1. Me ha gustado este artículo, para que lo comenten en algún momento…
El último y reciente premio Nadal, Álvaro Pombo, recibió con mucha alegría el
galardón, pero sus primeras palabras de agradecimiento no fueron para referirse a su
obra, El temblor del héroe, sino para recordar, con gran empatía y admiración, a
Carmen Laforet, a cuya novela Nada fue otorgado el primer Nadal de la historia. Álvaro
Pombo evocó la impresión que le causó la narración de las vivencias de una chica de
provincias en la Barcelona de la posguerra, a través de las cuales Carmen Laforet
expone con gran brillantez la dureza de alma y la frialdad colectiva que reinaban en
aquella vivienda de la calle Aribau. Álvaro Pombo nos recuerda que el transcurrir del
tiempo no ha mejorado las cosas; que también en nuestra época la insolidaridad y el
egocentrismo señorean una sociedad dominada por intereses mezquinos y dispuesta a
devorar con avidez el espíritu noble de las almas buenas.
Es hermoso que escritores tan dispares enfrenten la existencia con las mismas armas y
proclamen su desencanto humano con idéntica sensibilidad. A Álvaro Pombo se le cayó
al suelo el galardón, tal vez como símbolo de la nimiedad de los reconocimientos
literarios. Es una vida dura, la del autor, como así lo confesaba Ramón J. Sender,
cuando animaba a Carmen Laforet para que no abandonase en aras de la depresión su
lucha contra la injusticia. Álvaro Pombo nos ha dado una hermosa lección, al renunciar
a su minuto de gloria para recordar a una querida escritora, con la que todos, alguna vez,
nos hemos identificado. La primera y el último Nadal denuncian con la misma valentía
las miserias de un mundo absurdo y nos muestran la necesidad de que, al menos por un
instante, reneguemos del Yo para pensar en el Tú.