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EL TERCER TIEMPO
ROBERTO GONZÁLEZ GARCÍA
2005. 133J A I A L O R E A R T E A N CIRCOCIRCOM.R.T.Coop.RiosRosasnº11,esc.A,piso6º,28003MADRID.Editadopor:LuisM.Mansilla,LuisRojoyEmilioTuñón
Esquemadeladesviacióndelaluzproducidaporuncampogravitacionalfuerte.*
La imagen en movimiento fue desde principios del siglo XX
un tema fetiche de la modernidad. El tiempo entonces tenía
un único sentido siempre en progresión, constantemente
hacia delante, porque la tábula rasa o el gran paradigma de
la modernidad no daba licencias al pasado y no permitía
mirar hacia atrás. Había quien se esforzaba en capturar el
presente, el instante, que no es sino el último límite con
el pasado. Otros incluso reproducían el mismo movimiento.
Las máquinas poblaron el imaginario, y sus engranajes no
contemplaban un posible retorno. El desarrollo tecnológico
y la idea de progreso hacia un futuro mejor definían una
idea de tiempo dinámica, invariante e irremediablemente
unidireccional.
Era la misma época, sin embargo, en la que Einstein
trabajaba sobre los principios de sus teorías de la
relatividad. La concepción que la modernidad tenía del
tiempo, correspondiente en la física a la de la mecánica
clásica (después de todo no era tan rasa la tábula), tenía
los días contados. El tiempo pasaría a ser considerado no
más una invariante, sino una nueva dimensión. Lo que
Einstein proporcionó fue la posibilidad teórica de viajar
en el tiempo, pero no a través de unas simples trayectorias
lineales hacia delante o hacia atrás en la línea temporal.
Einstein rompió en cierto modo la existencia de la línea,
permitiendo la coexistencia de puntos espacialmente
contiguos y temporalmente lejanos en su nueva concepción
del universo, algo que la posmodernidad asimiló y se empeñó
en demostrar.
canales de difusión, dejemos que cada tiempo actúe de
manera independiente según su naturaleza. El espectador es
un sistema de referencia inercial, con coordenadas x, y, z,
t propias, con movimiento propio, que trata de relacionarse
con otros sistemas de referencia, el de la obra o el del
artista, también en movimiento. Quizás de ahí, de esa
inexistencia de una referencia universal, de un sistema no
inercial, surja la complejidad y grandeza de las
manifestaciones artísticas.
Barney no inventa un nuevo universo, simplemente lo
reformula con unas nuevas transformadas que son capaces de
referir su obra a un espacio euclídeo fácilmente
reconocible: pintura, escultura, cine o videoarte.
Clasificaciones al fin y al cabo, que no son otra cosa que
una sistematización, un código, una convención por tanto.
Qué más da en qué categoría se incluyan cuando de lo que se
trata es de intentar explicar la realidad. Una realidad que
siempre estará muy por encima de la existencia del artista,
de la obra o del espectador, una realidad inalcanzable a
través del arte, porque éste, como la física, no es más que
una representación. O lo que es lo mismo, de la teoría de
la relatividad al videoarte.
* Albert Eistein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general,
Alianza editorial, Madrid, 2002.
1. Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica, en Sobre la fotografía, PRE-TEXTOS, Valencia, 2004.
2. Robert Venturi, Complejidad y contradicción en la arquitectura, GG,
Barcelona, 1999.
2 15
acciones diferidas, el monocanal o los circuitos cerrados
de televisión forman unas nuevas condiciones del espacio-
tiempo, un universo continuo, sí, pero replegado a veces
sobre la obra, otras sobre el propio artista, o incluso
sobre el espectador.
¿Acaso podemos situar ahí entonces el origen de coordenadas
de nuestro universo cuadridimensional de los circuitos
convencionales del arte? ¿podría ser entonces que el
espacio-tiempo no se formara a partir de un gran explosión
sino de múltiples de menor intensidad?
En efecto, resulta poco más que ingenuo situar en 2002 el
punto (0,0,0,0) de la nueva concepción del espacio-tiempo,
casi cien años después de que fuera formulada y tras la
vorágine multidisciplinar y técnica del arte de las últimas
décadas. Hay en Barney, sin embargo, algún paso de
evolución respecto a los que le precedieron. De la misma
manera que Einstein no derribó por completo la Ley de la
Gravitación Universal de Newton, sino que con nuevos
métodos la reformuló, Barney quizá haya reformulado de
algún modo la concepción del universo que había heredado. Y
tal vez podía hacerlo porque al igual que Einstein, conocía
los fracasos de sus antecesores. Conocía la condena de las
acciones de Beuys, congeladas en el tiempo, en una sala de
exposición permanente, la monótona reproducción
invariantemente continua de los videos de Nauman, o la
sacralización museística de las actitudes antiarte de
Fluxus.
A lo mejor Barney pensó que las nuevas condiciones no
estaban bien formuladas porque algo no encajaba en la
representación: el sistema de difusión seguía siendo
unívoco, unidireccional, pre-einsteniano por decirlo de
algún modo. Y he aquí la maniobra de Barney, tan eficaz
como posmoderna en su concepción: multipliquemos los
Pero podría ser, e imagínense qué idea tan bonita, que
Einstein supiera de antemano que el tiempo podía ser en
realidad una dimensión porque ya lo había visto así
representado. Lo podría haber visto, a lo mejor, expresado
en sutiles formas geométricas sobre un plano, en pinceladas
cortas, grises y pardas sobre una superficie finita y
bidimensional, en la superficie de un lienzo cubista.
Paradójicamente, el descubrimiento de la cuarta dimensión
habría nacido no de las tres dimensiones antes conocidas de
la geometría euclidiana, sino de la bidimensionalidad de un
plano tratado por alguien que era capaz de representar lo
hasta entonces irrepresentable, el tiempo como dimensión.
Lo que el cubismo desbarató fue la noción de relación
estática entre el objeto representado y espectador, sus
movimientos de ahí en adelante no habrían de ser
necesariamente unísonos. Se establecían así, dos sistemas
de referencia independientes, dos sucesos individuales en
un universo cuadridimensional, que Einstein se encargaría
de formular matemáticamente.
Pero, ¿sería ésta la primera vez en la que se desvinculaban
los movimientos del objeto representado y del espectador?,
¿acaso la imagen en movimiento no exalta precisamente la
independencia temporal del objeto respecto al espectador,
de una manera más evidente?. Para cuando el cubismo jugaba
con la idea de representar un tiempo ajeno al del
espectador, hacía décadas que el cine había sido inventado,
dando vida, y por tanto movimiento, a la imagen hasta
entonces congelada, estática. Lo que el cine ponía de
manifiesto era que existía un tercer tiempo, ajeno al
tiempo de creación o a la relación entre el artista y su
obra, e igualmente ajeno al tiempo de exhibición que
vincula a la obra y al espectador. Un tiempo impuesto por
el propio objeto representado.
14 3
EL TERCER TIEMPO
Sería ingenuo pensar que el tercer tiempo, o el tiempo
propio del objeto representado no siempre había estado ahí.
Cada obra tiene su propio ritmo, un sentido temporal que le
corresponde y que es potencialmente independiente de la
relación que establece con el artista o el espectador.
Acaso resultara interesante observar la historia del arte
desde esta trenza de líneas temporales, cómo se atan y se
desligan entre ellas, cómo se interrelaciona el tercer
tiempo con los otros dos: el tiempo de producción, marcado
por el artista; y el tiempo de exhibición, pautado por el
espectador. Tiempos potencialmente ajenos y cercanos, a
veces al unísono, otras desincronizados. Tiempos acotados
en algunos casos, ilimitados en otros.
Como si de una extraña melodía se tratara, podría ser que
hubiese “solos” de artista, cuando la obra y el espectador
no tienen más remedio que acompasar sincrónicamente al
primero. Performances que sólo existen bajo la batuta del
artista, que como un director de orquesta moldea el tiempo
de la obra, que niega al espectador la posibilidad de
escape, porque huir, desincronizarse, sería no existir en
tanto que espectador y, entrando en inestables terrenos
ontológicos, tal vez ni siquiera existir en tanto que obra.
En estos casos sólo una cosa puede salvar al artista de su
fracaso, algo que sólo ha permitido la técnica: la
programación diferida de la obra, una alteración en las
temporalidades producida por la aparición de una nueva
coordenada t en el sistema de referencia. Coordenada
temporal arbitraria respecto de x, y, z. El tiempo ya no es
invariante, no siempre avanza de modo irremediablemente
continuo, sino que es posible volver atrás, y avanzar hacia
delante, para volver atrás de nuevo. El espectador, situado
en unas mismas coordenadas espaciales, asiste perplejo a
movimiento. Se camina en torno a sus esculturas en salas de
exposición, se proyectan en los cines sus largometrajes,
sus dibujos y fotografías se difunden en los catálogos y se
comercializa parte del ciclo en formato dvd. El modo
Cremaster podría ser en cierta manera el triunfo del
collage posmoderno, pero ya no sólo narrativo, sino también
en lo que respecta al binomio producción-exhibición.
LA NUEVA CONCEPCIÓN DEL ESPACIO–TIEMPO
El universo de Barney podría ser en cierto modo como el
universo post-einsteniano, curvo, convexo, continuo a la
vez que replegado contra sí mismo. Las leyes de la mecánica
clásica tampoco son suficientes para explicar los fenómenos
del universo barneiano porque su obra ya no gravita en un
espacio únicamente tridimensional. Es preciso, entonces,
formular el tiempo como dimensión para obtener una visión
más acorde con la realidad.
Esta realidad cuadridimensional, sin embargo, hacía tiempo
que venía siendo representada en los circuitos artísticos.
Dadá o las actitudes antiarte de principios del siglo XX
sentaron unas bases que posteriormente desarrollarían
diferentes artistas y movimientos a partir de los años
cincuenta. Para Dadá todo es arte porque nada en el fondo
lo era, la propia vida del artista comienza a mezclarse con
la obra, los límites entre temporalidades antes bien
diferenciadas comienzan a entrelazarse, porque una vida en
el fondo no es sino tiempo. La trenza temporal se
complejizaría aún más con las siguientes generaciones, que
se sirven de la técnica para manipular más eficazmente
todas las coordenadas con las que era posible describir el
universo tal y como se conocía. Para Klein, Paik, Beuys o
Naumam el Universo no se puede describir con coordenadas
geográficas x, y, z en un momento t determinado: las
4 13
el blanco y el negro, y algunas veces el gris, al negro o
al blanco.”
2
El Cremaste Cycle se va revelando no sólo a través de las
películas, sino también mediante las fotografías, los
dibujos o las esculturas que Barney va generando en cada
largometraje. De este modo el ciclo resulta ser más que la
propia obra audiovisual. Una proyección del ciclo completo
no es suficiente para definir la obra, porque la
multidisciplinaridad en Barney no sólo es narrativa, es
formal y técnica también. Los significados se solapan, es
el «esto y lo otro» frente a una lectura independiente de
cada disciplina que desarrolla.
El artista no dio por concluido el ciclo hasta que su
exposición no se materializó, y lo hizo en forma de una
colosal instalación en la que reunió todas las disciplinas
que había desarrollado: pintura, escultura, cine y
performance. La multidisplinaridad aúna una serie de
tecnologías, cada con un sistema de producción propio, en
un único discurso tecnológico y formal. Barney así lo hizo,
concentrando toda su obra en un único formato, la
instalación museográfica, pero él lo hizo para fragmentarlo
después y devolver en parte cada pieza a su lugar dentro de
la cadena de producción-exhibición de la obra. Y de ahí la
imposibilidad de definición, porque la manera en la Barney
manipula sutilmente el sistema de difusión de su obra
diversifica los canales, fragmenta su discurso en partes
semiautónomas que tienen entidad y por lo tanto lectura
propia desde su disciplina, pero que multiplican su sentido
cuando encajan como un puzzle dentro de su universo
personal. El Cremaster Cycle se completó durante un tiempo
limitado, como un Big-Ban narrativo, después sólo se puede
comprender a través de sus huellas del mismo modo que sólo
se puede conocer el origen del Universo por sus restos en
los movimientos temporales de la obra, y con ella los del
artista, independientes del espectador, al que se limita la
capacidad de decisión sobre el tiempo de exhibición, porque
el tiempo se ha hecho coordenada, se ha transformado en
dimensión.
Lejos, o en otro lugar, quedarán los casos en los que el
espectador sea quien imponga su propio tiempo. Existen
muchos modos de acercarse a una escultura, pero a través de
ella sólo pasa un tiempo constante, unidireccional y puede
que infinito. El primer tiempo pasó, salvo que el artista
decida intervenir, solapando de esta manera su temporalidad
con la propia de la obra. Pero siempre ajeno a la
percepción del espectador que maneja el tiempo de
exhibición a su voluntad, controlando el ritmo, las pausas,
el espectador frente a la eternidad (o no).
El tercer tiempo pre-dimensional existió, sí, pero siempre
limitado por leyes narrativas o sometido a un presente
continuo imposible de modificar. Cada texto, cada novela,
incluso algún lienzo o escultura posee su propio ritmo, que
sin embargo es incapaz de desligarse del tiempo de
exhibición. Cualquier narrativa implica una secuencia
temporal, los giros en el tiempo son posibles en manos de
un autor habilidoso, y con ellos es posible modificar el
tiempo del objeto representado... ¿dimensión? Falsa alarma,
porque la secuencia narrativa nunca ocurrirá ajena al
espectador, fuera de su alcance. Acaso resulte curioso
detenerse a contemplar cómo en los tiempos de cambio y,
técnicamente dentro de su adimensional anonimato, el tercer
tiempo comienza a representar esa potencial dimensionalidad
que la técnica le acababa de conceder. Del mismo modo que
Picasso jugaba con la cuarta dimensión, congelando el paso
del tiempo en las múltiples facetas de sus objetos
representados, Joyce envolvía a su personaje en las brumas
12 5
de un tiempo interior, arbitrario igual que los
pensamientos. La técnica, efectivamente, fue la que
evidenció de una manera más rotunda la existencia del
tercer tiempo, cuando, como en el caso de la performance
diferida, deja de ser invariante para transformarse en
dimensión. Lo que la técnica posibilitó fue este salto
cualitativo o quizás cuántico, a partir del cual sería
posible saltar de un tiempo en otro, como si de órbitas de
un átomo se tratara, tal vez los mismos cuantos de energía
que gracias a Planck permitieron a Einstein establecer su
teoría de la relatividad.
Avancemos pues, en las posibilidades de esta técnica que
permitió el establecimiento de un nuevo paradigma en la
historia del arte.
LA REPRODUCTIBILIDAD TÉCNICA
Al considerar cómo la técnica (o un desarrollo de la
técnica) es capaz de generar un nuevo paradigma, enseguida
nos damos cuenta de todo lo que debemos a Walter Benjamin.
Efectivamente, al comienzo de “la obra de arte en la era de
su reproductibilidad técnica” ya considera cómo la imprenta
desató ingentes cambios sobre la literatura gracias a la
reproductibilidad técnica de la escritura. Todo lo que
sigue son unas lúcidas reflexiones, sorprendentemente
vigentes hoy en día, que preparan un terreno hasta entonces
inexplorado para asentar los cimientos del nuevo paradigma
introducido en el ámbito de las artes por el desarrollo de
la técnica. Para cuando Benjamin escribe esto, la
fotografía ya había alcanzado un puesto propio entre los
distintos procedimientos artísticos. El cine, sin embargo,
lo tenía en menor medida, ya que las reticencias
intelectuales a considerar un medio de masas como arte
acaso duraron más de lo que hubiese sido deseable.
caracteriza la posmodernidad es la ausencia de un relato
único, Barney tampoco se sirve únicamente de un medio para
exponer su relato. Un discurso construido con retales, con
fragmentos o apuntes de ideas que llevan décadas siendo el
sistema de referencia de las tendencias artísticas de la
posmodernidad, como el arte del cuerpo o las preformances.
Al mismo tiempo se construye con retales poblados de una
mitología premoderna, apelando a un imaginario anacrónico,
tan fuerte visualmente como complejo narrativamente. La
fuerza de Barney, de hecho, reside en la complejidad, y no
sólo referencial o narrativa. Visto desde la problemática
de la producción y la exhibición, su ciclo Cremaster (1994-
2002) multiplica los canales expositivos para acomodarse a
los diferentes medios de consumo del arte, una vez
proclamado su fin en tanto que discurso único.
Puede que su potencial resida en gran parte en la
imposibilidad de definir su obra, en la dificultad de ser
nombrada como un producto único que responda a unos
sistemas unívocos de producción y exhibición. En efecto, su
ciclo Cremaster está constituido por cinco largometrajes, y
aunque exhibidas en salas de proyección cinematográfica,
sin embargo, no es cine, o por lo menos no sólo es cine. Su
ciclo se proyecta en museos, pero tampoco por ello es
videoarte, o sólo videoarte. La obra se materializa de
diversas formas, y su lectura crece en complejidad cuando
se observa desde esta ambigüedad expositiva, porque frente
a la exclusión Barney adopta como discurso la inclusión. La
complejidad y contradicción son sus armas, como lo fueron
para Venturi, cuando sentó las bases de lo que sería
conocido como la arquitectura posmoderna, “Defiendo la
riqueza de significados en vez de la claridad de
significados; la función implícita a la vez que la
explícita. Prefiero «esto y lo otro» a «o esto o lo otro»,
6 11
cabida en los museos tal y como se conocían. En cierto
modo, la misma crítica al sistema había sido desarrollada
antes por dadaístas, surrealistas y Duchamp, sin el cual no
es posible explicar un siglo de arte pop, conceptualismos y
multidisplinaridad. La inercia del medio, sin embargo, pudo
más, y acabó asimilando lo pretendidamente inmuseizable, el
tiempo, la acción y el potencial de reproducción. No tengo
claro si el medio se adapta al artista, o es el artista el
que se adapta al medio, pero en la segunda mitad del siglo
XX es esta segunda opción la que ha impuesto su régimen
frente a la llegada de las nuevas tecnologías. Los artistas
asumen la contradicción entre sistema de produccón y
exhibición, y en muchas ocasiones se sirven de la
instalación para dar unicidad a lo que es múltiple, el
potencial de reproducción. La obra de este modo conserva su
unicidad, la videoinstalación ya no es reproducible
fácilmente, ya no sólo precisa de una pantalla sobre la que
proyectar.
EL CASO BARNEY
La coherencia entre el sistema de producción y difusión no
es un valor en sí mismo. Al igual que la originalidad o el
dominio de la técnica, no deja de ser un parámetro más
dentro de unos complejos mecanismos de creación, que no
hacen sino abrir otras vías de interrelación entre el
artista, el medio o contexto y el espectador, más allá de
las puramente narrativas o de contenido. En el fondo no son
sino armas, que utilizadas eficazmente permiten multiplicar
las lecturas de una obra.
Tomemos como ejemplo el caso de Matthew Barney, un artista
multidisciplinar heredero de las actitudes neodadá de la
segunda mitad del siglo XX, para ilustrar la posibilidad de
explotar estas vías en beneficio a un discurso. Si algo que
Dejando de un lado las consideraciones sobre la pérdida de
los valores aurísticos de la obra de arte más en sintonía
con el siglo que le precedió que con el siguiente, no hay
que olvidar que Benjamin analiza ambas manifestaciones
(fotografía y cinematografía) en sentido inverso, es decir,
sobre una base del arte entendido en su forma tradicional,
centrémonos mejor en las posibilidades de difusión de la
obra de arte, de las que Benjamin también habló,
acoplándolas de un modo coherente a los sistemas de
producción que las nuevas técnicas permitieron desarrollar.
De este modo, refiriéndose a las obras cinematográficas,
afirma que su reproductibilidad técnica está basada en la
técnica misma de su producción, “ésta no sólo hace posible
del modo más inmediato la difusión masiva de las películas,
sino que más bien la impone, sin más”1
. ¿Cabe acaso mayor
coherencia o más evidente coordinación entre sistema de
producción y exhibición?. El cine, obviando estériles
discusiones sobre su verdadera esencia artística, ha
conseguido adecuar de tal manera los mecanismos internos
básicos que le definen, que ha conseguido generar un
lenguaje y una sintaxis propia, sin generar ninguna
contradicción entre la producción y la exhibición.
¿Acaso el lenguaje del cine o su sintaxis, sus elipsis, sus
flashbacks, su dominio del tercer tiempo al fin y al cabo,
habrían sido los mismos en el caso de no exhibirse de esa
manera, con ese formato? La coherencia entre sistemas es
tan fuerte como lo es de algún modo la relación entre la
temporalidad interna de la obra y la temporalidad del
espectador, y es aquí donde la trenza temporal vuelve a
apretar los nudos que antes había destensado. Los tiempos
de producción, internos y de exhibición interactúan de modo
tan sutil como complejo, pero siempre ordenados en unas
estructuras tan sólidamente edificadas que han permitido a
10 7
la obra cinematográfica, o el triunfo del tercer tiempo
como dimensión, mantenerse vigente incluso mucho después de
la aparición y total asimilación de otros formatos
audiovisuales aún más populares.
Otras manifestaciones, sin embargo, también altamente
susceptibles de ser reproducidas técnicamente, generadas
por tanto por el desarrollo de la técnica, no sufrieron la
misma suerte. La fotografía también ha sobrevivido y ha
superado con éxito el paso del tiempo, sí, pero si lo ha
hecho ha sido cargando sobre sus hombros la contradicción
de ser potencialmente reproducida hasta el infinito y
difundida en cambio en series de tres para conseguir
mantener su valor. Valor de mercado, o valor aurístico,
valor cultual como diría Benjamin.
La misma sombra acecha al más reciente videoarte, que vio
en su corta vida cómo un nuevo desarrollo tecnológico
multiplicaba exponencialmente su potencial de reproducción.
El sistema digital, un enigmático código de ceros y unos
reproducibles en idénticas condiciones hasta el infinito,
que frente al ahora antiguo magnetoscópico ofrece igual
calidad en cualquiera de sus reproducciones. Un
sofisticadísimo sistema de producción que queda atrapado en
un desfasado sistema de exhibición: una copia de una serie
de cinco.
EL TIEMPO DEL VIDEOARTE
La problemática del videoarte, lejos de ser simple,
presenta una gran complejidad ya desde el primer momento en
que se intenta establecer un criterio para definir sus
límites. Limitar el videoarte a su sistema de difusión en
museos y galerías sería banalizar la cuestión. Curiosamente
son estos los canales que mayor contradicción presentan
entre su sistema de producción y exhibición como diría
Benjamin. La libertad creadora del artista, la
multidisciplinaridad, el amplio repertorio de géneros, el
cine experimental, los documentales, todo hace que los
límites se diluyan y que sea difícil dibujar un contorno
nítido del videoarte. Muchos artistas operan ya con estas
variables, haciendo películas que se proyectan en museos,
videos musicales que se venden en supermercados y
creaciones audiovisuales que se programan en televisión.
Siguiendo las trazas de Benjamin, uno de los pocos
criterios que podríamos salvar de semejante indeterminación
es precisamente la clasificación según los sistemas de
producción y exhibición y sus interrelaciones. Quizás ya no
tenga sentido hablar de videoarte como tal, sino de un
sistema audiovisual que ha elegido para su difusión un
entorno determinado. Tal vez entonces la cuestión habría de
derivarse hacia el lenguaje, acorde con la voluntad de
expresión del artista y relacionado con su medio de
difusión. Al fin y al cabo, los giros del lenguaje no están
tan lejos del núcleo de la posmodernidad.
Resultaría ingenuo pensar que el entorno artístico desde la
segunda mitad del siglo XX ha pasado por alto la
contradicción existente entre sistema de producción y
difusión. Son múltiples los mecanismos con los que cuenta
el artista para resolver la incoherencia, y muchas veces
están en el mismo principio generador de su arte, como las
actitudes antiarte que se revelan contra el valor aurístico
de la obra. Fluxus nació con el lema de aproximar el arte a
la vida, inventando nuevas conexiones entre cualquier tipo
de manifestación artística, rompiendo los esquemas clásicos
de difusión de la obra de arte, porque su obra ya no es
única, es multiforme: música, acción, danza,
comportamiento, la vida al fin y al cabo. Todo tiene cabida
en Fluxus, pero Fluxus tal y como fue concebido no tiene
8 9

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  • 1. EL TERCER TIEMPO ROBERTO GONZÁLEZ GARCÍA 2005. 133J A I A L O R E A R T E A N CIRCOCIRCOM.R.T.Coop.RiosRosasnº11,esc.A,piso6º,28003MADRID.Editadopor:LuisM.Mansilla,LuisRojoyEmilioTuñón Esquemadeladesviacióndelaluzproducidaporuncampogravitacionalfuerte.*
  • 2. La imagen en movimiento fue desde principios del siglo XX un tema fetiche de la modernidad. El tiempo entonces tenía un único sentido siempre en progresión, constantemente hacia delante, porque la tábula rasa o el gran paradigma de la modernidad no daba licencias al pasado y no permitía mirar hacia atrás. Había quien se esforzaba en capturar el presente, el instante, que no es sino el último límite con el pasado. Otros incluso reproducían el mismo movimiento. Las máquinas poblaron el imaginario, y sus engranajes no contemplaban un posible retorno. El desarrollo tecnológico y la idea de progreso hacia un futuro mejor definían una idea de tiempo dinámica, invariante e irremediablemente unidireccional. Era la misma época, sin embargo, en la que Einstein trabajaba sobre los principios de sus teorías de la relatividad. La concepción que la modernidad tenía del tiempo, correspondiente en la física a la de la mecánica clásica (después de todo no era tan rasa la tábula), tenía los días contados. El tiempo pasaría a ser considerado no más una invariante, sino una nueva dimensión. Lo que Einstein proporcionó fue la posibilidad teórica de viajar en el tiempo, pero no a través de unas simples trayectorias lineales hacia delante o hacia atrás en la línea temporal. Einstein rompió en cierto modo la existencia de la línea, permitiendo la coexistencia de puntos espacialmente contiguos y temporalmente lejanos en su nueva concepción del universo, algo que la posmodernidad asimiló y se empeñó en demostrar. canales de difusión, dejemos que cada tiempo actúe de manera independiente según su naturaleza. El espectador es un sistema de referencia inercial, con coordenadas x, y, z, t propias, con movimiento propio, que trata de relacionarse con otros sistemas de referencia, el de la obra o el del artista, también en movimiento. Quizás de ahí, de esa inexistencia de una referencia universal, de un sistema no inercial, surja la complejidad y grandeza de las manifestaciones artísticas. Barney no inventa un nuevo universo, simplemente lo reformula con unas nuevas transformadas que son capaces de referir su obra a un espacio euclídeo fácilmente reconocible: pintura, escultura, cine o videoarte. Clasificaciones al fin y al cabo, que no son otra cosa que una sistematización, un código, una convención por tanto. Qué más da en qué categoría se incluyan cuando de lo que se trata es de intentar explicar la realidad. Una realidad que siempre estará muy por encima de la existencia del artista, de la obra o del espectador, una realidad inalcanzable a través del arte, porque éste, como la física, no es más que una representación. O lo que es lo mismo, de la teoría de la relatividad al videoarte. * Albert Eistein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, Alianza editorial, Madrid, 2002. 1. Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, en Sobre la fotografía, PRE-TEXTOS, Valencia, 2004. 2. Robert Venturi, Complejidad y contradicción en la arquitectura, GG, Barcelona, 1999. 2 15
  • 3. acciones diferidas, el monocanal o los circuitos cerrados de televisión forman unas nuevas condiciones del espacio- tiempo, un universo continuo, sí, pero replegado a veces sobre la obra, otras sobre el propio artista, o incluso sobre el espectador. ¿Acaso podemos situar ahí entonces el origen de coordenadas de nuestro universo cuadridimensional de los circuitos convencionales del arte? ¿podría ser entonces que el espacio-tiempo no se formara a partir de un gran explosión sino de múltiples de menor intensidad? En efecto, resulta poco más que ingenuo situar en 2002 el punto (0,0,0,0) de la nueva concepción del espacio-tiempo, casi cien años después de que fuera formulada y tras la vorágine multidisciplinar y técnica del arte de las últimas décadas. Hay en Barney, sin embargo, algún paso de evolución respecto a los que le precedieron. De la misma manera que Einstein no derribó por completo la Ley de la Gravitación Universal de Newton, sino que con nuevos métodos la reformuló, Barney quizá haya reformulado de algún modo la concepción del universo que había heredado. Y tal vez podía hacerlo porque al igual que Einstein, conocía los fracasos de sus antecesores. Conocía la condena de las acciones de Beuys, congeladas en el tiempo, en una sala de exposición permanente, la monótona reproducción invariantemente continua de los videos de Nauman, o la sacralización museística de las actitudes antiarte de Fluxus. A lo mejor Barney pensó que las nuevas condiciones no estaban bien formuladas porque algo no encajaba en la representación: el sistema de difusión seguía siendo unívoco, unidireccional, pre-einsteniano por decirlo de algún modo. Y he aquí la maniobra de Barney, tan eficaz como posmoderna en su concepción: multipliquemos los Pero podría ser, e imagínense qué idea tan bonita, que Einstein supiera de antemano que el tiempo podía ser en realidad una dimensión porque ya lo había visto así representado. Lo podría haber visto, a lo mejor, expresado en sutiles formas geométricas sobre un plano, en pinceladas cortas, grises y pardas sobre una superficie finita y bidimensional, en la superficie de un lienzo cubista. Paradójicamente, el descubrimiento de la cuarta dimensión habría nacido no de las tres dimensiones antes conocidas de la geometría euclidiana, sino de la bidimensionalidad de un plano tratado por alguien que era capaz de representar lo hasta entonces irrepresentable, el tiempo como dimensión. Lo que el cubismo desbarató fue la noción de relación estática entre el objeto representado y espectador, sus movimientos de ahí en adelante no habrían de ser necesariamente unísonos. Se establecían así, dos sistemas de referencia independientes, dos sucesos individuales en un universo cuadridimensional, que Einstein se encargaría de formular matemáticamente. Pero, ¿sería ésta la primera vez en la que se desvinculaban los movimientos del objeto representado y del espectador?, ¿acaso la imagen en movimiento no exalta precisamente la independencia temporal del objeto respecto al espectador, de una manera más evidente?. Para cuando el cubismo jugaba con la idea de representar un tiempo ajeno al del espectador, hacía décadas que el cine había sido inventado, dando vida, y por tanto movimiento, a la imagen hasta entonces congelada, estática. Lo que el cine ponía de manifiesto era que existía un tercer tiempo, ajeno al tiempo de creación o a la relación entre el artista y su obra, e igualmente ajeno al tiempo de exhibición que vincula a la obra y al espectador. Un tiempo impuesto por el propio objeto representado. 14 3
  • 4. EL TERCER TIEMPO Sería ingenuo pensar que el tercer tiempo, o el tiempo propio del objeto representado no siempre había estado ahí. Cada obra tiene su propio ritmo, un sentido temporal que le corresponde y que es potencialmente independiente de la relación que establece con el artista o el espectador. Acaso resultara interesante observar la historia del arte desde esta trenza de líneas temporales, cómo se atan y se desligan entre ellas, cómo se interrelaciona el tercer tiempo con los otros dos: el tiempo de producción, marcado por el artista; y el tiempo de exhibición, pautado por el espectador. Tiempos potencialmente ajenos y cercanos, a veces al unísono, otras desincronizados. Tiempos acotados en algunos casos, ilimitados en otros. Como si de una extraña melodía se tratara, podría ser que hubiese “solos” de artista, cuando la obra y el espectador no tienen más remedio que acompasar sincrónicamente al primero. Performances que sólo existen bajo la batuta del artista, que como un director de orquesta moldea el tiempo de la obra, que niega al espectador la posibilidad de escape, porque huir, desincronizarse, sería no existir en tanto que espectador y, entrando en inestables terrenos ontológicos, tal vez ni siquiera existir en tanto que obra. En estos casos sólo una cosa puede salvar al artista de su fracaso, algo que sólo ha permitido la técnica: la programación diferida de la obra, una alteración en las temporalidades producida por la aparición de una nueva coordenada t en el sistema de referencia. Coordenada temporal arbitraria respecto de x, y, z. El tiempo ya no es invariante, no siempre avanza de modo irremediablemente continuo, sino que es posible volver atrás, y avanzar hacia delante, para volver atrás de nuevo. El espectador, situado en unas mismas coordenadas espaciales, asiste perplejo a movimiento. Se camina en torno a sus esculturas en salas de exposición, se proyectan en los cines sus largometrajes, sus dibujos y fotografías se difunden en los catálogos y se comercializa parte del ciclo en formato dvd. El modo Cremaster podría ser en cierta manera el triunfo del collage posmoderno, pero ya no sólo narrativo, sino también en lo que respecta al binomio producción-exhibición. LA NUEVA CONCEPCIÓN DEL ESPACIO–TIEMPO El universo de Barney podría ser en cierto modo como el universo post-einsteniano, curvo, convexo, continuo a la vez que replegado contra sí mismo. Las leyes de la mecánica clásica tampoco son suficientes para explicar los fenómenos del universo barneiano porque su obra ya no gravita en un espacio únicamente tridimensional. Es preciso, entonces, formular el tiempo como dimensión para obtener una visión más acorde con la realidad. Esta realidad cuadridimensional, sin embargo, hacía tiempo que venía siendo representada en los circuitos artísticos. Dadá o las actitudes antiarte de principios del siglo XX sentaron unas bases que posteriormente desarrollarían diferentes artistas y movimientos a partir de los años cincuenta. Para Dadá todo es arte porque nada en el fondo lo era, la propia vida del artista comienza a mezclarse con la obra, los límites entre temporalidades antes bien diferenciadas comienzan a entrelazarse, porque una vida en el fondo no es sino tiempo. La trenza temporal se complejizaría aún más con las siguientes generaciones, que se sirven de la técnica para manipular más eficazmente todas las coordenadas con las que era posible describir el universo tal y como se conocía. Para Klein, Paik, Beuys o Naumam el Universo no se puede describir con coordenadas geográficas x, y, z en un momento t determinado: las 4 13
  • 5. el blanco y el negro, y algunas veces el gris, al negro o al blanco.” 2 El Cremaste Cycle se va revelando no sólo a través de las películas, sino también mediante las fotografías, los dibujos o las esculturas que Barney va generando en cada largometraje. De este modo el ciclo resulta ser más que la propia obra audiovisual. Una proyección del ciclo completo no es suficiente para definir la obra, porque la multidisciplinaridad en Barney no sólo es narrativa, es formal y técnica también. Los significados se solapan, es el «esto y lo otro» frente a una lectura independiente de cada disciplina que desarrolla. El artista no dio por concluido el ciclo hasta que su exposición no se materializó, y lo hizo en forma de una colosal instalación en la que reunió todas las disciplinas que había desarrollado: pintura, escultura, cine y performance. La multidisplinaridad aúna una serie de tecnologías, cada con un sistema de producción propio, en un único discurso tecnológico y formal. Barney así lo hizo, concentrando toda su obra en un único formato, la instalación museográfica, pero él lo hizo para fragmentarlo después y devolver en parte cada pieza a su lugar dentro de la cadena de producción-exhibición de la obra. Y de ahí la imposibilidad de definición, porque la manera en la Barney manipula sutilmente el sistema de difusión de su obra diversifica los canales, fragmenta su discurso en partes semiautónomas que tienen entidad y por lo tanto lectura propia desde su disciplina, pero que multiplican su sentido cuando encajan como un puzzle dentro de su universo personal. El Cremaster Cycle se completó durante un tiempo limitado, como un Big-Ban narrativo, después sólo se puede comprender a través de sus huellas del mismo modo que sólo se puede conocer el origen del Universo por sus restos en los movimientos temporales de la obra, y con ella los del artista, independientes del espectador, al que se limita la capacidad de decisión sobre el tiempo de exhibición, porque el tiempo se ha hecho coordenada, se ha transformado en dimensión. Lejos, o en otro lugar, quedarán los casos en los que el espectador sea quien imponga su propio tiempo. Existen muchos modos de acercarse a una escultura, pero a través de ella sólo pasa un tiempo constante, unidireccional y puede que infinito. El primer tiempo pasó, salvo que el artista decida intervenir, solapando de esta manera su temporalidad con la propia de la obra. Pero siempre ajeno a la percepción del espectador que maneja el tiempo de exhibición a su voluntad, controlando el ritmo, las pausas, el espectador frente a la eternidad (o no). El tercer tiempo pre-dimensional existió, sí, pero siempre limitado por leyes narrativas o sometido a un presente continuo imposible de modificar. Cada texto, cada novela, incluso algún lienzo o escultura posee su propio ritmo, que sin embargo es incapaz de desligarse del tiempo de exhibición. Cualquier narrativa implica una secuencia temporal, los giros en el tiempo son posibles en manos de un autor habilidoso, y con ellos es posible modificar el tiempo del objeto representado... ¿dimensión? Falsa alarma, porque la secuencia narrativa nunca ocurrirá ajena al espectador, fuera de su alcance. Acaso resulte curioso detenerse a contemplar cómo en los tiempos de cambio y, técnicamente dentro de su adimensional anonimato, el tercer tiempo comienza a representar esa potencial dimensionalidad que la técnica le acababa de conceder. Del mismo modo que Picasso jugaba con la cuarta dimensión, congelando el paso del tiempo en las múltiples facetas de sus objetos representados, Joyce envolvía a su personaje en las brumas 12 5
  • 6. de un tiempo interior, arbitrario igual que los pensamientos. La técnica, efectivamente, fue la que evidenció de una manera más rotunda la existencia del tercer tiempo, cuando, como en el caso de la performance diferida, deja de ser invariante para transformarse en dimensión. Lo que la técnica posibilitó fue este salto cualitativo o quizás cuántico, a partir del cual sería posible saltar de un tiempo en otro, como si de órbitas de un átomo se tratara, tal vez los mismos cuantos de energía que gracias a Planck permitieron a Einstein establecer su teoría de la relatividad. Avancemos pues, en las posibilidades de esta técnica que permitió el establecimiento de un nuevo paradigma en la historia del arte. LA REPRODUCTIBILIDAD TÉCNICA Al considerar cómo la técnica (o un desarrollo de la técnica) es capaz de generar un nuevo paradigma, enseguida nos damos cuenta de todo lo que debemos a Walter Benjamin. Efectivamente, al comienzo de “la obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica” ya considera cómo la imprenta desató ingentes cambios sobre la literatura gracias a la reproductibilidad técnica de la escritura. Todo lo que sigue son unas lúcidas reflexiones, sorprendentemente vigentes hoy en día, que preparan un terreno hasta entonces inexplorado para asentar los cimientos del nuevo paradigma introducido en el ámbito de las artes por el desarrollo de la técnica. Para cuando Benjamin escribe esto, la fotografía ya había alcanzado un puesto propio entre los distintos procedimientos artísticos. El cine, sin embargo, lo tenía en menor medida, ya que las reticencias intelectuales a considerar un medio de masas como arte acaso duraron más de lo que hubiese sido deseable. caracteriza la posmodernidad es la ausencia de un relato único, Barney tampoco se sirve únicamente de un medio para exponer su relato. Un discurso construido con retales, con fragmentos o apuntes de ideas que llevan décadas siendo el sistema de referencia de las tendencias artísticas de la posmodernidad, como el arte del cuerpo o las preformances. Al mismo tiempo se construye con retales poblados de una mitología premoderna, apelando a un imaginario anacrónico, tan fuerte visualmente como complejo narrativamente. La fuerza de Barney, de hecho, reside en la complejidad, y no sólo referencial o narrativa. Visto desde la problemática de la producción y la exhibición, su ciclo Cremaster (1994- 2002) multiplica los canales expositivos para acomodarse a los diferentes medios de consumo del arte, una vez proclamado su fin en tanto que discurso único. Puede que su potencial resida en gran parte en la imposibilidad de definir su obra, en la dificultad de ser nombrada como un producto único que responda a unos sistemas unívocos de producción y exhibición. En efecto, su ciclo Cremaster está constituido por cinco largometrajes, y aunque exhibidas en salas de proyección cinematográfica, sin embargo, no es cine, o por lo menos no sólo es cine. Su ciclo se proyecta en museos, pero tampoco por ello es videoarte, o sólo videoarte. La obra se materializa de diversas formas, y su lectura crece en complejidad cuando se observa desde esta ambigüedad expositiva, porque frente a la exclusión Barney adopta como discurso la inclusión. La complejidad y contradicción son sus armas, como lo fueron para Venturi, cuando sentó las bases de lo que sería conocido como la arquitectura posmoderna, “Defiendo la riqueza de significados en vez de la claridad de significados; la función implícita a la vez que la explícita. Prefiero «esto y lo otro» a «o esto o lo otro», 6 11
  • 7. cabida en los museos tal y como se conocían. En cierto modo, la misma crítica al sistema había sido desarrollada antes por dadaístas, surrealistas y Duchamp, sin el cual no es posible explicar un siglo de arte pop, conceptualismos y multidisplinaridad. La inercia del medio, sin embargo, pudo más, y acabó asimilando lo pretendidamente inmuseizable, el tiempo, la acción y el potencial de reproducción. No tengo claro si el medio se adapta al artista, o es el artista el que se adapta al medio, pero en la segunda mitad del siglo XX es esta segunda opción la que ha impuesto su régimen frente a la llegada de las nuevas tecnologías. Los artistas asumen la contradicción entre sistema de produccón y exhibición, y en muchas ocasiones se sirven de la instalación para dar unicidad a lo que es múltiple, el potencial de reproducción. La obra de este modo conserva su unicidad, la videoinstalación ya no es reproducible fácilmente, ya no sólo precisa de una pantalla sobre la que proyectar. EL CASO BARNEY La coherencia entre el sistema de producción y difusión no es un valor en sí mismo. Al igual que la originalidad o el dominio de la técnica, no deja de ser un parámetro más dentro de unos complejos mecanismos de creación, que no hacen sino abrir otras vías de interrelación entre el artista, el medio o contexto y el espectador, más allá de las puramente narrativas o de contenido. En el fondo no son sino armas, que utilizadas eficazmente permiten multiplicar las lecturas de una obra. Tomemos como ejemplo el caso de Matthew Barney, un artista multidisciplinar heredero de las actitudes neodadá de la segunda mitad del siglo XX, para ilustrar la posibilidad de explotar estas vías en beneficio a un discurso. Si algo que Dejando de un lado las consideraciones sobre la pérdida de los valores aurísticos de la obra de arte más en sintonía con el siglo que le precedió que con el siguiente, no hay que olvidar que Benjamin analiza ambas manifestaciones (fotografía y cinematografía) en sentido inverso, es decir, sobre una base del arte entendido en su forma tradicional, centrémonos mejor en las posibilidades de difusión de la obra de arte, de las que Benjamin también habló, acoplándolas de un modo coherente a los sistemas de producción que las nuevas técnicas permitieron desarrollar. De este modo, refiriéndose a las obras cinematográficas, afirma que su reproductibilidad técnica está basada en la técnica misma de su producción, “ésta no sólo hace posible del modo más inmediato la difusión masiva de las películas, sino que más bien la impone, sin más”1 . ¿Cabe acaso mayor coherencia o más evidente coordinación entre sistema de producción y exhibición?. El cine, obviando estériles discusiones sobre su verdadera esencia artística, ha conseguido adecuar de tal manera los mecanismos internos básicos que le definen, que ha conseguido generar un lenguaje y una sintaxis propia, sin generar ninguna contradicción entre la producción y la exhibición. ¿Acaso el lenguaje del cine o su sintaxis, sus elipsis, sus flashbacks, su dominio del tercer tiempo al fin y al cabo, habrían sido los mismos en el caso de no exhibirse de esa manera, con ese formato? La coherencia entre sistemas es tan fuerte como lo es de algún modo la relación entre la temporalidad interna de la obra y la temporalidad del espectador, y es aquí donde la trenza temporal vuelve a apretar los nudos que antes había destensado. Los tiempos de producción, internos y de exhibición interactúan de modo tan sutil como complejo, pero siempre ordenados en unas estructuras tan sólidamente edificadas que han permitido a 10 7
  • 8. la obra cinematográfica, o el triunfo del tercer tiempo como dimensión, mantenerse vigente incluso mucho después de la aparición y total asimilación de otros formatos audiovisuales aún más populares. Otras manifestaciones, sin embargo, también altamente susceptibles de ser reproducidas técnicamente, generadas por tanto por el desarrollo de la técnica, no sufrieron la misma suerte. La fotografía también ha sobrevivido y ha superado con éxito el paso del tiempo, sí, pero si lo ha hecho ha sido cargando sobre sus hombros la contradicción de ser potencialmente reproducida hasta el infinito y difundida en cambio en series de tres para conseguir mantener su valor. Valor de mercado, o valor aurístico, valor cultual como diría Benjamin. La misma sombra acecha al más reciente videoarte, que vio en su corta vida cómo un nuevo desarrollo tecnológico multiplicaba exponencialmente su potencial de reproducción. El sistema digital, un enigmático código de ceros y unos reproducibles en idénticas condiciones hasta el infinito, que frente al ahora antiguo magnetoscópico ofrece igual calidad en cualquiera de sus reproducciones. Un sofisticadísimo sistema de producción que queda atrapado en un desfasado sistema de exhibición: una copia de una serie de cinco. EL TIEMPO DEL VIDEOARTE La problemática del videoarte, lejos de ser simple, presenta una gran complejidad ya desde el primer momento en que se intenta establecer un criterio para definir sus límites. Limitar el videoarte a su sistema de difusión en museos y galerías sería banalizar la cuestión. Curiosamente son estos los canales que mayor contradicción presentan entre su sistema de producción y exhibición como diría Benjamin. La libertad creadora del artista, la multidisciplinaridad, el amplio repertorio de géneros, el cine experimental, los documentales, todo hace que los límites se diluyan y que sea difícil dibujar un contorno nítido del videoarte. Muchos artistas operan ya con estas variables, haciendo películas que se proyectan en museos, videos musicales que se venden en supermercados y creaciones audiovisuales que se programan en televisión. Siguiendo las trazas de Benjamin, uno de los pocos criterios que podríamos salvar de semejante indeterminación es precisamente la clasificación según los sistemas de producción y exhibición y sus interrelaciones. Quizás ya no tenga sentido hablar de videoarte como tal, sino de un sistema audiovisual que ha elegido para su difusión un entorno determinado. Tal vez entonces la cuestión habría de derivarse hacia el lenguaje, acorde con la voluntad de expresión del artista y relacionado con su medio de difusión. Al fin y al cabo, los giros del lenguaje no están tan lejos del núcleo de la posmodernidad. Resultaría ingenuo pensar que el entorno artístico desde la segunda mitad del siglo XX ha pasado por alto la contradicción existente entre sistema de producción y difusión. Son múltiples los mecanismos con los que cuenta el artista para resolver la incoherencia, y muchas veces están en el mismo principio generador de su arte, como las actitudes antiarte que se revelan contra el valor aurístico de la obra. Fluxus nació con el lema de aproximar el arte a la vida, inventando nuevas conexiones entre cualquier tipo de manifestación artística, rompiendo los esquemas clásicos de difusión de la obra de arte, porque su obra ya no es única, es multiforme: música, acción, danza, comportamiento, la vida al fin y al cabo. Todo tiene cabida en Fluxus, pero Fluxus tal y como fue concebido no tiene 8 9