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1. LXI
Santo Tomás de Aquino
(1225 – 1274)
Gran parte del pensamiento contemporáneo de Occidente tiene sus bases en
los grandes pensadores de las épocas precedentes. Por las filas de la Iglesia
Católica desfilaron muchos hombres que plasmaron sus ideas para la
posteridad, y que sirvieron como inspiración para dar forma a la manera en
que se concibe al mundo. Muchos fueron pensadores destacados, pero
durante la Edad Media hubo uno que destacó sobre el resto.
Independientemente de la doctrina que profesaba, sus esfuerzos para
profundizar sobre el conocimiento y la crítica le hacen digno de destacar.
Tomás de Aquino nació en el castillo de Roccaseca, en la actual Italia,
en 1225. Hijo de los condes de Aquino recibe la primera educación religiosa
y científica para pasar después a la Universidad de Nápoles. Es considerado
como el máximo representante de la filosofía escolástica medieval, que hizo
grandes aportes a la teología cristiana.
Perteneció a una de las familias aristócratas más acomodadas e
influyentes de la Italia de la época. Como era habitual, en aquellos años,
realizó sus estudios en un centro religioso, específicamente en el monasterio
benedictino de Montecassino. Allí descubrió que quería seguir el camino de
la cristiandad. Posterior a esto se trasladó a Nápoles para cursar estudios de
arte y teología, y tendría el primer contacto con la Orden de los Hermanos
Predicadores, conocidos como Orden de Santo Domingo o Dominicos.
La idiosincrasia de la Orden de los Hermano Predicadores llevó a Tomás
de Aquino a interesarse por pertenecer a dicha orden y manifestó
formalmente sus deseos de ingresar en 1243. En un principio, su familia
mostró descontento por dicha decisión, al grado de solicitar al emperador
Federico II (entonces emperador del Sacro Imperio Romano Germánico),
intercediera para impedir dicha acción. Fue recluido en Santo Giovanni, por
cerca de un año; sin embargo, por petición ahora del maestro de la Orden,
Fray Juan Teutónico, fue puesto en libertad y autorizado para ingresar a la
Orden dominica. Así, en el año 1245 se trasladó a París, donde llevaría a
cabo sus estudios teológicos hasta 1256 y en los cuales obtendría el grado de
maestro. Ahí fue docente, así como también en Roma y Nápoles.
Durante su estancia entra en contacto con Fray Alberto Magno
(destacado científico), doctor de la Iglesia, con el cual compartiría una
visión similar del mundo y del conocimiento. Esta relación le permitió
desarrollar una visión abierta y tolerante (desde luego siempre crítica), ante
las ideas provenientes de otras latitudes, como las de la cultura musulmana
y griega, y que, a la postre forjaría su pensamiento. Pronto mostraría cómo
ésta apertura sería de gran utilidad para el conocimiento humano.
Una vez de regreso en Italia, donde se desempeñaba como instructor y
consultor del Papa, empezaría a redactar la suma de todas de sus ideas. Fue
reconocido durante esos años por la facilidad, coherencia y elocuencia de
sus ideas, lo que valió el grado de doctor por la Iglesia Católica. Durante
este periodo se dedicó a redactar varios comentarios y anotaciones a las
aportaciones de diferentes pensadores, el más importante de ellos,
Aristóteles.
La crítica de Tomás de Aquino recaía en la confrontación de la verdad, en
contraposición a la corriente averroísta que prevalecía en el pensamiento
cristiano. Esta postura argumentaba que existía una independencia del
entendimiento guiado por los sentidos, y consideraba una postura de dos
verdades: las del entendimiento y las de la revelación. Frente a ello, Santo
Tomás sostuvo que no debían verse como verdades aisladas que
contradecían una a la otra, sino que, al ser ambas producto de Dios, podían
mantenerse en relación estrecha y complementarse una a la otra. Mantenía
que la teología y la filosofía, siendo distintas pero complementarias, podían
orientar el conocimiento de la verdad, ya sea esta natural o sobrenatural.
Su labor permitió mediar entre el espiritualismo y el naturalismo,
defendiendo un naciente realismo moderado, conciliando así el mundo
material con los dogmas del catolicismo. El recuento de su obra se puede
leer en su Summa Theologiae, redactada entre 1265 y 1274.
Murió en Fossanova, Italia, el 7 de marzo de en 1274. Por sus esfuerzos
como mediador entre la razón y la divinidad, fue reconocido, casi cinco
siglos después, como patrono de las universidades y escuelas católicas.
El estudioso es el que lleva a los demás a lo
que él ha comprendido: la verdad.