1. Si Dios ha muerto, ¿todo está permitido? De Elizabeth Anderson.
Resumen 1
Vale la pena familiarizarse con los poderosos argumentos que hace Anderson, ya que nos
equipan para considerar los problemáticos reclamos que son presentados a los ateos por
las personas de convicción religiosa que, con frecuencia, no han considerado con cautela
las serias repercusiones de sus argumentos.
La labor que hace la autora al evaluar el reclamo de que “Si Dios ha muerto, todo está
permitido” es tan cabal, que he decidido titular este artículo Si Dios vive,todo está permitido,
porque es eso lo que la autora logra demostrar.
El argumento moralista presentado por los apologistas religiosos es que, si la gente no
tuviera fe en Dios, no existiría nada que evitara que las personas robaran, mataran, violaran
y cometieran toda clasede crímenes contra la humanidad comovikingos que azotan aldeas
inocentes … pero eso solo hace sentido si ignoramos septiembre 11, ISIS, las Cruzadas, el
“Kill the Gays bill” de Uganda y otras atrocidades inspiradas por la fe en Dios. Es mucho
pedir, porque estos actos no se cometieron a pesar de la fe en Dios, sino por causa de ella,
y además porque a nuestra generación le tocó ser testigo de algunos de estos actos.
En primera instancia, Anderson explica que existen (fuera del temor a Dios, miedo al
infierno, deseo del cielo y otros incentivos intangibles) otras razones legítimas para hacer
el bien y para evitar hacer el mal. Son cosas como el amor, el sentido de honor y el respeto
por los demás. También argumenta que las enseñanzas morales que sí se pueden
encontrar en la Biblia (contra la matanza, el robo, el adulterio, etc.) existen universalmente
en todas las culturas humanas.
Luego, la autora argumenta propiamente que no es su inexistencia, sino la existencia de
Dios, la que hace que todo sea permitido porque la Biblia es moralmente inconsistente. A
esto le siguen numerosos párrafos repletos de los más obscenos, inmorales y violentos
episodios de las escrituras, una ristra tan larga de crímenes religiosos que solo voy a citar
varios ejemplos. Menciona por nombre el genocidio de decenas de tribus y naciones
enteras para robarle las tierras (tan solo en un capítulo, Josué 12, se mencionan 31
ciudades enteras que fueron étnicamente limpiadas), sacrificios humanos (por Jeftá y por
el rey David), la persistencia en castigar miles de inocentes por las faltas de una sola
persona, el bioterrorismo (en términos bíblicos, mandar plagas), y aunque estos episodios
suceden en el Viejo Testamento, el Nuevo Testamento profetiza un tiempo futuro en que
volverán a suceder,de modoque aunque esta lista no incluye los crímenes que luego fueron
inspirados en los siglos subsiguientes por versos bíblicos, debemos considerar actos
similares que han sucedido durante las Cruzadas, la colonización de América, las guerras
religiosas en la Europa feudal y el infatigable y letal escándalo de retraso cultural y odios
religiosos que es el Medio Oriente moderno.
Cualquier persona que argumente que Dios tiene y/o otorga un sano compás moral debe
considerar luego de estos crímenes, las cosas que el Dios de las escrituras arbitrariamente
permite versus las que prohíbe. Se permite la esclavitud (Lev. 25), la venta de hijas (Éxodo
21), los esclavos pueden ser golpeados siempre y cuando sobrevivan más allá del segundo
día luego de la golpiza (Éxodo 21), las esclavas pueden ser violadas (Deut. 21) y los
prisioneros de guerra ser arrojados por un risco (2 Crónicas 24), pero se prohíbe comer
2. cerdo, comer camarones, trabajar un sábado y ser gay. Peor: el tamaño del castigo no se
puede reconciliar con el tamaño del crimen. Moisés manda a matar a un hombre en
Números 15 por recoger leña (presumiblemente para cocinarle a sus hijos y alimentarlos,
que ahora quedaron huérfanos), y los levitas ordenan el genocidio de los gays en Levítico
20. Todavía en el Siglo 21 la comunidad gay está tratando de convencer a grandes
porciones de la gente religiosa de que debería tener un derecho inherente a existir (aunque
en algunas partes de África y Medio Oriente, es a oídos sordos).
La arbitrariedad de la moral divina es analizada luego a la luz de la doctrina salvífica, y
sobre todo de la creencia en la pre-determinación. Hay varias versiones de estas creencias,
y son todas evaluadas sin que pasen la prueba de expresar un espíritu realmente moral y
constructivo. Según algunos, solo se salvan y van al cielo los que creen en Jesús, no
importa lo que hayan hecho en vida. Según otros, solo se salvan los que Dios ha elegido
sin que importen sus actos o su fe. Según otros, hay que creer y practicar actos sanos, lo
cual refleja algo de justicia, aunque persiste el problema de las proporciones de la justicia
divina: actos finitos no parecen merecer castigos y recompensas eternas.
Por siglos, los apologistas religiosos han justificado o defendido lo depravado que Dios es
pintado en las escrituras y creencias vulgares con un sinnúmero de argumentos, algunos
más absurdos que otros. Estos argumentos solo logran profundizar nuestra desconfianza.
Anderson arguye (mi traducción):
Encuentro tales ejercicios casuísticos moralmente peligrosos. Dedicar nuestras reflexiones
morales a construir elaboradas justificaciones para genocidios pasados, sacrificios
humanos y cosas por el estilo es invitar aplicaciones de un razonamiento similar a acciones
futuras.
En otras palabras, los apologistas deben considerar no solo cuan inmorales son los actos
que defienden sino las repercusiones de esta manera de hacer teología en el compás moral
de sus correligionarios hoy y mañana.
Los teólogos que quieran reconciliar los episodios depravados de la Biblia con la sana moral
no tienen otra opción que involucrarse en teología liberal y rechazar firmemente una
interpretación de la Biblia como revelada o como literalmente autoritaria. Sin embargo, a la
vez que concede que esa es una opción (ver las religiones que surgen de la Biblia solo
como tradiciones que evolucionan), Anderson insiste en que, una vez dudamos de la Biblia
como autoridad moral, no queda una fundación muy sólida sobre la cual podemos tomar el
riesgo de basar nuestras vidas porque no se puede confiar ni en la guía moral, ni en los
reclamos sobrenaturales e históricos de la Biblia.
Anderson cierra con una conclusión que reivindica el contrato social, que es la versión laica
de la regla de oro:
¿Cómo, entonces, puedo responder al reto moralista al ateísmo, de que sin Dios las reglas
morales carecen de autoridad? Digo: la autoridad de las reglas morales yace no con Dios
sino con cada uno de nosotros, que tenemos autoridad moral con respecto a los demás.
Y autoridad implica responsabilidad. Les invito a que se tomen el tiempo para leer el brillante
discursode esta mujer, que ha producido los argumentos más claros, concisos yespecíficos
que he visto hasta ahora contra el argumento moralista.
3. Resumen 2
En este ensayo, la autora se coge el argumento moralista (ese que dice Dios debe existir
necesariamente porque tenemos moral, y ésta solo puede provenir de Dios) y lo desmonta
sin despeinarse. El método es sencillo: se analiza la Biblia y se extraen una gran cantidad
de mandatos, tanto morales como inmorales, y ante esta contradicción se hace necesario
extraer nuestra moral de factores ajenos y previos a la divinidad. Porque son los dioses los
que inventamos después de ya fuéramos morales, y como creaciones nuestras reflejan
nuestra bondad y nuestra maldad. La solución de la autora para los que no están
dispuestos a renunciar a su fe consiste en una suerte de religión a la carta (una versión
liberal de la religión no muy coherente). Sin embargo, lo más honesto sería reconocer que
no hay pruebas de la existencia de Dios (no al menos derivadas del argumento moralista)
y que, por tanto, la moral es una construcción humana que irá avanzado según vayamos
avanzando nosotros como sociedad.
Personalmente no puedo compartir el argumento moralista, ni cuando actúa a favor del
teísmo ni cuando actúa en su contra. No creo que lo moral o lo inmoral redunde en la
capacidad humana para probar o refutar la existencia ninguna deidad,... en todo caso, se
podría deducir algo sobre la moralidad o inmoralidad de Dios, pero no sobre su existencia.
La posibilidad de un Dios profundamente inmoral o ajeno al sufrimiento humano
simplemente no suele entrar dentro de la ecuación. Y si simplemente damos por cierto lo
contrario simplificaremos la hipótesis y falsearemos la conclusión.
En otras palabras, el problema del mal en el mundo, lo que se conoce como teodicea, solo
es un problema si aceptamos que el único dios que puede existir es un dios bondadoso.
¿Por qué habría que considerar que la religión es necesaria para la moralidad? Tal
vez por la idea de que la gente desconocería la diferencia entre el bien y el mal si no se la
revelase Dios, pero eso es imposible. Cualquier sociedad, basada o no en el teísmo, ha
reconocido los principios básicos de la moral expuestos en los Diez Mandamientos, a
excepción de la observancia religiosa. Cualquier sociedad estable castiga el asesinato, el
robo y el falso testimonio, enseña a los niños a honrar a sus padres y condena la envidia
de las posesiones del prójimo, al menos si esa envidia lleva a tratarle mal. Todas estas
reglas se le ocurrieron a la gente mucho antes de cualquier contacto con las grandes
religiones monoteístas, lo cual parece indicar que el conocimiento moral no surge de la
revelación, sino de las experiencias de los seres humanos al vivir juntos, que les han
enseñado que deben ajustar su conducta en función de los derechos de los demás.
[...]
Por lo tanto, la Biblia contiene tantobuenas como malas enseñanzas.Estehecho afecta
a la solidez de las Escrituras como fuente de pruebas de aseveraciones morales, y como
4. fuente de pruebas del teísmo. Veamos en primer lugar el uso de las Escrituras como fuente
de pruebas de aseveraciones morales. Ya hemos visto que la Biblia es moralmente
incoherente. Si intentamos sacar lecciones morales de una fuente contradictoria,
tendremos que elegir cuáles aceptamos.Para eso debemos usar nuestro juicio moral propio
e independiente, basado en alguna fuente distinta a la revelación o la supuesta autoridad
de Dios, para decidir qué pasajes de la Biblia aceptamos. De hecho, una vez reconocidas
las incoherencias morales de la Biblia, queda claro que el núcleo duro fundamentalista que
actualmente predica el odio a los gays y la subordinación de las mujeres, y que, en otras
épocas y lugares, siempre con el respaldo de la Biblia, se remitió a la autoridad de Dios
para defender la esclavitud, el apartheid y la limpieza étnica, siempre ha elegido lo que más
le convenía. Lo que diferencia a estos creyentes es justamente su atracción por los pasajes
crueles y despóticos de la Biblia. Lejos de constituir una guía realmente independiente para
la conducta moral, la Biblia se parece más a un test de Rorschach: los pasajes en los que
decide hacer hincapié una persona reflejan su caráctery sus intereses morales,en la misma
medida en la que los conforman.
[...]
Lo que estoy defendiendo es que la moral, entendida como un sistema de reclamaciones
mutuas en el que todo el mundo es responsable ante los demás, no necesita apoyar su
autoridad en ninguna autoridad superior y externa. Se apoya en la autoridad que
poseemos todos de exigirnos cosas mutuamente. Lejos de reforzar la autoridad de la moral,
las apelaciones a la autoridad divina pueden minarla, ya que las teorías de la moral basadas
en la potestad divina pueden hacer que los creyentes se sientan con derecho a no recurrir
a nada más que a su idea de Dios para determinar cuáles de sus actos están justificados.
En un sistema así es muy fácil ignorar las quejas de las personas ofendidas por nuestros
actos, ya que no las reconocemos como autoridades morales con derecho propio; sin
embargo, ignorar las quejas ajenas significa privarse de la principal fuente de información
necesaria para mejorar la propia conducta. Apelar a Dios, no a las personas afectadas
por nuestras acciones, equivale a una tentativa de saltarnos la responsabilidad ante
nuestros congéneres.
[...]
Lejos de poner en peligro al ateísmo, el argumento moralista es una cuña crítica que debería
abrir a los teístas moralmente sensibles a las pruebas contra la existencia de Dios.