Narración de las vivencias de una niña de 7 años en sus escuelas. El relato pretende sensibilizar a padres, docentes y alumnos sobre la importancia de la emoción, la curiosidad y la acción en educación
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Cada mañana Celia la esperaba con una enorme sonrisa. Atravesar la puerta de
entrada le proporcionaba una sensación de seguridad, tranquilidad y calidez.
Aquella puerta tenía algo especial. Su color blanco como el nácar y el enorme
llamador dorado le producía una atracción que la embelesaba, pero nunca lo golpeó.
Nunca escuchó su sonido porque el silencio en aquél lugar era sagrado.
Al llegar y atravesar el hall, subía despacio las anchas escaleras enmoquetadas
sintiendo la suavidad y rugosidades del frío pasamanos de forja. Sabía que en la planta de
arriba, en un salón, la esperaba Celia sonriente junto con sus compañeros.
- Buenos días, Lía
- Buenos días, Señorita Celia
- ¿Cómo ha ido el viaje?
- Muy bien, vinimos con la Señorita Josefina.
- Me alegro, Lía. ¿Dime, dónde trabajarás hoy?
- Mmm…creo que comenzaré haciendo lazadas y después probaré las sumas. Me
gustó lo que hicimos ayer pero no me salen en forma de culebra.
- ¿Culebra?
- Quiero decir que no me sale la suma si la pongo en una misma línea, dos más
cinco, igual a…
-Ah! entiendo, sí. Recuerda comprobar los resultados de ambas maneras para
contrastar, con el material y con el lápiz y papel. Así tú sola podrás saber si te has
equivocado y después rectificar lo que no haya salido como esperabas. ¿De acuerdo?
- Si
- ¡Muy bien, a trabajar!
- Gracias Señorita Celia.
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Lía se dirigió a la zona de lazadas. Allí hay otros compañeros con hebillas,
nudos diversos, corchetes y automáticos, manejaban sus habilidades manuales al
anudar, abrochar y abotonar todo tipo de cierres. Juntos investigaban, se ayudaban
y colaboraban, mientras Celia, paseaba por el espacioso salón con serenidad,
ofreciendo su ayuda a quién lo necesitara.
La mañana transcurría con dinamismo para Lía. Acudió a la zona de
matemáticas, para realizar sus sumas en forma de “culebra”. De una estantería
extrajo con cuidado unos materiales de madera, unas vasijas y unas tablas
cuadriculadas con números. Todos ellos le ayudarían a aprender la sumar con
varios sumandos por sí sola, después lo anotará en su cuaderno de trabajo y
comprobará si los resultados son correctos, o si debe rectificar.
Celia había preparado una actividad conjunta. Les ofrecía una bolsa opaca
con diferentes figuras geométricas en su interior, algunas era planas y otras con
volumen (círculos, cuadrados, triángulos, rombos, trapecios, óvalos, octógonos,
hexágonos, pentágonos...esferas, cilindros, pirámides, conos, cubos,
paralepípedos rectangulares…). Lía se hipnotizaba cuando introducía su mano en
el interior de la bolsa y sentía en su piel las figuras, apreciaba de ellas su superficie,
su temperatura y su forma para tratar de averiguar cuál era el nombre exacto de la
que había seleccionado.
- ¡Trapecio! Exclamó, mientras extraía la figura de la bolsa para comprobar
su exactitud. ¡Sí! Se dijo a sí misma
El juego finalizaba con la proyección de unas figuras en movimiento
inverso. Las figuras caían de la parte superior de la pared digital y los compañeros
trataban de averiguar a cuál correspondía si se le daba la vuelta. Debían girarla
imaginariamente. Una vez consideraban la posición correcta, tocaban en la figura
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proyectada, y si lo era, automáticamente explotaba la imagen produciendo pompas y
efectos visuales de colores que fascinaban a todos.
En el momento del descanso, los compañeros salían al jardín. Allí les esperaba la
arena, el aire, las plantas, el melocotonero y la morera, un árbol recio y frondoso de hojas
grandes y tupidas que era vareado entre los compañeros al llegar la primavera, para
ofrecer sus hojas como alimento a los nuevos compañeros de salón, los gusanos de seda.
Asimismo, disfrutaban del aire también, unos amigos muy especiales, los gatos.
Pirrín era una gata atigrada muy cariñosa. Le gustaba estar cerca de todos. Ronroneaba
cuando estaba cerca para ser acariciada. Pirrín llegó un día a la escuela por casualidad,
sin saber de dónde ni porqué, y allí se quedó. Entre todos eligieron su nombre. Se dejaba
acariciar, coger en brazos, acicalar con barro cual señorita disfrutando de una exquisita
terapia con lodo…Pirrín era parte del lugar y había que respetar.
Al otro lado de la piscina había un corrillo de chicos y chicas mayores que estaban
haciendo algo que le llamó la atención. Lía tenía una curiosidad innata, y le gustaba
investigarlo todo, así que, se acercó.
Los muchachos exploraban la distancia y velocidad que podía recorrer una oruga
y un caracol.
Eso le fascinó. Se quedó ahí, quieta, estirando el cuello, enfocando la vista para
contemplar con detalle todo lo que hacían, y prestando atención a todo lo que decían.
Habían preparado un circuito con un punto de salida para que ambos animales
comenzaran a arrastrarse. Mientras unos eran los encargados de dar el pistoletazo de
salida, otros dieron la vuelta a un reloj de arena, justo en el momento en que los animales
comenzaban a moverse.
Los muchachos que estaban pendientes del reloj de arena, avisaban a los otros de
que el tiempo finalizaba.
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- ¡Ya, Ya, Ya!
Rápidamente, los chicos que observaban el recorrido de los animales
marcaron el circuito con un palo, como punto de referencia del recorrido final
realizado por cada uno de los animales. Después una muchacha sacó el metro y
midió la distancia, desde el principio del circuito hasta la marca final de ambos.
- ¡A ver! la oruga 75 centímetros. Y el caracol…21, 22, 22 centímetros.
¡Anotadlo, anotadlo!
Lía estaba ahí advirtiendo todo el bullicio. ¡Qué emoción! Le sorprendió
tanto la velocidad de la oruga. ¡Iba tan rápido!
Los niños anotaron todo en sus pequeños cuadernos, para seguir
avanzando en el salón de clase. Allí tenían que buscar las operaciones matemáticas
que les llevarían a hallar cuánto podría recorrer en una hora la familia de los
gasterópodos y la familia de las larvas lepidópteras. Después harían unas gráficas
con cada familia, e irían ampliando con otras familias de insectos hasta completar
su curiosidad.
Lía quería enterarse. Quería ver la diferencia. Quería saber….
De pronto, en la entrada acristalada del jardín, vio a Miss Julie. Se acercó
hacia ella junto a otros compañeros, para seguirla hasta su salón. Miss Julie era
una mujer corpulenta y seria, con una risa tremendamente contagiosa.
- Good morning, Lia. Do you want to play to recognize some words?
-Yes, me encanta ese juego.
- Ok. I'll cover your eyes with handkerchief. Please close your eyes.
Lía cerró los ojos esperando que Miss Julie le pusiera el pañuelo negro en
los ojos.
-Can you see anything?
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- No, I can’t.
Lía esperó a que Miss Julie le cogiera la mano, en concreto dos dedos, para seguir
unas letras ásperas de lija colocadas sobre una tabla, que formaban una palabra en inglés.
Había que ir despacio, siguiendo el dibujo de la lija. Lía sintió en la piel de sus dedos una
“S” perfectamente redondeada, que se ligaba por la zona de abajo con una “w” y se
entrelazaba con dos “ee “para finalizar en una “t” de estilo rococó.
- Suit 1
¡Exclamó emocionada!
-Ok, Ok (Sonrió). Do you want to try again?
-¡Siii!, perdón, Yes.
La señorita Julie no era maestra de “La letra con sangre entra”, sino más bien,
“La letra, con el tacto de tu piel, entra”. Este juego les gustaba a todos los muchachos.
Después contactaban con una escuela inglesa por video conferencia e intercambiaban
cuestiones sobre el tiempo y las precipitaciones en ambos países, ya que realizaban de
manera conjunta un análisis sobre el ph de la lluvia. Un proyecto colaborativo que
coordinaba Mr Ashley.
Tras el verano, a su madre la destinaron a otra ciudad. Al cambiar de residencia,
la madre obtuvo referencias de una escuela recomendada, una buena escuela.
La noche anterior a su incorporación, Lía eligió cuidadosamente la ropa con la
que deseaba ataviarse y presentarse a sus nuevos compañeros. Su madre le recordó que
debía vestir con uniforme. Eran las galas de la escuela.
Lía se quedó pensativa. No entendía muy bien el motivo, aunque no le pareció
mala idea. Estaba contenta y nerviosa por conocer a sus nuevos compañeros, nuevos
maestros, nuevos sitios que explorar.
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Fonética de sweet (dulce, caramelo, en inglés)
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Cuando se aproximó a la puerta, se paró unos segundos antes de entrar, y
miró a su alrededor. Un muro de piedra de gran altura le impedía observar su
interior. Miró hacia arriba y pudo ver el majestuoso edificio que sobresalía de la
tapia. Pensó: “¡qué grande, cuántos pasillos por recorrer!
Subió unas desequilibradas escaleras de piedra y entró a un hall. Divisó un
pasillo y se fue hacia él. De repente escuchó a alguien que decía:
-Pst Pst ¿Dónde vas? ¿Eres nueva o qué?
-Sí, soy Lía. Voy a clase, pero no sé por dónde tengo que ir.
- Sigue aquel pasillo hasta el final. A mano izquierda encontrarás el salón
azul, ponte en tu fila y te llevarán a clase.
Según avanzaba por aquella galería poco iluminada, escuchó un sonido de
altavoz a lo lejos. Pensó que abría algún festejo. Según se aproximaba lo percibía
con mayor claridad. De pronto, un estruendoso timbre sonó de tal manera, que
sobrecogió a Lía, quién se llevó la mano al pecho al precipitarse su corazón.
Al fin, encontró una puerta de doble hoja abierta que la adentraba en un
inmenso salón cuyas baldosas del suelo eran de color azul.
Se encontró numerosas filas de muchachos y muchachas que miraban
hacia adelante dando la espalda a la puerta. Preguntó si esa era su fila y se colocó
detrás del compañero, a quien sólo podía ver su nuca, su espalda y sus talones. Lo
miró de arriba abajo tratando de sentir cómo era, de conocerle, de conocerse, pero
no pudo encontrarse con su mirada.
El sonido del megáfono dirigía la entrada al salón de clase organizando las
filas. De pronto, los compañeros que estaban delante de ella comenzaron a
caminar. Lía los siguió hasta la que sería su nueva aula.
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Una vez allí, observó cuidadosamente cada detalle. Se encontró con un salón cuyo
espacio estaba totalmente cubierto por mesas distribuidas de manera uniforme e
individual. No había materiales, ni juegos, ni botes de lápices, ni colores, ni ventanas
bajas.
La señorita no podía moverse por el salón, porque estaba sentada tras una mesa
que era más grande que la del resto. Sólo se levantaba para anotar en la pizarra.
Lía pasó la mañana en el mismo salón de clase. No se desplazó a ningún otro
lugar, ni a otro rincón del salón. Permaneció sentada en su silla, escuchando las
explicaciones de la profesora y subrayando en un libro que cambiaba cada 50 minutos.
Ni siquiera pudo intercambiar palabra alguna con los compañeros. Esto era censurable.
Respondió ciertas cuestiones en su cuaderno. Fue entonces cuando echó de menos y
recordó los materiales, hasta que volvió a sonar el estrepitoso timbre, que volvió a
estremecer a Lía. Era el momento del jardín.
Salió contenta pensando que allí podría moverse, hablar con los compañeros
explorar, investigar. Al salir, nuevamente en fila, observó un patio descomunal. No era
un jardín. Era un gran patio de color gris, de cemento, con árboles pequeños.
Deambuló de un lado a otro observando e inspeccionando el lugar. Tropezó con
unas fuentes de agua, con un columpio que daba vueltas, varios setos, y al fondo, en una
esquina, vio un árbol que le recordó la morera.
Se aproximó, lo observó. Se parecía mucho pero no era igual. Era más pequeño,
y las hojas más alargadas. Entonces descubrió que algo colgaba de una rama baja, se
acercó más. No lo podía creer. Era un murciélago. ¡Un murciélago a plena luz del día!,
se dijo.
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No lo dudó. Lo cogió, lo miró entusiasmada, tocó su cuerpecillo peludo
amarronado, le abrió las alas, se fijó bien en su cara, en sus patas ¡qué pequeño
le pasará? pensó.
Se acordó rápidamente del experimento que hicieron los compañeros
estudiando la velocidad y el recorrido de la oruga y el caracol. -¡Si se lo llevo a la
señorita seguro que se le ocurre algo para hacer! pensó ¡podremos ver lo que
vuela!, pensó.
Lo envolvió con su chaqueta de punto y se dirigió corriendo hasta la
señorita que estaba en el patio.
- Señorita, señorita. Mire lo que traigo: ¡Un murciélago! ¡Es fabuloso!
Seguro que nos sirve para estudiarlo.
- ¿Un qué?
- ¡Un murciélago! Dijo Lía desenvolviendo su chaqueta y dejándolo a la
vista.
- ¡Ahhh! ¡Quita eso de ahí! ¡No lo toques! ¡Lávate las manos ahora mismo!
- Pero… si es un murciélago, podemos estudiarlo ahora que es de día. Sólo
salen por la noche, así que estamos de suerte…
-¡Anda, anda, suerte dice! ¡Estos chicos! ¡Ve al cuarto de baño ahora
mismo, lávate las manos y no vuelvas a tocar un bicho de estos! Voy avisar a la
limpieza para que se lo lleven ahora mismo. ¡Qué horror!
Lía se sintió profundamente triste. Se dirigió al cuarto de baño, se lavó las
manos y comenzó a llorar. En el cuarto de baño pudo escuchar el silencio por
primera vez en la mañana. Se acordó de Celia, de su sonrisa, de sus gafas, del
salón de clases, de los materiales, de sus compañeros, de la arena, de la morera,
de miss Julie, de su risa contagiosa, de la oruga, del caracol…
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Y así, le invadió la ausencia, la desmotivación, el desamparo, y un inmenso vacío.