hacia sus progenitores. En su forma positiva, al niño se le ofrece como un conflicto entre sus tendencias libidinales más o menos genitalizadas, tendentes a poseer a la madre en exclusiva, y la culpabilidad que siente al desear la
  • 18. desaparición del padre, su rival, para conseguir lo primero. El angustioso temor a la castración le hace renunciar a la posesión exclusiva de la madre. La llamada forma negativa del complejo de Edipo implica la atracción hacia su progenitor del mismo sexo y el odio por celos al de sexo contrario. De hecho, ambas formas aparecen en diversos grados en el llamado complejo de Edipo pleno o total. En la niña, la evolución hacia el padre, mucho más compleja, se va abriendo camino por las decepciones en la relación con la madre, fundamentalmente por la carencia de pene. El deseo de tener un pene viene a ser reemplazado por el de tener un hijo del padre. El final del complejo de Edipo señala la aparición de un período de latencia en el que el desarrollo sexual se define o sufre una regresión temporal. El declive responde en el niño a la imposibilidad de realizar el doble deseo amoroso y criminal. D. Lagache piensa que corresponde a una disminución de la intensidad de los impulsos debido más bien por la cultura que por el crecimiento biológico. El niño olvida la “perversión polimorfa” de los años anteriores y contra los impulsos desarrolla la ética de la moral social. S. Freud admite que dicha evolución, condicionada por el organismo y fijada por la herencia, puede producirse en ocasiones sin que tenga que ver nada la educación. Mientras se resuelve el complejo de Edipo, se producen importantes cambios. El rechazo será especialmente activo durante la latencia y los mecanismos de identificación se mostrarán muy activos; al no poder suprimir al molesto rival, el niño tiende a identificarse con él, que es una forma de no perder de vista su objetivo edípico de conquista del progenitor del otro sexo ya que trata de obrar como el triunfador. La gran ventaja evolutiva del proceso de identificación consiste en que el niño acepta diferir la realización de sus deseos. Seguidamente se producen una serie de desplazamientos sucesivos de los afectos hacia nuevos objetos, así como un juego de defensas contra los mismos afectos, ya sean positivos o negativos: el más evolutivo de dichos desplazamientos y defensas lo forman las formaciones de reacción que originan posturas contrarias y una verdadera distribución de las energías impulsivas. El rechazo de los impulsos sexuales entra en un terreno “neutro”, “no conflictivo”, que favorece las adquisiciones educativas y desarrolla los intereses cognitivos. En la fase genital, el impulso sexual, hasta este momento fundamentalmente autocrático, descubrirá en esta fase el objeto sexual a cuya realización cooperan todos los impulsos parciales y se subordinan las zonas erógenas a una primacía de la zona genital. Durante este período el Ego luchará contra los impulsos y tenderán a reaparecer las tendencias rechazadas: se entabla la lucha contra antiguas catexis, contra los padres como objeto de amor, para escapar del estado de dependencia. Tanto durante este período como durante la adolescencia, como dice S. Freud, el ser humano se halla ante la gran tarea de desligarse de los padres, y hasta que no lo haya logrado no dejará de ser un niño para pasar a convertirse en un miembro más de la sociedad. Ello implica un trastrueque total, cuyo resultado depende de las soluciones que se le hayan dado al complejo de Edipo en el momento de declinar éste. La investigación psicoanalítica no se reduce, desde el punto de vista genético, a un estudio de la evolución de los diversos estadios tal y como se ha indicado. Partiendo de los estudios de psicoanálisis infantiles, una nueva ontogénesis basada en la labor de S. Freud sabrá valorar diversas formas de organización de la totalidad del sistema psíquico, investigaciones tendentes fundamentalmente, al estudio de la organización pregenital, en sus primeros momentos. II. LAS APORTACIONES DEL PSICOANÁLISIS AL CONOCIMIENTO DE LA PRIMERA ETAPA DEL DESARROLLO DEL NIÑO. 1º El desarrollo prenatal.
  • 19. Casi todos los psicoanalistas piensan que el niño, al nacer, es un organismo psicológicamente indiferenciado y sostienen con S. Freud que durante este período no hay propiamente conciencia. Freud ha precisado que, durante la vida intrauterina, la madre no es un objeto para el feto, y que en ese momento para él no existe objeto alguno. E. Krapf opina que el feto manifiesta todo tipo de tendencias primitivas, y que la anoxia fetal no sólo es el punto de partida del dolor “subjetivo” que constituye la angustia, sino incluso la acción “objetiva” de la locomoción que es la huida. P. Greenacre admite que la observación del recién nacido hace tener en cuenta una precoz predisposición a la angustia, por lo que este autor juzga que la constitución, las experiencias prenatales y la situación inmediatamente posterior al nacimiento contribuyen a crear una preangustia, esquema de conducta que será utilizado en las auténticas manifestaciones de angustia posteriores. Algunos autores, como W. Greene, admiten que puede existir una especie de percepción de objetos en los períodos prenatal y natal, una a cargo del sistema vascular del feto que se halla “fuera” del feto, y otra a cargo de la superficie y límites del mismo feto, que recibe repetidos estímulos vibratorios. Y es posible que el feto pueda aprender a leer el ritmo fisiológico de la madre. Este tipo de percepciones de objetos podrían servir de modelo a todas las percepciones subsiguientes. 2º Cambios neonatales. Evidentemente, el paso de la vida amniótica a la vida aerobia constituye una importante transformación desde el punto de vista biológico; el corte del cordón umbilical no es un simple fenómeno simbólico sino que implica una modificación en el campo de la organización fisiológica del recién nacido. Otto Rank, admitiendo que el nacimiento es un profundo choque tanto en el plano fisiológico como el psicológico, consideraba que el traumatismo del nacimiento crea una reserva de angustia, y que toda angustia posterior tiene sus raíces en la angustia del momento de nacer. Desde este punto de vista, la angustia es una energía casi mensurable. Durante algún tiempo S. Freud estuvo tentado de compartir la opinión de O. Rank, pero posteriormente se rebeló contra sus ideas, aun aceptando que en el nacimiento existía un riesgo objetivo para la conservación de la vida y admitiendo que, en cuanto a los cambios corporales, el nacimiento podía tener algo que ver con la ansiedad. 3º La estructuración mental durante el primer año. El psicoanálisis infantil y los nuevos métodos de observación a partir de bases psicoanalíticas han abierto una nueva vía no sólo al problema terapéutico que existe, sino también a una forma más profunda de concebir las hipótesis sobre el desarrollo del niño, las cuales se basaban hasta entonces en métodos de reconstrucción a partir del análisis de los adultos. Estas investigaciones confirmaron la importancia de las organizaciones precoces y pusieron de manifiesto la importancia que debía otorgarse, en esta organización, a la angustia (como ya había señalado S. Freud), a la relación de objeto, a los fantasmas precoces, etc. Sobre bases relativamente nuevas se ha reconsiderado la cuestión de las instancias tales como el Yo y el Superyo y se ha situado toda la organización pre-edipiana. En numerosos trabajos, se ha puesto de manifiesto la importancia no solo de las necesidades nutritivas en cuanto tales, sino también de las interacciones entre el lactante y el medio ambiente, en el campo del “maternizaje” (necesidad general que sobrepasa las simples satisfacciones nutritivas) y de la antigua noción de “diada”, es decir del grupo madre-hijo en el que los primeros lineamientos se encuentran en el denominado “pareja de amamantamiento”. III. DISTINTAS APROXIMACIONES TEÓRICAS DE LA ESTRUCTURACIÓN MENTAL PRECOZ
  • 20. Los problemas se centran en la relación entre la madre y el lactante. Los escritos de S. Freud acerca de la significación de la relación lactante-madre son dispersos y algo contradictorios; dejaron la puerta abierta a una división teórica de la literatura psicoanalítica sobre los orígenes y el desarrollo de dicha relación. Según M. D. S. Ainsworth, algunos teóricos siguen tradicionalmente el énfasis de S. Freud sobre la labilidad de los objetos y su punto de vista de que el lactante adquiere a la madre como objeto, por el hecho de que de su dependencia con respecto a ella obtendrá la gratificación de sus necesidades. Este grupo de teóricos considera que el desarrollo de las relaciones objetales se halla estrechamente unido al desarrollo del Yo y, por consiguiente, depende de la adquisición de estructuras cognitivas que no se hallan presentes al principio de la vida; esta concepción sigue la tradición de la Psicología del Yo. Otro grupo de teóricos, que se basa implícita o explícitamente en la idea de S. Freud de un fundamento filogenético, considera que las relaciones de objeto son primarias y no secundarias o adquiridas; esta segunda tradición teórica se define a sí misma como “teoría de las relaciones de objeto”. La primera corriente sigue a Anna Freud; entre aquellos que han estudiado directamente al lactante y desarrollado una teoría de la estructuración mental precoz y de la relación de objeto, cabe destacar a R. Spitz. La otra corriente está dirigida por Mélanie Klein. En Francia, S. Lebovici y R. Diatkine utilizan algunas aportaciones de autores diversos, sin dejar por ello de tener sus opiniones particulares. D. V. Winnicott ocupa un lugar aparte entre los psicoanalistas de niños. Sus intuiciones geniales fascinan, pero nos preguntamos hasta qué punto son transmisibles; le han permitido entrar en el mundo del niño, pero su único sistema es la intuición. En cuanto a J. Bowlby, ha intentado abordar el problema de la primera etapa del desarrollo teniendo en cuenta los conocimientos biológicos actuales. 1. -EL DESARROLLO MENTAL SEGÚN R. SPITZ. 1º Los organizadores. Según R. Spitz, existen diversas líneas de desarrollo que en determinados períodos se unen para formar unos nudos u “organizadores del psiquismo”. Este autor considera al organizador como un modelo útil para la aprehensión de determinados fenómenos del desarrollo psíquico, justificado por el hecho de que un paso acedado de una fase a otra hace de catalizador para avanzar en el desarrollo infantil. El “índice” del primer organizador es la aparición de la respuesta de la sonrisa que no es sino un síntoma visible de la convergencia de impulsos corrientes del desarrollo dentro del aparato psíquico. La angustia del octavo mes indica la aparición del segundo organizador. Es una nueva etapa del desarrollo infantil durante la cual la personalidad y la conducta del niño efectuarán un cambio radical. El dominio del “No” (a través de gestos y palabras) tiene consecuencias de gran alcance para el desarrollo mental emocional del pequeño; presupone que ha adquirido su primera capacidad de JUICIO y de negación. R. Spitz lo considera el tercer organizador. Desde el punto de vista del concepto de organizador, los dos primeros pertenecen al campo de las descargas de impulsos por la acción; el tercero instituye la primacía de la comunicación, que sustituye cada vez con más fuerza a la acción. R. Spitz ha estudiado el objeto de la libido, y a través de su estudio, la organización del Ego y la génesis de la angustia.