El documento resume un sermón sobre la segunda lectura de san Pablo en el segundo domingo de Cuaresma. San Pablo anima a los cristianos a vivir con integridad y coherencia su fe como ciudadanos del cielo, poniendo amor y entrega sin límites en todo lo que hacen. Aunque actualmente seamos como semillas, nuestros actos en la tierra influirán en la calidad de nuestra vida futura en el cielo. San Pablo concluye suplicando a los cristianos que mantengan su fe y vivan siempre "en el Se
1. Somos ciudadanos del cielo
2º Domingo de Cuaresma – Ciclo C
En este segundo domingo de Cuaresma me gustaría centrarme en la segunda lectura de san Pablo,
porque enlaza y profundiza en las consecuencias del evangelio. En el evangelio leemos la
transfiguración de Jesús, en el monte Tabor. Ante sus discípulos se muestra, no ya como un simple
hombre, mortal, sino como hijo de Dios. En esos momentos lo ven más allá del tiempo y de la historia,
hablando con Moisés y Elías, resplandeciente de luz.
Jesús ha dado a conocer a sus amigos un pequeño atisbo del cielo, para que tengan esperanza y su
fe se fortalezca. También lo hace pensando en su propia muerte y en las duras pruebas que todos
ellos tendrán que vivir. No es lo mismo sufrir y luchar pensando que todo acaba en un vacío que
esperar que, tras la muerte, se nos abre otra vida hermosa e inimaginable, llena de posibilidades.
San Pablo parte de esta idea para animar a sus comunidades a vivir con integridad y coherencia su fe.
Los cristianos no podemos vivir como si la vida “fueran dos días”, a disfrutar y nada más, porque todo
se acaba. Vale la pena ser honrados y cultivar la bondad y las virtudes, como auténticos ciudadanos
del cielo, pues ya lo somos. Pablo nos invita ni más ni menos que a vivir en la tierra como si ya
estuviéramos en el cielo, y esto significa poner amor y entrega sin límites a todo lo que hacemos,
perdonar, aceptar, abrazar la realidad y a las otras personas, tal como son.
Ciudadanos del cielo. Esto quiere decir que entre el cielo y la tierra no hay un muro infranqueable.
Estamos en camino, pero ya tenemos un pie allá. Cristo nos abrió las puertas, el Padre nos está
invitando. ¿A qué? A una vida plena, digna, que crece y se expande. Ahora todavía somos una pequeña
semilla que va brotando, pero en el cielo nos convertiremos en una planta que se abre y da hojas,
flores y fruto. Seremos nosotros mismos… y seremos mucho más que lo que somos ahora.
¿Cómo será esto? Los interrogantes recorren la historia de la humanidad. Siempre nos ha inquietado
saber qué pasa después de la muerte, y cómo será la resurrección, si es que se produce. ¿Cómo? No
lo sabemos. Es un misterio que ahora no está a nuestro alcance comprender. Pero Pablo lo explica
con sencillez: Dios «transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso,
con esa energía que posee para sometérselo todo». Para Dios, Creador del universo, no es difícil
resucitar un cuerpo y transformar una vida.
Las consecuencias de esto son grandes. Si ahora somos semilla, de la calidad de la semilla y de su
crecimiento dependerá la calidad de la planta que salga después. Por eso lo que hacemos aquí tiene
una relevancia para lo que seremos en el más allá. Dios siempre está dispuesto a perdonar nuestros
fallos y errores. Pero nosotros ¿estamos dispuestos a dar lo máximo y lo mejor de nosotros? Dios
cuenta con nuestra libertad para mejorar su creación. ¿Queremos colaborar con él? San Pablo
concluye: «Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en
el Señor, queridos». Fijaos con qué cariño e insistencia lo pide. Como una madre suplicando a sus
hijos que hagan lo correcto, porque así vivirán una vida plena y feliz. Escuchemos estas palabras y
procuremos vivir así: «en el Señor», siempre. Arropados por su amor, envueltos en su presencia.