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TEATRO DE LA REPÚBLICA
Cuna de Pactos Nacionales
Andrés Garrido del Toral
Cronista de Querétaro
Querétaro, cruce de los caminos nacionales en la Historia
El pueblo de indios de Santiago de Querétaro fue fundado en 1531 a raíz
de un asentamiento chichimeca en el lugar conocido como La Cañada.
Hacia 1537, ante la imposibilidad de seguir viviendo en ese lugar por el
crecimiento de la población venida del centro del país, el fundador
Fernando de Tapia y el urbanista Juan Sánchez de Alanís decidieron
cambiar el asentamiento al cerro de Los Molinos de Carretas, quedando
definitivamente trazado el pueblo en 1550 a partir del templo y convento
de San Francisco. El municipio español se adopta en Querétaro hasta
1578, asignándosele a esta demarcación autonomía respecto de la
alcaldía mayor de Xilotepec y quedando sujetos entonces a la alcaldía
mayor de Querétaro los pueblos y municipalidades de Tolimán, San Juan
del Río, Amealco y Tequisquiapan. En 1656 Santiago de Querétaro
alcanzaría la categoría de ciudad y en 1714 el título de “Tercera Ciudad
del Reino”, solamente por debajo de la Ciudad de México y de Puebla de
los Ángeles. El Estado de Querétaro fue integrado mediante la unión de
la alcaldía mayor de Cadereyta y el corregimiento de Letras de Querétaro
en julio de 1823, para ser una de las entidades federativas fundadoras de
la Federación Mexicana el 31 de enero de 1824.1
Para nadie es desconocido que la ciudad de Santiago de Querétaro fue la
cuna de la idea de Independencia entre 1809 y 1810; que fue escenario
de dolor en la ratificación de los Tratados de Guadalupe Hidalgo mediante
los cuales los Estados Unidos de América nos arrancaron más de dos
millones de kilómetros cuadrados. Tampoco escapa a la memoria de los
mexicanos que en esta prócer ciudad Maximiliano de Habsburgo libró la
última de sus batallas intervencionistas para defender su iluso imperio, el
cuál cayó ante la República después de un cruento sitio de setenta y un
1 Jesús Mendoza Muñoz, “Cadereyta, cuatro siglos de gobierno”, Querétaro, Fomento Histórico y Cultural de
Cadereyta, 2005, pp. 145-151.
2
días, para finalmente ser juzgado, sentenciado y condenado en el hoy
Teatro de la República y ejecutado en el Cerro de Las Campanas. Como
si esto no fuera suficiente para considerar a Querétaro bastión de nuestra
historia patria, fue el Sinahí donde se fraguó la Constitución que
actualmente nos rige y marca el mejor proyecto de vida de los mexicanos;
lo que realmente queremos llegar a ser como nación.
Querétaro varias veces Capital de México
Ríos de tinta y saliva han corrido enunciando el papel protagónico de la
ciudad de Santiago de Querétaro en los fastos más gloriosos de la
Historia mexicana, pero menos se escribe y habla de los momentos en
que nuestra urbe fue sede de los poderes públicos nacionales, tanto en
el sistema federalista como en el sistema centralista.
La primera vez que fue Capital de la República mexicana es durante la
Guerra de Intervención Americana (1847-1848), en que los tres poderes
federales se trasladaron a la ratificación o no de los tristes y célebres
Tratados de Guadalupe Hidalgo, después de ardientes debates que
tuvieron lugar en la Cámara de Senadores (Anexo de La Congregación)
y en la Cámara de Diputados (Academia de Bellas Artes). El presidente
de la República, Manuel de la Peña y Peña, instaló su despacho
presidencial en la casona de la calle de Hidalgo número 48, en que
fueron ratificados los mismos.2
La siguiente ocasión fue cuando don Benito Juárez pasa por Querétaro
en enero de 1858 defendiendo la Constitución de 1857, siendo
gobernador José María Arteaga, instalándose el patricio en la casona de
aquél, ubicada en el anexo de lo que hoy es el Palacio de Gobierno,
sobre la hoy calle de Pasteur. Juárez se dirigía a Guanajuato para
finalmente llegar a Guadalajara donde pretendieron fusilarlo sus
enemigos, sino fuera por aquella intervención de don Guillermo Prieto
donde les espetó a los fusileros conservadores la famosa frase de “los
valientes no asesinan”.
Otra ocasión que se puede contar es la del 19 de febrero al 15 de mayo
de 1867 en que Maximiliano residió en Querétaro como emperador en
un intento de conservar su trono, sin embargo solamente le acompañó
su ejército de nueve mil hombres, el Regente del Imperio (Leonardo
2 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Teatro de la República, Aula Magna del Derecho Social”, Querétaro,
U.A.Q., 1982, pp. 19-24.
3
Márquez) y un solo ministro que fue el de Justicia e Instrucción, don
Manuel García Aguirre, quien pocas oportunidades tuvo de desempeñar
su función legal y se dedicó a levantar barricadas y parapetos. El
Consejo de Estado y el resto de los ministros se quedaron en la Ciudad
de México.3 Aquí surge mi duda si en 1867 fue o no Querétaro Capital
del Segundo Imperio, pero el auto llamado Jefe de Estado imperial
radicaba en Querétaro.
La siguiente vez es cuando don Benito Juárez pernocta en el hoy edificio
de Madero 70, sede del Archivo General del Estado, la noche del 5 y
madrugada del 6 de julio de 1867, en su recorrido rumbo a México
capital para su entrada triunfal del 15 de julio. Por cierto que se alojó y
alcanzó a despachar asuntos en lo que hoy se llama “despacho Juárez”
en el citado edificio, en el que despacha el titular de la Secretaría del
Trabajo.
Pero la ocasión más firme, publicada en el Diario Oficial, fue la relativa
a ser sede del Congreso Constituyente de 1916-1917 y asiento del
Primer Jefe y Encargado del Poder Ejecutivo.
El solar donde se levantó el Teatro Iturbide
A partir de 1573 hubo una orden real en todo el Imperio español que
obligaba a los pueblos, villas y ciudades a contar con una alhóndiga para
aprovisionar de alimentos y granos básicos a las poblaciones en futuras
emergencias, por lo que la Alhóndiga de Querétaro se construyó en el
perímetro de la plaza de San Francisco, hacia el norponiente,
concretamente en las esquinas de la calle segunda de San Antonio y de
La Alhóndiga, actuales Ángela Peralta y Juárez. El terreno de la Alhóndiga
cubría casi toda la cuadra y manzana, hasta donde hoy conocemos como
las oficinas de la CFE. La propiedad era del Ayuntamiento de Querétaro
desde 1578. Obligadamente tenía que ser en esta zona, que desde hace
casi cinco siglos es el corazón de la ciudad de Santiago de Querétaro.
A todo esto hace falta una precisión: esta construcción comenzada en el
siglo XVI fue llamada posteriormente como “la Vieja Alhóndiga”, para
diferenciarla de la que construiría a sus expensas el muy generoso
3 Konrad Ratz, “Querétaro, Fin del Segundo Imperio Mexicano”, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes,
Gobierno del Estado de Querétaro, México, 2005, pp. 101-105.
4
benefactor Juan Caballero y Ocio, a un lado de la Vieja Alhóndiga, en un
terreno de su propiedad, heredada de su padre Juan Caballero y Medina
quien a su vez compró varios predios ubicados en esa manzana a un tal
Juan Durán en el primer tercio del siglo XVII.4 Allí nacieron los hijos de
este poderoso militar virreinal incluyendo Juan Caballero y Ocio, que era
el menor, viviendo muchos años la familia en esa casona, hasta que
muerto el jefe de la misma, don Juan Caballero y Ocio se trasladó a vivir
a un costado de La Congregación de Guadalupe y autorizó al
Ayuntamiento de Querétaro utilizar el predio de referencia para la Nueva
Alhóndiga, cosa en la que estuvo de acuerdo su hermano mayor de
nombre Nicolás, al considerar que el viejo edificio era insuficiente para
proveer de maíz a la gente pobre de la sociedad queretana. En mapas de
la ciudad de finales del siglo XVIII se pueden observar ambas
edificaciones convertidas en una misma casona, con similitud
arquitectónica. Entonces aquí se dan elementos para terminar con viejas
especulaciones sobre la propiedad del terreno donde se erigió el Teatro
Iturbide a partir de 1845. Ese tema lo abordaré a profundidad más
adelante.
Al llegar la Independencia de México, los edificios realengos pasaron a
formar parte del Estado Federal, de las entidades federativas o de los
municipios, quedando en este caso la propiedad del solar de referencia
(Alhóndiga Vieja) en favor del municipio de Querétaro, de eso no hay
duda, pero en relación al terreno y destino del nuevo almacén es donde
vamos a profundizar. El antecedente notarial de Gabriel Rincón Frías nos
dice que ese solarfue comprado por Juan Caballero y Medina a Juan Durán
allá por 1630 y que al heredarlo su hijo Juan Caballero y Ocio lo destinó
para su morada y luego lo cedió al Ayuntamiento para la Alhóndiga.
Después pasó a ser propiedad de doña Josefa Vergara y Hernández
seguramente.
Querétaro ciudad culta, sin lugar digno para la cultura
En 1845 los gobernantes y pueblo de Querétaro reflexionaron sobre la
necesidad de contar con un teatro, digno de la ciudad, por lo que llegaron
a la conclusión de que la Nueva Alhóndiga ya no cumplía con su función
o no era tan necesaria porque había otros almacenes de víveres, y
4 Gabriel Rincón Frías, Ignacio Urquiola Permisán, Rodolfo Anaya Larios y Alejandra Medina, “Don Juan
Caballero y Ocio, la Generosidad y el Poder”, Querétaro, Ayuntamiento de Querétaro, 2014, pp. 393-532.
5
decidieron construir el teatro sobre 994.43 m2 del viejo almacén. El
gobernador era Sabás Antonio Domínguez y el arquitecto, autor del
proyecto y primer constructor, fue Camilo San Germán. El Estado le dejó
al Ayuntamiento capitalino la responsabilidad de conseguir los 4 mil pesos
necesarios para arrancar la obra, lográndolos gracias a que se le presionó
al español don Cayetano Rubio –dueño de las principales fábricas- que
cooperara como una especie de indemnización al pueblo por el
aprovechamiento que hacía de las aguas del Río Blanco (hoy Río
Querétaro).5
Allí en la esquina que forman las calles Primera de San Antonio, larga, en
ligero declive del levante al ocaso, un tanto curvada en su inicio; y
justamente la de La Alhóndiga, tendida de sur a norte, existía esa vieja
construcción, esa famosa construcción, como dice el cronista Ramírez
Álvarez. Estaba el almacén en la esquina norte poniente de una pequeña
manzana que enmarcan la Plaza de San Francisco, el frente de San
Antonio y las calles invocadas, que actualmente son Ángela Peralta y calle
Juárez.
Alhóndigas hubieron muchas en España y sus posesiones en ultramar.
Sus maestros, los árabes enseñaron a los españoles la virtud de la
previsión: en tiempos de abundancia es necesario guardar para los
tiempos de escasez. En las alhóndigas se concentraba la producción de
granos y de otros efectos de fácil distribución, con los que surtían
ordinariamente a los detallistas y extraordinariamente al pueblo. Se
determinó tomar una parte del terreno de La Alhóndiga para la
construcción. Ésta había venido a menos con la Independencia, si bien
perduró por algún tiempo, siendo, como cuántas otras instituciones
semejantes, motivo de discordia, de ambición de algún mal gobernante.
Al determinarse construir el teatro en este lugar, se liquidaba una
institución colonial, que cumplió un cometido benéfico sin duda pero que
no dejaba de representar el colonialismo que debía desaparecer. Comenzó
la obra bajo los mejores augurios, sin primera piedra, porque lo
importante era trabajar, omitiendo el lucimiento. El gobernador del
departamento de Querétaro (estábamos en pleno centralismo), Sabás
Antonio Domínguez, encabezó una comisión el 23 de abril de 1845 que
5 Alberto Trueba Urbina, “Teatro de la República, Biografía de un gran Coliseo”, México, Editorial Botitas,
1958, pp. 23-24.
6
integraron diputados locales, el prefecto del distrito de Querétaro y
presidente del Ayuntamiento capitalino, el comandante general y el
síndico procurador más antiguo del Ayuntamiento de Querétaro, Ignacio
Pozo, para acudir ante escribano público para señalarlos términos, plazos
y condiciones del compromiso de veintisiete empresarios interesados en
colaborar con la obra, tal y como lo escribió la doctora Mina Ramírez
Montes en El Heraldo de Navidad 2016 en su magnífico artículo titulado
“Los cimientos del Teatro de la República”.6 Se formó una Junta Directiva
integrada por ocho miembros dispuestos a conseguir los $30,821. 00
pesos que costaría la obra y que tenía que terminarse en dieciocho meses.
Mina Ramírez entra en detalles y menciona que además del Ayuntamiento
y sus $ 4,000.00 pesos provenientes de Cayetano Rubio y de los
productos de la venta de la Alhóndiga Nueva, Santiago Arana proporcionó
la madera a precios de plaza; Manuel Acevedo se comprometió a dar toda
la piedra china, cal y arena que fuera necesaria; los señores Manuel y
Ramón Samaniego se comprometieron a dar mil pesos en efectivo y
veinte mil ladrillos; otros darían metálico con aportaciones que iban de
mil a doscientos cincuenta pesos. Entre los miembros destacados de este
comité y junta directiva menciono al sabio médico y diputado Manuel
María Vértiz, Antonio del Razo, Víctor Covarrubias, Remigio Montañez,
Ignacio Alvarado, Francisco Novoa y Palacios, José Ignacio Villaseñor,
Crescencio Mena, Joaquín Roque Muñoz, Vicente Franco, Laureano
Segura, Mariano y Timoteo Fernández de Jáuregui, José Antonio Septién,
Francisco Frías y Herrera, Pedro Valdés, Vidal Martínez, Manuel y Ramón
Samaniego, Ignacio Trejo, Nicolás Arauz, Pablo Gómez, José Pérez Arce,
Francisco Marroquín, Francisco Pacheco, José Antonio Urrutia, Ignacio
Alcocer, José Antonio Arce, Cayetano Muñoz, José María Carrillo, Antonio
Guevara, Francisco Verduzco, Anselmo Gómez, Joaquín Piña y el
constructor Camilo San Germán, además del prefecto político de
Querétaro Antonio Gelati, a quien en 1849 dejaron solo con su obra.
Llaman la atención varios puntos de esta “escritura sobre la empresa de
un teatro” como el exentar de impuestos a los donadores de recursos
para la obra en cita; el obtener licencia del juez eclesiástico para trabajar
en días feriados considerados festivos y de descanso por la Iglesia
Católica; solicitar al gobernador y al prefecto mano de obra de los reos
6 Mina Ramírez Montes,“Los cimientos del Teatro de la República”, en El Heraldo de Navidad, Querétaro,
2016, pp141-148.
7
sentenciados a trabajos públicos –con el correspondiente grillete- para
economizar el pago de peones y el que en una pizarra pública se anoten
los nombres de los empresarios que no hagan sus aportaciones para
levantar el gran teatro y así exhibirlos públicamente.
La guerra contra los Estados Unidos interrumpió el proyecto del coso, en
la agresión más villana que hayan consumado éstos en su larga historia
de atropellos internacionales, Querétaro se convirtió en capital de la
República con el traslado de los poderes federales, a la cabeza de los
cuales estaba el presidente de la República Manuel de la Peña y Peña. El
Senado sesionó en el anexo de la Congregación de Guadalupe y la Cámara
de Diputados en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Concluida
la guerra, aprobado y ratificado que fue el Tratado de Guadalupe-Hidalgo
en Querétaro, el gobierno de México partió a su sede en 1848 habiéndose
designado previamente presidente de la República al general José
Joaquín Herrera. Volvió la calma a la ciudad provinciana; otra vez la
quietud, el contemplar, el transcurrir de la vida sin sobresaltos.
Entonces se pensó en continuar la construcción abandonada del Teatro,
para lo que se volvió a pedir la cooperación de quienes pudiendo se habían
hecho accionistas de la empresa. Más, como corresponde a la grande obra
que iba a resultar, las dificultades menudearon y pasó un año – 1849 – y
no se advertía avance en la misma; los accionistas se fatigaron de aportar
cantidades para la misma y prácticamente la abandonaron. La dejaron en
manos del Ayuntamiento queretano, al que cedieron sus aportaciones, a
condición de que la continuase por su cuenta y, una vez concluida la obra,
sus productos fueran a engrosar el patrimonio del Hospicio fundado con
los bienes que para ello destinó doña Josefa Vergara y Hernández. Para
entonces el gobernador era ya otro; don Francisco de Paula Meza renunció
a su puesto antes que publicar el decreto por el que se hacía posible el
retorno de los jesuitas a la ciudad. Le sucedió en el cargo el licenciado
Juan Fernández de Jáuregui, que gobernó entre el 2 de octubre de 1849
y el 24 de abril de 1850.
Al proyector e iniciador de la obra, arquitecto Camilo San Germán, le
siguió al frente de la obra el ingeniero inglés Tomás Surplice, quien aun
cuando quiso modificar los planos tuvo que seguir los de su antecesorpor
la posición y características del terreno, no sin criticarlos acremente.
Sobre todo en el punto referente a que el teatro no tenía frente; el pórtico
principal daba a uno de sus costados; y en lo que respecta a la esquina
8
de las calles de su ubicación, que había sido cortada. Por supuesto que el
arquitecto Camilo San Germán se defendió diciendo que el terreno lo
había obligado a tomar soluciones que a él mismo le parecían
inaceptables.
Hubo cambio de gobernador y lo fue del 25 de abril de 1850 al 24 de
agosto de1851 José Antonio Urrutia, quien dio impulso a la obra, mas no
pudo verla concluida. Sin embargo la dejó adelantada,pues puso empeño
muy especial en una conclusión que parecía muy lejana. Antes de que se
concluyera el breve período de su gobierno, se firmó el contrato por el
que el empresario José Castelán se obligaba a la brevedad a terminar el
Teatro. El Ayuntamiento de Querétaro le quitó más adelante el
arrendamiento del mismo. Y sin embargo no se construyó pronto, como
lo deseaban todos los queretanos, cuya espera se transformó en
desesperación. Por entonces es designado gobernador Ramón María
Loreto de la Canal de Samaniego. Inició su gestión este gobernante el 25
de agosto de 1851 y la concluyó, salvo un interinato, el 30 de noviembre
de 1853. Él vio lo que habían deseado sus próximos antecesores: ver
concluida la obra. Más previamente a su terminación hubo de tomarse
una determinación importante: la de dar nombre al teatro.
Proveniente de una familia de abolengo, de probada nobleza, el
gobernador era adicto, sin decirlo por supuesto, a la monarquía y su más
próximo representativo entre nosotros era Agustín de Iturbide, según lo
relata el maestro Ramírez Álvarez. No meditó mucho el gobernador el
nombre que habría de imponerse al teatro y así expidió un decreto,
haciendo consideraciones históricas y sentimentales para imponerle el
nombre de Iturbide. Concluido estaba el teatro y tenía ya su nombre.
Ahora faltaba fijar la fecha de su estreno.7
Inauguración, estreno y vida cultural en el coso
El 29 de abril de 1852 fue terminado y bendecido el coso, y su
inauguración y estreno el 2 de mayo del mismo año, con la reticencia de
los conservadores locales que no querían ver representadas “obras
inmorales” que iban a dañar “el alma de los pueblerinos”. Concluido que
fue el Teatro de Iturbide, la prefectura de la ciudad se vio obligada a
7 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, p. 26.
9
expedir un reglamento para su funcionamiento; se publicó en el periódico
“El Federalista” en 2 de mayo de 1852. Este reglamento tuvo el carácter
de provisional, considerándose que “venía a llenar un vacío”, sin embargo
se le señalaron imperfecciones y se confió en que fuera revisado,
corregido y aumentado para que cumpliera el cometido que se le había
asignado.8
El estreno habría de ser, se esperaba, en grande. Se fijó para su
realización el 2 de mayo de 1852, como ya dije líneas atrás. No bien había
cumplido el Teatro Iturbide un año de haber abierto sus puertas a una
agrupación humana ávida de esparcimiento artístico, cuando ya había
realizado una connotada labor de difusión de la cultura. Varias fueron las
compañías que se presentaron en el escenario amplio, adecuado,
funcional y suntuoso del Teatro Iturbide; alguna de ellas de las más
notables que en México representaban en los más importantes coliseos
metropolitanos.
El 16 de septiembre de 1854 se estrenó en él el Himno Nacional mexicano;
por unas horas fue estrenado primeramente en este coso que en el resto
del país. Enviado fue a Querétaro el texto del Himno Nacional y la partitura
de su música, inmediatamente después de haber sido aprobada ésta, para
que fuera estrenado en septiembre de 1854 con motivo de las fiestas
patrias. Faltaba poco tiempo para la celebración patriótica y el ahora
gobernador y coronel Ángel Cabrera, quien había sustituido al anterior,
dispuso que se encargase de la organización del magno acontecimiento
don Luciano Frías y Soto, notable periodista, amante de la poesía y con
grandes facultades para la tarea teatral.
Con inusitado entusiasmo preparó el estreno del Himno Nacional don
Luciano Frías y Soto, encomendando la ejecución del mismo a la orquesta
que dirigía el maestro Bonifacio Sánchez, quien puso todo su empeño para
que la ejecución de la marcial obra fuera todo un acontecimiento.
Anunciado que fue el estreno, un público entusiasmado por anticipado se
aprestó a concurrir al Teatro y agotó totalmente las localidades, a tal
grado que fue necesario colocar sillas en los pasillos, que fueron traídas
de las casas cercanas para dar cabida a la mayor cantidad posible de
8 Alberto Trueba Urbina, obra citada, p. 47.
10
concurrentes. Por vez primera el Teatro sería escenario de un
acontecimiento cívico sin precedente.
Y conscientes los organizadores del acto de lo que estaba ocurriendo,
dispusieron el Teatro adecuadamente. Los colores nacionales cobraron
vida en las coronas de flores, que fueron distribuidas convenientemente
para un mayor lucimiento, dieron al Teatro no sólo la hermosura de sus
colores sino también un ambiente fresco que estallaba en aromas. Se
prepararon hermosas banderas de seda que entrelazadas debidamente
con las coronas de flores daban al Teatro un espléndido ornato que
provocaba la emoción al contemplarlo. La iluminación no fue menos
fastuosa, pues se distribuyeron en todo el Teatro lámparas especiales
para que el oro y el carmesí predominantes en la decoración fuera marco
suntuoso de los colores nacionales que en todo el Teatro refulgían. Por fin
llegó la anhelada noche del 16 de septiembre de 1854. Acudió el público
en cantidad muy superior a la capacidad del Teatro; se ocuparon todos
los sitios disponibles y aún muchos concurrentes quedaron de pie.
El Teatro visto por Guillermo Prieto
Entre los años 1852-1854, lo visitó el bardo Guillermo Prieto, desterrado
por Santa Anna, y en su magistral obra “Viajes de orden suprema” escribió
bellas y mordaces palabras sobre el teatro y la gente que acudía a él.
Leamos amables lectores al bardo de la República Federal para que nos
describa en forma deliciosa y sarcástica el ambiente de la ciudad de
Querétaro en torno al Gran Teatro de Iturbide: “El teatro de Iturbide es
un monumento digno de la cultura de la sociedad queretana. El arquitecto
que lo trazó (San Germán) supo aprovechar con tino la esquina de una
de las calles de San Antonio y la Alhóndiga y suspendió en ella su fachada
atrevida y correcta que descansa en un enlosado saliente que sustenta el
alumbrado. Tres elevadas puertas, entre columnas, ofrecen la entrada del
pórtico, en cuyo centro forman gradación óptica las puertas más
pequeñas de los corredores interiores y del teatro. En los laterales del
pórtico y suficientemente visibles para formar vistoso adorno, se levantan
y embuten en la pared las escaleras que conducen a los palcos. El pórtico
es amplio, la pared, las escaleras que conducen a los palcos. El pórtico es
amplio su techo elevadísimo; en el interior y a distancia proporcionada,
lo corona un saliente barandal que produce bellísimo efecto de
perspectiva.
11
El teatro en lo interior es un remedo, una miniatura del gran teatro de
Santa-Anna, pero remedo y miniatura dirigido por una mano diestra.
Forma el interior del teatro un semicírculo casi perfecto, lo cual impide
que sean tan codiciados, como en otras partes, los asientos vecinos a la
vez de los palcos y del foro. Las plateas y los palcos son elegantes, el
cuadro que embellecen sus estucadas y esbeltas columnas permite
percibir en conjunto delicioso la concurrencia; me pareció distinguiren las
distancias de la altura de los palcos alguna incorrección pero maldita la fe
que tengo en mis conocimientos arquitectónicos. El cielo del teatro
coronado por la linternilla que llena el candil, es muy hermoso.
Realza este conjunto el aspecto indescriptible de alegría que tienen
aquella mansión predilecta de los ensueños del poeta, aquel lugar de citas
de las comedias, verdaderas y ficticias, aquel espejo en que unas veces
fiel y otras inexactamente va a buscar la sociedad su retrato y a divertirse
con la traducción de sus propias ridiculeces o de sus crímenes.
El blanco y oro de la pintura que reviste el teatro, el escarlata de los
asientos del patio y, sobre todo, la luz que baña perfectamente el local
infiltrándose por todas partes, presentando como más cercanos y en
relieve saliente los objetos, da un aspecto de sociedad íntima al teatro,
hace como más comunicativa la concurrencia, como más sensual y tibia
la atmósfera del placer. En tal lugar parece que nada debe hacerse
aisladamente; los suspiros se oyen, las lágrimas podrían enjuagarse, se
ve la agitación de los senos, se siente la convulsión nerviosa de una
emoción extraña…
En el cielo del teatro percibí con ternura los retratos o la intención al
menos, y los nombres de varios poetas, algunos de ellos mis amigos:
Alarcón y Mendoza, Calderón, Rodríguez, Gorostiza, ¡hermosos nombres!
Astros de inteligencia, flores del alma, joyas de la patria. Verdaderos
títulos de nobleza para los pueblos a quienes alumbra la libertad, la ley y
la justicia. Nombres de remordimiento, acusaciones mudas y terribles
para las sociedades degeneradas que abdican de rodillas su dignidad y su
razón.
El foro tiene poca extensión pero la entrada del proscenio es hermosísima,
y presenta a los actores y a la escena con esa grandeza, con esa
pintoresca ilusión que los embellece y de la que habla con tan mágico
encanto Víctor Hugo.
12
Revisado el local volvamos al pórtico, donde la concurrencia masculina
espera animosa la llegada de las damas.
El pórtico estaba alumbrado perfectamente, en su reducido espacio se
veía el expendio de boletos, una cantina pequeña y una mesa con dulces
a la entrada del teatro; los aduaneros teatrales recogían los boletos.
El buen tono femenino de Querétaro es delicioso, es encantador, es la
civilización fundiéndose, amoldándose a la finura, a la modestia, a la
amable popularidad del carácter nacional, es el lirio en los jardines, pero
con su modestia del valle, con las ingenuas tintas de su beldad nativa
La vista del teatro concurrido, es un extremo agradable. Las plateas y los
palcos primeros y segundos los ocupa y embellece lo más florido de la
población; es un horizonte de gasas y flores, son collares de hermosuras
que tienen sus encantos celestiales. ¡Cómo, al vibrar de la orquesta, al
estremecersus armonías aquella atmósfera luciente,al irradiar en la seda
y las joyas, el oro y el estuco de las columnas, aquella luz artificial bañada
en perfumes, reflejando en beldades, me transportaba mi imaginación al
teatro de mi México, del México en que lloraban por mí, María y mi madre!
Algunos palcos segundos, la galería y el patio eran únicamente lo
característico. En esos palcos veíase, junto a la señora de chal y guantes,
al pariente ranchero protegido y al chico con un mamón desmesurado en
la mano formando una lluvia de migajas magnífica.
En la galería personajes económicos, pilmamas ladinas, zaraperos,
tejedores y gente que sabe tirar un peso cuando se trata de gastar.”9
¿Quién era el propietario del predio donde se erigió el Teatro
Iturbide?
Ya vimos que el predio donde se construyó el Teatro Iturbide fue
propiedad de un tal Juan Durán, quien a su vez lo vendió a Juan Caballero
y Medina que a su vez lo heredó a sus hijos Juan y Nicolás Caballero y
Ocio, quienes a su vez permitieron que el Ayuntamiento de Querétaro lo
utilizara como Alhóndiga, no sin antes advertir en su testamento que los
réditos obtenidos pasaran a los hermanos franciscanos y a las hermanas
carmelitas descalzas de Santa Teresa, si es que ellas finalmente se
9 Guillermo Prieto, Viajes de orden suprema”, Colección México en el siglo XIX, Tercera edición, México,
Editorial Patria, 1970, pp. 104-110.
13
establecían en Querétaro. El benefactor Caballero y Ocio muere en 1707.
La benefactora de Querétaro, doña Josefa Vergara y Hernández, muere
en 1809, dejando como albacea de sus cuantiosos bienes al Municipio de
Querétaro, quien administrará ese legado hasta 1898.
La pregunta de oro es ¿Cuándo dejó de ser propiedad de Caballero y Ocio
para pasar al patrimonio de doña Josefa Vergara? Los defensores de la
Junta Vergara, como Leopoldo Espinosa Arias y Thomas Landeros, aducen
que el terreno del teatro siempre fue de doña Josefa, ignorando los
antecedentes de propiedad encontrados por los insignes historiadores
Gabriel Rincón Frías, Ignacio Urquiola Permisán, Rodolfo Anaya Larios y
Alejandra Medina, mismos que publicaron en su libro “Don Juan Caballero
y Ocio, La Generosidad y el Poder”, con el sello editorial del Municipio de
Querétaro en 2013. El mismo Valentín Frías sostiene esta teoría de que la
propiedad fue de Caballero y Ocio pero sin dar tantas pruebas o señalar
fuentes como los autores universitarios arriba citados.
Los románticos de la Historia y la Crónica, como Eduardo Rabell Urbiola
sostienen que como el presidente Antonio López de Santa Anna saqueó el
patrimonio de la hoy Junta Vergara de Beneficencia, quedándose con la
hacienda de La Esperanza y varias fincas anexas a ella, el Ayuntamiento
de Querétaro decidió restaurar un poco los daños a la herencia de la
benefactora Josefa Vergara y Hernández y cedió a la sucesión de doña
Josefa varios bienes inmuebles, entre ellos aquel donde se construyó el
entonces Teatro Iturbide, haciendo partícipe a la masa hereditaria en las
acciones de la compañía fundada exprofeso en el caso de éste, entre
cuyos constructores aparece como benefactora dicha fundación.
No hay que dejar a un lado que si el Municipio de Querétaro utilizó fondos
de la masa hereditaria de doña Josefa Vergara para terminar de construir
el Teatro Iturbide, pues lo más lógico es que destinó los productos de las
funciones artísticas en favor del legado de la benefactora, al igual que
escriturar el inmueble a su favor.10
Lo que es cierto es que en 1855, cuando ya funcionaba el Teatro Iturbide
inaugurado en 1852, el Municipio de Querétaro entabló una demanda civil
e inició un procedimiento administrativo para quitarle el arrendamiento
del coso al empresario teatral José Castelán, mismo al que se le había
10 Manuel M. de La Llata, “Así es…¡Querétaro! Cronología”, Municipio de Querétaro, Querétaro, 2013, p.
123.
14
dado el uso y explotación porhaber cooperado con las obras para terminar
la construcción del coliseo queretano.11
Las dudas que me quedan es saber con precisión si el Municipio de
Querétaro demandó en su carácter de propietario o como albacea y
representante legal de la heredad. En el expediente que está en poder de
Salvador Thomas Landeros no queda claro.
Cuando el Municipio de Querétaro renuncia en 1898 a seguir
administrando el sufrido patrimonio de la benefactora Vergara el gobierno
del Estado, encabezado por Francisco González de Cosío, asume esa
función, situación que se prolongó hasta 1992 en que el gobernador
Enrique Burgos García regularizó todo el patrimonio de Josefa Vergara y
creó una institución de asistencia privada con mucha certeza jurídica. En
ese momento es cuando por fin aparece en el Registro Público de la
Propiedad y El Comercio la inscripción en favor de la Junta de Asistencia
Privada Josefa Vergara y Hernández, quien le cedió la administración del
Teatro de la República al Estado de Querétaro mediante el pago de
sesenta mil pesos mensuales.
Cuando el gobernador Antonio Calzada Urquiza quiso escriturar el Teatro
en favor de la Legislatura estatal no pudo hacerlo por la falta de estos
antecedentes jurídicos, pero sí lo dignificó al convertirlo en la sede del
Poder Legislativo.
Teatro Iturbide, magno tribunal de guerra
El bello coso, el mejor de su época, es pequeño en materia, pero gigante
en espíritu porque ha sido escenario de los acontecimientos más
importantes de la historia de México:
Fue el escenario donde se consagró de México para el mundo la talentosa
soprano Ángela Peralta en el último tercio del siglo XIX. Fue sede del
Tribunal de Guerra que juzgó y sentenció a muerte a Maximiliano,
Miramón y Mejía en junio de 1867 y su techo de plomo fue desmantelado
11 Salvador Thomas Landeros, “La herencia de Josefa Vergara y Hernández”, Tesis para obtenerel grado de
maestro en Historia, U.A.Q., Querétaro, 2012, anexos.
15
para fabricar balas de cañón en favor de los sitiados en el famoso Sitio de
Querétaro.
Sin duda la más artística y memorable velada fue la que dio a Querétaro
la egregia diva angelical de voz y nombre”, Ángela Peralta. Ocurrió el
memorable suceso de su presentación en 1866, en una gran función
ofrecida el 5 de mayo, que cerraba una temporada triunfal en que había
recibido los aplausos estruendosos,fervientes y cálidos de los queretanos
que la admiraban aún antes de haberla escuchado, según la excelente
crónica de Ramírez Álvarez.12 Esa noche fue la función a beneficio.
Querétaro no escatimó esfuerzo alguno para hacerla inolvidable. La Diva
regresaría otras cuatro veces al Teatro.
Aprovechando la estancia de tanto militar desocupado un poco antes del
Sitio de Querétaro, una compañía dramática queretana organizó para el
27 de febrero de 1867 una función de teatro que tuvo verificativo en el
Teatro Iturbide. Allí estuvieron muchas familias de la localidad y por
supuesto muchos oficiales, vestidos de la mejor forma posible. La
iluminación era espléndida y la orquesta interpretó magnífica entrada y
comenzó la obra “Matilde”, que es la dramatización de la novela del mismo
nombre, del autor Emilio Sue. Al terminar la obra, las familias decentes
se retiraron a sus hogares y los oficiales calaveras poco cuidadosos del
porvenir y enemigos del silencio se fueron a concluir su noche a los
muchos centros de diversión que se abrieron con motivo de la invasión
de Napoleón III y que tenían el rumboso nombre de “fondas francesas”.
Terminado el Sitio de Querétaro, que tuvo lugar del 6 de marzo al 15 de
mayo de 1867, el gobierno de la República determinó juzgar al archiduque
Maximiliano de Habsburgo y a los generales Miguel Miramón y Tomás
Mejía.
El miércoles 12 de junio de 1867, a primera hora, Mariano Escobedo
devuelve al fiscal el expediente formado contra Maximiliano, Miramón y
Mejía, por considerar –junto con su asesor especial- que el mismo está
bien elementado y se da a la tarea de formalizar el nombramiento de los
integrantes del consejo de guerra que será presidido por el teniente
coronel Platón Sánchez y por los capitanes que nombre a la mayor
brevedad posible el Mayor General, resultando designados José Vicente
12 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, p. 42.
16
Ramírez, Emilio (Emiliano digo yo) Lojero, Ignacio Jurado, Juan Rueda y
Auza, José Verástegui y Lucas Villagrán, despachando los oficios
correspondientes con cita para el día de mañana a las ocho horas en el
Teatro Iturbide para instalar dicho órgano jurisdiccional. Miramón platicó
con su defensorJáuregui quien le dio el nombre y grado de los integrantes
del consejo marcial, a lo que el Macabeo –que esperaba generales y no
capitanes- con ironía contestó: “bien los conocerán en su casa”. “Es
probable que los oficiales más prominentes querían evitar la tara de que
se les atribuyera la culpa de la muerte de Maximiliano, por lo que se
escogieron hombres menos caracterizados o reputados”, escribió vía
telegráfica el reportero Clark del Heraldo de Nueva York.
También son notificados de todo ello los defensores. Se toman las
providencias de seguridad para custodiar a los acusados en su traslado
desde el convento de Capuchinas y estadía en el coso queretano. Sabedor
el archiduque de la celebración del consejo, se niega terminantemente a
acudir, no así sus generales. Foresta, el cónsul francés en Mazatlán, fue
a visitara Maximiliano a su celda capuchina y al notarlo enojado por tener
que acudir al juicio lo trató de consolar diciéndole: “No olvide usted que
el banquillo de los acusados fue un pedestal para Luis XVI y María
Antonieta”. Para Fuentes Mares esto fue un “consuelo de los mil demonios
porque el hombre (Maximiliano) no tenía el menor interés de subir al
pedestal con el pecho acribillado”.
El Teatro Iturbide iba a ser la sede del juicio por ser el único sitio de la
ciudad con un cupo para más de seiscientas personas sentadas
(seiscientas setenta le caben hoy en 2017) y se encontraba arreglado
como para una fiesta, incluyendo festones en el escenario, lo que puso en
congoja a la princesa de Salm, quien no podía imaginar a su adorado
Maximiliano, débil y enfermo, sujeto a la mirada del público y degradado
por éste, por lo que se empeñó en convencerle de no asistir a dicho foro
y en darle a tomar un medicamento que lo hiciese parecer más enfermo.
De todos modos, el rubio archiduque pensó que lo obligarían a asistir,
incluso por la fuerza, pero ya Inés de Salm había convencido a su
admirador, el coronel republicano Ricardo Villanueva, que tomara las
medidas pertinentes para que el acusado extranjero estuviera tranquilo.
Previo a la instalación del consejo de guerra –considerado como una farsa
digna del teatro de tragedia y/o farsa por los observadores europeos-, en
ese jueves 13 de junio, el teniente coronel Carlos F. Margáin ejecuta la
17
orden de que a las seis de la mañana se formen frente al templo de San
José de Las Capuchinas cincuenta cazadores de Galeana debidamente
montados y armados, y cincuenta hombres del batallón de Supremos
Poderes, quedando todos ellos al mando del coronel Miguel Palacios. A
eso de las nueve de la mañana, una escolta acude a las celdas de Miramón
y Mejía para llevarlos en un carro cerrado -custodiado por cuatro
compañías de infantería y una de caballería- al Gran Teatro Iturbide, en
donde hay una banda militar tocando músicas alegóricas, lo que se le
hace de mal gusto a los seguidores de los enjuiciados. El foro está
completamente abarrotado y, sin embargo, la concurrencia –entre la que
había pocas damas que estuvieron por breve tiempo según von Tavera-
guarda un silencio expectante: ¡van a ser testigos del acto más
importante de la historia patria! El coso se encuentra pobremente
iluminado por lámparas de petróleo y unos cuantos candelabros y en el
escenario –transformado en sala judicial mediante bastidores- está la
mesa de la presidencia del consejo de guerra, las de la fiscalía y de la
defensa así como los banquillos de los tres acusados, destinando el más
bajo para el ausente, ya que la estatura de Maximiliano era considerable.
La luz era tan mortecina que no se pudieron tomar fotografías del evento
–no existía el flash- y se recurrió a dibujantes. Cuando los generales
sujetos a proceso llegan son conducidos al vestíbulo del teatro para
esperar la determinación de que ha iniciado el consejo, pero como esto
se retarda, Miramón y Mejía toman asiento entre una valla de soldados.
Va a saludarlos el jefe de la plaza queretana, Julio María Cervantes, quien
recibe de El Macabeo una fuerte ironía: “Hombre, dile a “El Orejón”
(Escobedo) que ¿qué placer tiene en estarnos atormentando? ¿Para qué
consejo de guerra y todas esas tonterías?, más valía que de una vez nos
mataran y que se acabara así este mitote”. El mismo cuerpo edilicio de
Querétaro había suspendido una importante sesión sobre la
reconstrucción de la ciudad sitiada por setenta y un días: prefirieron los
concejales acudir morbosamente al Teatro Iturbide que hacer su delicado
trabajo. ¡El proceso contra Maximiliano era el tema número uno entre los
habitantes de la triste ciudad!
A las once de la mañana, en el Teatro Iturbide, comenzó el fiscal Manuel
Azpíroz la lectura de la acusación, anticipándola con el certificado de los
médicos que aseguraban que el austriaco no podía salirde su celda. Desde
San Luis Potosí el ministro de la Guerra, Ignacio Mejía, dictó un
memorándum a Escobedo: “…Antes de dictar ninguna resolución acerca
18
de los presos, el Gobierno ha querido deliberar con calma y detenimiento
que corresponden a la gravedad de las circunstancias. Ha puesto a un
lado los sentimientos que pudieran inspirar una guerra prolongada,
deseando sólo escuchar la voz de sus altos deberes para con el pueblo
mexicano. Ha pensado, no sólo en la justicia con que se pudieran aplicar
las leyes, sino en la necesidad que haya de aplicarlas. Ha meditado hasta
qué grado pueden llegar la clemencia y la magnanimidad, y qué límites
no permitan traspasar la justicia y la estrecha necesidad de asegurar la
paz, resguardar los intereses legítimos y afianzar los derechos y todo el
porvenir de la República. El archiduque Fernando Maximiliano de
Habsburgo se prestó a ser el principal instrumento de esa obra de
iniquidad que ha afligido a la República por cinco años, con toda clase de
crímenes y con todo género de calamidades. Vino para oprimir a un
pueblo, pretendiendo destruir su Constitución y sus leyes, sin más títulos
que algunos votos destituidos de todo valor, como arrancados por la
presencia y la fuerza de las bayonetas extranjeras. Vino a contraer
voluntariamente gravísimas responsabilidades, que son condenadas por
las leyes de todas las naciones y que estaban previstas en varias leyes
preexistentes de la República, siendo la última la del 25 de enero de 1862,
sancionada para definir los delitos contra la Independencia y la seguridad
de la Nación, contra el derecho de gentes, contra las garantías
individuales y contra el orden y la paz pública. Hizo que se perpetrasen
ejecuciones sangrientas, ordenó que los soldados extranjeros incendiasen
y destruyeren poblaciones enteras del territorio mexicano y asesinasen
millares de mexicanos. A sangre y fuego pretendió hasta el último
momento sostener el falso título que ostentaba, del que no ha querido
despojarse sino cuando ya no por la voluntad sino por la fuerza se ha
visto obligado a dejar.” Después de esta larga exposición contra
Maximiliano, culpa directamente a Miguel Miramón y Tomás Mejía como
los principales cabecillas de la resistencia sangrienta y dolorosa que el
llamado imperio hizo en Querétaro a las armas legítimas de la República,
quienes tenían desde antes una grave responsabilidad por haber
sostenido por muchos años la guerra civil. Este mismo documento señala
que pudo haberse aplicado el numeral 28 de dicha ley marcial por haberse
encontrado a los inculpados in fraganti, es decir, en acción de guerra y
ser fusilados de manera inmediata, pero, para que haya la más plena
justificación del procedimiento, es mejor que se verifique un juicio para
que se oiga en defensa a los acusados. En tal virtud –termina el
19
memorándum- el presidente de la República ha determinado que el
general en jefe disponga se proceda a juzgar a Maximiliano y a sus
“llamados” generales Mejía y Miramón. Respecto de los demás jefes y
oficiales se ordena la formulación de una lista con especificación de clases
y cargos que tenían en el llamado ejército imperial, para que pueda
resolverse en cada uno de los casos lo conveniente.
Por fin, a las tres de la tarde, inicia el consejo su tarea sustancial y es
introducido al escenario don Tomás Mejía –subiendo la escalera con gran
esfuerzo, enfermo y con el uniforme descuidado- junto con su abogado
Próspero C. Vega, quien hace una extraordinaria defensa subrayando
cómo Mejía había respetado las vidas de los liberales y republicanos que
caían en sus manos, a manera de jalón de orejas para Escobedo y Treviño
que estuvieron en esa situación. Dice Konrad Ratz que el discurso del
jurista Próspero C. Vega no correspondía a una lógica jurídica sino que
era un argumento dirigido al corazón de los jueces. Su principal punto de
defensa fue el de considerar que don Tomás nunca colaboró con la
intervención francesa sino que más bien esperó su desenlace en la Sierra
Gorda y que si apoyó al imperio en todo caso era un error y no un crimen.
Cuando el presidente del consejo le hizo la rutinaria pregunta de cómo se
llamaba, Tomás Mejía, alias “Papá Tomasito”, burlonamente contestó:
“Bien lo saben ustedes”. Cuenta don Bernabé Loyola que en un pasaje de
su defensa, el relativo a que nunca atacó sino que se había limitado a
defenderse en la guerra de Reforma y en la de Intervención (además de
haber sido defensor de la soberanía nacional contra los yanquis en la
batalla de La Angostura) el noble serrano “derramó algunas lágrimas”. Se
defendió el gran indio serrano también con el argumento de que al darse
cuenta de que el imperio ya no respondía a la confianza del pueblo él
renunció varias veces ante el gobierno imperial, el cual no le aceptó la
dimisión, y ni modo de que él, siendo tan firme y leal, abandonara su
puesto como vulgar desertor. A las cuatro es llevado don Tomás al
vestíbulo y de ahí a Capuchinas, mientras que entra al escenario Miguel
Miramón, elegante y orgulloso, imponente y avasallante; toma asiento en
el banquillo de los acusados en compañía de sus abogados Jáuregui y
Moreno, los que argumentan que la Constitución de 1857, en su artículo
23, prohíbe la pena de muerte y, entonces, se aplique la mayor sanción
a su defenso, pero diferente a la pena capital. Cita Konrad Ratz a Von
Tavera –testigo del acto- quien dice que la mirada altiva de Miramón no
podía ser sostenida por los jueces que varias veces se vieron obligados a
20
bajar la vista. El Macabeo no dejó de ver repetidamente su reloj de bolsillo
con aire aburrido, por considerar los alegatos de sus defensores como
buenos técnicamente, pero expresados sin calor. Concluida esta defensa
a las dieciocho horas, el ex presidente de la República centralista
(Miramón) es trasladado al convento de Las Capuchinas entre un mar de
gente que atestaba las calles, al tiempo que los defensores de
Maximiliano, Eulalio María Ortega y Jesús María Vázquez, inician una
larguísima defensa en donde, lo mismo se argumentaba que el consejo
era incompetente para juzgar a su cliente, que sostener que Maximiliano
no era usurpador y que había observado una conducta favorable a los
mexicanos ante los opresores franceses. A las veinte horas concluye la
fatigosa diligencia última y los defensores se trasladan a las celdas de sus
representados a cambiar impresiones sobre lo ocurrido en el foro,
mientras que los miembros del consejo de guerra se declaran en sesión
secreta asistidos por el asesor jurídico enviado por Mariano Escobedo. Los
capitanes, imberbes e ignorantes, que formaban el consejo marcial,
habían quedado impresionados con los alegatos de los defensores,
pensaban éstos en un acto de soberbia intelectual.
El 14 de junio, alrededor de las doce y media del día, en el Teatro Iturbide
se terminaba la lectura del proceso que inició a las ocho de la mañana,
en que el fiscal acababa de pedir la pena de muerte para los tres
inculpados. ¡La presencia de Juárez se sentía en la sala! Los defensores
replican llamando infame al fiscal por haber depositado hasta hoy dos
cuadernillos más de acusaciones y pruebas en contra de sus defensos que
no constaban en el interrogatorio y el consejo de guerra pasa a deliberar
a puerta cerrada, terminando a las once y media de la noche: la sentencia
fue condenatoria por unanimidad ¡pena de muerte! Según la legislación
juarista del 5 de enero de 1862, la resolución sólo podía ser o absolutoria
o de pena máxima, nada de prisión perpetua o destierro. Otra vez,
Escobedo da muestras de desconfianza en la capacidad de juicio de sus
novatos capitanes que integran el consejo marcial y pone el expediente
en manos de su asesor jurídico Escoto para que rinda un dictamen u
opinión.13
Después de este trágico pero necesario acontecimiento, el Teatro fue
testigo de la celebración de la arenga de Independencia ese mismo año
13 Andrés Garrido del Toral, “Maximiliano en Querétaro”, Archivo Histórico del Estado, Querétaro, 2011, pp.
354-368.
21
de 1867, después de cuatro años de sufrir la Intervención Francesa. Fue
sin duda la conmemoración de Independencia más entusiasta y
vibrantemente patriótica que haya realizado Querétaro. Para tal efecto se
dispuso el Teatro de Iturbide en forma que nunca antes se había visto.
Pese a la pobreza existente abundaron las flores, símbolos de una libertad
recobrada que eran regalo a la vista y al corazón.
Hilarión Frías y Soto y su hermano Eleuterio -de los mismos apellidos-,
dos de los más notables queretanos que habían alcanzado ya rango en
las letras nacionales, alzaron su voz y forjaron discursos plenos de
entusiasmo, de fervor y de alegría patrióticos. Los niños que rodeaban la
Bandera de México, y concluido el Himno Nacional, corrieron impulsados
por unánime ferviente afán, se acercaron a la Bandera y la besaron casi
todos al mismo tiempo. Al contemplar esta escena, los asistentes
derramaron abundantes lágrimas de ternura, pues nadie podía contener
la viva emoción que embargaba a todos.
La Bandera que se había colocado en el centro del tierno círculo y que
besaban en ese momento los niños, era la misma que las mujeres
queretanas habían bordado con tanto fervor y entregado a los hombres
queretanos que fueron a luchar en defensa de la Patria ante los invasores
franceses. Era la Bandera que en Acultzingo se había teñido de sangre y
de gloria, cuando los queretanos hicieron frente en la primera batalla
formal a los franceses y los retuvieron sacrificándose para hacer posible
la gloria del 5 de mayo de 1862. Este fue el principio de una etapa de
florecimiento del Teatro de Iturbide.14
Se verificó un nuevo homenaje, en 1873, a la excelsa Ángela Peralta.
Cuando llegó, la multitud la esperó en la garita de Celaya y la acompañó
hasta el hotel “El Águila Roja”. Ella devolvería a Querétaro tanto fervor,
cantando como nunca antes se le había escuchado en el Teatro de
Iturbide, el 25 de mayo de ese año 1873. El Teatro estaba pletórico; las
calles adyacentes estaban llenas de una multitud deseosa de escuchar el
bello canto de la angelical cantante. Iniciada la ópera, el canto se regó
por todos los ámbitos del teatro y rebasándolos se escuchó por las calles
adyacentes; en un religioso silencio, el pueblo que no pudo penetrar al
Teatro, recibió la ofrenda de la mexicana sin par.
14 Alberto Trueba Urbina, obra citada, pp. 90-95.
22
El teatro en la dictadura porfiriana
Apenas iniciado el siglo XX y llegada la época alegre de las fiestas
navideñas, se invita al dictador don Porfirio Díaz a visitar Querétaro. El
anuncio del retorno a Querétaro de Porfirio Díaz, entusiasmó al mundo
oficial y a la capa social privilegiada que pesa sobre la masa popular. Es
suntuosa la recepción que se le tributa y muchos y varios los actos a los
que concurre. Pero si ha de destacar alguno, éste fue la verbena que se
le ofreció en el Teatro de Iturbide. Esta verbena fue organizada por las
mujeres queretanas que doña Guadalupe Marroquí de González Cosío,
esposa del gobernador Francisco González de Cosío, alienta con gran
entusiasmo para que sea única.
El Teatro es adorado por Juan Plowes Valero y Manuel V. Enríquez,
expertos en el ornato el Teatro Iturbide por tantos años. Muchos y
variados “puestos” se instalan para que ofrezcan al dictador las más
exquisitas viandas. La verbena se verifica el 21 de diciembre de 1903. La
elegancia, la riqueza, el refinamiento, el lujo, se dieron cita en el Teatro.
Y porque así sería, el gobernador, ingeniero Francisco González de Cosío,
llamó días antes a sus empleados todos y les dijo: “Les voy a suplicar que
no vayan al Teatro de Iturbide a la verbena, porque nada más irían a
pasar vergüenzas; ninguno de ustedes podrá solventar los gastos que
significa acudir a esa fiesta”, cita el gran cronista Ramírez Álvarez.15 La
verbena fue ciertamente suntuosa, memorable. El general Porfirio Díaz
pagó por el ramo de flores que se le ofreció a la entrada del Teatro de
Iturbide $ 1000.00, una verdadera fortuna para la época.
Continuaron durante los años siguientes acudiendo al Teatro de Iturbide
muchas compañías, varias de las cuales tuvieron éxito arrollador porque
se hacían con el sistema del “abono”. Este consistía en el compromiso del
adquirente de ir a todas las funciones y lo hacía con mucho agrado puesto
que durante todo el Porfiriato fueron las obras presentadas en el Teatro
de Iturbide, el único medio de esparcimiento de los queretanos. También
señalo que Francisco I. Madero, en su campaña presidencial, montó una
ofrenda de honor en el Teatro Iturbide en diciembre de 1909.
Como en la metrópoli, Querétaro se preparaba para celebrar con la
inauguración del monumento de doña Josefa Ortiz, la Corregidora, el
15 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, pp. 79-80.
23
Centenario de la iniciación de nuestra Independencia. Y por su puesto con
una gran fiesta del 15 de septiembre de 1910, en el Teatro de Iturbide,
en la que se estrenó una obertura que lleva por título “La Corregidora”,
que compuso el profesorCarlos Esquivel y ejecutó la orquesta del maestro
José Aguilar y Fuentes. Se leyó el acta de Independencia que todos los
circunstantes escucharon de pie y aplaudieron con entusiasmo.
Con la Revolución Mexicana el Teatro estaba abandonado y semi destruido
por que se le había dedicado a oficios que no eran adecuados a su destino.
Entre 1912 y 1913 se organizó una empresa denominada Goumont Palace
que exhibía películas silenciosas a un inocente público que comenzaba a
adentrarse en los logros del siglo XX y que por de pronto originaba
muchos comentarios y hasta condenaciones al fuego eterno por
considerarse perverso, diabólico casi, dicho espectáculo, al decir de
Ramírez Álvarez. Más tarde, entre 1914 y 1915, el señor Francisco Arana
continuó con exhibición de películas pero ya no silenciosas, sino
imprimiéndoles sonoridad con discos, por lo que el Teatro de Iturbide se
constituye con un salón Pathé y otro Rojo, los primeros de exhibición
cinematográfica en la ciudad.
El Congreso Constituyente de 1916-1917
Acogió también el hoy Teatro de la República en su seno -previa
remodelación, como instalarle una tribuna de madera fina- a la última
asamblea constituyente mexicana, la de 1916-1917, compuesta de 219
diputados constituyentes, los cuales sesionaron de manera previa del 27
al 30 de noviembre de 1916 en él, para después hacerlo como Congreso
Constituyente del 1 de diciembre hasta el día 31 de enero del año 1917
en que se protestó y firmó la Carta que hoy nos rige y que por sus
derechos y garantías sociales fue tomada como referencia por Rusia,
China, Weimar, Francia e Italia, además del Tratado de Versalles que puso
fin a la llamada Primera Guerra Mundial en 1919. En el Teatro Iturbide no
se inventó el Derecho Social ni los derechos sociales: no; éstos se crearon
en la Alemania de Bismark, pero lo que sí sucedió en él fue que el Derecho
Social se transformó de simple protector de los derechos de los más
desposeídos, en un derecho tutor pero también reivindicador de los
segmentos más vulnerables de la nación desde el punto de vista
económico, y todo por atreverse a llevar a una Constitución, por primera
vez en el mundo, las llamadas garantías sociales. Los derechos sociales
ya habían sido llevados a constituciones como la francesa, alemana o
24
italiana, pero no las garantías o instrumentos para hacer eficaces esos
derechos.16
La idea de una nueva constitución era nebulosa en la mente de los
ganadores de la lucha armada revolucionaria al finalizar el año de 1914,
pero fue tomando cuerpo día con día en Carranza y sus allegados, por lo
que el ex gobernador coahuilense ordenó a Félix Fulgencio Palavicini que
se hiciese una intensa propaganda en los periódicos, nacionales y
extranjeros, en favor del constitucionalismo y de elaborar reformas a la
Carta Magna de 1857. Palavicini criticaba el venerado documento de 1857
por ser sólo progresista en las disposiciones que trataban derechos del
pueblo mexicano, las relativas al Poder Judicial Federal y las Leyes de
Reforma incorporadas, en 1873, al texto constitucional. Además, el
mismo Palavicini agregaba que el documento vigente en 1914 era muy
diferente al promulgado el 5 de febrero de 1857: de los 128 artículos
originales, 49 habían sido enmendados en 1910 para adaptarlos a las
ambiciones facciosas de poderosos grupos de interés; el resto, no había
sido observado o estaba anticuado. A diferencia de los reformadores de
1857, que primero redactaron una constitución y después defendieron con
las armas sus principios liberales en el campo de batalla, los
revolucionarios de 1910-1917 primero lucharon y luego redactaron su
Carta Magna. Este documento legalizó y legitimó a la Revolución
mexicana.
El 29 de julio de 1915, quienes seguían fielmente a Venustiano Carranza
— Álvaro Obregón, Pablo González, Jesús Carranza, Carrera Torres y
Francisco Murguía— ,llegaron a Querétaro y, junto con él, y organizaron
un gobierno, el cual encomendaron al comandante militar, general
Federico Montes Alanís, como gobernador. Montes era un apreciado
militar de ascendencia queretana, nacido en el vecino San Miguel de
Allende, que había acompañado al presidente Madero en la marcha de la
lealtad, y aunque había tenido algunas diferencias con los queretanos
durante su gobierno provisional, en 1914, cuando todavía era coronel, por
dictar ciertas medidas anticlericales y de orden público, su honestidad
quedaba fuera de toda duda.
16 Andrés Garrido del Toral, Constitución de Querétaro”, México, INEHRM- Instituto de Estudios
Constitucionales del Estado, 2016, pp. 185-186.
25
Pese a que Carranza confió tan sólo a sus más cercanos colaboradores la
decisión de que el Congreso Constituyente se celebrara en Querétaro, de
inmediato la noticia fue conocida tanto en Veracruz como en Querétaro,
primero, y después en todo el país. Conmocionó esta noticia, puesto que
no todos los interesados estaban conformes en que la asamblea se
verificara en Querétaro, pero hubo serios motivos para que así fuese.
Desde finales de 1915 se publicó en Querétaro, con precisión, que la
asamblea se reuniría en suelo queretano, y comenzó a discutirse mucho
acerca de este gran acontecimiento, que desde luego todos consideraban
trascendental. Querétaro comenzó a ser la ciudad más visitada por los
jefes del Ejército Constitucionalista y, el propio primer jefe, anunció para
los últimos días de diciembre del año 1915 su llegada, a fin de tomar las
primeras providencias tendientes a convertir a Querétaro en la sede del
Congreso Constituyente.
El 2 de febrero de 1916, el primer jefe del Ejército Constitucionalista y
encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, Venustiano Carranza, expidió
un decreto declarando a la ciudad de Querétaro como Capital Provisional
de la República, durando con ese carácter hasta el 12 de marzo de 1917.
Nunca se dijo que el plazo de duración era indefinido, como lo plantean
algunos autores.
Entusiasmó a los queretanos la publicación del decreto declarativo de
“Capital Provisional de la República” en favor de Querétaro, y febrilmente
se dedicaron los vecinos a preparar la ciudad para este acontecimiento
tan memorable. Cierto era que en Querétaro, a partir del 29 de julio de
1915 —fecha en que había sido designado por el primer jefe del Ejército
Constitucionalista, don Venustiano Carranza, comandante militar y
gobernador de Querétaro el general Federico Montes Alanís—, se inició la
reconstrucción de la ciudad. Por cierto que el 15 de septiembre de 1915
había actuado en el Teatro Iturbide la llamada “mascota del movimiento
constitucionalista”, la actriz Virginia Fábregas.
Especial empeño se tomó en que tanto la Academia de Bellas Artes como
el Teatro Iturbide fueran debidamente restaurados, para que en ellos se
verificaran las sesiones del Congreso Constituyente.
El Teatro Iturbide fue un lugar al que todos los queretanos tenían inmenso
cariño, porque ahí había nacido la comunidad queretana en su forma
moderna; ahí se forjó, al impulso de la realización artística, lo mismo
26
expresada en escenificaciones teatrales que en representaciones
operísticas; allí cantaron, las mejores voces masculinas y femeninas, que
deleitaron a los queretanos con sus interpretaciones. Se constituiría el
citado coso en el centro del aula magna del Derecho revolucionario en que
había de convertirse Querétaro. Por todo esto, especial empeño se dedicó
a reparar el teatro, diríase mejor que a remodelar, en virtud de que se le
tendría que convertir en un recinto parlamentario. A este propósito se
encargó a un técnico versado en esta clase de adaptaciones para que las
hiciera en el teatro, y lo primero que se dispuso fue la fabricación de una
tribuna de madera fina, desde la cual hablarían los diputados
constituyentes en los debates que se esperaban trascendentales.
En 1916 el gobernador de Querétaro, Federico Montes, tuvo la ocurrencia
de cambiarle el nombre de “Teatro Iturbide” por “Teatro Vicente F.
Escobedo”, nombre de un periodista amigo de él, muerto de excesos
etílicos en 1914. ¡Nunca lo hubiera hecho! Carranza, era admirador de
Iturbide y de Juárez, y por ello había escogido como sede del Congreso
Constituyente a Querétaro, por lo que más que enojado ordena que se
vuelva a la antigua nomenclatura del inmueble, y más sabiendo de la
fama que tenía de borrachín el homenajeado. Es hasta el 27 de
septiembre de 1922 que el gobernador José María Truchuelo decide
cambiar el nombre del teatro al actual “Teatro de la República”.
Asistieron a Querétaro 219 diputados constituyentes según las
listas tradicionales, pero es fácil comprobar que no todos cuyos nombres
se ostentan en el hoy Teatro de la República asistieron cuando menos a
una sesión, como ejemplo podemos citar a Francisco Ortiz Rubio,
diputado por Michoacán, que nunca estuvo en Querétaro como
constituyente. Refiere la doctora Patricia Galeana que hubo acuerdos
judiciales ordenando la nulidad de la elección en dos distritos del Estado
de México o en otros lugares no se pudieron llevar a cabo elecciones, “lo
que derivó en que sólo hubiese una representación inicial en 215
distritos electorales”.17
Lo que la educación superior les había negado, los diputados
constituyentes lo suplían con su amplio conocimiento de la realidad
mexicana. Es decir, muchos mexicanos, mejor calificados en preparación
17 Patricia Galeana, prólogo a “Historia del Congreso Constituyente de 1916-1917”, Gabriel Ferrer
Mendiolea, SEP-INEHRM, México, 2014, p. m.
27
de asuntos gubernamentales y de administración pública que los 219
diputados constituyentes de Querétaro, fueron excluidos por haber estado
en bandos políticos contrarios a la facción triunfante. Fue en el Congreso
Constituyente de 1916‐1917 cuando se exigieron menos requisitos para
ser diputado constituyente, y por ello se encuentran entre sus
integrantes personas de todas las clases sociales y legítimos
representantes de las clases populares, las menos favorecidas por su
educación o por su economía. 18
Cuarenta diputados constituyentes solicitaron licencia para ausentarse
de sus labores con el objeto de desempeñar comisiones militares o
burocráticas y otros por enfermedad o por asuntos particulares,
llamándose a sus suplentes. Trece no se presentaron, quedando sin
representación sus distritos. Hubo también credenciales rechazadas al
advertir los miembros de las comisiones revisoras ciertas anomalías en
el proceso de elección, pero es preciso aclarar que es injusto el cargo que
se ha hecho al Congreso Constituyente al sostener que estuvo formado
por puros incondicionales de Carranza, ya que muchos de los rechazados
en la revisión de credenciales eran carrancistas. Además sabemos que el
debate de los artículos principales fueron ganados por los jacobinos o
radicales que eran más leales a Obregón que al primer jefe. Solamente
en el caso del Distrito Federal, podemos afirmar que resultaron electos
como diputados constituyentes gente afecta a Carranza y agradecida con
él hasta la incondicionalidad.
Del día 21 al 26 de noviembre las sesiones previas se realizaron en la
Academia de Bellas Artes, y del 27 al 30 en el antiguo Teatro Iturbide. El
último de noviembre a las diez de la noche, una vez clausuradas las
sesiones preliminares, “afuera del teatro, la ciudad de Querétaro ardía en
pleno entusiasmo; la muchedumbre pululaba en las calles y plazas;
resonaban las músicas militares y las bandas de guerra tocaban,
desfilando rumbo a sus cuarteles”, cuenta Jesús Romero Flores, idealista
como siempre, el que soñaba que aquello era el principio de una patria
nueva y por eso el entusiasmo más sincero estremecía todo su ser.
18 Gabriel Ferrer Mendiolea, “Historia del Congreso Constituyente de 1916-1917”, SEP-INEHRM, México,
2014, p. 35.
28
¿Por qué Querétaro fue la sede del Constituyente de 1916-1917?
De sesenta mil habitantes, la ciudad pasó a ciento veinte mil entre
burócratas federales y prestadores de todo tipo de servicios, incluyendo
cómicos, prostitutas, filarmónicos y dramaturgos. Era una ciudad que
levitaba en una profunda religiosidad, vieja y pobre, además de
pintoresca e interesante para los historiadores y turistas. Gozaba de
buen clima. La cruzaban los dos ferrocarriles más largos del país: el
Central y el Nacional. En las estaciones ferroviarias los vendedores
ambulantes anunciaban la cajeta de Celaya, los camotes queretanos, los
tamales, el café, el pollo, la fruta de horno en forma de dulce y los
ópalos. Solamente contaba la ciudad con ocho carros, destartalados,
tirados por rocines o mulillas flaquísimas, además de un regular
número de autos particulares y oficiales en sus estrechísimas calles.
Carranza escogió a Querétaro porque, según él gran conocedor de
la historia patria, “allí hablaban las voces de la historia” y porque su
quietud y su calma serían más propicias para la tramitación de los
asuntos, sin distracciones como en la gran urbe del Valle de Anáhuac.
En ella los diputados estarían relativamente libres de diversiones,
intrigas políticas, grupos de presión y otras distracciones, lejos de los
embates villistas y zapatistas. Cuál fue la verdadera razón que tuvo
Carranza para escoger a Querétaro como sede de la Asamblea
Constituyente y por más que hurgué en el Decreto del 2 de febrero de
1916 y en otros instrumentos legales de aquella época no pude
encontrar tal motivación, por lo que no me queda como fuente de
primera mano más que aquel memorable discurso del Primer Jefe en La
Cañada, Querétaro, celebrada el 2 de enero de 1916, justamente un
mes antes de publicarse dicho decreto:
“ha sido un motivo de satisfacción para mí haber venido a fijar aquí la
residencia accidental del gobierno, para continuar la obra que hemos
emprendido; y al haberme fijado en Querétaro, es porque en esta
ciudad histórica, en donde casi se iniciara la Independencia, tomando
parte activa un matrimonio feliz, el del Corregidor y la Corregidora, fue
más tarde donde viniera a albergarse el gobierno de la República para
llevar a efecto los tratados, que si nos quitaban una parte del territorio,
salvarían cuando menos la dignidad de la nación; y fue también
donde cuatro lustros después se desarrollaran los últimos
acontecimientos de un efímero imperio, al decidirse la suerte de la
29
República triunfante después de una larga lucha. Por esto, es para
nosotros muy grata la llegada a esta ciudad, viniendo a inspirar todos
nuestros actos, todos nuestros deseos y todos nuestros esfuerzos para
el mejoramiento de la República, en los recuerdos delos acontecimientos
históricos que aquí tuvieron lugar.”19
Como se puede observar de esta transcripción de una parte del
discurso de Carranza, el verdadero motivo para traer a Querétaro el
Congreso integrador del Estado mexicano fue la grandiosidad del
pasado queretano y la estabilidad de la que gozaba la urbe aún y
cuando se estaba terminando la lucha armada. A Querétaro le gustan
los cambios pero sin ruptura, o mejor dicho, sin violencia.
Curiosamente en el decreto no se alude al Congreso Constituyente, por
lo que resultaría un problema resolver si legítimamente funcionó en
Querétaro el Constituyente, pero el problema está implícitamente resuelto
en el considerando del decreto, en el cual se afirma que: “Para organizar
debidamente la administración pública antes de que se restablezca el
orden constitucional, los poderes deben tener asiento en el lugar de la
República, donde los miembros que la integran puedan dedicarle el
tiempo y el esfuerzo que ella reclama, y que la ciudad de Querétaro, a
juicio de esta Primera Jefatura, reúne las condiciones que para ello se
requiere…”
Respecto a la formulación del anteproyecto no tuvo mayor dificultad,
puesto que, constituyendo el grupo de sus colaboradores un homogéneo
núcleo de intelectuales, que tenían una marcada tendencia liberal, y
siendo uno de ellos muy notable jurista como lo era el licenciado en
Derecho, don José Natividad Macías.
Vida cotidiana en torno al Teatro Iturbide
A partir del 29 de julio de 1915 —fecha en que había sido designado
por el primer jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano
Carranza, comandante militar y gobernador de Querétaro el general
Federico Montes Alanís—, se inició la reconstrucción de la ciudad.
Correspondió así ser el representante de la ciudad convertida en “Capital
19 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Querétaro de la Constitución”,INEHRM-Instituto de Estudios
Constitucionales del Estado de Querétaro, Querétaro, 2016, pp. 52-56.
30
Provisional de la República” a don Alfonso N. Camacho, quien unido al
comandante militar y gobernador, hicieron todo lo posible por hermosear
a Querétaro y por establecer todo lo necesario para que se celebrara el
Congreso Constituyente. Grande fue la actividad que se desarrolló en
esos meses de preparación para el magno acontecimiento.
El centro de la ciudad fue transformado casi en su totalidad porque las
calles que enmarcan al jardín Zenea fueron pavimentadas y se les dotó
de una iluminación moderna con bellos arbotantes metálicos; el antiguo
portal de Carmelitas, que había sido convertido en parte de la casa
particular del gobernador porfiriano ingeniero Francisco González de
Cosío, fue derruido para ampliar la calle, al poniente del jardín Zenea,
ya nombrada avenida Juárez.
Para que quienes llegaran a la estación del Ferrocarril Nacional tuvieran
cómoda salida hacia el centro, se amplió la calle de La Gitana, a la que
se impuso el nombre de calle de la Revolución, y en su desembocadura
se tendió un puente colgante al que también se dio el nombre del
movimiento armado.
La parte izquierda de la orilla del río fue definitivamente transformada
en una moderna avenida y asimismo al Cerro de Las Campanas, lugar
histórico, se le dio un aspecto agradable y aún se pretendió erigir en su
falda oriente un grandioso monumento al general Mariano Escobedo. A
este propósito los conventos de La Cruz, de El Carmen, de San Francisco,
de Teresitas y de Las Capuchinas fueron convenientemente reparados y
habilitados como mesones.
La Casa Episcopal fue dispuesta para que en ella no solamente se alojaran
varios de los diputados constituyentes, sino que además sirviera de salón
de sesiones para los grupos que pretendieran reunirse fuera de sesión
oficial. La Casa de la Aduana se dedicó a establecer oficinas relacionadas
con el movimiento del Congreso Constituyente. Especial empeño se tomó
en que tanto la Academia de Bellas Artes como el Teatro Iturbide fueran
debidamente restaurados, para que en ellos se verifiquen las sesiones
del Congreso Constituyente. En el Salón Oval de la Academia de Bellas
Artes tendrían lugar las sesiones previas del Congreso y en el edificio
anexo funcionarían la Oficialía Mayor y la Pagaduría.
31
Por todo esto, especial empeño se dedicó a reparar el teatro, diríase
mejor que a remodelar, en virtud de que se le tendría que convertir en
un recinto parlamentario. A este propósito se encargó a un técnico
versado en esta clase de adaptaciones para que las hiciera en el teatro,
y lo primero que se dispuso fue la fabricación de una tribuna de madera
fina, desde la cual hablarían los diputados constituyentes en los debates
que se esperaban trascendentales, convirtiendo aquel objeto en la
verdadera cátedra del Derecho Constitucional revolucionario.20
Pululaban los cargadores y mecapaleros. La plaza principal —la de
Armas— era chica pero muy bonita. La alameda Hidalgo estaba
descuidada, pero valía la pena por su hermosura. La ciudad tenía calles
recientemente asfaltadas, con buena iluminación, gracias a la obra de
la Revolución. Abundaban hoteles malos y fondas pésimas. No faltaban
las residencias suntuosas en el interior, así como casas antiquísimas con
elegantes corredores y artísticos patios; pero todas ellas ostentaban
una fachada vulgar, fea y antiestética. Las calles sin asfalto estaban
empedradas a la antigua usanza, con piedra cruda. En el cerrillo de Las
Campanas estaba un guía de turistas que daba explicaciones sobre la
importancia del lugar y sobre las más importantes batallas del sitio de
1867. Era éste sitio obligado a visitar por parte de los diputados
constituyentes y la burocracia federal.
Juan de Dios Bojórquez describe a La Cañada como bonita pero no tanto,
que lo mejor de ella sus aguas calentitas y una señora gorda que
preparaba suculentos comelitones y banquetes. A decir del propio cronista
sonorense, “se aburre uno en Querétaro” y no tenían los diputados
constituyentes más refugio que las cantinas, ya que parecía vida de
claustro la que se vivía en la entonces capital provisional de la
República.21
Como anécdota, re fi e ro que Carranza era afecto desde 1915 a los
baños termales en La Cañada y en Tequisquiapan, ambos poblados
pertenecientes al estado de Querétaro, y se encariñó tanto con los
20 Ibídem, p. 71.
21 Juan de Dios Bojórquez, “Crónica del Constituyente”,México, INEHRM-Gobierno del Estado de
Querétaro, 1992, pp. 487-488.
32
queretanos que la boda de su hija Virginia con el general Cándido
Aguilar fue realizada en la ciudad de Santiago de Querétaro, en La
Congregación, el primer templo guadalupano del mundo fuera de la
basílica de Guadalupe.
Pero no sólo trabajaron con actividad los encargados del ejercicio del
poder público; también quienes manejaban el comercio se dedicaron a
prepararse para atender debidamente a los constituyentes, de manera
preferente los que ofrecían al público alimentos y bebidas. Fue así como
se renovaron restaurantes como el muy famoso “Cosmos”, el “Casino
de Querétaro”, “La Madrileña”, el “Centro Fronterizo” y entre los
establecimientos que expedían bebidas revigorizantes: “El Puerto de
Mazatlán”, “El Águila de Oro” y “El Salón Verde”, tan cercanos al teatro
Iturbide.22
Teniendo en consideración que los diputados requerían de sano
esparcimiento, se prepararon varios espectáculos, entre los que
figuraron: ópera, conciertos, exhibiciones cinematográficas, y hasta se
formó una compañía productora de películas, cuya primera producción
versaría sobre la “Reconstrucción Nacional”, dirigida por el cineasta
queretano Miguel Ruiz Moncada, hoy gloria nacional por sus aportaciones
al cine mudo.
Aun los sacerdotes previnieron sus templos, hermoseándolos, puesto que
estaban ciertos que los diputados constituyentes se sentirían tentados
para acudir a contemplarlos, dado que eran verdaderas joyas del arte
mexicano. Como muchos diputados constituyentes no se conocían, se
organizaron animados brindis para romper el hielo; también el Gobierno
del Estado de Querétaro, el ayuntamiento capitalino y alguna agrupación
obrera ofrecieron cordiales agasajos, además de hermosas serenatas en
el jardín Zenea con la banda de música estatal. Las cortesías sociales
internas fueron numerosas: se adoptó la costumbre de enviar comisiones
de diputados para visitar a los enfermos o participar en duelos.
Nos invadió la Expedición Punitiva como respuesta a la invasión de Villa a
Columbus. Esto retrasó la publicación de la convocatoria para las
elecciones a diputados al Congreso Constituyente.
22 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Querétaro de la Constitución”…, pp. 72-73.
33
Desarrollo del Congreso Constituyente
El Constituyente inició trabajos el 1º de diciembre de 1916 y los terminó
el 31 de enero de 1917. Las sesiones del Congreso Constituyente fueron
66 ordinarias, con una sesión permanente, los días 29, 30 y 31 de enero
de 1917, y una sesión de clausura. El discurso inaugural de Carranza duró
una hora, y aunque se dice que fue muy aplaudido, al calor de los
mezcales y tequilas que seguidamente consumieron los diputados en El
Puerto de Mazatlán, se dijeron entre ellos que el discurso no fue
completamente satisfactorio por su superficialidad en cuanto a las
reformas que México necesitaba. Se trabajó el día de Navidad, pero hubo
un receso del 30 de diciembre al 1° de enero.
Muchos queretanos concurrieron a las sesiones y en ellas se manifestaron
ya a favor, ya en contra de los oradores. Entre el público asistente se veía
la cabecita apenas asomada en la baranda de palcos terceros de un niño
precoz en lo intelectual que después sería gloria nacional y fundador de
la hoy Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro:
Antonio Pérez Alcocer, filósofo Tomista y el mejor alumno de don Antonio
Caso.
Los proyectos de los artículos más importantes —como el 27 y 123—
fueron discutidos en sendas comisiones de reformas constitucionales en
la capilla del antiguo Mesón del Águila Roja y sede del obispado
queretano, convertido hoy en Palacio Municipal.
El día en que más artículos se aprobaron en el Teatro Iturbide fue el
21 de enero con un total de 19.
El día donde más asistencia inicial hubo fue en la sesión del 14 de
diciembre de 1916 con 185 diputados, ya que Carranza había asistido el
día anterior y pensaron que podía volver en la fecha señalada a la
discusión del artículo 3º constitucional.Aproximadamente las dos terceras
partes de los diputados asistieron con regularidad.
En el seno del Congreso Constituyente de Querétaro se encontraron dos
facciones: los renovadores o carrancistas, encabezados por José
Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Lorenzo Sepúlveda y Félix F.
Palavicini, y los jacobinos u obregonistas que no tenían un líder
formal, pero cuyos representantes más connotados fueron Francisco
34
José Múgica Velázquez y Heriberto Jara Corona. En varios debates en el
seno del Constituyente, Jara Corona embistió contra los carrancistas
y les llamó oportunistas, porque se habían subido al carro de la
Revolución hasta el triunfo de ésta, ya cuando había dinero en el
erario público. En cambio él, había participado desde 1902 con los
hermanos Flores Magón. Mientras los renovadores representaban un
tercio del Constituyente los jacobinos llegaron a detentar las dos
terceras partes restantes. Los jacobinos seguían un liberalismo
francés y los renovadores una ideología clásica inglesa.
Definitivamente, Carranza perdió el Congreso ante Álvaro Obregón,
teniendo que aceptar la nueva normatividad constitucional, aunque
por presiones de Estados Unidos y los factores reales de poder se
cuidaron ambos mucho de no aplicar los artículos más trascendentes
como fueron el 27 y el 123.
Las diferencias entre las dos facciones se acrecentaron en el transcurso
de las sesiones, pero comparto con Ferrer la idea de que al
Congreso Constituyente no llegaron verdaderos retrógrados, sino simples
moderados que tenían miedo a desarrollar iniciativas audaces que
cambiasen profundamente las instituciones de México, y por temor
a Estados Unidos que ya estaba ridiculizando la labor de la Asamblea y
que se oponía a reformas radicales que dañaran sus intereses o se
volviera a encender la lucha armada en el país.23
El día 22 de diciembre tuvo lugar la votación más numerosa —193 votos—
, en la cual se aprobó el artículo 9º de la Constitución, resultando 127
votos a favor por 26 en contra.
El único artículo que no fue votado fue el 130; inexplicablemente los
miembros de la Comisión de Redacción y Estilo y la Comisión de
Caligrafía lo dieron por aprobado a pesar de ser más radical y
anticlerical en su texto que el Regio Patronato de Carlos V o las
Leyes de Reforma de 1855‐1863. Después de leer y releer el Diario
de los Debates concluyo que hubo 179 votaciones de dictamen del
articulado, de las cuales 117 se resolvieron por unanimidad, 46 por
mayoría superior a dos tercios de los presentes y sólo 15 por mayoría
absoluta, y puedo afirmar que, en conjunto, los diputados constituyentes
23 Gabriel Ferrer Mendiolea, obra citada, p. 64.
35
y el propio Carranza compartieron en lo esencial valores, preocupaciones
y perspectiva del futuro que debería tener la sociedad mexicana.
La ocasión en que los debates acalorados casi llevan a sacar las pistolas
entre diputados beligerantes fue durante la discusión relativa al territorio
de los estados miembros de la Federación, cuando el queretano José María
Truchuelo pidió que se le devolviesen a Querétaro municipios
guanajuatenses como San José Iturbide y San Luis de la Paz,
mismos que en el Virreinato pertenecieron al corregimiento de letras
de Querétaro o se le quitaran a Hidalgo antiguas municipalidades de la
alcaldía mayor de Cadereyta como Pacula y Jacala, o cuando se quiso
instaurar el estado del Istmo de Tehuantepec que significaba mutilar
a Oaxaca.
Asistieron 189 diputados en calidad de propietarios y entraron en ejercicio
25 suplentes.
Durante el mes que duró el debate sobre el trabajo y la previsión social,
cuya regulación quedó en un nuevo artículo 123, se dieron interesantes
debates, pero uno que ha pasado a la historia fue cuando Lizardi
argumentó que adicionar al texto constitucional las garantías sociales —
como la huelga o la jornada máxima— éste se vería como un Cristo con
pistolas, y el joven diputado Luis Fernández Martínez le contestó: “…si
Cristo hubiera llevado pistola cuando lo llevaron al Calvario, señores, no
hubiera sido asesinado”. Ya antes Jorge von Versen había afirmado
“demos polainas, pistolas y una 30‐30 al Cristo, pero que se salve
nuestra clase humilde…”. En realidad, Carranza y sus diputados afectos
se oponían a que se incorporara en la futura Constitución el texto
de reformas pormenorizadas como finalmente quedaron los numerales
27 y 123. ¡En el Congreso Constituyente había hombres decididos
que no pensaban lo mismo que el primer jefe! Los discursos en el
debate de los artículos 3°, 24 y 130 y 123 fueron extensos, profundos,
polémicos y brillantes que por sí mismos llenan páginas gloriosas para
las fuentes del Derecho Constitucional mexicano.
La redacción del artículo 27 fue la más problemática porque el
tema agrario era el que más le dolía a nueve millones de mexicanos en
extrema pobreza. El proyecto de Carranza era muy pobre en ese
aspecto y, entonces, el diputado Pastor Rouaix le encargó un proyecto
a un experto externo, el abogado connotado Andrés Molina Enríquez,
36
quien desilusionó con su trabajo porque resultó más teórico que
práctico. Un comité no autorizado se reunió todos los días del 14 al 24
de enero de 1917 en la antigua residencia del obispo de Querétaro —hoy
Palacio Municipal—, donde trabajó arduamente para preparar un nuevo
proyecto. La informalidad campeó, nadie presidía ni lideraba las
reuniones ni discusiones a pesar de los intentos de Rouaix por conducir
a los cuarenta diputados presentes como Dorador, Antonio Gutiérrez,
Terrones Benítez, De la Torre, Heriberto Jara, Góngora, Cándido Aguilar,
Pastrana Jaimes, Del Castillo, Enrique A. Enríquez, Martí, De los Santos,
Dionisio Zavala, Cano, Julián Adame, Martínez de Escobar y Jorge von
Versen. Muchos de ellos habían participado en la deliberación plenaria
del artículo 123. ¡No me imagino por qué se dejó hasta los últimos días
del Constituyente el abordar el tema agrario! Por las tardes, Natividad
Macías, Lugo, Rouaix y De los Ríos se reunían para darle redacción a
las ideas que se habían expresado durante la mañana. Finalmente el
24 de enero de 1917 el proyecto estuvo listo para ser sometido
a la primera Comisión de Reformas Constitucionales. Los ideales de
Zapata habían penetrado en la asamblea de Querétaro. Más que ningún
otro de la nueva Constitución, el artículo 27 representó la ruptura con el
pasado porfirista, al encarnar el clamor de independencia económica y
proclamar la destrucción de los derechos adquiridos de hacendados y
terratenientes, dando esperanza a las masas rurales. En suma, este fue
el logro más singular del Congreso de Querétaro. Si lo examinamos frente
a la redacción impecable del numeral 123 llegamos a la conclusión de
que el 27 resulta con falta de técnica jurídica y con un lenguaje confuso.
El Congreso Constituyente entró en sesión permanente la tarde del 29
de enero de 1917 para discutir el artículo 27. A las 03:30 de la
madrugada del día 30, votaron su aprobación junto con una fracción
del 115 y otras siete disposiciones de menor importancia. Se hizo
un receso hasta las 15:30 horas, cuando se reabrió la sesión no había
quórum, autorizándose a Emiliano Nafarrete y a Von Versen para que
buscaran a los ausentes y los reunieran lo más pronto posible. Veinte
minutos después ya hubo quórum y en esa sesión, que duró hasta las
19:05, se despacharon todos los asuntos que quedaban pendientes. La
última fase de la sesión permanente comenzó cuarenta y cinco minutos
tarde, porque los diputados estaban ocupados posando para los
fotógrafos.
37
Crónicas y anecdotario del Constituyente de 1916-1917
Querétaro, ciudad hermosa pero de pequeñas proporciones, estaba
convertida en una pequeña Babilonia, con sus calles inundadas de
tránsito; sus plazas y jardines, por las tarde y por las noches se alegraban
con los sones de las músicas militares y era un ir y venir de transeúntes,
especialmente de soldados, que los había de todos los rumbos de la
República, todavía la mayor parte de ellos con su indumentaria regional:
los yaquis de Sonora, los juchitecos de Oaxaca, los tamaulipecos con sus
cueras, los norteños tocados con sus grandes sombreros texanos y
muchos generales que venían de la campaña, con sus trajes mitad charros
y mitad militares, ponían su nota pintoresca en aquel abigarrado
conjunto.
Como la distribución de casas y espacios para alojamientos fue muy
limitada, a un estricto y serio jurista le tocó hospedarse en el barrio de La
Merced, donde desde el año de 1900 habían sido confinadas las
prostitutas de la ciudad para “evitar que contaminaran a la sociedad con
sus pecados”, según la moralina porfirista. Y es el caso que este diputado
constituyente letrado vivía en la planta baja de un salón de baile que
operaba en la clandestinidad y bajo la protección de militares de alta
graduación coludidos con la matrona del lugar.
El muy inocente diputado, abstemio y casto, pensó en reclamar una noche
a los juerguistas sin saber con quién podría enfrentarse, pensando que le
iban a respetar su jerarquía. Subió sigilosamente las estrechas y
empinadas escaleras de la casona del siglo XVIII listo para reclamar el
ruido ensordecedor al primero que se le apareciera en su camino, pero
cuál fue su sorpresa al ver bailando -con una meretriz bellísima en la
alfombra roja de la sala del lugar- a un general de altísima graduación e
importancia nacional, líder de facto de los constituyentes jacobinos,
mismo al que le faltaba un brazo perdido en las batallas de Celaya y dueño
de un bigote espectacular. Al ver este cuadro encantador y lleno de
sensualidad e impunidad, el reclamante optó por dar media vuelta y
retirarse a sus habitaciones a donde seguían llegándole las notas
musicales de la pieza titulada “El Limoncito”.
Muchos de los diputados que llegaban a aquel Congreso Constituyente
eran ya conocidos por su nombre y por su fama; unos como
revolucionarios que se habían enfrentado a la dictadura porfirista; otros
porque habían empuñado sus armas contra la usurpación huertista y se
habían cubierto de gloria en los campos de batalla; otros habían ocupado
puestos notables en las secretarías de Estado o eran distinguidos por su
38
saber, y la mayor parte, dijo Romero Flores, si no es que la totalidad, eran
hombres de lucha, conocedores plenos de los problemas del pueblo
mexicano en sus diversos aspectos: había generales, ex ministros,
jurisconsultos, periodistas, literatos, historiadores, poetas, obreros de las
fábricas, trabajadores de las minas, campesinos, maestros de escuela y
hasta artistas de teatro. En el ramo de las profesiones todas estaban
representadas: ingenieros, arquitectos, agrónomos, abogados, médicos,
profesores normalistas. No había un solo tema que pudiera debatirse, en
el que no hubiera una persona capaz de dar su opinión con plena
conciencia profesional y con absoluta honradez.
Juan de Dios Bojórquez relató en su libro “Crónica del Constituyente” las
características personales de los diputados, resultando el Gral. Salvador
González Torres como el más elegante; Ciro B. Ceballos como el más
bohemio; Palavicini como el más petulante; Emiliano Nafarrete como el
más ininteligible a la hora de decir sus discursos (cantinflesco); Luis G.
Monzón como el más agresivo; José Ma. Truchuelo como el más aburrido
y José Natividad Macías como el más antipopular a pesar de su sabiduría
y al que se le debe el proyecto de Constitución presentado por Carranza;
el más descuidado o fodongo para vestir fue el yucateco Antonio Ancona
Albertos.24
Acaloradas fueron las discusiones todas del Congreso Constituyente de
1916-17, sobre todo las de artículos como el tercero, el veintisiete, el
ciento veintitrés y el ciento treinta
Pero no lo fueron menos las preparatorias, en las que se discutieron las
credenciales de los constituyentes.
En una de ellas, la cuarta, se puso a debate algo muy importante: el si
debía permitirse o no fumar en las sesiones, toda vez que adopto el
reglamento del Congreso de la Unión para el Constituyente, y prohibiendo
se fumara en él, tenía que imponerse la prohibición con todo rigor.
Los constituyentes eran revolucionarios, muchos militares a quienes les
“olían a pólvora los bigotes”, por lo que hubo protestas. Así en la sesión
mencionada, don José J. Reynoso dijo que era “una verdadera infamia”
que los tuvieran allí sin fumar por tanto tiempo.
2424 Juan de Dios Bojórquez, obra citada, pp. 129-137.
39
Don Manuel Amaya, quien presidía la sesión, le replicó: “Eso ordena la
ley. Yo soy un gran fumador, y aquí me tienen ustedes cumpliendo la ley”.
Molesto Reynoso le hizo ver que la disposición absurda haría que muchos
abandonaran el salón de sesiones, a lo que el Presidente la replicó que no
permitiría que nadie se ausentase.
Terció don Félix F. Palavicini diciendo que se quería conservar el quórum
debía permitirse fumar; que la actitud del Presidente al exagerar el
cumplimiento de la Ley, lo convertía en un dómine ”y de allí al ridículo no
hay más que un paso”.
Inflexible el Presidente dijo que no estaba de acuerdo con lo expresado y
dando muestras de valor, señalo que soportaría toda la responsabilidad y
las furias del Congreso, pero que haría cumplir estrictamente la ley.
Se dejó este punto, pasándose a otros de más sustancia, como imputar
huertismo y aún porfirismo a algunos de los pretensos diputados
constituyentes.
Pasó una, dos horas, todos estaban desesperados por que no podían
fumar, ni siquiera a hurtadillas, puesto que el Presidente estaba alerta
para hacer cumplir con la ley, sin permitir desviación ni siquiera a los
generales que participaban en el Congreso y que por el paso del tiempo,
lo acalorado de la discusión y demás circunstancias deseaban fumar.
En un álgido momento de la discusión, don Manuel Amaya, el Presidente
en las sesiones preparatorias, dejó su sitial y paso a paso, para que nadie
lo advirtiese, se dirigió hacia afuera.
Dándose cuenta de la graciosa huida del Presidente, el ingeniero Félix F.
Palavicini llamó a gritos la atención del Congreso, señalando a don
Manuel, diciéndole: “Lo ve usted, es el primero que se ausenta para ir a
fumar”.
Todos los diputados alborotaron protestando por la acción de su
Presidente, quien al darse cuenta se detuvo a medio camino, hizo un
ademán de enojo y miró a los constituyentes exaltados.
Las risas se tornaron carcajadas, don Manuel se dirigió a toda prisa a
donde iba y la sesión tensa, violenta, tuvo un alivio para quienes en ella
participaban, salir del salón a fumar, don Manuel les dijo alto y tranquilo:
40
Como todos les pedían volver a su sitial, pues no debía “No voy a fumar,
voy a mear”.
Muchas importantes personas, y desde luego el pueblo, trataron de hacer
grata la estancia del señor don Venustiano Carranza, Primer Jefe del
Ejército Constitucionalista entre 1916 y 1917, durante la celebración del
Constituyente. Bastantes contrariedades tuvo sin embargo el Primer Jefe
en Querétaro, sobre todo con los resultados de la escisión villista que aún
perduraban y en cierto modo se agravaban y desde luego la división que
en el Constituyente se advirtió desde sus sesiones previas.
Para mitigar sus penas, queretanos connotados invitaban a don
Venustiano a reuniones que él aceptaba sin solemnidades mayores,
agradecido de las deferencias de que era objeto.
Un cálido medio día, después de horas agitadísimas en el despacho de
asuntos políticos, de visitas de personajes, de solución de problemas
económicos, acudió a una comida que le ofreció la familia propietaria de
la hacienda de “Chichimequillas”.
Aquella comida fue servida como para un gran señor: las viandas fueron
ricas, abundantes y complicadamente condimentadas.
Los brindis fueron repetidos, con los mejores vinos.
Al concluir la comida, como era de costumbre, el Primer Jefe hizo saber
su deseo de salir por la ciudad, para dar un pase, lo cual generalmente
en automóvil, pues sus paseos mañaneros eran siempre a caballo.
Inmediatamente se dispuso el vehículo, amplio, cómodo, de un sabroso
muelleo, muy propio para el adormecer en una tarde calurosa y tras una
mañana de fatigas y, sobre todo, una comida abundante con brindis
generosamente repetidos.
Por varias calles rodó el vehículo con sus ocupantes: don Venustiano
Carranza, don Luis Noriega uno de los anfitriones que se había ofrecido a
acompañarle y un ayudante, amén del que manejaba con gran cuidado y
a velocidad muy moderada.
Se inició una animada conversación entre don Venustiano y don Luis, muy
impetuoso dada su juventud.
41
A poco la conversación se fue apagando, a medida que los rayos del sol
hacían estragos en el interior del vehículo con el aumento constante de la
temperatura.
Poco tiempo después reinó el silencio en el interior del vehículo,
comenzando sus ocupantes, pero principalmente don Luis, a dar muestras
de sueño.
A duras penas contuvo su deseo de dormir, pero no pudo más y al cabeceo
y bostezo siguió un plácido sueño propiciado por el suave mecer del auto.
Viajando don Luis cerca de don Venustiano, no pudo mantener dormido
la vertical y fue inclinándose hacia el hombro erguido del Primer Jefe,
hasta quedar prácticamente sobre él. Angustiado el ayudante pretendía
despertar al dormilón, o cuando menos hacerlo que volviera a su posición
vertical.
Don Venustiano, bondadoso, hizo una señal, indicando a su ayudante que
no molestara a don Luis, quien hizo larga siesta reclinando en el hombro
del señor Carranza. De pronto despertó don Luis y al darse cuenta de lo
ocurrido se disculpó un mucho apenado, pero don Venustiano le respondió
bondadoso que eran cosas de juventud, de fatiga.
Concluyó el paseo, se despidieron los señores Carranza y Noriega y éste,
ya descansado, se fue en busca de sus amigos. A todos les contó
pormenorizadamente su aventura y les decía con gracia que él se
consideraba el único hombre que se había dormido en las barbas de don
Venustiano.
A las diez y media de la noche del 31 de enero de 1917, con motivo de la
protesta y firma de la Constitución, se llevó a cabo una cena ofrecida a
los diputados constituyentes en el “Centro Fronterizo de Querétaro”
por parte de Venustiano Carranza, que fue acompañado por sus más
notables generales como Álvaro Obregón, Pablo González, Benjamín
Hill, Eduardo Hay, el gobernador queretano Federico Montes, y los civiles
Manuel Aguirre Berlanga, Roque Estrada y Jesús Rodríguez de la Fuente.
El brindis corrió a cargo de Luis Manuel Rojas y la contestación a cargo de
Carranza. Éste dio un discurso con la solemnidad y sencillez que le eran
características, justificandoque el enviar un Proyecto de
Constitución al Congreso Constituyente fue por ahorrar trabajo a
los diputados y no por imposición. Que él no encomendó la defensa
del proyecto a nadie y que dejó que la Asamblea se desarrollara en
completa libertad. Reconoció también que en algunos puntos “se había
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Documento teatro de la república, cuna de pactos nacionales

  • 1. 1 TEATRO DE LA REPÚBLICA Cuna de Pactos Nacionales Andrés Garrido del Toral Cronista de Querétaro Querétaro, cruce de los caminos nacionales en la Historia El pueblo de indios de Santiago de Querétaro fue fundado en 1531 a raíz de un asentamiento chichimeca en el lugar conocido como La Cañada. Hacia 1537, ante la imposibilidad de seguir viviendo en ese lugar por el crecimiento de la población venida del centro del país, el fundador Fernando de Tapia y el urbanista Juan Sánchez de Alanís decidieron cambiar el asentamiento al cerro de Los Molinos de Carretas, quedando definitivamente trazado el pueblo en 1550 a partir del templo y convento de San Francisco. El municipio español se adopta en Querétaro hasta 1578, asignándosele a esta demarcación autonomía respecto de la alcaldía mayor de Xilotepec y quedando sujetos entonces a la alcaldía mayor de Querétaro los pueblos y municipalidades de Tolimán, San Juan del Río, Amealco y Tequisquiapan. En 1656 Santiago de Querétaro alcanzaría la categoría de ciudad y en 1714 el título de “Tercera Ciudad del Reino”, solamente por debajo de la Ciudad de México y de Puebla de los Ángeles. El Estado de Querétaro fue integrado mediante la unión de la alcaldía mayor de Cadereyta y el corregimiento de Letras de Querétaro en julio de 1823, para ser una de las entidades federativas fundadoras de la Federación Mexicana el 31 de enero de 1824.1 Para nadie es desconocido que la ciudad de Santiago de Querétaro fue la cuna de la idea de Independencia entre 1809 y 1810; que fue escenario de dolor en la ratificación de los Tratados de Guadalupe Hidalgo mediante los cuales los Estados Unidos de América nos arrancaron más de dos millones de kilómetros cuadrados. Tampoco escapa a la memoria de los mexicanos que en esta prócer ciudad Maximiliano de Habsburgo libró la última de sus batallas intervencionistas para defender su iluso imperio, el cuál cayó ante la República después de un cruento sitio de setenta y un 1 Jesús Mendoza Muñoz, “Cadereyta, cuatro siglos de gobierno”, Querétaro, Fomento Histórico y Cultural de Cadereyta, 2005, pp. 145-151.
  • 2. 2 días, para finalmente ser juzgado, sentenciado y condenado en el hoy Teatro de la República y ejecutado en el Cerro de Las Campanas. Como si esto no fuera suficiente para considerar a Querétaro bastión de nuestra historia patria, fue el Sinahí donde se fraguó la Constitución que actualmente nos rige y marca el mejor proyecto de vida de los mexicanos; lo que realmente queremos llegar a ser como nación. Querétaro varias veces Capital de México Ríos de tinta y saliva han corrido enunciando el papel protagónico de la ciudad de Santiago de Querétaro en los fastos más gloriosos de la Historia mexicana, pero menos se escribe y habla de los momentos en que nuestra urbe fue sede de los poderes públicos nacionales, tanto en el sistema federalista como en el sistema centralista. La primera vez que fue Capital de la República mexicana es durante la Guerra de Intervención Americana (1847-1848), en que los tres poderes federales se trasladaron a la ratificación o no de los tristes y célebres Tratados de Guadalupe Hidalgo, después de ardientes debates que tuvieron lugar en la Cámara de Senadores (Anexo de La Congregación) y en la Cámara de Diputados (Academia de Bellas Artes). El presidente de la República, Manuel de la Peña y Peña, instaló su despacho presidencial en la casona de la calle de Hidalgo número 48, en que fueron ratificados los mismos.2 La siguiente ocasión fue cuando don Benito Juárez pasa por Querétaro en enero de 1858 defendiendo la Constitución de 1857, siendo gobernador José María Arteaga, instalándose el patricio en la casona de aquél, ubicada en el anexo de lo que hoy es el Palacio de Gobierno, sobre la hoy calle de Pasteur. Juárez se dirigía a Guanajuato para finalmente llegar a Guadalajara donde pretendieron fusilarlo sus enemigos, sino fuera por aquella intervención de don Guillermo Prieto donde les espetó a los fusileros conservadores la famosa frase de “los valientes no asesinan”. Otra ocasión que se puede contar es la del 19 de febrero al 15 de mayo de 1867 en que Maximiliano residió en Querétaro como emperador en un intento de conservar su trono, sin embargo solamente le acompañó su ejército de nueve mil hombres, el Regente del Imperio (Leonardo 2 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Teatro de la República, Aula Magna del Derecho Social”, Querétaro, U.A.Q., 1982, pp. 19-24.
  • 3. 3 Márquez) y un solo ministro que fue el de Justicia e Instrucción, don Manuel García Aguirre, quien pocas oportunidades tuvo de desempeñar su función legal y se dedicó a levantar barricadas y parapetos. El Consejo de Estado y el resto de los ministros se quedaron en la Ciudad de México.3 Aquí surge mi duda si en 1867 fue o no Querétaro Capital del Segundo Imperio, pero el auto llamado Jefe de Estado imperial radicaba en Querétaro. La siguiente vez es cuando don Benito Juárez pernocta en el hoy edificio de Madero 70, sede del Archivo General del Estado, la noche del 5 y madrugada del 6 de julio de 1867, en su recorrido rumbo a México capital para su entrada triunfal del 15 de julio. Por cierto que se alojó y alcanzó a despachar asuntos en lo que hoy se llama “despacho Juárez” en el citado edificio, en el que despacha el titular de la Secretaría del Trabajo. Pero la ocasión más firme, publicada en el Diario Oficial, fue la relativa a ser sede del Congreso Constituyente de 1916-1917 y asiento del Primer Jefe y Encargado del Poder Ejecutivo. El solar donde se levantó el Teatro Iturbide A partir de 1573 hubo una orden real en todo el Imperio español que obligaba a los pueblos, villas y ciudades a contar con una alhóndiga para aprovisionar de alimentos y granos básicos a las poblaciones en futuras emergencias, por lo que la Alhóndiga de Querétaro se construyó en el perímetro de la plaza de San Francisco, hacia el norponiente, concretamente en las esquinas de la calle segunda de San Antonio y de La Alhóndiga, actuales Ángela Peralta y Juárez. El terreno de la Alhóndiga cubría casi toda la cuadra y manzana, hasta donde hoy conocemos como las oficinas de la CFE. La propiedad era del Ayuntamiento de Querétaro desde 1578. Obligadamente tenía que ser en esta zona, que desde hace casi cinco siglos es el corazón de la ciudad de Santiago de Querétaro. A todo esto hace falta una precisión: esta construcción comenzada en el siglo XVI fue llamada posteriormente como “la Vieja Alhóndiga”, para diferenciarla de la que construiría a sus expensas el muy generoso 3 Konrad Ratz, “Querétaro, Fin del Segundo Imperio Mexicano”, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno del Estado de Querétaro, México, 2005, pp. 101-105.
  • 4. 4 benefactor Juan Caballero y Ocio, a un lado de la Vieja Alhóndiga, en un terreno de su propiedad, heredada de su padre Juan Caballero y Medina quien a su vez compró varios predios ubicados en esa manzana a un tal Juan Durán en el primer tercio del siglo XVII.4 Allí nacieron los hijos de este poderoso militar virreinal incluyendo Juan Caballero y Ocio, que era el menor, viviendo muchos años la familia en esa casona, hasta que muerto el jefe de la misma, don Juan Caballero y Ocio se trasladó a vivir a un costado de La Congregación de Guadalupe y autorizó al Ayuntamiento de Querétaro utilizar el predio de referencia para la Nueva Alhóndiga, cosa en la que estuvo de acuerdo su hermano mayor de nombre Nicolás, al considerar que el viejo edificio era insuficiente para proveer de maíz a la gente pobre de la sociedad queretana. En mapas de la ciudad de finales del siglo XVIII se pueden observar ambas edificaciones convertidas en una misma casona, con similitud arquitectónica. Entonces aquí se dan elementos para terminar con viejas especulaciones sobre la propiedad del terreno donde se erigió el Teatro Iturbide a partir de 1845. Ese tema lo abordaré a profundidad más adelante. Al llegar la Independencia de México, los edificios realengos pasaron a formar parte del Estado Federal, de las entidades federativas o de los municipios, quedando en este caso la propiedad del solar de referencia (Alhóndiga Vieja) en favor del municipio de Querétaro, de eso no hay duda, pero en relación al terreno y destino del nuevo almacén es donde vamos a profundizar. El antecedente notarial de Gabriel Rincón Frías nos dice que ese solarfue comprado por Juan Caballero y Medina a Juan Durán allá por 1630 y que al heredarlo su hijo Juan Caballero y Ocio lo destinó para su morada y luego lo cedió al Ayuntamiento para la Alhóndiga. Después pasó a ser propiedad de doña Josefa Vergara y Hernández seguramente. Querétaro ciudad culta, sin lugar digno para la cultura En 1845 los gobernantes y pueblo de Querétaro reflexionaron sobre la necesidad de contar con un teatro, digno de la ciudad, por lo que llegaron a la conclusión de que la Nueva Alhóndiga ya no cumplía con su función o no era tan necesaria porque había otros almacenes de víveres, y 4 Gabriel Rincón Frías, Ignacio Urquiola Permisán, Rodolfo Anaya Larios y Alejandra Medina, “Don Juan Caballero y Ocio, la Generosidad y el Poder”, Querétaro, Ayuntamiento de Querétaro, 2014, pp. 393-532.
  • 5. 5 decidieron construir el teatro sobre 994.43 m2 del viejo almacén. El gobernador era Sabás Antonio Domínguez y el arquitecto, autor del proyecto y primer constructor, fue Camilo San Germán. El Estado le dejó al Ayuntamiento capitalino la responsabilidad de conseguir los 4 mil pesos necesarios para arrancar la obra, lográndolos gracias a que se le presionó al español don Cayetano Rubio –dueño de las principales fábricas- que cooperara como una especie de indemnización al pueblo por el aprovechamiento que hacía de las aguas del Río Blanco (hoy Río Querétaro).5 Allí en la esquina que forman las calles Primera de San Antonio, larga, en ligero declive del levante al ocaso, un tanto curvada en su inicio; y justamente la de La Alhóndiga, tendida de sur a norte, existía esa vieja construcción, esa famosa construcción, como dice el cronista Ramírez Álvarez. Estaba el almacén en la esquina norte poniente de una pequeña manzana que enmarcan la Plaza de San Francisco, el frente de San Antonio y las calles invocadas, que actualmente son Ángela Peralta y calle Juárez. Alhóndigas hubieron muchas en España y sus posesiones en ultramar. Sus maestros, los árabes enseñaron a los españoles la virtud de la previsión: en tiempos de abundancia es necesario guardar para los tiempos de escasez. En las alhóndigas se concentraba la producción de granos y de otros efectos de fácil distribución, con los que surtían ordinariamente a los detallistas y extraordinariamente al pueblo. Se determinó tomar una parte del terreno de La Alhóndiga para la construcción. Ésta había venido a menos con la Independencia, si bien perduró por algún tiempo, siendo, como cuántas otras instituciones semejantes, motivo de discordia, de ambición de algún mal gobernante. Al determinarse construir el teatro en este lugar, se liquidaba una institución colonial, que cumplió un cometido benéfico sin duda pero que no dejaba de representar el colonialismo que debía desaparecer. Comenzó la obra bajo los mejores augurios, sin primera piedra, porque lo importante era trabajar, omitiendo el lucimiento. El gobernador del departamento de Querétaro (estábamos en pleno centralismo), Sabás Antonio Domínguez, encabezó una comisión el 23 de abril de 1845 que 5 Alberto Trueba Urbina, “Teatro de la República, Biografía de un gran Coliseo”, México, Editorial Botitas, 1958, pp. 23-24.
  • 6. 6 integraron diputados locales, el prefecto del distrito de Querétaro y presidente del Ayuntamiento capitalino, el comandante general y el síndico procurador más antiguo del Ayuntamiento de Querétaro, Ignacio Pozo, para acudir ante escribano público para señalarlos términos, plazos y condiciones del compromiso de veintisiete empresarios interesados en colaborar con la obra, tal y como lo escribió la doctora Mina Ramírez Montes en El Heraldo de Navidad 2016 en su magnífico artículo titulado “Los cimientos del Teatro de la República”.6 Se formó una Junta Directiva integrada por ocho miembros dispuestos a conseguir los $30,821. 00 pesos que costaría la obra y que tenía que terminarse en dieciocho meses. Mina Ramírez entra en detalles y menciona que además del Ayuntamiento y sus $ 4,000.00 pesos provenientes de Cayetano Rubio y de los productos de la venta de la Alhóndiga Nueva, Santiago Arana proporcionó la madera a precios de plaza; Manuel Acevedo se comprometió a dar toda la piedra china, cal y arena que fuera necesaria; los señores Manuel y Ramón Samaniego se comprometieron a dar mil pesos en efectivo y veinte mil ladrillos; otros darían metálico con aportaciones que iban de mil a doscientos cincuenta pesos. Entre los miembros destacados de este comité y junta directiva menciono al sabio médico y diputado Manuel María Vértiz, Antonio del Razo, Víctor Covarrubias, Remigio Montañez, Ignacio Alvarado, Francisco Novoa y Palacios, José Ignacio Villaseñor, Crescencio Mena, Joaquín Roque Muñoz, Vicente Franco, Laureano Segura, Mariano y Timoteo Fernández de Jáuregui, José Antonio Septién, Francisco Frías y Herrera, Pedro Valdés, Vidal Martínez, Manuel y Ramón Samaniego, Ignacio Trejo, Nicolás Arauz, Pablo Gómez, José Pérez Arce, Francisco Marroquín, Francisco Pacheco, José Antonio Urrutia, Ignacio Alcocer, José Antonio Arce, Cayetano Muñoz, José María Carrillo, Antonio Guevara, Francisco Verduzco, Anselmo Gómez, Joaquín Piña y el constructor Camilo San Germán, además del prefecto político de Querétaro Antonio Gelati, a quien en 1849 dejaron solo con su obra. Llaman la atención varios puntos de esta “escritura sobre la empresa de un teatro” como el exentar de impuestos a los donadores de recursos para la obra en cita; el obtener licencia del juez eclesiástico para trabajar en días feriados considerados festivos y de descanso por la Iglesia Católica; solicitar al gobernador y al prefecto mano de obra de los reos 6 Mina Ramírez Montes,“Los cimientos del Teatro de la República”, en El Heraldo de Navidad, Querétaro, 2016, pp141-148.
  • 7. 7 sentenciados a trabajos públicos –con el correspondiente grillete- para economizar el pago de peones y el que en una pizarra pública se anoten los nombres de los empresarios que no hagan sus aportaciones para levantar el gran teatro y así exhibirlos públicamente. La guerra contra los Estados Unidos interrumpió el proyecto del coso, en la agresión más villana que hayan consumado éstos en su larga historia de atropellos internacionales, Querétaro se convirtió en capital de la República con el traslado de los poderes federales, a la cabeza de los cuales estaba el presidente de la República Manuel de la Peña y Peña. El Senado sesionó en el anexo de la Congregación de Guadalupe y la Cámara de Diputados en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Concluida la guerra, aprobado y ratificado que fue el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en Querétaro, el gobierno de México partió a su sede en 1848 habiéndose designado previamente presidente de la República al general José Joaquín Herrera. Volvió la calma a la ciudad provinciana; otra vez la quietud, el contemplar, el transcurrir de la vida sin sobresaltos. Entonces se pensó en continuar la construcción abandonada del Teatro, para lo que se volvió a pedir la cooperación de quienes pudiendo se habían hecho accionistas de la empresa. Más, como corresponde a la grande obra que iba a resultar, las dificultades menudearon y pasó un año – 1849 – y no se advertía avance en la misma; los accionistas se fatigaron de aportar cantidades para la misma y prácticamente la abandonaron. La dejaron en manos del Ayuntamiento queretano, al que cedieron sus aportaciones, a condición de que la continuase por su cuenta y, una vez concluida la obra, sus productos fueran a engrosar el patrimonio del Hospicio fundado con los bienes que para ello destinó doña Josefa Vergara y Hernández. Para entonces el gobernador era ya otro; don Francisco de Paula Meza renunció a su puesto antes que publicar el decreto por el que se hacía posible el retorno de los jesuitas a la ciudad. Le sucedió en el cargo el licenciado Juan Fernández de Jáuregui, que gobernó entre el 2 de octubre de 1849 y el 24 de abril de 1850. Al proyector e iniciador de la obra, arquitecto Camilo San Germán, le siguió al frente de la obra el ingeniero inglés Tomás Surplice, quien aun cuando quiso modificar los planos tuvo que seguir los de su antecesorpor la posición y características del terreno, no sin criticarlos acremente. Sobre todo en el punto referente a que el teatro no tenía frente; el pórtico principal daba a uno de sus costados; y en lo que respecta a la esquina
  • 8. 8 de las calles de su ubicación, que había sido cortada. Por supuesto que el arquitecto Camilo San Germán se defendió diciendo que el terreno lo había obligado a tomar soluciones que a él mismo le parecían inaceptables. Hubo cambio de gobernador y lo fue del 25 de abril de 1850 al 24 de agosto de1851 José Antonio Urrutia, quien dio impulso a la obra, mas no pudo verla concluida. Sin embargo la dejó adelantada,pues puso empeño muy especial en una conclusión que parecía muy lejana. Antes de que se concluyera el breve período de su gobierno, se firmó el contrato por el que el empresario José Castelán se obligaba a la brevedad a terminar el Teatro. El Ayuntamiento de Querétaro le quitó más adelante el arrendamiento del mismo. Y sin embargo no se construyó pronto, como lo deseaban todos los queretanos, cuya espera se transformó en desesperación. Por entonces es designado gobernador Ramón María Loreto de la Canal de Samaniego. Inició su gestión este gobernante el 25 de agosto de 1851 y la concluyó, salvo un interinato, el 30 de noviembre de 1853. Él vio lo que habían deseado sus próximos antecesores: ver concluida la obra. Más previamente a su terminación hubo de tomarse una determinación importante: la de dar nombre al teatro. Proveniente de una familia de abolengo, de probada nobleza, el gobernador era adicto, sin decirlo por supuesto, a la monarquía y su más próximo representativo entre nosotros era Agustín de Iturbide, según lo relata el maestro Ramírez Álvarez. No meditó mucho el gobernador el nombre que habría de imponerse al teatro y así expidió un decreto, haciendo consideraciones históricas y sentimentales para imponerle el nombre de Iturbide. Concluido estaba el teatro y tenía ya su nombre. Ahora faltaba fijar la fecha de su estreno.7 Inauguración, estreno y vida cultural en el coso El 29 de abril de 1852 fue terminado y bendecido el coso, y su inauguración y estreno el 2 de mayo del mismo año, con la reticencia de los conservadores locales que no querían ver representadas “obras inmorales” que iban a dañar “el alma de los pueblerinos”. Concluido que fue el Teatro de Iturbide, la prefectura de la ciudad se vio obligada a 7 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, p. 26.
  • 9. 9 expedir un reglamento para su funcionamiento; se publicó en el periódico “El Federalista” en 2 de mayo de 1852. Este reglamento tuvo el carácter de provisional, considerándose que “venía a llenar un vacío”, sin embargo se le señalaron imperfecciones y se confió en que fuera revisado, corregido y aumentado para que cumpliera el cometido que se le había asignado.8 El estreno habría de ser, se esperaba, en grande. Se fijó para su realización el 2 de mayo de 1852, como ya dije líneas atrás. No bien había cumplido el Teatro Iturbide un año de haber abierto sus puertas a una agrupación humana ávida de esparcimiento artístico, cuando ya había realizado una connotada labor de difusión de la cultura. Varias fueron las compañías que se presentaron en el escenario amplio, adecuado, funcional y suntuoso del Teatro Iturbide; alguna de ellas de las más notables que en México representaban en los más importantes coliseos metropolitanos. El 16 de septiembre de 1854 se estrenó en él el Himno Nacional mexicano; por unas horas fue estrenado primeramente en este coso que en el resto del país. Enviado fue a Querétaro el texto del Himno Nacional y la partitura de su música, inmediatamente después de haber sido aprobada ésta, para que fuera estrenado en septiembre de 1854 con motivo de las fiestas patrias. Faltaba poco tiempo para la celebración patriótica y el ahora gobernador y coronel Ángel Cabrera, quien había sustituido al anterior, dispuso que se encargase de la organización del magno acontecimiento don Luciano Frías y Soto, notable periodista, amante de la poesía y con grandes facultades para la tarea teatral. Con inusitado entusiasmo preparó el estreno del Himno Nacional don Luciano Frías y Soto, encomendando la ejecución del mismo a la orquesta que dirigía el maestro Bonifacio Sánchez, quien puso todo su empeño para que la ejecución de la marcial obra fuera todo un acontecimiento. Anunciado que fue el estreno, un público entusiasmado por anticipado se aprestó a concurrir al Teatro y agotó totalmente las localidades, a tal grado que fue necesario colocar sillas en los pasillos, que fueron traídas de las casas cercanas para dar cabida a la mayor cantidad posible de 8 Alberto Trueba Urbina, obra citada, p. 47.
  • 10. 10 concurrentes. Por vez primera el Teatro sería escenario de un acontecimiento cívico sin precedente. Y conscientes los organizadores del acto de lo que estaba ocurriendo, dispusieron el Teatro adecuadamente. Los colores nacionales cobraron vida en las coronas de flores, que fueron distribuidas convenientemente para un mayor lucimiento, dieron al Teatro no sólo la hermosura de sus colores sino también un ambiente fresco que estallaba en aromas. Se prepararon hermosas banderas de seda que entrelazadas debidamente con las coronas de flores daban al Teatro un espléndido ornato que provocaba la emoción al contemplarlo. La iluminación no fue menos fastuosa, pues se distribuyeron en todo el Teatro lámparas especiales para que el oro y el carmesí predominantes en la decoración fuera marco suntuoso de los colores nacionales que en todo el Teatro refulgían. Por fin llegó la anhelada noche del 16 de septiembre de 1854. Acudió el público en cantidad muy superior a la capacidad del Teatro; se ocuparon todos los sitios disponibles y aún muchos concurrentes quedaron de pie. El Teatro visto por Guillermo Prieto Entre los años 1852-1854, lo visitó el bardo Guillermo Prieto, desterrado por Santa Anna, y en su magistral obra “Viajes de orden suprema” escribió bellas y mordaces palabras sobre el teatro y la gente que acudía a él. Leamos amables lectores al bardo de la República Federal para que nos describa en forma deliciosa y sarcástica el ambiente de la ciudad de Querétaro en torno al Gran Teatro de Iturbide: “El teatro de Iturbide es un monumento digno de la cultura de la sociedad queretana. El arquitecto que lo trazó (San Germán) supo aprovechar con tino la esquina de una de las calles de San Antonio y la Alhóndiga y suspendió en ella su fachada atrevida y correcta que descansa en un enlosado saliente que sustenta el alumbrado. Tres elevadas puertas, entre columnas, ofrecen la entrada del pórtico, en cuyo centro forman gradación óptica las puertas más pequeñas de los corredores interiores y del teatro. En los laterales del pórtico y suficientemente visibles para formar vistoso adorno, se levantan y embuten en la pared las escaleras que conducen a los palcos. El pórtico es amplio, la pared, las escaleras que conducen a los palcos. El pórtico es amplio su techo elevadísimo; en el interior y a distancia proporcionada, lo corona un saliente barandal que produce bellísimo efecto de perspectiva.
  • 11. 11 El teatro en lo interior es un remedo, una miniatura del gran teatro de Santa-Anna, pero remedo y miniatura dirigido por una mano diestra. Forma el interior del teatro un semicírculo casi perfecto, lo cual impide que sean tan codiciados, como en otras partes, los asientos vecinos a la vez de los palcos y del foro. Las plateas y los palcos son elegantes, el cuadro que embellecen sus estucadas y esbeltas columnas permite percibir en conjunto delicioso la concurrencia; me pareció distinguiren las distancias de la altura de los palcos alguna incorrección pero maldita la fe que tengo en mis conocimientos arquitectónicos. El cielo del teatro coronado por la linternilla que llena el candil, es muy hermoso. Realza este conjunto el aspecto indescriptible de alegría que tienen aquella mansión predilecta de los ensueños del poeta, aquel lugar de citas de las comedias, verdaderas y ficticias, aquel espejo en que unas veces fiel y otras inexactamente va a buscar la sociedad su retrato y a divertirse con la traducción de sus propias ridiculeces o de sus crímenes. El blanco y oro de la pintura que reviste el teatro, el escarlata de los asientos del patio y, sobre todo, la luz que baña perfectamente el local infiltrándose por todas partes, presentando como más cercanos y en relieve saliente los objetos, da un aspecto de sociedad íntima al teatro, hace como más comunicativa la concurrencia, como más sensual y tibia la atmósfera del placer. En tal lugar parece que nada debe hacerse aisladamente; los suspiros se oyen, las lágrimas podrían enjuagarse, se ve la agitación de los senos, se siente la convulsión nerviosa de una emoción extraña… En el cielo del teatro percibí con ternura los retratos o la intención al menos, y los nombres de varios poetas, algunos de ellos mis amigos: Alarcón y Mendoza, Calderón, Rodríguez, Gorostiza, ¡hermosos nombres! Astros de inteligencia, flores del alma, joyas de la patria. Verdaderos títulos de nobleza para los pueblos a quienes alumbra la libertad, la ley y la justicia. Nombres de remordimiento, acusaciones mudas y terribles para las sociedades degeneradas que abdican de rodillas su dignidad y su razón. El foro tiene poca extensión pero la entrada del proscenio es hermosísima, y presenta a los actores y a la escena con esa grandeza, con esa pintoresca ilusión que los embellece y de la que habla con tan mágico encanto Víctor Hugo.
  • 12. 12 Revisado el local volvamos al pórtico, donde la concurrencia masculina espera animosa la llegada de las damas. El pórtico estaba alumbrado perfectamente, en su reducido espacio se veía el expendio de boletos, una cantina pequeña y una mesa con dulces a la entrada del teatro; los aduaneros teatrales recogían los boletos. El buen tono femenino de Querétaro es delicioso, es encantador, es la civilización fundiéndose, amoldándose a la finura, a la modestia, a la amable popularidad del carácter nacional, es el lirio en los jardines, pero con su modestia del valle, con las ingenuas tintas de su beldad nativa La vista del teatro concurrido, es un extremo agradable. Las plateas y los palcos primeros y segundos los ocupa y embellece lo más florido de la población; es un horizonte de gasas y flores, son collares de hermosuras que tienen sus encantos celestiales. ¡Cómo, al vibrar de la orquesta, al estremecersus armonías aquella atmósfera luciente,al irradiar en la seda y las joyas, el oro y el estuco de las columnas, aquella luz artificial bañada en perfumes, reflejando en beldades, me transportaba mi imaginación al teatro de mi México, del México en que lloraban por mí, María y mi madre! Algunos palcos segundos, la galería y el patio eran únicamente lo característico. En esos palcos veíase, junto a la señora de chal y guantes, al pariente ranchero protegido y al chico con un mamón desmesurado en la mano formando una lluvia de migajas magnífica. En la galería personajes económicos, pilmamas ladinas, zaraperos, tejedores y gente que sabe tirar un peso cuando se trata de gastar.”9 ¿Quién era el propietario del predio donde se erigió el Teatro Iturbide? Ya vimos que el predio donde se construyó el Teatro Iturbide fue propiedad de un tal Juan Durán, quien a su vez lo vendió a Juan Caballero y Medina que a su vez lo heredó a sus hijos Juan y Nicolás Caballero y Ocio, quienes a su vez permitieron que el Ayuntamiento de Querétaro lo utilizara como Alhóndiga, no sin antes advertir en su testamento que los réditos obtenidos pasaran a los hermanos franciscanos y a las hermanas carmelitas descalzas de Santa Teresa, si es que ellas finalmente se 9 Guillermo Prieto, Viajes de orden suprema”, Colección México en el siglo XIX, Tercera edición, México, Editorial Patria, 1970, pp. 104-110.
  • 13. 13 establecían en Querétaro. El benefactor Caballero y Ocio muere en 1707. La benefactora de Querétaro, doña Josefa Vergara y Hernández, muere en 1809, dejando como albacea de sus cuantiosos bienes al Municipio de Querétaro, quien administrará ese legado hasta 1898. La pregunta de oro es ¿Cuándo dejó de ser propiedad de Caballero y Ocio para pasar al patrimonio de doña Josefa Vergara? Los defensores de la Junta Vergara, como Leopoldo Espinosa Arias y Thomas Landeros, aducen que el terreno del teatro siempre fue de doña Josefa, ignorando los antecedentes de propiedad encontrados por los insignes historiadores Gabriel Rincón Frías, Ignacio Urquiola Permisán, Rodolfo Anaya Larios y Alejandra Medina, mismos que publicaron en su libro “Don Juan Caballero y Ocio, La Generosidad y el Poder”, con el sello editorial del Municipio de Querétaro en 2013. El mismo Valentín Frías sostiene esta teoría de que la propiedad fue de Caballero y Ocio pero sin dar tantas pruebas o señalar fuentes como los autores universitarios arriba citados. Los románticos de la Historia y la Crónica, como Eduardo Rabell Urbiola sostienen que como el presidente Antonio López de Santa Anna saqueó el patrimonio de la hoy Junta Vergara de Beneficencia, quedándose con la hacienda de La Esperanza y varias fincas anexas a ella, el Ayuntamiento de Querétaro decidió restaurar un poco los daños a la herencia de la benefactora Josefa Vergara y Hernández y cedió a la sucesión de doña Josefa varios bienes inmuebles, entre ellos aquel donde se construyó el entonces Teatro Iturbide, haciendo partícipe a la masa hereditaria en las acciones de la compañía fundada exprofeso en el caso de éste, entre cuyos constructores aparece como benefactora dicha fundación. No hay que dejar a un lado que si el Municipio de Querétaro utilizó fondos de la masa hereditaria de doña Josefa Vergara para terminar de construir el Teatro Iturbide, pues lo más lógico es que destinó los productos de las funciones artísticas en favor del legado de la benefactora, al igual que escriturar el inmueble a su favor.10 Lo que es cierto es que en 1855, cuando ya funcionaba el Teatro Iturbide inaugurado en 1852, el Municipio de Querétaro entabló una demanda civil e inició un procedimiento administrativo para quitarle el arrendamiento del coso al empresario teatral José Castelán, mismo al que se le había 10 Manuel M. de La Llata, “Así es…¡Querétaro! Cronología”, Municipio de Querétaro, Querétaro, 2013, p. 123.
  • 14. 14 dado el uso y explotación porhaber cooperado con las obras para terminar la construcción del coliseo queretano.11 Las dudas que me quedan es saber con precisión si el Municipio de Querétaro demandó en su carácter de propietario o como albacea y representante legal de la heredad. En el expediente que está en poder de Salvador Thomas Landeros no queda claro. Cuando el Municipio de Querétaro renuncia en 1898 a seguir administrando el sufrido patrimonio de la benefactora Vergara el gobierno del Estado, encabezado por Francisco González de Cosío, asume esa función, situación que se prolongó hasta 1992 en que el gobernador Enrique Burgos García regularizó todo el patrimonio de Josefa Vergara y creó una institución de asistencia privada con mucha certeza jurídica. En ese momento es cuando por fin aparece en el Registro Público de la Propiedad y El Comercio la inscripción en favor de la Junta de Asistencia Privada Josefa Vergara y Hernández, quien le cedió la administración del Teatro de la República al Estado de Querétaro mediante el pago de sesenta mil pesos mensuales. Cuando el gobernador Antonio Calzada Urquiza quiso escriturar el Teatro en favor de la Legislatura estatal no pudo hacerlo por la falta de estos antecedentes jurídicos, pero sí lo dignificó al convertirlo en la sede del Poder Legislativo. Teatro Iturbide, magno tribunal de guerra El bello coso, el mejor de su época, es pequeño en materia, pero gigante en espíritu porque ha sido escenario de los acontecimientos más importantes de la historia de México: Fue el escenario donde se consagró de México para el mundo la talentosa soprano Ángela Peralta en el último tercio del siglo XIX. Fue sede del Tribunal de Guerra que juzgó y sentenció a muerte a Maximiliano, Miramón y Mejía en junio de 1867 y su techo de plomo fue desmantelado 11 Salvador Thomas Landeros, “La herencia de Josefa Vergara y Hernández”, Tesis para obtenerel grado de maestro en Historia, U.A.Q., Querétaro, 2012, anexos.
  • 15. 15 para fabricar balas de cañón en favor de los sitiados en el famoso Sitio de Querétaro. Sin duda la más artística y memorable velada fue la que dio a Querétaro la egregia diva angelical de voz y nombre”, Ángela Peralta. Ocurrió el memorable suceso de su presentación en 1866, en una gran función ofrecida el 5 de mayo, que cerraba una temporada triunfal en que había recibido los aplausos estruendosos,fervientes y cálidos de los queretanos que la admiraban aún antes de haberla escuchado, según la excelente crónica de Ramírez Álvarez.12 Esa noche fue la función a beneficio. Querétaro no escatimó esfuerzo alguno para hacerla inolvidable. La Diva regresaría otras cuatro veces al Teatro. Aprovechando la estancia de tanto militar desocupado un poco antes del Sitio de Querétaro, una compañía dramática queretana organizó para el 27 de febrero de 1867 una función de teatro que tuvo verificativo en el Teatro Iturbide. Allí estuvieron muchas familias de la localidad y por supuesto muchos oficiales, vestidos de la mejor forma posible. La iluminación era espléndida y la orquesta interpretó magnífica entrada y comenzó la obra “Matilde”, que es la dramatización de la novela del mismo nombre, del autor Emilio Sue. Al terminar la obra, las familias decentes se retiraron a sus hogares y los oficiales calaveras poco cuidadosos del porvenir y enemigos del silencio se fueron a concluir su noche a los muchos centros de diversión que se abrieron con motivo de la invasión de Napoleón III y que tenían el rumboso nombre de “fondas francesas”. Terminado el Sitio de Querétaro, que tuvo lugar del 6 de marzo al 15 de mayo de 1867, el gobierno de la República determinó juzgar al archiduque Maximiliano de Habsburgo y a los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. El miércoles 12 de junio de 1867, a primera hora, Mariano Escobedo devuelve al fiscal el expediente formado contra Maximiliano, Miramón y Mejía, por considerar –junto con su asesor especial- que el mismo está bien elementado y se da a la tarea de formalizar el nombramiento de los integrantes del consejo de guerra que será presidido por el teniente coronel Platón Sánchez y por los capitanes que nombre a la mayor brevedad posible el Mayor General, resultando designados José Vicente 12 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, p. 42.
  • 16. 16 Ramírez, Emilio (Emiliano digo yo) Lojero, Ignacio Jurado, Juan Rueda y Auza, José Verástegui y Lucas Villagrán, despachando los oficios correspondientes con cita para el día de mañana a las ocho horas en el Teatro Iturbide para instalar dicho órgano jurisdiccional. Miramón platicó con su defensorJáuregui quien le dio el nombre y grado de los integrantes del consejo marcial, a lo que el Macabeo –que esperaba generales y no capitanes- con ironía contestó: “bien los conocerán en su casa”. “Es probable que los oficiales más prominentes querían evitar la tara de que se les atribuyera la culpa de la muerte de Maximiliano, por lo que se escogieron hombres menos caracterizados o reputados”, escribió vía telegráfica el reportero Clark del Heraldo de Nueva York. También son notificados de todo ello los defensores. Se toman las providencias de seguridad para custodiar a los acusados en su traslado desde el convento de Capuchinas y estadía en el coso queretano. Sabedor el archiduque de la celebración del consejo, se niega terminantemente a acudir, no así sus generales. Foresta, el cónsul francés en Mazatlán, fue a visitara Maximiliano a su celda capuchina y al notarlo enojado por tener que acudir al juicio lo trató de consolar diciéndole: “No olvide usted que el banquillo de los acusados fue un pedestal para Luis XVI y María Antonieta”. Para Fuentes Mares esto fue un “consuelo de los mil demonios porque el hombre (Maximiliano) no tenía el menor interés de subir al pedestal con el pecho acribillado”. El Teatro Iturbide iba a ser la sede del juicio por ser el único sitio de la ciudad con un cupo para más de seiscientas personas sentadas (seiscientas setenta le caben hoy en 2017) y se encontraba arreglado como para una fiesta, incluyendo festones en el escenario, lo que puso en congoja a la princesa de Salm, quien no podía imaginar a su adorado Maximiliano, débil y enfermo, sujeto a la mirada del público y degradado por éste, por lo que se empeñó en convencerle de no asistir a dicho foro y en darle a tomar un medicamento que lo hiciese parecer más enfermo. De todos modos, el rubio archiduque pensó que lo obligarían a asistir, incluso por la fuerza, pero ya Inés de Salm había convencido a su admirador, el coronel republicano Ricardo Villanueva, que tomara las medidas pertinentes para que el acusado extranjero estuviera tranquilo. Previo a la instalación del consejo de guerra –considerado como una farsa digna del teatro de tragedia y/o farsa por los observadores europeos-, en ese jueves 13 de junio, el teniente coronel Carlos F. Margáin ejecuta la
  • 17. 17 orden de que a las seis de la mañana se formen frente al templo de San José de Las Capuchinas cincuenta cazadores de Galeana debidamente montados y armados, y cincuenta hombres del batallón de Supremos Poderes, quedando todos ellos al mando del coronel Miguel Palacios. A eso de las nueve de la mañana, una escolta acude a las celdas de Miramón y Mejía para llevarlos en un carro cerrado -custodiado por cuatro compañías de infantería y una de caballería- al Gran Teatro Iturbide, en donde hay una banda militar tocando músicas alegóricas, lo que se le hace de mal gusto a los seguidores de los enjuiciados. El foro está completamente abarrotado y, sin embargo, la concurrencia –entre la que había pocas damas que estuvieron por breve tiempo según von Tavera- guarda un silencio expectante: ¡van a ser testigos del acto más importante de la historia patria! El coso se encuentra pobremente iluminado por lámparas de petróleo y unos cuantos candelabros y en el escenario –transformado en sala judicial mediante bastidores- está la mesa de la presidencia del consejo de guerra, las de la fiscalía y de la defensa así como los banquillos de los tres acusados, destinando el más bajo para el ausente, ya que la estatura de Maximiliano era considerable. La luz era tan mortecina que no se pudieron tomar fotografías del evento –no existía el flash- y se recurrió a dibujantes. Cuando los generales sujetos a proceso llegan son conducidos al vestíbulo del teatro para esperar la determinación de que ha iniciado el consejo, pero como esto se retarda, Miramón y Mejía toman asiento entre una valla de soldados. Va a saludarlos el jefe de la plaza queretana, Julio María Cervantes, quien recibe de El Macabeo una fuerte ironía: “Hombre, dile a “El Orejón” (Escobedo) que ¿qué placer tiene en estarnos atormentando? ¿Para qué consejo de guerra y todas esas tonterías?, más valía que de una vez nos mataran y que se acabara así este mitote”. El mismo cuerpo edilicio de Querétaro había suspendido una importante sesión sobre la reconstrucción de la ciudad sitiada por setenta y un días: prefirieron los concejales acudir morbosamente al Teatro Iturbide que hacer su delicado trabajo. ¡El proceso contra Maximiliano era el tema número uno entre los habitantes de la triste ciudad! A las once de la mañana, en el Teatro Iturbide, comenzó el fiscal Manuel Azpíroz la lectura de la acusación, anticipándola con el certificado de los médicos que aseguraban que el austriaco no podía salirde su celda. Desde San Luis Potosí el ministro de la Guerra, Ignacio Mejía, dictó un memorándum a Escobedo: “…Antes de dictar ninguna resolución acerca
  • 18. 18 de los presos, el Gobierno ha querido deliberar con calma y detenimiento que corresponden a la gravedad de las circunstancias. Ha puesto a un lado los sentimientos que pudieran inspirar una guerra prolongada, deseando sólo escuchar la voz de sus altos deberes para con el pueblo mexicano. Ha pensado, no sólo en la justicia con que se pudieran aplicar las leyes, sino en la necesidad que haya de aplicarlas. Ha meditado hasta qué grado pueden llegar la clemencia y la magnanimidad, y qué límites no permitan traspasar la justicia y la estrecha necesidad de asegurar la paz, resguardar los intereses legítimos y afianzar los derechos y todo el porvenir de la República. El archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo se prestó a ser el principal instrumento de esa obra de iniquidad que ha afligido a la República por cinco años, con toda clase de crímenes y con todo género de calamidades. Vino para oprimir a un pueblo, pretendiendo destruir su Constitución y sus leyes, sin más títulos que algunos votos destituidos de todo valor, como arrancados por la presencia y la fuerza de las bayonetas extranjeras. Vino a contraer voluntariamente gravísimas responsabilidades, que son condenadas por las leyes de todas las naciones y que estaban previstas en varias leyes preexistentes de la República, siendo la última la del 25 de enero de 1862, sancionada para definir los delitos contra la Independencia y la seguridad de la Nación, contra el derecho de gentes, contra las garantías individuales y contra el orden y la paz pública. Hizo que se perpetrasen ejecuciones sangrientas, ordenó que los soldados extranjeros incendiasen y destruyeren poblaciones enteras del territorio mexicano y asesinasen millares de mexicanos. A sangre y fuego pretendió hasta el último momento sostener el falso título que ostentaba, del que no ha querido despojarse sino cuando ya no por la voluntad sino por la fuerza se ha visto obligado a dejar.” Después de esta larga exposición contra Maximiliano, culpa directamente a Miguel Miramón y Tomás Mejía como los principales cabecillas de la resistencia sangrienta y dolorosa que el llamado imperio hizo en Querétaro a las armas legítimas de la República, quienes tenían desde antes una grave responsabilidad por haber sostenido por muchos años la guerra civil. Este mismo documento señala que pudo haberse aplicado el numeral 28 de dicha ley marcial por haberse encontrado a los inculpados in fraganti, es decir, en acción de guerra y ser fusilados de manera inmediata, pero, para que haya la más plena justificación del procedimiento, es mejor que se verifique un juicio para que se oiga en defensa a los acusados. En tal virtud –termina el
  • 19. 19 memorándum- el presidente de la República ha determinado que el general en jefe disponga se proceda a juzgar a Maximiliano y a sus “llamados” generales Mejía y Miramón. Respecto de los demás jefes y oficiales se ordena la formulación de una lista con especificación de clases y cargos que tenían en el llamado ejército imperial, para que pueda resolverse en cada uno de los casos lo conveniente. Por fin, a las tres de la tarde, inicia el consejo su tarea sustancial y es introducido al escenario don Tomás Mejía –subiendo la escalera con gran esfuerzo, enfermo y con el uniforme descuidado- junto con su abogado Próspero C. Vega, quien hace una extraordinaria defensa subrayando cómo Mejía había respetado las vidas de los liberales y republicanos que caían en sus manos, a manera de jalón de orejas para Escobedo y Treviño que estuvieron en esa situación. Dice Konrad Ratz que el discurso del jurista Próspero C. Vega no correspondía a una lógica jurídica sino que era un argumento dirigido al corazón de los jueces. Su principal punto de defensa fue el de considerar que don Tomás nunca colaboró con la intervención francesa sino que más bien esperó su desenlace en la Sierra Gorda y que si apoyó al imperio en todo caso era un error y no un crimen. Cuando el presidente del consejo le hizo la rutinaria pregunta de cómo se llamaba, Tomás Mejía, alias “Papá Tomasito”, burlonamente contestó: “Bien lo saben ustedes”. Cuenta don Bernabé Loyola que en un pasaje de su defensa, el relativo a que nunca atacó sino que se había limitado a defenderse en la guerra de Reforma y en la de Intervención (además de haber sido defensor de la soberanía nacional contra los yanquis en la batalla de La Angostura) el noble serrano “derramó algunas lágrimas”. Se defendió el gran indio serrano también con el argumento de que al darse cuenta de que el imperio ya no respondía a la confianza del pueblo él renunció varias veces ante el gobierno imperial, el cual no le aceptó la dimisión, y ni modo de que él, siendo tan firme y leal, abandonara su puesto como vulgar desertor. A las cuatro es llevado don Tomás al vestíbulo y de ahí a Capuchinas, mientras que entra al escenario Miguel Miramón, elegante y orgulloso, imponente y avasallante; toma asiento en el banquillo de los acusados en compañía de sus abogados Jáuregui y Moreno, los que argumentan que la Constitución de 1857, en su artículo 23, prohíbe la pena de muerte y, entonces, se aplique la mayor sanción a su defenso, pero diferente a la pena capital. Cita Konrad Ratz a Von Tavera –testigo del acto- quien dice que la mirada altiva de Miramón no podía ser sostenida por los jueces que varias veces se vieron obligados a
  • 20. 20 bajar la vista. El Macabeo no dejó de ver repetidamente su reloj de bolsillo con aire aburrido, por considerar los alegatos de sus defensores como buenos técnicamente, pero expresados sin calor. Concluida esta defensa a las dieciocho horas, el ex presidente de la República centralista (Miramón) es trasladado al convento de Las Capuchinas entre un mar de gente que atestaba las calles, al tiempo que los defensores de Maximiliano, Eulalio María Ortega y Jesús María Vázquez, inician una larguísima defensa en donde, lo mismo se argumentaba que el consejo era incompetente para juzgar a su cliente, que sostener que Maximiliano no era usurpador y que había observado una conducta favorable a los mexicanos ante los opresores franceses. A las veinte horas concluye la fatigosa diligencia última y los defensores se trasladan a las celdas de sus representados a cambiar impresiones sobre lo ocurrido en el foro, mientras que los miembros del consejo de guerra se declaran en sesión secreta asistidos por el asesor jurídico enviado por Mariano Escobedo. Los capitanes, imberbes e ignorantes, que formaban el consejo marcial, habían quedado impresionados con los alegatos de los defensores, pensaban éstos en un acto de soberbia intelectual. El 14 de junio, alrededor de las doce y media del día, en el Teatro Iturbide se terminaba la lectura del proceso que inició a las ocho de la mañana, en que el fiscal acababa de pedir la pena de muerte para los tres inculpados. ¡La presencia de Juárez se sentía en la sala! Los defensores replican llamando infame al fiscal por haber depositado hasta hoy dos cuadernillos más de acusaciones y pruebas en contra de sus defensos que no constaban en el interrogatorio y el consejo de guerra pasa a deliberar a puerta cerrada, terminando a las once y media de la noche: la sentencia fue condenatoria por unanimidad ¡pena de muerte! Según la legislación juarista del 5 de enero de 1862, la resolución sólo podía ser o absolutoria o de pena máxima, nada de prisión perpetua o destierro. Otra vez, Escobedo da muestras de desconfianza en la capacidad de juicio de sus novatos capitanes que integran el consejo marcial y pone el expediente en manos de su asesor jurídico Escoto para que rinda un dictamen u opinión.13 Después de este trágico pero necesario acontecimiento, el Teatro fue testigo de la celebración de la arenga de Independencia ese mismo año 13 Andrés Garrido del Toral, “Maximiliano en Querétaro”, Archivo Histórico del Estado, Querétaro, 2011, pp. 354-368.
  • 21. 21 de 1867, después de cuatro años de sufrir la Intervención Francesa. Fue sin duda la conmemoración de Independencia más entusiasta y vibrantemente patriótica que haya realizado Querétaro. Para tal efecto se dispuso el Teatro de Iturbide en forma que nunca antes se había visto. Pese a la pobreza existente abundaron las flores, símbolos de una libertad recobrada que eran regalo a la vista y al corazón. Hilarión Frías y Soto y su hermano Eleuterio -de los mismos apellidos-, dos de los más notables queretanos que habían alcanzado ya rango en las letras nacionales, alzaron su voz y forjaron discursos plenos de entusiasmo, de fervor y de alegría patrióticos. Los niños que rodeaban la Bandera de México, y concluido el Himno Nacional, corrieron impulsados por unánime ferviente afán, se acercaron a la Bandera y la besaron casi todos al mismo tiempo. Al contemplar esta escena, los asistentes derramaron abundantes lágrimas de ternura, pues nadie podía contener la viva emoción que embargaba a todos. La Bandera que se había colocado en el centro del tierno círculo y que besaban en ese momento los niños, era la misma que las mujeres queretanas habían bordado con tanto fervor y entregado a los hombres queretanos que fueron a luchar en defensa de la Patria ante los invasores franceses. Era la Bandera que en Acultzingo se había teñido de sangre y de gloria, cuando los queretanos hicieron frente en la primera batalla formal a los franceses y los retuvieron sacrificándose para hacer posible la gloria del 5 de mayo de 1862. Este fue el principio de una etapa de florecimiento del Teatro de Iturbide.14 Se verificó un nuevo homenaje, en 1873, a la excelsa Ángela Peralta. Cuando llegó, la multitud la esperó en la garita de Celaya y la acompañó hasta el hotel “El Águila Roja”. Ella devolvería a Querétaro tanto fervor, cantando como nunca antes se le había escuchado en el Teatro de Iturbide, el 25 de mayo de ese año 1873. El Teatro estaba pletórico; las calles adyacentes estaban llenas de una multitud deseosa de escuchar el bello canto de la angelical cantante. Iniciada la ópera, el canto se regó por todos los ámbitos del teatro y rebasándolos se escuchó por las calles adyacentes; en un religioso silencio, el pueblo que no pudo penetrar al Teatro, recibió la ofrenda de la mexicana sin par. 14 Alberto Trueba Urbina, obra citada, pp. 90-95.
  • 22. 22 El teatro en la dictadura porfiriana Apenas iniciado el siglo XX y llegada la época alegre de las fiestas navideñas, se invita al dictador don Porfirio Díaz a visitar Querétaro. El anuncio del retorno a Querétaro de Porfirio Díaz, entusiasmó al mundo oficial y a la capa social privilegiada que pesa sobre la masa popular. Es suntuosa la recepción que se le tributa y muchos y varios los actos a los que concurre. Pero si ha de destacar alguno, éste fue la verbena que se le ofreció en el Teatro de Iturbide. Esta verbena fue organizada por las mujeres queretanas que doña Guadalupe Marroquí de González Cosío, esposa del gobernador Francisco González de Cosío, alienta con gran entusiasmo para que sea única. El Teatro es adorado por Juan Plowes Valero y Manuel V. Enríquez, expertos en el ornato el Teatro Iturbide por tantos años. Muchos y variados “puestos” se instalan para que ofrezcan al dictador las más exquisitas viandas. La verbena se verifica el 21 de diciembre de 1903. La elegancia, la riqueza, el refinamiento, el lujo, se dieron cita en el Teatro. Y porque así sería, el gobernador, ingeniero Francisco González de Cosío, llamó días antes a sus empleados todos y les dijo: “Les voy a suplicar que no vayan al Teatro de Iturbide a la verbena, porque nada más irían a pasar vergüenzas; ninguno de ustedes podrá solventar los gastos que significa acudir a esa fiesta”, cita el gran cronista Ramírez Álvarez.15 La verbena fue ciertamente suntuosa, memorable. El general Porfirio Díaz pagó por el ramo de flores que se le ofreció a la entrada del Teatro de Iturbide $ 1000.00, una verdadera fortuna para la época. Continuaron durante los años siguientes acudiendo al Teatro de Iturbide muchas compañías, varias de las cuales tuvieron éxito arrollador porque se hacían con el sistema del “abono”. Este consistía en el compromiso del adquirente de ir a todas las funciones y lo hacía con mucho agrado puesto que durante todo el Porfiriato fueron las obras presentadas en el Teatro de Iturbide, el único medio de esparcimiento de los queretanos. También señalo que Francisco I. Madero, en su campaña presidencial, montó una ofrenda de honor en el Teatro Iturbide en diciembre de 1909. Como en la metrópoli, Querétaro se preparaba para celebrar con la inauguración del monumento de doña Josefa Ortiz, la Corregidora, el 15 José Guadalupe Ramírez Álvarez, obra citada, pp. 79-80.
  • 23. 23 Centenario de la iniciación de nuestra Independencia. Y por su puesto con una gran fiesta del 15 de septiembre de 1910, en el Teatro de Iturbide, en la que se estrenó una obertura que lleva por título “La Corregidora”, que compuso el profesorCarlos Esquivel y ejecutó la orquesta del maestro José Aguilar y Fuentes. Se leyó el acta de Independencia que todos los circunstantes escucharon de pie y aplaudieron con entusiasmo. Con la Revolución Mexicana el Teatro estaba abandonado y semi destruido por que se le había dedicado a oficios que no eran adecuados a su destino. Entre 1912 y 1913 se organizó una empresa denominada Goumont Palace que exhibía películas silenciosas a un inocente público que comenzaba a adentrarse en los logros del siglo XX y que por de pronto originaba muchos comentarios y hasta condenaciones al fuego eterno por considerarse perverso, diabólico casi, dicho espectáculo, al decir de Ramírez Álvarez. Más tarde, entre 1914 y 1915, el señor Francisco Arana continuó con exhibición de películas pero ya no silenciosas, sino imprimiéndoles sonoridad con discos, por lo que el Teatro de Iturbide se constituye con un salón Pathé y otro Rojo, los primeros de exhibición cinematográfica en la ciudad. El Congreso Constituyente de 1916-1917 Acogió también el hoy Teatro de la República en su seno -previa remodelación, como instalarle una tribuna de madera fina- a la última asamblea constituyente mexicana, la de 1916-1917, compuesta de 219 diputados constituyentes, los cuales sesionaron de manera previa del 27 al 30 de noviembre de 1916 en él, para después hacerlo como Congreso Constituyente del 1 de diciembre hasta el día 31 de enero del año 1917 en que se protestó y firmó la Carta que hoy nos rige y que por sus derechos y garantías sociales fue tomada como referencia por Rusia, China, Weimar, Francia e Italia, además del Tratado de Versalles que puso fin a la llamada Primera Guerra Mundial en 1919. En el Teatro Iturbide no se inventó el Derecho Social ni los derechos sociales: no; éstos se crearon en la Alemania de Bismark, pero lo que sí sucedió en él fue que el Derecho Social se transformó de simple protector de los derechos de los más desposeídos, en un derecho tutor pero también reivindicador de los segmentos más vulnerables de la nación desde el punto de vista económico, y todo por atreverse a llevar a una Constitución, por primera vez en el mundo, las llamadas garantías sociales. Los derechos sociales ya habían sido llevados a constituciones como la francesa, alemana o
  • 24. 24 italiana, pero no las garantías o instrumentos para hacer eficaces esos derechos.16 La idea de una nueva constitución era nebulosa en la mente de los ganadores de la lucha armada revolucionaria al finalizar el año de 1914, pero fue tomando cuerpo día con día en Carranza y sus allegados, por lo que el ex gobernador coahuilense ordenó a Félix Fulgencio Palavicini que se hiciese una intensa propaganda en los periódicos, nacionales y extranjeros, en favor del constitucionalismo y de elaborar reformas a la Carta Magna de 1857. Palavicini criticaba el venerado documento de 1857 por ser sólo progresista en las disposiciones que trataban derechos del pueblo mexicano, las relativas al Poder Judicial Federal y las Leyes de Reforma incorporadas, en 1873, al texto constitucional. Además, el mismo Palavicini agregaba que el documento vigente en 1914 era muy diferente al promulgado el 5 de febrero de 1857: de los 128 artículos originales, 49 habían sido enmendados en 1910 para adaptarlos a las ambiciones facciosas de poderosos grupos de interés; el resto, no había sido observado o estaba anticuado. A diferencia de los reformadores de 1857, que primero redactaron una constitución y después defendieron con las armas sus principios liberales en el campo de batalla, los revolucionarios de 1910-1917 primero lucharon y luego redactaron su Carta Magna. Este documento legalizó y legitimó a la Revolución mexicana. El 29 de julio de 1915, quienes seguían fielmente a Venustiano Carranza — Álvaro Obregón, Pablo González, Jesús Carranza, Carrera Torres y Francisco Murguía— ,llegaron a Querétaro y, junto con él, y organizaron un gobierno, el cual encomendaron al comandante militar, general Federico Montes Alanís, como gobernador. Montes era un apreciado militar de ascendencia queretana, nacido en el vecino San Miguel de Allende, que había acompañado al presidente Madero en la marcha de la lealtad, y aunque había tenido algunas diferencias con los queretanos durante su gobierno provisional, en 1914, cuando todavía era coronel, por dictar ciertas medidas anticlericales y de orden público, su honestidad quedaba fuera de toda duda. 16 Andrés Garrido del Toral, Constitución de Querétaro”, México, INEHRM- Instituto de Estudios Constitucionales del Estado, 2016, pp. 185-186.
  • 25. 25 Pese a que Carranza confió tan sólo a sus más cercanos colaboradores la decisión de que el Congreso Constituyente se celebrara en Querétaro, de inmediato la noticia fue conocida tanto en Veracruz como en Querétaro, primero, y después en todo el país. Conmocionó esta noticia, puesto que no todos los interesados estaban conformes en que la asamblea se verificara en Querétaro, pero hubo serios motivos para que así fuese. Desde finales de 1915 se publicó en Querétaro, con precisión, que la asamblea se reuniría en suelo queretano, y comenzó a discutirse mucho acerca de este gran acontecimiento, que desde luego todos consideraban trascendental. Querétaro comenzó a ser la ciudad más visitada por los jefes del Ejército Constitucionalista y, el propio primer jefe, anunció para los últimos días de diciembre del año 1915 su llegada, a fin de tomar las primeras providencias tendientes a convertir a Querétaro en la sede del Congreso Constituyente. El 2 de febrero de 1916, el primer jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, Venustiano Carranza, expidió un decreto declarando a la ciudad de Querétaro como Capital Provisional de la República, durando con ese carácter hasta el 12 de marzo de 1917. Nunca se dijo que el plazo de duración era indefinido, como lo plantean algunos autores. Entusiasmó a los queretanos la publicación del decreto declarativo de “Capital Provisional de la República” en favor de Querétaro, y febrilmente se dedicaron los vecinos a preparar la ciudad para este acontecimiento tan memorable. Cierto era que en Querétaro, a partir del 29 de julio de 1915 —fecha en que había sido designado por el primer jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, comandante militar y gobernador de Querétaro el general Federico Montes Alanís—, se inició la reconstrucción de la ciudad. Por cierto que el 15 de septiembre de 1915 había actuado en el Teatro Iturbide la llamada “mascota del movimiento constitucionalista”, la actriz Virginia Fábregas. Especial empeño se tomó en que tanto la Academia de Bellas Artes como el Teatro Iturbide fueran debidamente restaurados, para que en ellos se verificaran las sesiones del Congreso Constituyente. El Teatro Iturbide fue un lugar al que todos los queretanos tenían inmenso cariño, porque ahí había nacido la comunidad queretana en su forma moderna; ahí se forjó, al impulso de la realización artística, lo mismo
  • 26. 26 expresada en escenificaciones teatrales que en representaciones operísticas; allí cantaron, las mejores voces masculinas y femeninas, que deleitaron a los queretanos con sus interpretaciones. Se constituiría el citado coso en el centro del aula magna del Derecho revolucionario en que había de convertirse Querétaro. Por todo esto, especial empeño se dedicó a reparar el teatro, diríase mejor que a remodelar, en virtud de que se le tendría que convertir en un recinto parlamentario. A este propósito se encargó a un técnico versado en esta clase de adaptaciones para que las hiciera en el teatro, y lo primero que se dispuso fue la fabricación de una tribuna de madera fina, desde la cual hablarían los diputados constituyentes en los debates que se esperaban trascendentales. En 1916 el gobernador de Querétaro, Federico Montes, tuvo la ocurrencia de cambiarle el nombre de “Teatro Iturbide” por “Teatro Vicente F. Escobedo”, nombre de un periodista amigo de él, muerto de excesos etílicos en 1914. ¡Nunca lo hubiera hecho! Carranza, era admirador de Iturbide y de Juárez, y por ello había escogido como sede del Congreso Constituyente a Querétaro, por lo que más que enojado ordena que se vuelva a la antigua nomenclatura del inmueble, y más sabiendo de la fama que tenía de borrachín el homenajeado. Es hasta el 27 de septiembre de 1922 que el gobernador José María Truchuelo decide cambiar el nombre del teatro al actual “Teatro de la República”. Asistieron a Querétaro 219 diputados constituyentes según las listas tradicionales, pero es fácil comprobar que no todos cuyos nombres se ostentan en el hoy Teatro de la República asistieron cuando menos a una sesión, como ejemplo podemos citar a Francisco Ortiz Rubio, diputado por Michoacán, que nunca estuvo en Querétaro como constituyente. Refiere la doctora Patricia Galeana que hubo acuerdos judiciales ordenando la nulidad de la elección en dos distritos del Estado de México o en otros lugares no se pudieron llevar a cabo elecciones, “lo que derivó en que sólo hubiese una representación inicial en 215 distritos electorales”.17 Lo que la educación superior les había negado, los diputados constituyentes lo suplían con su amplio conocimiento de la realidad mexicana. Es decir, muchos mexicanos, mejor calificados en preparación 17 Patricia Galeana, prólogo a “Historia del Congreso Constituyente de 1916-1917”, Gabriel Ferrer Mendiolea, SEP-INEHRM, México, 2014, p. m.
  • 27. 27 de asuntos gubernamentales y de administración pública que los 219 diputados constituyentes de Querétaro, fueron excluidos por haber estado en bandos políticos contrarios a la facción triunfante. Fue en el Congreso Constituyente de 1916‐1917 cuando se exigieron menos requisitos para ser diputado constituyente, y por ello se encuentran entre sus integrantes personas de todas las clases sociales y legítimos representantes de las clases populares, las menos favorecidas por su educación o por su economía. 18 Cuarenta diputados constituyentes solicitaron licencia para ausentarse de sus labores con el objeto de desempeñar comisiones militares o burocráticas y otros por enfermedad o por asuntos particulares, llamándose a sus suplentes. Trece no se presentaron, quedando sin representación sus distritos. Hubo también credenciales rechazadas al advertir los miembros de las comisiones revisoras ciertas anomalías en el proceso de elección, pero es preciso aclarar que es injusto el cargo que se ha hecho al Congreso Constituyente al sostener que estuvo formado por puros incondicionales de Carranza, ya que muchos de los rechazados en la revisión de credenciales eran carrancistas. Además sabemos que el debate de los artículos principales fueron ganados por los jacobinos o radicales que eran más leales a Obregón que al primer jefe. Solamente en el caso del Distrito Federal, podemos afirmar que resultaron electos como diputados constituyentes gente afecta a Carranza y agradecida con él hasta la incondicionalidad. Del día 21 al 26 de noviembre las sesiones previas se realizaron en la Academia de Bellas Artes, y del 27 al 30 en el antiguo Teatro Iturbide. El último de noviembre a las diez de la noche, una vez clausuradas las sesiones preliminares, “afuera del teatro, la ciudad de Querétaro ardía en pleno entusiasmo; la muchedumbre pululaba en las calles y plazas; resonaban las músicas militares y las bandas de guerra tocaban, desfilando rumbo a sus cuarteles”, cuenta Jesús Romero Flores, idealista como siempre, el que soñaba que aquello era el principio de una patria nueva y por eso el entusiasmo más sincero estremecía todo su ser. 18 Gabriel Ferrer Mendiolea, “Historia del Congreso Constituyente de 1916-1917”, SEP-INEHRM, México, 2014, p. 35.
  • 28. 28 ¿Por qué Querétaro fue la sede del Constituyente de 1916-1917? De sesenta mil habitantes, la ciudad pasó a ciento veinte mil entre burócratas federales y prestadores de todo tipo de servicios, incluyendo cómicos, prostitutas, filarmónicos y dramaturgos. Era una ciudad que levitaba en una profunda religiosidad, vieja y pobre, además de pintoresca e interesante para los historiadores y turistas. Gozaba de buen clima. La cruzaban los dos ferrocarriles más largos del país: el Central y el Nacional. En las estaciones ferroviarias los vendedores ambulantes anunciaban la cajeta de Celaya, los camotes queretanos, los tamales, el café, el pollo, la fruta de horno en forma de dulce y los ópalos. Solamente contaba la ciudad con ocho carros, destartalados, tirados por rocines o mulillas flaquísimas, además de un regular número de autos particulares y oficiales en sus estrechísimas calles. Carranza escogió a Querétaro porque, según él gran conocedor de la historia patria, “allí hablaban las voces de la historia” y porque su quietud y su calma serían más propicias para la tramitación de los asuntos, sin distracciones como en la gran urbe del Valle de Anáhuac. En ella los diputados estarían relativamente libres de diversiones, intrigas políticas, grupos de presión y otras distracciones, lejos de los embates villistas y zapatistas. Cuál fue la verdadera razón que tuvo Carranza para escoger a Querétaro como sede de la Asamblea Constituyente y por más que hurgué en el Decreto del 2 de febrero de 1916 y en otros instrumentos legales de aquella época no pude encontrar tal motivación, por lo que no me queda como fuente de primera mano más que aquel memorable discurso del Primer Jefe en La Cañada, Querétaro, celebrada el 2 de enero de 1916, justamente un mes antes de publicarse dicho decreto: “ha sido un motivo de satisfacción para mí haber venido a fijar aquí la residencia accidental del gobierno, para continuar la obra que hemos emprendido; y al haberme fijado en Querétaro, es porque en esta ciudad histórica, en donde casi se iniciara la Independencia, tomando parte activa un matrimonio feliz, el del Corregidor y la Corregidora, fue más tarde donde viniera a albergarse el gobierno de la República para llevar a efecto los tratados, que si nos quitaban una parte del territorio, salvarían cuando menos la dignidad de la nación; y fue también donde cuatro lustros después se desarrollaran los últimos acontecimientos de un efímero imperio, al decidirse la suerte de la
  • 29. 29 República triunfante después de una larga lucha. Por esto, es para nosotros muy grata la llegada a esta ciudad, viniendo a inspirar todos nuestros actos, todos nuestros deseos y todos nuestros esfuerzos para el mejoramiento de la República, en los recuerdos delos acontecimientos históricos que aquí tuvieron lugar.”19 Como se puede observar de esta transcripción de una parte del discurso de Carranza, el verdadero motivo para traer a Querétaro el Congreso integrador del Estado mexicano fue la grandiosidad del pasado queretano y la estabilidad de la que gozaba la urbe aún y cuando se estaba terminando la lucha armada. A Querétaro le gustan los cambios pero sin ruptura, o mejor dicho, sin violencia. Curiosamente en el decreto no se alude al Congreso Constituyente, por lo que resultaría un problema resolver si legítimamente funcionó en Querétaro el Constituyente, pero el problema está implícitamente resuelto en el considerando del decreto, en el cual se afirma que: “Para organizar debidamente la administración pública antes de que se restablezca el orden constitucional, los poderes deben tener asiento en el lugar de la República, donde los miembros que la integran puedan dedicarle el tiempo y el esfuerzo que ella reclama, y que la ciudad de Querétaro, a juicio de esta Primera Jefatura, reúne las condiciones que para ello se requiere…” Respecto a la formulación del anteproyecto no tuvo mayor dificultad, puesto que, constituyendo el grupo de sus colaboradores un homogéneo núcleo de intelectuales, que tenían una marcada tendencia liberal, y siendo uno de ellos muy notable jurista como lo era el licenciado en Derecho, don José Natividad Macías. Vida cotidiana en torno al Teatro Iturbide A partir del 29 de julio de 1915 —fecha en que había sido designado por el primer jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, comandante militar y gobernador de Querétaro el general Federico Montes Alanís—, se inició la reconstrucción de la ciudad. Correspondió así ser el representante de la ciudad convertida en “Capital 19 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Querétaro de la Constitución”,INEHRM-Instituto de Estudios Constitucionales del Estado de Querétaro, Querétaro, 2016, pp. 52-56.
  • 30. 30 Provisional de la República” a don Alfonso N. Camacho, quien unido al comandante militar y gobernador, hicieron todo lo posible por hermosear a Querétaro y por establecer todo lo necesario para que se celebrara el Congreso Constituyente. Grande fue la actividad que se desarrolló en esos meses de preparación para el magno acontecimiento. El centro de la ciudad fue transformado casi en su totalidad porque las calles que enmarcan al jardín Zenea fueron pavimentadas y se les dotó de una iluminación moderna con bellos arbotantes metálicos; el antiguo portal de Carmelitas, que había sido convertido en parte de la casa particular del gobernador porfiriano ingeniero Francisco González de Cosío, fue derruido para ampliar la calle, al poniente del jardín Zenea, ya nombrada avenida Juárez. Para que quienes llegaran a la estación del Ferrocarril Nacional tuvieran cómoda salida hacia el centro, se amplió la calle de La Gitana, a la que se impuso el nombre de calle de la Revolución, y en su desembocadura se tendió un puente colgante al que también se dio el nombre del movimiento armado. La parte izquierda de la orilla del río fue definitivamente transformada en una moderna avenida y asimismo al Cerro de Las Campanas, lugar histórico, se le dio un aspecto agradable y aún se pretendió erigir en su falda oriente un grandioso monumento al general Mariano Escobedo. A este propósito los conventos de La Cruz, de El Carmen, de San Francisco, de Teresitas y de Las Capuchinas fueron convenientemente reparados y habilitados como mesones. La Casa Episcopal fue dispuesta para que en ella no solamente se alojaran varios de los diputados constituyentes, sino que además sirviera de salón de sesiones para los grupos que pretendieran reunirse fuera de sesión oficial. La Casa de la Aduana se dedicó a establecer oficinas relacionadas con el movimiento del Congreso Constituyente. Especial empeño se tomó en que tanto la Academia de Bellas Artes como el Teatro Iturbide fueran debidamente restaurados, para que en ellos se verifiquen las sesiones del Congreso Constituyente. En el Salón Oval de la Academia de Bellas Artes tendrían lugar las sesiones previas del Congreso y en el edificio anexo funcionarían la Oficialía Mayor y la Pagaduría.
  • 31. 31 Por todo esto, especial empeño se dedicó a reparar el teatro, diríase mejor que a remodelar, en virtud de que se le tendría que convertir en un recinto parlamentario. A este propósito se encargó a un técnico versado en esta clase de adaptaciones para que las hiciera en el teatro, y lo primero que se dispuso fue la fabricación de una tribuna de madera fina, desde la cual hablarían los diputados constituyentes en los debates que se esperaban trascendentales, convirtiendo aquel objeto en la verdadera cátedra del Derecho Constitucional revolucionario.20 Pululaban los cargadores y mecapaleros. La plaza principal —la de Armas— era chica pero muy bonita. La alameda Hidalgo estaba descuidada, pero valía la pena por su hermosura. La ciudad tenía calles recientemente asfaltadas, con buena iluminación, gracias a la obra de la Revolución. Abundaban hoteles malos y fondas pésimas. No faltaban las residencias suntuosas en el interior, así como casas antiquísimas con elegantes corredores y artísticos patios; pero todas ellas ostentaban una fachada vulgar, fea y antiestética. Las calles sin asfalto estaban empedradas a la antigua usanza, con piedra cruda. En el cerrillo de Las Campanas estaba un guía de turistas que daba explicaciones sobre la importancia del lugar y sobre las más importantes batallas del sitio de 1867. Era éste sitio obligado a visitar por parte de los diputados constituyentes y la burocracia federal. Juan de Dios Bojórquez describe a La Cañada como bonita pero no tanto, que lo mejor de ella sus aguas calentitas y una señora gorda que preparaba suculentos comelitones y banquetes. A decir del propio cronista sonorense, “se aburre uno en Querétaro” y no tenían los diputados constituyentes más refugio que las cantinas, ya que parecía vida de claustro la que se vivía en la entonces capital provisional de la República.21 Como anécdota, re fi e ro que Carranza era afecto desde 1915 a los baños termales en La Cañada y en Tequisquiapan, ambos poblados pertenecientes al estado de Querétaro, y se encariñó tanto con los 20 Ibídem, p. 71. 21 Juan de Dios Bojórquez, “Crónica del Constituyente”,México, INEHRM-Gobierno del Estado de Querétaro, 1992, pp. 487-488.
  • 32. 32 queretanos que la boda de su hija Virginia con el general Cándido Aguilar fue realizada en la ciudad de Santiago de Querétaro, en La Congregación, el primer templo guadalupano del mundo fuera de la basílica de Guadalupe. Pero no sólo trabajaron con actividad los encargados del ejercicio del poder público; también quienes manejaban el comercio se dedicaron a prepararse para atender debidamente a los constituyentes, de manera preferente los que ofrecían al público alimentos y bebidas. Fue así como se renovaron restaurantes como el muy famoso “Cosmos”, el “Casino de Querétaro”, “La Madrileña”, el “Centro Fronterizo” y entre los establecimientos que expedían bebidas revigorizantes: “El Puerto de Mazatlán”, “El Águila de Oro” y “El Salón Verde”, tan cercanos al teatro Iturbide.22 Teniendo en consideración que los diputados requerían de sano esparcimiento, se prepararon varios espectáculos, entre los que figuraron: ópera, conciertos, exhibiciones cinematográficas, y hasta se formó una compañía productora de películas, cuya primera producción versaría sobre la “Reconstrucción Nacional”, dirigida por el cineasta queretano Miguel Ruiz Moncada, hoy gloria nacional por sus aportaciones al cine mudo. Aun los sacerdotes previnieron sus templos, hermoseándolos, puesto que estaban ciertos que los diputados constituyentes se sentirían tentados para acudir a contemplarlos, dado que eran verdaderas joyas del arte mexicano. Como muchos diputados constituyentes no se conocían, se organizaron animados brindis para romper el hielo; también el Gobierno del Estado de Querétaro, el ayuntamiento capitalino y alguna agrupación obrera ofrecieron cordiales agasajos, además de hermosas serenatas en el jardín Zenea con la banda de música estatal. Las cortesías sociales internas fueron numerosas: se adoptó la costumbre de enviar comisiones de diputados para visitar a los enfermos o participar en duelos. Nos invadió la Expedición Punitiva como respuesta a la invasión de Villa a Columbus. Esto retrasó la publicación de la convocatoria para las elecciones a diputados al Congreso Constituyente. 22 José Guadalupe Ramírez Álvarez, “Querétaro de la Constitución”…, pp. 72-73.
  • 33. 33 Desarrollo del Congreso Constituyente El Constituyente inició trabajos el 1º de diciembre de 1916 y los terminó el 31 de enero de 1917. Las sesiones del Congreso Constituyente fueron 66 ordinarias, con una sesión permanente, los días 29, 30 y 31 de enero de 1917, y una sesión de clausura. El discurso inaugural de Carranza duró una hora, y aunque se dice que fue muy aplaudido, al calor de los mezcales y tequilas que seguidamente consumieron los diputados en El Puerto de Mazatlán, se dijeron entre ellos que el discurso no fue completamente satisfactorio por su superficialidad en cuanto a las reformas que México necesitaba. Se trabajó el día de Navidad, pero hubo un receso del 30 de diciembre al 1° de enero. Muchos queretanos concurrieron a las sesiones y en ellas se manifestaron ya a favor, ya en contra de los oradores. Entre el público asistente se veía la cabecita apenas asomada en la baranda de palcos terceros de un niño precoz en lo intelectual que después sería gloria nacional y fundador de la hoy Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro: Antonio Pérez Alcocer, filósofo Tomista y el mejor alumno de don Antonio Caso. Los proyectos de los artículos más importantes —como el 27 y 123— fueron discutidos en sendas comisiones de reformas constitucionales en la capilla del antiguo Mesón del Águila Roja y sede del obispado queretano, convertido hoy en Palacio Municipal. El día en que más artículos se aprobaron en el Teatro Iturbide fue el 21 de enero con un total de 19. El día donde más asistencia inicial hubo fue en la sesión del 14 de diciembre de 1916 con 185 diputados, ya que Carranza había asistido el día anterior y pensaron que podía volver en la fecha señalada a la discusión del artículo 3º constitucional.Aproximadamente las dos terceras partes de los diputados asistieron con regularidad. En el seno del Congreso Constituyente de Querétaro se encontraron dos facciones: los renovadores o carrancistas, encabezados por José Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Lorenzo Sepúlveda y Félix F. Palavicini, y los jacobinos u obregonistas que no tenían un líder formal, pero cuyos representantes más connotados fueron Francisco
  • 34. 34 José Múgica Velázquez y Heriberto Jara Corona. En varios debates en el seno del Constituyente, Jara Corona embistió contra los carrancistas y les llamó oportunistas, porque se habían subido al carro de la Revolución hasta el triunfo de ésta, ya cuando había dinero en el erario público. En cambio él, había participado desde 1902 con los hermanos Flores Magón. Mientras los renovadores representaban un tercio del Constituyente los jacobinos llegaron a detentar las dos terceras partes restantes. Los jacobinos seguían un liberalismo francés y los renovadores una ideología clásica inglesa. Definitivamente, Carranza perdió el Congreso ante Álvaro Obregón, teniendo que aceptar la nueva normatividad constitucional, aunque por presiones de Estados Unidos y los factores reales de poder se cuidaron ambos mucho de no aplicar los artículos más trascendentes como fueron el 27 y el 123. Las diferencias entre las dos facciones se acrecentaron en el transcurso de las sesiones, pero comparto con Ferrer la idea de que al Congreso Constituyente no llegaron verdaderos retrógrados, sino simples moderados que tenían miedo a desarrollar iniciativas audaces que cambiasen profundamente las instituciones de México, y por temor a Estados Unidos que ya estaba ridiculizando la labor de la Asamblea y que se oponía a reformas radicales que dañaran sus intereses o se volviera a encender la lucha armada en el país.23 El día 22 de diciembre tuvo lugar la votación más numerosa —193 votos— , en la cual se aprobó el artículo 9º de la Constitución, resultando 127 votos a favor por 26 en contra. El único artículo que no fue votado fue el 130; inexplicablemente los miembros de la Comisión de Redacción y Estilo y la Comisión de Caligrafía lo dieron por aprobado a pesar de ser más radical y anticlerical en su texto que el Regio Patronato de Carlos V o las Leyes de Reforma de 1855‐1863. Después de leer y releer el Diario de los Debates concluyo que hubo 179 votaciones de dictamen del articulado, de las cuales 117 se resolvieron por unanimidad, 46 por mayoría superior a dos tercios de los presentes y sólo 15 por mayoría absoluta, y puedo afirmar que, en conjunto, los diputados constituyentes 23 Gabriel Ferrer Mendiolea, obra citada, p. 64.
  • 35. 35 y el propio Carranza compartieron en lo esencial valores, preocupaciones y perspectiva del futuro que debería tener la sociedad mexicana. La ocasión en que los debates acalorados casi llevan a sacar las pistolas entre diputados beligerantes fue durante la discusión relativa al territorio de los estados miembros de la Federación, cuando el queretano José María Truchuelo pidió que se le devolviesen a Querétaro municipios guanajuatenses como San José Iturbide y San Luis de la Paz, mismos que en el Virreinato pertenecieron al corregimiento de letras de Querétaro o se le quitaran a Hidalgo antiguas municipalidades de la alcaldía mayor de Cadereyta como Pacula y Jacala, o cuando se quiso instaurar el estado del Istmo de Tehuantepec que significaba mutilar a Oaxaca. Asistieron 189 diputados en calidad de propietarios y entraron en ejercicio 25 suplentes. Durante el mes que duró el debate sobre el trabajo y la previsión social, cuya regulación quedó en un nuevo artículo 123, se dieron interesantes debates, pero uno que ha pasado a la historia fue cuando Lizardi argumentó que adicionar al texto constitucional las garantías sociales — como la huelga o la jornada máxima— éste se vería como un Cristo con pistolas, y el joven diputado Luis Fernández Martínez le contestó: “…si Cristo hubiera llevado pistola cuando lo llevaron al Calvario, señores, no hubiera sido asesinado”. Ya antes Jorge von Versen había afirmado “demos polainas, pistolas y una 30‐30 al Cristo, pero que se salve nuestra clase humilde…”. En realidad, Carranza y sus diputados afectos se oponían a que se incorporara en la futura Constitución el texto de reformas pormenorizadas como finalmente quedaron los numerales 27 y 123. ¡En el Congreso Constituyente había hombres decididos que no pensaban lo mismo que el primer jefe! Los discursos en el debate de los artículos 3°, 24 y 130 y 123 fueron extensos, profundos, polémicos y brillantes que por sí mismos llenan páginas gloriosas para las fuentes del Derecho Constitucional mexicano. La redacción del artículo 27 fue la más problemática porque el tema agrario era el que más le dolía a nueve millones de mexicanos en extrema pobreza. El proyecto de Carranza era muy pobre en ese aspecto y, entonces, el diputado Pastor Rouaix le encargó un proyecto a un experto externo, el abogado connotado Andrés Molina Enríquez,
  • 36. 36 quien desilusionó con su trabajo porque resultó más teórico que práctico. Un comité no autorizado se reunió todos los días del 14 al 24 de enero de 1917 en la antigua residencia del obispo de Querétaro —hoy Palacio Municipal—, donde trabajó arduamente para preparar un nuevo proyecto. La informalidad campeó, nadie presidía ni lideraba las reuniones ni discusiones a pesar de los intentos de Rouaix por conducir a los cuarenta diputados presentes como Dorador, Antonio Gutiérrez, Terrones Benítez, De la Torre, Heriberto Jara, Góngora, Cándido Aguilar, Pastrana Jaimes, Del Castillo, Enrique A. Enríquez, Martí, De los Santos, Dionisio Zavala, Cano, Julián Adame, Martínez de Escobar y Jorge von Versen. Muchos de ellos habían participado en la deliberación plenaria del artículo 123. ¡No me imagino por qué se dejó hasta los últimos días del Constituyente el abordar el tema agrario! Por las tardes, Natividad Macías, Lugo, Rouaix y De los Ríos se reunían para darle redacción a las ideas que se habían expresado durante la mañana. Finalmente el 24 de enero de 1917 el proyecto estuvo listo para ser sometido a la primera Comisión de Reformas Constitucionales. Los ideales de Zapata habían penetrado en la asamblea de Querétaro. Más que ningún otro de la nueva Constitución, el artículo 27 representó la ruptura con el pasado porfirista, al encarnar el clamor de independencia económica y proclamar la destrucción de los derechos adquiridos de hacendados y terratenientes, dando esperanza a las masas rurales. En suma, este fue el logro más singular del Congreso de Querétaro. Si lo examinamos frente a la redacción impecable del numeral 123 llegamos a la conclusión de que el 27 resulta con falta de técnica jurídica y con un lenguaje confuso. El Congreso Constituyente entró en sesión permanente la tarde del 29 de enero de 1917 para discutir el artículo 27. A las 03:30 de la madrugada del día 30, votaron su aprobación junto con una fracción del 115 y otras siete disposiciones de menor importancia. Se hizo un receso hasta las 15:30 horas, cuando se reabrió la sesión no había quórum, autorizándose a Emiliano Nafarrete y a Von Versen para que buscaran a los ausentes y los reunieran lo más pronto posible. Veinte minutos después ya hubo quórum y en esa sesión, que duró hasta las 19:05, se despacharon todos los asuntos que quedaban pendientes. La última fase de la sesión permanente comenzó cuarenta y cinco minutos tarde, porque los diputados estaban ocupados posando para los fotógrafos.
  • 37. 37 Crónicas y anecdotario del Constituyente de 1916-1917 Querétaro, ciudad hermosa pero de pequeñas proporciones, estaba convertida en una pequeña Babilonia, con sus calles inundadas de tránsito; sus plazas y jardines, por las tarde y por las noches se alegraban con los sones de las músicas militares y era un ir y venir de transeúntes, especialmente de soldados, que los había de todos los rumbos de la República, todavía la mayor parte de ellos con su indumentaria regional: los yaquis de Sonora, los juchitecos de Oaxaca, los tamaulipecos con sus cueras, los norteños tocados con sus grandes sombreros texanos y muchos generales que venían de la campaña, con sus trajes mitad charros y mitad militares, ponían su nota pintoresca en aquel abigarrado conjunto. Como la distribución de casas y espacios para alojamientos fue muy limitada, a un estricto y serio jurista le tocó hospedarse en el barrio de La Merced, donde desde el año de 1900 habían sido confinadas las prostitutas de la ciudad para “evitar que contaminaran a la sociedad con sus pecados”, según la moralina porfirista. Y es el caso que este diputado constituyente letrado vivía en la planta baja de un salón de baile que operaba en la clandestinidad y bajo la protección de militares de alta graduación coludidos con la matrona del lugar. El muy inocente diputado, abstemio y casto, pensó en reclamar una noche a los juerguistas sin saber con quién podría enfrentarse, pensando que le iban a respetar su jerarquía. Subió sigilosamente las estrechas y empinadas escaleras de la casona del siglo XVIII listo para reclamar el ruido ensordecedor al primero que se le apareciera en su camino, pero cuál fue su sorpresa al ver bailando -con una meretriz bellísima en la alfombra roja de la sala del lugar- a un general de altísima graduación e importancia nacional, líder de facto de los constituyentes jacobinos, mismo al que le faltaba un brazo perdido en las batallas de Celaya y dueño de un bigote espectacular. Al ver este cuadro encantador y lleno de sensualidad e impunidad, el reclamante optó por dar media vuelta y retirarse a sus habitaciones a donde seguían llegándole las notas musicales de la pieza titulada “El Limoncito”. Muchos de los diputados que llegaban a aquel Congreso Constituyente eran ya conocidos por su nombre y por su fama; unos como revolucionarios que se habían enfrentado a la dictadura porfirista; otros porque habían empuñado sus armas contra la usurpación huertista y se habían cubierto de gloria en los campos de batalla; otros habían ocupado puestos notables en las secretarías de Estado o eran distinguidos por su
  • 38. 38 saber, y la mayor parte, dijo Romero Flores, si no es que la totalidad, eran hombres de lucha, conocedores plenos de los problemas del pueblo mexicano en sus diversos aspectos: había generales, ex ministros, jurisconsultos, periodistas, literatos, historiadores, poetas, obreros de las fábricas, trabajadores de las minas, campesinos, maestros de escuela y hasta artistas de teatro. En el ramo de las profesiones todas estaban representadas: ingenieros, arquitectos, agrónomos, abogados, médicos, profesores normalistas. No había un solo tema que pudiera debatirse, en el que no hubiera una persona capaz de dar su opinión con plena conciencia profesional y con absoluta honradez. Juan de Dios Bojórquez relató en su libro “Crónica del Constituyente” las características personales de los diputados, resultando el Gral. Salvador González Torres como el más elegante; Ciro B. Ceballos como el más bohemio; Palavicini como el más petulante; Emiliano Nafarrete como el más ininteligible a la hora de decir sus discursos (cantinflesco); Luis G. Monzón como el más agresivo; José Ma. Truchuelo como el más aburrido y José Natividad Macías como el más antipopular a pesar de su sabiduría y al que se le debe el proyecto de Constitución presentado por Carranza; el más descuidado o fodongo para vestir fue el yucateco Antonio Ancona Albertos.24 Acaloradas fueron las discusiones todas del Congreso Constituyente de 1916-17, sobre todo las de artículos como el tercero, el veintisiete, el ciento veintitrés y el ciento treinta Pero no lo fueron menos las preparatorias, en las que se discutieron las credenciales de los constituyentes. En una de ellas, la cuarta, se puso a debate algo muy importante: el si debía permitirse o no fumar en las sesiones, toda vez que adopto el reglamento del Congreso de la Unión para el Constituyente, y prohibiendo se fumara en él, tenía que imponerse la prohibición con todo rigor. Los constituyentes eran revolucionarios, muchos militares a quienes les “olían a pólvora los bigotes”, por lo que hubo protestas. Así en la sesión mencionada, don José J. Reynoso dijo que era “una verdadera infamia” que los tuvieran allí sin fumar por tanto tiempo. 2424 Juan de Dios Bojórquez, obra citada, pp. 129-137.
  • 39. 39 Don Manuel Amaya, quien presidía la sesión, le replicó: “Eso ordena la ley. Yo soy un gran fumador, y aquí me tienen ustedes cumpliendo la ley”. Molesto Reynoso le hizo ver que la disposición absurda haría que muchos abandonaran el salón de sesiones, a lo que el Presidente la replicó que no permitiría que nadie se ausentase. Terció don Félix F. Palavicini diciendo que se quería conservar el quórum debía permitirse fumar; que la actitud del Presidente al exagerar el cumplimiento de la Ley, lo convertía en un dómine ”y de allí al ridículo no hay más que un paso”. Inflexible el Presidente dijo que no estaba de acuerdo con lo expresado y dando muestras de valor, señalo que soportaría toda la responsabilidad y las furias del Congreso, pero que haría cumplir estrictamente la ley. Se dejó este punto, pasándose a otros de más sustancia, como imputar huertismo y aún porfirismo a algunos de los pretensos diputados constituyentes. Pasó una, dos horas, todos estaban desesperados por que no podían fumar, ni siquiera a hurtadillas, puesto que el Presidente estaba alerta para hacer cumplir con la ley, sin permitir desviación ni siquiera a los generales que participaban en el Congreso y que por el paso del tiempo, lo acalorado de la discusión y demás circunstancias deseaban fumar. En un álgido momento de la discusión, don Manuel Amaya, el Presidente en las sesiones preparatorias, dejó su sitial y paso a paso, para que nadie lo advirtiese, se dirigió hacia afuera. Dándose cuenta de la graciosa huida del Presidente, el ingeniero Félix F. Palavicini llamó a gritos la atención del Congreso, señalando a don Manuel, diciéndole: “Lo ve usted, es el primero que se ausenta para ir a fumar”. Todos los diputados alborotaron protestando por la acción de su Presidente, quien al darse cuenta se detuvo a medio camino, hizo un ademán de enojo y miró a los constituyentes exaltados. Las risas se tornaron carcajadas, don Manuel se dirigió a toda prisa a donde iba y la sesión tensa, violenta, tuvo un alivio para quienes en ella participaban, salir del salón a fumar, don Manuel les dijo alto y tranquilo:
  • 40. 40 Como todos les pedían volver a su sitial, pues no debía “No voy a fumar, voy a mear”. Muchas importantes personas, y desde luego el pueblo, trataron de hacer grata la estancia del señor don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista entre 1916 y 1917, durante la celebración del Constituyente. Bastantes contrariedades tuvo sin embargo el Primer Jefe en Querétaro, sobre todo con los resultados de la escisión villista que aún perduraban y en cierto modo se agravaban y desde luego la división que en el Constituyente se advirtió desde sus sesiones previas. Para mitigar sus penas, queretanos connotados invitaban a don Venustiano a reuniones que él aceptaba sin solemnidades mayores, agradecido de las deferencias de que era objeto. Un cálido medio día, después de horas agitadísimas en el despacho de asuntos políticos, de visitas de personajes, de solución de problemas económicos, acudió a una comida que le ofreció la familia propietaria de la hacienda de “Chichimequillas”. Aquella comida fue servida como para un gran señor: las viandas fueron ricas, abundantes y complicadamente condimentadas. Los brindis fueron repetidos, con los mejores vinos. Al concluir la comida, como era de costumbre, el Primer Jefe hizo saber su deseo de salir por la ciudad, para dar un pase, lo cual generalmente en automóvil, pues sus paseos mañaneros eran siempre a caballo. Inmediatamente se dispuso el vehículo, amplio, cómodo, de un sabroso muelleo, muy propio para el adormecer en una tarde calurosa y tras una mañana de fatigas y, sobre todo, una comida abundante con brindis generosamente repetidos. Por varias calles rodó el vehículo con sus ocupantes: don Venustiano Carranza, don Luis Noriega uno de los anfitriones que se había ofrecido a acompañarle y un ayudante, amén del que manejaba con gran cuidado y a velocidad muy moderada. Se inició una animada conversación entre don Venustiano y don Luis, muy impetuoso dada su juventud.
  • 41. 41 A poco la conversación se fue apagando, a medida que los rayos del sol hacían estragos en el interior del vehículo con el aumento constante de la temperatura. Poco tiempo después reinó el silencio en el interior del vehículo, comenzando sus ocupantes, pero principalmente don Luis, a dar muestras de sueño. A duras penas contuvo su deseo de dormir, pero no pudo más y al cabeceo y bostezo siguió un plácido sueño propiciado por el suave mecer del auto. Viajando don Luis cerca de don Venustiano, no pudo mantener dormido la vertical y fue inclinándose hacia el hombro erguido del Primer Jefe, hasta quedar prácticamente sobre él. Angustiado el ayudante pretendía despertar al dormilón, o cuando menos hacerlo que volviera a su posición vertical. Don Venustiano, bondadoso, hizo una señal, indicando a su ayudante que no molestara a don Luis, quien hizo larga siesta reclinando en el hombro del señor Carranza. De pronto despertó don Luis y al darse cuenta de lo ocurrido se disculpó un mucho apenado, pero don Venustiano le respondió bondadoso que eran cosas de juventud, de fatiga. Concluyó el paseo, se despidieron los señores Carranza y Noriega y éste, ya descansado, se fue en busca de sus amigos. A todos les contó pormenorizadamente su aventura y les decía con gracia que él se consideraba el único hombre que se había dormido en las barbas de don Venustiano. A las diez y media de la noche del 31 de enero de 1917, con motivo de la protesta y firma de la Constitución, se llevó a cabo una cena ofrecida a los diputados constituyentes en el “Centro Fronterizo de Querétaro” por parte de Venustiano Carranza, que fue acompañado por sus más notables generales como Álvaro Obregón, Pablo González, Benjamín Hill, Eduardo Hay, el gobernador queretano Federico Montes, y los civiles Manuel Aguirre Berlanga, Roque Estrada y Jesús Rodríguez de la Fuente. El brindis corrió a cargo de Luis Manuel Rojas y la contestación a cargo de Carranza. Éste dio un discurso con la solemnidad y sencillez que le eran características, justificandoque el enviar un Proyecto de Constitución al Congreso Constituyente fue por ahorrar trabajo a los diputados y no por imposición. Que él no encomendó la defensa del proyecto a nadie y que dejó que la Asamblea se desarrollara en completa libertad. Reconoció también que en algunos puntos “se había