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quella mañana, después de haber
esperado poco más de quince
meses, todo fue sorpresa en el
zoológico. Sí, es cierto que mamá jirafa
había engorado mucho más de lo normal,
pero lo que todos pensaban era que iba a
tener dos jirafitas gemelas, no una jirafa…
redondita.
¡Pop! La jirafita bebé salió de la panza
de mamá jirafa y los que estaban cerca
rápidamente le encontraron diversos
parecidos.
─¡Oigan todos! ─gritaba alguien por
ahí ─¡Mamá jirafa tuvo un balón de futbol!
─No, es de básquet, ¿no ven que es amarilla? ─respondía otro.
─Qué pelota de básquet ni que nada ─aclaró Jaime León, el
cuidador de las jirafas─. Es una jirafita con sobrepeso.
Mamá jirafa estaba encantada con su
jirafa gordita; don Jaime, también.
Pero el más encantado de todo el
zoológico era Poncho, el hijo del cuidador.
Poncho se encargaba de algunas labores del
encierro, como platicar con las jirafas y opinar
sobre cosas importantes como, por ejemplo,
qué nombres habrían de llevar los nuevos
miembros de la familia.
Y como Poncho no era muy ocurrente
que digamos, la criaturita aquella acabó
llamándose “Bolita”.
Al principio, a Bolita le resultaba muy
divertido ver que toda la gente que pasaba
A
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frente al encierro de las jirafas se reía mucho, porque no por nada aquel
fulano había gritado que se parecía a una pelota de basquetbol.
Bolita era redonda por donde se la viera, de las patas hasta el cuello,
y eso era algo que no se había visto hasta entonces en ningún zoológico
del mundo.
Pero, un tiempo después, Bolita se dio cuenta de que también
murmuraban cosas y, entonces, empezó a sentirse un poco mal.
Una tarde unos niños se pasaron casi 20
minutos frene al encierro de Bolita,
señalándola muertos de risa.
─¡Qué gorda! ─dijo uno.
─¡Parece un globo! ─gritó otro.
A Bolita aquello ya no le gustó nada; trató
de esconderse detrás de un árbol pero, por
supuesto, eso era imposible. Los lados de su
cuerpo sobresalían del tronco de su escondite.
Los niños se rieron con más fuerza y se
alejaron de allí. Poncho había presenciado
toda la escena y vio
como un par de lágrimas bajaba por las
redondas mejillas de Bolita.
Esa noche Poncho casi no durmió
pensando en cual podía ser la solución al
problema de Bolita.
─¿Qué tal ponerla a dieta? ─se preguntó,
y con esa idea en la cabeza se quedó dormido.
A medianoche despertó con el corazón
pegándole con fuerza dentro de las costillas:
había soñado que ponía a dieta a Bolita y ella,
enloquecida por el hambre, se comía a un
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visitante del zoológico, que venía haciendo turismo desde el Japón.
De todas maneras al día siguiente, después de que don Jaime
repartió el alimento a todas las jirafas, Poncho fue y le decomisó a Bolita
la mitad de su ración.
La pobre jirafa se pasó la
tarde dando vueltas buscando con
qué completar su comida, pero no
encontró nada. Acabó masticando
un pedazo de periódico que don
Jaime había dejado por allí.
Poncho miró su
desesperación y le devolvió su
comida. Supo que no podía ponerla a dieta, Bolita comía justo lo que
debía comer una jirafita de su edad; darle menos podía debilitarla y
ponerla de malas… o bueno, lo del turista…eso no parecía muy probable,
pero uno nunca sabe.
Esa tarde Poncho se sentó bajo un árbol y se concentró todo lo que
pudo para pensar en un plan B. Un par de horas después lo tenía listo.
Al día siguiente llegó al zoológico con una enorme bolsa que contenía los
elementos para lleva a cabo
su plan.
─¿Qué vas hacer,
Poncho? ─le preguntó don
Jaime al verlo llevando a
Bolita a la cueva del
encierro cargando tanta
cosa.
─Voy a echarle una
mano a Bolita ─contestó
Poncho─, pero es privado,
¿eh?
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Pasó una hora y luego pasaron dos…dos y media…y entonces
Poncho salió de la cueva seguido por una Bolita un poco distinta.
Poncho se llevó a Bolita al encierro que,
según él, le correspondía ahora.
Cuando los elefantes la vieron, se miraron los
unos a los otros sin comprender de dónde había
salido ese bicho tan raro.
─Ella es…Pelota. Su nueva compañera
elefanta ─les anunció Poncho.
Durante el resto del día Poncho se quedó a
vigilar cómo le estaba yendo a Bolita con su
disfraz. Pero desde el principio sospechó que su plan no tenía los
resultados esperados. Bolita no se sentía bien. Extrañaba a su familia, y
los elefantes se alejaban de ella cuando intentaba acercárseles. Los
asistentes al zoológico se le quedaban viendo como si hubiera venido de
otro planeta.
─Ese elefante parece de peluche ─dijo
uno.
─No más bien es un elefante como
deforme ─contestó otro.
─¡Qué cosa tan rara es ese animal! ─opinó un
tercero.
Bolita notaba las miradas y los
murmullos de quienes la veían; jamás había
estado tan incómoda en un lugar desconocido
y ajeno. Además, a la hora de la comida no
pudo probar bocado. No estaba acostumbrada
a la comida de elefantes y, a pesar del
hambre que sentía, apenas pudo masticar
algunos hierbajos.
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Para colmo, el bochorno y el calor que le provocaba el disfraz la
hicieron sudar a mares, y el pegamento de las cintas que Poncho había
usado empezó a ablandarse. Par ese momento, docenas de personas se
habían juntado frente a la jaula de los elefantes. Todos miraban a Bolita,
algunos con extrañeza, otros con temor… llegó un momento en que Bolita
no aguantó más y empezó a correr alrededor dela jaula, buscando un
lugar para escapar de todas esas miradas. Pero su disfraz estaba a punto
de deshacerse.
─¡Papaaaaaá! ¡A ese elefante se le
está cayendo la trompa! ¡Papá, mira!
¡¡Aghhh!! ─gritó un pequeñín horrorizado.
Los elefantes se asustaron mucho con los
gritos del niño; los visitantes, también;
Bolita, más que todos ellos, y pronto el
zoológico completo se convirtió en un
verdadero caos.
Don Jaime, que andaba por allí
vigilando de cerca la aventura de su hijo,
salió al rescate. Calmó al niño, calmo a los
elefantes y después, poco a poco, liberó a
Bolita de su disfraz de elefante.
Los elefantes entonces se miraron de
nuevo, como diciéndose unos a otros que ya sabían que se trataba de la
jirafa Bolita y que ninguno de ellos había sido engañado.
Tan ocupado estaba don Jaime arreglando todo el desastre, que
tardó un poco en advertir que Poncho estaba en un rincón de la jaula,
sentado con la cara entre las manos, mirando todo aquello con mucha
tristeza. Su plan había fracasado.
Don Jaime lo tomó de la mano, con la otra tomo la cuerda que
sujetaba a Bolita y caminaron juntos hacia la jaula de las jirafas.
─Bolita es una jIrafa, Poncho, no un elefante.
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─Es muy gorda para ser una jirafa.
─Bueno, es distinta, es una jirafa gorda, pero jirafa al fin
Ella pertenece a los suyos, que ya la extrañan. Anda, vamos a
llevarla de vuelta con ellos.
Así lo hicieron. Bolita disfrutó como nunca el viento del camino. Al
llegar levantó el cuello con orgullo. Era una jirafa de nuevo, y eso la ponía
muy contenta.
Y mucho más
contenta se puso cuando
llegó otra vez a su jaula.
Las demás jirafas la
recibieron formando un
círculo y haciendo
exclamaciones de alegría.
Poncho le trajo la porción
de comida que le tocaba y
esa noche, cenando junto
a los suyos, Bolita se
sintió más en familia que
nunca. Más jirafa que
nunca.
A partir de entonces
vivió muy feliz de regreso
en su jaula, ignorando las
murmuraciones que
ocurrían de pronto entre
los visitantes… aunque
estás no duraron mucho,
porque algún tiempo
después, a Bolita le pasó
como les pasa a algunos
adolescentes…