Finalistas del II Certamen de Microrrelatos de Terror del Museo del Romanticismo
1.
2. Selección de relatos finalistas que optan al premio del público
(por orden alfabético, según el título)
1. Al otro lado
2. El final de la novela
3. Exequias
4. La cita
5. La dieta de los niños
6. La limpiadora
7. Los ojos grises
8. Sus ojos verdes, apagándose
9. ¡Todo mortal!
10. Un cuento de terror
3. Al otro lado
Por Minina de Cheshire
Metió la llave en la puerta, la giró lentamente y con un ligero crujido similar al de la tapa
de un pesado ataúd, la puerta se abrió. Tomó aire y entró. El lugar no podía ser más
desolador. No pudo reprimir las lágrimas, pero siguió adelante. Cubierto de pintura
negra, al fondo del salón, ya sólo quedaba el espejo que le había regalado su madre.
Abrió el bote de disolvente que llevaba en la mano temblorosa y, en un rapto de
decisión, lo lanzó sobre él, salpicándose ella misma y todo a su alrededor. En el cristal la
pintura empezó a chorrear. El espejo le devolvió una imagen grotesca y deforme de si
misma que se reía a carcajadas musitando:
‐La pequeña Alicia ha vuelto. Ven a jugar al otro lado del espejo.
‐Eso quieres – dijo Alicia‐ y eso tendrás.
Dejó caer el bote en el suelo y sacó del bolsillo el viejo zippo de Luis.
La mueca al otro lado del espejo le hizo reír. Al fin era aquella vieja zorra la que tenía
miedo.
Una tremenda deflagración lo envolvió todo y un intenso olor a carne quemada inundó
la estancia mientras Alicia avanzaba hacia el espejo.
‐Abrázame, mamá.
4. El final de la novela
Por Kglos
No era consciente del tiempo que había transcurrido desde que se encerró a escribir,
hasta que sintió que la sed le había dejado la lengua cuarteada.
Levantó la vista, los ojos hinchados y rojos, casi una línea por la que ya veía
escasamente, y sonrió. Por fin había terminado su novela. Imprimió el manuscrito y
salió de su guarida.
En la casa no se oía ningún ruido. Pensó en las últimas palabras que gritó antes de
cerrar la puerta de su despacho: “no quiero oír ni un ruido, ni el vuelo de una mosca,
ni vuestra respiración”. Cuando escribía compulsivamente la bilis le subía a la boca y al
cerebro, se volvía cruel, pero era su momento.
Le llamó la atención el olor que provenía de la habitación de su hijo, y al abrir la
puerta, le vio en un alto grado de descomposición. Corrió a la cocina, y allí, en un
charco de líquidos verdosos, bajo el cuerpo de su mujer, sólo se movían cientos de
gusanos.
Aterrado corrió al salón, en el que encontró a su suegra, con un halo de vida. Sonrió.
Por lo menos había alguien en casa a quien leerle su manuscrito.
5. Exequias
Por Jorge Denbossa
‐¿Qué le tienes que decir al señor cura cuando llegues a su casa?‐preguntó la mujer
mientras vestía a toda prisa a la muchachita, que estaba blanca como la cera.
‐!Que padre le ha mordido a usted y a mi me quiere comer! ‐ respondió tiritando, sin
poder apartar la vista de la herida que su madre tenía en la cara. Su labio inferior
temblaba en una lucha consigo misma por contener el llanto. Tenía que ser fuerte tal
como le había dicho su padre días antes, postrado en su cama y cubierto de llagas.
‐!No! No te quiere comer, mi vida. No te preocupes‐‐‐ dijo la mujer, a la que le faltaba
una buena tajada de carne y que a duras penas, mientras vestía a la niña, trataba de
taponarse la herida con un pañuelo de hilo fino que solo usaba en las grandes
ocasiones. De repente, un gruñido casi animal, acompañado de violentos golpes en la
puerta que daba acceso al patio de la casa, sobresaltó a ambas.
‐!Eso no! Tienes que decirle que padre está bien ¡Y que anule la misa por su alma, que
ya no hace falta! ¡Padre ha vuelto, mi amor! ¡Ha vuelto!
6. La cita
Por San Nicasio
Yo llevaba algo más de un año en mi nuevo alojamiento. Ella llegó tres meses más
tarde y ocupó el piso superior. El sitio era aburrido y su presencia me impregnaba de
ilusiones ya olvidadas.
Aquella noche teníamos nuestra primera cita, me vi un poco más delgado; mi
impecable traje de lana me quedaba un poco grande. A ella la intuí preciosa en su
vestido blanco en otra época ajustado.
Lo angosto del lugar propició un rápido acercamiento entre ambos y aquel roce
hueso con hueso hizo que intuyera sus formas, otrora generosas.
Olía a cerrado, la oscuridad lo envolvía todo, traté de ver su rostro pero no pude;
tampoco las palabras salieron de mi garganta, mientras ella guardaba silencio.
En aquel momento recordé que ni siquiera sabía su nombre ni de dónde procedía.
Sólo cuando vi la inscripción pude comprender:
R.I.P.
Estela Fernández García
19‐1‐1988 a 1‐11‐2011
7. La dieta de los niños
Por Aquila
El aroma de la carne chamuscada llegó hasta ellos cuando empezaban a devorar el
sendero de gominolas. Era un aroma de barbacoa grasienta, de piel crocante. Levantaron
las cabezas a la brisa como hienas y cruzaron una mirada. Hansel y Gretel, al unísono,
decidieron cambiar de dieta y entraron en la casita de dulces, cerrando la puerta tras de sí.
9. Los ojos grises
Por Blue dragonfly
La historia no me recordará. Ni siquiera seré parte de un renglón en las necrológicas.
Nadie sabrá que hace unos meses me encontré con esos ojos grises que se convirtieron
en mi obsesión, cuya búsqueda me llevó hasta esta casa en las afueras de Highshire.
Ella vivió aquí hasta su muerte, hace diez años, junto a Lord Wester, un indiano tan
excéntrico como rico. Supe que tuvo un hijo con el artista que la retrató. Lord Wester la
obligó a dejar al niño en un hospicio de la ciudad.
No sospechaba que un día ese niño daría con el retrato en una almoneda del centro y
reconocería al instante esos ojos en los suyos. Lamentaría haberlo malvendido,
permitiendo que el lienzo se deteriorara en un sótano anodino. Suplicaría piedad
cuando un día como hoy ese niño le encerrara y destruyera todo lo que no pudo
disfrutar. Al fin y al cabo, ella ya no estaba.
En sus ojos grises el fulgor del fuego y un esbozo de sonrisa: eso fue todo lo que Lord
Wester vio por última vez. Me alejé corriendo de la casa en llamas. Un último grito
ahogado por el humo resonó en la noche: “¡hijo mío!”.
10. Sus ojos verdes, apagándose
Por Ojos Marrones
Apretó hasta que algo chascó bajo su peso y esos ojos verdes terminaron por
apagarse.
Sabía que él la había querido, demasiado. Ella aguantó hasta que no pudo aguantar,
hasta que se revolvió contra él, después de haber sentido todo su peso sobre ella una
última vez, su abrazo inmenso y no correspondido, su humanidad invadiéndola, esa
inhumanidad suya usándola como un mero juguete, siempre allí para su único placer.
Esperó a que él quedase abatido por el cansancio, rodeó su cuello apretando y
apretando. Él era más fuerte, pero cuando quiso despertar ya era tarde, ya no tenía
aire. Sólo quedaron sus ojos verdes, apagándose.
Aun así, él no fue capaz de dejarla, la seguía queriendo, demasiado. Siguió volviendo
cada noche, deseándola con más fuerza, envolviéndola como si aún pudiese tocarla,
atravesándola. Ella podía sentirle cada noche, cada vez un poco más, un poco más
cerca, consumido por el deseo. Hasta que consiguió alcanzarla como tiempo atrás,
todo su peso sobre ella, derramándose por completo. Todo él en ella.
Ella no volvió a sentirlo.
Nueve meses, dos años después de que aquellos ojos se apagasen bajo sus manos,
aquellos otros ojos verdes la miraron, fijamente, por primera vez.
12. Un cuento de terror
Por El banquero
— Y cuando me entrega los papeles el banquero me dice que, por mucho que yo insista, a
él no le incumbe que yo no pueda pagar la hipoteca, que no se alegra pero que no puede
hacer nada por ayudarme, que tener dos hijos pequeños no evitará que ejecuten el
embargo. Que si tenemos que vivir en la calle no es culpa suya. Es mía. El banquero no se
ríe, pero yo imagino que sí lo hace. Que se ríe en mi cara. Que se burla de mí. Y sé que
mamá y la hermanita van a sufrir, que tú vas a sufrir. Todos vais a sufrir muchísimo
cuando os lo cuente y nunca más comeremos perdices. Y es culpa mía. Y tengo que
arreglarlo de la única forma que puedo hacerlo. Y he llorado mucho pero es lo mejor.
Colorín colorado, a mamá y a tu hermana ya se lo he contado — dice el padre.
— ¿Y así acaba el cuento, papa? — pregunta el niño.
— Todo — responde el padre y le muestra el cuchillo ensangrentado —. Así acaba todo,
hijo.
13. Para votar:
-Entra a la página de Facebook del Museo del Romanticismo
http://www.facebook.com/pages/Museo-del-Romanticismo/311260926718
-Selecciona en la encuesta abierta tu relato favorito
-El plazo de votaciones estará abierto durante los días 24, 25 y
26 de octubre de 2012
Los tres relatos más votados, ganadores del premio del público, y los tres
relatos ganadores del premio del jurado, se darán a conocer el 1 de
noviembre a través del Facebook del Museo del Romanticismo
¡Gracias por participar!