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Goya
1. Imagen 1. Retrato de Francisco de Goya. Vicente López Portaña . Fuente: Wikimedia
Nadie fue más sordo que Goya al siglo XIX, pese a haber cumplido en él
casi tres décadas y haber sobrevivido a sus feroces guerras. Se quedó
sordo de verdad cuando amanecía la centuria, pero no ciego. Y a fuer de
mirar a su aire se convirtió en un visionario. Ese hombre cabal, lúcido y
baturro gestó las pesadillas que creemos tan nuestras afincado en un
Versalles provinciano y en una Ilustración de pueblo. La dieciochesca,
acanallada España que le tocó vivir le valió para todo y para nada. Su
tozudez y brío fueron su patrimonio: con tales alforjas saltó desde su
infancia hasta la infancia de las vanguardias, que en el siglo XX lo
reivindicaron como maestro. Nadie se explica aún ese raro fenómeno: fue
un pintor y un profeta solitario venido desde antiguo hasta ahora mismo
sin pasar por la Historia.
Francisco de Goya nació en el año 1746, en Fuendetodos, localidad de la
provincia española de Zaragoza, hijo de un dorador de origen vasco, José,
y de una labriega hidalga llamada Gracia Lucientes. Avecinada la familia
en la capital zaragozana, entró el joven Francisco a aprender el oficio de
pintor en el taller del rutinario José Luzán, donde estuvo cuatro años
copiando estampas hasta que se decidió a establecerse por su cuenta y,
según escribió más tarde él mismo, "pintar de mi invención".
A medida que fueron transcurriendo los años de su longeva vida, este
"pintar de mi invención" se hizo más verdadero y más acentuado, pues
sin desatender los bien remunerados encargos que le permitieron una
existencia desahogada, Goya dibujó e hizo imprimir series de imágenes
insólitas y caprichosas, cuyo sentido último, a menudo ambiguo,
corresponde a una fantasía personalísima y a un compromiso ideológico,
afín a los principios de la Ilustración, que fueron motores de una
incansable sátira de las costumbres de su tiempo.
Pero todavía antes de su viaje a Italia en 1771 su arte es balbuciente y
tan poco académico que no obtiene ningún respaldo ni éxito alguno;
incluso fracasó estrepitosamente en los dos concursos convocados por la
Academia de San Fernando en 1763 y 1769. Las composiciones de sus
2. pinturas se inspiraban, a través de los grabados que tenía a su alcance,
en viejos maestros como Vouet, Maratta o Correggio, pero a su vuelta de
Roma, escala obligada para el aprendizaje de todo artista, sufrirá una
interesantísima evolución ya presente en el fresco del Pilar de Zaragoza
titulado La gloria del nombre de Dios.
Todavía en esta primera etapa, Goya se ocupa más de las francachelas
nocturnas en las tascas madrileñas y de las majas resabidas y descaradas
que de cuidar de su reputación profesional y apenas pinta algunos
encargos que le vienen de sus amigos los Bayeu, tres hermanos pintores,
Ramón, Manuel y Francisco, este último su inseparable compañero y
protector, doce años mayor que él. También hermana de éstos era Josefa,
con la que contrajo matrimonio en Madrid en junio de 1773, año decisivo
en la vida del pintor porque en él se inaugura un nuevo período de mayor
solidez y originalidad.
Extraído de Biografias y Vidas.
Vídeo 1: Goya, genios de la pintura. Autor: José Blas Molina Soriano. Fuente: Youtube