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1808-1814 EN ESPAÑA Y NAVARRA




    José Fermín GARRALDA ARIZCUN
     Dr. en Historia (Navarra, España)
      Pamplona, 1 de mayo de 2010
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                                   2


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                                                                            Dr. en Historia (Navarra, España)
                                                                               Pamplona, 1 de mayo de 2010

       Con este título presentamos cinco trabajos que en su día fueron publicados en
“Ahora-Información” y en la revista digital “Arbil”. Deseamos darlos al público lector reunidos
en un solo texto, con el ánimo de servir al conocimiento histórico. Utilizamos la vía digital
por una mayor facilidad y para una rápida difusión, conforme al mundo de las nuevas
tecnologías.

       Diferenciar la Corona de España (o las Españas) y el Reino de Navarra sólo tiene
una función práctica, toda vez que dicho Reino estaba incorporado a Castilla desde 1513-
1515 mediante unión eqüe-principal. En diferentes ocasiones, nos referiremos a Navarra
como parte de la monarquía española en su oposición a Napoleón y en el mantenimiento
de sus Fueros milenarios.

          Dichos trabajos son los siguientes:

       Agrupados en el epígrafe “Insurrección y organización de la resistencia del pueblo
español en 1808”, recogemos los artículos “El 2 de mayo”, “Llamamiento a las armas y
alzamiento general”, “De las Juntas a la Regencia”, publicados en la Revista “Ahora
Información” (España), nº 93 (jul.-agosto 2008), monográfico: “1808-2008. En guerra contra
la Revolución”, 39 pp., pág. 21-27.

        “1808-1814: alzamiento popular y legitimidad monárquica en la corona de España y
el reino de Navarra”. Revista digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”, Nº 116.
Ha sido reproducido íntegramente en “Euro-Synergies. Forum des résistants européens”
28-0I-2009; y “Diarioya.es”

         “Las Cortes de Cádiz de 1812, el ideario de la Revolución Francesa y la herencia
política de España”, Conferencia impartida en Zaragoza, 12 de abril de 2008; texto de la
conferencia en la página Web de las “XIX Jornadas de la Unidad Católica”, 12 fols. El texto
se encuentra muy ampliado en revista digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”,
Nº 116. Nº 116. Este texto ha sido editado íntegro en el Blogger “Derecho comercial el
Linea” (viernes 30 de mayo de 2008), administrado por el dr. Víctor Hugo Chanduvi Cornejo
(Trujillo, Perú), y en “Todo Política. Com”. El texto ha sido editado parcialmente en “Libertad
Digital”, “Pío Moa. Presente y Pasado”, 3-X-2008, por DeElea (16-VIII-2008).




Plantación del árbol simbólico de la libertad alcanzada   El rey legítimo Luis XVI es guillotinado el 21-I-1793. Su
          con la Revolución francesa, 1790.                 esposa la reina Mª Antonieta lo será el 16-X-1793.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                              3



1. INSURRECCIÓN Y ORGANIZACIÓN DE LA RESISTENCIA
           DEL PUEBLO ESPAÑOL EN 1808

                           1.1. EL “DOS DE MAYO”
        La gran eclosión española contra Napoleón en Madrid el Dos de Mayo de 1808, fracasó y
acabó en una dura represión. Sin embargo, sus consecuencias inmediatas fueron de un gran
éxito en la España libre de tropas francesas.
        El marco histórico y lo acaecido es claro. La complejidad surge cuando se profundiza
sobre su espontaneidad u organización, y sobre el modelo o método de estallido que el Dos de
Mayo supuso para muchos alzamientos efectuados a finales de mayo y comienzos de junio.
        Es necesario conocer el marco histórico. El reinado de Carlos IV estuvo marcado por los
sucesos revolucionarios de Francia, y por la profunda crisis interna y de política exterior que
atravesaba España. La crisis interna afectaba a la política, ideas y finanzas del Gobierno
absolutista –que culminó en el despotismo ilustrado-, unida a la crisis económica de España.
Todo indicaba que los españoles eran conscientes de la necesidad de renovar la forma de
gobernar, de hacer política, y a sus políticos. ¿Cómo? Fernando (VII), Príncipe de Asturias, se
propuso el cese del favorito Manuel Godoy para enderezar así “la monarquía envilecida por el
infamado Príncipe de la Paz” (Corona Baratech). Ello provocó la crisis en la Corte y la Familia
Real. El 27-X-1807, Fernando realizó una conjura, fallida al ser descubierta por Carlos IV -el
“proceso de El Escorial”-. Más tarde, el 17-III-1808 los fernandinos provocaron el motín de
Aranjuez, por el que Godoy fue depuesto y apresado en el castillo de Villaviciosa. Dos días
después, Carlos IV abdicará en su hijo Fernando VII, que entró triunfalmente en Madrid el 24 de
marzo. En abril, Carlos IV se retractaba de su abdicación, y luego informará a Fernando VII –que
manifestó su total extrañeza (4-V)- que ésta había sido temporal.
        A esta crisis múltiple se le sumó la subordinación política de Godoy y Carlos IV a
Francia. En el Tratado de San Ildefonso (1796), España unía su destino a Francia contra
Inglaterra y Portugal. Luego vino el desastre de Trafalgar (1805). En el Tratado de Fontainebleau
(1807), se acordó que España se quedaría con una parte de Portugal y dejaba pasar a 28.000
soldados franceses hacia Lisboa, aunque, el 1-II-1808, Junot proclamará en Lisboa la anexión de
Portugal al Imperio Francés, burlando así dicho Tratado.
        La ocasión era propicia para Napoleón, pues tanto Fernando VII como Carlos IV le
solicitaban su confirmación o reposición respectivamente en el trono de España. Los planes de
Napoleón fueron variados según la oportunidad: 1º Intervenir en España manejando a Godoy; 2º
Desmembrar el territorio español quedándose con parte del mismo; 3º Suplantar a los Borbones.
        Los hechos. La situación, cuajando lentamente desde la paz de Basilea (1785) hasta
1808, se resolvió rápidamente. Fernando temió que Murat, con sus 35.000 soldados en Madrid,
repusiera a su padre Carlos IV. Buscó y siguió a Napoleón, dejando en Madrid una Junta de
Gobierno y al ministro de Guerra O’Farrill. Carlos IV también buscaba al gran corso. Así,
Napoleón atrajo con engaños a los Borbones hasta Bayona, y el raptor de Europa secuestró a
toda una Familia Real, símbolo viviente de una Dinastía centenaria, cabeza de una Monarquía.
        Las tropas francesas pasaron de la popularidad –antes se les creía favorables al rey- a la
impopularidad. En abril hubo incidentes en Carabanchel (día 12), Burgos, Toledo (21) y Madrid
(26). La capital estaba en ebullición, que aumentó al tenerse noticia del maltrato que Fernando
recibía en Bayona. Antes del 1 de mayo, los barrios pidieron armas. Los madrileños conocían los
grandes problemas que Murat planteó a la Junta de Gobierno el 30-IV.
        A las 9 de la mañana del día 2, los madrileños conocían la decisión que la Junta tomó en
su sesión nocturna del día 1, de acatar la orden de Murat y así permitir que el hermano menor de
Fernando VII -Francisco de Paula- y su hermana María Luisa, viajasen a Bayona. El pueblo
estaba dispuesto a impedirlo e intervenir con independencia de la Junta de Gobierno de la
nación, pues ni el ministro O’Farrill ni otros querían una inviable –así la consideraban- la
resistencia armada.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                   4

         El día 2 llegaron muchos forasteros madrugadores. Las abdicaciones de Bayona todavía
no se habían realizado. Se desató el tumulto o levantamiento popular. Corona Baratech (1959)
muestra que hubo una conspiración y un estado de alerta previo, aunque para Espadas Burgos
(1992) no hay constancia documental de una premeditación sino conjeturas. Pero los datos sobre
una organización son abundantes. Es muy posible que confluyeran la organización y la
espontaneidad: la existencia de agentes fernandinos que fomentasen la sublevación no
justificaba del todo la reacción popular.
         El pueblo estalló con mucha más energía, unanimidad y necesidad que en el motín de
Esquilache (1766). El capitán general Negret confinó a la tropa en los cuarteles, ante los 35.000
soldados imperiales que rodeaban la ciudad. Los franceses entraron a raudales por varios
puntos. Se luchaba por todos los sitios. Del Ejército español sólo se sublevaron los capitanes
jefes Pedro Velarde y Luís Daoíz, el teniente Ruiz, que con un puñado de soldados y unos 100
civiles, resistieron a miles de soldados franceses en el parque de Artillería de Monteleón. Hasta el
fin. Debido a qué víctimas hubo, no creo que sólo se alzase el pueblo sencillo o bajo, aunque es
cierto que no hubo nobleza titulada ni militares de alta graduación entre los sublevados. La lucha
fue muy desigual. El Madrid de hecho sublevado –no los que hubieran podido alzarse- carecía
de posibilidades de éxito. Los combates concluyeron hacia las dos de la tarde.
         A continuación, ese mismo día, Murat fijó un Bando de 7 artículos con unas medidas
draconianas. La noche de la represión del día 2 al 3 cayeron fusiladas cientos de personas en el
Prado, Puerta del Sol, las iglesias de la Soledad y del Buen Suceso, Casa de Campo y Buen
Retiro, los altos de la Florida y de Amaniel, montaña del Príncipe Pío, a las afueras de la puerta
de Segovia etc. Si la lucha fue sangrienta, también lo fue la represión posterior.
         Cada cual valoró el total de víctimas según su conveniencia. Napoleón escribía a sus
hermanos (6-V) que del populacho murieron más de dos mil entre los 40 a 50.000 sublevados. El
conde de Toreno estima que en total fueron 1.200. Sin embargo, el investigador Pérez de
Guzmán (1908), menciona 409 muertos y 171 heridos, y Horta Rodríguez (1975) 526 muertos.
En los combates y posteriores fusilamientos, entre los identificados había: personas sin oficio
declarado y pueblo llano, 75 muertos y 24 heridos; mujeres, 57 y 22 respectivamente; sin oficio
declarado y con Don, 22 y 11; militares, 40 y 28; niños, 13 y 2; y eclesiásticos, 3 muertos y 6
heridos. Sólo había pueblo sin dirigentes ni intelectuales (Alonso Baquer). Murat cumplió lo
anunciado el día 1 a Napoleón -”Estoy dispuesto a dar una lección al primero que se mueva”- y
en su bando del día 2. Lo hizo con sangre. El día 3 escribía a Napoleón: “La tranquilidad no será
ya turbada, todo el mundo está ya resignado”, “La victoria que acabo de obtener sobre los
insurrectos de la capital nos abre la posesión pacífica de España”. Pero se equivocaba.


__________
PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO J., El dos de mayo de 1808 en Madrid, Madrid, 1908; LOVETT, Gabriel H.,
“El intento afrancesado y la guerra de Independencia”, en Historia General de España y América, Madrid,
Rialp, Tomo XII: Del antiguo al nuevo régimen. (Hasta la muerte de Fernando VII), 1992, 634 pp., pág. 167-
247; DÍAZ PLAJA Fernando, Historia de España en sus documentos, Barcelona, Plaza y Janés, 1971, y,
para el gran público, ÍD. Dos de mayo de 1808, Madrid, Espasa, 1996, 230 pp. A los trabajos generales de
Palacio Atard, Pabón, Artola, Jover, y Carr etc., sumamos el de Martí Gilabert (el motín de Aranjuez), y,
sobre Godoy, los de Bullón de Mendoza, Chastenet, Madol, Seco Serrano, y Taxonera. Tienen gran
interés las memorias de Mesonero Romanos, Alcalá Galiano, y el conde de Toreno (los tres testigos de los
hechos), las de Juan Escoiquiz (preceptor de Fernando VII), Blanco White, Du Forest y el barón de Marbot,
así como la correspondencia de Murat.
Algunos libros recientes son: DIEGO Emilio de, España, el Infierno de Napoleón, Madrid, La Esfera de los
Libros, 2008, 591 pp.; DIEGO Emilio de, SÁNCHEZ-ARCILLA José, ¡España se alza!, Barcelona, Áltera,
2008, 430 pp.; VILCHES Jorge, Liberales de 1808, Madrid, Ed. Fundación, 2008, 347 pp.; como historia
literaria de gran interés, GARCIA FUERTES Arsenio, Dos de mayo de 1808. El grito de una Nación,
Barcelona, Inédita Editores, 2008, 694 pp.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                               5




  Detalle de “El 2 de mayo” de Sorolla. “¡Vecinos, a armarse!   Detalle de “Los fusilamientos de la Moncloa” por Fco. Goya. El
 ¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los franceses” (Memorias de un      desafío al invasor y la crudeza del momento, se despliegan
   setentón de Mesonero Romanos). Los capitanes Daoiz y               delante del oscuro pelotón francés de fusilamiento.
   Velarde demostraron la entereza de la que harán gala los
                         españoles.




 1.2. LLAMAMIENTO A LAS ARMAS Y ALZAMIENTO GENERAL
        El Infante Fco. de Paula salió de Madrid hacia Francia en la mañana del 3 de mayo.
Hemos visto a una familia Real secuestrada y a un pueblo valiente, aunque oscilante desde los
pequeños gozos hasta -“exasperado hasta el último punto” (José Bonaparte)- el gran desengaño.
El levantamiento del Dos de Mayo y la represión del 2 al 3 fueron el pistoletazo de salida para
la insurrección general en los lugares no ocupados por los franceses. Sí; la chispa se convirtió en
la hoguera nacional donde se consumirá el mejor Ejército de Europa. El sacrificio
aparentemente sin sentido del pueblo de Madrid, dio un fruto granado en toda España a finales
de mayo. El éxito del efecto psicológico del Dos de Mayo fue absoluto. Hasta el general francés,
barón de Marbot, reconocerá la inmoralidad de la causa francesa en España, y decía que como
él pensaba la mayor parte del Ejército imperial.
        Los alcaldes de Móstoles dirigieron su Bando a los justicias de los pueblos el mismo dos
de mayo. Este Bando hizo de puente entre el alzamiento de Madrid y los de toda España en
mayo y a comienzos de junio. Informaba que “en Madrid está corriendo a esta hora mucha
sangre”, y pedía ayuda a los leales y valientes en defensa del Rey y la Patria, contra quienes se
habían apoderado de la persona del monarca, y cambiaban la amistad y la alianza por “un
pesado yugo”. Aunque lo firmaron Andrés Torrejón y Simón Hernández, lo redactó Juan Pérez
Villamil, que era fiscal del Supremo Consejo de Guerra, secretario del Almirantazgo, y miembro
de la Junta que podía sustituir a la Junta de Gobierno establecida por Fernando, “llegado el caso
de carecer ésta de libertad” (Toreno), sustituyéndola con “todas las (facultades) que residían en
la formada por el Rey Fernando”. Sin embargo, dicho Bando sólo pedía ayuda a los pueblos
entorno a Madrid y de la carretera de Extremadura
        ¿Qué ocurría en Bayona? El día 1 de mayo, Fernando proponía a su padre la solución
del problema dinástico: la reunión de Cortes –o mejor, de los tribunales y diputados de los
Reinos- en Madrid, y su renuncia a la Corona, exigiendo a Carlos IV que no confiase en las
“personas que justamente se han concitado el odio de la nación”. Carlos IV lo rechazó. El 5 de
mayo, Napoleón obtuvo la abdicación, no sin resistencia y con presiones, de Carlos IV. Tan sólo
al día siguiente, Fernando VII, amenazado por Napoleón de ser tratado como rebelde, entregó la
corona a su padre. En el texto de abdicación, Carlos IV se declaraba rey, y condicionaba su
abdicación al mantenimiento de la integridad del Reino (luego vulnerada por Napoleón), y a que
“La religión católica, apostólica y romana será la única en España. No se tolerará en su territorio
religión alguna reformada y mucho menos infiel según el uso establecido actualmente” (lo que se
reflejó en el Art. 1 de la Constitución de Bayona de 1808, contradicho por ciertos actos de José
Bonaparte). Si el rey Carlos rendía su tributo a Dios y al Reino, el pueblo español luchará por su
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                6

rey -en éste caso Fernando VII- y la integridad e independencia de la Patria, y con más motivo
por su Religión. La abdicación de Carlos IV se fundaba en el deseo de poner fin a la anarquía, las
facciones y la guerra, y a lograr la tranquilidad política para mantener la integridad territorial, las
colonias y -apoyada España por Francia- alcanzar la paz en el mar. Carlos IV y Godoy residirán
en Marsella y luego, el 16-VII-1812, irán a Roma.
        La gran revuelta antifrancesa fue simultánea y espontánea en toda la península, aunque
con tuvo una canalización oculta. El Alzamiento nacional fue organizado mal y de forma
precipitada, y no por el pueblo sino por minorías capacitadas (Corona). En él participaron –salvo
excepción- todos los sectores sociales. Aunque la planificación fernandina se apunta para toda
España, ello no quita importancia al “gesto de supervivencia” de los españoles (Cuenca Toribio),
al explotar el “resentimiento largamente acumulado contra la traición y la agresión de Napoleón”
(Lovett). El Dos de Mayo y el conocimiento de las abdicaciones de Bayona, produjo una eclosión
de levantamientos populares, creándose Juntas locales y provinciales como desafío colectivo
a Napoleón: Asturias (día 9-V y 24); Valencia, Murcia, Cartagena (24); Zaragoza (26); Santander
y Sevilla (27); Cádiz, Córdoba y Jaén (29); Granada, Badajoz y La Coruña (30) etc. Les siguieron
toda Castilla la Vieja, Cataluña, Baleares y Canarias. En Cataluña hubo sublevaciones desde
Tortosa a Puigcerdá y desde Lérida a Rosas (Gómez de Arteche) al grito de: “¡Viva la Religión,
viva Fernando VII, viva la Patria”. Para los primeros días de junio el estado de insurrección era
general, surgiendo por todas partes Juntas locales o provinciales para dirigir la resistencia
española.
        Sobre cómo se desarrolló el Dos de Mayo, la hipótesis populista afirma la espontaneidad
de los sucesos como fruto del sentimiento popular (Pérez de Guzmán). Sin embargo, la hipótesis
de Corona Baratech expone la existencia de un aparato organizado por los fernandinos y
antigodoístas, preparado ya para el motín de Aranjuez, aunque el éxito de éste último no hiciese
necesario su funcionamiento. La dinámica o método del Dos de Mayo se repitió en muchos
alzamientos posteriores. Dicho aparato o máquina política -extendida por el resto de España-
primero quiso evitar que Murat restaurase a Carlos IV, luego difundir la sublevación de forma
radial, y tras ello originar Juntas nuevas, aunque la política de éstas será luego absorbida por el
problema militar.
        Las ideas del pueblo español sobre la monarquía, la religión y la nación española fueron
la causa de las contradicciones y triple error de Napoleón -monárquico, religioso y nacional-, que
“acarre(ó) la ruina del Imperio” (Pabón). Se generalizó el convencimiento de que los franceses,
además de enemigos de España y del Rey, lo eran de la Religión. Baste citar el Catecismo
popular leído en la zona libre de franceses, el libro Despertar cristiano, los destrozos y sacrilegios
cometidos, los escritos de –por ejemplo- Don José de Larrea en el Libro Parroquial de
Berrosteguieta (21-VI-1813), y la prisión y destierro del Papa Pío VII. Esto último no obligaba al
alto clero mover a los españoles a la insurrección, a diferencia de lo que supone Díaz-Plaja.
También Fugier subrayó el error de España del Emperador.
        Si seguimos las denominaciones ofrecidas por Alonso Baquer (1983), el Dos de Mayo se
trató de un levantamiento popular por producirse al margen de la fuerza armada (me refiero a los
mandos superiores), mientras que su prolongación en España fue un alzamiento nacional, en el
que pueblo, dirigentes y mandos militares, actuaron a la vez.

__________
CORONA BARATECH Carlos, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, Rialp, 1957;
“Precedentes ideológicos de la guerra de la independencia”, Zaragoza, Librería General, 1959, 28 pp.,
Institución ”Fernando el Católico”, publ. nº 222.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                               7




 Detalle de “La rendición de Bailén” por Casado del Alisal. El    Fragmento de la “Vista del sitio y bombardeo de la ciudad de
  general Castaños vence al mariscal de Francia Dupont.           Zaragoza por los franceses”. El heroísmo de los habitantes de
                                                                 Zaragoza y Gerona fue emblemático de la resistencia española,
                                                                          aunque al final ambas ciudades capitularon.




     1.3. LAS NUEVAS INSTITUCIONES: DE LAS JUNTAS A LA
                         REGENCIA
         La guerra dentro de España pasará, de ser una vivencia desconocida desde 1705-1714, a
ser una vivencia cotidiana durante 6 años. La nueva situación dará a los innovadores o liberales
de Cádiz (autocalificados de “patriotas” de una patria formada por individuos y con un Rey como
primer funcionario) la ocasión para realizar una ruptura institucional con algunas formas de
aparente continuidad. Más tarde, los aparentes cambios ocurridos en la nueva situación, darán
la ocasión, a quien reflexione sobre le pasado, para justificar dicha ruptura. He aquí algunos de
ellos: 1º) El reforzamiento de las antiguas autoridades claudicantes ante los franceses, y el
monarca preso en Bayona, quebrará en apariencia la continuidad de la propia autoridad o
legitimidad de origen. 2º) El presentismo del momento debido a la excitación que originó el
levantamiento, la tensión y crueldad de la guerra, así como la novedad de un conflicto interno,
quebrará en apariencia la continuidad vital de un pueblo. 3º) La transformación del súbdito en
héroe, quebrará en apariencia la continuidad del yo individual y comunitario. 4º) La liberación
física y moral que supone el triunfo en la Guerra, quebrará en apariencia el marco real de
referencia –comunitario, de costumbres e institucional- consistente en jurisdicciones, libertades,
obligaciones y derechos.
         La Guerra supuso la gran ocasión de una decidida minoría innovadora (liberal) reunida
en unas Cortes anómalas. Esta actividad de retaguardia exigía al pueblo español, tradicionalista
en su mayoría, pensar en otra cosa que en la expulsión de los franceses, y argumentar una
justificación general de su ser comunitario. Como la ocasión era totalmente inoportuna, era
comprensible que este pueblo no lo hiciera. Además, en general se ignoraba dicha reunión a
Cortes.
         Había por entonces diferentes tendencias políticas de élite: conservadores o
absolutistas, tradicionales o renovadores, innovadores o liberales, afrancesados, y los próximos
al sistema político inglés. No obstante, en España dominaba una gran masa nacional, diríamos
que poco cualificada, fiel a la Religión y al rey Fernando, contraria al impopular Godoy, y muy
preocupada por los sucesos revolucionarios franceses. Sin embargo, en el Reino de Navarra y
los territorios vecinos forales, toda la población vivía la monarquía tradicional no absolutista,
ejemplo para los renovadores.
         La Junta de Gobierno, nombrada por Fernando VII antes de ir a Bayona, estaba
presidida por el infante don Antonio y las más prestigiosas instituciones, tales como el Consejo
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                8

de Castilla, las Capitanías Generales y las Audiencias, que aceptaron en parte los hechos
consumados de Bayona, y colaboraron con las autoridades imperiales y el rey intruso José.
Pronto las autoridades legítimas de origen se vieron desbordadas por los españoles (élites y
pueblo) que defendían los principios básicos implícitos en la legitimidad de ejercicio, para
solucionar las incapacidades de sus gobernantes.
        Corona Baratech propuso fundadamente esta hipótesis (1959): “El chispazo que
desencadenó la tragedia del dos de mayo fue provocado por un grupo, decidido a levantar al
pueblo contra los franceses, saltando por encima de la parsimonia mostrada por la Junta
Suprema Delegada, que según Azanza y O’Farrill, acordó preparar el alzamiento con más
cautela y prudencia”. Este modelo y el método seguido, se desarrolló después en toda España.
        Sólo en algunos casos (Torre del Fresco en Badajoz y Solano en Cádiz) la sublevación
popular se realizó contra la voluntad de las autoridades del Antiguo régimen. Lo habitual fue la
“integración en las Juntas Provinciales de las autoridades antiguas reforzadas por otras
personalidades prestigiosas y ratificadas todas por el clamor popular”. Por eso, hay una
“continuidad legal” (Palacio Atard), pues las Juntas locales o Provinciales, que no estaban
previstas por la ley, se originaron en situaciones extraordinarias, como en las Comunidades y
Germanías de 1521. Hubo Juntas (Oviedo…) que se consideraron delegadas de Fernando VII
(único depositario de la soberanía), mientras algunas otras recabaron para sí la soberanía, según
la personalidad de sus componentes. En realidad, la política de las Juntas luego será absorbida
en gran parte por la guerra.
        Fernando VII quiso la convocatoria de Cortes entre el 1 y 4 de mayo y las dispuso en dos
decretos el día 5. En uno mandaba a la Junta de Gobierno que se trasladase a un lugar seguro,
asumiese la soberanía y declarase la guerra a Napoleón. En otro, ordenaba al Consejo Real o,
en su defecto, a cualquier Chancillería o Audiencia no mediatizada por los franceses, que “se
convocasen las Cortes (…) (para que) se ocupasen únicamente en proporcionar los arbitrios y
subsidios necesarios para atender a la defensa del Reino, y que quedasen permanentes para lo
demás que pudiese ocurrir”. La Junta de Gobierno conoció los decretos pero no los atendió, ni
los hizo circular, aunque Pedro Cevallos, que había acompañado a Fernando VII a Bayona, los
reconstruyó e hizo saber tan pronto como regresó de Francia.
        Una vez constituidas las Juntas Provinciales, el 25-IX-1808 se constituyó en Aranjuez la
Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, haciéndolo “en nombre del Rey nuestro”
Fernando VII. La componían 35 representantes de las Juntas provinciales, y la presidía el
anciano conde de Floridablanca. El 28-X-1808 la Junta Central señaló sus objetivos: “Expeler a
los franceses, restituir a su libertad y a su trono a nuestro adorado rey y establecer bases sólidas
y permanentes de buen gobierno”. Ahora bien, como “Nada es la independencia política sin la
felicidad y la seguridad interior (…) el gobierno cuidará de que se extiendan y controviertan
privadamente los proyectos de reformas y de instituciones que deben presentarse a la sanción
nacional (…) Conocimiento y dilucidación de nuestras antiguas leyes constitutivas, alteraciones
que deben sufrir en su restablecimiento por la diferencia de las circunstancias; reformas que
hayan de hacerse en los códigos civil y criminal y mercantil; proyectos para mejorar la educación
pública tan atrasada entre nosotros; arreglos económicos para la mejor distribución de las rentas
públicas y su recaudación (…)”.
        Dentro de la Junta, Jovellanos –de pensamiento político tradicional renovador- fue el
primero en proponer, el 7-X-1808, la convocatoria de Cortes, para que estas designasen una
Regencia que asumiera el lugar del Rey; hasta entonces, la Junta Central debería nombrar una
Regencia provisional. Se basaba en principios de Derecho público español (las Leyes
Fundamentales). Pero Junta rechazó la propuesta. También rechazará la de Calvo de Rozas (15-
IV-1809), inspirado por el liberal Quintana. Las graves anomalías que tuvo la organización de la
convocatoria a Cortes, la convocatoria misma y el desarrollo de aquellas, son otra cuestión.
        Concluyamos diciendo que las Juntas provinciales se sintieron herederas de la
autoridad antigua y estaban respaldadas por la aclamación popular. Esta naturaleza se transmitió
a la Junta Central, de manera que, al resignar ésta sus poderes en la Regencia el 30-I-1810 –
tan mal vista por los liberales-, se volvió “a la institucionalización de la autoridad dentro del marco
de la legalidad tradicional” (Palacio Atard). La Regencia suplía la falta de Rey y lo hacía en su
nombre. Así, los liberales de las anómalas Cortes de Cádiz presionaron a la Regencia hasta
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                 9

“que su autoridad fuera, en ciertos aspectos, prácticamente nula” (Suárez Verdeguer, 1982, p.
444). A continuación, las Cortes liberales proclamaron la “soberanía nacional”, de manera que
una cosa fue la primera Regencia y otra la derivada de dichas Cortes.
       El 23-IX-1810, Regencia había convocado Cortes, pero haciendo tabla rasa de lo
dispuesto por la Junta Central. Dichas Cortes eran anómalas, carecían de raíces en la tradición, y
de reglas que limitaran su poder y les indicaran el camino que deberían seguir” (Suárez). En
ningún momento, desde la marcha de Fernando VII a Bayona hasta la reunión de las Cortes,
hubo vacío de autoridad o de poder, porque si bien el titular de la “soberanía” política era el Rey,
ésta era limitada, y su ejercicio como poder recayó, en cada caso, en las instituciones superiores
en nombre del monarca (Junta de Gobierno, Juntas, Junta Central y Regencia). No hubo
asunción “popular” de la soberanía regia, y en general se actuó en nombre del rey. Otra cosa
eran las Cortes liberales como anomalía y problema. En 1813, y antes del Tratado de Valençay,
Fernando VII aludió varias veces a la Regencia como representante de la nación española, sin
la menor alusión a las Cortes (Comellas), a pesar de conocer todo lo ocurrido en España.

____________
IZQUIERDO HERNÁNDEZ M., Antecedentes y comienzos del reinado de Fernando VII, Madrid, 1963;
SUÁREZ VERDEGUER, Federico, “Génesis y obra de las Cortes de Cádiz”, en Historia General de España
y América, Madrid, Rialp, Tomo XII: Del antiguo al nuevo régimen. (Hasta la muerte de Fernando VII),
1992, 634 pp., pág. 249-306; ÍD. El proceso de la convocatoria a Cortes (1808-1810), Pamplona, Rialp,
1982, 528 pp.; GARRALDA ARIZCUN J. F. “Las Cortes de Cádiz de 1812, el ideario de la Revolución
Francesa y la herencia política de España”, en Rev. Digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”, nº
116 (junio 2008). Son imprescindibles los trabajos de Jovellanos, Memoria en defensa de la Junta Central,
Quintana, Alcalá Galiano, Toreno y, modernamente, Juretschke (1955), Martínez de Velasco (la Junta
Central, 1972), Comellas, Fernández de la Cigoña, etc.




 Revista “Ahora información”. Monográfico      “El soldado católico en guerra de religión” por el
  sobre “1808-2008. En guerra contra la       Beato Diego José de Cádiz. La guerra a la que se
 Revolución”, nº 93 (VII-VIII-2008), 39 pp.     refiere es la guerra de la Convención, en 1794
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                            10


   2. 1808-1814: ALZAMIENTO POPULAR Y LEGITIMIDAD
  MONÁRQUICA EN LA CORONA DE ESPAÑA Y EL REINO
                      DE NAVARRA
                                                                            + In memoriam
                                                            Aita Teodoro Garralda Goyena
                                                    (Ochagavía, Valle de Salazar, Navarra),
                                                          Ama María Luisa Arizcun Zozaya
                                                        (Errazu, Valle de Baztán, Navarra).

                                                    por José Fermín GARRALDA ARIZCUN
                                                       Doctor en Historia (Navarra. España)


      SUMARIO:
      1. Introducción
      2. La insurrección antinapoleónica de 1808:
          2.1. La crisis como marco histórico
          2.2. El Dos de Mayo en Madrid
          2.3. Llamamiento a las armas y alzamiento general:
                2.3.1. El Bando de Móstoles
                2.3.2. Las abdicaciones de Bayona
                2.3.3. El levantamiento general
                2.3.4. El aparato organizado
      3. Nuevas instituciones y mantenimiento de la legitimidad monárquica: de las
Juntas Provinciales a la Regencia.
          3.1. Tendencias políticas
          3.2. Surgimiento de las Juntas locales y provinciales
          3.3. La iniciativa regia de la convocatoria a Cortes
          3.4. Surge la Junta Central Suprema
          3.5. De la Junta Central a la Regencia
      4. El Reino de Navarra:
          4.1. Mantenimiento de la Constitución histórica del Reino de Navarra
          4.2. Colaboración con los franceses, defensa del Fuero y oposición abierta a
          Bonaparte:
                4.2.1. Las proclamaciones
                4.2.2. Los primeros alzamientos populares
                4.2.3. La Asamblea de Bayona
                4.2.4. Expulsión del virrey
                4.2.5. La Diputación huye a Tudela
          4.3. La Diputación y la Junta Central
          4.4. ¿Relacionarse con la Junta Central fue un contrafuero?
          4.5. Las Cortes generales de Cádiz como contrafuero
          4.6. Restauración de la Diputación legítima
          5. Colofón



        1. INTRODUCCIÓN
        También en nuestros días el conocimiento científico de la Historia tiene una gran
actualidad. Interesa a las Humanidades y al pensador profundo, es decir, al “no productor”
de bienes económicos. Digamos que este tema interesa al profesional poco valorado
(“pero, dígame, ¿Vd. se dedica a esto?”), y poco retribuido (“¿qué intereses esconde Vd.?,
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             11

porque materialmente no aprecio que los pueda tener”). Interesa a aquella persona cuyos
coetáneos paradójicamente tanto necesitan. No obstante, a veces aportar algo con un
esfuerzo gratuito y silencioso –que sólo se entiende “por vocación”- casi exige pedir
permiso a los conciudadanos, ofrecer gratis la investigación, y aún dar las gracias cuando la
sociedad te considera “alguien” a ser tenido en cuenta.
         Sea lo que fuere, el conocimiento histórico, aparentemente tan “inútil” (y de ahí su
salvaguarda), también interesa al periodista, al ámbito del ocio y la cultura de masas (hoy
superficial, ocasional y vinculada al entretenimiento) y a la actual política, que sigue
buscando símbolos, recuerdos y conmemoraciones, lo que demuestra la coherencia interna
y tradicional del hombre. Digo que también interesa al gran público. Hoy, se rememora el
pasado con fruición, hasta teatralmente y con torneos medievales durante verano, por
ejemplo en el VIII Encuentro Histórico de Artajona (Navarra), y en tantos otros lugares.
También los carlistas han solicitado al Ayuntamiento de Talavera de la Reina (Toledo)
permiso para colocar, en la calle Corredera del Cristo nº 11, y en septiembre de 2008, una
lápida en recuerdo a Don Manuel María González, el primer alzado por Don Carlos V en
1833.
         En resumen, digamos que basta conocer lo que hoy se investiga y escribe, visitar las
librerías, asistir a universidades de curso reglado o bien de verano, romper la rutina con la
cultura transmutada en ocio, y tomar nota de los gestos y actitudes de la actual clase
política, y de otros políticos que no forman “clase”… para darse cuenta de la importancia de
la Historia como disciplina y conocimiento.
         En este año de conmemoraciones con ocasión del segundo centenario del
alzamiento antinapoleónico de España en 1808, es labor de los historiadores aclarar el
marco y los hechos históricos a partir de las fuentes históricas primarias, así como de
diferentes aportaciones historiográficas, para poder actualizar aquellas hipótesis no
carentes de brillantez, fundamento y originalidad que, a pesar de ser planteadas hace
algunas décadas, algunos han dejado -por diversos motivos- caer en el olvido.
         Ante el carácter simplista de algunas afirmaciones actuales, según las cuales el
alzamiento popular antinapoleónico fue sinónimo de vacío de legitimidad, de soberanía
nacional según el liberalismo, y expresión natural y espontánea de los principios ideológicos
liberales, el trabajo que ahora presentamos va más allá de reafirmar hechos más o menos
conocidos. En efecto, en él se analizan las circunstancias de 1808, diversos
planteamientos sugerentes sobre la génesis de esta insurrección popular, y las
causas del levantamiento antinapoleónico. También se analiza la situación de la
legitimidad monárquica en España –y en ella del Reino de Navarra-, y se muestra la
tendencia afrancesada como ruptura de la tradición española.
         Como afirmaba Rodríguez Garraza, todos los historiadores han elogiado la
espontaneidad del pueblo español al levantarse unánimemente frente a la invasión de
España por Napoleón, y han insistido en el “carácter nacional y tremendamente popular de
esta guerra”. Interesa recordar que, además de luchar por la independencia, el pueblo o
nación española luchó contra la ideología revolucionaria y antirreligiosa (1). Los motivos de
la sublevación no sólo fueron la defensa de la independencia de los españoles como pueblo
organizado, sino también su religiosidad católica, el mantenimiento de la tradición histórica,
la afirmación monárquica basada en la legitimidad de origen y de ejercicio, y una dimensión
social o populista. Toda esta es una temática muy actual. Por ejemplo, hoy, Aurelio Arteta,
teórico y portavoz del partido socialista de Rosa Díez (UPyD) en Navarra, efectúa una
crítica a un aspecto (no entro en sus contenidos) de lo que queda de los Fueros de
Navarra, remitiéndose a lo que llama legitimidad racional –bandera de enganche muy
propia de los liberales de 1812- frente a la legitimidad tradicional (“Diario de Navarra” 28-
VIII-2008), ignorando así –entre otras cosas- que la razón y el racionalismo no se
identifican. También ignora que hay aspectos de la vida muy razonables que no son
producto de la razón teórica, así como la importancia de las costumbres hechas ley, y la
misma tradición familiar y comunitaria. Desde luego, eso no significa que los actuales
contrincantes liberal-conservadores del sr. Arteta sean verdaderos foralistas, ya que
pueden ser todo lo contrario.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             12

        Advertida la actualidad de este trabajo, digamos que la guerra de 1808 fue -sobre
todo- de principios religiosos, sociales y políticos. Por entonces, el pueblo español no
era preliberal, ni constitucionalista a la moderna, aunque sí lo fuesen algunas élites
(Constituciones de Bayona en 1808 y Cádiz en 1812), herederas de esas otras que -en su
día- ocuparon el poder con Carlos III, y que respondían a lo que dijo Sarrailh: “En verdad,
nadie habla en España de despotismo o de absolutismo. Los hombres de la minoría
ilustrada están convencidos de que viven bajo una monarquía moderada y casi liberal, tanto
más cuanto que su rey se llama Carlos III, y sus principales ministros o consejeros son
también “filósofos” a su manera” (2). El pueblo español, en todos sus estamentos sociales,
era católico, lo que también afectaba a la política. Era tradicional y no prerrevolucionario.
Deseaba conservar la religión de sus antepasados, defender al rey, mantener las
instituciones tradicionales así como su independencia de Francia y, allí donde existían,
afirmar los Fueros. Los españoles deseaban que el rey fuese la verdadera cabeza jurídica y
moral de la monarquía, poseyese la suprema potestas, y no sabían qué era eso de la
soberanía nacional. Eran comunitarios y no individualistas, no desamortizadores ni
regalistas, ni afectos a otros aspectos del liberalismo, y afirmaban el marco social de la
libertad individual.
        La guerra fue esencialmente popular. Sobre la participación del pueblo, además de
los muchos sucesos de “feliz recuerdo”, piénsese en los antecedentes esporádicos y
conflictivos de los comuneros y germanías de 1521, la revueltas de 1640, la Guerra de
Sucesión (1705-1714), y, sin remontarse tan lejos, en los motines contra Esquilache en
1766 y de Aranjuez en 1808, la guerra contra la Convención francesa (1793-1795), y lo que
serán los importantes conflictos posteriores a 1814.
        En esta aportación quisiéramos dar respuesta, desde el conocimiento histórico, a
varias preguntas:
    1. ¿Qué significó el príncipe Fernando ante la crisis del despotismo ministerial y cómo
         llegó a ser rey?
    2. ¿Cómo fue el Dos de Mayo en Madrid y los alzamientos posteriores del resto de
         España hasta mediados de junio de dicho año?
    3. Los alzamientos de 1808, ¿fueron organizados y liderados por los llamados
         antigodoístas, fernandinos, napolitanos o camarilla del Príncipe, o bien debe
         mantenerse la tesis populista de su absoluta espontaneidad?
    4. Estos alzamientos, ¿supusieron en el pueblo una ruptura de la legitimidad por
         convertirse en soberano, o bien reforzaron las instituciones que regían a los
         españoles para que, en adelante, aquellas mantuviesen la protesta y la guerra
         contra Napoleón? Entre los navarros, ¿hubo minorías que aspirasen a un cambio o
         ruptura revolucionaria en sus instituciones?
    5. ¿Se mantuvo la legitimidad monárquica en las instituciones, desde que Fernando VII
         salió de Madrid en 1808 hasta su regreso a España en 1814? ¿Se mantuvo en el
         milenario Reino de Navarra, incorporado a Castilla en 1513 y 1515?
    6. ¿Cuáles eran las tendencias políticas existentes entre las élites del pueblo español,
         tradicional en su casi totalidad?
        Estas páginas son de Historia y están escritas desde una perspectiva científica. Se
basan en fuentes bibliográficas y en el análisis de diversas hipótesis, y se continúan en un
reciente estudio de mi autoría sobre el profundo afrancesamiento –nada de constitución
histórica y de cultura política castiza y a la española para españoles- de la Constitución de
Cádiz de 1812 (3).
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                        13




   Cuadro conmemorativo de Napoleón          Bandera de los sitios de Zaragoza. Museo
 cruzando los Alpes (1800), por J.L. David    del Ejército (Madrid). La ciudad capituló
                                             tras una resistencia heroica el 20-II-1809



       2. LA INSURRECCIÓN ANTINAPOLEÓNICA DE 1808
       La gran eclosión española contra los franceses ocurrida en Madrid el Dos de Mayo,
fracasó y acabó en una dura represión por las tropas francesas. Sin embargo, sus
consecuencias inmediatas fueron muy favorables para la España sublevada.
       El marco histórico y los hechos ocurridos son claros. La complejidad surge cuando
se profundiza sobre la espontaneidad o bien la organización del Dos de Mayo y de las
insurrecciones posteriores, efectuadas hasta el 15 de junio, así como en el método y
modelo que el Dos de Mayo supuso para dichos alzamientos.

        2. 1. LA CRISIS COMO MARCO HISTÓRICO
        Para entender los hechos de 1808-1814 es necesario conocer el marco histórico.
El reinado de Carlos IV estuvo marcado por los sucesos revolucionarios de Francia, y por la
profunda crisis interna y de política exterior que atravesaba España. La crisis interna
afectaba a la política y las ideas, a la hacienda y las finanzas (emisiones de deuda pública,
desamortizaciones…) del Gobierno absolutista. El modelo absolutista había culminado en el
despotismo ilustrado ministerial. A ello se sumó la crisis económica española, producida por
las malas cosechas, y la crisis comercial y manufacturera que, en 1803 y 1804, se reflejó en
las series de precios.
        El estallido político revolucionario ocurrido en Francia con ocasión de la crisis
múltiple de subsistencias, la hacienda real, y el absolutismo -que no convocaba Estados
Generales desde 1624-, también pudo estallar en España. Ahora bien, ¿por qué la
génesis y dinámica del caso francés no se repitió en España con ocasión de las
Cortes de 1789 y los sucesos de 1808? Pueden ofrecerse varias explicaciones. Por
ejemplo, el pueblo español vivía la religión y sus tradiciones con un gran arraigo. Además,
las ideas revolucionarias estaban poco extendidas, el centralismo del modelo absolutista no
había cuajado entre los españoles, y se tenía en mente los motines de Esquilache y
Aranjuez (en la Francia de 1789 la rebelión de la Fronda quedaba muy lejos). Por otra
parte, en España la política se presentaba distinta de gobernar Godoy o bien el príncipe
Fernando (VII), existiendo además varias tendencia políticas (conservadores, renovadores
e innovadores…) y no sólo la absolutista (continuista) y la revolucionaria (rupturista),
formando ambas un falso dualismo, que sin embargo es muy útil para los esquemas de las
ideologías liberal y marxista. Por último, todos los españoles se unieron con energía en
1808, como un solo hombre, en lo más básico y universal que les unía, con excepción de
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             14

las minorías afrancesada y liberal autocalificada patriota. A los liberales españoles les
resultaba difícil hacer su revolución, a diferencia del caso francés de 1789, aunque lograron
algunos de sus objetivos en 1812, que sólo tuvieron verdadero éxito proyectados a largo
plazo.
        En relación con la historia de las ideas, creencias y mentalidades, en España
existían diversas tendencias: algunos enciclopedistas (León de Arroyal, Urquijo, Cabarrús,
la primera etapa de Olavide...), otros más o menos rupturistas y afrancesados, y un
importante sector ilustrado que –siguiendo un concepto general- no era enciclopedista, ni
afrancesado, sino amante de la tradición y religiosidad del país, y de reformas prácticas
relativas al urbanismo, los caminos, la enseñanza, una mayor organización etc… Lo he
podido comprobar por lo que respecta al Ayuntamiento de Pamplona en el siglo XVIII, en mi
tesis doctoral defendida en la Universidad de Navarra (España, 1986). También se
encontraba la masa de la población que confiaba en unos dirigentes, por otra parte
vinculados a unas concretas estructuras sociales.
        Sobre unas y otras tendencias, y desde un punto de vista histórico, puede leerse
como bibliografía la perenne obra de Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos
españoles), y los estudios de Jean Sarrailh (4), Richard Herr (5), Miguel Artola, Carlos
Corona Baratech, José Manuel Cuenca Toribio, José Luis Comellas, Federico Suárez
Verdeguer, José Andrés-Gallego, Fco. José Fernández de la Cigoña y un largo etc.
Aunque, según Menéndez Pelayo, las tensiones entre los españoles comenzaron con la
política de Carlos III, Herr precisa que es con la Revolución francesa, y las guerras
subsiguientes, cuando se “avivaron discordias intestinas existentes, aumentaron el
contraste entre la corte de Carlos IV y la de su padre e inculcaron nuevas ideas en España”
        Pues bien, a esta crisis múltiple se le sumó la subordinación política hacia Francia,
llevada a cabo por el todopoderoso Godoy, protegido de Carlos IV. En los dos Tratados de
San Ildefonso (1796 y 1800), en otros posteriores, y en el Tratado de Aranjuez (1801),
España unía su destino a Francia contra Inglaterra y Portugal. Luego vino el desastre de
Trafalgar con la destrucción de la Armada española (1805). Según Gonzalo Anes, la
colaboración militar franco-española “hacía prever una sumisión total a los planes del
emperador” (6).
        La ocasión era propicia para Napoleón, pues tanto Fernando VII como Carlos IV le
buscaban para alcanzar su confirmación o reposición respectivamente en el trono de
España, según los sucesos que luego se explicarán. Los planes de Napoleón fueron
variados, según la oportunidad: 1º Intervenir en España manejando a Godoy; 2º
Desmembrar el territorio español quedándose con parte del mismo; 3º Suplantar a los
Borbones. Una de las respuestas de Godoy a estas presunciones fue: “España está
dispuesta a hacer, aun a expensas de sus intereses, cuanto sea agradable a su Majestad
imperial (…)”.
        En 1806, la opinión pública española era cada vez más favorable a una mayor
independencia respecto a Francia. En el Tratado de Fontainebleau (27-X-1807), se acordó
que España se quedaría con una parte de Portugal si dejaba pasar a 28.000 soldados
franceses –en cinco cuerpos de ejército- hacia Lisboa aunque, el 1-II-1808, el mariscal
Junot proclamará en Lisboa la anexión de Portugal al Imperio Francés, burlando así dicho
Tratado. Según Anes, el paso de dichas tropas “no cabe duda de que llevaba implícita la
idea de destronar a los borbones de España, cosa factible, dadas las intrigas de las
camarillas palaciegas que facilitaban el cumplimiento de los planes del emperador, aunque
tal idea no llegó a cuajar plenamente hasta finales de 1807” (7).
        Todo indicaba que los españoles eran conscientes de la necesidad de la
renovación de su forma de gobernar, de hacer política, y de sus políticos. Manuel
Godoy era tremendamente impopular y, el buen Carlos IV -verdaderamente querido como
rey-, se había querido vincular a él. Ahora bien, ¿cómo renovar la política? Fernando
(VII), Príncipe de Asturias, “el Deseado” en los difíciles años del favorito Godoy –que había
sido elevado a la categoría de “Príncipe de la Paz”- y después durante la guerra de la
Independencia, tendrá el objetivo de desbancar a Godoy para enderezar así “la monarquía
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             15

envilecida por el infamado Príncipe de la Paz”, según Corona Baratech. Ello provocó una
aguda crisis en la Corte y en la Familia Real.
         El 27-X-1807, el Príncipe Fernando realizó la conjura llamada el “proceso de El
Escorial”, fallida al ser descubierta por su padre Carlos IV. A continuación, el 31-X Carlos
IV dirigió un manifiesto a los españoles “en el que informaba del complot de su hijo para
destronarlo” (Anes) (8). Fernando fue perdonado tras descubrir a sus cómplices. Sobre éste
proceso de “El Escorial” y el motín de Aranjuez, que mencionaremos, hay dos interesantes
trabajos del dr. Francisco Martí Gilabert (Pamplona, Ed. Eunsa).
         Poco después, “la llegada de las tropas francesas y la clarificación de los proyectos
reales de Napoleón hicieron ver a Godoy que era necesario oponerse a tales proyectos, y a
adoptar las medidas necesarias para negar con firmeza la entrada de más tropas” (Anes).
Más tropas francesas conllevarían la caída de Godoy y el secuestro de la familia real. La
clarividencia tardía de Godoy ante la perfidia de Napoleón, “fue la causa inmediata de su
caída” (Anes). Más tarde, el 17-III-1808, los fernandinos provocaron el motín de Aranjuez,
por el que Godoy fue depuesto y luego apresado en el castillo de Villaviciosa. Para ello, los
amotinados, que no eran espontáneos sino que estaban dirigidos por conspiradores,
aprovecharon la gran impopularidad del Príncipe de la Paz. En realidad, nada tenían que
temer porque gozaban del apoyo del Ejército, la alta nobleza y el Consejo de Castilla. Dos
días después, Carlos IV abdicará en su hijo Fernando VII, quien entró triunfalmente en
Madrid el 24 de marzo. En abril, Carlos IV se retractaba de dicha abdicación, y luego
informará a su hijo, el ya Fernando VII –lógicamente éste le manifestó su total extrañeza (4-
V)-, que la abdicación había sido temporal.
         Sobre el motín de Aranjuez, es común la tesis (Corona, Vicens Vives, Gil Munilla…)
de que se evidenciaba “un cambio de ánimo político y social: patentizada la crisis del
Antiguo Régimen, ciertos grupos dirigentes se lanzan a una lucha abierta para instaurar un
orden nuevo. Pero el incendio estalla mes y medio después, con la invasión napoleónica,
que ocasiona el hundimiento del aparato institucional y determina un ‘vacío de poder’ que
reclama su apresurada sustitución” (Gil Munilla) (9). Luego responderemos si este “vacío de
poder” fue momentáneo o real, y si la institucionalización propiamente española o
antibonapartista se hizo con rapidez, aunque con las imperfecciones jurídicas propias de la
emergencia y la acción callejera popular. También explicaremos si se actuó en nombre de
Fernando VII o bien de una soberanía nacional que, poco después, una minoría liberal de
élite bien organizada “hará colar” en las anómalas Cortes de 1812.


        2.2. EL DOS DE MAYO EN MADRID
        Planteemos, en este punto y en el siguiente, si hubo una organización en el
alzamiento del Dos de Mayo y en los levantamientos ocurridos durante todo este mes hasta
mediados de junio, o bien si debe mantenerse la tesis populista de su absoluta
espontaneidad (10).
        La situación, que cuajaba lentamente desde la paz de Basilea (1795) hasta 1808, se
resolvió rápidamente. Fernando VII temió que el mariscal Joaquín Murat, gran duque de
Berg y cuñado de Napoleón, con sus 35.000 soldados en Madrid, repusiera a su padre
Carlos (IV). Buscó y siguió a Napoleón para ser confirmado en el trono, dejando en Madrid
una Junta de Gobierno y al ministro de Guerra Gonzalo O’Farril, que luego será –y esto es
significativo- un importante pilar del régimen afrancesado, al ocupar el cargo de ministro de
Guerra con José (I) Bonaparte. Así las cosas, Fernando VII dispuso el viaje el 10 de abril y
llegó a Bayona el día 20. Por su parte, Carlos IV también buscaba al gran corso para
recuperar el poder entregado a su hijo en Aranjuez. Napoleón atrajo con engaños y perfidia
a los Borbones hasta Bayona; así, el raptor de Europa secuestró a toda una Familia Real,
símbolo viviente de una Dinastía centenaria y cabeza de una milenaria Monarquía. Poético
pero cierto.
        En marzo de 1808, Murat entraba con sus tropas en Madrid. Las tropas francesas
pasaron de la popularidad -cuando se les creía favorables al rey- a la impopularidad. En
abril hubo incidentes previos en Carabanchel (día 12), Burgos, Toledo (día 21), y el día 26
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             16

en Madrid. La capital –Villa y Corte- estaba en ebullición, que aumentó al tenerse noticia del
maltrato que Fernando recibía en Bayona. El pueblo tenía en su haber y como precedentes,
los motines de Esquilache (1766) y de Aranjuez –éste era reciente-, ambos realizados con
éxito. Podía preguntarse: ¿quién iba a poder contra la valerosa reacción de todo un
pueblo decidido hasta el final? Antes del 1 de mayo, los barrios de Madrid pidieron
armas. Los militares españoles de graduación media, Daoíz y Velarde, prepararon un
proyecto de sublevación general sólo militar que únicamente tuvo ramificaciones en el
Cuerpo de Artillería, y que, según el historiador Pérez Guzmán, fue desautorizado por el
ministro de Guerra O’Farril. El historiador Corona dice que los madrileños conocían los
grandes problemas que Murat -mariscal de Napoleón- planteó a la ya citada Junta de
Gobierno el 30-IV.
        A las 9 de la mañana del día 2 de mayo, los madrileños conocían la decisión que la
Junta tomó en su sesión nocturna del día 1, de acatar la orden de Murat y así permitir que
el hermano menor de Fernando VII -Francisco de Paula- y su hermana María Luisa –la
desposeída reina de Etruria-, viajasen a Bayona donde estaba el resto de la familia real.
Todavía no se habían realizado las abdicaciones. El pueblo estaba dispuesto a impedirlo, y
a intervenir con independencia de la Junta de Gobierno de la nación, cuyos miembros
“habían sido reducidos al papel de ministros de la Administración francesa” (Lovett). De
ésta manera, Murat se había hecho, en la práctica, con el gobierno de España. No
obstante, dicha Junta de Gobierno “consideró entonces la idea de resistirse a los
franceses por la fuerza”, descartándolo debido a la implacable superioridad militar francesa
(Lovett); ni O’Farril ni otros ministros querían una resistencia armada que consideraban
inviable. Sabemos que luego varios miembros de esta Junta ocuparán altos cargos con
José (I) Bonaparte.
        El día 2 llegaron muchos forasteros madrugadores. Se desató el tumulto o
levantamiento popular. El historiador Corona Baratech (1959) muestra que hubo una
conspiración y un estado de alerta previo, aunque, según Espadas Burgos (1992), no
hay constancia documental sino conjeturas de que fuese premeditado. Sin embargo,
añadamos que los datos sobre una organización son abundantes y más que sugestivos. La
historia no se escribe sólo con documentos firmados y sellados. Incluso a veces lo más
evidente en vida ni siquiera se escribe. Es muy posible que confluyeran la organización y
la espontaneidad, pues la existencia de agentes fernandinos que fomentasen la
sublevación no justificaba del todo la reacción popular.
        Corona Baratech parte de los abundantes datos ofrecidos - entre otros - por la
historia clásica de Pérez de Guzmán. A diferencia de la hipótesis populista de éste último,
Corona Baratech, historiador de nuestros días, lanza una bien fundada hipótesis sobre la
organización básica del motín, cuyo método plantea Agustín Cochin, cuando negaba la
espontaneidad de los sucesos revolucionarios. Sobre el momento del estallido, Corona
recoge lo siguiente:

       “En la mañana del día 2, apenas había un pequeño grupo de mujeres cuando salió
       de Palacio la Reina de Etruria; después apareció un hombre del pueblo, (José Blas)
       Molina y Soriano, que hizo el relato de sus méritos en 1816, en términos harto
       curiosos y abundantemente avalado; luego, grita: ¡Traición!, ¡traición!, y llegan en
       seguida 60 personas, después de 200 a 400, inmediatamente después de 2.000 a
       3.000. “Sólo en las puertas y portillos que franqueaban a los de fuera el paso a la
       Villa –escribe Pérez de Guzmán-, se notaba desde que vino el día mayor animación
       que la de costumbre, aunque aquellas eran las horas en que ordinariamente afluían
       de los pueblos inmediatos los abastecedores con sus cargamentos y vituallas. Esta
       larga y no interrumpida procesión de forasteros no cesó en toda la mañana.
       Parecían convocados a voz de bocina o concurrentes a algún suceso extraordinario.
       Se notó que de los Sitios y los lugares contiguos a todas las posesiones reales
       venían casi en masa toda su población de hombres robustos y ágiles, capaces de
       acometer cualquier empresa de valor; muchos traían sus hijos en su compañía. A
       las primeras horas por todas partes reinaba una completa calma y tranquilidad. A las
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                              17

       siete “…vinieron dos carruajes de camino”. No hay sino comprobaciones del gran
       prestigio que gozaba el Cuerpo de Artillería; sin embargo, parece que Daoíz, con
       dicho Cuerpo, se consideraba con fuerza suficiente para levantar secretamente a
       toda España, sin necesidad de ninguna colaboración extraña a los miembros del
       Cuerpo; Pérez de Guzmán así lo propone; también es singular la noticia de la
       concentración silenciosa de forasteros desde temprana hora, que guarda una
       curiosa analogía con la llegada de forasteros al Real Sitio de Aranjuez el 16 y 17 de
       marzo” (11).

         La detallada descripción, efectuada por la historia narrativa, sobre los sucesos
anteriores y posteriores al Dos de Mayo, es apasionante; pero hemos de abreviar. Me
remito a autores como Pérez de Guzmán, Corona, Lovett y a otros recogidos en las notas
de este trabajo. Aunque son muchos los detalles y hechos significativos que, según Corona,
expresan la organización del motín, no los precisaremos aquí con detalle, pues el lector
tiene sus trabajos para profundizar.
         ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos?. Muchos madrileños habían
dejado de trabajar aquel día, sospechando graves acontecimientos. A las siete de la
mañana, la exreina de Etruria –María Luisa, hija de Carlos IV- subió a la primera carroza
ante cierta indiferencia del público. La segunda carroza era para el infante. He ahí “La voz
del pueblo la hace oír una mujer, conmovida por los llantos del Infante Francisco de Paula,
que no se quiere ir” (Corona). El pueblo estalló con mucha más energía, unanimidad y
necesidad que con ocasión del motín madrileño contra Esquilache (1766). El capitán
general de Madrid, Fco. Javier Negrete y Adorno, conde de Campo Alange –afrancesado
que el 8-IX-1808 será nombrado virrey de Navarra por el llamado José I Bonaparte-, había
confinado a la exigua tropa española en los cuarteles, ante los 35.000 soldados imperiales
que, bien armados, rodeaban la ciudad. Esta es la segunda gran defección tras la del
general O’Farril. Si O’Farril será ministro de la Guerra con José (I), otros absolutistas y
afrancesados como Urquijo, Cabarrús, Azanza, Piñuela, Mazarredo, Negrete y Adorno…
ocuparán cargos políticos de Gobierno. Pues bien, ninguno de ellos, que ocupaban cargos
en el Gobierno fernandino, podrá paralizar al pueblo en masa y a sus élites tradicionales, ya
naturales (sociológicas) ya de la administración pública, en las sublevaciones ocurridas en
España.
         Los franceses entraron a raudales por varios puntos. Se luchaba en muchos barrios
conocidos. Del Ejército español sólo se sublevaron los capitanes jefes de Artillería, Pedro
Velarde y Luís Daoíz quienes, con el teniente Ruiz y un puñado de soldados más unos 100
civiles, resistieron a miles de soldados franceses en el parque de Artillería de Monteleón, en
el barrio de las Maravillas.
         Dice Díaz-Plaja que el general O’Farril, ministro de la Guerra de Fernando VII,
traicionó a Pedro Velarde, quien quiso “obtener el permiso o, al menos, la aceptación tácita
de los representantes de Fernando VII en Madrid” (12). Sea lo que fuere, los madrileños
lucharon hasta el fin. Es cierto que las fuerzas participantes en la lucha callejera fueron muy
desiguales. Pero -podía pensarse-, ¿quién iba a vencer la valerosa reacción de todo un
pueblo verdaderamente decidido? Pudo considerarse que el pueblo madrileño podía
ganar en la insurrección. De lograrlo, sin duda hubiera significado la eclosión
antinapoleónica, popular e irresistible, en toda Europa. Sólo a posteriori es fácil apreciar
que, en el Madrid sublevado –no todos los que hubieran podido alzarse-, los españoles
carecían de posibilidades de éxito. También pudo considerarse que la cabeza de un cuerpo
social debía hacer todo lo posible para dar un ejemplo decisivo al resto de los españoles.
En la villa y Corte, las agitaciones primero, y los combates después, duraron siete horas, y
concluyeron hacia las dos de la tarde. Desde luego, el fracaso material del Dos de Mayo se
convirtió en un éxito psicológico y espiritual en toda España. En adelante, lo que ocurra en
España convulsionará la Europa sojuzgada, y, junto a la campaña de Rusia, coadyuvará
definitivamente a la caída y fin del emperador Napoleón.
         Considero que, debido al tipo de víctimas que hubo en Madrid -según diremos-, no
puede decirse que sólo se alzase el pueblo sencillo o bajo –el populacho según los
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                              18

franceses-, aunque sea cierto que entre los sublevados no hubiese nobleza titulada, ni
militares de alta graduación, ni eclesiásticos con cargos jerarquía, que es a quienes Díaz-
Plaja echa en falta.
        A continuación, ese mismo día 2, Murat fijó un Bando de 7 artículos que contenían
unas medidas draconianas contra “el populacho de Madrid” (Orden del día, vid. “Gaceta de
Madrid”, viernes, 6-V-1808). En él, Murat dice: “bien sé que los españoles que merecen el
nombre de tales, han lamentado tamaños desórdenes y estoy muy distante de confundir
con ellos a unos miserables que sólo repitan robos y delitos. Pero la sangre francesa
vertida clama venganza”. El mariscal francés confundía a los amotinados con delincuentes
comunes, aunque el Art. 2 hable de “rebelión”; por otro lado, más que fijarse en la gran
mayoría silenciosa, él, como soldado bravo y agredido pero como pésimo político, clamaba
venganza. ¿O la venganza era un término retórico al estilo de las proclamas de Napoleón?
Digamos que el motín será un gran aldabonazo en la conciencia del país y, de alguna
manera, también en los soldados franceses.
        Si la lucha fue sangrienta, también lo fue la represión posterior de aquellas personas
juzgadas por las comisiones militares creadas “sobre la marcha”. La noche de la represión
del día 2 al 3, cayeron fusiladas cientos de personas en el Prado, Puerta del Sol, las
iglesias de la Soledad y del Buen Suceso, Casa de Campo y Buen Retiro, los altos de la
Florida y de Amaniel, montaña del Príncipe Pío, a las afueras de la puerta de Segovia etc.
        Ofrezcamos tan sólo algunas cifras de un tema no concluido por la historiografía.
Refiriéndose a la represión en el Prado y sus inmediaciones, Fernando Díaz-Plaja comenta
que 320 arcabuceados es una cifra muy alta. “Sin embargo –continúa- hay que recordar los
nueve carros de cadáveres que en la mañana del 3 fueron conducidos a enterrar en el
cementerio general, a pesar de que, como es sabido, gran número de los infelices fusilados
en el Prado y sus inmediaciones recibieron tierra en la misma subida del Retiro, en el
llamado Campo de la Lealtad donde hoy se encuentra el monumento a los héroes del Dos
de Mayo” (13).
        Cada cual valoró el total de víctimas según su conveniencia. Napoleón escribía a
sus hermanos el 6 de mayo que del “populacho” murieron más de dos mil entre los 40 a
50.000 sublevados. El conde de Toreno –conspicuo liberal- estimará que en total fueron
1.200 españoles muertos. Sin embargo, el investigador Pérez de Guzmán (1908), que fue
el primero en estudia esta cuestión con rigor, menciona 409 muertos y 171 heridos, que
Horta Rodríguez (1975) aumenta a 526 muertos. Por su parte, el citado García Fuertes
señala los nombres y circunstancias de los 410 muertos y 171 heridos.
        Entre las víctimas de los combates y posteriores fusilamientos, y sólo entre los que
han sido identificados, se observa el perfil sociológico siguiente: personas sin oficio
declarado y pueblo llano, 75 muertos y 24 heridos; mujeres, 57 y 22 respectivamente; sin
oficio declarado y con Don, 22 y 11; militares, 40 y 28; niños, 13 y 2; y eclesiásticos, 3
muertos y 6 heridos. Según esto, entre los sublevados se encontraba el pueblo bajo y la
menguada clase media de la época, y llama la atención la singular presencia de mujeres y
niños. Aunque sólo había pueblo llano, sin dirigentes ni intelectuales (Alonso Báquer) (14),
y sea evidente la pasividad o sumisión en las élites políticas, sociales, e instituciones
políticas, quiero apostillar la crítica de Díaz-Plaja a los madrileños situados en los peldaños
más altos de la escala social, al clero más distinguido, y a los vecinos pudientes de Madrid.
No pretendo juzgar sino tan sólo situar los datos en el contexto. En efecto:
        1º) La inhibición de las clases altas el Dos de Mayo no significa una definición (por
otro lado arbitraria) y oposición de clases (popular y dirigente), pues hay sectores
socialmente distinguidos –y de alguna forma intermedios- entre los sublevados. Así, los
“don” (“dones”) serían hidalgos –es decir, nobles-, o bien licenciados en Derecho que
ejercían como abogados y procuradores. Ahora bien, no pocos de estos –junto con los
escribanos reales o notarios-, también eran hidalgos en esa época.
        2º) Por otra parte, es imposible conocer los planes, y la valoración prudencial de
quienes no “saltaron” a la calle. Es comprensible que la clase alta no saliese a la lucha
callejera; creer que lo iba a hacer sería desconocer las formas sociales de una época
“aturdida” por la casaca y el pelucón blanco, pues podía considerar impropia de ellos una
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                        19

actitud callejera. Tampoco se debe ignorar la importancia de ocupar la administración y los
cargos públicos, fuese uno u otro el resultado de la insurrección. Pongamos un ejemplo. En
Navarra, concretamente en la Pamplona de 1821 y 1822, sólo salieron como voluntarios a
la guerrilla realista los hijos de las clases populares y no los hijos de los realistas que
ocupaban cargos públicos municipales y en la administración municipal, provincial o bien
real. Ocultarse para controlar desde dentro puede ser una práctica de los sectores
dirigentes en momentos críticos. Desde luego, si algún miembro del clero bajo participó en
la lucha, tomar las armas no era su función. Pensemos también lo utópico que sería
imaginar a un obispo –por ejemplo- liderando a los amotinados de una ciudad (que no es lo
mismo que un ejército regular o de un extenso país).
        3º) Por último, una cosa son quienes se insurreccionan el Dos de Mayo, y otra
quienes participan en una larga guerra de seis años. No en vano, muchos miembros de las
clases altas se opondrán con eficacia a los franceses hasta 1814. Si fueron pocos los
clérigos que participaron en la lucha callejera el Dos de Mayo, podrán ser muchos los que
se opusieron a los franceses en los seis años de lucha. Por ejemplo, y de forma similar al
resto de España, parte del clero navarro participó de diversas formas en la guerra y sufrió la
represión francesa, como explica el historiador Marcellán (15).
        Nada de lo dicho impide que cada cual fuese responsable ante el resto de la
sociedad de su forma personal de participación, colaboración, inhibición o rechazo del
alzamiento de Madrid o de las sublevaciones ocurridas en el resto de España. Los procesos
de purificación (infidencia) realizados en los Tribunales de justicia en 1814 pueden dejar
huella de dichas responsabilidades.
        Digamos que Murat cumplió muy bien con su anuncio a Napoleón del día 1 de mayo
-”Estoy dispuesto a dar una lección al primero que se mueva”- y en su bando del día 2 del
mismo mes. Como soldado que era, y quizás sobre todo mal político, en esas
circunstancias lo hizo con sangre. El día 3 escribía a Napoleón: “La tranquilidad no será ya
turbada, todo el mundo está ya resignado”, “La victoria que acabo de obtener sobre los
insurrectos de la capital nos abre la posesión pacífica de España”. Pero se equivocaba.
        Son interesantes los recientes libros de autores como José Manuel Cuenca
Toribio en 2006 y, en 2008, de Emilio de Diego, Jean-René Aymes, José Sánchez-Arcilla,
Jorge Vilches, J. Gregorio Torrealba, J. Álvarez Barrientos (dir.), Antonio Moliner Prada,
Arsenio García Fuertes (16) etc. En ellos se narra el Dos de mayo y la guerra de la
Independencia, y también a ellos remito al amable e interesado lector.




                                                      El Dos de mayo por Fco. Goya y Lucientes




      2. 3. LLAMAMIENTO A LAS ARMAS Y ALZAMIENTO GENERAL
      El Infante Fco. de Paula salió de Madrid hacia Francia en la mañana del 3 de mayo.
La familia Real estaba secuestrada en Bayona, el pueblo era valiente y osciló desde los
pequeños gozos por las buenas relaciones de España con Napoleón, hasta el gran
desengaño, para quedar “exasperado hasta el último punto” (José Bonaparte). El
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                            20

levantamiento del Dos de Mayo y la represión del 2 al 3 fueron el pistoletazo de salida
para la insurrección general en los lugares no ocupados por los franceses. Sí; la chispa se
convirtió en la hoguera nacional donde se consumirá el mejor Ejército de la imposible
Europa de los tres Imperios, ante el imperialismo revolucionario liderado entonces por
Francia. Ya dijo Napoleón en sus Memorias de Santa Elena: “Esta desgraciada guerra (de
España) me ha perdido (…) Los españoles en masa se comportaron como un hombre de
honor”. El sacrificio aparentemente sin sentido del pueblo de Madrid, dio un fruto granado
en toda España hasta mediados de junio. El efecto psicológico y espiritual del Dos de
Mayo, fue importantísimo para los españoles. Ello se proyectó sobre el general francés
barón de Marbot, que reconocerá la inmoralidad de la causa francesa en España, y decía
que como él pensaba la mayor parte del Ejército imperial, aunque obedeciesen como
soldados del amo de Europa.

        2.3.1. El Bando de Móstoles. Los alcaldes de Móstoles, un pequeño pueblo junto a
Madrid, dirigieron su Bando a los justicias de los pueblos el mismo día del dos de mayo.
Este Bando, sin pretenderlo, hizo de puente entre el alzamiento de Madrid y los de toda
España, efectuados en mayo y hasta mediados de junio. Expresaba la postura popular
contraria a la colaboración con los franceses, seguida por las instituciones más importantes
de la nación, incluida la Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII al ausentarse
siguiendo los pasos de Napoleón.
        Este Bando inició la resistencia armada general, aunque sólo pedía ayuda a los
pueblos del entorno de Madrid y la carretera de Extremadura. Su texto informaba que “en
Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre”, y pedía que se ayudase a los leales y
valientes que luchaban en defensa del Rey y la Patria, enfrentados a quienes se habían
apoderado de la persona del monarca, y cambiaban la amistad o alianza por “un pesado
yugo”. El famoso y lacónico Bando del pueblo castellano de Móstoles, decía así:

       “Señores Justicias de los pueblos a quienes se presentase este oficio de mí, el
       alcalde de Móstoles: / Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de
       Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa sobre este pueblo capital y las
       tropas españolas; de manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha
       sangre; como españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria,
       armándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren
       imponer su pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del
       Rey; procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta
       perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándolos, pues no
       hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los españoles lo
       son. Dios guarde a usted muchos años. / Móstoles, 2 de Mayo de 1808. / Andrés
       Torrejón. Simón Hernández”.

        Torrejón y Hernández firmaron el bando, aunque parece ser que el texto lo redactó
Esteban Fernández de León (intendente de Correos), y su amigo Juan Pérez de Villamil,
que no era un hombre común sino fiscal del Supremo Consejo de Guerra, secretario del
Almirantazgo, y miembro de la Junta que podía sustituir a la Junta de Gobierno establecida
por Fernando - “llegado el caso de carecer ésta de libertad” (Toreno) -, con “todas las
(facultades) que residían en la formada por el Rey Fernando”.

        2.3.2. Las abdicaciones y farsa de Bayona. Mientras tanto, ¿qué ocurría en
Bayona? El día 1 de mayo, Fernando propuso a su padre la solución del problema
dinástico: la reunión de Cortes en Madrid –o mejor, de los tribunales y diputados de los
Reinos, convocatoria ésta que podía ser más fácilmente aceptada por Carlos IV-, y su
renuncia a la Corona, exigiendo no obstante a Carlos IV que no confiase en las “personas
que justamente se han concitado el odio de la nación”. Carlos IV rechazó la propuesta. El 5
de mayo, Napoleón obtuvo la abdicación, no sin resistencia y con presiones, de Carlos IV.
Tan sólo al día siguiente, Fernando VII, amenazado por Napoleón de ser tratado como
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                              21

rebelde, entregó la corona a su padre. En el texto de su abdicación, Carlos IV se declaraba
rey, y condicionaba su abdicación al mantenimiento de la integridad del Reino (luego
vulnerada por Napoleón), y a que “La religión católica, apostólica y romana será la única en
España. No se tolerará en su territorio religión alguna reformada y mucho menos infiel
según el uso establecido actualmente”. Aunque esto último se reflejó en el Art. 1 de la
Constitución de Bayona de 1808, los actos estatistas, regalistas y anticristianos de José
Bonaparte lo contradijeron.
        Digamos que si el rey Carlos rendía tributo a Dios y al Reino en su citada
declaración solemne, el pueblo español luchará por su rey –aunque en éste caso fuese
Fernando VII- y la integridad e independencia de la Patria, y, con más motivo, por su
Religión. Carlos IV, con su abdicación forzada, se proponía poner fin a la anarquía, a las
facciones y a la guerra, y aspiraba a la debida seguridad y sosiego político que permitiese
mantener la integridad territorial, los territorios de ultramar, y -apoyada España por Francia-
alcanzar la paz en el mar. Lógicamente, Napoleón, con singular cinismo, se presentaba
como único valedor de estas buenas intenciones.
        El buen Carlos IV y el desafortunado Godoy, residirán en Marsella y luego llegarán a
Roma el 16-VII-1812. La reina moría en la Ciudad Eterna el 2-I-1819, y el buen Carlos IV
fallecerá en Nápoles el 19 de diciembre. Una vez más, se demostraba que no había rey sin
pueblo, ni pueblo español sin rey. Este pueblo tuvo la gloria de mantener la corona en las
sienes de su rey, aunque éste fuese coaccionado en Bayona, por el ladrón de Europa, a
renunciar a la corona. Este acto de fuerza invalidará jurídicamente la renuncia.
        El 11-VIII-1808, el Consejo de Castilla, inicialmente colaboracionista con los
franceses, se instituyó en gobierno de Madrid una vez liberada la Villa y Corte tras la batalla
de Bailén, donde las tropas españolas de Castaños resultaron triunfantes. Dicho Consejo
declarará nulos y sin valor los decretos de abdicación y cesión de la corona de España
firmados en Bayona, lo que es importante porque ello demuestra la continuidad de la
legitimidad. Otra cosa es que, algo después, las Juntas Provinciales siguiesen la
propuesta de crear una Junta Central debido al colaboracionismo inicial de dicho Consejo
de Castilla con los franceses. En todo caso, el pueblo y las instituciones no sujetas a los
franceses, mantuvieron la corona del rey, “desposeído” con los atropellos de Bayona. Para
entonces, la Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII al irse de Madrid, que siempre
estuvo intervenida por Murat, había dejado de existir.

        2.3.3. El levantamiento general. La gran revuelta antifrancesa fue simultánea y
espontánea en toda la península, aunque tuvo una canalización oculta. El Alzamiento
nacional fue organizado mal y de forma precipitada, y no precisamente por el pueblo sino
por minorías capacitadas (Corona). En él participaron todos los sectores sociales. Aunque
la planificación fernandina se apunta para toda España, ello no quita importancia al “gesto
de supervivencia” de los españoles (Cuenca Toribio), al explotar el “resentimiento
largamente acumulado contra la traición y la agresión de Napoleón” (Lovett). Entre del Dos
de Mayo y los primeros días de junio, la insurrección prácticamente se generalizó: Asturias
(día 9-V y 24); Valencia, Murcia, Cartagena (24); Zaragoza (26); Santander y Sevilla (27);
Cádiz, Córdoba y Jaén (29); Granada, Badajoz y La Coruña (30) etc. Les siguieron toda
Castilla la Vieja, Cataluña, Baleares y Canarias. En Cataluña, cuya Junta se creó el 18 de
junio, hubo sublevaciones desde Tortosa a Puigcerdá y desde Lérida a Rosas (Gómez de
Arteche) al grito de: “¡Viva la Religión, viva Fernando VII, viva la Patria!” durante todo el
mes de junio.
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                              22




                                                El general Palafox, héroe en los Sitios de Zaragoza,
                                                               detalle por Fco. Goya




        2.3.4. El aparato organizado. Sobre cómo se desarrolló el Dos de Mayo, la
hipótesis populista afirma la total espontaneidad de los sucesos como fruto del sentimiento
popular (Pérez de Guzmán). Por ejemplo, de ella se hace eco el historiador Jaime del
Burgo Torres, al negar que la conspiración estuviese preparada de antemano por los
elementos del partido fernandino, “ya que –dice- hubieran recurrido primero a los elementos
militares, y lo cierto es que fue el pueblo el que, sin pensar en las circunstancias ni
considerar su indefensión, se lanzó a la lucha contra los imperiales considerados
invencibles. La actitud de las autoridades constituidas no fue más que una permanente
muestra de cobardía” (17). Digamos que del Burgo podría reconsiderar la hipótesis de la
conspiración, pues el fundamento de ésta es sólido, advirtiéndose que lo mismo que piensa
él, pudieron pensar los organizadores fernandinos.
        La hipótesis de Corona Baratech (18) expone la existencia de un aparato
organizado por los fernandinos y antigodoístas, preparado con ocasión del motín de
Aranjuez, aunque el éxito de éste último no hiciese necesario su funcionamiento.
Recordemos la expulsión de Madrid que sufrieron los fernandinos tras la conjura fallida de
Fernando VII (“proceso de El Escorial”) el 27-X-1807. También Gil Munilla afirma que desde
el 2 de mayo y en junio: “triunfa un levantamiento popular, conscientemente provocado,
según todas las apariencias, por personas influyentes –en el ámbito nacional o local- que
ya en marzo manifestaron su propósito de conducir la Monarquía por derroteros que
hicieran inviable el vilipendiado despotismo ministerial” (19). En realidad, la dinámica o
método del Dos de Mayo se repitió en muchos alzamientos posteriores. Dicho aparato o
máquina política -extendida por el resto de España-, primero quiso evitar que Murat
restaurase a Carlos IV, luego se propuso difundir la sublevación de forma radial, y, tras ello,
garantizar Juntas locales y provinciales, siendo enseguida la política de éstas últimas
absorbida por el problema militar. Pensemos que los desterrados de la conjura fallida de
Fernando VII en octubre, marcharon a ciudades como Zaragoza, y que ahí siguieron
actuando.
        ¿Cuál fue el método seguido en los diferentes alzamientos que, simultáneos y
ocurridos en lugares muy distantes, desorientaron a los franceses y dieron la sensación de
un alzamiento generalizado, que es lo que era en realidad? Según Corona Baratech, fue el
siguiente:

       “(…) 1º), un mismo y único protagonista “el pueblo”, que actúa y decide
       espontáneamente, como movido por un resorte a la noticia de los sucesos del dos
       de mayo, y de las abdicaciones de Bayona; la voz del pueblo la hace oír una mujer
       (Madrid), conmovida por los llantos del Infante Francisco de Paula, que no se quiere
       ir; un pajuelero (Valencia); un practicante cirujano (Zaragoza); un desconocido Sr.
       Tap (Sevilla); en Santander el pueblo se enardece ante la disputa entre un francés y
       el padre de un niño a quien el francés había reprendido, etc.;
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                                              23

        2º), el pueblo enfervorizado de patriotismo y de irritación se dirige a las autoridades
        y les obliga a dimitir;
        3º), el pueblo obliga a constituir una Junta con personas que le merecen confianza,
        para organizar la guerra contra el francés;
        4º), el pueblo logra imponerse a las autoridades antiguas, no sólo mediante el
        clamor de una gran masa, sino también mediante la violencia y la fuerza de las
        armas que ha obtenido de los parques militares; el pueblo se ha armado;
        5º), constituido un nuevo gobierno regional o local, el pueblo se sosiega
        instantáneamente; “se somete dulcemente a su imperio” (20).

        Según este modelo o método, que después se desarrolló en toda España, la noticia
que impulsa al pueblo es la misma, el pueblo reaccionó de manera similar, hay una clara
consigna, y ésta es recibida por una célula de un aparato preexistente.
        Desde Madrid se preparó la consigna general. “El chispazo que desencadenó la
tragedia del dos de mayo fue provocado por un grupo, decidido a levantar al pueblo contra
los franceses, saltando por encima de la parsimonia mostrada por la Junta Suprema
Delegada, que según Azanza y O’Farril, acordó preparar el alzamiento con más cautela y
prudencia” (Corona). Su difusión del alzamiento por España fue radial desde Madrid, y se
realizó a partir del Dos de Mayo. Se imitó el mecanismo y el plan seguido en Madrid, y el
propósito de crear Juntas locales y Provinciales claramente antifrancesas, ya sea
destituyendo las autoridades del régimen anterior ya constituyendo unas nuevas
autoridades, “con participación de los tres Estados del Reino, nobleza, clero y Estado llano”
(Corona). La hipótesis de Corona sobre la existencia de núcleos políticos en las principales
ciudades, que “pusieron en movimiento al pueblo y que dictaron los nombres de las nuevas
autoridades”, es muy sugerente, está bien fundada, y hasta puede transformarse en tesis al
ser adoptada por otros autores.




                                                           La dureza de la guerra asoló las tierras de España durante
Grabado de “Los desastres de la guerra”, por Fco. Goya      seis duros y largos años (1808-1814). Los franceses se
                                                         hicieron fuertes en las ciudades. Murallas de Pamplona. Foto:
                                                                                    JFG (2010)



        3. NUEVAS INSTITUCIONES Y MANTENIMIENTO DE LA LEGITIMIDAD
MONÁRQUICA: DE LAS JUNTAS PROVINCIALES A LA REGENCIA
        Si la guerra era una vivencia desconocida en el territorio español desde la guerra de
Sucesión (1705-1714), ahora será una vivencia cotidiana durante 6 años. En 1808 la
tragedia será mayor que en 1705, debido al mayor enconamiento entre las partes en
conflicto, y a los mayores excesos, expresados por Goya en la serie de grabados titulados
Los Desastres de la guerra.

        3.1. TENDENCIAS POLÍTICAS
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                              24

        A comienzos del s. XIX español, en las élites o grupos dirigentes pueden observarse
diferentes tendencias o sectores políticos. Tales son: conservadores (absolutistas),
tradicionales (renovadores), e innovadores (liberales o patriotas o bien afrancesados o
bonapartistas). En estos últimos se incluyen los que se encontraban próximos al sistema
político inglés. Sobre ellos han escrito autores como Suárez Verdaguer (21), Carlos Corona
(22), Gil Munilla (23), José Andrés-Gallego, Fernández de la Cigoña (24) etc. Sin embargo,
estas tendencias no agotaban la realidad política de España, pues el pueblo no era el
encargado de solucionar los problemas institucionales producidos por el despotismo
ilustrado, tenía una mentalidad y valores arraigados en vez de ideología, desconocía la
lucha de las camarillas por el poder, y no racionalizaba la realidad básica que vivía.
        En España dominaba una gran masa nacional como soporte vital del país, diríamos
que políticamente poco cualificada (Corona), pero fiel a la Religión y al rey Fernando,
contraria al impopular Godoy, y muy preocupada por los sucesos revolucionarios franceses.
Si los sectores conservadores y renovadores citados estaban cerca de este pueblo por
coincidir con sus principios básicos, el giro de los absolutistas (no de los renovadores) hacia
el afrancesamiento, alejaba a estos del pueblo español.
        A diferencia del resto de España, en el Reino de Navarra y los territorios forales
vecinos (el Señorío de Vizcaya y las Provincias –con mayúscula- de Guipúzcoa y Álava),
toda la población vivía la monarquía tradicional (efectiva y preeminencial) no absolutista,
ejemplo para los renovadores o tradicionales, aunque en estos lugares también hubiese
algunas élites absolutistas residentes en Madrid y relacionadas con la Corte partidarias del
despotismo ilustrado. Por mi parte, tengo preparada una síntesis relativa a Navarra (25).
Pues bien, la existencia de dichas tendencias de élite y populares, impiden reducir la
situación política a dos sectores -absolutista y liberal- en la que caen los autores
ideologizados y dialécticos, que miran más a modelos que a realidades, y más a lo foráneo
que a la especificidad española.
        Los liberales o innovadores de Cádiz se autocalificaron de “patriotas”, de una patria
formada por individuos y con un Rey como primer funcionario. Aprovecharon bien la
ocasión para realizar una ruptura institucional con formas de aparente continuidad. La
ocasión eran los aparentes cambios sociales fruto de la guerra, pero sobre todo las
circunstancias bélicas, unidas a la audacia, organización e irregularidades cometidas por
la minoría liberal en la preparación de las Cortes y durante el desarrollo de estas. El pueblo
español no era liberal. Más tarde, reflexionando sobre el pasado y desde los hechos
consumados, será fácil pretender justificar la ruptura de 1812, aunque más desde
supuestos ideológicos liberales que desde la realidad y el deseo del pueblo español.
        He aquí algunos de estos aparentes cambios: 1º) El reforzamiento de las antiguas
autoridades claudicantes ante los franceses, y el monarca preso en Bayona, quebrará en
apariencia la continuidad de la propia autoridad o legitimidad de origen. 2º) El presentismo
del momento, debido a la excitación que originó el levantamiento, la tensión y crueldad de
la guerra, así como la novedad de un conflicto interno, quebrará en apariencia la
continuidad vital de una comunidad. 3º) La transformación del súbdito en héroe, quebrará
en apariencia la continuidad del yo individual y comunitario. 4º) La liberación física y moral
que supone el triunfo militar en la Guerra, quebrará en apariencia el marco real de
referencia –comunitario, de costumbres e institucional- consistente en jurisdicciones,
libertades, obligaciones y derechos.
        Una Guerra destructiva de seis largos años, fue la gran ocasión que tuvo la
decidida minoría innovadora (liberal), reunida en unas Cortes anómalas como las de 1812,
aunque su planteamiento no fuese aparentemente tan aberrante como la convocatoria de la
Asamblea de Notables en Bayona del año 1808. Esta actividad de retaguardia, solicitaba y
exigía al pueblo español -tradicionalista en su mayoría- pensar en otra cosa que en la
expulsión de los franceses, y argumentar una justificación general de su ser comunitario.
Ahora bien, como era comprensible, este pueblo no lo hizo, porque la ocasión era
totalmente inoportuna, no existía una adecuada vertebración política, las Juntas
provinciales carecían de la debida conexión con las instituciones sociales, y los solicitantes
eran poco o nada representativos. Hasta se ignora cómo fueron elegidos los dos diputados
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                             25

que decían representar al Reino de Navarra, mientras que otros diputados fueron
nombrados de forma arbitraria, formando los diputados suplentes un tercer grupo sujeto a
análisis. Pero, sobre todo, el pueblo estaba al margen de dicha reunión a Cortes, y era
ajeno a la naturaleza soberanista que éstas adquirieron desde sus primeras sesiones, tan
opuesta a lo que el Rey o la Junta Central desearon.

        3.2. SURGIMIENTO DE LAS JUNTAS LOCALES Y PROVINCIALES
        La Junta de Gobierno, nombrada por Fernando VII antes de ir tras los pasos de
Napoleón, estaba presidida por el infante don Antonio y las más prestigiosas instituciones,
tales como el Consejo de Castilla, las Capitanías Generales y las Audiencias, que
aceptaron en parte los hechos consumados de Bayona, e inicialmente colaboraron con las
autoridades imperiales y el rey intruso José. En toda España, muchas altas esferas de la
administración y del ejército estaban atemorizadas por el dominio francés durante las
semanas siguientes al 2 de mayo. Así, “las Audiencias provinciales y los distintos capitanes
generales habrían estado justificados al invitar a la revuelta, pero no hubo llamamiento
alguno de esta índole. El ejemplo de la tímida Junta de Gobierno de Madrid fue seguido por
muchos otros encumbrados individuos, y la resistencia que surgió serían en muchos casos
obra de las masas populares” (Lovett).
        Pronto las autoridades legítimas de origen se vieron desbordadas por los españoles
(élites y pueblo) que defendieron aquellos principios básicos implícitos en la legitimidad de
ejercicio, aunque en realidad no sustituyeron a dichas autoridades sino que las
reforzaron. Como ya se ha dicho, el Dos de Mayo, y el conocimiento de las abdicaciones
de Bayona cuando tuvieron lugar, produjeron una eclosión de levantamientos populares,
creándose por todas partes Juntas locales y provinciales, ya como desafío colectivo a
Napoleón, ya para dirigir la resistencia española. Estas Juntas formaron parte del
mecanismo, modelo y plan establecido ya citado, y se desmarcaron de la Junta de
Gobierno nombrada por Fernando VII antes de marchar de Madrid. No en vano, esta última
Junta estaba mediatizada por Murat, y sus miembros parecían ministros de la
Administración pública francesa, optando por una posición inactiva y colaboracionista con
los franceses ante el Dos de Mayo. En realidad, cuando algunos de los miembros de la
Junta de Gobierno (O’Farril etc.) reconocieron a José Bonaparte como rey tras conocer las
abdicaciones de Bayona, la legitimidad de dicha Junta de Gobierno será retomada por
la Junta Central.
        Sabemos que “en toda España surgieron las Juntas Provinciales, como movidas por
un resorte y con arreglo a un mecanismo sospechosamente preestablecido” (Corona
Baratech). Muchas Juntas Provinciales (Oviedo…) se consideraron delegadas de Fernando
VII (único depositario de la soberanía política), mientras algunas otras recabaron la
soberanía para sí mismas, según la personalidad de sus componentes.
        Sólo en algunos casos (Torre del Fresco en Badajoz, y Solano en Cádiz), la
sublevación popular se realizó contra la voluntad de las autoridades del llamado Antiguo
Régimen. Lo habitual fue la “integración en las Juntas Provinciales de las autoridades
antiguas reforzadas por otras personalidades prestigiosas y ratificadas todas por el clamor
popular” (Palacio Atard). Tal como hemos dicho, las Juntas provinciales “estaban
integradas por las antiguas autoridades más alguna otra personalidad de prestigio, todas
las cuales fueron ratificadas por el clamor popular: así aparecen doblemente legitimadas, al
ser herederas de las autoridades constituidas y contar con el respaldo del pueblo” (26). Así
fue, salvo excepciones, cuando en algún caso las Juntas, “angustiadas, vacilaban en lanzar
a sus súbditos a un combate sin esperanzas”. Así, aunque Juntas locales o Provinciales
no estaban previstas por la ley, su aparición mantuvo una “continuidad legal” (Palacio
Atard), que se vio fortalecida por la influencia del pueblo en unas extraordinarias
circunstancias de guerra. La actividad de las Juntas será absorbida por la guerra.
        Sobre el significado de las Juntas Provinciales, el jurista Jaime Ignacio del Burgo
afirma:
José Fermín GARRALDA ARIZCUN                           26

       “(…) es curioso que, a pesar de que el país, salvo Navarra y Vascongadas, llevaba
       más de cien años de centralismo, el instinto de defensa popular hizo revivir las
       antiguas instituciones, que pudiéramos denominar forales. Así, por ejemplo, Asturias
       convirtió la Junta del Principado, entidad meramente económica, en el organismo
       superior de la región; Galicia hizo renacer la Diputación General del Reino; Lérida
       organizó su Junta sobre la base de los antiguos corregimientos de la ciudad, y
       Aragón recurrió a la convocatoria de las cortes del reino (…)” (Cárcer de Montalbán)
       (27).




  Detalle del Sitio de Gerona por C. Montserrat   Mariano Álvarez de Castro, héroe
                                                  de la defensa de Gerona en 1809,
                                                             por Planella



       3.3. INICIATIVA REGIA DE LA CONVOCATORIA A CORTES
       El 1 y 4 de mayo Fernando VII mostró su voluntad de convocar Cortes, que dispuso
en sus dos decretos del día 5. En uno, mandaba a la Junta de Gobierno que se trasladase
a un lugar seguro, asumiese la soberanía, y declarase la guerra a Napoleón. En otro,
ordenaba al Consejo Real o, en su defecto, a cualquier Chancillería o Audiencia no
mediatizada por los franceses, que “se convocasen las Cortes (…) (para que) se ocupasen
únicamente en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa
del Reino, y que quedasen permanentes para lo demás que pudiese ocurrir”.
       La Junta de Gobierno conoció ambos decretos pero no los atendió, ni los hizo
circular, siendo Pedro Cevallos, que había acompañado a Fernando VII a Bayona, quien
los reconstruyó e hizo saber tan pronto como regresó de Francia. Por no obedecer al
monarca, la Junta de Gobierno fue sustituída por la Junta Central.

       3.4. SURGE LA JUNTA CENTRAL SUPREMA
       Las Juntas Provinciales se plantearon un poder efectivo central para evitar un
posible vacío de poder y legitimidad. El móvil fue la prisión del rey y la mayor o menor
claudicación de altas instituciones del Reino ante Bonaparte, como era el caso de la Junta
de Gobierno conocedora de las abdicaciones de Bayona y del Consejo de Castilla. La Junta
Central como institución era históricamente una novedad, fruto de un caso de emergencia,
y conducirá a la Regencia algo más de un año después. Las aspiraciones de las Juntas
eran diversas, pues según reconoce Forcada Torres:

       “Algunas de las Juntas provinciales, considerándose “más Supremas” que las
       demás, pretendían que el país entero las reconociese como sucesoras del Rey y su
       Gobierno (añado que por ejemplo la de Sevilla). Otras, más modestas,
       contentábanse con regir su propia jurisdicción con plena independencia de cualquier
       poder central; otras, finalmente, decidieron unirse con sus vecinas para constituir
       una sola, bajo un solo mando. Este fue el partido que eligieron y pusieron en
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1808-1814 en España y Navarra

  • 1. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 1 1808-1814 EN ESPAÑA Y NAVARRA José Fermín GARRALDA ARIZCUN Dr. en Historia (Navarra, España) Pamplona, 1 de mayo de 2010
  • 2. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 2 1808-1814 EN ESPAÑA Y NAVARRA José Fermín GARRALDA ARIZCUN Dr. en Historia (Navarra, España) Pamplona, 1 de mayo de 2010 Con este título presentamos cinco trabajos que en su día fueron publicados en “Ahora-Información” y en la revista digital “Arbil”. Deseamos darlos al público lector reunidos en un solo texto, con el ánimo de servir al conocimiento histórico. Utilizamos la vía digital por una mayor facilidad y para una rápida difusión, conforme al mundo de las nuevas tecnologías. Diferenciar la Corona de España (o las Españas) y el Reino de Navarra sólo tiene una función práctica, toda vez que dicho Reino estaba incorporado a Castilla desde 1513- 1515 mediante unión eqüe-principal. En diferentes ocasiones, nos referiremos a Navarra como parte de la monarquía española en su oposición a Napoleón y en el mantenimiento de sus Fueros milenarios. Dichos trabajos son los siguientes: Agrupados en el epígrafe “Insurrección y organización de la resistencia del pueblo español en 1808”, recogemos los artículos “El 2 de mayo”, “Llamamiento a las armas y alzamiento general”, “De las Juntas a la Regencia”, publicados en la Revista “Ahora Información” (España), nº 93 (jul.-agosto 2008), monográfico: “1808-2008. En guerra contra la Revolución”, 39 pp., pág. 21-27. “1808-1814: alzamiento popular y legitimidad monárquica en la corona de España y el reino de Navarra”. Revista digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”, Nº 116. Ha sido reproducido íntegramente en “Euro-Synergies. Forum des résistants européens” 28-0I-2009; y “Diarioya.es” “Las Cortes de Cádiz de 1812, el ideario de la Revolución Francesa y la herencia política de España”, Conferencia impartida en Zaragoza, 12 de abril de 2008; texto de la conferencia en la página Web de las “XIX Jornadas de la Unidad Católica”, 12 fols. El texto se encuentra muy ampliado en revista digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”, Nº 116. Nº 116. Este texto ha sido editado íntegro en el Blogger “Derecho comercial el Linea” (viernes 30 de mayo de 2008), administrado por el dr. Víctor Hugo Chanduvi Cornejo (Trujillo, Perú), y en “Todo Política. Com”. El texto ha sido editado parcialmente en “Libertad Digital”, “Pío Moa. Presente y Pasado”, 3-X-2008, por DeElea (16-VIII-2008). Plantación del árbol simbólico de la libertad alcanzada El rey legítimo Luis XVI es guillotinado el 21-I-1793. Su con la Revolución francesa, 1790. esposa la reina Mª Antonieta lo será el 16-X-1793.
  • 3. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 3 1. INSURRECCIÓN Y ORGANIZACIÓN DE LA RESISTENCIA DEL PUEBLO ESPAÑOL EN 1808 1.1. EL “DOS DE MAYO” La gran eclosión española contra Napoleón en Madrid el Dos de Mayo de 1808, fracasó y acabó en una dura represión. Sin embargo, sus consecuencias inmediatas fueron de un gran éxito en la España libre de tropas francesas. El marco histórico y lo acaecido es claro. La complejidad surge cuando se profundiza sobre su espontaneidad u organización, y sobre el modelo o método de estallido que el Dos de Mayo supuso para muchos alzamientos efectuados a finales de mayo y comienzos de junio. Es necesario conocer el marco histórico. El reinado de Carlos IV estuvo marcado por los sucesos revolucionarios de Francia, y por la profunda crisis interna y de política exterior que atravesaba España. La crisis interna afectaba a la política, ideas y finanzas del Gobierno absolutista –que culminó en el despotismo ilustrado-, unida a la crisis económica de España. Todo indicaba que los españoles eran conscientes de la necesidad de renovar la forma de gobernar, de hacer política, y a sus políticos. ¿Cómo? Fernando (VII), Príncipe de Asturias, se propuso el cese del favorito Manuel Godoy para enderezar así “la monarquía envilecida por el infamado Príncipe de la Paz” (Corona Baratech). Ello provocó la crisis en la Corte y la Familia Real. El 27-X-1807, Fernando realizó una conjura, fallida al ser descubierta por Carlos IV -el “proceso de El Escorial”-. Más tarde, el 17-III-1808 los fernandinos provocaron el motín de Aranjuez, por el que Godoy fue depuesto y apresado en el castillo de Villaviciosa. Dos días después, Carlos IV abdicará en su hijo Fernando VII, que entró triunfalmente en Madrid el 24 de marzo. En abril, Carlos IV se retractaba de su abdicación, y luego informará a Fernando VII –que manifestó su total extrañeza (4-V)- que ésta había sido temporal. A esta crisis múltiple se le sumó la subordinación política de Godoy y Carlos IV a Francia. En el Tratado de San Ildefonso (1796), España unía su destino a Francia contra Inglaterra y Portugal. Luego vino el desastre de Trafalgar (1805). En el Tratado de Fontainebleau (1807), se acordó que España se quedaría con una parte de Portugal y dejaba pasar a 28.000 soldados franceses hacia Lisboa, aunque, el 1-II-1808, Junot proclamará en Lisboa la anexión de Portugal al Imperio Francés, burlando así dicho Tratado. La ocasión era propicia para Napoleón, pues tanto Fernando VII como Carlos IV le solicitaban su confirmación o reposición respectivamente en el trono de España. Los planes de Napoleón fueron variados según la oportunidad: 1º Intervenir en España manejando a Godoy; 2º Desmembrar el territorio español quedándose con parte del mismo; 3º Suplantar a los Borbones. Los hechos. La situación, cuajando lentamente desde la paz de Basilea (1785) hasta 1808, se resolvió rápidamente. Fernando temió que Murat, con sus 35.000 soldados en Madrid, repusiera a su padre Carlos IV. Buscó y siguió a Napoleón, dejando en Madrid una Junta de Gobierno y al ministro de Guerra O’Farrill. Carlos IV también buscaba al gran corso. Así, Napoleón atrajo con engaños a los Borbones hasta Bayona, y el raptor de Europa secuestró a toda una Familia Real, símbolo viviente de una Dinastía centenaria, cabeza de una Monarquía. Las tropas francesas pasaron de la popularidad –antes se les creía favorables al rey- a la impopularidad. En abril hubo incidentes en Carabanchel (día 12), Burgos, Toledo (21) y Madrid (26). La capital estaba en ebullición, que aumentó al tenerse noticia del maltrato que Fernando recibía en Bayona. Antes del 1 de mayo, los barrios pidieron armas. Los madrileños conocían los grandes problemas que Murat planteó a la Junta de Gobierno el 30-IV. A las 9 de la mañana del día 2, los madrileños conocían la decisión que la Junta tomó en su sesión nocturna del día 1, de acatar la orden de Murat y así permitir que el hermano menor de Fernando VII -Francisco de Paula- y su hermana María Luisa, viajasen a Bayona. El pueblo estaba dispuesto a impedirlo e intervenir con independencia de la Junta de Gobierno de la nación, pues ni el ministro O’Farrill ni otros querían una inviable –así la consideraban- la resistencia armada.
  • 4. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 4 El día 2 llegaron muchos forasteros madrugadores. Las abdicaciones de Bayona todavía no se habían realizado. Se desató el tumulto o levantamiento popular. Corona Baratech (1959) muestra que hubo una conspiración y un estado de alerta previo, aunque para Espadas Burgos (1992) no hay constancia documental de una premeditación sino conjeturas. Pero los datos sobre una organización son abundantes. Es muy posible que confluyeran la organización y la espontaneidad: la existencia de agentes fernandinos que fomentasen la sublevación no justificaba del todo la reacción popular. El pueblo estalló con mucha más energía, unanimidad y necesidad que en el motín de Esquilache (1766). El capitán general Negret confinó a la tropa en los cuarteles, ante los 35.000 soldados imperiales que rodeaban la ciudad. Los franceses entraron a raudales por varios puntos. Se luchaba por todos los sitios. Del Ejército español sólo se sublevaron los capitanes jefes Pedro Velarde y Luís Daoíz, el teniente Ruiz, que con un puñado de soldados y unos 100 civiles, resistieron a miles de soldados franceses en el parque de Artillería de Monteleón. Hasta el fin. Debido a qué víctimas hubo, no creo que sólo se alzase el pueblo sencillo o bajo, aunque es cierto que no hubo nobleza titulada ni militares de alta graduación entre los sublevados. La lucha fue muy desigual. El Madrid de hecho sublevado –no los que hubieran podido alzarse- carecía de posibilidades de éxito. Los combates concluyeron hacia las dos de la tarde. A continuación, ese mismo día, Murat fijó un Bando de 7 artículos con unas medidas draconianas. La noche de la represión del día 2 al 3 cayeron fusiladas cientos de personas en el Prado, Puerta del Sol, las iglesias de la Soledad y del Buen Suceso, Casa de Campo y Buen Retiro, los altos de la Florida y de Amaniel, montaña del Príncipe Pío, a las afueras de la puerta de Segovia etc. Si la lucha fue sangrienta, también lo fue la represión posterior. Cada cual valoró el total de víctimas según su conveniencia. Napoleón escribía a sus hermanos (6-V) que del populacho murieron más de dos mil entre los 40 a 50.000 sublevados. El conde de Toreno estima que en total fueron 1.200. Sin embargo, el investigador Pérez de Guzmán (1908), menciona 409 muertos y 171 heridos, y Horta Rodríguez (1975) 526 muertos. En los combates y posteriores fusilamientos, entre los identificados había: personas sin oficio declarado y pueblo llano, 75 muertos y 24 heridos; mujeres, 57 y 22 respectivamente; sin oficio declarado y con Don, 22 y 11; militares, 40 y 28; niños, 13 y 2; y eclesiásticos, 3 muertos y 6 heridos. Sólo había pueblo sin dirigentes ni intelectuales (Alonso Baquer). Murat cumplió lo anunciado el día 1 a Napoleón -”Estoy dispuesto a dar una lección al primero que se mueva”- y en su bando del día 2. Lo hizo con sangre. El día 3 escribía a Napoleón: “La tranquilidad no será ya turbada, todo el mundo está ya resignado”, “La victoria que acabo de obtener sobre los insurrectos de la capital nos abre la posesión pacífica de España”. Pero se equivocaba. __________ PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO J., El dos de mayo de 1808 en Madrid, Madrid, 1908; LOVETT, Gabriel H., “El intento afrancesado y la guerra de Independencia”, en Historia General de España y América, Madrid, Rialp, Tomo XII: Del antiguo al nuevo régimen. (Hasta la muerte de Fernando VII), 1992, 634 pp., pág. 167- 247; DÍAZ PLAJA Fernando, Historia de España en sus documentos, Barcelona, Plaza y Janés, 1971, y, para el gran público, ÍD. Dos de mayo de 1808, Madrid, Espasa, 1996, 230 pp. A los trabajos generales de Palacio Atard, Pabón, Artola, Jover, y Carr etc., sumamos el de Martí Gilabert (el motín de Aranjuez), y, sobre Godoy, los de Bullón de Mendoza, Chastenet, Madol, Seco Serrano, y Taxonera. Tienen gran interés las memorias de Mesonero Romanos, Alcalá Galiano, y el conde de Toreno (los tres testigos de los hechos), las de Juan Escoiquiz (preceptor de Fernando VII), Blanco White, Du Forest y el barón de Marbot, así como la correspondencia de Murat. Algunos libros recientes son: DIEGO Emilio de, España, el Infierno de Napoleón, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, 591 pp.; DIEGO Emilio de, SÁNCHEZ-ARCILLA José, ¡España se alza!, Barcelona, Áltera, 2008, 430 pp.; VILCHES Jorge, Liberales de 1808, Madrid, Ed. Fundación, 2008, 347 pp.; como historia literaria de gran interés, GARCIA FUERTES Arsenio, Dos de mayo de 1808. El grito de una Nación, Barcelona, Inédita Editores, 2008, 694 pp.
  • 5. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 5 Detalle de “El 2 de mayo” de Sorolla. “¡Vecinos, a armarse! Detalle de “Los fusilamientos de la Moncloa” por Fco. Goya. El ¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los franceses” (Memorias de un desafío al invasor y la crudeza del momento, se despliegan setentón de Mesonero Romanos). Los capitanes Daoiz y delante del oscuro pelotón francés de fusilamiento. Velarde demostraron la entereza de la que harán gala los españoles. 1.2. LLAMAMIENTO A LAS ARMAS Y ALZAMIENTO GENERAL El Infante Fco. de Paula salió de Madrid hacia Francia en la mañana del 3 de mayo. Hemos visto a una familia Real secuestrada y a un pueblo valiente, aunque oscilante desde los pequeños gozos hasta -“exasperado hasta el último punto” (José Bonaparte)- el gran desengaño. El levantamiento del Dos de Mayo y la represión del 2 al 3 fueron el pistoletazo de salida para la insurrección general en los lugares no ocupados por los franceses. Sí; la chispa se convirtió en la hoguera nacional donde se consumirá el mejor Ejército de Europa. El sacrificio aparentemente sin sentido del pueblo de Madrid, dio un fruto granado en toda España a finales de mayo. El éxito del efecto psicológico del Dos de Mayo fue absoluto. Hasta el general francés, barón de Marbot, reconocerá la inmoralidad de la causa francesa en España, y decía que como él pensaba la mayor parte del Ejército imperial. Los alcaldes de Móstoles dirigieron su Bando a los justicias de los pueblos el mismo dos de mayo. Este Bando hizo de puente entre el alzamiento de Madrid y los de toda España en mayo y a comienzos de junio. Informaba que “en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre”, y pedía ayuda a los leales y valientes en defensa del Rey y la Patria, contra quienes se habían apoderado de la persona del monarca, y cambiaban la amistad y la alianza por “un pesado yugo”. Aunque lo firmaron Andrés Torrejón y Simón Hernández, lo redactó Juan Pérez Villamil, que era fiscal del Supremo Consejo de Guerra, secretario del Almirantazgo, y miembro de la Junta que podía sustituir a la Junta de Gobierno establecida por Fernando, “llegado el caso de carecer ésta de libertad” (Toreno), sustituyéndola con “todas las (facultades) que residían en la formada por el Rey Fernando”. Sin embargo, dicho Bando sólo pedía ayuda a los pueblos entorno a Madrid y de la carretera de Extremadura ¿Qué ocurría en Bayona? El día 1 de mayo, Fernando proponía a su padre la solución del problema dinástico: la reunión de Cortes –o mejor, de los tribunales y diputados de los Reinos- en Madrid, y su renuncia a la Corona, exigiendo a Carlos IV que no confiase en las “personas que justamente se han concitado el odio de la nación”. Carlos IV lo rechazó. El 5 de mayo, Napoleón obtuvo la abdicación, no sin resistencia y con presiones, de Carlos IV. Tan sólo al día siguiente, Fernando VII, amenazado por Napoleón de ser tratado como rebelde, entregó la corona a su padre. En el texto de abdicación, Carlos IV se declaraba rey, y condicionaba su abdicación al mantenimiento de la integridad del Reino (luego vulnerada por Napoleón), y a que “La religión católica, apostólica y romana será la única en España. No se tolerará en su territorio religión alguna reformada y mucho menos infiel según el uso establecido actualmente” (lo que se reflejó en el Art. 1 de la Constitución de Bayona de 1808, contradicho por ciertos actos de José Bonaparte). Si el rey Carlos rendía su tributo a Dios y al Reino, el pueblo español luchará por su
  • 6. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 6 rey -en éste caso Fernando VII- y la integridad e independencia de la Patria, y con más motivo por su Religión. La abdicación de Carlos IV se fundaba en el deseo de poner fin a la anarquía, las facciones y la guerra, y a lograr la tranquilidad política para mantener la integridad territorial, las colonias y -apoyada España por Francia- alcanzar la paz en el mar. Carlos IV y Godoy residirán en Marsella y luego, el 16-VII-1812, irán a Roma. La gran revuelta antifrancesa fue simultánea y espontánea en toda la península, aunque con tuvo una canalización oculta. El Alzamiento nacional fue organizado mal y de forma precipitada, y no por el pueblo sino por minorías capacitadas (Corona). En él participaron –salvo excepción- todos los sectores sociales. Aunque la planificación fernandina se apunta para toda España, ello no quita importancia al “gesto de supervivencia” de los españoles (Cuenca Toribio), al explotar el “resentimiento largamente acumulado contra la traición y la agresión de Napoleón” (Lovett). El Dos de Mayo y el conocimiento de las abdicaciones de Bayona, produjo una eclosión de levantamientos populares, creándose Juntas locales y provinciales como desafío colectivo a Napoleón: Asturias (día 9-V y 24); Valencia, Murcia, Cartagena (24); Zaragoza (26); Santander y Sevilla (27); Cádiz, Córdoba y Jaén (29); Granada, Badajoz y La Coruña (30) etc. Les siguieron toda Castilla la Vieja, Cataluña, Baleares y Canarias. En Cataluña hubo sublevaciones desde Tortosa a Puigcerdá y desde Lérida a Rosas (Gómez de Arteche) al grito de: “¡Viva la Religión, viva Fernando VII, viva la Patria”. Para los primeros días de junio el estado de insurrección era general, surgiendo por todas partes Juntas locales o provinciales para dirigir la resistencia española. Sobre cómo se desarrolló el Dos de Mayo, la hipótesis populista afirma la espontaneidad de los sucesos como fruto del sentimiento popular (Pérez de Guzmán). Sin embargo, la hipótesis de Corona Baratech expone la existencia de un aparato organizado por los fernandinos y antigodoístas, preparado ya para el motín de Aranjuez, aunque el éxito de éste último no hiciese necesario su funcionamiento. La dinámica o método del Dos de Mayo se repitió en muchos alzamientos posteriores. Dicho aparato o máquina política -extendida por el resto de España- primero quiso evitar que Murat restaurase a Carlos IV, luego difundir la sublevación de forma radial, y tras ello originar Juntas nuevas, aunque la política de éstas será luego absorbida por el problema militar. Las ideas del pueblo español sobre la monarquía, la religión y la nación española fueron la causa de las contradicciones y triple error de Napoleón -monárquico, religioso y nacional-, que “acarre(ó) la ruina del Imperio” (Pabón). Se generalizó el convencimiento de que los franceses, además de enemigos de España y del Rey, lo eran de la Religión. Baste citar el Catecismo popular leído en la zona libre de franceses, el libro Despertar cristiano, los destrozos y sacrilegios cometidos, los escritos de –por ejemplo- Don José de Larrea en el Libro Parroquial de Berrosteguieta (21-VI-1813), y la prisión y destierro del Papa Pío VII. Esto último no obligaba al alto clero mover a los españoles a la insurrección, a diferencia de lo que supone Díaz-Plaja. También Fugier subrayó el error de España del Emperador. Si seguimos las denominaciones ofrecidas por Alonso Baquer (1983), el Dos de Mayo se trató de un levantamiento popular por producirse al margen de la fuerza armada (me refiero a los mandos superiores), mientras que su prolongación en España fue un alzamiento nacional, en el que pueblo, dirigentes y mandos militares, actuaron a la vez. __________ CORONA BARATECH Carlos, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, Rialp, 1957; “Precedentes ideológicos de la guerra de la independencia”, Zaragoza, Librería General, 1959, 28 pp., Institución ”Fernando el Católico”, publ. nº 222.
  • 7. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 7 Detalle de “La rendición de Bailén” por Casado del Alisal. El Fragmento de la “Vista del sitio y bombardeo de la ciudad de general Castaños vence al mariscal de Francia Dupont. Zaragoza por los franceses”. El heroísmo de los habitantes de Zaragoza y Gerona fue emblemático de la resistencia española, aunque al final ambas ciudades capitularon. 1.3. LAS NUEVAS INSTITUCIONES: DE LAS JUNTAS A LA REGENCIA La guerra dentro de España pasará, de ser una vivencia desconocida desde 1705-1714, a ser una vivencia cotidiana durante 6 años. La nueva situación dará a los innovadores o liberales de Cádiz (autocalificados de “patriotas” de una patria formada por individuos y con un Rey como primer funcionario) la ocasión para realizar una ruptura institucional con algunas formas de aparente continuidad. Más tarde, los aparentes cambios ocurridos en la nueva situación, darán la ocasión, a quien reflexione sobre le pasado, para justificar dicha ruptura. He aquí algunos de ellos: 1º) El reforzamiento de las antiguas autoridades claudicantes ante los franceses, y el monarca preso en Bayona, quebrará en apariencia la continuidad de la propia autoridad o legitimidad de origen. 2º) El presentismo del momento debido a la excitación que originó el levantamiento, la tensión y crueldad de la guerra, así como la novedad de un conflicto interno, quebrará en apariencia la continuidad vital de un pueblo. 3º) La transformación del súbdito en héroe, quebrará en apariencia la continuidad del yo individual y comunitario. 4º) La liberación física y moral que supone el triunfo en la Guerra, quebrará en apariencia el marco real de referencia –comunitario, de costumbres e institucional- consistente en jurisdicciones, libertades, obligaciones y derechos. La Guerra supuso la gran ocasión de una decidida minoría innovadora (liberal) reunida en unas Cortes anómalas. Esta actividad de retaguardia exigía al pueblo español, tradicionalista en su mayoría, pensar en otra cosa que en la expulsión de los franceses, y argumentar una justificación general de su ser comunitario. Como la ocasión era totalmente inoportuna, era comprensible que este pueblo no lo hiciera. Además, en general se ignoraba dicha reunión a Cortes. Había por entonces diferentes tendencias políticas de élite: conservadores o absolutistas, tradicionales o renovadores, innovadores o liberales, afrancesados, y los próximos al sistema político inglés. No obstante, en España dominaba una gran masa nacional, diríamos que poco cualificada, fiel a la Religión y al rey Fernando, contraria al impopular Godoy, y muy preocupada por los sucesos revolucionarios franceses. Sin embargo, en el Reino de Navarra y los territorios vecinos forales, toda la población vivía la monarquía tradicional no absolutista, ejemplo para los renovadores. La Junta de Gobierno, nombrada por Fernando VII antes de ir a Bayona, estaba presidida por el infante don Antonio y las más prestigiosas instituciones, tales como el Consejo
  • 8. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 8 de Castilla, las Capitanías Generales y las Audiencias, que aceptaron en parte los hechos consumados de Bayona, y colaboraron con las autoridades imperiales y el rey intruso José. Pronto las autoridades legítimas de origen se vieron desbordadas por los españoles (élites y pueblo) que defendían los principios básicos implícitos en la legitimidad de ejercicio, para solucionar las incapacidades de sus gobernantes. Corona Baratech propuso fundadamente esta hipótesis (1959): “El chispazo que desencadenó la tragedia del dos de mayo fue provocado por un grupo, decidido a levantar al pueblo contra los franceses, saltando por encima de la parsimonia mostrada por la Junta Suprema Delegada, que según Azanza y O’Farrill, acordó preparar el alzamiento con más cautela y prudencia”. Este modelo y el método seguido, se desarrolló después en toda España. Sólo en algunos casos (Torre del Fresco en Badajoz y Solano en Cádiz) la sublevación popular se realizó contra la voluntad de las autoridades del Antiguo régimen. Lo habitual fue la “integración en las Juntas Provinciales de las autoridades antiguas reforzadas por otras personalidades prestigiosas y ratificadas todas por el clamor popular”. Por eso, hay una “continuidad legal” (Palacio Atard), pues las Juntas locales o Provinciales, que no estaban previstas por la ley, se originaron en situaciones extraordinarias, como en las Comunidades y Germanías de 1521. Hubo Juntas (Oviedo…) que se consideraron delegadas de Fernando VII (único depositario de la soberanía), mientras algunas otras recabaron para sí la soberanía, según la personalidad de sus componentes. En realidad, la política de las Juntas luego será absorbida en gran parte por la guerra. Fernando VII quiso la convocatoria de Cortes entre el 1 y 4 de mayo y las dispuso en dos decretos el día 5. En uno mandaba a la Junta de Gobierno que se trasladase a un lugar seguro, asumiese la soberanía y declarase la guerra a Napoleón. En otro, ordenaba al Consejo Real o, en su defecto, a cualquier Chancillería o Audiencia no mediatizada por los franceses, que “se convocasen las Cortes (…) (para que) se ocupasen únicamente en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa del Reino, y que quedasen permanentes para lo demás que pudiese ocurrir”. La Junta de Gobierno conoció los decretos pero no los atendió, ni los hizo circular, aunque Pedro Cevallos, que había acompañado a Fernando VII a Bayona, los reconstruyó e hizo saber tan pronto como regresó de Francia. Una vez constituidas las Juntas Provinciales, el 25-IX-1808 se constituyó en Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, haciéndolo “en nombre del Rey nuestro” Fernando VII. La componían 35 representantes de las Juntas provinciales, y la presidía el anciano conde de Floridablanca. El 28-X-1808 la Junta Central señaló sus objetivos: “Expeler a los franceses, restituir a su libertad y a su trono a nuestro adorado rey y establecer bases sólidas y permanentes de buen gobierno”. Ahora bien, como “Nada es la independencia política sin la felicidad y la seguridad interior (…) el gobierno cuidará de que se extiendan y controviertan privadamente los proyectos de reformas y de instituciones que deben presentarse a la sanción nacional (…) Conocimiento y dilucidación de nuestras antiguas leyes constitutivas, alteraciones que deben sufrir en su restablecimiento por la diferencia de las circunstancias; reformas que hayan de hacerse en los códigos civil y criminal y mercantil; proyectos para mejorar la educación pública tan atrasada entre nosotros; arreglos económicos para la mejor distribución de las rentas públicas y su recaudación (…)”. Dentro de la Junta, Jovellanos –de pensamiento político tradicional renovador- fue el primero en proponer, el 7-X-1808, la convocatoria de Cortes, para que estas designasen una Regencia que asumiera el lugar del Rey; hasta entonces, la Junta Central debería nombrar una Regencia provisional. Se basaba en principios de Derecho público español (las Leyes Fundamentales). Pero Junta rechazó la propuesta. También rechazará la de Calvo de Rozas (15- IV-1809), inspirado por el liberal Quintana. Las graves anomalías que tuvo la organización de la convocatoria a Cortes, la convocatoria misma y el desarrollo de aquellas, son otra cuestión. Concluyamos diciendo que las Juntas provinciales se sintieron herederas de la autoridad antigua y estaban respaldadas por la aclamación popular. Esta naturaleza se transmitió a la Junta Central, de manera que, al resignar ésta sus poderes en la Regencia el 30-I-1810 – tan mal vista por los liberales-, se volvió “a la institucionalización de la autoridad dentro del marco de la legalidad tradicional” (Palacio Atard). La Regencia suplía la falta de Rey y lo hacía en su nombre. Así, los liberales de las anómalas Cortes de Cádiz presionaron a la Regencia hasta
  • 9. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 9 “que su autoridad fuera, en ciertos aspectos, prácticamente nula” (Suárez Verdeguer, 1982, p. 444). A continuación, las Cortes liberales proclamaron la “soberanía nacional”, de manera que una cosa fue la primera Regencia y otra la derivada de dichas Cortes. El 23-IX-1810, Regencia había convocado Cortes, pero haciendo tabla rasa de lo dispuesto por la Junta Central. Dichas Cortes eran anómalas, carecían de raíces en la tradición, y de reglas que limitaran su poder y les indicaran el camino que deberían seguir” (Suárez). En ningún momento, desde la marcha de Fernando VII a Bayona hasta la reunión de las Cortes, hubo vacío de autoridad o de poder, porque si bien el titular de la “soberanía” política era el Rey, ésta era limitada, y su ejercicio como poder recayó, en cada caso, en las instituciones superiores en nombre del monarca (Junta de Gobierno, Juntas, Junta Central y Regencia). No hubo asunción “popular” de la soberanía regia, y en general se actuó en nombre del rey. Otra cosa eran las Cortes liberales como anomalía y problema. En 1813, y antes del Tratado de Valençay, Fernando VII aludió varias veces a la Regencia como representante de la nación española, sin la menor alusión a las Cortes (Comellas), a pesar de conocer todo lo ocurrido en España. ____________ IZQUIERDO HERNÁNDEZ M., Antecedentes y comienzos del reinado de Fernando VII, Madrid, 1963; SUÁREZ VERDEGUER, Federico, “Génesis y obra de las Cortes de Cádiz”, en Historia General de España y América, Madrid, Rialp, Tomo XII: Del antiguo al nuevo régimen. (Hasta la muerte de Fernando VII), 1992, 634 pp., pág. 249-306; ÍD. El proceso de la convocatoria a Cortes (1808-1810), Pamplona, Rialp, 1982, 528 pp.; GARRALDA ARIZCUN J. F. “Las Cortes de Cádiz de 1812, el ideario de la Revolución Francesa y la herencia política de España”, en Rev. Digital “Arbil. Anotaciones de pensamiento y crítica”, nº 116 (junio 2008). Son imprescindibles los trabajos de Jovellanos, Memoria en defensa de la Junta Central, Quintana, Alcalá Galiano, Toreno y, modernamente, Juretschke (1955), Martínez de Velasco (la Junta Central, 1972), Comellas, Fernández de la Cigoña, etc. Revista “Ahora información”. Monográfico “El soldado católico en guerra de religión” por el sobre “1808-2008. En guerra contra la Beato Diego José de Cádiz. La guerra a la que se Revolución”, nº 93 (VII-VIII-2008), 39 pp. refiere es la guerra de la Convención, en 1794
  • 10. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 10 2. 1808-1814: ALZAMIENTO POPULAR Y LEGITIMIDAD MONÁRQUICA EN LA CORONA DE ESPAÑA Y EL REINO DE NAVARRA + In memoriam Aita Teodoro Garralda Goyena (Ochagavía, Valle de Salazar, Navarra), Ama María Luisa Arizcun Zozaya (Errazu, Valle de Baztán, Navarra). por José Fermín GARRALDA ARIZCUN Doctor en Historia (Navarra. España) SUMARIO: 1. Introducción 2. La insurrección antinapoleónica de 1808: 2.1. La crisis como marco histórico 2.2. El Dos de Mayo en Madrid 2.3. Llamamiento a las armas y alzamiento general: 2.3.1. El Bando de Móstoles 2.3.2. Las abdicaciones de Bayona 2.3.3. El levantamiento general 2.3.4. El aparato organizado 3. Nuevas instituciones y mantenimiento de la legitimidad monárquica: de las Juntas Provinciales a la Regencia. 3.1. Tendencias políticas 3.2. Surgimiento de las Juntas locales y provinciales 3.3. La iniciativa regia de la convocatoria a Cortes 3.4. Surge la Junta Central Suprema 3.5. De la Junta Central a la Regencia 4. El Reino de Navarra: 4.1. Mantenimiento de la Constitución histórica del Reino de Navarra 4.2. Colaboración con los franceses, defensa del Fuero y oposición abierta a Bonaparte: 4.2.1. Las proclamaciones 4.2.2. Los primeros alzamientos populares 4.2.3. La Asamblea de Bayona 4.2.4. Expulsión del virrey 4.2.5. La Diputación huye a Tudela 4.3. La Diputación y la Junta Central 4.4. ¿Relacionarse con la Junta Central fue un contrafuero? 4.5. Las Cortes generales de Cádiz como contrafuero 4.6. Restauración de la Diputación legítima 5. Colofón 1. INTRODUCCIÓN También en nuestros días el conocimiento científico de la Historia tiene una gran actualidad. Interesa a las Humanidades y al pensador profundo, es decir, al “no productor” de bienes económicos. Digamos que este tema interesa al profesional poco valorado (“pero, dígame, ¿Vd. se dedica a esto?”), y poco retribuido (“¿qué intereses esconde Vd.?,
  • 11. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 11 porque materialmente no aprecio que los pueda tener”). Interesa a aquella persona cuyos coetáneos paradójicamente tanto necesitan. No obstante, a veces aportar algo con un esfuerzo gratuito y silencioso –que sólo se entiende “por vocación”- casi exige pedir permiso a los conciudadanos, ofrecer gratis la investigación, y aún dar las gracias cuando la sociedad te considera “alguien” a ser tenido en cuenta. Sea lo que fuere, el conocimiento histórico, aparentemente tan “inútil” (y de ahí su salvaguarda), también interesa al periodista, al ámbito del ocio y la cultura de masas (hoy superficial, ocasional y vinculada al entretenimiento) y a la actual política, que sigue buscando símbolos, recuerdos y conmemoraciones, lo que demuestra la coherencia interna y tradicional del hombre. Digo que también interesa al gran público. Hoy, se rememora el pasado con fruición, hasta teatralmente y con torneos medievales durante verano, por ejemplo en el VIII Encuentro Histórico de Artajona (Navarra), y en tantos otros lugares. También los carlistas han solicitado al Ayuntamiento de Talavera de la Reina (Toledo) permiso para colocar, en la calle Corredera del Cristo nº 11, y en septiembre de 2008, una lápida en recuerdo a Don Manuel María González, el primer alzado por Don Carlos V en 1833. En resumen, digamos que basta conocer lo que hoy se investiga y escribe, visitar las librerías, asistir a universidades de curso reglado o bien de verano, romper la rutina con la cultura transmutada en ocio, y tomar nota de los gestos y actitudes de la actual clase política, y de otros políticos que no forman “clase”… para darse cuenta de la importancia de la Historia como disciplina y conocimiento. En este año de conmemoraciones con ocasión del segundo centenario del alzamiento antinapoleónico de España en 1808, es labor de los historiadores aclarar el marco y los hechos históricos a partir de las fuentes históricas primarias, así como de diferentes aportaciones historiográficas, para poder actualizar aquellas hipótesis no carentes de brillantez, fundamento y originalidad que, a pesar de ser planteadas hace algunas décadas, algunos han dejado -por diversos motivos- caer en el olvido. Ante el carácter simplista de algunas afirmaciones actuales, según las cuales el alzamiento popular antinapoleónico fue sinónimo de vacío de legitimidad, de soberanía nacional según el liberalismo, y expresión natural y espontánea de los principios ideológicos liberales, el trabajo que ahora presentamos va más allá de reafirmar hechos más o menos conocidos. En efecto, en él se analizan las circunstancias de 1808, diversos planteamientos sugerentes sobre la génesis de esta insurrección popular, y las causas del levantamiento antinapoleónico. También se analiza la situación de la legitimidad monárquica en España –y en ella del Reino de Navarra-, y se muestra la tendencia afrancesada como ruptura de la tradición española. Como afirmaba Rodríguez Garraza, todos los historiadores han elogiado la espontaneidad del pueblo español al levantarse unánimemente frente a la invasión de España por Napoleón, y han insistido en el “carácter nacional y tremendamente popular de esta guerra”. Interesa recordar que, además de luchar por la independencia, el pueblo o nación española luchó contra la ideología revolucionaria y antirreligiosa (1). Los motivos de la sublevación no sólo fueron la defensa de la independencia de los españoles como pueblo organizado, sino también su religiosidad católica, el mantenimiento de la tradición histórica, la afirmación monárquica basada en la legitimidad de origen y de ejercicio, y una dimensión social o populista. Toda esta es una temática muy actual. Por ejemplo, hoy, Aurelio Arteta, teórico y portavoz del partido socialista de Rosa Díez (UPyD) en Navarra, efectúa una crítica a un aspecto (no entro en sus contenidos) de lo que queda de los Fueros de Navarra, remitiéndose a lo que llama legitimidad racional –bandera de enganche muy propia de los liberales de 1812- frente a la legitimidad tradicional (“Diario de Navarra” 28- VIII-2008), ignorando así –entre otras cosas- que la razón y el racionalismo no se identifican. También ignora que hay aspectos de la vida muy razonables que no son producto de la razón teórica, así como la importancia de las costumbres hechas ley, y la misma tradición familiar y comunitaria. Desde luego, eso no significa que los actuales contrincantes liberal-conservadores del sr. Arteta sean verdaderos foralistas, ya que pueden ser todo lo contrario.
  • 12. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 12 Advertida la actualidad de este trabajo, digamos que la guerra de 1808 fue -sobre todo- de principios religiosos, sociales y políticos. Por entonces, el pueblo español no era preliberal, ni constitucionalista a la moderna, aunque sí lo fuesen algunas élites (Constituciones de Bayona en 1808 y Cádiz en 1812), herederas de esas otras que -en su día- ocuparon el poder con Carlos III, y que respondían a lo que dijo Sarrailh: “En verdad, nadie habla en España de despotismo o de absolutismo. Los hombres de la minoría ilustrada están convencidos de que viven bajo una monarquía moderada y casi liberal, tanto más cuanto que su rey se llama Carlos III, y sus principales ministros o consejeros son también “filósofos” a su manera” (2). El pueblo español, en todos sus estamentos sociales, era católico, lo que también afectaba a la política. Era tradicional y no prerrevolucionario. Deseaba conservar la religión de sus antepasados, defender al rey, mantener las instituciones tradicionales así como su independencia de Francia y, allí donde existían, afirmar los Fueros. Los españoles deseaban que el rey fuese la verdadera cabeza jurídica y moral de la monarquía, poseyese la suprema potestas, y no sabían qué era eso de la soberanía nacional. Eran comunitarios y no individualistas, no desamortizadores ni regalistas, ni afectos a otros aspectos del liberalismo, y afirmaban el marco social de la libertad individual. La guerra fue esencialmente popular. Sobre la participación del pueblo, además de los muchos sucesos de “feliz recuerdo”, piénsese en los antecedentes esporádicos y conflictivos de los comuneros y germanías de 1521, la revueltas de 1640, la Guerra de Sucesión (1705-1714), y, sin remontarse tan lejos, en los motines contra Esquilache en 1766 y de Aranjuez en 1808, la guerra contra la Convención francesa (1793-1795), y lo que serán los importantes conflictos posteriores a 1814. En esta aportación quisiéramos dar respuesta, desde el conocimiento histórico, a varias preguntas: 1. ¿Qué significó el príncipe Fernando ante la crisis del despotismo ministerial y cómo llegó a ser rey? 2. ¿Cómo fue el Dos de Mayo en Madrid y los alzamientos posteriores del resto de España hasta mediados de junio de dicho año? 3. Los alzamientos de 1808, ¿fueron organizados y liderados por los llamados antigodoístas, fernandinos, napolitanos o camarilla del Príncipe, o bien debe mantenerse la tesis populista de su absoluta espontaneidad? 4. Estos alzamientos, ¿supusieron en el pueblo una ruptura de la legitimidad por convertirse en soberano, o bien reforzaron las instituciones que regían a los españoles para que, en adelante, aquellas mantuviesen la protesta y la guerra contra Napoleón? Entre los navarros, ¿hubo minorías que aspirasen a un cambio o ruptura revolucionaria en sus instituciones? 5. ¿Se mantuvo la legitimidad monárquica en las instituciones, desde que Fernando VII salió de Madrid en 1808 hasta su regreso a España en 1814? ¿Se mantuvo en el milenario Reino de Navarra, incorporado a Castilla en 1513 y 1515? 6. ¿Cuáles eran las tendencias políticas existentes entre las élites del pueblo español, tradicional en su casi totalidad? Estas páginas son de Historia y están escritas desde una perspectiva científica. Se basan en fuentes bibliográficas y en el análisis de diversas hipótesis, y se continúan en un reciente estudio de mi autoría sobre el profundo afrancesamiento –nada de constitución histórica y de cultura política castiza y a la española para españoles- de la Constitución de Cádiz de 1812 (3).
  • 13. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 13 Cuadro conmemorativo de Napoleón Bandera de los sitios de Zaragoza. Museo cruzando los Alpes (1800), por J.L. David del Ejército (Madrid). La ciudad capituló tras una resistencia heroica el 20-II-1809 2. LA INSURRECCIÓN ANTINAPOLEÓNICA DE 1808 La gran eclosión española contra los franceses ocurrida en Madrid el Dos de Mayo, fracasó y acabó en una dura represión por las tropas francesas. Sin embargo, sus consecuencias inmediatas fueron muy favorables para la España sublevada. El marco histórico y los hechos ocurridos son claros. La complejidad surge cuando se profundiza sobre la espontaneidad o bien la organización del Dos de Mayo y de las insurrecciones posteriores, efectuadas hasta el 15 de junio, así como en el método y modelo que el Dos de Mayo supuso para dichos alzamientos. 2. 1. LA CRISIS COMO MARCO HISTÓRICO Para entender los hechos de 1808-1814 es necesario conocer el marco histórico. El reinado de Carlos IV estuvo marcado por los sucesos revolucionarios de Francia, y por la profunda crisis interna y de política exterior que atravesaba España. La crisis interna afectaba a la política y las ideas, a la hacienda y las finanzas (emisiones de deuda pública, desamortizaciones…) del Gobierno absolutista. El modelo absolutista había culminado en el despotismo ilustrado ministerial. A ello se sumó la crisis económica española, producida por las malas cosechas, y la crisis comercial y manufacturera que, en 1803 y 1804, se reflejó en las series de precios. El estallido político revolucionario ocurrido en Francia con ocasión de la crisis múltiple de subsistencias, la hacienda real, y el absolutismo -que no convocaba Estados Generales desde 1624-, también pudo estallar en España. Ahora bien, ¿por qué la génesis y dinámica del caso francés no se repitió en España con ocasión de las Cortes de 1789 y los sucesos de 1808? Pueden ofrecerse varias explicaciones. Por ejemplo, el pueblo español vivía la religión y sus tradiciones con un gran arraigo. Además, las ideas revolucionarias estaban poco extendidas, el centralismo del modelo absolutista no había cuajado entre los españoles, y se tenía en mente los motines de Esquilache y Aranjuez (en la Francia de 1789 la rebelión de la Fronda quedaba muy lejos). Por otra parte, en España la política se presentaba distinta de gobernar Godoy o bien el príncipe Fernando (VII), existiendo además varias tendencia políticas (conservadores, renovadores e innovadores…) y no sólo la absolutista (continuista) y la revolucionaria (rupturista), formando ambas un falso dualismo, que sin embargo es muy útil para los esquemas de las ideologías liberal y marxista. Por último, todos los españoles se unieron con energía en 1808, como un solo hombre, en lo más básico y universal que les unía, con excepción de
  • 14. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 14 las minorías afrancesada y liberal autocalificada patriota. A los liberales españoles les resultaba difícil hacer su revolución, a diferencia del caso francés de 1789, aunque lograron algunos de sus objetivos en 1812, que sólo tuvieron verdadero éxito proyectados a largo plazo. En relación con la historia de las ideas, creencias y mentalidades, en España existían diversas tendencias: algunos enciclopedistas (León de Arroyal, Urquijo, Cabarrús, la primera etapa de Olavide...), otros más o menos rupturistas y afrancesados, y un importante sector ilustrado que –siguiendo un concepto general- no era enciclopedista, ni afrancesado, sino amante de la tradición y religiosidad del país, y de reformas prácticas relativas al urbanismo, los caminos, la enseñanza, una mayor organización etc… Lo he podido comprobar por lo que respecta al Ayuntamiento de Pamplona en el siglo XVIII, en mi tesis doctoral defendida en la Universidad de Navarra (España, 1986). También se encontraba la masa de la población que confiaba en unos dirigentes, por otra parte vinculados a unas concretas estructuras sociales. Sobre unas y otras tendencias, y desde un punto de vista histórico, puede leerse como bibliografía la perenne obra de Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles), y los estudios de Jean Sarrailh (4), Richard Herr (5), Miguel Artola, Carlos Corona Baratech, José Manuel Cuenca Toribio, José Luis Comellas, Federico Suárez Verdeguer, José Andrés-Gallego, Fco. José Fernández de la Cigoña y un largo etc. Aunque, según Menéndez Pelayo, las tensiones entre los españoles comenzaron con la política de Carlos III, Herr precisa que es con la Revolución francesa, y las guerras subsiguientes, cuando se “avivaron discordias intestinas existentes, aumentaron el contraste entre la corte de Carlos IV y la de su padre e inculcaron nuevas ideas en España” Pues bien, a esta crisis múltiple se le sumó la subordinación política hacia Francia, llevada a cabo por el todopoderoso Godoy, protegido de Carlos IV. En los dos Tratados de San Ildefonso (1796 y 1800), en otros posteriores, y en el Tratado de Aranjuez (1801), España unía su destino a Francia contra Inglaterra y Portugal. Luego vino el desastre de Trafalgar con la destrucción de la Armada española (1805). Según Gonzalo Anes, la colaboración militar franco-española “hacía prever una sumisión total a los planes del emperador” (6). La ocasión era propicia para Napoleón, pues tanto Fernando VII como Carlos IV le buscaban para alcanzar su confirmación o reposición respectivamente en el trono de España, según los sucesos que luego se explicarán. Los planes de Napoleón fueron variados, según la oportunidad: 1º Intervenir en España manejando a Godoy; 2º Desmembrar el territorio español quedándose con parte del mismo; 3º Suplantar a los Borbones. Una de las respuestas de Godoy a estas presunciones fue: “España está dispuesta a hacer, aun a expensas de sus intereses, cuanto sea agradable a su Majestad imperial (…)”. En 1806, la opinión pública española era cada vez más favorable a una mayor independencia respecto a Francia. En el Tratado de Fontainebleau (27-X-1807), se acordó que España se quedaría con una parte de Portugal si dejaba pasar a 28.000 soldados franceses –en cinco cuerpos de ejército- hacia Lisboa aunque, el 1-II-1808, el mariscal Junot proclamará en Lisboa la anexión de Portugal al Imperio Francés, burlando así dicho Tratado. Según Anes, el paso de dichas tropas “no cabe duda de que llevaba implícita la idea de destronar a los borbones de España, cosa factible, dadas las intrigas de las camarillas palaciegas que facilitaban el cumplimiento de los planes del emperador, aunque tal idea no llegó a cuajar plenamente hasta finales de 1807” (7). Todo indicaba que los españoles eran conscientes de la necesidad de la renovación de su forma de gobernar, de hacer política, y de sus políticos. Manuel Godoy era tremendamente impopular y, el buen Carlos IV -verdaderamente querido como rey-, se había querido vincular a él. Ahora bien, ¿cómo renovar la política? Fernando (VII), Príncipe de Asturias, “el Deseado” en los difíciles años del favorito Godoy –que había sido elevado a la categoría de “Príncipe de la Paz”- y después durante la guerra de la Independencia, tendrá el objetivo de desbancar a Godoy para enderezar así “la monarquía
  • 15. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 15 envilecida por el infamado Príncipe de la Paz”, según Corona Baratech. Ello provocó una aguda crisis en la Corte y en la Familia Real. El 27-X-1807, el Príncipe Fernando realizó la conjura llamada el “proceso de El Escorial”, fallida al ser descubierta por su padre Carlos IV. A continuación, el 31-X Carlos IV dirigió un manifiesto a los españoles “en el que informaba del complot de su hijo para destronarlo” (Anes) (8). Fernando fue perdonado tras descubrir a sus cómplices. Sobre éste proceso de “El Escorial” y el motín de Aranjuez, que mencionaremos, hay dos interesantes trabajos del dr. Francisco Martí Gilabert (Pamplona, Ed. Eunsa). Poco después, “la llegada de las tropas francesas y la clarificación de los proyectos reales de Napoleón hicieron ver a Godoy que era necesario oponerse a tales proyectos, y a adoptar las medidas necesarias para negar con firmeza la entrada de más tropas” (Anes). Más tropas francesas conllevarían la caída de Godoy y el secuestro de la familia real. La clarividencia tardía de Godoy ante la perfidia de Napoleón, “fue la causa inmediata de su caída” (Anes). Más tarde, el 17-III-1808, los fernandinos provocaron el motín de Aranjuez, por el que Godoy fue depuesto y luego apresado en el castillo de Villaviciosa. Para ello, los amotinados, que no eran espontáneos sino que estaban dirigidos por conspiradores, aprovecharon la gran impopularidad del Príncipe de la Paz. En realidad, nada tenían que temer porque gozaban del apoyo del Ejército, la alta nobleza y el Consejo de Castilla. Dos días después, Carlos IV abdicará en su hijo Fernando VII, quien entró triunfalmente en Madrid el 24 de marzo. En abril, Carlos IV se retractaba de dicha abdicación, y luego informará a su hijo, el ya Fernando VII –lógicamente éste le manifestó su total extrañeza (4- V)-, que la abdicación había sido temporal. Sobre el motín de Aranjuez, es común la tesis (Corona, Vicens Vives, Gil Munilla…) de que se evidenciaba “un cambio de ánimo político y social: patentizada la crisis del Antiguo Régimen, ciertos grupos dirigentes se lanzan a una lucha abierta para instaurar un orden nuevo. Pero el incendio estalla mes y medio después, con la invasión napoleónica, que ocasiona el hundimiento del aparato institucional y determina un ‘vacío de poder’ que reclama su apresurada sustitución” (Gil Munilla) (9). Luego responderemos si este “vacío de poder” fue momentáneo o real, y si la institucionalización propiamente española o antibonapartista se hizo con rapidez, aunque con las imperfecciones jurídicas propias de la emergencia y la acción callejera popular. También explicaremos si se actuó en nombre de Fernando VII o bien de una soberanía nacional que, poco después, una minoría liberal de élite bien organizada “hará colar” en las anómalas Cortes de 1812. 2.2. EL DOS DE MAYO EN MADRID Planteemos, en este punto y en el siguiente, si hubo una organización en el alzamiento del Dos de Mayo y en los levantamientos ocurridos durante todo este mes hasta mediados de junio, o bien si debe mantenerse la tesis populista de su absoluta espontaneidad (10). La situación, que cuajaba lentamente desde la paz de Basilea (1795) hasta 1808, se resolvió rápidamente. Fernando VII temió que el mariscal Joaquín Murat, gran duque de Berg y cuñado de Napoleón, con sus 35.000 soldados en Madrid, repusiera a su padre Carlos (IV). Buscó y siguió a Napoleón para ser confirmado en el trono, dejando en Madrid una Junta de Gobierno y al ministro de Guerra Gonzalo O’Farril, que luego será –y esto es significativo- un importante pilar del régimen afrancesado, al ocupar el cargo de ministro de Guerra con José (I) Bonaparte. Así las cosas, Fernando VII dispuso el viaje el 10 de abril y llegó a Bayona el día 20. Por su parte, Carlos IV también buscaba al gran corso para recuperar el poder entregado a su hijo en Aranjuez. Napoleón atrajo con engaños y perfidia a los Borbones hasta Bayona; así, el raptor de Europa secuestró a toda una Familia Real, símbolo viviente de una Dinastía centenaria y cabeza de una milenaria Monarquía. Poético pero cierto. En marzo de 1808, Murat entraba con sus tropas en Madrid. Las tropas francesas pasaron de la popularidad -cuando se les creía favorables al rey- a la impopularidad. En abril hubo incidentes previos en Carabanchel (día 12), Burgos, Toledo (día 21), y el día 26
  • 16. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 16 en Madrid. La capital –Villa y Corte- estaba en ebullición, que aumentó al tenerse noticia del maltrato que Fernando recibía en Bayona. El pueblo tenía en su haber y como precedentes, los motines de Esquilache (1766) y de Aranjuez –éste era reciente-, ambos realizados con éxito. Podía preguntarse: ¿quién iba a poder contra la valerosa reacción de todo un pueblo decidido hasta el final? Antes del 1 de mayo, los barrios de Madrid pidieron armas. Los militares españoles de graduación media, Daoíz y Velarde, prepararon un proyecto de sublevación general sólo militar que únicamente tuvo ramificaciones en el Cuerpo de Artillería, y que, según el historiador Pérez Guzmán, fue desautorizado por el ministro de Guerra O’Farril. El historiador Corona dice que los madrileños conocían los grandes problemas que Murat -mariscal de Napoleón- planteó a la ya citada Junta de Gobierno el 30-IV. A las 9 de la mañana del día 2 de mayo, los madrileños conocían la decisión que la Junta tomó en su sesión nocturna del día 1, de acatar la orden de Murat y así permitir que el hermano menor de Fernando VII -Francisco de Paula- y su hermana María Luisa –la desposeída reina de Etruria-, viajasen a Bayona donde estaba el resto de la familia real. Todavía no se habían realizado las abdicaciones. El pueblo estaba dispuesto a impedirlo, y a intervenir con independencia de la Junta de Gobierno de la nación, cuyos miembros “habían sido reducidos al papel de ministros de la Administración francesa” (Lovett). De ésta manera, Murat se había hecho, en la práctica, con el gobierno de España. No obstante, dicha Junta de Gobierno “consideró entonces la idea de resistirse a los franceses por la fuerza”, descartándolo debido a la implacable superioridad militar francesa (Lovett); ni O’Farril ni otros ministros querían una resistencia armada que consideraban inviable. Sabemos que luego varios miembros de esta Junta ocuparán altos cargos con José (I) Bonaparte. El día 2 llegaron muchos forasteros madrugadores. Se desató el tumulto o levantamiento popular. El historiador Corona Baratech (1959) muestra que hubo una conspiración y un estado de alerta previo, aunque, según Espadas Burgos (1992), no hay constancia documental sino conjeturas de que fuese premeditado. Sin embargo, añadamos que los datos sobre una organización son abundantes y más que sugestivos. La historia no se escribe sólo con documentos firmados y sellados. Incluso a veces lo más evidente en vida ni siquiera se escribe. Es muy posible que confluyeran la organización y la espontaneidad, pues la existencia de agentes fernandinos que fomentasen la sublevación no justificaba del todo la reacción popular. Corona Baratech parte de los abundantes datos ofrecidos - entre otros - por la historia clásica de Pérez de Guzmán. A diferencia de la hipótesis populista de éste último, Corona Baratech, historiador de nuestros días, lanza una bien fundada hipótesis sobre la organización básica del motín, cuyo método plantea Agustín Cochin, cuando negaba la espontaneidad de los sucesos revolucionarios. Sobre el momento del estallido, Corona recoge lo siguiente: “En la mañana del día 2, apenas había un pequeño grupo de mujeres cuando salió de Palacio la Reina de Etruria; después apareció un hombre del pueblo, (José Blas) Molina y Soriano, que hizo el relato de sus méritos en 1816, en términos harto curiosos y abundantemente avalado; luego, grita: ¡Traición!, ¡traición!, y llegan en seguida 60 personas, después de 200 a 400, inmediatamente después de 2.000 a 3.000. “Sólo en las puertas y portillos que franqueaban a los de fuera el paso a la Villa –escribe Pérez de Guzmán-, se notaba desde que vino el día mayor animación que la de costumbre, aunque aquellas eran las horas en que ordinariamente afluían de los pueblos inmediatos los abastecedores con sus cargamentos y vituallas. Esta larga y no interrumpida procesión de forasteros no cesó en toda la mañana. Parecían convocados a voz de bocina o concurrentes a algún suceso extraordinario. Se notó que de los Sitios y los lugares contiguos a todas las posesiones reales venían casi en masa toda su población de hombres robustos y ágiles, capaces de acometer cualquier empresa de valor; muchos traían sus hijos en su compañía. A las primeras horas por todas partes reinaba una completa calma y tranquilidad. A las
  • 17. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 17 siete “…vinieron dos carruajes de camino”. No hay sino comprobaciones del gran prestigio que gozaba el Cuerpo de Artillería; sin embargo, parece que Daoíz, con dicho Cuerpo, se consideraba con fuerza suficiente para levantar secretamente a toda España, sin necesidad de ninguna colaboración extraña a los miembros del Cuerpo; Pérez de Guzmán así lo propone; también es singular la noticia de la concentración silenciosa de forasteros desde temprana hora, que guarda una curiosa analogía con la llegada de forasteros al Real Sitio de Aranjuez el 16 y 17 de marzo” (11). La detallada descripción, efectuada por la historia narrativa, sobre los sucesos anteriores y posteriores al Dos de Mayo, es apasionante; pero hemos de abreviar. Me remito a autores como Pérez de Guzmán, Corona, Lovett y a otros recogidos en las notas de este trabajo. Aunque son muchos los detalles y hechos significativos que, según Corona, expresan la organización del motín, no los precisaremos aquí con detalle, pues el lector tiene sus trabajos para profundizar. ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos?. Muchos madrileños habían dejado de trabajar aquel día, sospechando graves acontecimientos. A las siete de la mañana, la exreina de Etruria –María Luisa, hija de Carlos IV- subió a la primera carroza ante cierta indiferencia del público. La segunda carroza era para el infante. He ahí “La voz del pueblo la hace oír una mujer, conmovida por los llantos del Infante Francisco de Paula, que no se quiere ir” (Corona). El pueblo estalló con mucha más energía, unanimidad y necesidad que con ocasión del motín madrileño contra Esquilache (1766). El capitán general de Madrid, Fco. Javier Negrete y Adorno, conde de Campo Alange –afrancesado que el 8-IX-1808 será nombrado virrey de Navarra por el llamado José I Bonaparte-, había confinado a la exigua tropa española en los cuarteles, ante los 35.000 soldados imperiales que, bien armados, rodeaban la ciudad. Esta es la segunda gran defección tras la del general O’Farril. Si O’Farril será ministro de la Guerra con José (I), otros absolutistas y afrancesados como Urquijo, Cabarrús, Azanza, Piñuela, Mazarredo, Negrete y Adorno… ocuparán cargos políticos de Gobierno. Pues bien, ninguno de ellos, que ocupaban cargos en el Gobierno fernandino, podrá paralizar al pueblo en masa y a sus élites tradicionales, ya naturales (sociológicas) ya de la administración pública, en las sublevaciones ocurridas en España. Los franceses entraron a raudales por varios puntos. Se luchaba en muchos barrios conocidos. Del Ejército español sólo se sublevaron los capitanes jefes de Artillería, Pedro Velarde y Luís Daoíz quienes, con el teniente Ruiz y un puñado de soldados más unos 100 civiles, resistieron a miles de soldados franceses en el parque de Artillería de Monteleón, en el barrio de las Maravillas. Dice Díaz-Plaja que el general O’Farril, ministro de la Guerra de Fernando VII, traicionó a Pedro Velarde, quien quiso “obtener el permiso o, al menos, la aceptación tácita de los representantes de Fernando VII en Madrid” (12). Sea lo que fuere, los madrileños lucharon hasta el fin. Es cierto que las fuerzas participantes en la lucha callejera fueron muy desiguales. Pero -podía pensarse-, ¿quién iba a vencer la valerosa reacción de todo un pueblo verdaderamente decidido? Pudo considerarse que el pueblo madrileño podía ganar en la insurrección. De lograrlo, sin duda hubiera significado la eclosión antinapoleónica, popular e irresistible, en toda Europa. Sólo a posteriori es fácil apreciar que, en el Madrid sublevado –no todos los que hubieran podido alzarse-, los españoles carecían de posibilidades de éxito. También pudo considerarse que la cabeza de un cuerpo social debía hacer todo lo posible para dar un ejemplo decisivo al resto de los españoles. En la villa y Corte, las agitaciones primero, y los combates después, duraron siete horas, y concluyeron hacia las dos de la tarde. Desde luego, el fracaso material del Dos de Mayo se convirtió en un éxito psicológico y espiritual en toda España. En adelante, lo que ocurra en España convulsionará la Europa sojuzgada, y, junto a la campaña de Rusia, coadyuvará definitivamente a la caída y fin del emperador Napoleón. Considero que, debido al tipo de víctimas que hubo en Madrid -según diremos-, no puede decirse que sólo se alzase el pueblo sencillo o bajo –el populacho según los
  • 18. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 18 franceses-, aunque sea cierto que entre los sublevados no hubiese nobleza titulada, ni militares de alta graduación, ni eclesiásticos con cargos jerarquía, que es a quienes Díaz- Plaja echa en falta. A continuación, ese mismo día 2, Murat fijó un Bando de 7 artículos que contenían unas medidas draconianas contra “el populacho de Madrid” (Orden del día, vid. “Gaceta de Madrid”, viernes, 6-V-1808). En él, Murat dice: “bien sé que los españoles que merecen el nombre de tales, han lamentado tamaños desórdenes y estoy muy distante de confundir con ellos a unos miserables que sólo repitan robos y delitos. Pero la sangre francesa vertida clama venganza”. El mariscal francés confundía a los amotinados con delincuentes comunes, aunque el Art. 2 hable de “rebelión”; por otro lado, más que fijarse en la gran mayoría silenciosa, él, como soldado bravo y agredido pero como pésimo político, clamaba venganza. ¿O la venganza era un término retórico al estilo de las proclamas de Napoleón? Digamos que el motín será un gran aldabonazo en la conciencia del país y, de alguna manera, también en los soldados franceses. Si la lucha fue sangrienta, también lo fue la represión posterior de aquellas personas juzgadas por las comisiones militares creadas “sobre la marcha”. La noche de la represión del día 2 al 3, cayeron fusiladas cientos de personas en el Prado, Puerta del Sol, las iglesias de la Soledad y del Buen Suceso, Casa de Campo y Buen Retiro, los altos de la Florida y de Amaniel, montaña del Príncipe Pío, a las afueras de la puerta de Segovia etc. Ofrezcamos tan sólo algunas cifras de un tema no concluido por la historiografía. Refiriéndose a la represión en el Prado y sus inmediaciones, Fernando Díaz-Plaja comenta que 320 arcabuceados es una cifra muy alta. “Sin embargo –continúa- hay que recordar los nueve carros de cadáveres que en la mañana del 3 fueron conducidos a enterrar en el cementerio general, a pesar de que, como es sabido, gran número de los infelices fusilados en el Prado y sus inmediaciones recibieron tierra en la misma subida del Retiro, en el llamado Campo de la Lealtad donde hoy se encuentra el monumento a los héroes del Dos de Mayo” (13). Cada cual valoró el total de víctimas según su conveniencia. Napoleón escribía a sus hermanos el 6 de mayo que del “populacho” murieron más de dos mil entre los 40 a 50.000 sublevados. El conde de Toreno –conspicuo liberal- estimará que en total fueron 1.200 españoles muertos. Sin embargo, el investigador Pérez de Guzmán (1908), que fue el primero en estudia esta cuestión con rigor, menciona 409 muertos y 171 heridos, que Horta Rodríguez (1975) aumenta a 526 muertos. Por su parte, el citado García Fuertes señala los nombres y circunstancias de los 410 muertos y 171 heridos. Entre las víctimas de los combates y posteriores fusilamientos, y sólo entre los que han sido identificados, se observa el perfil sociológico siguiente: personas sin oficio declarado y pueblo llano, 75 muertos y 24 heridos; mujeres, 57 y 22 respectivamente; sin oficio declarado y con Don, 22 y 11; militares, 40 y 28; niños, 13 y 2; y eclesiásticos, 3 muertos y 6 heridos. Según esto, entre los sublevados se encontraba el pueblo bajo y la menguada clase media de la época, y llama la atención la singular presencia de mujeres y niños. Aunque sólo había pueblo llano, sin dirigentes ni intelectuales (Alonso Báquer) (14), y sea evidente la pasividad o sumisión en las élites políticas, sociales, e instituciones políticas, quiero apostillar la crítica de Díaz-Plaja a los madrileños situados en los peldaños más altos de la escala social, al clero más distinguido, y a los vecinos pudientes de Madrid. No pretendo juzgar sino tan sólo situar los datos en el contexto. En efecto: 1º) La inhibición de las clases altas el Dos de Mayo no significa una definición (por otro lado arbitraria) y oposición de clases (popular y dirigente), pues hay sectores socialmente distinguidos –y de alguna forma intermedios- entre los sublevados. Así, los “don” (“dones”) serían hidalgos –es decir, nobles-, o bien licenciados en Derecho que ejercían como abogados y procuradores. Ahora bien, no pocos de estos –junto con los escribanos reales o notarios-, también eran hidalgos en esa época. 2º) Por otra parte, es imposible conocer los planes, y la valoración prudencial de quienes no “saltaron” a la calle. Es comprensible que la clase alta no saliese a la lucha callejera; creer que lo iba a hacer sería desconocer las formas sociales de una época “aturdida” por la casaca y el pelucón blanco, pues podía considerar impropia de ellos una
  • 19. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 19 actitud callejera. Tampoco se debe ignorar la importancia de ocupar la administración y los cargos públicos, fuese uno u otro el resultado de la insurrección. Pongamos un ejemplo. En Navarra, concretamente en la Pamplona de 1821 y 1822, sólo salieron como voluntarios a la guerrilla realista los hijos de las clases populares y no los hijos de los realistas que ocupaban cargos públicos municipales y en la administración municipal, provincial o bien real. Ocultarse para controlar desde dentro puede ser una práctica de los sectores dirigentes en momentos críticos. Desde luego, si algún miembro del clero bajo participó en la lucha, tomar las armas no era su función. Pensemos también lo utópico que sería imaginar a un obispo –por ejemplo- liderando a los amotinados de una ciudad (que no es lo mismo que un ejército regular o de un extenso país). 3º) Por último, una cosa son quienes se insurreccionan el Dos de Mayo, y otra quienes participan en una larga guerra de seis años. No en vano, muchos miembros de las clases altas se opondrán con eficacia a los franceses hasta 1814. Si fueron pocos los clérigos que participaron en la lucha callejera el Dos de Mayo, podrán ser muchos los que se opusieron a los franceses en los seis años de lucha. Por ejemplo, y de forma similar al resto de España, parte del clero navarro participó de diversas formas en la guerra y sufrió la represión francesa, como explica el historiador Marcellán (15). Nada de lo dicho impide que cada cual fuese responsable ante el resto de la sociedad de su forma personal de participación, colaboración, inhibición o rechazo del alzamiento de Madrid o de las sublevaciones ocurridas en el resto de España. Los procesos de purificación (infidencia) realizados en los Tribunales de justicia en 1814 pueden dejar huella de dichas responsabilidades. Digamos que Murat cumplió muy bien con su anuncio a Napoleón del día 1 de mayo -”Estoy dispuesto a dar una lección al primero que se mueva”- y en su bando del día 2 del mismo mes. Como soldado que era, y quizás sobre todo mal político, en esas circunstancias lo hizo con sangre. El día 3 escribía a Napoleón: “La tranquilidad no será ya turbada, todo el mundo está ya resignado”, “La victoria que acabo de obtener sobre los insurrectos de la capital nos abre la posesión pacífica de España”. Pero se equivocaba. Son interesantes los recientes libros de autores como José Manuel Cuenca Toribio en 2006 y, en 2008, de Emilio de Diego, Jean-René Aymes, José Sánchez-Arcilla, Jorge Vilches, J. Gregorio Torrealba, J. Álvarez Barrientos (dir.), Antonio Moliner Prada, Arsenio García Fuertes (16) etc. En ellos se narra el Dos de mayo y la guerra de la Independencia, y también a ellos remito al amable e interesado lector. El Dos de mayo por Fco. Goya y Lucientes 2. 3. LLAMAMIENTO A LAS ARMAS Y ALZAMIENTO GENERAL El Infante Fco. de Paula salió de Madrid hacia Francia en la mañana del 3 de mayo. La familia Real estaba secuestrada en Bayona, el pueblo era valiente y osciló desde los pequeños gozos por las buenas relaciones de España con Napoleón, hasta el gran desengaño, para quedar “exasperado hasta el último punto” (José Bonaparte). El
  • 20. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 20 levantamiento del Dos de Mayo y la represión del 2 al 3 fueron el pistoletazo de salida para la insurrección general en los lugares no ocupados por los franceses. Sí; la chispa se convirtió en la hoguera nacional donde se consumirá el mejor Ejército de la imposible Europa de los tres Imperios, ante el imperialismo revolucionario liderado entonces por Francia. Ya dijo Napoleón en sus Memorias de Santa Elena: “Esta desgraciada guerra (de España) me ha perdido (…) Los españoles en masa se comportaron como un hombre de honor”. El sacrificio aparentemente sin sentido del pueblo de Madrid, dio un fruto granado en toda España hasta mediados de junio. El efecto psicológico y espiritual del Dos de Mayo, fue importantísimo para los españoles. Ello se proyectó sobre el general francés barón de Marbot, que reconocerá la inmoralidad de la causa francesa en España, y decía que como él pensaba la mayor parte del Ejército imperial, aunque obedeciesen como soldados del amo de Europa. 2.3.1. El Bando de Móstoles. Los alcaldes de Móstoles, un pequeño pueblo junto a Madrid, dirigieron su Bando a los justicias de los pueblos el mismo día del dos de mayo. Este Bando, sin pretenderlo, hizo de puente entre el alzamiento de Madrid y los de toda España, efectuados en mayo y hasta mediados de junio. Expresaba la postura popular contraria a la colaboración con los franceses, seguida por las instituciones más importantes de la nación, incluida la Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII al ausentarse siguiendo los pasos de Napoleón. Este Bando inició la resistencia armada general, aunque sólo pedía ayuda a los pueblos del entorno de Madrid y la carretera de Extremadura. Su texto informaba que “en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre”, y pedía que se ayudase a los leales y valientes que luchaban en defensa del Rey y la Patria, enfrentados a quienes se habían apoderado de la persona del monarca, y cambiaban la amistad o alianza por “un pesado yugo”. El famoso y lacónico Bando del pueblo castellano de Móstoles, decía así: “Señores Justicias de los pueblos a quienes se presentase este oficio de mí, el alcalde de Móstoles: / Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; de manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre; como españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer su pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del Rey; procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándolos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a usted muchos años. / Móstoles, 2 de Mayo de 1808. / Andrés Torrejón. Simón Hernández”. Torrejón y Hernández firmaron el bando, aunque parece ser que el texto lo redactó Esteban Fernández de León (intendente de Correos), y su amigo Juan Pérez de Villamil, que no era un hombre común sino fiscal del Supremo Consejo de Guerra, secretario del Almirantazgo, y miembro de la Junta que podía sustituir a la Junta de Gobierno establecida por Fernando - “llegado el caso de carecer ésta de libertad” (Toreno) -, con “todas las (facultades) que residían en la formada por el Rey Fernando”. 2.3.2. Las abdicaciones y farsa de Bayona. Mientras tanto, ¿qué ocurría en Bayona? El día 1 de mayo, Fernando propuso a su padre la solución del problema dinástico: la reunión de Cortes en Madrid –o mejor, de los tribunales y diputados de los Reinos, convocatoria ésta que podía ser más fácilmente aceptada por Carlos IV-, y su renuncia a la Corona, exigiendo no obstante a Carlos IV que no confiase en las “personas que justamente se han concitado el odio de la nación”. Carlos IV rechazó la propuesta. El 5 de mayo, Napoleón obtuvo la abdicación, no sin resistencia y con presiones, de Carlos IV. Tan sólo al día siguiente, Fernando VII, amenazado por Napoleón de ser tratado como
  • 21. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 21 rebelde, entregó la corona a su padre. En el texto de su abdicación, Carlos IV se declaraba rey, y condicionaba su abdicación al mantenimiento de la integridad del Reino (luego vulnerada por Napoleón), y a que “La religión católica, apostólica y romana será la única en España. No se tolerará en su territorio religión alguna reformada y mucho menos infiel según el uso establecido actualmente”. Aunque esto último se reflejó en el Art. 1 de la Constitución de Bayona de 1808, los actos estatistas, regalistas y anticristianos de José Bonaparte lo contradijeron. Digamos que si el rey Carlos rendía tributo a Dios y al Reino en su citada declaración solemne, el pueblo español luchará por su rey –aunque en éste caso fuese Fernando VII- y la integridad e independencia de la Patria, y, con más motivo, por su Religión. Carlos IV, con su abdicación forzada, se proponía poner fin a la anarquía, a las facciones y a la guerra, y aspiraba a la debida seguridad y sosiego político que permitiese mantener la integridad territorial, los territorios de ultramar, y -apoyada España por Francia- alcanzar la paz en el mar. Lógicamente, Napoleón, con singular cinismo, se presentaba como único valedor de estas buenas intenciones. El buen Carlos IV y el desafortunado Godoy, residirán en Marsella y luego llegarán a Roma el 16-VII-1812. La reina moría en la Ciudad Eterna el 2-I-1819, y el buen Carlos IV fallecerá en Nápoles el 19 de diciembre. Una vez más, se demostraba que no había rey sin pueblo, ni pueblo español sin rey. Este pueblo tuvo la gloria de mantener la corona en las sienes de su rey, aunque éste fuese coaccionado en Bayona, por el ladrón de Europa, a renunciar a la corona. Este acto de fuerza invalidará jurídicamente la renuncia. El 11-VIII-1808, el Consejo de Castilla, inicialmente colaboracionista con los franceses, se instituyó en gobierno de Madrid una vez liberada la Villa y Corte tras la batalla de Bailén, donde las tropas españolas de Castaños resultaron triunfantes. Dicho Consejo declarará nulos y sin valor los decretos de abdicación y cesión de la corona de España firmados en Bayona, lo que es importante porque ello demuestra la continuidad de la legitimidad. Otra cosa es que, algo después, las Juntas Provinciales siguiesen la propuesta de crear una Junta Central debido al colaboracionismo inicial de dicho Consejo de Castilla con los franceses. En todo caso, el pueblo y las instituciones no sujetas a los franceses, mantuvieron la corona del rey, “desposeído” con los atropellos de Bayona. Para entonces, la Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII al irse de Madrid, que siempre estuvo intervenida por Murat, había dejado de existir. 2.3.3. El levantamiento general. La gran revuelta antifrancesa fue simultánea y espontánea en toda la península, aunque tuvo una canalización oculta. El Alzamiento nacional fue organizado mal y de forma precipitada, y no precisamente por el pueblo sino por minorías capacitadas (Corona). En él participaron todos los sectores sociales. Aunque la planificación fernandina se apunta para toda España, ello no quita importancia al “gesto de supervivencia” de los españoles (Cuenca Toribio), al explotar el “resentimiento largamente acumulado contra la traición y la agresión de Napoleón” (Lovett). Entre del Dos de Mayo y los primeros días de junio, la insurrección prácticamente se generalizó: Asturias (día 9-V y 24); Valencia, Murcia, Cartagena (24); Zaragoza (26); Santander y Sevilla (27); Cádiz, Córdoba y Jaén (29); Granada, Badajoz y La Coruña (30) etc. Les siguieron toda Castilla la Vieja, Cataluña, Baleares y Canarias. En Cataluña, cuya Junta se creó el 18 de junio, hubo sublevaciones desde Tortosa a Puigcerdá y desde Lérida a Rosas (Gómez de Arteche) al grito de: “¡Viva la Religión, viva Fernando VII, viva la Patria!” durante todo el mes de junio.
  • 22. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 22 El general Palafox, héroe en los Sitios de Zaragoza, detalle por Fco. Goya 2.3.4. El aparato organizado. Sobre cómo se desarrolló el Dos de Mayo, la hipótesis populista afirma la total espontaneidad de los sucesos como fruto del sentimiento popular (Pérez de Guzmán). Por ejemplo, de ella se hace eco el historiador Jaime del Burgo Torres, al negar que la conspiración estuviese preparada de antemano por los elementos del partido fernandino, “ya que –dice- hubieran recurrido primero a los elementos militares, y lo cierto es que fue el pueblo el que, sin pensar en las circunstancias ni considerar su indefensión, se lanzó a la lucha contra los imperiales considerados invencibles. La actitud de las autoridades constituidas no fue más que una permanente muestra de cobardía” (17). Digamos que del Burgo podría reconsiderar la hipótesis de la conspiración, pues el fundamento de ésta es sólido, advirtiéndose que lo mismo que piensa él, pudieron pensar los organizadores fernandinos. La hipótesis de Corona Baratech (18) expone la existencia de un aparato organizado por los fernandinos y antigodoístas, preparado con ocasión del motín de Aranjuez, aunque el éxito de éste último no hiciese necesario su funcionamiento. Recordemos la expulsión de Madrid que sufrieron los fernandinos tras la conjura fallida de Fernando VII (“proceso de El Escorial”) el 27-X-1807. También Gil Munilla afirma que desde el 2 de mayo y en junio: “triunfa un levantamiento popular, conscientemente provocado, según todas las apariencias, por personas influyentes –en el ámbito nacional o local- que ya en marzo manifestaron su propósito de conducir la Monarquía por derroteros que hicieran inviable el vilipendiado despotismo ministerial” (19). En realidad, la dinámica o método del Dos de Mayo se repitió en muchos alzamientos posteriores. Dicho aparato o máquina política -extendida por el resto de España-, primero quiso evitar que Murat restaurase a Carlos IV, luego se propuso difundir la sublevación de forma radial, y, tras ello, garantizar Juntas locales y provinciales, siendo enseguida la política de éstas últimas absorbida por el problema militar. Pensemos que los desterrados de la conjura fallida de Fernando VII en octubre, marcharon a ciudades como Zaragoza, y que ahí siguieron actuando. ¿Cuál fue el método seguido en los diferentes alzamientos que, simultáneos y ocurridos en lugares muy distantes, desorientaron a los franceses y dieron la sensación de un alzamiento generalizado, que es lo que era en realidad? Según Corona Baratech, fue el siguiente: “(…) 1º), un mismo y único protagonista “el pueblo”, que actúa y decide espontáneamente, como movido por un resorte a la noticia de los sucesos del dos de mayo, y de las abdicaciones de Bayona; la voz del pueblo la hace oír una mujer (Madrid), conmovida por los llantos del Infante Francisco de Paula, que no se quiere ir; un pajuelero (Valencia); un practicante cirujano (Zaragoza); un desconocido Sr. Tap (Sevilla); en Santander el pueblo se enardece ante la disputa entre un francés y el padre de un niño a quien el francés había reprendido, etc.;
  • 23. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 23 2º), el pueblo enfervorizado de patriotismo y de irritación se dirige a las autoridades y les obliga a dimitir; 3º), el pueblo obliga a constituir una Junta con personas que le merecen confianza, para organizar la guerra contra el francés; 4º), el pueblo logra imponerse a las autoridades antiguas, no sólo mediante el clamor de una gran masa, sino también mediante la violencia y la fuerza de las armas que ha obtenido de los parques militares; el pueblo se ha armado; 5º), constituido un nuevo gobierno regional o local, el pueblo se sosiega instantáneamente; “se somete dulcemente a su imperio” (20). Según este modelo o método, que después se desarrolló en toda España, la noticia que impulsa al pueblo es la misma, el pueblo reaccionó de manera similar, hay una clara consigna, y ésta es recibida por una célula de un aparato preexistente. Desde Madrid se preparó la consigna general. “El chispazo que desencadenó la tragedia del dos de mayo fue provocado por un grupo, decidido a levantar al pueblo contra los franceses, saltando por encima de la parsimonia mostrada por la Junta Suprema Delegada, que según Azanza y O’Farril, acordó preparar el alzamiento con más cautela y prudencia” (Corona). Su difusión del alzamiento por España fue radial desde Madrid, y se realizó a partir del Dos de Mayo. Se imitó el mecanismo y el plan seguido en Madrid, y el propósito de crear Juntas locales y Provinciales claramente antifrancesas, ya sea destituyendo las autoridades del régimen anterior ya constituyendo unas nuevas autoridades, “con participación de los tres Estados del Reino, nobleza, clero y Estado llano” (Corona). La hipótesis de Corona sobre la existencia de núcleos políticos en las principales ciudades, que “pusieron en movimiento al pueblo y que dictaron los nombres de las nuevas autoridades”, es muy sugerente, está bien fundada, y hasta puede transformarse en tesis al ser adoptada por otros autores. La dureza de la guerra asoló las tierras de España durante Grabado de “Los desastres de la guerra”, por Fco. Goya seis duros y largos años (1808-1814). Los franceses se hicieron fuertes en las ciudades. Murallas de Pamplona. Foto: JFG (2010) 3. NUEVAS INSTITUCIONES Y MANTENIMIENTO DE LA LEGITIMIDAD MONÁRQUICA: DE LAS JUNTAS PROVINCIALES A LA REGENCIA Si la guerra era una vivencia desconocida en el territorio español desde la guerra de Sucesión (1705-1714), ahora será una vivencia cotidiana durante 6 años. En 1808 la tragedia será mayor que en 1705, debido al mayor enconamiento entre las partes en conflicto, y a los mayores excesos, expresados por Goya en la serie de grabados titulados Los Desastres de la guerra. 3.1. TENDENCIAS POLÍTICAS
  • 24. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 24 A comienzos del s. XIX español, en las élites o grupos dirigentes pueden observarse diferentes tendencias o sectores políticos. Tales son: conservadores (absolutistas), tradicionales (renovadores), e innovadores (liberales o patriotas o bien afrancesados o bonapartistas). En estos últimos se incluyen los que se encontraban próximos al sistema político inglés. Sobre ellos han escrito autores como Suárez Verdaguer (21), Carlos Corona (22), Gil Munilla (23), José Andrés-Gallego, Fernández de la Cigoña (24) etc. Sin embargo, estas tendencias no agotaban la realidad política de España, pues el pueblo no era el encargado de solucionar los problemas institucionales producidos por el despotismo ilustrado, tenía una mentalidad y valores arraigados en vez de ideología, desconocía la lucha de las camarillas por el poder, y no racionalizaba la realidad básica que vivía. En España dominaba una gran masa nacional como soporte vital del país, diríamos que políticamente poco cualificada (Corona), pero fiel a la Religión y al rey Fernando, contraria al impopular Godoy, y muy preocupada por los sucesos revolucionarios franceses. Si los sectores conservadores y renovadores citados estaban cerca de este pueblo por coincidir con sus principios básicos, el giro de los absolutistas (no de los renovadores) hacia el afrancesamiento, alejaba a estos del pueblo español. A diferencia del resto de España, en el Reino de Navarra y los territorios forales vecinos (el Señorío de Vizcaya y las Provincias –con mayúscula- de Guipúzcoa y Álava), toda la población vivía la monarquía tradicional (efectiva y preeminencial) no absolutista, ejemplo para los renovadores o tradicionales, aunque en estos lugares también hubiese algunas élites absolutistas residentes en Madrid y relacionadas con la Corte partidarias del despotismo ilustrado. Por mi parte, tengo preparada una síntesis relativa a Navarra (25). Pues bien, la existencia de dichas tendencias de élite y populares, impiden reducir la situación política a dos sectores -absolutista y liberal- en la que caen los autores ideologizados y dialécticos, que miran más a modelos que a realidades, y más a lo foráneo que a la especificidad española. Los liberales o innovadores de Cádiz se autocalificaron de “patriotas”, de una patria formada por individuos y con un Rey como primer funcionario. Aprovecharon bien la ocasión para realizar una ruptura institucional con formas de aparente continuidad. La ocasión eran los aparentes cambios sociales fruto de la guerra, pero sobre todo las circunstancias bélicas, unidas a la audacia, organización e irregularidades cometidas por la minoría liberal en la preparación de las Cortes y durante el desarrollo de estas. El pueblo español no era liberal. Más tarde, reflexionando sobre el pasado y desde los hechos consumados, será fácil pretender justificar la ruptura de 1812, aunque más desde supuestos ideológicos liberales que desde la realidad y el deseo del pueblo español. He aquí algunos de estos aparentes cambios: 1º) El reforzamiento de las antiguas autoridades claudicantes ante los franceses, y el monarca preso en Bayona, quebrará en apariencia la continuidad de la propia autoridad o legitimidad de origen. 2º) El presentismo del momento, debido a la excitación que originó el levantamiento, la tensión y crueldad de la guerra, así como la novedad de un conflicto interno, quebrará en apariencia la continuidad vital de una comunidad. 3º) La transformación del súbdito en héroe, quebrará en apariencia la continuidad del yo individual y comunitario. 4º) La liberación física y moral que supone el triunfo militar en la Guerra, quebrará en apariencia el marco real de referencia –comunitario, de costumbres e institucional- consistente en jurisdicciones, libertades, obligaciones y derechos. Una Guerra destructiva de seis largos años, fue la gran ocasión que tuvo la decidida minoría innovadora (liberal), reunida en unas Cortes anómalas como las de 1812, aunque su planteamiento no fuese aparentemente tan aberrante como la convocatoria de la Asamblea de Notables en Bayona del año 1808. Esta actividad de retaguardia, solicitaba y exigía al pueblo español -tradicionalista en su mayoría- pensar en otra cosa que en la expulsión de los franceses, y argumentar una justificación general de su ser comunitario. Ahora bien, como era comprensible, este pueblo no lo hizo, porque la ocasión era totalmente inoportuna, no existía una adecuada vertebración política, las Juntas provinciales carecían de la debida conexión con las instituciones sociales, y los solicitantes eran poco o nada representativos. Hasta se ignora cómo fueron elegidos los dos diputados
  • 25. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 25 que decían representar al Reino de Navarra, mientras que otros diputados fueron nombrados de forma arbitraria, formando los diputados suplentes un tercer grupo sujeto a análisis. Pero, sobre todo, el pueblo estaba al margen de dicha reunión a Cortes, y era ajeno a la naturaleza soberanista que éstas adquirieron desde sus primeras sesiones, tan opuesta a lo que el Rey o la Junta Central desearon. 3.2. SURGIMIENTO DE LAS JUNTAS LOCALES Y PROVINCIALES La Junta de Gobierno, nombrada por Fernando VII antes de ir tras los pasos de Napoleón, estaba presidida por el infante don Antonio y las más prestigiosas instituciones, tales como el Consejo de Castilla, las Capitanías Generales y las Audiencias, que aceptaron en parte los hechos consumados de Bayona, e inicialmente colaboraron con las autoridades imperiales y el rey intruso José. En toda España, muchas altas esferas de la administración y del ejército estaban atemorizadas por el dominio francés durante las semanas siguientes al 2 de mayo. Así, “las Audiencias provinciales y los distintos capitanes generales habrían estado justificados al invitar a la revuelta, pero no hubo llamamiento alguno de esta índole. El ejemplo de la tímida Junta de Gobierno de Madrid fue seguido por muchos otros encumbrados individuos, y la resistencia que surgió serían en muchos casos obra de las masas populares” (Lovett). Pronto las autoridades legítimas de origen se vieron desbordadas por los españoles (élites y pueblo) que defendieron aquellos principios básicos implícitos en la legitimidad de ejercicio, aunque en realidad no sustituyeron a dichas autoridades sino que las reforzaron. Como ya se ha dicho, el Dos de Mayo, y el conocimiento de las abdicaciones de Bayona cuando tuvieron lugar, produjeron una eclosión de levantamientos populares, creándose por todas partes Juntas locales y provinciales, ya como desafío colectivo a Napoleón, ya para dirigir la resistencia española. Estas Juntas formaron parte del mecanismo, modelo y plan establecido ya citado, y se desmarcaron de la Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII antes de marchar de Madrid. No en vano, esta última Junta estaba mediatizada por Murat, y sus miembros parecían ministros de la Administración pública francesa, optando por una posición inactiva y colaboracionista con los franceses ante el Dos de Mayo. En realidad, cuando algunos de los miembros de la Junta de Gobierno (O’Farril etc.) reconocieron a José Bonaparte como rey tras conocer las abdicaciones de Bayona, la legitimidad de dicha Junta de Gobierno será retomada por la Junta Central. Sabemos que “en toda España surgieron las Juntas Provinciales, como movidas por un resorte y con arreglo a un mecanismo sospechosamente preestablecido” (Corona Baratech). Muchas Juntas Provinciales (Oviedo…) se consideraron delegadas de Fernando VII (único depositario de la soberanía política), mientras algunas otras recabaron la soberanía para sí mismas, según la personalidad de sus componentes. Sólo en algunos casos (Torre del Fresco en Badajoz, y Solano en Cádiz), la sublevación popular se realizó contra la voluntad de las autoridades del llamado Antiguo Régimen. Lo habitual fue la “integración en las Juntas Provinciales de las autoridades antiguas reforzadas por otras personalidades prestigiosas y ratificadas todas por el clamor popular” (Palacio Atard). Tal como hemos dicho, las Juntas provinciales “estaban integradas por las antiguas autoridades más alguna otra personalidad de prestigio, todas las cuales fueron ratificadas por el clamor popular: así aparecen doblemente legitimadas, al ser herederas de las autoridades constituidas y contar con el respaldo del pueblo” (26). Así fue, salvo excepciones, cuando en algún caso las Juntas, “angustiadas, vacilaban en lanzar a sus súbditos a un combate sin esperanzas”. Así, aunque Juntas locales o Provinciales no estaban previstas por la ley, su aparición mantuvo una “continuidad legal” (Palacio Atard), que se vio fortalecida por la influencia del pueblo en unas extraordinarias circunstancias de guerra. La actividad de las Juntas será absorbida por la guerra. Sobre el significado de las Juntas Provinciales, el jurista Jaime Ignacio del Burgo afirma:
  • 26. José Fermín GARRALDA ARIZCUN 26 “(…) es curioso que, a pesar de que el país, salvo Navarra y Vascongadas, llevaba más de cien años de centralismo, el instinto de defensa popular hizo revivir las antiguas instituciones, que pudiéramos denominar forales. Así, por ejemplo, Asturias convirtió la Junta del Principado, entidad meramente económica, en el organismo superior de la región; Galicia hizo renacer la Diputación General del Reino; Lérida organizó su Junta sobre la base de los antiguos corregimientos de la ciudad, y Aragón recurrió a la convocatoria de las cortes del reino (…)” (Cárcer de Montalbán) (27). Detalle del Sitio de Gerona por C. Montserrat Mariano Álvarez de Castro, héroe de la defensa de Gerona en 1809, por Planella 3.3. INICIATIVA REGIA DE LA CONVOCATORIA A CORTES El 1 y 4 de mayo Fernando VII mostró su voluntad de convocar Cortes, que dispuso en sus dos decretos del día 5. En uno, mandaba a la Junta de Gobierno que se trasladase a un lugar seguro, asumiese la soberanía, y declarase la guerra a Napoleón. En otro, ordenaba al Consejo Real o, en su defecto, a cualquier Chancillería o Audiencia no mediatizada por los franceses, que “se convocasen las Cortes (…) (para que) se ocupasen únicamente en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa del Reino, y que quedasen permanentes para lo demás que pudiese ocurrir”. La Junta de Gobierno conoció ambos decretos pero no los atendió, ni los hizo circular, siendo Pedro Cevallos, que había acompañado a Fernando VII a Bayona, quien los reconstruyó e hizo saber tan pronto como regresó de Francia. Por no obedecer al monarca, la Junta de Gobierno fue sustituída por la Junta Central. 3.4. SURGE LA JUNTA CENTRAL SUPREMA Las Juntas Provinciales se plantearon un poder efectivo central para evitar un posible vacío de poder y legitimidad. El móvil fue la prisión del rey y la mayor o menor claudicación de altas instituciones del Reino ante Bonaparte, como era el caso de la Junta de Gobierno conocedora de las abdicaciones de Bayona y del Consejo de Castilla. La Junta Central como institución era históricamente una novedad, fruto de un caso de emergencia, y conducirá a la Regencia algo más de un año después. Las aspiraciones de las Juntas eran diversas, pues según reconoce Forcada Torres: “Algunas de las Juntas provinciales, considerándose “más Supremas” que las demás, pretendían que el país entero las reconociese como sucesoras del Rey y su Gobierno (añado que por ejemplo la de Sevilla). Otras, más modestas, contentábanse con regir su propia jurisdicción con plena independencia de cualquier poder central; otras, finalmente, decidieron unirse con sus vecinas para constituir una sola, bajo un solo mando. Este fue el partido que eligieron y pusieron en