Artículo publicado en la revista «Nuevo Mundo» el 28 de febrero 1930 y en el que se recuerda la figura de Alberto Aguilera, quien fuera alcalde de Madrid y murió en la pobreza por ayudar a los demás. El artículo incluye una entrevista a su viuda y su hija.
Clasificaciones, modalidades y tendencias de investigación educativa.
¿Para cuándo un monumento a Alberto Aguilera? Entrevista a su viuda e hija
1. KUEVO MUNDO
¿Qué^hay,
señor conde
d e R om an ones ^
del monumento
á Alberto
Aéuilera?
El hombre que gastó
su caudal de bondad,
de trabajo y de inte-
ligencia en los de-
más, y murió pobre
E
L individiío contra la colectividad. Ese es el fracaso, no sólo du
una política, sino de un pueblo. La comedia política ha tenido
siempre en nuestro pais un aspecto de ferocidad por atrapar c]
cargo y lograr con él la congrua sustentación, la sabrosa prebenda,
la jerarquía que protege, tutelar y subrspticianiuute, el negocio ilí-
cito...
El líombre, al lanzarse á la aventura jjolitica, pensaba trabajar
pro domo sna, amparando á. sus secuaces y íamiliares bajo las frondas
magniíic a m e n t é
protectoras del ár-
bol burocrático.
Contra los inte-
reses de la colecti-
vidad afilaban sus
armas, pertinaces
y agudas, los inte-
reses particidarcs.
Y las palabras ne-
potismo y favori-
tismo adquirieron
un v a l o r comba-
tiente y polémico
en lo^ artículos po-
líticos. El país ha
sido siempre victi-
ma de la «familia*.
El jefe de grupo, ó
cabecilía, abría 1 a
mano ofreciendo la
dádiva propincua
y sazonada á pa
rientes y amigos, Y
el pueblo, aplasta-
do y expoliado, se
vengaba con el em-
pleo de la b a j a
murmuración ó la
maledicenciaj q u e
es 1 a trinchera d e
los débiles.
Pero en esfce.pa-
norama do colores
turbios, se erguía
Un aspecto ile los bellos bulevares madrilerios, magna obra de dan Alberto Aguilera, en el (TOZO de la calle
del Marqués de Urquijo
FOT. DlAZ CAS.RIEGO
de vez en cuando la figura señorial y i>ró<:er de un político honrado, el
pater fatniHas ciudadano, de ética dejíurada, que iba al cargo dispues-
to á sacrificar su tranquilidad y su peculio.
Estos honrbrcs miraban más por la limpieza de .^us nombres y por
la gloria y la reputación que por el dinero. Pero, ¡ay!, en vez de dejar á
sus parientes y allegados, palacios, fincas espléndidas en lo.-; aledaños
de la Corte y lucida cAfila de criados, los familiares deesto-i pohticos
honestos tienen que luchar á brazo partido con la pobreza.
Hace poco tiem-
po, las viudas d e
t r e s ex ministros
acudieron al Jefe
del Gobierno en de
manda de ayuda.
Y se les prometió
tres I - o t e r i as en
distintas ciudades
españolas.
El amor profun-
do al pueblo :-:
Hay que casti-
gar l a venalidad
del hombre públi-
co, p e r o hay que
premiar el desinte-
resado esfuerzo de
los politicos hones-
tos. Que cuando el
luchador que se ha
sacrificado por su
país caiga, no se le
dé por toda recom-
pensa á s u s hijos
un quiosco de re-
frescos.
Hubo un hom-
b r e , don Alberto
Aguilera, que sacri-
ficó s u tranquili-
d a d , su esfuerzo
2. NUEVO MUNDO
acérrimo y constante y sus íiiteresoa personales, al ínteres pi'iblico. Su
cariño al pucbfo no era falaa alegato mitincsco, ni retórica capciosa de
embaucador político, sino amor ¡irofnndo que tenía su miinadoroinex-
tinguible en au corazón.
Madrid debe á don Alberto Aguibra su transformación en urbe
moderna y el nombre de este alcalde benemérito ha quedado unido
á obras pcrdnrablca.
Los grandes buievares, el Parque del Oeste, el -Vsilo de Santa
Cristina... líl transformó on vían sanas, cómodas y bellas, los barrios
sucios y abandonados de San Opropio, Luchana Montolcón y Va-
Uehermoso. Su esfuerzo y sus iniciativas engrandecieron la ciudad
y enriquecieron á cientos de individuos. Y el hombre que gastó su
caudal de bondad, de trabajo y de inteligencia on los demás, murió
pobre.
Romería de necesitados
íía un cuartito, limpio y modesto, de la calle de Rodríguez San
Pedro, vive con una hija la viuda dei ilustre político. Las dos mujeres
guardan, como una reliquia, el recuerdo del esposo amado y del pa-
dre bueno.
—Su aspecto—^mc dice 3a señora viuda de Aguilera, enseííándomc
un retrato del ilustre político—¡jarece el de un hombre adusto y orde-
nancista; pero tenia
el corazón de un ni-
ño. No le hacía da-
ño á una mosca. Su
gran amor e r a ITa-
drid, y después l o s
chiquillos. Tundo el
Asilo de Santa Cris-
tina, y era su mayor
gozo estar entre el
enjambre de criatu-
ras asiladas. Habla-
ba de ac^uellos niños
como de sus hijos, y
los juegos y las son-
risas de los peque-
ñuelos eran para él
la mejor recompen-
sa á sus trabajos.
La desgracia aje-
na 1 e producía ver-
dadero dolor, y oívi-
daba sus propios pe.
sares para acudir á
remediar los ajenos.
Ei pueblo, que cono-
cía BU gran corazón
y su es|>iritu cristia-
no, le llamaba fami-
liarmente fltlon Al-
berto*, y nuestra ca-
sa era una romería
d e necesitados. E 1
bolsillo de mi mari-
do e s t a b a siempre
abierto á l a s peti-
ciones de los indi-
gentes.
La ayuda de los políticos
—-;Cuántas veces fué alcaldef
—Varias. Y liasta quisieron proponerlo para alcalde perpetuo.
Trabajaba .sin descanso, y estaba siempre preocupado con las obras.
Cuando se ejecutaban las del Paque del Oeste y las del Asilo de María
Cristina, no dormía. Al morir Alberto, yo quedé con dos hijos, menores
ílc edad: un niño y una niüa. Murió pobre, como había vivido; y yo,
desde que quedé viuda, he procurado conservar la dignidad de su
nombre.
—yLc han ayudado á usted?...
—Sí, Señor. Yo no tengo queja de los amigos políticos de mi marido.
El conde de líomanones se ha portado conmigo con una gentileza y
nn af-^cto extraordinario. Quería mucho á -Mbcrto, y la muerte no ha
entibiado el afecto del conde hacia su correligionario y amigo. También
Dato y Sánchez Guerra; todos han tenido para raí deferencias.
—¿Y cómo, siendo así, señora, no tiene usted concedida una pen-
sión?
—Por los cambios y las vicisitudes políticas que han hecho fracasar
siempre los buenos propósitos de los políticos.
— ¿ que sabe usted de la suscripción que se efectuó para elevar
en .Madrid un monumento á don Alberto Aguilera?
^ X o tengo de eso ninguna noticia. Sé que votaron cantidades el
Ayuntamiento y el
Gobierno. La suscrip-
ción para la estatua
era popular. Un día
yo h a b l é de este
asunto con el conde
de líomanones, y él
me dijo:
—Lo importan-
te, señora, es solu-
cionar la vida de us-
ted de u n a forma
que la deje á cubier-
to de las acometidas
de la necesidad. Por-
que no es cosa de
h a c c r l e un monu-
mento á su marido,
y que usted y sus
hijos se vean obliga-
dos á pedir limosna
junto á la efigie en
mármol de don Al-
berto.
Sonríe 1 a señora
al recordar las pala-
bras d e l conde. Yo
miro el modesto me-
naje d e l cuarto y
pienso con tristeza
en el hombre bueno
que sólo dejó á los
suyos lo que consti-
tuía para él su ma-
yorriqueza: un nom-
bre honrado.
JULIO nOMAKO
U viuda é lu|ii de don Alberto .Aguilera, cuyas impresiones acEica de la vida de aquel gran benefaclor de Madrid
recogemos en esias páginas
FOT, COKTP.S